domingo, 25 de abril de 2021

El hombre de las mil caras

 

Galilea era una colonia en la que probablemente los romanos habían instalado legionarios galos y es seguro que Jesús no era judío. El objetivo del galileo era liberar a su país de la opresión judía. Se opuso al capitalismo judío y por eso los judíos lo liquidaron. Pero Pablo de Tarso se percató de que haciendo uso inteligente de las enseñanzas del galileo se podía derribar al estado romano al que los judíos odiaban.

Hugh Treevor Roper, Conversaciones privadas de Hitler (1941-1944)


Ese es el Socialismo, es lo que Cristo anunció; el reino de Dios en la Tierra, igualdad y justicia social, que podamos alimentarnos bien y a nuestros hijos; que tengamos techo, servicios, educación, salud y que vivamos como hermanos, amándonos cada día más.

Hugo Chávez en un mitin de abril del 2011.


¿Por qué me llamas Jesús? ¿tengo pinta de puertorriqueño?

Samuel L. Jackson, “La jungla de cristal III: la venganza”




Se ha dicho muchas veces pero yo lo repetiré una vez más. La mayor parte del tiempo cuando describimos el pasado lo que en realidad hacemos es hablar sin darnos cuenta del presente y de la sociedad en la que vivimos. Lo normal al echar la vista atrás es mezclar los pocos datos sueltos que sabemos a ciencia cierta sobre los tiempos pretéritos con ideas sobre lo que es normal en nuestro tiempo, o acerca de lo que es importante para nosotros, y con ello pintamos los detalles del relato histórico sin darnos cuenta de que en realidad no estamos descubriendo la verdad sino inventándola.

Uno de los mejores ejemplos para comprobar esto es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia con la imagen de Jesús en las sociedades occidentales. En palabras de Thomas Merton "nuestra idea de Dios dice más sobre nosotros mismos que sobre Él". Veámoslo.

Jesucristo es probablemente el personaje más representado en la historia del arte occidental a través de estatuas, tallas en madera y sobre todo pinturas. Pinturas que se ocupan de todos los momentos de su vida, desde su infancia 

a su vida adulta, destacando dentro de esta el episodio de la crucifixión el cual ha sido representado de todas las formas y desde todas las perspectivas que podáis imaginar. 







Todo este inmenso legado artístico ha logrado asentar en la cultura occidental una cierta imagen de Jesús y de alguna manera hacerlo tangible. No obstante hemos de tener en cuenta que el cristianismo como tal fue más bien una reformulación  de su doctrina realizada décadas después de la muerte del Jesús histórico. Reformulación llevada a cabo por diversos grupos de nuevos creyentes, muchos de ellos grupos de inviduos de cultura griega y latina que posiblemente jamás habían estado en Palestina, en muchos casos no hablaban arameo y desde luego jamás habían conocido al Jesús histórico o presenciado directamente ninguno de los supuestos hechos que se relacionaban con su vida, ni escuchado de manera directa ninguna de sus palabras. 

En cierto sentido podría decirse que el Jesús como mesías religioso es una reinvención de oidas del Jesús histórico llevada a cabo a partir de la época de Saulo de Tarso, todo ello de cara a convertir a un o de tantos mesías judíos fallidos en un producto atractivo para el gran mercado romano.  

Porque a Jesucristo en gran medida hemos tenido que inventarlo. Pero no solo eso, como se trata de una figura central dentro de nuestra cultura, cada época ha buscado adaptarlo a su tiempo. Y esto se ve muy bien de manera directa a través de sus representaciones artísticas ya que en primer lugar los textos sagrados no explicitaban exactamente cuál era la apariencia física de Jesús. Así que su aspecto ha tenido que ser directamente imaginado por multitud de artistas. Y a partir de ahí la evolución en la representación de Jesús, primero a través de la pintura y la escultura, y ya durante el último siglo a través del cine, es en realidad una crónica perfecta de la evolución de las ideas estéticas, políticas y religiosas, dentro de la cultura occidental, de cómo las ideas se adaptan a las realidades sociales y conveniencias políticas de cada momento y cómo algunas ideas especialmente atractivas influyen en otras creando tradiciones.

Empecemos por el principio. Probablemente el Jesús histórico poseía una serie de rasgos comunes a las poblaciones semitas del area de Palestina en la antigüedad y seguía los usos estéticos judíos del periodo. Así que es por ejemplo muy improbable que llevase el pelo largo o que el color de este fuese castaño, como aparece en bastante representaciones, de hecho quizás tenía un pelo bastante oscuro y enmarañado o rizado y piel también un poco oscura. Pero esto los primeros cristianos no podían saberlo y además en sus primeros tiempos aún se encontraban influidos por la idea judía de que representar a la divinidad en imágenes era algo no deseable. 

Quizás el rostro del Jesús histórico era más o menos así.

O tal vez así. En la línea con lo que sabemos de los rasgos de las poblaciones del área en su época.

En cualquier caso muy rápidamente la nueva secta cristiana se convirtió en una religión independiente más pujante que la religión judía de la que surgió y debido a ello, por conveniencia política, al cristianismo le empezó a interesar acercarse a la cultura grecoromana y poner toda la distancia posible respecto a sus orígenes judíos. A fin de cuentas fue en comunidades griegas y latinas del Imperio donde el cristianismo encontró su gran mercado mientras que el grueso de las comunidades judías nunca se creyeron demasiado la historia de Jesús como Mesías y mucho menos aceptaron abandonar la noción elitista de pueblo elegido para aceptar una noción ecuménica universal. Además, debido a sus continuas revueltas fallidas contra el poder imperial, los judíos no eran demasiado bien vistos en Roma. Así que pronto el cristianismo empezó a marcar diferencias tanto doctrinales como puramente formales con el mundo judío del que paradójicamente había surgido.

En ese contexto a partir del s. III aparecen las primeras representaciones de Cristo. En relación con lo que he comentado eran imágenes creadas desde dentro de la sociedad romana pues ya para entonces hacía mucho que el cristianismo había desplazado su centro lejos de la Palestina en que había vivido su profeta para convertirse en una religión esencialmente grecorromana. Por tanto, lógicamente, los artistas del periodo se dedicaron a plasmar en dichas imágenes a alguien similar a ellos mismos y a sus conciudadanos. En esas pinturas primitivas aparece así un Cristo de rasgos latinos, piel clara, afeitado, con el pelo corto y vistiendo túnica o toga de tipo romano. 

En cuanto al salto a la escultura probablememte se copiaron modelos clásicos griegos como el del Moscóforo para elaborar la iconografía de las primeras representaciones de Jesús como pastor.

Arte griego preclásico. Quizás inicios del s. VI a.n.e.


Una de las primeras representaciones escultóricas de Cristo, s. III.

Y de ahí se pasó a esto.

No obstante a partir de finales del s. IV cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial del Imperio romano y la Iglesia católica como entidad administrativa y no solo religiosa se convierte de facto en la gran institución que va a vertebrar el territorio del Imperio, la imagen de Jesús cambia.

De pronto Jesús se muestra como una especie de soberano sentado en su trono. Del Jesús humilde de los siglos precedentes, cuando la Iglesia era perseguida o vivía a la sombra, se pasa a un Cristo poderoso en paralelo al ascenso social de la propia jerarquía eclesiástica. Todavía es un Jesús afeitado y con el pelo corto, pero ahora viste ropa propia de las élites romanas. Jesús en cierta forma deja de ser el amigo de los desamparados para pasar a ser el Rey de Reyes.


Poco después, al caer el Imperio romano, la cultura de la zona occidental de Europa, donde el cristianismo hubo de convivir con la instauración de diversos reinos de origen germánico, empezó a diferir progresivamente de la de Europa oriental donde el llamado Imperio bizantino mantuvo viva una cierta continuidad de la estructura romana.

Eso tuvo consecuencias en el arte mucho antes del definitivo cisma religioso oficial entre un mundo católico y otro ortodoxo, ocurrido en el año 1054. Pero como entiendo que la mayor parte de lectores aquí viven en España o en general dentro del mundo católico vamos a centrarnos en lo ocurrido en Europa occidental.

Veamos. En principio la imagen del Jesús con barba y cabello largo nació en la parte oriental del mundo romano, a imitación de la representación tradicional tanto de filósofos (el saber) y del dios Zeus (el poder). Pero -y esto es lo que nos interesa- fue luego bien acogida en Occidente, un área que como he mencionado se había fragmentado tras la caida de Roma en diversos reinos regidos por pueblos "bárbaros", la  mayor parte de orígenes germánicos, entre los que ese tipo de representación de Jesús tuvo éxito porque encajaba perfectamente con sus pautas estéticas. 



Y por todo ello esa iconografía se fue generalizando por todo el mundo mediterráneo en el s. V hasta alcanzar su configuración definitiva quizás en torno al s. VIII en torno a un tipo de representación conocida como Cristo Pantocrátor o todopoderoso, propio del arte en evolución hacia el románico. 



Quizás solo falta añadir que durante todo este proceso la cabeza de Cristo pasó a estar rodeada de un halo que denota su condición divina y empezó a ser común representar a Jesús en la cruz, algo que para nada había sido normal hasta entonces. De hecho en pleno mundo romano eso era básicamente de mal gusto porque la crucifixión aludía explícitamente a Jesús como un criminal ya que era un castigo común para delincuentes o esclavos rebeldes dentro de dicha cultura.

Por tanto solo es a partir del ocaso del mundo romano cuando la cruz se incorpora masivamente a las representaciones de Cristo. Pero esos primeros Cristos crucificados apenas muestran sufrimiento. Jesús aparece casi impertérrito en la cruz, como un superhombre invulnerable. Solo es a partir del s. XIII con el arte gótico cuando Cristo empieza a incorporar trazas de verdadero sufrimiento y expresión de emociones en la cruz, proceso que alcanzará su culmen durante el efectista Arte Barroco del s. XVII. Es esa evolución la que da lugar a los Cristos que es posible contemplar de forma habitual en las iglesias del presente. En cualquier caso llegados a ese momento se había completado para entonces la configuración de la imagen de Cristo que más o menos ha llegado al presente, como un hombre blanco, guapo, con barba y pelo largo liso de color moreno o castaño y a veces incluso rubio.

Un judío del s. I más bien rubito y con melenita hippie. Muy improbable por no decir imposible.

Con el tiempo, durante el s. XX el arte propiamente dicho pasó el testigo al cine y así en las películas podemos ver un proceso de evolución igual de interesante o más.

Durante los inicios del cine como espectáculo y negocio no tardaron demasiado en darse cuenta del potencial de Jesús como cebo para atraer público. Parece que la “película” en que apareció por primera vez la imagen de Cristo fue La Passion du Christ, 1897, rodada por unos cuantos aficionados en un salón de París. No obstante de ese mismo año se rodaron otras como la italiana La Passione di Gesú. Poco más adelante los hermanos Lumière o el propio Meliès en Le Christ marchant sur flots (1900) explotaron el filón y rodaron pequeñas “películas” de unos pocos minutos ilustrando aspectos de la vida y pasión de Jesucristo.

De hecho algunas de esas primeras obras se rodaron aprovechando escenificaciones de la vida y Pasión de Jesucristo a las que tan aficionados eran por aquel tiempo –y lo siguen siendo- en diversas zonas de Europa, particularmente en el área germánica, por ejemplo La pasión de Oberammergau (1905), rodada en una aldea alemana con capital estadounidense. En cualquier caso, con solo una posible excepción rodada en Nueva York, estas obras pioneras en su intento de unir una cierta intención de difundir el catecismo católico con el interés comercial se gestaron en nuestro continente y así siguió siendo durante los años siguientes, en los que aparecieron creaciones como: La Passion du Christ (1902), La vie du Jesús (1904), Le Baiser de Judas (1912), y sobre todo la italiana Christus (1915) quizás el primer intento realmente serio de rodar un largometraje con medios y profesionales de la actuación escenificando la vida de Jesús, aunque por aquellos años abundaron los intentos ambiciosos.

Al otro lado del Atlántico en EE.UU. se rodó en 1912 From the Manger to the Cross y poco después se incluyó un breve episodio (de los cuatro que forman la película) sobre la Pasión en la mastodóntica Intolerancia (1916). Es entonces cuando realmente comenzó la “lucha” entre países católicos europeos (inicialmente Francia y sobre todo Italia) y protestantes (Alemania pero sobre todo EE.UU.) a la hora de producir la versión definitiva sobre la figura central de la religión cristiana en sus diferentes versiones. En aquellos años en todo caso Europa contaba con ventaja, una delantera que se mantuvo con I.N.R.I., realizada en 1924 por Robert Wiene (autor de "El gabinete del Dr. Caligari") todo un mito del expresionismo germano, y que realizó una película donde la Resurrección se inspiraba en sus formas y en la iluminación en clásicos de la pintura holandesa.

Pero tarde o temprano Hollywood tenía que imponer la superioridad de medios con que contaba sobre todo desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Así en 1927 Cecil B. DeMille filmó su Rey de Reyes, llegando a colorearse las escenas de la Resurrección. Podemos considerar esa película como el primer producto cinematográfico que realmente llegó a un público masivo e influyó en la visión religiosa de muchos de esos espectadores. 


 Además esta película inició varias tendencias, una fue la de que los directores se sintiesen liberados para “adaptar” libremente los textos sagrados y alterar algunos hechos para que encajen mejor en la trama. En esta película por ejemplo se sugiere un cierto lío amoroso entre Judas y una Maria Magdalena un tanto “alegre” que abandona entretenida su vida disipada para seguir a Jesús con una alegría que no gusta al pobre Judas.

La segunda tendencia, que se produce pese a lo anterior y por ello resulta paradójica, es la compra de películas como esta por parte de asociaciones religiosas para poder proyectarlas privadamente en sesiones de auténtica catequesis.

Por su parte en Europa en los años 30, concretamente en el 35, se rodó Gólgota (título referido al nombre arameo del lugar de la crucifixión –significa algo así como calavera- traducido para nosotros como “Calvario”) aunque la película también fue conocida como Ecce homo. Se trataba de una versión más ortodoxa y comedida de la vida de Jesús que seguía sin problemas el texto del evangelio según San Mateo (más usado en versiones europeas que estadounidenses por cierto).

En todo caso para entonces comienza a detectarse que la progresiva acumulación de películas sobre Jesús hacía que muchas de estas obras repitiesen una serie de títulos limitados resultando que hoy en día se conservan muchas películas de diferentes directores y años que se titulan igual y se confunden en la bibliografía, por ejemplo ese Ecce homo ya había sido usado como título al menos por una película anterior de 1918 y volvería a repetirse.

En general para entonces ya quedaba clara también una tendencia que se prolongaría en el tiempo hasta hace poco, las versiones europeas de la vida de Jesús serían más místicas, misteriosas, espirituales, que las versiones estadounidenses y se centrarían en episodios de su vida (por ejemplo cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo escena muy impactante en Gólgota) que suelen aparecer con menor frecuencia por así decirlo en las películas rodadas dentro del mundo protestante. Y es que respecto a esto último hay que tener en cuenta que la génesis de la Reforma en el s. XVI tuvo como eje en gran medida a comerciantes urbanos. Y esa diferencia en cuanto a la estructura de la sociedad hace que en países distintos haya diferentes preferencias respecto a qué pasajes de los Evangelios son más adecuados, importantes o atrayentes. De igual forma que existen diferencias más generales entre los pasajes “preferidos” por cada corriente dentro del cristianismo (católicos, ortodoxos y las diferentes ramas protestantes).

No obstante hay que reconocer que la mejor condensación de todos los enfoques anteriores a la Segunda Guerra Mundial se encuentra en el Rey de Reyes de DeMille, esencialmente en sintonía con la entonces popular idea –a ambos lados del atlántico, por cierto- del pueblo judío traidor a Jesús. Claro está en un contexto posterior al Holocausto, sobre todo a partir de los años 50, esta visión se volvió progresivamente incómoda, sobre todo en los EE.UU. país donde se daba un contexto empresarial peculiar en cuanto a las productoras cinematográficas (las cuales contaban con muchos inversores y, sobre todo, directivos judíos), de ahí que fuese necesaria una actualización de los que por entonces eran los “clásicos” de la temática.

Así en los años siguientes se produjeron muchas películas donde la vida de Jesús era tratada tangencialmente, su figura pasaba a mostrarse con tapujos o incluso apenas sugerirse sin mostrar su rostro y se enmascaraba todo ello dentro del género "de romanos". De esta forma, por una parte se entroncaba esta temática con el auge del peplum y por otra se ponía más el acento en el papel decisivo de los paganos romanos en la condena de Jesús rebajando con ello la hostilidad antijudía que podían despertar algunos pasajes relativos a la condena y muerte de Jesús.

El primer ejemplo canónico de estas nuevas tendencias lo tenemos en Quo Vadis? en 1951 sobre el martirio de los primeros cristianos, entre ellos San Pablo por parte de Nerón. En ella Jesús solo aparece en una escena, como una sombra a la que el apóstol Pedro pregunta: ¿"A dónde vas, Señor?" (Quo vadis, domine?) y Él responde: “A Roma, porque allí están matando a mi gente”.

En 1953 se rodó La túnica sagrada, obra destacada al ser la primera película rodada en Cinemascope, con lo que para publicitar la nueva tecnología se eligió el cóctel insuperable en aquel momento de cine de romanos con tinte cristiano. La película trata sobre el centurión que presidió la crucifixión de Cristo y el posterior legado de la túnica del Mesías. Dado el éxito del invento al año siguiente se rodó la secuela de la película anterior, Demetrius y los gladiadores, en la que Calígula –el malo en esta película y en la anterior- busca obsesivamente la túnica.

De 1954 es El cálice de plata, en la que Paul Newman interpreta al artesano griego que supuestamente recubre en plata la copa que usó Cristo en la Última Cena e intenta esculpir en la misma el rostro de Jesús y sus discípulos. Por supuesto aparecen en el guión los personajes típicos, empezando esta vez por Nerón o el propio San Pedro. Newman renegó de su participación en esta película, pero quizás exageró un poco porque no era tan mala.  

Para finalizar la década tenemos la segunda versión cinematográfica de la popular novela Ben-Hur (1959), sin duda todo un clásico que aunque parezca que trata de otra cosa, como la venganza, no es sino –y fundamentalmente- la historia de un hombre y una familia redimidos por Jesús. Por ejemplo resultan significativo el momento en que a un Ben-Hur agotado un hombre desconocido le da agua, elemento que parece renovar las fuerzas y la esperanza de un protagonista poco antes desesperado; un gesto que al final Ben-Hur devuelve cuando el nazareno carga la cruz hacia el Calvario.

Pero a finales de los 50 la sociedad estadounidense comenzaba a abandonar una década de particular conservadurismo religioso y moral, por otro lado los guionistas se estaban quedando sin ideas a la hora de realizar películas sobre Jesús... sin Jesús.

Ante la tesitura de acabar rodando películas sobre el peluquero de Jesús o similares se imponía retomar su figura de frente pero adaptándola a los nuevos tiempos y la tarea correspondió a un productor independiente afincado en Europa pero netamente hollywoodiense en su orientación y métodos, me refiero a Samuel Bronston. Así se explica que en la nueva versión de Rey de reyes, rodada en 1961 con Nicholas Ray de director, cambiasen muchas cosas.

El pobre actor protagonista, Jeffrey Hunter, lejos de alcanzar la fama y la fortuna sufrió una racha de auténtica mala suerte después de interpretar a Jesús en esta película. Podríamos decir que vivió un calvario... dos veces.

Para empezar Jesús era convertido nuevamente en el protagonista y su imagen se volvía a mostrar sin tapujos, incluso gracias al actor elegido se trata de uno de los Cristos más atractivos. Además esta obra pasó a ser una de las vidas de Jesús más “sionista” de todas las rodadas, a la vez que una película donde se exploraban por primera vez a fondo las cuestiones políticas que rodeaban a todo Mesías que se preciase en la época que se describe. Asimismo esta obra sentó por muchos años las pautas sobre cómo debían rodarse una serie de cuestiones relativas a la condena y ejecución de Jesús; de tal forma hasta los romanos actúan en el juicio de nuestro Cristo de una forma bastante más compasiva y moderna de lo que realmente era costumbre. Por supuesto los guionistas siguen jugando con personajes y hechos pese a la imagen de verismo que se pretende dar, por ejemplo todas las dudas nacionalistas de Judas y su posible relación con Barrabás tal como aparecen en esta obra no tienen base alguna, y en general se da una impresión bastante equivocada sobre la génesis del dominio romano en la zona (de hecho históricamente Pompeyo entró en Jerusalén llamado por parte de las propias élites judías enzarzadas en una de sus clásicas luchas internas).

Aunque esta película se grabó en España, por el imperativo de abaratar costes, debemos considerarla un producto estadounidense. De esa forma todo lo narrado en estos párrafos resultaba particularmente destacable si lo comparamos con la evolución de la figura del Mesías en la cinematografía europea de los años anteriores.

Si nos fijamos en la propia España para apreciar las diferencias en el tratamiento del tema, las películas religiosas realizadas por aquellos años no solo estaban atrasadas técnicamente sino que continuaban siendo por comparación un tanto anti-judías, algo normal en una España que salía poco a poco del nacionalcatolicismo (es decir nacionalismo de Estado a ultranza apoyado en catolicismo riguroso) imperante en todos los órdenes, era el caso de El Judas (1952), de Ignacio F. Iquino, y El beso de Judas (1953), de Rafael Gil con guión de Vicente Escrivá. De los defectos anteriores no escapaban tampoco –al menos en lo que se refiere a la pobreza técnica- las obras de directores españoles en México, caso de El Mártir del Calvario (1952) de Miguel Morayta.

Con este orden de cosas no es extraño que la obra de Nicholas Ray destacase en su momento no solo en EE.UU. sino en el mercado europeo. 

En cualquier caso una vez entrados en los 60 y tras todo esto que he intentado resumir y simplificar la evolución del personaje dentro del cine estadounidense se estancarían por un tiempo y por tanto los siguiente saltos en cuanto a su concepción fílmica se darían en Europa. De hecho también a partir de aquellos años Italia pasó a convertirse en el país europeo más interesante y más innovador en sus propuestas de películas religiosas.

De esa forma, vinculada con la óptica progresista de un papado como el de Juan XXIII se rodó El evangelio según Mateo (1964), una obra que cuestiona el mito del eterno progreso en cuestiones de teología ya que –sorprendentemente- en su momento fue bien vista por las altas esferas de Roma y sin embargo hoy en día, cuarenta años de evolución social después, difícilmente sería vista con tanta complacencia.


Las novedades en el enfoque de los hechos eran varias en esta obra. Por ejemplo, la película se rodó en blanco y negro usando actores no profesionales y cámara en mano (en plan “cinema verité”) y basándose exclusivamente el evangelio que da título a la obra, evitando así algunos lugares comunes de otras películas anteriores.

Pero hay más cuestiones que destacan. Para empezar en el título original no se incluye el calificativo de San Mateo, un detalle que no es ni casual ni irrelevante, aunque en casi todos los idiomas se añadieron esas tres inocentes letritas en contra de los deseos del propio director. El director, Passolini, ateo y gay, dejó un tanto de lado y por primera vez las implicaciones teológicas de la figura central del cristianismo para relacionar la ética de su movimiento con cuestiones sociales. Por ello se interpretó entonces esta obra como una visión marxista donde las escenas del Mesías junto a los humildes tenían casi más significado político que moral. De hecho la ambientación –una mezcla rara de medievo bizantino y Renacimiento- no disimulaba su simbolismo.

El problema fue una presentación de los hechos demasiado abstracta y unos personajes secundarios, incluidos los apóstoles, que no parecen importar demasiado al director. Un defecto clásico por otra parte en la corriente marxista que muchas veces peca, o pecaba, también en su arte del vicio ilustrado de querer salvar al pueblo pero sin intentar comprender demasiado sus gustos.

Como curiosidad deciros que un estudiante catalán, Enrique Irazoqui, interpretó al inconfundible Mesías de este film y a ese respecto hay que reseñar que sin duda el peculiar gusto estético del director debió influir a la hora de presentarnos una imagen física de Cristo mucho más morena, oriental y “fea” de lo habitual.

Por supuesto en aquellos años Hollywood no tiró la toalla a la hora de llevar a las taquillas constantes actualizaciones sobre todo lo relacionado con la vida de Jesús, simplemente sus propuestas se estancaron por algún tiempo. En el 62 se rodó Barrabás donde se retomaba la táctica de tocar sólo tangencialmente la figura de Jesús, en este caso para contar partiendo de una tradición cristiana la figurada historia del delincuente cuya liberación, en lugar de Jesús, exigió el populacho ante Pilatos. Ese fue el último gran título de esta línea de películas de romanos en los tiempos de Cristo. Poco después, en 1964, se rodó La historia más grande jamás contada que procuraba revisionar la historia de Jesús una vez más pero normalizándola, despojándola de todas las polémicas vividas por algunas de las últimas versiones de su vida reseñadas (tanto del carácter complaciente de la obra de Nicholas Ray como del carácter crítico de la obra de Passolini). En todo caso su principal característica es que se trataba de una obra mucho más comercial que la película de Passolini e incluso que las anteriores. Nada menos que cuatro horas y media de espectáculo, y un gran reparto estelar entre el que es posible encontrar al mismísimo John Wayne haciendo un cameo como el centurión a los pies de la cruz. De hecho la razón de esta nueva versión no era tanto innovar temáticamente como ponerse al día tecnológicamente: en concreto fue una versión rodada en el sistema Ultravisión y proyectada en Cinerama por lo que se trataba de epatar visualmente. Por todo ello esta obra no fue realmente un paso adelante, el testigo lo seguía teniendo Europa.

Hippie Jesús. Estúpido y sensual. 

Y llegaron los 70, aunque ya el período de finales de los 60 presentaba cambios, revueltas estudiantiles, cambios en la moral sexual, jóvenes contestatarios y melenudos... En 1972, en Polonia, desde una postura laica, Andrej Wajda filmó Pilatos y los demás, por encargo de una televisión alemana. Sin embargo el gran salto se dió en el 73 cuando se rodó Jesucristo Superstar adaptación del musical del británico Andrew Lloyd Webber, pero claro con un discurso muy apegado al contexto de aquellos años, es decir más superficialmente antisistema. Una película en la que en un trasfondo donde los reprimidos pacifistas se enfrentan a los represores imperialistas, Jesús que es visto por algunos jóvenes como un gran hombre que desafía al mundo con un mensaje revolucionario, debido a ello empieza aparentemente a creerse una “superestrella” al asegurar que es el hijo de Dios a pesar de que Judas trata de disuadirle de creerse esa afirmación. Por todo ello, pese a tratarse de un musical con un libreto bastante libre, no es una obra tan superficial como a veces se ha querido, al menos significó un cierto paso adelante frente al integrismo cristiano, por lo que no fue bien vista en estos sectores debido a su carácter desenfadado y su tratamiento irreverente de una figura supuestamente intocable.

Signo de como el mensaje se adapta a la época el mismo año de su estreno y un poco a la contra del anterior proyecto se rodó la mucho menos conocida Godspell, otro musical en esta ocasión salido directamente de Broadway pero con una vocación un poco más religiosa, más trascendente y seria, como anuncia también su título, pero en la que el Mesías no deja de ser un hippie con discípulos bailarines que recorre los parques de Nueva York.

Y en pleno auge de todas estas interpretaciones heterodoxas en 1976 se estrenó en París, en una iglesia, El Mesías, del ateo de formación católica Roberto Rossellini. Este director había rodado en 1950 una biografía de San Francisco y adaptado para televisión en 1968 los Hechos de los apóstoles de modo bastante ortodoxo. Por ello, a pesar de algunos escándalos pasados relacionados con su vida personal, gozaba por entonces en buenas relaciones con la jerarquía romana. De tal forma en El Mesías Rossellini fiel a su línea neorrealista construyó una obra respetuosa que sin embargo debido a su pretensión realista ponía escaso énfasis en lo milagroso y a la vez evitaba lo grandioso como las multitudes siguiendo a Jesús que aparecían en las películas de tradición estadounidense y que en esta obra se reducen a unos puñados de seguidores nada impresionantes.

Así pues el conflicto entre el realismo a la hora de enfocar racionalmente una figura que se pretende presentar en su dimensión histórica más que religiosa y el respeto a la trascendencia emocional de esa figura, basada solo en la fe, acabó en un film que habla más que del hijo de Dios de un hombre moralmente intachable sobre cuya divinidad no se profundiza. Pese a ello esta obra contó inicialmente con el beneplácito de la Curia Papal, a la que se pidió autorización, pero quizás debido al enfoque que he comentado el film perdió apoyo después de su estreno sobre todo a medida que crítica y público le daban la espalda.

Tras todas las “desviaciones” anteriores las aguas tenían que volver a su cauce tarde o temprano. Por ello la versión tenida como más ortodoxa –y con mejor estética e iluminación- del personaje llegó en el 77 con Jesús de Nazaret, de Zeffirelli (por supuesto un católico convencido). En ella el director italiano ofreció una visión en parte apologética que dejó encantados a los sectores más conservadores al expurgar al Cristo de todos los discursos “raros” sobre la figura de Cristo que se habían sucedido en las producciones realizadas en las décadas anteriores con la excepción de La historia... que no obstante resultaba poco mística. La obra de Zeffirelli, inicialmente concebida para televisión, aunque con un reparto de lujo, unió la majestuosidad de las grandes producciones norteamericanas con una cierta sofisticación muy europea (por ejemplo con muchas tomas marcando referencias cultas a maestros de la pintura religiosa).

Gracias a todo ello Zeffirelli pudo extenderse más de seis horas en su metraje para realizar la aproximación más exhaustiva y fiel realizada hasta entonces. Su limitado propósito comercial inicial se vio desbordado cuando la propia Iglesia católica –igual que sucedería años después con La Pasión... de Mel Gibson- decidió recomendarla a los fieles y con el tiempo se convirtió en asidua en las tardes televisivas de la Pascua. Curiosamente lo anterior conllevó el rechazo de ciertos sectores puritanos en EE.UU. alegando que esto no era apropiado porque la película mostraba un Jesús demasiado humano. Obviamente en el contexto de los 70 esta película parecía casi una lección de catecismo comparada con las producidas los años anteriores por lo que los sectores más de izquierda también la denostaron en su caso por ser demasiado complaciente y almibarada. Por cierto, ¿sabéis quién fue el guionista de esta intachable biografía de Jesús? Nada menos que Anthony Burguess, el mismo de La naranja mecánica. Lo que es la vida.

A la obra de Zeffirelli la siguieron otras aproximaciones menores que nuevamente se adentraron en el camino de lo irreverente (típica dinámica acción-reacción). Siempre se cita la versión indirecta de la figura de ¿Cristo? realizada en clave de humor por los Monty Python, me refiero a La vida de Brian (1979), sobre la vida y condena de un muchacho que nace el mismo día de Cristo pero en el pesebre vecino y por ello es confundido por todo el mundo que le cree un Mesías, lo cual le acarreará múltiples problemas. Con todo esta obra es bastante menos antirreligiosa de lo que se suele creer al tratar más bien sobre el asfixiante poder de los intereses políticos y las ideologías, nuestra incapacidad para pensar por nosotros mismos y la necesidad patológica de líderes o de cómo en ocasiones la masa ahoga el pensamiento individual y al individuo mismo. Aún así la escena final, un chiste sobre los lugares comunes de este tipo de cine y sobre los musicales hollywoodienses más que una burla a la muerte de Jesús, enfureció a muchos.

Ese mismo año apareció Jesús (1979) una versión llamémosla más “burguesa” financiada por un movimiento de protestantes evangélicos, que se rodó con actores desconocidos, una pretensión de autenticidad absoluta y que constituye en ciertos sentidos una interesante precuela de la versión que realizó Mel Gibson hace unos años, al menos en lo ideológico.

Después de eso durante algunos años se produjo un nuevo parón en las producciones sobre la vida de Jesús, un tema saturado a la espera de aproximaciones que aportasen algo novedoso. El siguiente paso llegó en el 88. Ese año, a partir de un libro de Kazantzakis, Martin Scorsese (profundamente cristiano pese a sus dudas) rodó La última tentación de Cristo, en la que, con música de Peter Gabriel incluida, ponía acento sobre el lado humano de Jesús despertando lo que parece hoy en día una polémica exagerada –llegó a estar prohibida su exhibición en diversos países y concitó gran inquina en la jerarquía eclesiástica- para una obra no tan trasgresora como parece ya que en el fondo este enfoque no hacía sino exaltar la grandeza del sacrificio de Jesús en la Pasión al superar su última tentación cuando en la cruz sueña con una posibilidad alternativa, rebelarse contra su padre, casarse con María Magdalena y evitar el dolor.

El centro de las iras estuvo causado por una escena –no se muestra demasiado- en la que se presenta a Jesús haciendo el amor con María Magdalena retratada siguiendo el falso mito de la prostituta. Lo curioso es que diez años después la RAI retransmitió el biopic sobre Jesucristo en el cual un Jesús muy humano se enamora de Marta, la hermana de Lázaro, algo a todas luces no solo supuestamente inconveniente sino encima completamente fantasioso y sin embargo no hubo ningún problema en esa ocasión. Quizás en el fondo lo que más molestaba de la película de Scorsese a algunos sectores era que mostraba a un Cristo sacrificado pero en el fondo tan esquizofrénico, temeroso y dubitativo como cualquier humano de hoy en día. Por lo demás la película de Scorsese es una obra que retrata con bastante benignidad a los personajes ya que hasta Judas acaba siendo reivindicado como alguien necesario para que el plan de Dios se cumpla.

Más “peligrosas” y transgresoras habían sido obras anteriores que exploraron los aspectos sociales de Jesús, o una cierta corriente de films que han usado la figura de Jesús de forma descontextualizada, trasladándola al presente de alguna forma, o bien tomando aspectos de la figura y vida de Jesús para ilustrar inquietudes modernas.

Es el caso de Ordet (1965) de Dreyer, basada en una obra de 1925. En ella un loco, Johannes, que se cree a si mismo Jesucristo (incluso llega a realizar lo que puede considerarse un milagro al final de la cinta para alimentar aún más el equívoco) se muestra quizás más próximo a Dios que los cristianos hipócritas o fanáticos que lo rodean.

Luis Buñuel, cómo no, incluyó a Cristo en una secuencia de La Vía Láctea (1968) caracterizado como un joven bastante irreverente. También hay que contar con Jesús de Montreal (1989) en la que un actor es contratado por un sacerdote para que ponga en escena una versión de la Pasión con motivo de la Semana Santa lo que acaba por dar lugar a polémicos paralelos místicos en la vida real del protagonista y los que lo rodean, idea no tan irreverente que sin embargo dio lugar a críticas por parte de representantes de la Iglesia canadiense.

E incluso se podría citar en ese grupo de películas raras e incómodas No somos nadie (2002) dirigida por Jordi Mollá en la que se habla de nuestro mundo descreído, sin valores, deseoso de placebos instantáneos, donde el mesianismo es un negocio de masas, un entretenimiento a veces.

Pero en todo caso durante buena parte de los 80 y sobre todo los años 90 la temática parecía agotada. Se produjeron en todo caso algunas películas para televisión entre las que destacan Jesús (1999) y la correspondiente versión en dibujos animados The Miracle Maker (2000).

Faltaba sin embargo un nuevo salto que renovase los enfoques dados hasta el momento a la figura del nazareno. Esa primera obra revitalizante llegó con el nuevo milenio, concretamente en 2004, me refiero a La Pasión de Cristo centrada en las últimas doce horas de vida del Mesías. Es una obra a tener en cuenta por dos razones. La primera es de orden puramente técnico. A partir de los años 90 y la introducción cada vez más exitosa de efectos por ordenador en el cine y la televisión, aparecieron una serie de técnicas que revolucionaron la capacidad de dotar de verismo la representación audiovisual del pasado.

Gracias a todo ello en cierto sentido La Pasión fue el equivalente en el cine sobre Jesús a lo que fue Salvar al soldado Ryan respecto al cine bélico: un taquillazo que se aprovechaba de una nueva forma de mostrar y usar la violencia con la intención, entre otras cosas, de generar en el espectador una intensa sensación de verismo.

En lo ideológico la adscripción del propio Mel Gibson a sectores integristas y tal vez antisemitas del conservadurismo más puritano estadounidense tenía que tener consecuencias. En cuanto a su tratamiento de los hechos hay algo que diferencia a esta obra y por lo que ha sido atacada como “antisemita” (en realidad los árabes también son semitas en todo caso sería anti-judía, pero bueno) y es que nuevamente recupera una serie de figuras “odiosas” y se centra en los verdugos de Cristo y los efectos de la inquina de estos con mucha mayor intensidad de lo que lo había hecho ninguna película desde hacía décadas, a la vez que recupera a un Cristo de bondad y determinación indudablemente sobrehumanas. En este sentido en algunos momentos da la sensación de que La Pasión se parece mucho más en su trama e interpretación de algunos hechos a una película de los años 30 como Gólgota que a la mayoría de las producidas desde los años 50 en adelante.

Al margen de esta obra en los últimos años solo resultan reseñables unos pocos títulos que se caracterizan entre otras cosas por privilegiar el espectáculo y la polémica fácil frente al análisis profundo o la exploración del simbolismo de la figura de Jesús. Tendencias todas ellas en sintonía con la sociedad postmoderna que tenemos el gusto de disfrutar en el mundo occidental. En esta línea hay que citar la italiana Los jardines del Edén (1998) la cual, partiendo de los archiconocidos pero en el fondo incomprendidos manuscritos de Qumran, fantasea sobre lo que Jesús pudo hacer en los años de su vida sobre los cuales no hay mención alguna en los Evangelios, aprovechando para jugar con una hipotética relación de Jesús con la comunidad de los esenios.

Otra película más o menos en esta línea fantasiosa enunciada, esta vez ambientada en el presente y que explora ligeramente las implicaciones políticas de la figura de Cristo en la sociedad contemporánea, sobre todo en Tierra Santa, es The body (2001), en la que Antonio Banderas interpreta a un sacerdote que investiga el posible hallazgo del cuerpo de Cristo y ha de lidiar al mismo tiempo con las evidentes consecuencias políticas de tal hecho.

Un poco en la línea de la anterior pero esta vez con una ambientación de época destaca a su vez En busca de la tumba de Cristo (2006), una coproducción hispanoitaliana (si no me equivoco creo que ejercía como productor Enrique Cerezo, el presidente del Atlético de Madrid) concebida casi como un thriller policial y ambientada en la Palestina de época romana tres años después de la Crucifixión momento en el que, para evitar los rumores sobre una resurrección del profeta que al parecer están incitando a la rebelión, un oficial romano investiga los hechos que rodearon su muerte. Así mientras resulta obstaculizado entre otros por Pilatos acaba encontrándose con personajes inevitablemente asociados a la vida de Jesús como María Magdalena. Este argumento aparentemente novedoso no fue sino la clásica puesta al día de una película anterior, concretamente L´Inchiesta (1986), película que en España fue re-titulada como Comenzó hace 2.000 años, rodada con dinero y reparto italiano, por supuesto, pero que se daba el lujo de contar con Keith Karradine y con Harvey Keitel interpretando a Pilatos.

Finalmente el último “hit” de toda este lucrativo subgénero cinematográfico ha sido Natividad (2006), la cual optó por explotar la línea del mensaje religioso y humano bienintencionado y complaciente todo lo cual llevó a que fuese el último film que ha gozado de buenas críticas por parte de la jerarquía eclesiástica ya que su guión se apega bastante a la versión más convencional del nacimiento de Jesús. De hecho en realidad no es una película sobre Jesús propiamente dicho sino sobre sus padres y su matrimonio en época de Herodes. Para evitar problemas -ya que entre la creencia popular y la realidad de los textos evangélicos existen importantes discrepancias- la película opta por incluir las creencias populares en detrimento de cualquier rigurosidad y así muestra lo pobres que eran los padres de Jesús (poco probable), la imagen de una pareja en que ambos eran jóvenes sin una gran disparidad de edad (en realidad era un matrimonio concertado entre una adolescente y un hombre maduro casi viejo, lo que hoy escandalizaría porque viene a ser lo que criticamos en los matrimonios islámicos forzados), o lo malvado que era Herodes (recurriendo a la imagen legendaria del personaje transmitida por los textos sagrados, bastante alejada de la realidad histórica de un gobernante tiránico pero que nunca organizó la famosa matanza de niños imaginaria que se le atribuye).

A partir de ese año han seguido, por supuesto, produciéndose películas donde se trata la figura de Jesús, pero últimamente el cine cristiano estadounidense transita por otros derroteros, con películas más costumbristas ambientadas en la actualidad, mientras que la sociedad europea, cada vez más laica, no garantiza ya una buena taquilla para este tipo de películas que han quedado desfasadas. De tal forma en los últimos años han “triunfado” solamente películas muy particulares sobre la vida de Jesús, como por ejemplo The man from Earth (2007) y el género parece bastante de capa caida, o quizás solo está tomándose un largo reposo.

En todo caso llegados aquí espero que este rápido resumen de 2.000 años de representación de la figura de Jesús os haya servido de ejemplo sobre cómo las ideas cambian con el tiempo y evolucionan para adaptarse a diferentes contextos sociales e ideológicos. Algo que es una constante en la historia humana.


Bonus. En realidad la temática religiosa es inabarcable en el arte como lo es en el cine o como son las relaciones entre ambos campos. ¿Recordáis la escena de la orgía final de Eyes Wide Shut? Todo el entorno y el ritual incluyen referencias religiosas. Pero en su momento lo que más me fascinó fue la misteriosa música que suena. Solo muchos años después me enteré de que es un canto funerario transilvano de rito ortodoxo modificado por la compositora Jocelyn Pook. La letra es initeligible porque se recitan en rumano, pero al revés, los pasajes del Evangelio de San Juan donde Jesús les dice a sus discípulos que oren al señor por misericordia y el perdón de los pecados. 


jueves, 8 de abril de 2021

Mola mazo

 

Surgió el asunto de las películas sobre cómics, como era de esperar. Cuando me preguntaron, aventuré mi opinión sincera de que encontraba algo preocupante el hecho de que el público de las películas de superhéroes esté ahora compuesto casi exclusivamente por adultos, hombres y mujeres en la treintena, cuarentena y cincuentena, que hacen cola ansiosamente para ver personajes y situaciones que fueron expresamente creados para entretener a chiquillos de trece años de hace medio siglo. (...) Para mí, esto de aferrarse a lo que inequívocamente fueron personajes para niños en su origen a mediados del siglo XX, parece indicar una retirada de las ciertamente abrumadoras complejidades de la existencia moderna. Me parece que una significativa parte del público, habiéndose rendido en el intento de entender la realidad en la que vive, ha razonado que quiere al menos ser capaz de comprender los desmadejados y desprovistos de sentido, pero todavía finitos, “universos” presentados por DC o Marvel Comics.

Alan Moore en una entrevista para “The Guardian”




Hay un truco que se explota mucho en la creación de universos de fantasía. Lo podéis intuir detrás de periodos imaginarios como la era Hiboria en que vive Conan el Cimmerio, o el mundo de El señor de los Anillos creado por Tolkien, pero también ocurre algo parecido en el concepto de fondo en torno al que giran creaciones más recientes como Juego de Tronos. Los autores imaginan de manera detallada un mundo fantástico normalmente caracterizado por unas relaciones sociales y una tecnología vagamente medieval y después asumen la congelación en el tiempo de ese estado de cosas durante miles y miles de años. De tal forma en esas historias pueden llegar a transcurrir diez mil años, en ese tiempo cambian los reyes, las dinastías y hasta las civilizaciones protagonistas, quizás algunas religiones aparecen o desaparecen, o quizás son los dragones o la magia los que lo hacen, pero más allá de eso, en lo tocante a los mecanismos profundos que caracterizan el mundo en el que se ambientan los hechos nada cambia. En esos universos de fantasía, pese al transcurso inexorable de los milenios, la tecnología bélica sigue siendo básicamente la misma, igual que las formas de pago o de explotación de la tierra, los mecanismos de sustracción de excedentes por parte de las clases acomodadas, los materiales y la lógica arquitectónica imperantes, las estructuras jurídicas y en general todo el resto de elementos que dan forma al mundo que se describe. De alguna forma se transmite la sensación de que en los mundos de fantasía, más allá de los cambios de nombre de los grandes imperios y alguna otra cosa muy visible, el resto de elementos que conforman el modo de vida cotidiano, desde la comida a la ropa, la forma de las casas o los modos de organización y explotación de la mano de obra no han cambiado nunca de forma suficientemente significativa como para dejar huella. 

Esto no es malo, es totalmente lógico e incluso necesario tomarse algunas licencias para construir un universo de ficción. Simplemente para explicaros después otra cosa ahora necesito empezar resaltando que a día de hoy nuestros conocimientos sobre la evolución social niegan la posibilidad de un estancamiento tan prolongado. Y pongo un ejemplo.

Como algunos que me leéis desde hace tiempo habréis notado soy un convencido de la idea, polémica sobre todo para los medievalistas (obviamente), de que los siglos medievales significaron inicialmente un retroceso respecto al mundo clásico y, más adelante, tras una pequeña recuperación, todavía atravesaron algunos siglos más de estancamiento. A muchos medievalistas decir esto les parece una ofensa porque entienden que de algún modo quita importancia o atractivo a "su" periodo, el cual ellos describen con trazos inequívocamente dinámicos. No voy a entrar en ese debate ahora, para mi está claro que en la Europa de la época la reducción en la capacidad de transporte y desplazamiento a media y larga distancia, la caída de los rendimientos agrícolas, el más que evidente retroceso en las técnicas arquitectónicas, en la calidad de las esculturas, en la capacidad de representación de la tercera dimensión en la pintura, la reducción del tamaño de las ciudades o de los ejércitos, del volumen de los intercambios comerciales o del número de libros en las bibliotecas, el paso atrás en cuanto al tamaño y complejidad de cualquier cosa parecida a una administración, así como muchos otros factores, muestran una clara involución que ya empieza durante los momentos finales del Imperio romano en el s. III y se prolonga hasta el s. IX más o menos. Luego se produce una cierta recuperación que a partir del s. XII o inicios del XIII toma velocidad y parece que va a dar algo nuevo, hasta que la crisis de la Peste Negra retrasa la eclosión del mundo medieval en algo diferente durante casi otro siglo, hasta finales del s. XV, momento en el que la demografía, la tecnología bélica o marítima en general, el arte, etc. por fin igualan e incluso empiezan a superar los niveles que se habían alcanzado durante el mundo clásico en su momento de plenitud, solo que por entonces extendiendo el ámbito de influencia de todo eso hacia el interior de Europa cuando en su momento, durante la antigüedad, los grandes logros se habían limitado casi a las riberas del Mediterráneo si bien en sus dos orillas.

Pero hasta un tipo como yo, es decir alguien que mira con cierto recelo o supuesto desdén la Edad Media, admite que durante todos esos siglos los cambios fueron muy evidentes. Porque eso es lo normal con las sociedades humanas. 

Entre una región europea al azar en el año 600 y el mismo lugar en el año 1200 por ejemplo no había casi punto de comparación para un ojo experto. En el campo había cambiado la tecnología para arar la tierra, desde la estructura del propio arado a los sistemas de sujección y tiro que se empleaban con las reses, esto a su vez desencadenó cambios en la productividad y vino acompañado de modificaciones en la estructura de la propiedad agraria y en los sistemas de rotación de cultivos. Durante todo ese tiempo el estatuto jurídico de los cultivadores también cambió, desde una evolución del "colonato" romano al inicio de ese período, pasando por la institución de una servidumbre puramente feudal probablemente en torno al s. IX (según el lugar del que hablemos) hasta los inicios del declive de esas relaciones de explotación con la irrupción de cada vez más relaciones mercantiles pagadas con moneda para el final del período escogido. Por entonces los tipos de contrato mercantiles habían comenzado a evolucionar, por no hablar de lo que había cambiado para entonces la comunicación entre personas con la eclosión de las lenguas romances. La estructura de clases sociales también ha cambiado durante esos años, los núcleos de artesanos urbanos empiezan por entonces a formar una “burguesía” urbana embrionaria que a su vez pronto mostró una estratificación entre los comerciantes y prestamistas exitosos y los simples artesanos a pequeña escala. A nivel político hay un mundo entre la primera fecha que cité y la última. Primeramente la idea imperial romana tuvo que dejar paso a los reyes tribales germanos, sostenidos en muchos casos sobre un derecho oral consuetudinario. Después el cristianismo intentó imponer una visión vertical del poder como algo derivado de dios, con lo que pasado el tiempo monarcas cada vez más fuertes tuvieron que entrar en confrontación con lo anterior para intentar desligar su poder de la voluntad de la Iglesia o al menos del Papa. Y en cuanto a las formas de construcción de las grandes obras públicas…. bueno os lo resumo en imágenes. 





Por no hablar de las convenciones empleadas en las representaciones pictóricas, la evolución de los ropajes… en fin de todo. No quiero extenderme.

Básicamente he explicado esto para poneros un ejemplo de que los cambios en las sociedades humanas a medida que se suceden las generaciones suelen acumularse a un ritmo mayor del que creemos, incluso durante los periodos de evidente estancamiento. No es posible imaginar miles de años sin cambios sustanciales y totalmente radicales en una sociedad humana con una densidad demográfica mínima. Millones de mentes pensando durante tres o cuatro generaciones implican desarrollos tecnológicas que van a tener consecuencias económicas que provocarán cambios sociales y políticos siempre. Claro está un autor de fantasía ya tiene bastante con inventarse un universo con unas reglas un poco complejas y a la vez coherentes como para tener que inventarse reglas complejas y coherentes pero a la vez distintas para cada uno de los cuatro o cinco períodos que en su conjunto tendrían que sucederse en el tiempo largo que a él le interesa usar para poder narrar grandes historias no limitadas por un margen de tiempo estrecho. Y la cosa se pone más compleja porque en los universos de fantasía existen normalmente distintas razas y culturas. Con lo que habría que inventar reglas coherentes no solo para cada una de ellas sino, de cara a ser precisos, para cada uno de las etapas en su evolución durante las eras de las que se habla. Y nada obliga, de hecho lo normal es lo opuesto, a que todas esas razas y culturas se ubiquen al mismo tiempo más o menos en un estrato tecnológico equiparable.

Pero se comprende que los autores se tomen licencias y se inventen un mundo medieval donde hay quizás pueblos nómadas, otros de tipo vikingo y otros con una estética por ejemplo islámica y todos en general permanezcan en una especie de era medieval con magia durante 3.000 o 5.000 años, con una o dos lenguas francas que más o menos todos entienden y punto. Ese tipo de licencia es el equivalente a las series de ciencia ficción donde los humanos viajan por el universo y no paran de encontrar extraterrestres humanoides con los que se comunican a través de algún tipo de traductor universal. Es una simplificación necesaria a la que pocos autores logran sustraerse. Así que no hay probema.

Entonces por qué os hablo de esto. Bien, nosotros somos conscientes de esto que he explicado respecto a nuestra propia historia. O por lo menos creo que no vais a intentar negarlo. Por muy malos estudiantes que hayáis sido en el colegio entendéis que la Atenas de Pericles era fundamentalmente diferente a la Córdoba califal y esta a su vez a la Venecia del s. XVI y al Londres victoriano. Y cada una de estas ciudades era diferente de las otras en términos estéticos, pero no solo eso, lo importante es que eran diferentes porque en última instancia albergaban sociedades diferentes insertas en modos productivos, sistemas políticos y universos mentales distintos. Quizás los cambios concretos en aspectos complejos entre uno y otro momento se os escapan pero gracias a la pintura historicista o a las películas y series de dicha temática tenéis en vuestra cabeza unas referencias básicas sobre cómo evolucionaron la ropa y los peinados, o cómo cambiaron los palacios, los templos, o las armas, de un tiempo al otro.

Sin embargo no siempre ha sido así. No siempre los humanos hemos podido viajar libremente para darnos cuenta de la variedad cultural a lo largo del planeta, ni siempre hemos tenido libros de historia y museos y películas de época que nos hagan conscientes de la multitud de culturas que han existido en el planeta y la larga evolución tecnológica y político-social que nos ha traído al punto en el que nos encontramos en el presente.

El ejemplo palmario lo tenemos precisamente en la cultura medieval, profundamente teocéntrica y durante un tiempo propia de un mundo eminentemente rural, autárquico, analfabeto, donde los viajes y los contactos culturales eran poco frecuentes entre el grueso de la población. La consecuencia es que cuando los autores medievales intentaban plasmar en dibujos o pinturas otros lugares del planeta u otras épocas sucedía algo curioso, casi divertido a nuestros ojos. Resulta que todo lo imaginaban siguiendo los patrones que conocían. Un ilustrador que tenía que representar la China del Gran Khan en la época mongola, otro que ilustraba las peripecias bíblicas de Moisés y otro que pretendía recrear la antigüedad helenística para amenizar por ejemplo el Roman d´Alexandre… en esencia dibujaban lo mismo, guerreros con armaduras y espadas de estilo medieval, reyes y reinas con ropajes y coronas europeas de tiempos feudales, viviendo en castillos al estilo de los que existían en europa occidental en la época, e incluso a veces se dibujaban iglesias como decorado de fondo de las ciudades pese a retratar a sociedades paganas. Ciudades por supuesto con tejados a dos aguas propios de la Europa de aquel tiempo. 

Para un erudito medieval todo el mundo era en esencia igual y siempre lo había sido. En su cabeza no había otras modas, otros estilos arquitectónicos, ni por supuesto otras ideas políticas y religiosas correctas (aunque esto ya no se reflejase tan directamente en lo visual) diferentes a las de la sociedad en la que vivía. Y no podía ser de otro modo como digo, en un mundo en el que no había museos, ni libros de historia rigurosos y de acceso público, ni tiques baratos de Ryanair

Lo que pasa cuando es un cronista medieval el que te cuenta la película.

Solo en la época Moderna esta visión empezó a ampliarse debido a la expansión del mundo conocido, primero de manos de hispanos y portugueses y luego también con la colaboración de ingleses y franceses. Pero no fue hasta el s. XIX, en el momento álgido de la explosión colonial en África y el Sureste de Asia, así como con el nacimiento de la ciencia moderna, cuando el punto de vista de la sociedad europea se ensanchó de manera definiva. Y pese a todo ello, esa ampliación de miras no fue tan grande como a veces se dice, porque las primeras sociedades geográficas, o los inicios de los estudios de antropología en las universidades, sufrieron todavía durante mucho tiempo el lastre de los prejuicios, el racismo y la visión eurocéntrica. Así que los habitantes de Londres, Nueva York, París o Berlín a finales de ese siglo eran conscientes de que el mundo había sido muy diferente en el pasado y que en su propio presente había en otros continentes sociedades diversas, pero la consecuencia lógica para ellos era celebrar eso a través de Ferias y exposiciones universales que mostraban lo primitivo que era todo lo que no era perfectamente anglosajón, francés o alemán en ese momento de la historia. Todavía debería pasar otro siglo más para que empezásemos a contemplar la evolución humana y las diferencias entre culturas con cierta neutralidad o incluso autocrítica. Y no estoy seguro de si alguna vez logramos conseguirlo por completo.

Una vez explicado todo eso llego por fin a donde quería llegar. El caso es que estoy empezando a notar un cierto retroceso. Y esta vez viene de una dirección inatendida. Lo explico.

Como historiador estoy acostumbrado a enfrentarme a una visión digamos “de derechas” que considero nociva para el análisis del pasado. Es una visión que entiende los tiempos pretéritos como una fuente de orgullo y sentido de pertenencia. Bajo ese punto de vista el pasado consiste esencialmente en la historia de lo que han hecho bien “los míos” en oposición a “los otros” que son básicamente tontos, malvados e inferiores. Es más, criticar a "los míos" es visto casi con un crimen de traición a la patria. 

Por supuesto me podéis decir con razón que la historia de cuño digamos marxista también ha hecho cosas feas. Desde ocultar masacres estalinistas o centrarse demasiado en la economía (en realidad no se si es posible centrarse demasiado en la economía porque es jodidamente importante). Pero me temo que los marxistas no han sido tantos ni tan relevantes o populares y sobre todo, en la medida en que su visión sobre el pasado se reduce a una fuente de la que extraer lecciones sobre problemas sociales a eliminar en el presente, la necesidad de glorificar el pasado o identificarse emocionalmente con el mismo es menor.   

Es decir para mi hasta hace poco el enemigo tradicional, casi entrañable y perfectamente reconocible, eran unos señores que olían a naftalina (los simpatizantes de la visión de la historia de tipo mas marxista olemos más bien a cadáver putrefacto) y que no paran de repetirte una y otra vez la fecha de la batalla de Covadonga o, en su variante nacionalista, la de tal o cual asedio a Barcelona o el día que "les" quitaron "a ellos" sus fueros medievales hace 300 años. Y luego conmovidos por lo anterior lloran de emoción o de pena ante tal hazaña o semejante afrenta que sienten como propia porque entienden que esos señores de hace 300 o 1300 años de los que hablan eran los “suyos”. Y tú no.

Por todo ello tradicionalmente la alteración del pasado por razones emocionales de comodidad/incomodida venía de la derecha.

Hasta ahora.

En los últimos años, ha empezado a pasar algo muy interesante. Empecé a leer sobre ello hace cinco o seis años en relación a universidades estadounidenses donde sucedían cosas... raras. Por ejemplo alumnos superprogresistas que denunciaban a profesores no por ningún acto malsano sino simplemente por explicar en clase cosas que les incomodaban. O directamente por gilipolleces. Este video es de un profesor de Yale que tuvo que renunciar junto con su mujer porque ella escribió un email diciendo que aunque durante Halloween era mejor evitar disfraces que tal vez pudiesen ofender a minorías culturales (fijaros en todas las salvedades que ya incorportaba el mensaje) confiaba en que los estudiantes pudiesen regularse por si mismos de cara a no elegir algo especialmente provocativo. 

                    

Mirad como argumenta el aquelarre de universitarios progresistas y multiculturales. Solo les faltan las antorchas. Mientras tanto la carrera del tipo en cuestión a la basura no por cometer un error esporádico o decir algo que fuese mentira. No, faltaría más. Simplemente por defender las opiniones de su mujer las cuales algunos estudiantes, bajo su particular criterio, consideraban inconvenientes. 

Esto empezó a suceder hace algún tiempo en diversas cátedras de estudios sociales y culturales y pronto llegó a las asignatura de historia. Pero en el último año y medio más o menos ha saltado también a otros ámbitos. Hemos visto esa ola de ¿hipersensibilidad reivindicativa? ¿hipercorrectismo justiciero? ¿postureo para la galería? llegando hace poco al campo de la traducción literaria (el link no tiene desperdicio). Pero me interesan ahora especialmente sus consecuencias en la representación visual del pasado a través de series o películas.

Este es Aquiles en la reciente "Troy: Fall of a City" de la BBC.

Como el pasado es una mierda y lo normal en la historia humana ha sido la violencia, la explotación, la xenofobia, el machismo y las injusticias de todo tipo pues resulta que de un tiempo a esta parte representar el pasado de forma realista se ha vuelto inconveniente para la generación de los ofendidos por antonomasia. Esa gente que ha nacido con la piel tan fina que la mera mención de cualquier abuso les resulta psicológicamente insoportable.

Y este es Zeus. 

Esto tiene varios problemas porque lo primero para resolver las injusticias es identificarlas, nombrarlas, mirarlas directamente y entender su lógica para luego a partir de ese conocimiento proponer soluciones. Mientras que esconderlas bajo la alfombra y hacer como que no existen… bueno, es un procedimiento un tanto raro que nunca relacioné con el pensamiento de izquierdas y que no creo que ayude realmente a hacer lo que deseamos todos, que es eliminar los problemas en la realidad y no solo en nuestras fantasías.

La evolución del dios nórdico Heimdall también tiene tela. 

Aquí en el lucrativo universo cinematográfico de Marvel.

Pero de alguna forma la izquierda postmodernista está asumiendo ideas muy discutibles como que el lenguaje puede modificar por si mismo la realidad. Y de tal forma toda una generación de ofendidos ha decidido borrar el machismo, el racismo, el antisemitismo, la homofobia, la xenofobia y hasta el maltrato animal... de los libros y de las películas y de las conversaciones. Porque así el mundo será un lugar mejor y con el tiempo, de manera un tanto mágica, todo hay que decirlo, el que ellos dejen de mencionar o siquiera pensar en esas cosas... hará que dejen de suceder y desaparezcan del mundo real. 

Es así como una primera ola ha intentado eliminar esas realidades del lenguaje. Y la siguiente ola pretende hacerlo de la representación de la historia a través de su plasmación visual en productos de época. Repito, no se trata de eliminar la injusticia de la realidad cotidiana en el presente (eso es bueno y es lo que queremos todos) sino que se empieza a considerar como un paso necesario para corregir el presente el reescribir cómo se representa la historia en la ficción y esta tendencia ya empieza a ser muy clara por ejemplo en casi todas las series de época producidas en Gran Bretaña en los últimos dos años. 

Trama inclusiva de aristócrata negra en la Inglaterra victoriana en "Sanditon"

La aristocracia británica del periodo según "Los Bridgerton". Para que luego se queje Meghan Markle. 

El Dr. Watson en "The Irregulars". Y ya paro.


   Me temo que estamos ante una tendencia que va a ir en aumento una vez sea plenamente asumida por Hollywood donde ya ha puesto un pie. La idea es que muchos showrunners anglosajones están aceptando ese planteamiento de que a partir de ahora hay que representar el pasado de forma "inclusiva" para evitar problemas en las campañas de márketing. Esto implica incluir variedad racial en el reparto aunque tu serie se ambiente en la Prusia del s. XVIII e inventarte tramas que incluyan historias de relaciones siguiendo tendencias del presente (normalización de la homosexualidad, poliamor, etc.) y empoderamiento femenino, independientemente de la época del pasado que elijas para dar un poco de ambientación. Así evitas que grupos organizados de activistas de esos movimientos, muy beligerantes los últimos años, te organicen un boicot virtual, o simplemente dejen de consumir tu producto. 

Yo personalmente acepto que esto se haga digamos en un 50% de los casos para dar satisfacción a las necesidades del público. O para que actores pertenecientes a determinados grupos tengan suficientes opciones para trabajar. Pero si uno revisa las series anglosajonas (nos guste o no son las que marcan tendencias) producidas en los últimos dos años, entre aquellas dedicadas a tratar sociedades pretéritas se atisba una tendencia preocupante. La representación "de época" donde se coge una ambientación con vestidos y edificios antiguos pero para contar lo-que-me-da-la-gana, aunque no tenga lógica alguna o conexión con el contexto histórico que se escoge como envoltorio, se está convirtiendo cada vez en algo más y más habitual. 

Es como si representar de forma fidedigna el pasado (o al menos buscar el mayor grado de veracidad que se pueda lograr) empezase a ser considerado directamente inconveniente. Y no por las tradicionales razones esgrimidas por la derecha (demasiada autocrítica, desmitificación del héroe, etc....), sino por un nuevo tipo de queja que viene de generaciones jóvenes, de estudiantes universitarios, de mujeres con puestos directivos bien remunerados, de sectores tradicionalmente progresistas en teoría, pero que ahora entienden el progresismo de un modo un tanto extraño: no me da la gana de saber la verdad porque la verdad no me hace sentir bien conmigo mismo. 

En otras palabras, las nuevas generaciones progresistas han llegado a converger en cierta forma con las viejas generaciones conservadoras: solo quieren visualizar o escuchar aquello que confirma sus puntos de vista y nada más. Un auténtico error porque una de las bases de su tradicional superioridad moral era el hecho de que la izquierda y el progresismo en general habían sido siempre mucho más autocríticos que el pensamiento conservador de derechas, esencialmente chauvinista por definición. 

Esto que os puede parecer una tontería va a tener consecuencias, por ejemplo para los escolares. Para ellos cada vez será más difícil identificar diferencias entre el presente y el pasado ya que, para empezar, las nuevas generaciones han dejado de lado el papel (aceptémoslo) porque son una generación esencialmente audiovisual que añade información a su cerebro a través de videos. Y como pasarán décadas hasta que todo el saber que hay ahora mismo concentrado en papel llegue al formato audiovisual, están cada vez más expuestos a formarse sus ideas sobre el pasado en base a las escasas representaciones de ese pasado supuestamente lejano que pueden ver en las películas y series recientes (como se ha dado un auténtico salto tecnológico pero también conceptual durante los últimos años, para un escolar actual ver una película histórica de hace más de veinte o treinta años es, literalmente, del siglo pasado, y supone contemplar un material aburrido, lento e incomprensible en su propio lenguaje expresivo y su ritmo narrativo, algo similar a ver cine mudo para nosotros). Pero como os intento explicar los productos recientes en cambio hacen enormes esfuerzos para asimilar el pasado al presente y reducir las diferencias entre épocas a poco más que los ropajes y los edificios ante la obsesión de moda por eliminar selectivamente toda alusión a cosas que pudieran o pudiesen resultar inconvenientes a ojos de los nuevos movimientos sociales de nuestro tiempo.

Lo anterior, me temo, lejos de volver a nuestros jóvenes mejores personas simplemente los hace más acríticos y más vulnerables a la manipulación política. Cada vez me encuentro a más estudiantes que tienen enormes problemas para establecer razonamientos de tipo causa -> consecuencia, porque para empezar no tienen en su cabeza unos criterios básicos de qué ocurrió antes, qué ocurrió después y cuales eran las diferencias entre esas dos épocas. Y a partir de ahí son incapaces de formular hipótesis sobre las razones de problemas históricos en tanto que les resulta muy dificil secuenciar una cadena de eventos, es como si en su cabeza todo estuviera superpuesto y sucediera al mismo tiempo. O como si todo fuese siempre básicamente igual y no supieran identificar claramente diferencias entre periodos, o al menos las diferencias verdaderamente importantes. ¿Que esto que digo es imposible porque son cosas de cajón? Haceos profesores, quitad por un momento la mirada de los grupos de estudiantes competentes o los hijos de padres con estudios universitarios, coged a un grupo de estudiantes con problemas procedentes de familias de baja estracción social... y luego lo hablamos otra vez. 

      
Por no centrarme solo en la cuestión racial. En "Vikings", a medida que a los guionistas se les fue la olla con el éxito, aprendemos que entre los nórdicos abundaban las mujeres sexualmente liberadas con habilidades de combate comparables cuando no superiores a cualquier representante de la clase guerrera heteropatriarcal. Y ya de paso las escenas sexuales suben la audiencia, no nos engañemos sobre los progresistas motivos de los productores. 

Hay muchas cosas que discutir sobre esto que está pasando, aunque como no quiero imponer mi opinión os doy la oportunidad a través de los comentarios de machacarme por políticamente incorrecto.

Antes de pasar a ello no obstante debo clarificar algo. Considero algo cualitativamente diferente a todo esto el tomar decisiones por ejemplo sobre a qué personas se rinde homenaje en el presente a través de la toponimia o monumentos públicos. La revisión de algo así me parece correcta porque toda sociedad puede elegir qué valores del pasado quiere escoger de cara a promoverlos y homenajearlos en el presente. Nada como sociedad nos obliga a dedicar días festivos, o partes del callejero, o estatuas, a figuras históricas que hoy sabemos que no comulgan con valores que consideramos justos. Eso no implica falsear la historia. Al contrario presupone de partida un esfuerzo por analizarla, conocerla y recordarla tal y como fue. A fin de cuentas el renunciar a recordar determinados eventos o realidades del pasado simplemente porque nos resultan incómodas ha sido siempre algo que ha servido precisamente a los intereses de los herederos de esos personajes oscuros.

En cambio me parece preocupante a la hora de analizar la forma de pensar de un cierto sector digamos "pijo" dentro de la izquierda actual, sector que me temo cada vez pesa más dentro del pensamiento "progre" del presente, el que estén dispuestos a eliminar de las representaciones del pasado las diferencias raciales o de género, la homofobia, el desprecio a los extranjeros, que los nuevos creadores estén casi obligados a imaginar un pasado donde nadie fuma, o tiene mala higiene dental, o no se depila, o le da una patada a un perro, no hablemos ya de una bofetada a un niño… pero, ey, las diferencias sociales esas no son algo que nos incomode tanto. De hecho no hay problemas con las tramas donde se muestran enormes diferencias entre ricos y pobres presentadas como algo natural, o algo consustancial a la existencia, algo unicamente relacionado con diferencias en el "talento", nadie parece querer criticar en Twitter que eso sea un problema o señalar que rara vez se ahonda en un análisis de las causas profundas de tal disparidad. Mucho menos señalar el lavado de imagen enorme que se está haciendo a varias casas reales los últimos años a través de producciones de tipo "histórico". En el plano de los productos de ficción lo importante parece ser asegurarse de que algún que otra incómoda diferencia de rango y capacidad adquisitiva de bienes y servicios entre personas sea el marco en el que se narre una historia de poliamor, o quizás la más clásica historia de alguna chica pobre que se enamora de un chico rico, o lo contrario, y quizás hasta cantan y al final formalizan su relación entre iguales de manera laica, heteronormativa y respetuosa con el medio ambiente. Porque las diferencias en su capacidad de ahorro nunca han significado barreras más importantes que las marcadas por la sexualidad o el grupo étnico o directamente la identificación de grupo a título individual. Así que lo importante es que en la pantalla se respeten sus preferencias veganas sin dejarse influir por prejuicios raciales. Esas cosas son las que de verdad cuentan y por ello son las que potencialmente nos podrían ofender. Lo de que haya gente que acumula miles o millones de veces el volumen de bienes del que disponen otras personas, eso no. Eso es algo normal y no vamos a reflexionar mucho sobre ello, lo importante es transmitir las emociones interiores de los protagonistas y que estas vayan en consonancia con los consensos de opinión actuales en las redes sociales. 

Interesante.

Muy interesante.


Bonus. Si tiene que haber dioses nórdicos negros y poderosas mujeres guerreras vikingas, para no caer en el racismo y la exclusión, ¿por qué coño los soldados y líderes de Wakanda son todos negros? ¿no es eso también racismo pero a la inversa? ¿por qué no puede haber dioses congoleños pelirrojos o de aspecto balcánico? ¿o más villanos terroristas de nacionalidad estadounidense? ¿por qué nadie se queja de que en las películas sobre el Holocausto apenas aparecen gitanos? ¿y por qué no se dan casi nunca papeles de judíos a actores palestinos? ¿o maoríes? ¿o japoneses? ¿sería legítimo rodar una teleserie turca sobre el período otomano con actores chinos?