En eso consiste ser protestante. Eso es la
Iglesia para mí. Eso es la Iglesia para cualquiera que respete al individuo y
el derecho del individuo a decidir por sí mismo o misma. Cuando Martín Lutero
clavó su protesta en la puerta de una Iglesia en 1517 tal vez no fuera
consciente del significado de lo que estaba haciendo pero cuatrocientos años
más tarde y gracias a él puedo ponerme lo que me dé la gana en mi pilila. Y el
protestantismo no se limita al simple condón, no, incluso puedo usar
preservativos que hacen cosquillas.
Monty Python, “El sentido de la vida”
Como sabemos el
estilo artístico que hoy denominamos Renacimiento se gestó en el Norte de
Italia en el s. XV. Ahora bien, el arte es estética, desde luego, pero -y esto lo he intentado explicar aquí muchas veces- en otro tiempo el arte era también, ante todo,
una herramienta del poder. Así que, tras una fructífera primera etapa de
experimentación que tuvo como centro Florencia, el potencial propagandístico de
dicho movimiento tardó poco en ser percibido por una entidad política aún más
poderosa que la República de Florencia, en concreto el Papado. Por eso en una segunda fase, que se desarrolló sobre todo durante el primer tercio del s. XVI, el epicentro del Renacimiento
italiano se desplazó a la ciudad de Roma y sus principales artistas se pusieron al
servicio de la Iglesia.
Pero hemos de tener en cuenta que, además de ser algo hermoso y útil para la propaganda, el Arte, como casi todo lo superfluo, tiene la
característica de ser caro. Obscenamente caro. Y en torno a 1515 en Roma
gobernaba León X (Giovanni di Lorenzo, segundo hijo del famoso Lorenzo el Magnífico) un Papa siempre necesitado de dinero. En consecuencia, de cara a financiar la reconstrucción de la Basílica de San Pedro, dicho
Papa se vio obligado a realizar un funesto pacto de negocios con Alberto de Brandenburgo, en aquel entonces Arzobispo de Maguncia, en territorios de la actual Alemania.
Alberto se había
hecho poco antes con el control de ese importante arzobispado pero sin tener la edad preceptiva para ello y cuando además desempeñaba simultáneamente
la dignidad de arzobispo de Magdeburgo, debido a todo lo cual necesitaba la dispensa
Papal para ejercer su nuevo cargo. Asimismo Alberto se hallaba fuertemente
endeudado con la familia Fugger, los cuales habían financiado los sobornos
necesarios para su fulgurante ascenso en la jerarquía eclesiástica. Razón por
la que también estaba muy necesitado de ingresos. En suma él y el
Papa León X, inmerso como estaba en similares problemas financieros, estaban llamados a entenderse. Así el Papa autorizó la venta de indulgencias (es decir documentos oficiales
prometiendo el perdón de pecados a cambio de dinero) en las ricas y pobladas
tierras bajo la influencia de Alberto a cambio de repartirse los ingresos que
éstas eventualmente generarían. Hay que tener en cuenta que el procedimiento de la venta de
indulgencias era algo un tanto irregular, incluso para aquellos tiempos, razón por la que la posibilidad de llevar tales transacciones a cabo lejos de Italia parecía una buena idea para el Santo Padre. Quizás esperaba
así minimizar los riesgos de recurrir a dicha cuestionable estrategia cuya único propósito era la posibilidad de proporcionar a la Iglesia grandes cantidades de dinero de forma rápida, algo que tanto Alberto como León precisaban en aquel momento.