miércoles, 16 de agosto de 2017

La lucidez


Hay una misión, un mandato, que quiero que cumplan. Es una misión que nadie les ha encomendado pero yo espero que ustedes como maestros se la impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin límites. Sin piedad. Porque la lucidez es un don y es un castigo. Lúcido viene de Lucífero, que es asimismo el nombre del arcángel rebelde. El demonio. Pero también se llama así al lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. El bien y el mal todo junto. El placer y el dolor. Por eso la lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer cuando se tiene, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez.

Federico Luppi, “La lucidez”





Karl von Ossietzky nació en Hamburgo en 1889, en el seno de una familia de clase media pese a lo que pueda sugerir el “von” del apellido. Aunque fue un mal estudiante desde muy joven empezó a trabajar como periodista, convirtiéndose pronto en una de las escasas voces que manifestaron una actitud pacifista y antimilitarista en Alemania en los años previos al estallido de la I Guerra Mundial. De hecho en 1913 se casó con una sufragista británica de buena familia.

Durante la Gran Guerra fue movilizado y las matanzas que presenció le sirvieron para afianzarse aún más en sus opiniones. Por ello en los años de la posterior República de Weimar fue ganando notoriedad como intelectual comprometido con el experimento democrático en la Alemania de entreguerras, todo ello en un momento en el que el país se desgarraba por los enfrentamientos entre los partidarios de modelos políticos más extremistas tanto por la izquierda como, sobre todo, por la derecha.

En 1927 se convirtió en editor jefe del periódico Die Wetbühne y dos años después publicó en dicho periódico un artículo explicando cómo el Ejército alemán estaba incumpliendo las limitaciones al rearme impuestas por el Tratado de Versalles (cambios en esa dirección empezaron a producirse en el seno de las Fuerzas Armadas teutonas mucho antes de la toma del poder por parte de Adolf Hitler). Debido a ello dos años más tarde Ossietzky, como director del periódico, y Walter Kreiser, el reportero que había firmado el artículo, fueron oficialmente procesados y condenados por “traición y espionaje”. Resulta interesante anotar que lo anterior ocurrió no porque lo que escribieron fuese mentira sino precisamente por todo lo contrario, es decir se les sancionó como consecuencia de contar la verdad sobre prácticas ilegales de su propio Gobierno.