¿Sabes
lo que son los números primos?, porque si no lo sabes deberías marcharte de aquí
ahora mismo.
"La habitación de Fermat"
Hace unos días me encontraba en
Italia y unos amigos me invitaron a una fiesta celebrada en el magnífico ático que
tienen en Roma. Allí charlando en la terraza del mismo, mientras disfrutábamos de
un impagable atardecer romano con los restos del Coliseo al fondo, me contaron
la historia de la “Puerta Mágica” o “Puerta Alchemica”.
Según
la leyenda cierto día, a mediados del s. XVII, en el
palacio que un tal Marqués de Palombara poseía en la misma ciudad de Roma se presentó un alquimista solicitando ser recibido en audiencia. Lo cierto es que dicho marqués de Palombara poseía
también ciertos conocimientos de alquimia, disciplina a la que era aficionado como también lo
eran en aquel tiempo muchos otros prohombres de los que por entonces frecuentaban
el círculo de la reina Cristina de Suecia (la cual vivió exiliada en Roma tras
renunciar al trono de su país); y debido a todo ello el marqués poseía en su palacio
romano un embrionario laboratorio bien surtido. Pues bien, poder usar dicho laboratorio
era lo que el desconocido recién llegado solicitó, asegurando que se hallaba embarcado
en la supuesta búsqueda (cómo no) de la Piedra Filosofal y en aquel momento precisaba
de los medios que tenía a su disposición el marqués.
Aunque
en primera instancia nadie en el palacio se creyó aquella fanfarronada, sea por curiosidad, hospitalidad o por
lo que sea, el marqués accedió finalmente a permitir que su enigmático huésped usase su
laboratorio. Poco después el misterioso alquimista desconocido se encerró en el susodicho laboratorio y pasó allí una
noche entera trabajando. Al día siguiente por la mañana cuando los habitantes
de la villa se acercaron al laboratorio se encontraron con el extraño personaje
se había marchado o había simplemente desaparecido, aunque no sin dejar tras de
sí algunos restos de oro y una página garabateada con extraños símbolos
indescifrables.
Desde ese momento el marqués de
Palombara intuyó que, por increible que pareciera, su huésped había dicho la verdad en cuanto a sus
intenciones y, por tanto, en aquellos símbolos dejados atrás quizás se encontraba escondida la
fórmula para transmutar la materia. Pero por mucho que lo intentó con sus limitados conocimientos de alquimia el marqués no fue capaz de resolver el enigma
oculto en los garabatos dejados por el misterioso alquimista. Desesperado, Palombara mandó grabar dichos símbolos en las
puertas de su villa con la esperanza de que algún viajero que pasase por
delante los entendiese y llamase a la puerta proporcionándole así pistas para
descifrar el secreto. Pasó el tiempo, el marqués murió, el viejo palacio se
convirtió en ruinas y hoy día solo sobreviviría de todo aquello una única puerta
(la mencionada Puerta Mágica cuyos supuestos restos se ubican
en la Plaza Vittorio Emmanuele de la Ciudad Eterna, muy cerca de la estación Termini) de entre las cuatro o cinco que originalmente
contenían grabada sobre ellas la supuesta fórmula misteriosa hecha pública por el marqués como un
grito desesperado de ayuda o un desafío hecho a los transeúntes ninguno de los
cuales ha podido descifrar jamás el misterio.
[Nota del autor: es posible,
incluso muy posible, que la mayoría de lo que les he contado hasta ahora
contenga una indescifrable mezcla de realidad, ficción y delirios de grandeza
propios y ajenos, pero en este blog ya hace tiempo que están ustedes avisados:
todo el mundo miente]
La génesis de las matemáticas en el Extremo Oriente
Hechas las presentaciones vamos a ponernos
serios. Hoy vamos a hablar de un desafío intelectual parecido al anterior,
aunque mucho más tangible. Por otra parte aviso que esta entrada, sin que
sirva de precedente, va más bien dedicada a la gente “de ciencias” -esos
torturados y confundidos seres obsesionados por la riqueza que, pese a todo, también tienen derecho a vivir- por lo que
puede resultar un tanto farragosa para humanistas hechos y derechos.
Bien. Una vez más empezaremos nuestra historia fijándonos en el Extremo Oriente, en este caso concreto viajaremos a la China del primer milenio antes de nuestra era (a.n.e.). Pese al escaso respeto que la cultura occidental siempre ha profesado al saber oriental quizás
nos sorprenda conocer que allí, hace más de 2.500 años, se
elaboraron algunos de los más antiguos tratados de matemáticas de los que se
tiene constancia. Hoy los conocemos por copias muy posteriores ya en papel pero pocas bromas con estos "libros" chinos inicialmente grabados en otros materiales. Uno de
ellos llamado Chiu-chang Suanshu (o algo así, si es usted chino perdóneme por el asesinato a su idioma, solo soy un miserable gusano occidental),
probablemente redactado originalmente en el s. III
a.n.e. contenía la que quizás sea la primera mención conocida a los números
negativos (que en Occidente se generalizaron a partir del s. XVI).
Otro de ellos, el Chou-pei Suan-ching (o Zhou Bi Suan Jing, hay varias grafías distintas que se usan para transcribir los nombres chinos en Occidente), consistía en una colección anónima de 246 problemas matemáticos que supuestamente un tal Señor de Zhou planteaba a su astrónomo, un primigenio matemático llamado Shang Gao, para que los demostrara o resolviese, cosa que Gao iba haciendo de forma sucesiva a lo largo del libro como si nos encontrásemos ante una especie de “Conde Lucanor” o “Mil y una noches” de las matemáticas antiguas. Resulta particularmente interesante anotar que entre otras cosas dicho tratado contenía una primitiva formulación de lo que nosotros conocemos como teorema de Pitágoras. Y haré un inciso para extenderme brevemente sobre una cuestión.
Otro de ellos, el Chou-pei Suan-ching (o Zhou Bi Suan Jing, hay varias grafías distintas que se usan para transcribir los nombres chinos en Occidente), consistía en una colección anónima de 246 problemas matemáticos que supuestamente un tal Señor de Zhou planteaba a su astrónomo, un primigenio matemático llamado Shang Gao, para que los demostrara o resolviese, cosa que Gao iba haciendo de forma sucesiva a lo largo del libro como si nos encontrásemos ante una especie de “Conde Lucanor” o “Mil y una noches” de las matemáticas antiguas. Resulta particularmente interesante anotar que entre otras cosas dicho tratado contenía una primitiva formulación de lo que nosotros conocemos como teorema de Pitágoras. Y haré un inciso para extenderme brevemente sobre una cuestión.
Se
darán ustedes cuenta de que la antigüedad exacta de dicho tratado matemático
chino tiene su importancia porque sería muy gracioso comprobar, como muy bien
podría ser el caso, que dicho tratado chino resultase remontarse varios siglos
más atrás en el tiempo que el supuesto nacimiento de un tal Pitágoras (quien supuestamente
vivió y trabajó en la segunda mitad del s. VI antes de nuestra era). No
obstante, para no meter la pata ni espantar a nadie,
podemos asumir de forma conservadora que dicho tratado chino quizás procediese
en su origen de alguna recopilación de ejercicios y demostraciones matemáticas que circulaban entre funcionarios y hombres de ciencia chinos el s. V antes de nuestra era, en la época posterior al mítico Confucio. Tal antigüedad para ese tipo de conocimientos no sería
despreciable en todo caso y nos obliga a preguntarnos sobre la posibilidad de
que distintas culturas como la china, la hindú o la griega pudieran mantener
intercambios no solo comerciales sino también culturales desde fechas
extraordinariamente tempranas. O tal vez, en cambio, simplemente descubrieron por separado, de
forma autónoma, una serie de realidades matemáticas más o menos idénticas en momentos muy tempranos de su desarrollo. O bien quizás existió con anterioridad a todas
ellas un cierto corpus de conocimiento matemáticos primitivos desarrollados en
Sumer que luego se difundieron a lo largo de diversas direcciones de lo que
mucho tiempo después sería la ruta de la Seda por medio de comerciantes o
primitivos canteros nutriendo el nacimiento de la ciencia como tal tanto en la
Hélade como la India o China.
En cualquier caso poco nos importa tan apasionante cuestión porque a
fin de cuentas la historia universal (de cuño occidental) se cuenta en función de la
fecha en que los europeos “descubrimos” diversas partes del mundo o diversos
hitos científicos de forma completamente independientemente de que otros lo
hubieran hecho con anterioridad. Por ejemplo el triángulo de Pascal fue
descubierto por los chinos antes del nacimiento del propio Pascal. Al parecer unos
300 años antes del mismo aparece en un tratado chino llamado Hsiang Chieh Chiu Chang Suan Fa. Y más o menos lo
mismo ocurrió en Irán o la India. Pero como he dicho
todo esto son detalles. Sigamos.
Desgraciadamente para los chinos sus
primigenias matemáticas sufrieron las consecuencias del “fascismo” del llamado
Primer emperador, Qin Shi Huang (emperador de la primitiva China entre el 221 y
el 210 a.n.e) déspota cuadriculado que –por razones en las que no vamos a
entrar- sumió a la cultura china en algo parecido a nuestra Edad Media tras la
gran quema de libros que ordenó llevar a cabo en torno al 213 a.n.e. (para ubicarnos, en un momento en que en Occidente se encontraba en su apogeo la
Segunda Guerra Púnica). Las consecuencias de dicha quema de libros fueron
terribles y la cultura china tardó muchos siglos en recuperarse. Un poco al
estilo de lo ocurrido en los años 60 del siglo pasado con la Revolución
Cultural de ese otro padre de la patria y a la vez tirano megalomaníaco llamado
Mao (el compatibilizar ambas características es algo muy propio en los líderes chinos y rusos por razones que no están del todo claras).
El caso es que, poco después de la muerte de
Qin Shi Huang, los sabios del período Han subsiguiente (del 206 a.n.e. hasta el
año 220) tuvieron que dedicarse durante décadas a recuperar la tradición literaria y el saber
científico anterior a la mencionada quema de libros y para ello debieron
recurrir en muchos casos a transcribir lo que había sobrevivido a dicho período
negro simplemente memorizado por algunos sabios o conservado a través de la
enseñanza oral. Pero esos eran métodos en todo caso precarios que sin duda no
pudieron garantizar el mantenimiento y recuperación completa y con exactitud de todo el legado cultural
acumulado en los siglos anteriores. Por tanto la pérdida de
conocimientos dentro de la cultura china debido a aquel suceso fue parecida o aún peor que lo que
tiempo después significó para Occidente la mítica desaparición de la Biblioteca de Alejandría,
una cuestión de la que hablaremos otro día.
Total que debido a esa catástrofe así
como a otra serie de cuestiones (la inestabilidad política o por ejemplo el
excesivo interés que empezó a dedicarse a pseudociencias como la “astrología”
en vez de a campos de conocimiento más provechosos) la cultura china, que como hemos visto había
alcanzado de forma muy temprana un notable nivel de conocimiento matemáticos, después
de ese extraordinario florecimiento inicial se estancó a nivel científico
durante muchos siglos (lo que no impidió a China seguir elaborando y "exportando" tecnología, desde la pólvora al papel, pasando por la porcelana).
Ese estancamiento fue algo en cierta forma parecido a lo que ocurrió en Occidente poco después, durante nuestra Edad Media, un milenio durante el que las cimas alcanzadas en el período de esplendor grecorromano tardaron en ser superadas. La diferencia es que durante los momentos más oscuros de nuestro medievo Occidente se enriqueció con los conocimientos científicos recopilados por el mundo musulmán y además, justo tras el final de la etapa medieval en Europa se produjo, de golpe, un gran salto adelante que llevó al surgimiento de la ciencia moderna sobre las cenizas del saber clásico. En cambio la ciencia matemática china realmente nunca volvió a avanzar al ritmo al que lo había hecho en la antigüedad durante sus primeros momentos de vida, tampoco tuvo la fuerza para llegado el caso cortar por lo sano con dicha tradición y, además, el cierre del país a las influencias externas durante la mayor parte del resto de su historia afectó a las posibilidades de que sus sabios se actualizasen asimilando los conocimientos aportados por otras culturas.
Ese estancamiento fue algo en cierta forma parecido a lo que ocurrió en Occidente poco después, durante nuestra Edad Media, un milenio durante el que las cimas alcanzadas en el período de esplendor grecorromano tardaron en ser superadas. La diferencia es que durante los momentos más oscuros de nuestro medievo Occidente se enriqueció con los conocimientos científicos recopilados por el mundo musulmán y además, justo tras el final de la etapa medieval en Europa se produjo, de golpe, un gran salto adelante que llevó al surgimiento de la ciencia moderna sobre las cenizas del saber clásico. En cambio la ciencia matemática china realmente nunca volvió a avanzar al ritmo al que lo había hecho en la antigüedad durante sus primeros momentos de vida, tampoco tuvo la fuerza para llegado el caso cortar por lo sano con dicha tradición y, además, el cierre del país a las influencias externas durante la mayor parte del resto de su historia afectó a las posibilidades de que sus sabios se actualizasen asimilando los conocimientos aportados por otras culturas.
Así durante más de milenio y medio no se
volvió a publicar en China prácticamente ningún nuevo tratado de matemáticas
relevante e innovador respecto a los conocimientos que se habían alcanzado a la
altura del s. III antes de nuestra era. De esta forma el siguiente hito a ese respecto
solo sucedería cuando a comienzos del s.XVII diversos jesuitas occidentales como Matteo Ricci llegaron a China y llevaron a cabo la traducción y publicación de
diversas obras occidentales de matemáticas, empezando por los trece libros que componían los Elementos de
Euclides.
Pero
antes de todo eso, durante la época propiamente medieval -y pese a que para entonces, como
decimos, la ciencia china que ya había alcanzado sus mejores cotas- es
precisamente cuando el saber chino se difundió hacia las islas japonesas. De esta forma, al igual que muchas costumbres referidas a
la comida, los ropajes, el arte, la caligrafía o la religión, los japoneses
importaron de China sus primeros conocimientos de aritmética, álgebra y
geometría, quizás a partir de más o menos el s. VI/VIII de nuestra era, cuando algunos
tratados de matemáticas chinos fueron introducidos por monjes budistas en
Japón.
Desgraciadamente, un poco
a la imagen del occidente medieval y de la propia China, Japón también experimentaba por entonces un período de
estancamiento científico agravado por las precarias bases de las que partía su civilización. Por tanto si en aquellos momentos la cultura en Occidente languidecía
secuestrada (supuestamente para protegerla) en los monasterios
cristianos, en Japón eran los monasterios budistas lo que ejercían
una labor comparable de “control” y de freno. [Si, vale, hay quien dice que la labor de este tipo de instituciones fue de hecho incluso positiva, yo no, como digo otro día hablaremos de ello]
En cualquier caso debido, o no, a lo anterior se cuenta el dicho
sin duda exagerado (pero tal vez no demasiado) de que al final del período que nosotros llamamos Edad Media,
durante lo que en Japón fue el Shogunato Ashikaga (1336/8-1573), era difícil encontrar en todo el archipiélago nipón una sola persona que supiese hacer divisiones complejas.
No obstante tras ese período, a finales del
s. XVI, el conocimiento de las matemáticas se recuperó en Japón por dos vías.
Por un lado gracias a la llegada desde fuera de de manuales y tratados europeos llevados hasta la zona por los jesuitas o por los comerciantes holandeses.
Por otro lado gracias a un renovado interés, surgido dentro del propio país, en lo tocante al estudio de los conocimientos matemáticos legados por los chinos hacía siglos. Pues bien esa recuperación interna fue llevada a cabo, claro está, no por monjes sino por nuevas generaciones de hombres sabios, progresivamente alejados de la cerrada cultura budista y más interesados por el conocimiento y análisis del mundo real antes que el estudio del mundo metafísico. El principal de esos sabios fue Kambei Mori quien trabajó en torno al año 1600 y se convirtió de alguna forma en el primer matemático relevante en la historia de Japón. Posteriormente uno de los pupilos de Mori, llamado Koyu Yoshida o Yoshida Mitsuyoshi (1598-1672) elaboró un libro llamado Jinko-ki (“Números pequeños y grandes”) publicado en 1627 y que dio lugar a un definitivo renacimiento del conocimiento de las matemáticas (o al menos de la aritmética) en Japón.
Por otro lado gracias a un renovado interés, surgido dentro del propio país, en lo tocante al estudio de los conocimientos matemáticos legados por los chinos hacía siglos. Pues bien esa recuperación interna fue llevada a cabo, claro está, no por monjes sino por nuevas generaciones de hombres sabios, progresivamente alejados de la cerrada cultura budista y más interesados por el conocimiento y análisis del mundo real antes que el estudio del mundo metafísico. El principal de esos sabios fue Kambei Mori quien trabajó en torno al año 1600 y se convirtió de alguna forma en el primer matemático relevante en la historia de Japón. Posteriormente uno de los pupilos de Mori, llamado Koyu Yoshida o Yoshida Mitsuyoshi (1598-1672) elaboró un libro llamado Jinko-ki (“Números pequeños y grandes”) publicado en 1627 y que dio lugar a un definitivo renacimiento del conocimiento de las matemáticas (o al menos de la aritmética) en Japón.
Hay que pensar que era lógico que todo esto
pasase porque se incubaba por entonces la irrupción del período Edo en Japón y,
como ya hemos visto en este mismo blog, en el seno de la sociedad japonesa se iban a producir diversas transformaciones hacia una cultura más urbana, menos centrada
en la espiritualidad budista. En ese nuevo Japón los funcionarios del Estado, los artesanos y los comerciantes pronto aumentaron en número y (como había ocurrido en Europa unos siglos antes en torno a las
ciudades italianas o flamencas) estos nuevos sectores sociales pronto demandarían no solo un nuevo tipo de
arte sino también, entre otras cosas, nuevos tipos de instrumentos matemáticos
y financieros para llevar a cabo una contabilidad cada vez más compleja debido a la necesidad de controlar transacciones mucho más numerosas y
complicadas que las realizadas a cabo en el pasado durante la
época plenamente feudal (cuando el comercio era menos habitual y de menor
volumen).
En lo que nos concierne surgía así en Japón
de forma definitiva la oposición entre las matemáticas “nativas” o wasan (revividas por Mori y Yoshida a
partir del viejo legado matemático chino, importado en torno al s. VII
y luego ignorado durante siglos hasta ser recuperado y sustentar el nacimiento de un saber científico propiamente japonés en el s. XVII), y las yosan. Siendo las yosan el conjunto de teorías y fórmulas matemáticas difundidas por libros europeos (sobre
todo procedentes de Inglaterra y Holanda), los cuales comenzaron a llegar a Japón durante un fugaz
período de apertura entre finales del s. XVI y principios del s. XVII y que
luego, durante los dos siguientes siglos -debido a la política de sakoku, o aislamiento, impuesta por el shogunado
Tokugawa- ya solo continuaron siendo accesibles con cuentagotas de manos de los
escasos holandeses que habitaban un islote cercano al puerto de Nagasaki.
Y es aquí donde empieza realmente lo que hoy
venía a contar. Porque durante ese período de aislamiento, prolongado entre 1640 y 1850 más o menos, un poco por necesidad
y un poco por casualidad, las wasan alcanzaron
su culmen y se expandieron por las islas mediante un procedimiento verdaderamente
extraño y misterioso.
Genroku
+ Sekoku ¿+ Kowa Seki? = Sangaku
Genroku es
el nombre que recibe una etapa de la historia de Japón en torno a los años 1688-1703 durante los cuales la
cultura del período Edo alcanzó el que fue quizás su momento culminante y de plenitud. Luego, en 1703, se produjo el incidente conocido
como de los 47 Ronin a la vez que a
finales de dicho año un gran terremoto afectó a la propia ciudad de Edo, al día
siguiente del mismo un gran fuego se extendió por la ciudad en ruinas y
asimismo un gran tsunami llegó a las costas de gran parte de Japón matando unas
200.000 personas (para que luego se queje usted cuando tiene una mala semana en
el trabajo). Pero hasta ese brusco despertar (un poco equivalente al saqueo de
Roma de 1527 que puso fin extraoficialmente al período más esplendoroso del
Renacimiento en Italia) los años previos, a finales del s. XVI, en cierta
forma representaron para Japón el cenit de su propio “Renacimiento”.
El Genroku destacó por el gran florecimiento
de las artes en torno a una especie de cultura “bohemia”. En aquellos años la
poesía haiku alcanzó también su
apogeo en cuanto a difusión y popularidad y el conjunto de todo este esplendor estético y artístico suele
capturar la imaginación occidental de cara a dibujar mentalmente aquella era.
Pero además de los haikus, el “mundo flotante” o la pintura ukiyo-e se suele olvidar que aquella fue también la época de Kowa
Seki (1642-1708) por así decirlo “el Wilhelm
Leibniz” japonés (al que adelantó en por lo menos una década en cuanto a algunos de sus descubrimientos). De esta forma Seki, apoyado sobre la base dejada por Mori y su discípulo
Yoshida, parece ser que descubrió o redescubrió de forma
autónoma algunos de los teoremas y teorías matemáticas que habían sido -o
serían dentro de poco tiempo- descubiertos a su vez en Europa occidental.
Aunque
la figura de Kowa Seki tiene mucho de mítica (sumado al hecho de que la mayoría
de los manuscritos de sus trabajos no se conservan) lo que no admite discusión
es que Seki, a diferencia de los matemáticos japoneses que le precedieron, dejó tras de sí un
relativamente abundante número de discípulos distribuidos por toda la isla central de Japón. Y es
probablemente a través de ellos como nacieron y se difundieron los sangaku.
Veamos.
Tenemos por entonces a Japón aislado del mundo y a la vez dentro del país resulta que existe una reducida élite de incipientes aficionados y estudiantes de matemáticas que tras
los trabajos de Mori, de Yoshida y, sobre todo, después de las primeras obras de
Kowa Seki poseen ya unas bases de partida. Pero para aprender, progresar y seguir desarrollando los
teoremas y demostraciones propuestos por estos tres sabios, sobre todo el
último, los aficionados a las matemáticas y los sabios nipones del momento apenas
pueden contar con artículos, libros, contactos con científicos de fuera del
país o con viajar fuera del mismo. Incluso dentro de Japón esta “secta” de
matemáticos está formada por una minoría mientras que al resto de la sociedad sus trabajos no les
importan, ni existen instituciones educativas de cualquier tipo donde puedan
progresar o debatir entre sí, ni en Japón se va a producir en aquella época ningún
tipo de esfuerzo de divulgación masiva de la cultura científica como
pudo ser en Occidente lo ocurrido con la Enciclopedia francesa.
Pues
bien en medio de esta particular coyuntura, con la ciencia aislada del grueso de la sociedad, comenzó una práctica realmente extraña pero sorprendente que se
inicia en vida del propio Kowa Seki.
Los
sangaku eran tablillas de madera que personas
anónimas colgaban en lugares visibles de los templos y santuarios y que
contenían invariablemente la formulación de problemas matemáticos escritos en kanbun, una forma antigua de “japonés” que usaba esencialmente caracteres y
gramática china (en cierta forma sería equivalente al latín de nuestra área cultural) y
que, consiguientemente, solo unos pocos podían leer ya por entonces.
No está claro el sentido de la práctica
aunque bien podría tratarse de desafíos lanzados entre matemáticos y
aficionados a las matemáticas del período para ir evolucionando progresivamente
hacia análisis de mayor complejidad sobre todo en el campo de la geometría.
Imagine que Telecinco o Antena 3 siguiesen
existiendo muchos años más, poco a poco por efecto de todo eso (en realidad ya
vamos camino de ello ahora mismo) España se convirtiese en un recinto aislado
del mundo, con un 25% de paro y lleno de canis semianalfabetos aficionados a lo peor del manga,
Iker Jiménez, Iker Casillas y Belén Esteban. Un infierno vamos. Vamos a fantasear además con que en medio
de ese erial unas pocas personas inteligentes, incluso estudiantes de ciencias, siguiesen resistiendo la
lobotomía hasta el final. Imagine también que esos rebeldes un día empezasen a desafiarse entre
sí, incluso sin conocerse, dejando pegados en lugares transitados, como estaciones
de metro o en las paradas del autobús, hojitas de papel conteniendo problemas enunciados
en latín, con solución conocida o no -caso de la conjetura de Poincaré o la de
Hodge-, con el objetivo de que entre toda la gente que pasase por delante de los extraños cartelitos unos pocos elegidos -capaces
para empezar de entender la cuestión que plantean los garabatos del misterioso
papel- llegado el caso resuelvan (si pueden) el problema planteado y a su vez cuelguen en ese
mismo lugar o en otro lugar parecido al azar una solución o un nuevo problema elaborado
a partir de ella y así continuar el juego de estímulos y desafíos en la sombra
ante las narices de la marea de zombis que les rodean en su vida cotidiana.
Bueno pues más o menos eso, contado de una
forma un tanto mitificada, es lo que eran los sangaku y lo que representaron en Japón entre 1670 y 1870
aproximadamente. Realmente durante el tiempo en que existieron el nivel de
dificultad de los mismos variaba desde problemas más o menos simples que
hoy podría resolver cualquier estudiante
de Secundaria (bueno… cualquier, cualquier… uhmm) hasta llegar a problemas,
como se ha dicho, realmente complejos y relativos a teoremas incluso
adelantados a su tiempo.
Finalmente con el colapso del
shogunado Tokugawa los nuevos gobiernos del país crearon sistemas educativos
modernos en los cuales se abandonó el estudio de las matemáticas nativas –wasan- en favor de las yosan y poco a poco, a lo largo de la segunda
mitad del s. XIX, los sangaku
desaparecieron progresivamente.
Todo orden sigue una lógica
Un matemático japonés, Fujita Kagen
(1765-1821), publicó la primera colección conocida de problemas sangaku en la obra Shinpeki Sanpo
(“Problemas matemáticos suspendidos en el Templo”) en 1789. Gracias a este y
otros trabajos procedentes de aquel tiempo que también mencionan sangakus hoy es evidente que la mayoría
de los sangakus creados en aquel tiempo no se conservan. De hecho de las
más de 2.600 tablillas sangaku que se
supone que existieron (porque aparecen explícitamente consignadas en diversos
recopilatorios de época, como el citado antes) se conservan algo menos de 900. No parecen muchas tablillas teniendo en cuenta que hablamos
de una práctica que se extendió a lo largo de unos 200 años y que por entonces solo
la población de Edo consistía en un millón de habitantes mientras que la de Kyoto
y Osaka rondaban en cada caso el medio millón.
De hecho la tablilla sangaku más antigua que se conoce proviene de 1683 o tal vez 1686 aunque
un libro escrito por un matemático japonés llamado Kazu Yamaguchi (1781-1850)
se alude a una supuesta tablilla del año 1668 que nunca se ha encontrado. El
mismo Yamaguchi durante su vida realizó seis peregrinaciones por los templos de
Japón buscando esas tablillas e intentando resolverlas. En su diario documenta
87 sangaku a los que se enfrentó y de
los que hoy en día solo se conocen 2. Por todo ello podemos suponer que el
número de sangaku realmente existente
pudo ser superior a la cifra conocida, tal vez unos 5.000 en total.
Pero
aquí está la cuestión. Hemos visto que los sangaku fueron pocos, muy
pocos (se producían tal vez una o dos docenas de ellos al año para el conjunto del país), que estaban planteados en una escritura antigua, poco conocida, que
había que tener conocimientos matemáticos, pocos o muchos, para plantearlos y
que eso era muy raro en un mundo como el del shogunado Tokugawa donde no había
universidades o colegios públicos como hoy los conocemos. Por ello antes hablé
de una “secta” de matemáticos o estudiantes de matemáticas aislados del resto de la sociedad. Suena misterioso y
elitista, justo como aparecen los sangaku a nuestros ojos.
Pero lo
hermoso y misterioso del asunto son los matices que no coinciden exactamente
con esa interpretación. En otras palabras, de la misma forma que hay razones
para creer que los sangaku fueron obra de matemáticos más o menos
profesionales y de sus alumnos de élite, también hay datos, indicios, que
llevan a plantearse una imagen aún más compleja del misterio que los sangaku
nos presentan. Hay al menos una tablilla en la que se identificó al autor como
un mercader, algunos casos con nombres de mujeres e incluso muchachos de unos
14 años. También se sabe que algunos sangaku fueron obra de campesinos.
¿Cómo llegó eso a ser posible en una sociedad patriarcal y sin ningún tipo de
instrucción pública particularmente en el caso de los menos pudientes?.
Sabemos por ejemplo que uno de los matemáticos de finales del período llamado Sen Sakuma (1819–1896), enseñaba matemáticas wasan a los campesinos e hijos de campesinos de las aldeas cercanas a su casa en la zona de Fukushima. A fin de cuentas algunas nociones de geometría y agrimensura en general podían venir bien para controlar la roturación y administración de parcelas en el campo. Sakuma llegó a tener casi 2.000 estudiantes de forma privada, procedentes de todas las clases sociales y que lo veneraban como si fuera un reputado maestro de esgrima o artes marciales. Pero no lo era, solo se trataba de un matemático que daba clases particulares a quien se interesaba. Así que es casi seguro que los primeros sangaku eran pasatiempos o pequeños desafíos intercambiados al azar entre los escasos matemáticos japoneses del período, como el propio Sakuma. Pero asimismo es también muy posible que un cierto porcentaje de sangaku, seguramente los menos complejos, fuesen obra de los alumnos de estos hombres, alumnos que extrañamente abarcaban un amplio grado de edades y clases sociales e incluían incluso a mujeres pese al machismo de la sociedad japonesa del momento.
Así uno puede
cerrar los ojos e imaginar a un viejo y pobre samurái de la época llegando a su
casa después de realizar sus ocupaciones. Después de acicalarse un poco afila su katana -si es que no se ha
visto obligado a empeñarla- y después de comer algo de arroz coge una lámpara
de aceite y se retira a un rincón a sentarse un rato, apartado del resto de la
familia que recoge la mesa al fondo, para pensar tranquilamente en un problema
matemático al que lleva dando vueltas meses o años y que espera con suerte
convertir en algo suficientemente digno. Un día tal vez lo dará por
zanjado, se atreverá y lo inscribirá en una madera, quizás incluso añadiendo su propio
nombre al final, y lo colgará en el templo local. La mayoría de los visitantes de paso ignorarán la extraña tablilla, pero tarde o temprano alguien a quien quizás nunca llegue a conocer detendrá
sus ojos sobre ella, la tocará para apreciar su textura, admirará sus
colores y su diseño, luego se concentrará para analizar el problema que se
plantea en ella y finalmente el viajero anónimo sonreirá para sí de forma
cómplice y aceptará el reto.
Tal vez, mientras el viejo samurái sueña con todo eso, también el campesino de la casa de enfrente o incluso la esposa de un comerciante local le dan vueltas en sus casas a un sangaku, o simplemente admiran la
sorprendente solución a un problema planteado en otro sangaku que han descubierto unas semanas atrás y se plantean la pregunta: “… y si pruebo a cambiar este enfoque…”.
Se intuye
en todo eso la presencia de dos elementos esenciales para alcanzar el
verdadero conocimiento, lo que otros llamarían la iluminación. Por un lado la
capacidad de disfrutar de verdad a la hora de aprender algo, sin la presión de la
obligación o la recompensa del dinero, convirtiendo de esa forma el estudio en pasatiempo, en placer, en amor, en genuino interés por saber
hoy un poquito más de lo que sabíamos ayer.
Por otro lado, se nota tras los sangaku la obsesión por otorgar un orden al mundo a través de fórmulas. Y acabo reflexionando sobre eso, que es muy interesante porque en
el fondo la ciencia, igual que las
frecuentemente despreciadas Humanidades, e incluso en última instancia el mundo de lo espiritual (en el fondo tal vez los sangaku se colocaban en los templos no solo por ser lugares muy concurridos y públicos), comparten un mismo enfoque cuando se
entienden desde la perspectiva correcta: el interés por ordenar la realidad. A fin de cuentas ya sea
pensando en modelos atómicos, las intenciones de una supuesta divinidad, la estructura iconográfica del cuadro de un pintor
flamenco o una estadística social, lo que cuenta es lograr entrar en íntimo
contacto con la sensación de que tras todo eso existe una armonía, una lógica, un sentido…
ese orden del que hablaba. Luego, el científico y el humanista se diferencian
del hombre de fe en que para ellos (para nosotros) ese es (y debe ser) solo el comienzo. Desde ahí, a partir del orden registrado el
hombre verdaderamente sabio pone en funcionamiento la maquinaria de la razón y
aspira a desentrañar por sus propios medios la lógica tras ese orden, las leyes
que invisiblemente organizan el caos y dotan de sentido a lo que observamos. Porque siempre
hay reglas aunque no siempre demos con ellas, créanme. Como en todo lo demás, igual que ocurre con la naturaleza y el universo que nos rodea, en lo tocante a la
sociedad de los hombres y los productos de su espíritu o su imaginario libre albedrío también hay orden y una lógica que puede ser desentrañada.
Pero esa es otra
historia. Simplemente hoy quería contar este cuento sobre gente anónima de un
pasado lejano que tenía interés por las matemáticas en un tiempo en que eso
jamás les iba a dar dinero o necesariamente un trabajo. Es una de esas veces en
que un chico de letras casi puede bajar la guardia y sentirse próximo a esos
estudiantes de hoy, pragmáticos e insensibles, que se atreven a preferir las
ciencias al estudio del hombre.
Por cierto. Aquí
podéis consultar algunos problemas sangaku
si queréis probaros a vosotros mismo (o bien jugar psicológicamente con vuestros estudiantes de
Secundaria).
Otro link que puede interesar al que quiera saber más (gracias Dedo).
ResponderEliminarhttp://eliatron.blogspot.com.es/2013/10/conferencia-sobre-sangakus-video.html
Nos quitan poco a poco los méritos a los occidentales. De ciencia , de tecnología, de matemáticas, de filosofía, etc.
ResponderEliminarLo copiamos todo, pero, ¿no es cierto que ha sido occidente quien ha sabido explotar todos estos avances? La ciencia básica es necesaria, pero sin sus aplicaciones prácticas no es más que un pasatiempo, un juego.
Ojo, no siempre es una mera cuestión de copia. Las invenciones independientes son muy frecuentes en la historia humana. Para muchas fórmulas o utensilios no hay un único inventor sino varios descubridores independientes entre sí que a lo mejor vivieron en distintas culturas y momentos históricos.
ResponderEliminarEn segundo lugar mi intención no es quitar mérito, para nada, solo nivelar las cosas desenterrando la visión habitual de que Occidente es "lo más" y lo inventó todo. Las cosas fueron más complejas.
Quizás el gran mérito de la cultura occidental y de su ciencia no es una invención concreta en sí misma sino un par de evoluciones conceptuales muy concretas. Por un lado la temprana separación entre ciencia y fe.
Por otra parte hay una cuestión aún más importante, esa que tu dices. La ciencia oriental o la musulmana -como en el caso europeo la ciencia del mundo clásico, particularmente la griega- adolecía de sentido práctico. Se trataba de conocer al mundo por conocerlo, sin especial pretensión de obtener a través de ello mejoras para la vida cotidiana. Lo que ocurre es que en Occidente, sobre todo a partir del s. XVIII, surge una particular alianza entre ciencia y técnica. Desde entonces el conocimiento del mundo se pone al servicio de la producción de maquinaria y tecnología (industrial, médica, militar…) a una escala que NINGUNA otra cultura o civilización se habían planteado siquiera. Esa y no otra es la diferencia clave.
En el fondo es la clásica dicotomía entre griego y romano llevada a escala universal. Los griegos eran mucho más creativos, los romanos eran pragmáticos. Los griegos realizaron muchas de las primeras y principales observaciones sobre la estructura del universo, de la materia, la filosofía, el arte… los romanos ni se lo planteaban, al contrario, jamás alcanzaron esa capacidad imaginativa, pero en base a través de la absorción de la cultura griega cimentaron un imperio y se aplicaron a construir calzadas, o un sistema jurídico y militar a toda prueba, lo que en última instancia era más útil.
Al final la cultura europea moderna no deja de ser la fusión perfecta entre la imaginación y la creatividad científica griegas y el pragmatismo romano en el campo de la técnica sobre todo. Eso es lo que marca la diferencia. En el mundo oriental por el contrario no se llegó a dar a tiempo (para competir con la expansiva cultura occidental) una fusión entre la creatividad china (carente por completo de pragmatismo) y el talento para la elaboración técnica japonesa (pueblo que sin embargo adoleció a lo largo de su historia de importantes limitaciones en cuanto a verdadera creatividad científica viviendo en gran medida de la copia y puesta al día de ideas o tecnologías primero chinas y luego occidentales). Los chinos fueron los griegos de la zona y los japoneses los romanos, pero allí nunca se llegó a dar la síntesis.
No es que yo sea eurocentrista (dentro de lo humanamente posible, claro), pero esos movimientos actuales que pretenden que los griegos sólo copiaron lo que inventaban y descubrían otros me parece sospechoso. No seré yo quien critique una reivindicación legítima, pero es que parece que se ha abierto la veda. Y no con intenciones meramente científicas sino ideológicas.
ResponderEliminarCuando hablamos de épocas más recientes encontramos que los occidentales lo han inventado todo. Por ejemplo: termodinámica, computación, matemáticas, ingeniería, biotecnología, etc. Resulta curioso que los mayores avances en microbiología ocurrieran en lugares como el norte de Europa, donde la temperatura hacía que la fermentación de los alimentos fuera un problema menor comparado con zonas más cálidas.
Es un debate muy interesante este no te creas. Y no tiene solución porque no creo que haya una forma de encontrar la “VERDAD” definitiva.
ResponderEliminarEn todo caso pienso que un cierto giro copernicano desde una visión eurocentrista a otra matizadamente escéptica no viene mal porque lo que es bastante cierto es que durante los siglos XVIII o XIX los griegos por así decirlo jugaban con ventaja y en caso de duda se barría para “casa”. Es hora de compensar un poco.
Al final no hay que ser tajante. Por ejemplo creo que los avances genuinamente griegos sentando las bases de campos como la filosofía, la historia, el teatro, la democracia como concepto, etc. son indudables. Y lo recalco indudables y profundamente originales respecto al resto del mundo en que vivieron.
Por el contrario durante mucho tiempo se ha como soslayado que otras cosas (como la escritura o la moneda) les llegaron muy probablemente desde Oriente. Y desde luego esa debatible influencia oriental es ya es muy evidente en campos como el arte (sobre todo en los inicios de su escultura) o las matemáticas donde parece bastante clara la influencia clave que tuvo para los griegos el contacto y la transmisión cultural desde Egipto o Mesopotamia. Luego los griegos desarrollaron de forma autónoma y llevaron a otro nivel muchas de las ideas que inicialmente copiaron, pero parece claro que no todo en la cultura griega fue original y autónomo sino que muchos conceptos importantes que luego desarrollaron en un primer momento les llegaron de fuera. Y no pasa nada por eso ni deben parecernos menos brillantes.
Pero, en esa línea de pensamiento, no me parece casualidad que un porcentaje realmente importante de pensadores clave de la cultura griega si uno se para a mirar sus biografías resulta que no vivieron o nacieron en la Grecia puramente europea sino en Asia Menor o más adelante en el Egipto Tolemaico.
Además de que resulta muy curioso también que, contra lo que uno puede esperarse en un primer momento, los mitos primigenios griegos estén tan profundamente vinculados con Asia (más bien lo que sería para nosotros Oriente Medio y la cuenca del Mar Negro), mientras que Occidente aparece de forma más tangencial cuanto más antiguo es el mito. Hay algo ahí que sí pienso que se ha soslayado porque resultaba incómoda que una cultura tan blanca y tan clave para la configuración de lo que hoy es “Europa” hubiese bebido y quizás copiado más de la cuenta del mundo asiático “oriental”, el cual la cultura europea tradicionalmente ha dibujado como un antagonista y una cuna de atrasa, sensualidad y tiranía que me parece una imagen un tanto tópica como si “Asia” se dibujase con rasgos del islamismo extremista incluso cuando pensamos en el mundo antiguo.
Hay que tener en cuenta, incluso al margen de todo esto, que los griegos, como los judíos, fueron unos grandes mentirosos a la hora de contar su historia. Sin embargo de salida se parte de dar más o menos por buena la visión que nos han transmitido estos pueblos de una parte de su pasado porque de alguna forma son de los “nuestros”, algo que personalmente no me ofrece ninguna confianza, yo tomaría bastante con pinzas por sistema la visión que nos transmitieron de sí mismos y es lo que procuro hacer por sistema.
Para demostrar que la cosa no es tan sencilla como “Europa caca” vs “los demás molan” pongo otro ejemplo.
ResponderEliminarEn este caso la cultura islámica medieval, incluso en la cima de su esplendor, a mi modo de ver fue una cultura plagiaria por excelencia. Como no podía ser de otra forma los nómadas árabes que salieron de la Península Arábiga y formaron el imperio a la hora de dar forma a la medicina, la astronomía o la arquitectura por la que son conocidos lo tomaron casi todo, para empezar, de nuestros denostados griegos en este caso de su legado a través de las poblaciones bizantinas de Levante, Egipto y Asia Menor que los árabes conquistaron en primera instancia (de paso que, como cierto emperador chino, también quemaban lo que no interesaba, es algo universal). Luego expoliaron y suplantaron a fondo la cultura de base persa del actual Irán y finalmente completaron la mezcla anterior con lo que les iba llegando de los chinos (y algo menos de los hindúes) por la Ruta de la Seda (el papel o el número cero por ejemplo). De esa forma la mayor parte de sus fabulosos conocimientos de astronomía, matemáticas, medicina o irrigación… en realidad no los inventaron o desarrollaron árabes propiamente sino que los tomaron de las culturas que fueron conquistando o con las que pasaron a compartir las extensas fronteras de su imperio.
Incluso, es más, en todo lo anterior minorías internas como los judíos representaron un papel clave. De hecho el esplendor islámico no se formó en torno a la creatividad sino al hecho de que los árabes que formaron el imperio eran tabulas rasas lo que resultó muy conveniente para en base a ello ir mezclando lo mejor, lo que más les podía convenir o interesar, de las distintas civilizaciones decadentes que se toparon. El mérito más que crear fue reunir, juntar conocimientos dispersos que en ausencia de un poder político común y una lengua franca (el árabe) jamás se podrían haber juntado. En el momento en que los simpáticos árabes y las poblaciones musulmanas en general dejaron de ser tabulas rasas permeables ese esplendor, choff, se acaba. Para siempre. Y no pasa nada por plantearse este esquema mental y discutirlo.
¿Qué narices eran exactamente los vikingos?, ¿los mayas copiaron de los olmecas?, ¿los troyanos eran hititas?, a mi modo de ver son preguntas que deberíamos hacernos constantemente, cuestionándonos por sistema el modelo de base. Eso hace que a veces nos pasemos de listos, pero resulta estimulante y la discusión suele ayudar a poner en claro nuestras ideas.
Me cago en los ordenadores. Había escrito un texto considerable y ha desaparecido cuando le he dado a publicar. Mañana lo intento de nuevo.
ResponderEliminarBuenas:
ResponderEliminarNoto cierto aire de desprecio hacia lo espiritual o religioso, siempre bajo un punto de vista muy posmoderno academicista (sí yo también pongo palabras rimbonbantes a veces para tener una cortina de guay). Habla de la Edad Media cómo si fuese un época oscura dónde el saber estaba bajo llave, quizás (y digo quizás porque es mi opinión) debería considerar esa visión suya como un poco anticuada, ¿no cree? Es decir; no somos el superhombre hoy en día, es más bajo mi punto de vista cada vez somos menos "hombres" y ahora que digo la palabra Hombre también me viene a la cabeza que acusa (en este texto) de machismo un poco a la ligera a la sociedad japonesa o china de aquel entonces.
Yo pienso que cada etapa humana es única y que nada pasa por azar, que es cierto que debajo de todo hay un cierto orden pero que dificilmente se va a dislumbrar con la ciencia tecnlógica de hoy en día. Dicho esto, quizás en una etapa de la Edad Media, o durante toda, CIERTOS (ojala pudiera subrayar y no escribir en mayúsculas) saberes se encontraban en monasterios, monasterios que por otro lado no podemos asegurar que no visitasen personas y que funcionasen como una especie de biblioteca, pero no todo el saber se reduce a lo que hay escrito en unos cuantos libros, solo un campesino de aquella época ya sabía más que probablemente la mitad de la población de este país, agricultura, astronomía, geometría...etc conocimientos que le servían para existir y sobrevivir. Y evidentemente, no se pasaría todo el día labrando la tierra, también tendría otras habilidades y pasatiempos. También me gustaría recalcar que no debe un historiador ver a las sociedad de antaño como las de hoy en día, quizás ese machismo que usted remarca, realmente no fuese tan machista sino que incluso nos podría parecer progresista o incluso hembrista, no lo sé y como no lo sé no puedo acusar a ligera, no sé si me entiende. ¿Qué entendemos por machismo? No se puede acusar a sociedades de hace 500 años de eso, porque sencillamente no lo eran, o incluso hoy en día en otras culturas como la del Oriente Próximo pueden ser perfectamente menos machistas que nuestra propia sociedad, aquí debo recordarle una cosa que usted apunta muy bien y es la visión etnocentrista que se tiene de la vida, la historia...ect como muy bien dibuja y apunta ese señor anónimo que comenta. Por favor, no caigamos en esto.
Muchas gracias por llevar este blog, es un placer leer cosas así en unos días como los quw vivimos hoy en día.
Kaskitos.
Tutéame hombre.
ResponderEliminarA mi modo de ver por mucho que la Historia (supuestamente) se apoye en datos objetivos al final con esos datos objetivos hay que hacer interpretaciones. Puede uno fingir que dichas interpretaciones son perfectamente asépticas e imparciales pero al final todos acabamos entrando en el juego de calificar a determinados personajes o períodos como buenos, malos, decadentes, brillantes, oscuros, tolerantes, etc., la cosa es argumentarlo, claro. Además al fin y al cabo realmente es así, mismamente en nuestra época o en los últimos cien años somos conscientes de que aún dentro de nuestra escala moderna de valores han existido personajes siniestros, etapas de gobierno desastrosas, décadas de auge cultural y otras de cierto estancamiento… Por tanto en el pasado también ha tenido que ser así por fuerza aunque ahora nos de pudor el atribuirnos el derecho a señalar y calificar.
Yo desde luego no creo demasiado en la supuesta imparcialidad de la disciplina, así que suelo tomar partido, más aún en lo que no deja de ser un modestísimo blog. Lo bueno quizás es que no lo disimulo (mis prejuicios son muy evidentes pienso) y que además Internet, a diferencia de un telediario o incluso de un artículo académico, permite el debate y la respuesta inmediata del que tiene otros puntos de vista. Al final lo que queda de todo esto es el debate y que el debate sirva para hacernos más críticos y reforzar nuestros puntos de vista o cambiarlos por otros, eso es lo importante y lo único tangible, al margen de entretenerse, para lo que sirve mirar al pasado, o sea para hacernos pensar.
Más allá de eso, para mí, los progresos materiales que inciden directamente en la vida cotidiana de la gente, por ejemplo en cuestiones médicas, utillaje agrícola o medidas de higiene, son más importantes que los grandes “descubrimientos” filosóficos o artísticos que suelen ocupar más espacio en los manuales escolares por ejemplo. Y en ese sentido por tanto suelo ver la etapa medieval como un período de claro estancamiento, no solo en lo tocante a Europa occidental sino en cuanto a otras partes del mundo. Obviamente este modelo mental lleva a un debate mucho más complejo de lo que parece y que supuestamente se ha cerrado hace tiempo en el sentido contrario a lo que estoy diciendo (pero es que yo no lo tengo tan claro).
Habrá más ocasiones para discutirlo y para que, si la gente se va animando, vosotros completéis las visiones parciales que yo voy a ir dando sobre determinadas cosas. En todo caso lo que aspiro no es a narra la "VERDAD" sino, como mucho, poner sobre la mesa perspectivas o hechos poco conocidos o poco habituales en libros de divulgación o tertulias de la red. Eso en sí ya sería un éxito al ayudar a airear un poco las trincheras preestablecidas desde las que muchas veces se mira al pasado.
No eres más plasta porque no entrenas. Aquí te mando unas comas que te faltan: ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,
ResponderEliminarAl parecer hace más de 1.000 años en la ciudad de Nara un sabio persa enseñaba matemáticas a los funcionarios del Gobierno según unas tablillas encontradas en los años 60 que han sido reanalizadas. Eso muestra un Japón más cosmopolita de lo que se pensaba en etapas tempranas de su historia.
ResponderEliminarhttp://phys.org/news/2016-10-ancient-japan-cosmopolitan-thought_1.html