El caos no es
una fosa. El caos es una escalera. Muchos intentan subir por ella, fallan y
nunca vuelven a intentarlo. La caída los rompe por dentro. Otros tienen la
oportunidad de ascender, pero rehúsan. Se aferran a un territorio, a unos dioses,
o al amor. Son ilusiones, excusas. Solo
la subida es real. La escalada hacia la cima lo es todo.
"Little Finger" en Game of Thrones, The Climb, episodio sexto de la
tercera temporada.
En la historia de
la Humanidad hubo un tiempo, aún no muy lejano, en que era posible conquistar
imperios a lomos de un caballo a base de mandobles de espada. Hombres (y a veces algunas mujeres)
armados solo con su bravura y sus cojones podían aspirar a arrasar ciudades, someter
pueblos enteros bajo su tiranía y enterrar civilizaciones en el olvido. Ese
mundo maravilloso de violencia, desolación e injustica épicas se acabó con la
llegada del mundo industrial, el humo de los motores de los coches y de las
chimeneas de las fábricas, el maldito plástico, las quinielas y Telecinco.
Ahora la existencia de algunos es mucho más cómoda, la de otros solo un poco y,
al final de la jornada, la mayoría seguimos siendo siervos, solo que de forma más disimulada o civilizada
que en el pasado sometidos como estamos a tipos aburridos que aprietan botones en un teclado
o manipulan la Bolsa en lugar de eviscerar enemigos con un hacha a lomos de un caballo de guerra. Vulgares
chupatintas sin carisma nos dominan en base al control de los mass media, a la acumulación de capitales, la
especulación con acciones y, en definitiva, a que la mayor parte de la gente es tonta o moderna y encima vota a algunos de esos meapilas en el transcurso de una cosa llamada elecciones. Todo de lo más rutinario y hortera.
Por eso yo, personalmente,
les confieso que hubiera preferido vivir y morir –sin duda, débil como soy, de forma violenta y horrible- en un
mundo anterior a esta anomía civilizada, a esta vulgar comodidad rutinaria y
políticamente correcta que infecta el espíritu humano convirtiéndonos en niños.
Porque el orden puede ser muy aburrido y el caos fascinante.
En el contexto de
la Primera Guerra Mundial a casi todo el mundo le suena la historia del Barón
Rojo, pero sin duda es menos conocida la del Barón Loco quien alcanzó la
cúspide de su “gloria” unos años después, durante el caos de la Guerra Civil Rusa
a la que aludí brevemente en mi última entrada. El Barón Loco tuvo la osadía de
-al mando de una banda multiétnica de jinetes mercenarios fieles a su persona-
declararle la guerra a China y a la recién nacida Unión Soviética. Sí, a los dos
países a la vez (como se suele decir: con dos cojones), ya que se interponían en su proyecto de
revivir el Imperio de Genghis Khan en beneficio propio. Evidentemente no
triunfó en su -ligeramente megalomaníaco- propósito, pero durante unos meses, por increíble que parezca, a base de arrojo y determinación
suicida estuvo a punto de crear su propio reino feudal entre Siberia y el desierto de Gobi. Un reino feudal basado en una mezcla de chamanismo y budismo y el exterminio de los judíos que viviesen en las estepas (¿?). Al final sus planes fracasaron no tanto por su manifiesta inferioridad militar -de aproximadamente 2.000 o 3.000 a uno- frente a sus enemigos sino sobre todo por una constante humana: la traición de sus subordinados y amigos. Esta es su historia.
Nacido
para matar
Se llamaba Roman Nikolai Maximilian von Ungern-Sternberg
y había nacido en Austria en 1885 en el seno de una noble familia de
ascendencia alemana. Tres años después dicha familia se mudó a Reval, la actual
Tallin, en Estonia. Dicha república báltica era por entonces parte del Imperio
ruso, aunque durante la mayor parte de su pasado histórico relevante había sido una zona
ligada al mundo báltico y germano (como antigua patria de los caballeros
livonios y teutónicos que había sido). Y aunque iba a crecer en Rusia nuestro héroe de hoy tenía pensado continuar esa tradición cruzada de raigambre occidental.
Mucha gente no descubre su verdadera vocación en la vida hasta que es demasiado tarde, por contra ya desde muy joven -y pese a que nunca la había vivido en persona-
Roman tuvo clara una cosa: había nacido para la guerra. En suma, era de los que pensaban que Emerson tenía razón cuando escribió aquello de que
"La guerra educa los sentidos, despierta la voluntad, perfecciona la constitución física y enfrenta a los hombres en tan íntima colisión en los momentos críticos que el hombre es la medida del hombre"
Consecuentemente, en 1905, a los veinte años, se fugó del
hogar para ir a combatir voluntario a la Guerra Ruso-japonesa, aunque para
cuando llegó a Manchuria dicho conflicto había finalizado con la derrota rusa.
No obstante gracias a ese viaje Roman encontró otro elemento que lo iba a definir. Si
por un lado tenía claro que él había nacido para matar, dirigir y arrasar, lo
segundo que tuvo claro a partir de entonces es que sus ansias podían
desarrollarse mejor en el caótico Extremo Oriente del período antes que en la más
organizada y por entonces tranquila Europa, un lugar donde las fronteras y la
ley dejaban menos margen de maniobra a los hombres como él.
"La guerra educa los sentidos, despierta la voluntad, perfecciona la constitución física y enfrenta a los hombres en tan íntima colisión en los momentos críticos que el hombre es la medida del hombre"
Al año siguiente, de cara a prepararse para lograr sus sueños,
Roman ingresó en una academia militar rusa y tras su graduación pidió ser
enviado a Siberia como oficial al mando de una compañía de cosacos. No obstante hay que tener en cuenta otro
elemento definidor del carácter de Roman. Su objetivo no era ascender lentamente dentro de la escala militar de ningún
ejército establecido. Él quería ser un señor de la guerra al frente de su
propia horda de mercenarios. Hacer la guerra siguiendo el estilo feudal, sin
las ataduras de la alta política o las convenciones civilizadas, él era un
guerrero nato, un combatiente puro y su lugar no podía estar dentro de la
moderna guerra jerarquizada y normativizada obedeciendo órdenes como un borrego.
Es en ese punto,
por cierto, donde Roman se emparenta con la visión del mundo de otro aventurero
de la época y también salido en cierta forma del entorno del Imperio austrohúngaro pero sin pertenecer a él: Julius
Popper. Y aprovecho por tanto para hacer un inciso al respecto.
Más
allá de la Patagonia
Julius era un judío rumano que también
recorrió Siberia y Extremo Oriente, en su caso durante los años 80 del siglo XIX -justo cuando
Roman era aún era un niño- para más adelante viajar a la Tierra del Fuego, en el extremo
Sur de Sudamérica, buscando oro y poder. Allí Julius se hizo rico aunque para ello tuvo que
exterminar, con mano de hierro y al mando de su propia banda de mercenarios, a
las tribus indias aún supervivientes en la zona por aquellos años.
Julius y Roman (unos
años después) compartían el ser personajes de inmensa cultura, de una educación
y preparación exquisitas pero que, pese a ello, no tenían escrúpulos morales, despreciaban la vida social y la vida humana en general, así como
las reglas establecidas, persiguiendo de forma obsesiva la aventura y el dominio
sobre otros. De cara a lograr esto último ambos buscaron lugares donde por entonces todavía apenas
se había acercado la civilización para intentar construir en esas tierras
salvajes y lejanas un imperio personal usando para ellos ejércitos privados.
El problema es que
ese tipo de vida está abocada a terminarse pronto como si al ser vivida con
tanta intensidad la vela de la vida se consumiese más rápido que en el resto de
los mortales (o tal vez porque ese tipo de hombres generan tantos enemigos que
tarde o temprano alguno de ellos acaba por dar en el blanco).
Yo en todo caso no
puedo dejar de testimoniar una cierta simpatía por ese tipo de crueles
aventureros sin escrúpulos propios de esa época. A fin de cuentas tenían
estilo, no como los “héroes” cutres, analfabetos, feos, mal vestidos y sobre
todo carentes de verdadera elegancia y megalomanía, propios del sobrevalorado
Far West yanqui del período, quienes sin embargo son mucho más conocidos y
difundidos por la cultura popular.
Por ejemplo de Julius Popper se llegó a rumorear que había
tenido amores en secreto con Pauline
Elisabeth “Carmen Sylva” la inclasificable, prorepublicana, poetisa y novelista reina de Rumanía a finales del s.
XIX. Roman, por su parte, no iba
a contentarse para entrar en la historia por pegarle un tiro por la espalda a
algún desgraciado borracho en un mugriento Saloon sino que su osadía iba a ser mucho
mayor. Pero mucho.
A
río revuelto ganancia de pescadores
Volvamos con
él. Habíamos dejado al bueno de Roman ejerciendo de oficial en Siberia. Tras
unos años familiarizándose con el territorio y las estrategias militares, al
sentirse preparado, Roman pidió la baja en el ejército. Era 1913 y Roman se internó aún más hacia Oriente, entorno que le había fascinado en su anterior viaje, pero esta vez no se
desplazó a Manchuria, una territorio que empezaba a estar demasiado concurrido, sino
que puso su punto de mira en Mongolia. A ese respecto hay que concederle un ojo
clínico para avistar las oportunidades.
La historia del
Extremo Oriente en aquel período suele ser muy mal conocida en Occidente. En
este blog intentaremos solventarlo parcialmente en el futuro, pero en todo caso
hay que reconocer que en aquellos momentos la región era un auténtico caos.
A finales de 1911
se había producido una revolución en China. Por efecto de la misma en 1912 cayó
la dinastía Qing en el país. Así las cosas China pasó a convertirse en una
República pero pronto las luchas por el poder y la inestabilidad interna dieron
lugar al caos en el seno del país. Inestabilidad que obviamente se hizo más
acusada en las áreas más alejadas de la capital del país y de sus zonas más
pobladas.
Así las cosas pronto
diversas provincias en las fronteras del territorio chino -ya precariamente controladas por la
dinastía manchú durante el s. XIX- cayeron entonces bajo el control efectivo de
señores de la guerra locales. Además, en paralelo a eso, diversas potencias
intentaron sacar tajada ampliando sus posesiones en la zona en detrimento de
esas precarias fronteras chinas.
Puede por tanto decirse
que, en cierta forma, la revolución china de 1911-1912 inició un colapso
geopolítico parecido al de la caída de la URSS en 1991. Así el llamado "Gran juego" que habían protagonizado británicos y rusos en el Cáucaso y Asia Central durante el s. XIX se trasladó fugazmente más hacia el interior de Asia tomando como referencia las fronteras chinas.
Debido a todo ello, en 1912, Tíbet recuperó fugazmente su independencia (la China comunista de Mao luego volvería a invadir o recuperar –según la perspectiva adoptada- dicho territorio en 1951) en base a las maniobras de la inteligencia británica interesada desde hacía un siglo en establecer un estado tapón en la zona (en parte debido a esto en los años siguientes se convierte en un objetivo para los occidentales la escalada en el Himalaya, sobre todo en el caso de ingleses muchas de cuyas expediciones al respecto no eran sino un pretexto para cartografiar y espiar en esa zona que pasaba a resultarles geoestratégicamente importante).
Debido a todo ello, en 1912, Tíbet recuperó fugazmente su independencia (la China comunista de Mao luego volvería a invadir o recuperar –según la perspectiva adoptada- dicho territorio en 1951) en base a las maniobras de la inteligencia británica interesada desde hacía un siglo en establecer un estado tapón en la zona (en parte debido a esto en los años siguientes se convierte en un objetivo para los occidentales la escalada en el Himalaya, sobre todo en el caso de ingleses muchas de cuyas expediciones al respecto no eran sino un pretexto para cartografiar y espiar en esa zona que pasaba a resultarles geoestratégicamente importante).
Por su parte también
los japoneses empezaron sus maniobras para penetrar hacia territorios tradicionalmente
chinos –en este caso en Manchuria- tras ocupar plenamente Corea en
1910.
Siguiendo con el
reparto del pastel, en la parte Norte de China quienes movían, o más bien
intentaban mover los hilos en la sombra, eran los rusos. En este caso ambicionaban
crear su propio Estado tapón entre Siberia y China un poco a la semejanza de lo
que estaban haciendo los ingleses en el Sur con el Tíbet, nuevo airbag de
seguridad interpuesto entre la India y China. Para ello en el Norte los rusos auspiciaron
bajo cuerda la independencia de un pequeño estado satélite llamado Tannu-Tuva
(el cual sobrevivió hasta 1944 cuando fue a su vez absorbido por la Rusia
comunista) el cual pasó a convertirse en protectorado ruso.
En segundo lugar, ya a mayor escala, el
Imperio ruso favoreció la independencia de la actual
Mongolia. De cara a ello apoyó en secreto una sublevación en la región encabezada por Bogd
Jivzundamba Agvaanluvsanchoijinyamdanzanvanchügun. Bogd era un lama Tíbetano (por entonces
casado y con un hijo, eso sí, que la soledad es muy mala) que se
autoproclamó (lo típico en estos casos) emperador de
Mongolia y heredero de Gengis Khan, blablablá, con el nombre de Bogd Khan.
Ahora bien no lo subestimemos, pecado que
cometieron los comandantes de las fuerzas chinas en la región. Entre finales de
1911 y 1913 el nuevo Bogd Khan al mando de unos 10.000 jinetes mongoles venció,
casi sin bajas, a más de 70.000 progresivamente desmoralizados soldados chinos
a los que expulsó de la región quedando Mongolia convertida de hecho en un nuevo
Estado independiente.
Aquí me gustaría
introducir una reflexión. ¿Se siente usted aburrido?, ¿le parece que la Liga de
futbol está muy desequilibrada en favor de los grandes?, ¿quiere introducir un
poco de emoción y aventura en su vida?. Pues bien la respuesta a la última
pregunta no es irse a Eurodisney a hacer fotos a un pobre trabajador temporal
enfundado en un ridículo traje de ratón Mickey. Vamos a ver, para conseguir
cosas hay que ir al sitio adecuado, si usted quiere follar, apúntese a un viaje del Inserso y si usted quiere aventuras -no “aventuras” sino aventuras de las de
verdad- lo que tiene que hacer es irse a sitios emocionantes, por ejemplo los
arrabales de alguna zona deprimida, devastada, o las dos cosas, en Osetia, Transnistria, Chechenia, algún lugar de nombre impronunciable en el centro de África, o quizás algún espacio controlado por guerrillas o capos de la drogra en Sudamérica o Asia. Por supuesto ni usted ni yo vamos a hacer algo tan estúpido porque el miércoles por la mañana el jefe
espera un informe por triplicado, hay un parcial de física el jueves por la tarde, ahora no me viene
bien porque no puedo dejar sin acabar la maqueta del galeón Atocha que empecé en septiembre pasado, o quizás mi mujer
les ha prometido a los suegros que iremos a pasar el fin de semana. Claro, claro.
La
vida puede ser maravillosa
Volviendo a Roman. Él
no tenía examen el jueves por la tarde y además, lo repito una vez más, tenía cojones. Puede que cuadrados. En 1913 con muy buen ojo viajó a
Mongolia, un lugar donde estaban pasando todas esas cosas emocionantes. Allí Roman empezó a ejercer como consultor externo dependiente del consulado
ruso a la vez que asistía a los mongoles en la creación de un ejército propio
digno de tal nombre (ya que por entonces sus tropas eran poco menos que una
horda). Digamos que hacía labores de “inteligencia” en la sombra. El problema
para él fue que el representante diplomático ruso en el lugar lo disuadió de
implicarse directamente en la lucha entre Mongolia y China ya que las cosas
estaban poniéndose bien para los intereses rusos en la región y no
convenía forzar la situación.
Así pues aunque en esa ocasión
Roman había encontrado una zona suficientemente caótica como para desarrollar
su “talento”, nuevamente había llegado tarde al imponerse poco después de su
llegada un cierto status quo entre mongoles, rusos y chinos. En
adelante Mongolia y Tannu Tuva figurarían como países de facto independientes
pero no reconocidos por China, en base a ello serían incluidos en la órbita
rusa pero no ocupados directamente. Por el momento esa era una solución que más
o menos contentaba a todas las partes al permitir mantener las apariencias para
todo el mundo y consiguientemente cesaron las operaciones militares,
máxime cuando la tensión diplomática en Europa comenzó a dispararse. Pronto iba a estallar la Gran Guerra, la cual atrajo
toda la atención de las grandes potencias mundiales y la de Roman también.
Porque la vida puede ser
maravillosa. El estallido de la Iª Guerra Mundial le evito a Roman quedarse
empantanado en Mongolia en un momento de impasse. En cambio, gracias a la nueva guerra en
el viejo continente, pronto encontramos a Roman realistado en el ejército regular ruso
como voluntario y al mando de un regimiento de salvajes cosacos luchando en la
frontera de la Galitzia austriaca. En los años siguientes participaría en
múltiples operaciones en la zona así como en las fallidas ofensivas rusas
contra las fuerzas alemanas.
Durante ese tiempo Roman se ganó
una sólida reputación como un oficial valiente y resuelto pero desobediente y
mentalmente inestable, razón por la cual, pese a las continúas menciones a su valor en el campo de batalla realizadas por otros oficiales y compañeros, múltiples informes internos de sus
superiores desaconsejaban continuamente el ascenderlo. Incluso un comandante de caballería mítico como Piotr Wrangel, quien más adelante llegaría a ser fugazmente amo y señor de parte de Ucrania y por entonces ya un oficial conocido por su "intrepidez" (la traducción civil de ese término militar debería ser el equivalente a estar como un cencerro), consideraba en aquella época que Roman era un tipo peligroso y poco de fiar. Algo así como si Ruíz Mateos desaconsejase meter dinero en tu firma de inversión porque le pareces un tipo imprevisible, inestable y poco honrado.
Pero como he dicho la vida puede
ser maravillosa. Justo cuando la Gran Guerra agonizaba y el ejército ruso se
desintegraba estallaron las revoluciones rusas de 1917, la segunda de las cuales
a su vez desembocó en una cruenta Guerra Civil en toda Rusia.
Caos. Más caos y más guerra.
Primeramente tras la revolución de Febrero
Roman fue transferido al teatro del Cáucaso. Allí cerca de la frontera del Irán
actual Roman intentó organizar y entrenar a un escuadrón de cristianos sirios
para luchar contra el Imperio otomano un poco a la manera en que por entonces lo estaba
haciendo para los ingleses T.E. Lawrence usando a combatientes árabes.
No obstante el tablero de juego
volvió a cambiar nuevamente con la revolución de Octubre cayendo en saco roto esos esfuerzos. Sin embargo no todo el trabajo de aquellos meses se perdió porque
durtante su estancia allí Roman conoció y entabló amistad con alguien casi tan peculiar como él: Grigory
Semyonov. Ambos eran indisciplinados, ambiciosos, violentos, odiaban la
etiqueta, uno había estado en Mongolia, el otro tenía ancestros en la región,
eran oficiales con predilección por la caballería en una época en que dicho
arma estaba desapareciendo y ambos sentían que habían nacido para la guerra y
el saqueo en un siglo que no veía eso con buenos ojos. El flechazo entre ambos
hombres fue inmediato.
Semyonov de linaje oriental, miembro de
una tribu siberiana emparentada con los pueblos mongoles, fue pronto
transferido al cargo de una región próxima al lago Baikal esperando que su
ascendencia étnica y sus contactos en la zona ayudarían a mantener el orden en
la región. Pero Semyonov no quería mantener el orden, de hecho esperaba
aprovecharse del caos para hacerse con el control de la región. Pronto se
proclamó Atamán de los cosacos de Baikal
(si es que eso existía) y procedió a levantarse contra el gobierno comunista,
aprovechando además para saquear la región mientras en secreto aceptaba sobornos del gobierno japonés (el cual estaba interesado en
debilitar al vecino y tradicional enemigo ruso financiando a todo aquel que pudiera avivar la guerra civil en el teatro siberiano).
Roman, como nuevo mejor amigo de
Semyonov pronto fue nombrado por éste como gobernador de un amplio área al Sudeste del lago
Baikal. A partir de ese momento su tarea consistía en expulsar a los comunistas
de la región o más bien no dejar que se acercasen a la misma.
Semyonov y Roman quedaban así
englobados nominalmente dentro del “Ejército blanco”, un conglomerado de jefes militares y
fuerzas de diverso tipo que proclamaron su lealtad al zarismo y se levantaron
contra los bolcheviques en diversas partes del país cuando estos accedieron al
poder (por ejemplo el antes mencionado Wrangel lo hizo en la zona del Cáucaso y desde allí intento reconquistar Ucrania para el zarismo). El problema era la falta de coordinación entre los diversos grupúsculos
y líderes locales, la mayoría de los cuales actuó más o menos por su cuenta en los siguientes años de la guerra, sin seguir ningún tipo de disciplina ni estrategia
centralizada para combatir al nuevo gobierno comunista. A la larga eso
condenaría a la derrota a los "blancos" en la subsiguiente Guerra Civil rusa
(1917-1922), pero en cambio a hombres como Semyonov o Roman les convenía esa situación de
vacío de poder temporal, embarcados como se hallaban en la construcción de su propio
señorío feudal (nominalmente combatían en defensa del zar pero en la práctica lo hacían en provecho
propio explotando la coyuntura).
Barón Loco. Grupo Salvaje.
Es allí en la frontera entre Siberia
y la recientemente independizada Mongolia donde Roman von
Ungern-Sternberg se ganó su sobrenombre de el Barón Loco. Para empezar Semyonov
(que ya hemos dicho que en realidad aceptaba sobornos de los japoneses) y Roman
rehusaron someterse a la autoridad del Almirante Kolchak el teórico líder de los ejércitos blancos zaristas en
Siberia.
En vez de eso y de centrarse en
combatir a los comunistas pronto Semyonov y Roman empezaron a actuar de forma
independiente en provecho propio y siguiendo sus propias agendas de objetivos.
De hecho, poco a poco, el propio Roman empezó a actuar de forma autónoma
también respecto a su teórico patrón y amigo Semyonov.
Obviamente para llevar a cabo sus
planes necesitaba hombres. Hombres despiadados y fieles a su persona. De esta
forma Roman comenzó a reclutar y formar su propio cuerpo de caballería alistando
en el mismo una peculiar mezcla de chinos, tártaros, mongoles, manchues y
soldados procedentes de otras tribus y etnias de la región o sus proximidades; sumando también a ese conglomerado a algunos soldados cosacos que le habían seguido desde su estancia en el
Cáucaso, diversos mercenarios y aventureros de origen japonés, polaco o
ruso presentes por entonces en la zona, así como algunos intelectuales con ánimo de aventura.
Así nació la “División Salvaje”
un cuerpo de caballería parecido a una auténtica mesnada del medievo y al mando de la cual Roman iba a lanzarse a la conquista de su propio dominio feudal usando el pillaje y el saqueo sin control alguno. Nada muy diferente a lo que
en una situación parecida habrían hecho, a su manera, Rodrigo Díaz de Vivar, Hernán Cortes, Tamerlán o
Francis Drake, salvo por el detalle de que Roman vivía en pleno s. XX y esas
cosas ya no se llevaban.
De cualquier manera Roman no era
un tipo preocupado por la moda. Él y su nueva mesnada comenzaron a saquear los
trenes del Transiberiano como si auténticos bandidos del Oeste se tratase. Gracias a ello Roman se hizo
con unas reservas de suministros y dinero en base a lo cual se sintió preparado
para embarcarse por fin en un proyecto a su medida: restaurar el imperio de
Genghis Khan (de quien Roman estaba cada vez más convencido de ser un
descendiente) con su humilde persona a la cabeza.
De cara a ello lo primero era
conquistar Mongolia. El asunto se complicaba porque en ese momento había que contar con el Bogd Khan, el nuevo dueño del país, quien también poseía una horda propia. Además, por aquel tiempo también los japoneses intentaban inmiscuirse en la región aprovechando el vacío de poder ruso y chino. De hecho a
los japoneses, que ya llevaban tiempo practicando la política de expandir el
caos en China de forma subrepticia, les pareció el momento adecuado para
aplicar la misma política con la esfera de influencia de la otra gran potencia
rival en la zona, Rusia. Para ello pretendieron llegar a controlarla a través
de subvencionar, por un lado a gente como Semyonov, mientras al otro lado de la frontera sobornaban a los señores de la guerra chinos fronterizos con la región de cara a en un hipotético futuro comisionar a alguno para que les hiciera el trabajo sucio de eliminar al Bogd Khan y sustituirlo por un títere próximo a los intereses
japoneses.
Pero nada de esto preocupaba a Roman
que siguió adelante dando los últimos retoques a sus planes y alistando
mercenarios en sus fuerzas. Además, de cara a legitimar sus delirantes
propósitos, en el verano de 1919 se casó con una princesa de etnia manchú emparentada
con un general chino rebelde que en esos momentos campaba a sus anchas al Oeste
de Manchuria. Era política medieval en estado puro, mediante el matrimonio
Roman aseguraba su flanco y a la vez obtenía en cierta forma unos
derechos “feudales” de conquista emparentándose con la etnia de los
recientemente depuestos emperadores manchúes de China.
Sin embargo alguien se le
adelantó. A finales de ese mismo año de 1919 el Bogd Khan fue derrotado y puesto en arresto domiciliario por
fuerzas militares al servicio del gobierno chino, quien intentaba recuperar el
control del territorio. Mientras, en Siberia, los bolcheviques avanzaban imparables.
Todo parecía jugar en contra de los intereses de Roman una vez más.
A comienzos de 1920 Kolchak,
traicionado por la “Legión Checa” -que por entonces también se dedicaba a saquear
por Siberia- fue ejecutado por los bolcheviques con lo que pronto las fronteras
del territorio controlado por Semyonov y Roman estuvieron asimismo en peligro.
Semyonov planteó a Roman retirarse hacia Manchuria más cerca del territorio controlado por sus patrones japoneses en ese momento.
Pero llegados a ese punto Roman tenía sus propios planes y no iba a renunciar a hacer realidad su sueño. Una vez eliminado el Bogd Khan más al Sur, y con sus propios jefes "blancos" siendo eliminados uno a uno en Siberia, ya quedaban muy
pocas piezas en el tablero. Era el momento para que alguien audaz realizase un movimiento imprevisto. Si se retiraba quizás nunca volvería a disponer
de una oportunidad como aquella o de un contingente suficiente de hombres despiadados bajo su
mando para asirla entre sus manos. Era entonces o nunca, ganar el premio gordo o morir en el intento tirado en medio de la nada, justo lo que Roman llevaba esperando desde que tuvo uso de razón. Roman era un jugador nato y le
había llegado el momento de apostarlo todo. Absolutamente todo, a doble o nada.
Para él, por tanto, realmente no había nada que decidir. ¿Acaso se hace
preguntas filosóficas un león cuando divisa una manada de gacelas?, ¿duda un
tiburón cuando percibe la presencia de sangre en el agua?.
Follando
con el inmenso cielo azul
Primero Roman traicionó a Semyonov abandonándolo a su suerte cara a cara
con los ejércitos bolcheviques que avanzaban hacia el Este. Semyonov no
aguantaría mucho -y sin su ayuda menos- pero eso le aseguraría a Roman la
retaguardia durante el breve período de tiempo que necesitaba para poner en
marcha la conquista de un imperio propio. Mientras tanto Roman se movió hacia
el Sur y al mando de su pequeño ejército mercenario privado
consistente en unos 1.500 hombres se lanzó a invadir Mongolia durante el verano
de 1920.
En octubre ya estaba sitiando Urga,
la capital de Mongolia, en aquel momento ocupada por las tropas chinas que
habían expulsado temporalmente de la zona al Bogd Khan. La ciudad estaba bien protegida por artillería y
trincheras con lo que ese primer asalto de Roman fracasó. Dándose cuenta de la
necesidad de aliados secretamente entró en negociaciones con el depuesto Bogd Khan (por entonces bajo arresto domiciliario como se ha mencionado).
El Bogd Khan -comprendiendo la oportunidad que se le presentaba para reincorporarse el Juego de Tronos que estaba teniendo lugar en la región- prometió a Roman ponerlo en contacto con algunos
de sus antiguos soldados y jefes de la guerra locales. Consiguientemente varios de ellos,
tras recibir la recomendación de su antiguo jefe, pasaron a aliarse con Roman y a engrosar sus filas.
Así a comienzos de 1921 Roman -al
mando de casi el doble de hombres que la vez anterior- inició, con brío renovado, una nueva campaña
de conquista, gracias a los contingentes de mongoles y
budistas tibetanos de refuerzo que se le habían unido durante el invierno. Debido a ello, a comienzos de febrero Roman tomó por fin la capital de Mongolia,
Urga, que se le había resistido pocos meses antes.
Tras eso siguió avanzando hacia
el Sur y el Este, arrasando a las fuerzas chinas que se fue encontrando, pese a que eran muy superiores en número, finalizando
la campaña a lo largo de abril. En ese momento Roman era dueño de
toda Mongolia la cual se mantenía más o menos pacificada gracias a que
nominalmente era el Bogd Khan -liberado por Roman
y convertido en su marioneta- quien pasaba a gobernar el país. A cambio de su
puesta en libertad del cautiverio a manos de los chinos y del nombramiento como monarca de
Mongolia el Bogd Khan, por su parte, designaba a su vez a Roman como khan y le dejaba
convertirse de facto en una especie de "Shogun" de Mongolia, lo que no está nada
mal si tenemos en cuenta que hablamos de ser el señor feudal de un territorio
tres veces mayor que la actual España. Comenzaba asimismo el proceso
extraoficial de deificación de Roman como Jamsaran, algo así como “dios de la guerra viviente”, entre parte de la población
mongola y los lamas fieles al Bogd Khan.
Por lo demás, antijudío
convencido (al fin y al cabo tenía sangre alemana y cultura rusa, dos de los
pueblos más tradicionalmente hostiles a los judíos), Roman se lanzó en esas
fechas al exterminio de los judíos de Mongolia, afortunadamente no muchos,
“solo” unos cientos por entonces. A fin de cuentas con algo hay que pasar el
tiempo.
Sin embargo Roman no había
contado con la rapidez del avance bolchevique por Siberia ni con la inusitada
presencia de agentes blocheviques durmientes y de simpatizantes comunistas entre las tribus
de Mongolia, presencia que había pasado
desapercibida hasta entonces.
En base a ello los problemas iban a empezar a acumulársele a Roman. Para empezar los bolcheviques
obligaron a retirarse a Semyonov de la zona que controlaba en la Siberia
limítrofe más rápido de lo previsto. Luego los comunistas se hicieron momentáneamente
con el control del Estado títere de Tannu Tuva y desde allí durante
el verano de ese mismo año de 1921 ya empezaron a enviar contingentes militares
hacia Mongolia a la vez que en el país estallaba de repente una revolución
comunista orquestada desde Moscú y encabezada por un nuevo jugador llamado Damdin Sükhbaatar.
Damdin era un guerrero nacido en
la actual Ulan Bator pero que había servido en el ejército ruso y que era
conocido como “El héroe del hacha” (no era un tipo con grandes habilidades
marciales ni usaba un hacha pero si uno se encuentra con alguien que se hace
llamar así da un poco de miedo al principio). Damdin estaba en pleno proceso
para hacerse con el control del Partido del Pueblo de Mongolia -una copia local
construida a imagen y semejanza del Partido Comunista ruso- y pronto se
autoproclamó líder de la resistencia partisana contra la ocupación del país por
parte de Roman y sus mercenarios.
Pero Roman, como sabemos, no era alguien que se
desmoralizase frente a pequeños imprevistos. Optimista a toda prueba decidió
que la mejor medida en ese momento era atacar, invadir Rusia en vez de quedarse
quieto a la defensiva. Organizó así una expedición para avanzar hacia la frontera
siberiana de Mongolia, volver a penetrar en Rusia e hipotéticamente reavivar la
Guerra Civil que estaba finalizando en ese momento. Si lo lograba quizás aún
podía ganar. Obviamente este plan pasaba por alto su absoluta inferioridad
numérica frente al
reconstruido Ejército rojo, así como también la armamentística (Roman solo disponía de una fuerza de caballería con
fusiles y sables mientras que el Ejército Rojo ya empezaba a dotarse de
ametralladoras, vehículos blindados, equipos de comunicaciones modernos, etc.). Roman tampoco tomaba en cuenta la absoluta oposición que despertaban él y su
banda de saqueadores entre la población de buena parte de Mongolia y de las
zonas limítrofes de Siberia donde le habían conocido. Sin duda le faltaba
sensibilidad para apreciar que las matanzas de civiles, las ejecuciones
sumarias, torturas y saqueos que su contingente militar practicaba por sistema
levantaban bastante susceptibilidades entre las poblaciones ocupadas. En fin,
qué se puede decir, la gente es rencorosa.
Por si fuera poco Roman cometió
el error de dividir en dos su contingente durante el avance. Así durante el mes
de junio no solo sus dos cuerpos de ejército fueron completamente derrotados por separado en
su intento de traspasar la frontera rusa sino que, de forma fulgurante, tropas
comunistas avanzaron desde diversas direcciones hacia la capital de Mongolia
donde se les unieron las fuerzas partisanas de los comunistas mongoles.
Un amigo es para siempre
Así, en cuestión de semanas, Roman perdió el control de la capital y también de la mayor parte del resto de Mongolia. Temiendo
quedarse atrapado entre las columnas de soldados comunistas que avanzaban por
todos lados contra su contingente de hombres a la fuga Roman pensó en realizar un
segundo intento de invadir Siberia pero en este caso apoyándose en viejas
alianzas. Se puso así en contacto con su viejo amigo Semyonov refugiado por
entonces en Manchuria.
Se trataba de recordar los viejos
tiempos, pelillos a la mar, y que el viejo Semyonov convenciese a sus patrones
japoneses para que echaran una mano. Semyonov le contestó a todo que sí, por
supuesto... sin rencores. Naturalmente no hizo nada para ayudarle y esperó
tranquilamente a que Roman corriese a enfrentarse con los blocheviques que lo
perseguían estúpidamente convencido de que la ayuda llegaría en el último
momento.
Así las cosas Roman avanzó de
nuevo hacia la frontera rusa -escapando de los ejércitos que ya se hallaban en
ese momento por todo Mongolia- esperando atravesar las defensas rusas en la frontera.
Increíblemente lo logró y más o menos durante un mes penetró profundamente en
territorio ruso amenazando la periferia de varias ciudades. Pero como hemos
dicho la ayuda prometida por Semyonov nunca llegó. Sin refuerzos y ante la
aproximación a la zona de nuevos cuerpos del ejército rojo (el cual iniciaba su
tradición de vencer al enemigo por simple aplastamiento numérico movilizando
increíbles cantidades de hombres para las operaciones más insignificantes)
Roman tuvo que ordenar el repliegue, de nuevo hacia Mongolia donde le esperaban
los partisanos y los ejércitos comunistas invasores.
La cosa no pintaba bien. Los
hombres de Roman y sus oficiales plantearon abandonar y huir hacia Manchuria
para pasar a territorio japonés. Era lo más lógico. Llegaba la hora de tirar la toalla. Habían hecho lo que habían podido.
Pero Roman no se daba por vencido. Aún creía que podía ganar. Le quedaba por intentar un último giro mortal: cruzar el desierto de Gobi y el Himalaya, combatiendo ahora
contra los chinos, y una vez llegados al Tibet aliarse con los lamas tibetanos para extender la guerra a China desde allí… Pero claro sus tropas empezaron
a plantearse la posibilidad de que su general no estuviese siendo realista. Para algunos empezó a ser evidente que era preciso cortar por lo sano y no hundirse con aquel
tipo que moriría combatiendo, jamás se rendiría y no le importaba sepultarlos a
todos con él.
Es ahí donde salta al primer
plano Khatanbaatar
Magsarjav alias “el héroe del pueblo”.
Magsarjav era un combatiente nato (otro más en esta historia). Había servido como mercenario para los rusos
a comienzos de siglo, luego se pasó al bando del Bogd Khan pero al ser derrotado éste fue hecho prisionero por
los chinos. Roman lo liberó y lo convirtió en uno de sus oficiales de confianza
y, debido a su gran reputación entre ellos, lo puso al mando del contingente de
soldados mongoles que formaban parte de sus fuerzas, unos 800 hombres.
El problema es que Magsarjav
era ante todo un hombre práctico, y además conocía (de hecho había sido oficial
al mando suyo cuando ambos luchaban para los rusos) a Damdin Sükhbaatar el
nuevo líder del Partido del Pueblo y de la revolución comunista en Mongolia.
Dos y dos son cuatro. Ambos hombres entraron en contacto en secreto y Magsarjav
pactó su cambio de bando en bloque con todos sus hombres. Cuando las fuerzas de
Roman nuevamente se dividieron para escabullirse de las patrullas comunistas
Magsarjav y sus hombres hicieron
efectivo el cambio de bando y masacraron al resto de hombres de su grupo que
aun eran fieles a Roman. Tras eso se unieron a las fuerzas comunistas más
cercanas. Al día siguiente uno de sus hombres infiltrado aún en el grupo
comandado por Roman intentó asesinarlo en su tienda, lo que hubiera puesto
punto final a la guerra, pero falló.
A partir de ahí se desató la persecución de Roman y el grupo de hombres fieles que le quedaban. Al final aunque aguantó varios días más huyendo y combatiendo poco a poco se fue quedando solo y resultó finalmente capturado el 20 de agosto de 1921 por un grupo de comandos soviéticos al mando de un oficial de la Cheka desplazados a la región para una caza al hombre en toda regla.
A partir de ahí se desató la persecución de Roman y el grupo de hombres fieles que le quedaban. Al final aunque aguantó varios días más huyendo y combatiendo poco a poco se fue quedando solo y resultó finalmente capturado el 20 de agosto de 1921 por un grupo de comandos soviéticos al mando de un oficial de la Cheka desplazados a la región para una caza al hombre en toda regla.
Obviamente pocos días después Roman von Ungern-Sternberg era fusilado llegando al final la lucha por
Mongolia.
Ya lo decía el personaje de Ptolomeo en la magnífica "Alexander" de Oliver Stone:
"Lo cierto es que nunca creí en su sueño. Ninguno de nosotros lo hizo. Esa fue la verdad. Los soñadores llega un momento en que cansan y deben morir antes de consumirnos con sus sueños imposibles".
El sentido de la vida
Ya lo decía el personaje de Ptolomeo en la magnífica "Alexander" de Oliver Stone:
"Lo cierto es que nunca creí en su sueño. Ninguno de nosotros lo hizo. Esa fue la verdad. Los soñadores llega un momento en que cansan y deben morir antes de consumirnos con sus sueños imposibles".
El sentido de la vida
En adelante el país siguió siendo de forma nominal un Estado
independiente pero en la órbita soviética y
no china. Además el comunismo se instaló sólidamente en el aparato del Estado.
El Bogd Khan continuó siendo nominalmente el jefe del mismo pero el
poder real pasó a manos del Partido del Pueblo. Poco después el Bogd Khan y su
mujer morían convenientemente con lo que en 1924 se abolió la monarquía y el
país se convirtió en una República Popular. Durante las décadas siguientes
Mongolia se sumió en una política de aislamiento que en cierta forma lo
convirtió en la Corea del Norte de su época, o en cierta forma la Albania de
Asia. Singularmente, a diferencia de sus poderosos vecinos también comunistas
-la URSS y más adelante la China de Mao- Mongolia no se lanzó (tampoco tenía
cómo) a la vía industrializadora. En cambio continuo siendo un país atrasado
(eso sí, manteniéndose siempre en la órbita soviética) donde la economía
ganadera y el régimen tribal seguían poseyendo gran importancia.
De todas maneras según los lamas Tíbetanos
unos años después nació la siguiente reencarnación del Bogd Khan. Según otras versiones, dado que el Bogd Khan supuestamente no dejaba de ser asimismo la octava
reencarnación de Jebtsundamba Khutughtu, entonces digamos que la novena nació unos años
después de la muerte en misteriosas circunstancias de la octava. Esa novena
reencarnación oficial murió hace un par de años, en 2012.
Magsarjav pasó a integrarse en el
Partido del Pueblo y hasta su muerte ocupó importantes cargos ministeriales.
Finalmente Damdin Sükhbaatar el gran líder de la revolución comunista que
¿liberó? Mongolia murió en 1923 poco después de haber logrado llevar al Partido
del Pueblo al poder. Oficialmente murió de agotamiento por su entrega a la
revolución. Otros dicen que envenenado cuando dejó de ser útil a Moscú. A fin
de cuentas no hay que subestimar el morbo gótico que por aquellos años afectó
al comunismo internacional. De todas formas al año siguiente la capital del
país, Urda, fue renombrada como Ulan Bator (Ulaanbaatar) que significa “Héroe
Rojo”, supuestamente en su honor.
De todo esto
resaltaría dos cosas como balance. La primera es que desde siempre al margen de
la guerra directa diversos Estados buscan influir o desestabilizar otros
Estados rivales mediante operaciones encubiertas o la subvención secreta de grupos terroristas, mercenarios, sindicatos, partidos políticos opositores o gente como Belén Esteban. Lo que se les ocurra para fastidiar. Los Ungern-Sternberg surgen una vez cada mil años pero los Semyonov de la vida siempre han existido y además siempre existirán. Mientras usted lee estas
líneas sentado cómodamente en su sofá seguramente alguno de ellos intenta hacer fortuna sembrando
el caos y la destrucción en Libia, Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, el Congo, o sabe dios donde.
En todo caso la
diferencia fundamental con lo que les he intentado contar es que los señores de la guerra de nuestro tiempo adolecen de imaginación y nunca pretenden construir un imperio feudal con tintes
místicos budistas. Simplemente quieren drogarse a gusto y enriquecer
los dígitos de alguna cuenta bancaria en las Barbados a base de disparar con
lanzagranadas al servicio de alguna agencia de inteligencia probablemente
estadounidense, israelí o rusa. Y eso, amigos míos, no tiene glamour alguno, es
cutre, es zafio, vulgar, carece de estilo, de épica, de magia y de todo. Por
tanto a diferencia de los hombres de los que hoy les he hablado los megavillanos de nuestro tiempo realmente
no merecen ser recordados. Ellos pese a jugar a los guerreros no comprenden verdaderamente la esencia
de la vida:
- ¡Decidme¡, ¿qué es lo mejor de la
vida?.
- Recorrer la extensa estepa a lomos
de un caballo rápido, con un halcón sobre tu puño y el viento en tu cabello.
- ¡Mal!, ¡Conan¡, ¿qué es lo mejor
de la vida?.
- Aplastar enemigos, verles
destrozados y oír el lamento de sus mujeres.
Para que no haya dudas, este es un texto marcadamente lúdico, por ello se permite ser un encendido elogio de la guerra por la guerra. Por supuesto, sin necesidad de experimentarla en primera persona, creo que todos intuimos que aunque la guerra narrativamente hablando es fascinante (ya que permite contarla hablando de camaradería, heroísmo, patria, libertad, gloria y otras palabras muy bonitas), en vivo y en directo la guerra de verdad es una mierda en la que mueren personas, personas como tú, la mayor parte de las veces para provecho de nadie o en todo caso de unas pocas malas personas. A veces lo olvidamos y por ello en Internet es todo un subgénero en sí mismo el elogio de los grandes héroes militares.
ResponderEliminarPersonalmente estoy bastante convencido de que un amplio porcentaje de los grandes líderes militares y conquistadores de la historia apestan si olisqueas de cerca. En ocasiones por supuesto algunos de ellos se dedicaron a la defensa de una causa justa, pero como digo, a título personal tengo bastante clara la impresión de que eso era algo meramente coyuntural para ellos. En la guerra, es de cajón, suele haber gente a la que le gusta la violencia. Obviamente mucha gente ha tenido que combatir a lo largo de la historia movilizada por obligación, para defender su casa o simplemente para ganarse el pan, pero a la cabeza de esos grupos humanos suelen situarse con el tiempo siempre caudillos y militares profesionales que lo son porque en el fondo simplemente les gusta lo que hacen. Algunos históricamente han tenido la suerte de obtener una buena excusa para poner en práctica lo que llevan esperando poder poner en práctica toda la vida (me atacaron yo no quería, fue por el bien de la nación, Su Majestad/Cristo/Alá/el pueblo me lo ordenó) mientras que otros… pues no y quedaron estigmatizados por ello.
Por ejemplo en la segunda guerra mundial no creo que hubiese tantas diferencias entre un Guderian, un Rommel, un Patton, un Montgomery, un McArthur, un Zhukov, un Yamashita, o un Von Rundstedt. Unos defendían a dictaduras horribles, otros a democracias, pero hubieran podido intercambiarse las posiciones perfectamente. Todos ellos compartían una cosa, les gustaba lo que hacían y sentían que habían nacido para ello porque al fin y al cabo eran buenos haciéndolo; llegado el día de la batalla decisiva, cuando el sonido de los cañones o los cascos de los caballos atronaban ninguno habría querido estar en otro lugar o haciendo otra cosa. Es mi impresión, por supuesto.
Incluso, más allá de esto, los Napoleón, Julio Cesar, Aníbal, Gustavo Adolfo o Federico el Grande de turno tampoco en el fondo pienso que combatiesen por ambiciones muy diferentes a las de Ungern (gloria, poder, riqueza, afán de dominio), solo que ellos tuvieron más tiempo para elaborar y redactar sus excusas y justificaciones. Que si el bien de la nación, que si la necesidad de controlar plazas estratégicas, que si la legítima defensa preventiva… así hoy en día tienen mejor prensa por diversas razones, pero a su modo fueron carniceros mucho mayores.
Por eso dentro de lo que cabe me cae bien Ungern, por anacrónico y por transparente en sus propósitos. El no combatía, ni pretendía hacerlo, en favor de la democracia, el bien común o para lograr el control de unas materas primas estratégicas. Hoy podríamos decir que combatió por el zar, para enfrentarse al comunismo o algo así y puede que hasta colase, pero no creo que él quisiese que le fabricásemos una coartada. Él combatía simplemente porque sentía que había nacido para ello y no tenía reparos de cara a actuar en consecuencia.
Ante una persona así lo más juicioso es dejar los prejuicios pacifistas de lado y pegarle un tiro antes de preguntar siquiera (a fin de cuentas él no dudaría en hacer lo mismo), no obstante como personaje me resulta atrayentemente repulsivo. Otro día ya me meteré con tipos peores y contingentes militares mucho más dañinos aún, solo que beneficiados por una mejor prensa y la consiguiente aceptación social.
Estos artículos sobre personajes y hechos de la "trastienda" de la historia me encantan. ¡Que haya muchos más!
ResponderEliminarMuy entrete tu articulo, me rei mucho con tu humor irreverente y sarcastico! Desde Santiago en Chile te mando un !en hora buena!, ya quiero leer otra entrada igual pero altiro poh ! Saludos
ResponderEliminarPD se me olvido comentarte, para tus proximas entregas si pudieses colocar fotos con mejor resolucion, o con la alternativa de ampliar la vista de la imagen, para poder apreciar bien los mapas, ya porfi! Gracias! Saludos!
ResponderEliminarMuy recomendable el comic Corto Maltés en Siberia, donde se pueden ver ciertos echos de los mencionados. Lo cierto es que esta visto que el caos engendra gente que quiere trepar gracias a él. Ungern-Sternberg era un romantico y/o un loco. Alguien con cultura y sin escrupulos para el que la vida humana no tenia importancia (la suya tampoco), lo que importaba era su sueño y es por eso, creo, que nos sentimos atraidos, por gente que sueña lo imposible y lo persigue hasta el final (o eso es, al menos, la imagen que nos ha llegado de él).
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