sábado, 21 de abril de 2018

El catálogo de Aristófanes


- Estoy en una misión de civilizar. Soy Don Quijote.
- No, ¡yo soy Don Quijote¡.
- ¿Has leído siquiera el “Don Quijote”?
- En el francés original.
- Fue escrito en español.
- No mi copia. ¿Debería haberlo leído en español?.
- Deberías haberlo leído en inglés.

(“The Newsroom”, cuarto episodio de la primera temporada) 

         
    

Cuando la dinastía ptolemaica instaurada en Egipto tras la muerte de Alejandro Magno impulsó la creación de una gran institución cultural en Alejandría lo hizo en busca de prestigio y como una forma de promover la cultura griega en la región, lo que en último término redundaba en mayor legitimidad para su propio linaje (de origen griego).

La institución subsiguiente fue llamada Mouseion “Museo” por estar bajo la protección de las Musas y consistía en un centro de investigación y enseñanza, casi comparable a una Universidad actual, en el que residían importantes sabios del período, algunos de forma permanente y otros sólo hasta completar su aprendizaje.

Como no podía ser de otra forma ese "Museo" contaba con algo parecido a lo que nosotros llamamos “biblioteca”, formada en su caso por varias estancias donde se almacenaban múltiples volúmenes. Ahora bien, cuando los griegos hablaban de “volúmenes” estos no eran tal y como nosotros entendemos ese concepto, ya que se referían a rollos de papiro. Cada uno de esos rollos equivalía a unas 60 o 70 páginas mecanografiadas actuales por lo que una obra o “libro” estaba compuesta en realidad de un número variable de esos rollos de papiro.

Podemos imaginar por tanto que a medida que la colección de obras en manos de esa institución crecía el espacio necesario para almacenar todos esos rollos también aumentó hasta el punto de que fue necesario habilitar un segundo lugar de almacenamiento de "libros", es decir una segunda "biblioteca", en otro edificio separado de las estancias del "Museo" y ubicado en una parte distinta de la ciudad. Ese edificio fue el Serapeion, donde más bien se guardaban rollos consistentes en copias para consulta pública, a diferencia de la “biblioteca madre” que en principio solo estaba disponible para los sabios y estudiantes del "Museo" y contenía los originales y las copias de más valor.

  En cualquier caso el conjunto de ambas bibliotecas separadas pero relacionadas entre sí y en el fondo meros departamentos de una institución más amplia es lo que se conoce como la mítica “Biblioteca de Alejandría”. 

Los fondos manejados por dicha institución llegaron a ser docenas de miles de obras de todas las temáticas y autores, fijadas por escrito en cientos de miles de rollos de papiro que a su vez se almacenaban en cestos, vasijas, armarios así como nichos y estantes habilitados en las paredes (y llamados bibliotheke; de ahí el nombre posterior que se generalizó para todo el conjunto) dispersos por varias habitaciones y almacenes.

Tal es así que llegado un punto los responsables del "Museo" se vieron enfrentados a la tarea de intentar organizar ese caos. De cara a ello inicialmente se siguió el criterio que había implantado Aristóteles en su Lykeion dividiendo los fondos según materias o synodos. Pero claro pronto la cantidad de rollos que albergaba Alejandría superó con mucho los que alguna vez formaron parte del famoso "Liceo". De hecho en el año 287 a.n.e. un discípulo de Aristóteles llamado Neleo vendió en bloque a la propia institución alejandrina todos los libros acumulados en su día por su difunto maestro.

Debido a ello Zenódoto de Éfeso, el primer bibliotecario jefe de Alejandría, ayudado por el poeta Calímaco quien luego sería su sucesor en el cargo, afrontó la tarea de intentar una catalogación más o menos minuciosa de los papiros en manos de su institución usando un nuevo enfoque. La idea parece que se le ocurrió en realidad a Calímaco el cual abogó por fijar en unas tablillas (llamadas Pinakes en griego) la primera bibliografía temática exhaustiva en la historia. En otras palabras se redactó un listado de autores en orden alfabético divididos por materias y junto a cada autor se enumeraban sus obras.

sábado, 7 de abril de 2018

El topo



Me atormenta un eterno anhelo por cosas remotasansío navegar mares prohibidos.

Herman Melville, “Moby Dick”




James Mellaart fue un arqueólogo británico de origen holandés nacido en 1925 y muerto en 2012. Su historia empezó de una forma clásica: de niño quedó fascinado por las civilizaciones antiguas el día que su tío le regaló, por su once cumpleaños, un libro sobre el antiguo Egipto. Pronto el chaval aprendió precisamente egipcio antiguo así como griego antiguo y latín a la vez que demostraba poseer un sorprendente sexto sentido para hallar restos del pasado. Por ejemplo en una ocasión, mientras viajaba con su familia por la campiña inglesa, encontró un broche de la Edad de Hierro y, años después, durante un viaje a Chipre, dio con varias piezas de bronce micénico. Por ello no sorprendió a nadie cuando en 1947 empezó a estudiar Historia Antigua y Egiptología en Londres. Se graduó cuatro años más tarde y en uno de sus primeros trabajos como arqueólogo, en un viaje a Jericó, encontró una tumba antigua intacta.

Puede decirse que tenía un don. Y sin embargo ya por entonces empezó a mostrar un carácter impulsivo y problemas para seguir las convenciones de la arqueología científica. La pasión de Mellaart era desenterrar cosas, encontrar joyas, restos de edificaciones y ajuares, y hacerlo cuanto antes mejor. Lo suyo no era excavar pacientemente durante años un par de metros cuadrados de terreno para encontrar restos de semillas o algunos trozos de vasijas sin importancia. 

Con todo, en los años cincuenta, empezó a familiarizarse con la escritura luvita y puso su atención en la Península de Anatolia lo que le iba a proporcionar inesperadas satisfacciones. Primero realizó grandes hallazgos de estatuillas primitivas de la Edad del Cobre en el sitio de Hacilar y más tarde, en 1958, llegó el premio gordo con el descubrimiento del sitio de Catalhöyük, un emplazamiento clave a nivel mundial para conocer el tránsito hacia el Neolítico entre los años 7.500 y 5.500 a.n.e.

Para poneros en situación, en dicho asentamiento aparecieron entre otras cosas lo que en su día fueron los primeros restos de producción de textiles elaborados, también algunos de los más tempranos vestigios de cerámica, de domesticación de ganado y de pinturas en paredes de edificaciones (no en muros de piedra naturales como había sido común en el arte anterior a esos momentos). En su día Catalhöyük fue ya algo muy parecido a un asentamiento urbano, milenios antes de las más antiguas ciudades-estado de Mesopotamia. De tal forma las publicaciones del propio Mellaart y su equipo abrieron el camino para las modernas teorías sobre los cambios en las sociedades humanas durante la transición hacia el Neolítico.

Mellaart se había transformado en una estrella de la arqueología.

Y justo en ese momento se vio implicado en un asunto bastante extraño.