domingo, 23 de marzo de 2014

Hombre rico, hombre pobre


  La Providencia creó a los maharajás para ofrecer un espectáculo a la Humanidad.
      
                  Rudyard Kipling




     Rajá y maharajá, son palabras que significan “rey” y “gran rey” respectivamente puesto que eso –rey- que es lo que significa la palabra rajá a secas en sanscrito. De hecho es un término que al parecer deriva a su vez del sustantivo raj, el cual viene a expresar algo así como “soberanía” o “reino”.  

 Esas palabras nos resultan conocidas en tanto que sirvieron para denominar una serie de títulos nobiliarios en el mundo hindú y, llegada la época contemporánea, la palabra Raj pasó a denominar en sí misma a la administración colonial británica en las zonas de lo que hoy son la India, Pakistán, Bangladés, parte de Myanmar (así como diversas islas próximas y algunas otras zonas limítrofes tierra adentro, en la zona del Himalaya).  

El caso es que esa India colonial y británica solo se encontraba ocupada y controlada de facto por los británicos en más o menos un 60% de su extensión. Manteniéndose el 40% restante del territorio (que en el  mapa de al lado aparece en amarillo) en manos de los príncipes nativos, los rajás y maharajás (y algunos otros títulos con nombres diferentes en el caso de los gobernantes musulmanes locales). Ellos eran quienes se encontraban a la cabeza de algo más de 550 señoríos feudales semiautónomos pero nominalmente sometidos al dominio británico que daban forma a la India en manos británicas, la "Joya de la Corona". Por supuesto las diferencias de poder entre esos reyezuelos podían ser muy grandes. Por ejemplo el nizam de Hyderabad regía de facto los destinos de un territorio mayor que muchos países de Europa mientras que algunos rajás gobernaban sobre territorios bastante pequeños y pobres equivalentes más o menos a lo que sería un municipio actual. 

    En todo caso los maharajás conservaban una posición preeminente en el sistema colonial porque, a fin de cuentas, eran útiles, no causaban problemas y ayudaban a mantener controlada a parte de la inmensa población de la colonia, sobre todo en zonas pobres, selváticas o montañosas del interior y el Norte de la India. La administración del Raj podía así minimizar las guarniciones de soldados en esos territorios y concentrar su presencia en las grandes ciudades y la costa. A cambio de esa colaboración, el gobierno colonial británico no se entrometía demasiado en los asuntos de los maharajás y los dejaba actuar como dueños y señores dentro de sus dominios hereditarios siempre y cuando aceptasen integrar sus tierras en un sistema aduanero y judicial más o menos común y renunciasen, eso sí, a toda prerrogativa diplomática o militar, funciones que eran asumidas en exclusiva por el Gobierno británico para toda la India en su conjunto.  

En relación con lo anterior, lo primero que me interesa resaltar es que los británicos jamás habrían podido sojuzgar a cientos de millones de indios con la relativa facilidad que lo  hicieron (las tropas coloniales en la zona nunca fueron particularmente numerosas salvo en la época de la rebelión de los cipayos en 1857) sin la activa colaboración de la práctica totalidad de esos dignos ancestros de los políticos autonómicos de nuestra era. Clasistas, reaccionarios, en muchos casos ridículos pavos reales con ínfulas, tiranos megalomaníacos en otros casos y casi siempre enfrentados entre sí y miedosos de que una revuelta de la sometida y empobrecida población no solo expulsase a los ingleses sino que los expulsase a ellos también del poder, los maharajás acabaron por considerar el dominio colonial británico como un mal menor e incluso como algo conveniente para todos y se convirtieron en los grandes valedores del mismo, en ocasiones casi con más entusiasmo que los propios británicos.  

De hecho el trabajo de aculturación y división realizado por los británicos sobre las élites locales tuvo magníficos resultados. Los hijos de dichas élites se educaban en internados ingleses o a través de institutrices y profesores británicos y a través de todo ello aprendían el gusto por el polo, el cricket o las formas de ocio y vestimenta occidentales. Consiguientemente al cabo de un tiempo esa clase dirigente nativa se sentía bastante más próxima a las élites coloniales europeas que a sus propios compatriotas integrantes de la población sometida, gentes cuyas preocupaciones y sufrimientos ni comprendían ni les importaban en la mayoría de los casos. Además como digo los británicos fomentaban las rivalidades estériles entre sijs, musulmanes e hindúes, entre principados con rencillas fronterizas, diferentes grupos étnicos o lenguas y ante todo la competencia feroz entre los distintos maharajás por cosas tan ridículas como lograr ser honrado con más salvas de cañonazos que otro maharajá rival en determinadas recepciones oficiales. Debido al éxito de esta política de aculturación y división, tras varias generaciones de dominio británico, los maharajás estaban totalmente obsesionados con competir entre sí para lograr destacar a ojos de sus dominadores y ser el que más o mejores criados y palacios poseyese o el que organizase las celebraciones o las cacerías más fastuosas. Su vida, sus aspiraciones y el empleo de sus inmensas fortunas se reducían normalmente a eso sin que -salvo honrosas excepciones puntuales- les interesase lo más mínimo ningún proyecto político o económico mediante el que mejorar la vida de sus súbditos. 

Todo este aparato de dominio a través del “poder blando” y la sutileza orquestado por la dominación colonial se completaba a su vez con un rasgo a mi modo de ver poco estudiado de la política colonial británica.  

Acháquenlo a que soy un tipo retorcido y sospechoso pero me resulta intrigante que existan tantos trabajos relativos a dilucidar la implicación de Stalin en la hambruna ucraniana, la de Mao en la hambruna que siguió al desastroso intento de Gran Salto Adelante… y sin embargo se tiren balones fuera en lo tocante a los “colapsos humanitarios” extrañamente habituales en las posesiones coloniales británicas de la era victoriana. En Europa se ha discutido mucho el caso irlandés y su atribución o no a la pura fatalidad. Pero es que por ejemplo en la India británica el hambre tenía una presencia constante que (casi) haría palidecer al actual dictador norcoreano.  

Solo en el s. XIX se documentan unos 25 brotes de hambruna producidos en la India y, de hecho, dichos colapsos siguieron existiendo con machacona regularidad hasta el último momento de la dominación inglesa en la zona. El número de muertos debido a ellos es incalculable, superior a los 20 o 25 millones seguramente. Fijaos por ejemplo en estas fotos tomadas por un teniente del ejército británico estacionado en Madrás (actual Chennai) en los años 76-78.


Obviamente la historiografía anglosajona siempre ha mantenido que esos sucesos fueron casualidades, resultado de problemas climatológicos y, en última instancia, producto de que el régimen colonial británico en el fondo no controlaba todo el territorio y estas cosas se les escapaban. 

Por eso, más allá de que los británicos no desencadenasen de forma completamente premeditada estos desastres o tuviesen los medios para paliarlos una vez que alcanzaban una determinada escala, no deja de ser interesante la mirada sobre las grandes hambrunas lanzada precisamente por un premio Nobel de Economía indio, Amartya Sen, alertando sobre como los mecanismos de muchas grandes hambrunas no suelen tener tanto que ver con el clima o la escasez de posibilidades productivas propiamente dichas como con la desigual distribución de la renta o los procesos especulativos.

   En ese sentido no ofrece ninguna duda que los británicos causaron graves quebrantos a la India cuando por intereses comerciales propios reemplazaron masivamente con té, algodón y opio los cultivos de subsistencia tradicionales. Esos nuevos productos eran más rentables de cara la exportación, pero no servían para comer. De la misma forma también colaboraron a generar problemas las restricciones en el comercio interno, los altos impuestos instaurados por las autoridades coloniales, o la exportación sistemática de productos agrícolas desde la misma hacia Inglaterra. Se trataba  antes que nada de obtener rentabilidad de la colonia y si acaso suministrar a la metrópoli, aún a costa de desabastecimientos periódicos en las subsistencias para las clases populares indias o del empobrecimiento de las mismas. De  hecho los británicos también boicotearon la incipiente industria textil india -sobre todo en zonas como Bengala- hasta acabar con ella, ya que hacía competencia a los tejidos producidos en Inglaterra; el resultado fue la pauperización del artesanado indio en muchas zonas urbanas antes prósperas.   

  Finalmente no deja de resultar sospechoso que muchas de las grandes hambrunas indias coincidiesen más o menos con momentos en que esas catástrofes de alguna manera convenían a los intereses británicos al debilitar toda posible resistencia interna en momentos críticos donde los ingleses no podían contar con demasiadas tropas en la zona. Así se documentan hambrunas en los años posteriores a la revuelta de los cipayos, los años de las guerras en Afganistán o la Iª Guerra Mundial y también los años clave de la IIª Guerra Mundial con el ejército japonés avanzando por Birmania hacia las fronteras de una India donde el movimiento independentista era cada vez más fuerte. Por ejemplo, en el último caso citado resultó que de repente en esa tesitura se murieron de hambre más de 3 millones de hindúes, lo que más que agrabar la situació sirvió para aplacar los ánimos en la zona, al menos hasta el fin de la guerra.  

Pero ya digo que soy una persona que a veces se pasa de suspicaz y además la entrada de hoy no va sobre esto. Me limito a arrojar la piedrecita.  

Al final lo que me interesa contaros hoy es algo más simple y anecdótico: que a lo largo del s. XIX y principios del XX los maharajás se convirtieron en el equivalente a lo que son los jeques petroleros árabes en la actualidad. O sea unos hipócritas que viven según criterios esencialmente occidentales, pero luego de cara a las apariencias en sus dominios defienden políticas retrógradas, machistas e insensibles al bienestar de parte de su propia población y sobre todo al de los trabajadores semiesclavos que les construyen sus delirios. Sinvergüenzas privilegiados que dada su riqueza y el gusto a gastarla engrasando voluntades son descritos en todo caso como “excéntricos”. Luego aunque actúan como déspotas con sus súbditos son a la vez los mejores aliados y lacayos de la potencia dominante de turno. Bueno pues por todos esos rasgos, pero sobre todo por su “excentricidad”, pasaron a la historia los maharajás indios. Veamos algunos chismes sobre sus extravagancias.   

Para empezar, en lo que toca a España, nosotros aportamos nuestro granito de arena cuando en 1908 el maharajá de Kapurthala, al acudir a la boda de Alfonso XIII en Madrid, se enamoró de una joven cupletista malagueña de 18 años llamada Anita Delgado con la que se casó. Valle-Inclán hizo de celestina escribiendo algunas cartas de amor de la joven a su enamorado porque ella era medio analfabeta. En cualquier caso el maharajá se divorció de Anita en 1925 después de descubrir que la malagueña lo engañaba con uno de sus numerosos hijos procedente del matrimonio con otra mujer. 

De todas formas, a mi ese tipo de anécdotas no me interesan tanto. Me resulta más interesante en cambio apuntar que uno de los sucesivos maharajás de Alwar era un activo pederasta, aunque fue depuesto por los británicos no por esa pequeñez sino por provocar un incendio masivo después de que su poni favorito perdiese una carrera (y luego hablan de Nerón, que era un santo en comparación). O que el maharajá de Junagadh era una gran persona y por eso tenía en su palacio alojados varios cientos de perros cada uno de los cuales poseía su propio sirviente personal. Por su parte el nizam de Hyderabad antes mencionado gastaba ingentes cantidades en joyas y usaba un diamante de casi 200 kilates de pisapapeles en su despacho. Y el maharajá Bharatpur pasó a la historia por comprar todos los Rolls-Royce de un concesionario de coches y usarlos como camiones de la basura en su dominio (aunque la repetición de esta anécdota atribuyéndola a otros maharajás distintos lleva a pensar que pudo ser un hoax de la época).  

Sin embargo lo que está bien documentado, sobre todo en lo tocante a amor por las joyas, es el comportamiento del maharajá Buphindar Singh de Patiala ya en pleno s. XX. Buphindar –esencialmente para dar envidia a un vecino suyo- encargó a la firma Cartier el mayor collar de diamantes que jamás ha existido compuesto por 2.930 diamantes encabezados por uno de 234 kilates. Para su hijo favorito compró luego otro collar de “solo” 61 diamantes”. Y dije hijo favorito porque Buphindar era excesivo no solo en cuestiones relativas a la joyería. En su garaje acumulada unos 200 Rolls Royce con sus respectivos chóferes, su palacio tenía más de 500 habitaciones y tuvo 88 hijos reconocidos. Todo eso pese a gobernar un territorio prácticamente en bancarrota que él llevó a la bancarrota completa, claro que las pequeñeces contables nunca han detenido a un gobernante que se precie. En la wikipedia, eso sí, pone que "trabajó incansablemente por el bienestar de sus súbditos". Es lo que hay. A la gente le gusta Downton Abbey (a mi también, lo confieso).

Lo mejor es que todo esto pasaba delante de los ojos de una población que vivía mayoritariamente en la miseria y, como he explicado, cada cierto número de años sufría en silencio los efectos de alguna hambruna masiva.  

     Seguro, eso sí, que en la época la mayoría de la población criticaba estas cosas en la intimidad de sus chozas (y eso que no había Twitter ni Facebook), un poco como los cotilleos que hoy nos contamos de los actos más indecentes de ostentación realizados por futbolistas, rockeros, políticos corruptos y brokers bursátiles. Pero en su momento nadie hizo nada al respecto. Tal vez no había nada que hacer. El porqué desde luego es un debate que excede las pretensiones de esta entrada.

Yo por mi parte voy a seguir dedicando entradas en este blog a recuperar fotografías de cierta calidad procedentes del período 1850-1914. Mi idea, entre otras cosas, es dejar un buen testimonio gráfico de cómo era el mundo en aquella época. O gran parte de él. En ese sentido voy a dedicar varias entradas más a la India británica que es un verdadero festín.  Así pues este va a ser solo un primer acercamiento a esa exótica India del Raj y además intentaré dibujar también como eran zonas tan sugerentes el Nepal, Afganistán o la Birmania de la época. 

Por ahora he revisado unas 6.000 fotografías de las que tengo acumuladas procedentes de bases de datos anglosajonas esencialmente. Eso que puede parecer mucho es apenas una gota en el océano (solo el fondo on-line “Asia-Pacífico” acumulado por la British Library contiene 15.000 imágenes) pero me ha dado para seleccionar un grupito de unas 80 fotografías. El grueso de las mismas abarca esencialmente el período 1860-1880. De hecho la mayoría son posteriores a la rebelión de los cipayos en 1857 y a la vez  anteriores al corte brusco que de alguna forma supone la coronación simbólica de la reina Victoria como Emperatriz de la India en 1877.   

El tema de fondo de las fotografías de hoy es algo en la línea de lo ya comentado. Me llama mucho la atención el choque entre el lujo de los retratos de grupo y posados de las élites del período (de sus hijos o de los comerciantes y banqueros locales que les hacían de secuaces, vasallos y testaferros; de sus carruajes o de sus elefantes engalanados) por oposición a la miseria que reflejan las fotografías más espontáneas de la gente de la calle a la que vemos realizando sus oficios en el bazar o en sus casas (y eso que los fotógrafos de la época no tenían un particular interés por retratar este tipo de situaciones, al contrario).  

Por ejemplo este chaval tan majo era un maharajá de Mysore con sus hermanos.

 

Estos señores representan el siguiente escalón de la pirámide; son en concreto unos banqueros locales de Delhi en 1863.

 

En cambio esta gente de debajo no tiene pinta de ser de buena posición social. Y lo cierto es que el suyo es el grupo más numerosos en el período. Con diferencia.

 

Bueno pues que sepáis que dentro de un siglo o dos también vosotros (y yo) seremos objeto de atención por parte de los bloggers del futuro (de muy pocos de ellos eso sí porque para entonces seguro que los hologramas de gatitos y el porno con calamares lo coparán todo). Esos escasos bloggers bucearán en el material gráfico superviviente de nuestro tiempo y nos mirarán como nosotros miramos a toda esta gente ya desaparecida junto con su mundo que nos resulta tan lejano y desconocido.  Supongo que una de las cosas que esos bloggers del futuro se preguntarán, al mirar el ingente número de fotografías que les estamos dejando, es de qué cojones nos reíamos todo el rato.

En el caso que nos atañe, de paso que vais viendo las fotografías, me gustaría que recordaseis las divertidas anécdotas que os he expuesto anteriormente sobre el despilfarro realizado por algunos de los señores mejor vestidos que vais a ver. Y además os propongo que os preguntéis si en nuestro presente, en el mundo actual en el que vivís, nosotros formamos parte del grupo de los privilegiados que posan para la posteridad o bien del grupo de los "curritos" resignados que simplemente miran a la cámara.  Porque al final en este mundo o eres un Gori, o eres un Fraguel, o Curri te quedas. No hay mucho más. 

Eso era todo. Por de pronto entreteneos pensando en ello y de paso observando cosas curiosas como ese templo “portátil” que aparece en la primera fotografía o, en la siguiente, un sistema de irrigación fotografiado en Pakistán a finales del s. XIX y que básicamente es el mismo método que ya usaban en Irán durante la Alta Edad Media.  



5 comentarios:

  1. Va a ser que espiritualidad oriental y las bondades morales de las religiones politeístas son mentira, ¿no? Madre del amor hermoso. El Mundo es un cráter humeante de veneno y radiación ioniante. No hay nada bueno en él.

    Un hombre bueno. Señaladme un hombre bueno y no arrasaré Sodoma.

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  2. fe de erratas: entre que y espiritualidad va un la. Donde pone ioniante debe poner ionizante.

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  3. Espiritualidad y bondad moral, es una cualidad de las personas, no de las religiones. En este caso, religiones implantadas a punta de espada, sangre y fuego, por castas superiores que desde hace miles de años, y asún hoy mismo, aplastan la dignidad humana de los vencidos todo lo que pueden. Y si no lo hacen aún más, es porque no pueden o no han encontrado la manera de hacerlo. Igual que en Europa las muy espirituales e imbuidas de bondad moral personas que vivieron en los siglos XVI, XVII, etc, se mataron unas a otras por considerarse así mismas más auténticamente espirituales y llenas de bondad moral que "los otros".

    Así que, aunque sin duda las religiones hinduístas tendrán sus puntos buenos, también sus puntos negativos. Pero sobre todo, esos puntos buenos y malos son aplicados (o no) por las personas que profesan esas religiones.

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  4. Son las personas las que matan, y no las armas. ¿Eso quieres decir?...

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  5. Si comparas religiones con armas, las personas matan con armas. Y también sin ellas.

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