Es una mierda ser escocés. Somos lo más bajo de entre lo más bajo,
la escoria de la puta tierra, la basura más servil, miserable y más patética
jamás salida del culo de la civilización. Algunos odian a los ingleses, yo
no, sólo son soplapollas. Ni
siquiera encontramos una cultura decente que nos colonice.
Ewan McGregor en “Trainspotting”
La gente dice, ¿no la echas de menos Gal?, y yo
digo ¿Inglaterra?, que va, un lugar de mierda, horroroso. No me hagas reír. Gris,
sucio, deprimente… vaya lugar asqueroso, una cloaca. Todo dios con una cara así
de larga, quejándose, preocupándose. No gracias, para mí no. Dicen, ¿qué tal en
España?. Y yo les digo, hace calor, ca-lor, joder…uhmm… que calor…, a mí me
encanta.
Ray Winstone en “Sexy Beast”
A la luz de los recientes acontecimientos en torno al referéndum sobre
la posible independencia en Escocia, así como la situación que se vive en
España alrededor del mismo tipo de reivindicaciones en Cataluña, hoy se me ha
ocurrido hacer una entradita sin demasiadas pretensiones contando un suceso
interesante y no demasiado conocido ocurrido en el s. XVIII el cual, en cierta forma, pone en relación un trozo de la historia de ambos territorios.
El contexto de fondo en el que tenemos que ubicarnos es el de la
hostilidad latente entre las monarquías española e inglesa mantenido durante
casi toda la Edad Moderna. Una vez que esa hostilidad desembocó en
conflictos abiertos, a partir de la época de Felipe II, la monarquía española
intentó en diversas ocasiones usar como baza contra Inglaterra a las
poblaciones “sojuzgadas” en las islas británicas.