El mundo ya no funciona como creéis, regido desde
fortalezas fronterizas, o incluso desde Whitehall. En realidad el mundo se
gobierna desde Amberes, desde Florencia, desde Lisboa. Desde donde sea que los
barcos mercantes parten hacia el Oeste. No desde los muros de los castillos,
sino desde las casas de cuentas, desde las plumas que escriben vuestros
pagarés.
(“Wolf Hall”, capítulo tercero)
En una entrada anterior había intentado
empezar a familiarizaros con el análisis de la ideología en los productos artísticos, un tema
que me parece interesante en la medida en que dentro de la Historia del arte como
disciplina se han impuesto tradicionalmente líneas de análisis tendentes a
valorar sobre todo cuestiones puramente técnicas, estéticas y de estilo, pese a
que durante la mayor parte de la historia humana el arte ha sido en esencia
un vehículo de propaganda al servicio de las élites. No es posible entender las
portadas de las catedrales góticas, los arcos de triunfo romanos, el Tapiz de Bayeux, las pirámides egipcias, los templos mayas, o las construcciones barrocas,
al margen de la función como vehículo para la transmisión de ideología que
ostentaba hasta hace algunas décadas la producción artística de todas las grandes
civilizaciones.