Mi padre creía en un Dios enfadado y vengativo, uno que castiga la transgresión
con dolor y sufrimiento. Cuando era niño me enseñó a encogerme de miedo delante de él. Pero
cuanto más viejo me hago, más me enfurece su dogma.
Kai Proctor, en el capítulo sexto de la
tercera temporada de “Banshee”.
Después de haber repasado en una entrada muy general los comienzos de la fotografía en el mundo islámico, estoy dedicando de forma complementaria algunas entradas sueltas a fotógrafos concretos o países particulares dentro de la
inmensa amalgama que he resumido con ese epíteto de "mundo islámico".
Por ello hoy le toca el turno a Irán (o Persia si alguien prefiere ese término). Curiosamente
las primeras cámaras fotográficas (en su caso daguerrotipos) llegaron a esa
zona del mundo relativamente pronto, en concreto a comienzos de los años 40 del
s. XIX, menos de un lustro después de su invención. Eso se debió fundamentalmente
a una azarosa conjunción de factores. Básicamente, el príncipe heredero del trono en aquel entonces, Naser al-Din,
quedó muy impresionado por las primeras noticias del nuevo invento y debido a
ello pronto recibió como regalo dos aparatos fotográficos, uno de ellos proporcionado
por diplomáticos ingleses y el otro por embajadores rusos. Poco después, concretamente en 1848, Naser al-Din accedió al trono y desde
entonces hasta su muerte (asesinado) en 1896 patrocinó a diversos fotógrafos
extranjeros para que trabajasen a su servicio tomando imágenes de él mismo y su
familia, así como de diversos monumentos y lugares por todo el país. Además dentro de la estirpe gobernante esa
pasión por las artes visuales era también compartida por otro miembro destacado de la dinastía, en concreto el príncipe Ghasem Mirza, el cual desde finales de los años 40
y sobre todo desde principios de los años 50 del s. XIX tomó personalmente numerosas
fotografías del entorno de la Corte.
Dicho esto, entre los fotógrafos profesionales extranjeros que trabajaron al servicio real hay que tomar nota del inglés
Jules Richard que se instaló en Teherán ya en 1844 y más adelante, en los años
60, se convirtió al islam con el nombre de Agha Reza. Posteriormente su hijo,
al que puso el nombre de Yousef, heredó el negocio fotográfico paterno.
Para entonces se había asentado en el país el
italiano Luigi Pesce, de cuya obra, acumulada durante los primeros años 60, se
conservan actualmente 75 fotos en los fondos del Museo Metropolitano de
Nueva York. Asimismo, de esa época, se conservan también
unas 60 fotografías tomadas por otro
fotógrafo italiano, de nombre Luigi Montabone, que este último exhibió en la
Exposición Internacional de París celebrada en 1867.
Pero sin duda los fondos claves para observar la apertura del mundo
persa a la modernidad son los legados por otro fotógrafo de nombre Antoin Sevruguin, hijo de un diplomático ruso casado con una mujer de ancestros
armenios-georgianos. Antoin se asentó en Teherán y, una vez establecido allí, tomó miles de fotografías de toda Persia y su entorno durante una carrera profesional que se extendió desde los años 70 del s. XIX
hasta bien entrado el primer tercio del s. XX.