“Un incendio se declaró entre los
bastidores de un teatro. Un payaso salió al escenario para avisar al público, pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió gustoso. El payaso
repitió el anuncio y los aplausos fueron todavía mayores. Así creo que perecerá
el mundo: en medio del aplauso general de la gente respetable que pensará que
es un chiste”.
Soren Kierkegaard en “Diapsálmata” (1842).
Esta es la
historia de cómo durante la IIª Guerra Mundial tres jóvenes universitarios belgas
intentaron oponerse a la barbarie nazi armados con una linterna, algo de
cartulina, una cizalla y una pistola.
Pero antes de nada dejadme que os diga algo deprimente: la mayor parte de historias de cualquier tipo, época y lugar sobre
la resistencia irredenta de tal o cual colectivo frente al invasor contienen un
abundante conjunto de mitos y leyendas. Por ejemplo hay muchos aspectos oscuros
a discutir sobre las famosas guerrillas españolas durante la Guerra de
Independencia contra los franceses. Otro ejemplo, ya algo más relacionado con
el tema que vamos a tocar, es todo lo relacionado con la resistencia popular contra los nazis durante la IIª
Guerra Mundial, la cual también presenta abundantes claroscuros y exageraciones. Esto último
no es una opinión, es una impresión sólida que se ha ido asentando
progresivamente en la historiografía a través de los trabajos de investigadores
como Laurence Rees o Robert Paxton. Desde luego no es este el lugar para valorar la interesante discusión
historiográfica que se ha dado al menos
desde los años 70 respecto al papel de la propia población alemana ante el
nazismo; pero, al menos en lo tocante a otros pueblos caídos temporalmente bajo
la bota nazi durante la IIª Guerra Mundial, la imagen general que podemos dar por buena es que la resistencia contra la ocupación nazi y
sobre todo contra sus odiosos propósitos de limpieza racial fue mínima en lo
que concierne a la mayor parte de países de Europa.
Para
empezar casi el único país ocupado en el que los nazis encontraron una verdadera rebeldía, por parte de la población ocupada, ante la obsesiva persecución de los
judíos impuesta por los nazis, fue Dinamarca (junto quizás el caso de Bulgaria en un contexto diferente), y eso
sobre todo porque allí la población judía era muy poca y los nazis no estaban
demasiado interesados en usar la fuerza en esa zona totalmente secundaria para sus
propósitos. Por el contrario en Chequia, Eslovaquia, Austria y, más
sorprendentemente, en Francia, Holanda o Bélgica, la oposición de la población
a los designios nazis fue mínima y en ocasiones llegó a darse incluso una
abierta colaboración. Eso por no hablar de los pueblos que se aliaron gustosamente
con los nazis e incluso en ciertas ocasiones los superaron en entusiasmo
represivo, por ejemplo los croatas.
Circunscribiéndonos
al caso francés, en el cine clásico de Hollywood (y en el cine galo igual, claro)
casi nunca falta la aparición de tres o cuatro personajes de heroicos integrantes de la "Resistencia" en la mayoría de películas sobre la IIª Guerra Mundial; pero los datos
y la Historia no respaldan esta imagen. Como se ha insinuado en realidad los
países donde existió una "Resistencia" digna de tal nombre fueron otros. Curiosamente los
alemanes tuvieron problemas para controlar las acciones de grupos de
partisanos en zonas sin un pasado democrático sólido donde la población estaba acostumbrada a convivir con la represión, territorios como Bielorrusia, Serbia, Grecia o, ya avanzada la guerra, en Italia.
En cambio lo ocurrido en Francia fue muy distinto salvo en el caso de acciones aisladas, como la ocupación de las alturas de Vercors por parte de varios miles de milicianos en las vísperas del final de la guerra. Y de hecho la mayor parte de esas acciones fueron más espectaculares que efectivas o acabaron directamente en desastre. Más allá de esas excepciones puntuales e incluso en fechas muy tardías,
cuando la victoria aliada se hacía evidente con Francia ya liberada, resulta
que el propio ejército regular “francés” estaba compuesto en un porcentaje
insultante por magrebíes, argelinos, senegaleses y exrepublicanos españoles
refugiados, sobre todo comunistas. Franceses “de pura cepa” y de todas las ideologías combatiendo activamente hubo más bien pocos para lo que podría esperarse incluso al final de un conflicto en el que, en general, el esfuerzo bélico clave para
derrotar al nazismo y liberar Europa de su yugo resultó ser el soviético y no
el aliado (otra cosa es que los soviéticos tuviesen en mente una concepción muy
rusa de la palabra “liberar”).
Es más, en
el caso de Francia, durante el último año de guerra abundaron,
obviamente, los alistamientos de población en diversos grupúsculos de la
“Resistencia”. Pero quienes se alistaban a última hora en el esfuerzo contra el
ogro nazi eran en muchos de esos casos funcionarios colaboracionistas que buscaban
“limpiarse” una vez que la victoria era segura y ya no se jugaban nada (el
propio Mitterrand por ejemplo). Por su parte las acciones de “resistencia” se
dedicaban en muchos casos no a combatir a los alemanes sino a tomar represalias
sobre otros franceses colaboracionistas (en muchos casos prostitutas, funcionarios
o comerciantes locales y otros grupos de baja estofa sobre los que se podía
descargar fácilmente la ira o llevar a cabo acciones de poco riesgo; casi nunca
sobre grandes empresarios o banqueros que habían colaborado en mayor medida con los alemanes pero que también podían defenderse mejor de las iras populares).
Ahora bien.
Si todo lo anterior es cierto y revela un lado gris del espíritu y el pasado humanos, también
es verdad que los momentos de crisis y oscuridad en ocasiones dan lugar a
tímidos, minúsculos, breves… pero también hermosos ejemplos de lo mejor de nuestra especie. En lo tocante a la cuestión judía, que es el panorama de fondo de la
historia de hoy, poco a poco el trabajo historiográfico ha ido recuperando con
el tiempo la historia de algunos individuos y pequeños grupos clandestinos que a su modesta manera lucharon
a favor de los judíos, como el grupo Joop Westerweel en Holanda, el Zegota en
Polonia y el movimiento Assisi en Italia; así como la memoria de una serie de pequeñas
unidades partisanas judías que actuaron en diversas zonas del centro y este de
Europa, como Baranovichi, Minsk o Vilna.
Dicho todo
lo anterior paso a contaros lo que en el fondo venía a contar hoy.
El 19 de
abril de 1943 pasaron dos cosas relacionadas con los judíos, el Holocausto y,
en general, con la resistencia al nazismo en Europa. Una de ellas es bien
conocida: ese día comenzó oficialmente el levantamiento del ghetto de Varsovia.
La otra no es tan conocida y tuvo lugar en Bélgica.
En lo
tocante a ese segundo lugar debemos ubicarnos en una estación de ferrocarril. El
Transporte Número 20 era un tren de prisioneros alemán dedicado a transportar judíos desde el campo de
internamiento de Mechelen (una instalación transitoria donde agrupar los
detenidos en el área belga) hasta el complejo de exterminio de Auschwitz.
El caso es que precisamente
el 19 de abril de 1943 el mencionado convoy partió en dirección a Alemania llevando en el interior de sus vagones 1.631
hombres, mujeres y niños. Lo que convierte ese hecho en
excepcional, a su humilde manera, es que ese fue también el día en que tres
universitarios belgas de veintipocos años decidieron hacer algo al respecto. Se
trataba de Youra Livchitz (a la izquierda en la imagen anexa), un judío belga, y sus dos amigos Robert Maistriau y
Jean Franklemon (a la derecha en la imagen), que no eran judíos pero se mostraban próximos ideológicamente al
llamado Groupe G, una minúscula organización
de resistencia belga que –ante la falta de capacidad para plantearse grandes objetivos-
preconizaba al menos la realización de actos de sabotaje contra los nazis. Así
las cosas, bajo la iniciativa de Youra, el cual tenía obvias razones para odiar
a los nazis, aquellos tres estudiantes decidieron dar un paso adelante e
intentar liberar tantos judíos como pudieran del próximo convoy ferroviario que
se preparaba a partir para un sitio llamado Auschwitz.
El plan de acción era
tan ridículamente ingenuo y simple como valiente. No podía ser de otra forma,
los tres amigos no tenían instrucción militar y contaban por todo arsenal con
una pistola y una cizalla. Se limitaron por tanto a adelantarse a la salida del convoy para emboscarlo en una zona aislada en medio de un bosque situado unos kilómetros
después de su punto de partida. Allí, mientras esperaban, colgaron una linterna al lado de la vía
del tren. Habían calculado que el convoy pasaría por el lugar en que se encontraban ya entrada la noche, por ello la linterna estaba
envuelta en un trozo de cartulina roja esperando que vista a distancia la luz
de la linterna tomase un color rojizo como el de las señales ferroviarias de
peligro o de alto. La idea era que después de eso el maquinista se desorientase pensando que
se encontraba en otro lugar del recorrido programado, quizás ante alguna señal
de paso a nivel o de stop -abundantes en otros puntos del trayecto cerca de las
estaciones- y así desconcertado procediese a detener el tren durante unos momentos.
Instante que nuestros protagonistas esperaban aprovechar para, usando la
cizalla, hacer saltar las cerraduras de las puertas de los vagones más cercanos
a donde se encontraban apostados entre la maleza y así liberar cuanta gente
pudieran.
Pues bien, llegó la
noche y los hechos comenzaron a sucederse. La primera fase del
plan funcionó tal y como estaba previsto; el tren se acercó y ante la
misteriosa luz rojiza la locomotora se detuvo mientras el oficial alemán al cargo
enviaba algunos de sus hombres (15 soldados encargados de la protección del
convoy) a inspeccionar a ver qué ocurría.
Sin embargo a partir de ahí se
desató el caos. Mientras Youra Livchitz disparaba entre los árboles con
la pistola que poseían, intentando mantener alejados a los alemanes, Jean y
Robert salieron de su escondite y se lanzaron a cortar las cerraduras y
alambres de las puertas de los vagones. Sin embargo solo consiguieron sacar a gente del
primero de los vagones que lograron más o menos abrir, en el cual apenas había 17 personas. Después de
eso la llegada de los soldados desde el furgón de cola los obligó a lanzarse a
la fuga montados en bicicleta.
No obstante en ese punto
entraron en acción otros dos elementos capitales en esta historia: la confusión desatada y el
maquinista Albert Dumon. Para empezar, cuando los alemanes se dieron cuenta de
lo que ocurría, empezaron a disparar y a perseguir a los tres estudiantes y a los
evadidos, los cuales se habían lanzado a correr huyendo en todas direcciones. Era de noche, el entorno correspondía a un área boscosa y los alemanes no tuvieron
demasiada suerte con sus primeros esfuerzos policiales con lo que perdieron
mucho tiempo allí estacionados mientras inspeccionaban la zona. No obstante eso
dio tiempo a muchos pasajeros del convoy para apercibirse de la situación y sacar
partido de ella de cara a llevar a cabo
sus propios intentos de evasión.
Por otra parte el
maquinista Dumon puede que no estuviese demasiado convencido de la ética de su
“trabajo”, dedicado al transporte de esos
extraños convoyes de gente como ganado. Así pues aprovechó las circunstancias
para una cierta “huelga de celo” (o tal vez simplemente se puso nervioso con el
desarrollo de los acontecimientos, quien sabe) y al parecer se demoró
sobremanera en volver a arrancar además de que durante el resto del trayecto mantuvo
una velocidad bastante baja. Aprovechando ese factor, y que nuestros
protagonistas habían roto las cerraduras de otros vagones además del que habían
liberado de gente (aunque en un primer momento la reacción de los soldados
alemanes no había permitido a más gente escapar de esos otros vagones) en las
horas siguientes empezaron a sucederse los intentos desesperados de evasión del
tren por parte de grupos de pasajeros diversos que intentaban sacar provecho de
la coyuntura. Al final, durante aquella infernal noche hicieron su intento 236
personas de las cuales 115 tuvieron éxito mientras que el resto fueron capturadas
de nuevo o simplemente abatidas a disparos.
El día 22 el tren llegó a Auschwitz con su cargamento humano. Le quedaban
en su seno 1.395 inquilinos frente a los 1.631 iniciales. De esos 1.395 solo
sobrevivirían 150.
Un mes después del ataque al convoy Youra Livchitz fue arrestado. Fue el
primero de los tres amigos en ser detenido. Sin embargo una vez llevado a los
cuarteles de la Gestapo en Bruselas se las arregló para realizar una fuga
imposible tras reducir a un guarda y escapar disfrazado de soldado alemán sin
que nadie lo reconociese (a él, un judío, qué ironía). Desgraciadamente solo un mes
después fue nuevamente detenido y unos meses más tarde fusilado.
Por su parte Robert Maistriau, tras participar en la acción del convoy, se unió a los
maquis belgas. Al año siguiente estuvo implicado en un acto de sabotaje para dejar sin
corriente eléctrica a la industria de la zona. Tras esta nueva acción fue
detenido, logró fugarse en un primer momento pero pronto fue nuevamente
atrapado y transferido a Buchenwald y luego a Bergen-Belsen. Lo mismo le
ocurrió a Jean que también fue arrestado y se pasó el resto de la guerra
internado igualmente en diversos campos de concentración. Sin embargo contra todo
pronóstico ambos lograron sobrevivir a la guerra.
Durante la
IIª Guerra Mundial solamente de Bélgica, un país donde la población judía no era particularmente importante, partieron 28 convoys ferroviarios que
trasladaron algo más de 25.000 judíos (una quinta parte de ellos niños) y algunos cientos de gitanos a los campos de exterminio. De
todos ellos, poco más de 1.200 judíos y dos docenas de gitanos regresaron con
vida.
Respecto a todo eso lo sucedido
con el Convoy número 20 muestra dos cosas muy importantes: frente
a los frecuentes testimonios en la línea de “durante aquellos años nadie sabía
nada”, era evidente que quienes no cerraban los ojos se daban cuenta de que algo
muy malo estaba pasando; por otro lado surge la cuestión de si realmente era imposible hacer algo frente a lo que ocurría. A fin de cuentas los protagonistas de la historia de hoy pese a disponer de muy pocos medios marcaron la diferencia entre
la vida y la muerte para más de cien personas en el espacio de una sola noche. Por supuesto, con respecto a la época, abundan historias de gente que escondió en sus casas a judíos perseguidos, pero son mucho más frecuentes los registros documentados de delaciones y chivatazos para detenerlos o de gente anónima que aceptaba quedarse con sus posesiones requisadas sin hacer preguntas. Y desde luego llama la atención que durante el resto del conflicto el Convoy número 20 fue el único
transporte de judíos atacado por la “Resistencia” o la aviación aliadas no ya
en Bélgica sino en toda Europa. De esta forma durante aquellos años seis millones
de judíos, homosexuales, gitanos y opositores políticos de diverso tipo
pudieron ser tranquilamente detenidos, almacenados, transportados a través de
miles de kilómetros y finalmente exterminados, todo ello ante la pasividad
general de la inmensa mayor parte de la población del continente.
Por todo ello si la
Historia sirve para algo es, entre otras cosas, para recordar hechos como
estos. Sobre todo este año que se cumple el 75 aniversario del comienzo de la IIª Guerra Mundial. En realidad estoy convencido -y por ello lo repetiré más veces en este blog- de que en el campo de la Historia es infinitamente más
útil y educativo recordar las vergüenzas que las glorias (pese a que preferimos lo
contrario). A ese respecto no estoy plenamente seguro de que las sociedades humanas realmente aprendan de sus errores, pero hay que intentarlo.
Vaya, no me lo esperaba:
ResponderEliminar"El discurso nacional que Francia construyó después de la II Guerra Mundial es que el país fue liberado por la Resistencia, con cierta ayuda de los aliados, y que "salvo un puñado de miserables", en palabras del general Charles de Gaulle, el resto de los ciudadanos se comportaron como auténticos patriotas. Nada más lejos de la realidad. El profesor británico Robert Gildea desmonta esta imagen nacional, que se encontraba ya bastante resquebrajada, en su nuevo libro, Combatientes en la sombra"
"Los olvidados en ese relato no fueron sólo aquellos españoles que huyeron del franquismo, sino también judíos de Polonia o Rumanía, los comunistas, así como las mujeres, cuya labor como resistentes también ha sido infravalorada"
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/07/actualidad/1475858612_013991.html
Felicidades, amigo Surena, artículo y libro que corroboran tu investigación dos años después.
ResponderEliminarA lo mejor conseguirías más visitas en tu blog si publicaras tus entradas dos años después de escribirlas, de vez en cuando algunos pasajes de la historia se ponen de moda porque aparecen en los medios generalistas y el público devora ávidamente información fresca relacionada.
El último párrafo es broma, no nos prives dos años de tus reflexiones por favor.
Muchas gracias. Aunque yo en realidad, salvo alguna entrada muy puntual, no investigo nada sino que la mayor parte de las veces me limito a resumir y divulgar lo que ya investigan otros. Lo que ocurre es que en el mundillo de las Humanidades resulta muy frecuente "descubrir" cosas que ya se han publicado hace años en otro país, en otro idioma, o que ha publicado hace tiempo alguien al que no interesa dar mucho bombo.
EliminarUn cómic muy bueno inspirado en esta historia: http://www.normaeditorial.com/ficha/9788467926057/a-la-sombra-del-convoy-edicion-integral/
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