Nunca se ama tanto la vida como en la antesala
de la renuncia.
Stefan Zweig
Existe una confusión que afecta frecuentemente a la forma en
que imaginamos el desarrollo humano durante las etapas finales de la Prehistoria, el mundo antiguo y medieval e incluso algunas sagas de fantasía épica, confusión
relacionada con la mala comprensión del concepto de esperanza de vida. Dicho error parte de confundir o equiparar la esperanza de vida al nacer con la edad de
senectud. Dedicaré esta entrada a intentar aclararlo.
Veamos, durante la mayor parte de la historia humana,
desde la expansión del Homo Sapiens por todo el planeta, hace unos 40.000 años, hasta la irrupción
plena de la Edad Contemporánea, hace unos 200, la esperanza de vida humana se ha
situado siempre por debajo de los 35 años. En cambio, hoy en día, al menos en los países
desarrollados, esa media suele situarse por encima de los 70 años. No obstante
eso no significa, en contra de lo que se suele creer, que en épocas antiguas los
seres humanos fuesen prácticamente ancianos a la edad de treinta y pocos o 40 años. En realidad
el ritmo de envejecimiento del Homo Sapiens ha sido probablemente casi siempre
el mismo, así como lo ha sido su potencial genético para llegar a vivir un determinado
límite de años, sean 70, 80 o 90 años (incluso más en casos excepcionales).
Obviamente la medicina moderna -sobre todo a partir del descubrimiento de las infecciones y los diversos medios de lucha contra ellas, así como la difusión de las
vacunas o la mayor disponibilidad de recursos y tratamientos médicos en general- permite
desde hace más o menos un siglo y medio que se den unas mayores posibilidades
de vida una vez que el cuerpo se debilita y se entra en la ancianidad. Posibilidades que, antes de todo ello, no existían.
No obstante la ausencia de todo eso en
el pasado no significa que se envejeciese necesariamente con mayor celeridad más allá de que no existiesen los medios técnicos actuales para
disimular los efectos de la vejez (sillas de ruedas mecánicas, dentaduras
postizas, operaciones laser para la vista, etc.). Una prueba curiosa de lo anterior lo
tenemos en el hecho de que muchos colectivos militares de gran éxito en la
historia estaban integrados por soldados veteranos, en muchos casos
de más de 40 o 50 años de edad. Por ejemplo algunas de las legiones
veteranas de César o las falanges de Alejandro Magno y de sus diadocos. Dichas fuerzas
de élite distaban mucho de parecerse a los musculados metrosexuales mostrados por las películas que en la actualidad recrean aquellos hechos,
sino que en muchos casos estaban fundamentalmente integradas por hombres maduros y a veces casi ancianos -en
excelente estado de forma pese a ello- y que marcaban las diferencias en el campo de batalla no (solo) a través de
su forma física o su fuerza sino por medio de la experiencia y sangre fría
obtenidas tras una larga vida de combates y matanzas. Mismamente el famoso rey Leónidas de Esparta tenía sesenta años de edad cuando murió en las Termópilas (otra cosa es que para nosotros resulte más creíble imaginarlo como un Gerad Butler en la flor de la vida tras unos "ciclos sanos" en el gimnasio).
Por tanto la clave para entender las cifras tan
bajas en que se movía la esperanza de vida en el pasado lejano se ubica en las
cifras de mortalidad infantil: dado que morían muchísimos bebes en los primeros
meses o años de vida eso bajaba la esperanza de vida como cifra que refleja una media estadística. De la mala comprensión de lo que esto implica a la hora de calcular la cifra de la esperanza de vida para un colectivo determinado surge en ocasiones el equívoco que hoy pretendo aclarar.
En otras palabras, que hasta finales
del s. XIX la esperanza de vida (incluso en países como España) no superase los
35 años no quiere decir que la mayor parte de la gente muriese antes de llegar
a esa edad, o que a los treinta y pocos años de edad un individuo ya estuviera casi "acabado" y
físicamente se adquiriesen rasgos de anciano. Pese a que aún hoy
en día en diversos países subdesarrollados, sobre todo de África, la esperanza
de vida sigue siendo muy baja (en un país como Sierra Leona es del orden de
treinta años menor que en España) eso no significa ni mucho menos que la gente que vive
allí envejezca más deprisa que en Europa o Norteamérica o se encuentre en peor
forma física (de hecho suele suceder al contrario).
Lo que ocurre es lo siguiente. Supongamos una
determinada población ficticia donde de diez hipotéticos individuos cuatro
de ellos viven hasta los sesenta años y el resto, o sea los otros seis, mueren
al poco de nacer. En la población del ejemplo la esperanza de vida media arrojará una cifra de 24 años. Como
se ve esta cifra no quiere decir nada sobre la longevidad potencial de un
humano del período o sobre el ritmo de envejecimiento habitual.
En definitiva durante la Prehistoria, el mundo romano o la Edad Media, el ritmo de envejecimiento era el normal y probablemente también más o menos el mismo en todas esas etapas, simplemente había menos ancianos y muchísimos niños morían al nacer. De tal forma la esperanza de vida se incrementaba espectacularmente tras los años de infancia, una vez que los individuos superaran las muy altas tasas de mortalidad asociadas a la etapa infantil. Así un individuo nacido en alguna época pretérita que superase los 10 años de edad -o mejor aún los 20 años- probablemente podía albergar a partir de ese momento razonables expectativas de vivir al menos hasta los 50 o incluso los 60 años siempre y cuando ninguna guerra, epidemia o catástrofe excepcional se cruzase en su camino. En el caso de las mujeres el equivalente a las guerras eran los partos, ricos en infecciones y complicaciones que causaban multitud de muertes entre las parturientas. Pero más allá de esos hechos, hasta en plena Prehistoria (obviamente no en sus primeros momentos, estamos hablando del hombre actual o sus ancestros fósiles directos de menos de 40 o 50.000 años de antigüedad) potencialmente nada impedía que un cuerpo humano pudiese vivir hasta los 70, 80 o incluso más años, justo como sucede hoy en día. Incluso con más probabilidad puesto que hablamos de poblaciones donde, por pura necesidad, casi todo el mundo gozaba de una excelente forma física y donde la obesidad, y por consiguiente las enfermedades cardiovasculares, apenas existían. Lo que ocurría es que llegados a edades de unos 50 o 60 años, a partir de las cuales el organismo humano entra en su declive natural, nuevamente la mortalidad aumentaba exponencialmente debido a las limitaciones higiénicas y médicas en general, algo que ya no ocurre hoy en día, aunque envejecer lo que se dice envejecer seguimos envejeciendo más o menos al mismo ritmo (simplemente llegados a un cierto punto gozamos de más medios para posponer lo inevitable).
En definitiva durante la Prehistoria, el mundo romano o la Edad Media, el ritmo de envejecimiento era el normal y probablemente también más o menos el mismo en todas esas etapas, simplemente había menos ancianos y muchísimos niños morían al nacer. De tal forma la esperanza de vida se incrementaba espectacularmente tras los años de infancia, una vez que los individuos superaran las muy altas tasas de mortalidad asociadas a la etapa infantil. Así un individuo nacido en alguna época pretérita que superase los 10 años de edad -o mejor aún los 20 años- probablemente podía albergar a partir de ese momento razonables expectativas de vivir al menos hasta los 50 o incluso los 60 años siempre y cuando ninguna guerra, epidemia o catástrofe excepcional se cruzase en su camino. En el caso de las mujeres el equivalente a las guerras eran los partos, ricos en infecciones y complicaciones que causaban multitud de muertes entre las parturientas. Pero más allá de esos hechos, hasta en plena Prehistoria (obviamente no en sus primeros momentos, estamos hablando del hombre actual o sus ancestros fósiles directos de menos de 40 o 50.000 años de antigüedad) potencialmente nada impedía que un cuerpo humano pudiese vivir hasta los 70, 80 o incluso más años, justo como sucede hoy en día. Incluso con más probabilidad puesto que hablamos de poblaciones donde, por pura necesidad, casi todo el mundo gozaba de una excelente forma física y donde la obesidad, y por consiguiente las enfermedades cardiovasculares, apenas existían. Lo que ocurría es que llegados a edades de unos 50 o 60 años, a partir de las cuales el organismo humano entra en su declive natural, nuevamente la mortalidad aumentaba exponencialmente debido a las limitaciones higiénicas y médicas en general, algo que ya no ocurre hoy en día, aunque envejecer lo que se dice envejecer seguimos envejeciendo más o menos al mismo ritmo (simplemente llegados a un cierto punto gozamos de más medios para posponer lo inevitable).
Es más,
resulta muy probable que el Neolítico implicase a corto plazo una caída de la
esperanza de vida debido a que las grandes enfermedades epidémicas e
infectocontagiosas tal y como las conocemos surgen entonces debido a la
convivencia de animales domesticados con grandes grupos de humanos (sobre todo a partir de la "revolución urbana" ocurrida hace unos 4.000 años), lo cual disparó a corto plazo los focos de infección. Así las
cosas, y pese a la amenaza de las fieras, los accidentes de caza o el frío, es
probable que durante el Paleolítico Superior, en el seno de un grupo de cazadores recolectores de hace 15.000 o
20.000 años se tuviesen mejores expectativas de vida que en la zona del
Creciente Fértil el IIº milenio antes de
nuestra era, aunque solo fuese por que en el primer caso se daba una mayor dispersión humana por el territorio y por tanto el mantenimiento de un
régimen de vida menos confortable pero también más saludable, lejos de amenazas como la acumulación de basura,
las guerras, invasiones, o las epidemias a gran escala, todo lo cual es más
propio de sociedades urbanas y políticamente complejas.
Más adelante, a partir de ese choque
neolítico, quizás desde la época de los primeros imperios hasta el s. XVIII, esencialmente la media de la esperanza de vida no debió variar gran cosa (salvo tal vez una cierta caída en Europa durante la romanidad tardía y la Alta Edad Media, otra durante la crisis de mediados del s. XIV y un último momento problemático durante el s.XVII; o en el caso africano a partir de finales de la Edad Media debido a la irrupción del "comercio triangular" y sus consecuencias) siempre ubicada dicha esperanza de vida entre los veintitantos y los treinta años más o menos según sociedades y períodos (aunque, como se viene insistiendo, era muy susceptible de fluctuaciones bruscas y grandes caídas coyunturales
dependiendo de conflictos armados, hambrunas o brotes de peste y similares). Por todo ello, antes
de la Edad Contemporánea lo que operaba era el llamado "régimen demográfico
antiguo" en el seno del cual tanto las tasas de natalidad como de mortalidad
eran muy elevadas y el crecimiento de la población pequeño, tendente casi a
cero debido a que los reducidos incrementos de la población se anulaban periódicamente debido a crisis de sobremortalidad (causadas por las hambres, epidemias y
guerras). Durante todo ese tiempo la pirámide de edades de la población era una pirámide
progresiva, muy diferente a las de los países desarrollados actuales, y
presentaba una base ancha (alta natalidad) y una cumbre estrecha que, en
cambio, hoy en día sería en cierta forma propia de un país subdesarrollado.
Por consiguiente, durante ese régimen demográfico
antiguo cada mujer tenía que dar a luz a una media de 5 hijos solo para mantener el
mismo nivel de población, porque 3 de los 5 no sobrevivirían hasta la edad de
reproducción. Obviamente, cuantos más hijos tenía una mujer, a su vez mayor riesgo
corría de morir ella misma durante el parto debido a infecciones y otros contratiempos
para los que no existía apenas tratamiento. Por ello las mujeres padecían una
mortalidad más alta que los hombres y
consiguientemente su esperanza de vida era un poco menor (justo lo contrario de lo que
ocurre hoy en día, ya que actualmente las mujeres suelen tener una esperanza de vida
ligeramente mayor que los varones).
Al final es cierto que en el pasado
el trabajo duro, las inclemencias del tiempo o la peor higiene podían hacer que
las personas maduras se conservasen aparentemente peor que en la actualidad
(más que nada porque, como se ha dicho ya, hoy se dispone de maquillaje, pelucas postizas, lentillas, audífonos y
otros medios de disimular los estragos del tiempo que antes o no eran de uso
corriente o bien ni siquiera existían) pero también jugaba a su favor una vida
más sana (menos sedentaria, una comida sin aditivos, no se consumían tabaco,
drogas de diseño o apenas dulces, etc.; aunque también es cierto que la alimentación era menos equilibrada en nutrientes y el agua no siempre abundaba o estaba suficientemente saneada). De todas formas, en definitiva, el asentamiento del mito del
envejecimiento acelerado y prematuro de la población en épocas pretéritas tiene mucho que
ver con el cine y ciertas novelas históricas o de fantasía épica antes que con
la realidad histórica.
Lo que sí es verdad, sin embargo, es
que la maduración de los jóvenes se producía antes en el pasado remoto. Por un
lado no existía la escuela pública como tal ni un período de estudios
prolongado previo a la entrada en la vida adulta. De hecho la transición hacia
la misma se hacía directamente a partir de la infancia saltándose la fase de la
adolescencia por cuestiones culturales y también prácticas. Por tanto, en
las sociedades preindustriales el trabajo de los jóvenes era habitual, igual
que su participación ocasional en la guerra. Asimismo la inexistencia de
anticonceptivos, la menor rigidez de los tabúes al respecto, o la constante
necesidad de hembras que concibiesen “reemplazos” para las frecuentes muertes, hacía que muchas niñas debiesen casarse y quedarse embarazadas en edades muy
tempranas a la vez que podían ser bastante frecuentes los matrimonios donde la
diferencia de edad era muy acusada a favor del marido.
No obstante, una vez más, lo anterior no implicaba que los/las jóvenes de quince años de épocas pasadas tuvieran ya cuerpos de hombres o mujeres perfectamente desarrollados, salvo excepciones. Simplemente la maduración mental era más rápida a la fuerza porque los que hoy consideramos como adolescentes solían tener que afrontar trabajos y responsabilidades importantes a unas edades que hoy serían impensables. Ahora bien, dicha falta de correlación entre responsabilidades a asumir, maduración mental y desarrollo físico, era un problema que ayudaba a que la mortalidad a esas edades resultase también un poco más elevada.
No obstante, una vez más, lo anterior no implicaba que los/las jóvenes de quince años de épocas pasadas tuvieran ya cuerpos de hombres o mujeres perfectamente desarrollados, salvo excepciones. Simplemente la maduración mental era más rápida a la fuerza porque los que hoy consideramos como adolescentes solían tener que afrontar trabajos y responsabilidades importantes a unas edades que hoy serían impensables. Ahora bien, dicha falta de correlación entre responsabilidades a asumir, maduración mental y desarrollo físico, era un problema que ayudaba a que la mortalidad a esas edades resultase también un poco más elevada.
Todo esto sin embargo nos lleva entonces a otro mito
novelesco y cinematográfico, incluso historiográfico, referido a la revolución industrial y su
valoración. Al respecto durante mucho
tiempo se han mantenido las tesis del bando “deteriorista”, cuya visión nos ha
dejado una impresión del proceso industrializador contemporáneo como algo devastador
a corto plazo para las primeras generaciones de campesinos y artesanos
convertidos en obreros. Eso se plasmaría en una contextualización Dickensiana
de sus consecuencias, con los niños y las mujeres sufriendo penosamente
interminables jornadas de trabajo en sucias e inhumanas factorías.
Desde luego
esa visión no es incorrecta, en su esencia al menos, para lo ocurrido en la primera mitad del
s. XIX. Ahora bien lo que quiero resaltar al respecto es que convendría no olvidar ideas apuntadas por autores como Clark
Nardinelli o John Rule en la línea de que, por ejemplo, ese tipo de problemas como
las largas jornadas de trabajo para mujeres o niños no pueden ser atribuidos en
exclusiva a la industrialización. En otras palabras, no eran un problema novedoso, simplemente dicho problema pasó a darse en un marco nuevo: la ciudad industrial, sucia y humeante, en vez de en la intimidad de la comunidad rural tradicional. Además de que la aparición de la fotografía poco después permitió por primera vez registrar de cara a la posteridad este tipo de realidades hasta entonces casi invisibles desde nuestra perspectiva temporal. En esa misma línea no se puede mantener la afirmación, durante algún tiempo casi
generalizada, de que el campesino del Antiguo Régimen o la Edad Media viviese mejor que el obrero fabril o que
trabajase menos, o simplemente que en el seno de las sociedades feudales las mujeres y los niños no trabajasen.
Al contrario, es en realidad la industrialización la que inaugura un proceso económico y social por el que a corto plazo se fueron reduciendo las jornadas laborales respecto a lo habitual en el mundo agrario anterior y además poco a poco los niños y las mujeres quedaron progresivamente fuera del mundo laboral remunerado (por supuesto las mujeres siguieron trabajando mucho, en el hogar, pero eso ya no se consideró como empleo dado que no se pagaba un salario y con el tiempo -debido a la irrupción de las clases medias, la escuela obligatoria para los niños, los asilos para los ancianos o la generalización de los electrodomésticos en el hogar- la carga de trabajo femenina disminuyó mucho en el seno de las sociedades burguesas y urbanizadas). Ya avanzado el s. XX, en el caso de las mujeres, la expulsión del mundo laboral exterior al hogar dejó de ser visto como un avance y la reconquista del acceso al mismo se convirtió en un objetivo.
Al contrario, es en realidad la industrialización la que inaugura un proceso económico y social por el que a corto plazo se fueron reduciendo las jornadas laborales respecto a lo habitual en el mundo agrario anterior y además poco a poco los niños y las mujeres quedaron progresivamente fuera del mundo laboral remunerado (por supuesto las mujeres siguieron trabajando mucho, en el hogar, pero eso ya no se consideró como empleo dado que no se pagaba un salario y con el tiempo -debido a la irrupción de las clases medias, la escuela obligatoria para los niños, los asilos para los ancianos o la generalización de los electrodomésticos en el hogar- la carga de trabajo femenina disminuyó mucho en el seno de las sociedades burguesas y urbanizadas). Ya avanzado el s. XX, en el caso de las mujeres, la expulsión del mundo laboral exterior al hogar dejó de ser visto como un avance y la reconquista del acceso al mismo se convirtió en un objetivo.
En otras
palabras en el mundo rural previo a la industrialización los niños o las
mujeres también trabajaban, en ocasiones muy duramente. Aunque las condiciones de vida sin duda eran más
saludables en el mundo rural que en las primeras ciudades industriales eso no quita que el mundo
campesino del Antiguo Régimen tuviese muchas cosas negativas (abusos sexuales,
frecuente impunidad de la violencia, analfabetismo generalizado, hambrunas periódicas dependientes de ciclos climáticos, alto grado de control social y represión
de la diferencia, etc.), las cuales a veces son relegadas al olvido en aras de un cierto sentido de
nostalgia desde nuestra sociedad urbana y postindustrial respecto a la supuesta
aldea hobbit perdida al dejar atrás la economía de base agrícola. Una aldea que sin embargo nunca fue tan verde y limpia como imaginamos, sino que más
bien solía tener aspecto de poblado orco.
Por otro lado el mundo "feudal" que nos presentan series como Juego de Tronos no deja de ser un equivalente fantástico de esas series para adolescentes ambientadas en institutos donde todos los papeles principales los desempeñan actores de más de treinta años. Así que espero que nadie me repita eso de que George R.R. Martin se basa, para construir muchos aspectos de la sociedad de Poniente, en las costumbres y el modo de vida de la Europa medieval, "en la que un hombre era ya viejo a los treinta y cinco años". Que no, coño.
Lo de que la gente de la antigüedad moría joven lo he leído en un montón de sitios. Se decía que tener 30 o 40 años significaba ser viejo. Esto también lo he leído a la hora de referirse a los africanos del siglo XX. Se suponía que un africano de 35 años era poco menos que un superviviente. En África es muy fácil morir. En muchos países, generalizando, la mortalidad perinatal es enorme, lo mismo que en la antigüedad. Un niño tiene muchas posibilidades de morir durante sus primeros años. Bien sea por enfermedades, por no poder alimentarse, o debido a una guerra.
ResponderEliminarEl cálculo de la esperanza de vida, según comentas, se realiza usando una simple media matemática. El caso es que una media tiene serios problemas. Si las edades en las que se muere no son homogéneas, la media se distorsiona. No tiene sentido. Hay recursos matemáticos que pueden paliar este problema. Pero, según comentas, los cálculos nos han llevado a pensar que en la antigüedad la gente moría muy pronto. Yo sé,como aficionado de la historia, que en ejército romano antiguo estaban los triarios: que eran jubilados veteranos que servían de última línea de defensa para que en el caso de que la primera línea se fuera a pique el ejército no fuera destrozado en retirada. Eran los encargados de que una fuga en masa no se convirtiera en una carnicería. Donde quiero llegar es que la gente, ciertamente, no moría tan joven.
¿Por qué se cree que la gente moría tan joven? ¿Es, quizá, un problema con los números? Una cosa es la media, otra la mediana, por ejemplo. En estadística se tienen en cuenta los errores. ¿No será por culpa del desconocimiento matemático?
Para mí, este es el problema. Lo mismo que si hablamos de economía: la gente no entiende de números.
Bueno... es relativa tu opinión
ResponderEliminarTal vez hay que incluir la palabra "potencial", es decir una media de vida de 35 años, por ejemplo, si no ocurre nada que impida llegar a esa edad. Ibn
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el post.
ResponderEliminarPor la evolución natural que sigue mi cuerpo, y que he observado en otros, imagino (pero lo mismo es erróneo) que habría un incremento de muertes sobre los 40-50 de aquellos que la degeneración afectará a cosas vitales (corazón, vista, musculatura tocada por accidente infantil, boca...) y si tenías la suerte de sobrevivir (imagino que solo la mitad) irían desapareciendo poco a poco y llegarían hasta los 70-80 solo los más "dotados"; 90-100 pocos/ninguno. Obviamente dependía mucho más que ahora de la suerte.
Pero tengo pregunta ¿A qué edades empezaban a reproducirse y a ser considerados adultos en el paleolítico y a comienzos del neolítico?
Lo dicho. Un gran post y si puedes me contestas.
Para empezar hoy en día muchas de las muertes en edad madura se deben a problemas cardiovasculares y de otro tipo propios de las sociedades modernas. A fin de cuentas en el pasado no fumaban, ni consumían drogas sociales (quizás en algunos ritos específicos y menos adictivas y dañinas), ni comida basura, ni se pasaban horas sentados delante del ordenador o la televisión. Todo lo cual hacía que una persona de unos 40-50 seguramente contase con una condición física bastante mejor que la de un ciudadano medio actual sobre todo si es un urbanita. Las únicas compensaciones de signo opuesto podrían ser la acumulación de problemas de salud normales no diagnosticados o de heridas mal curadas por la precaria medicina de la época, así como problemas típicos de sociedades primitivas (pulmones dañados por respirar exceso de humo de fuegos para calentarse y dar luz, bacterias en el agua sin tratar con cloro, o en comida mal conservada, etc.)
EliminarNo tengo una respuesta para lo otro que planteas. Como no tenemos textos para esos períodos la solución la aporta la antropología comparada a partir de sociedades primitivas que sobreviven en la actualidad, donde lo que nosotros consideraríamos teenagers pueden perfectamente acceder a la madurez a través de los ritos tribales correspondientes y tras eso casarse y empezar una familia. Pero estoy seguro de que variaba según la cultura y las circunstancias correspondientes. Piensa que en la propia edad contemporánea que son apenas dos siglos eso mismo ha variado aumentando progresivamente la etapa "juvenil" y retrasándose por diversas razones el paso a la madurez, y no es igual según países o zonas del mundo. Un Español, un Sueco y un Etíope no tienen nada que ver al respecto por ejemplo.
Ok. Gracias.
EliminarTremenda página, es un auténtico filón para quien le guste la historia.
ResponderEliminarCon respecto a esta magnífica entrada, por hacer un par de apuntes:
- Una medida estadística que se puede utilizar para medir los años de vida esperables es la moda, es decir las frecuencias más repetidas de edades de fallecimiento. Así por ejemplo, en numerosas poblaciones paleolíticas las edades modales de fallecimiento superaban los 70 años, según se deduce de los análisis de los esqueletos. Las razones ya se han dicho, menor incidencia de epidemias, mejor dieta, una carga de trabajo más adaptada a las capacidades humanas. Es decir, la dieta principal se obtiene mediante recolección de una variedad de vegetales mucho mayor de los que más tarde se cultivarán, lo que por un lado hace que la dieta sea variada, y por el otro es muy raro que un mal año afecte a todos a la vez. Vaya, siento haber hecho una especie de apología ¡Vengase a vivir a su adosado Cromañon! Eso sí, complicado superar la infancia, y depende de la zona, pregunten a los esquimales.
- El mundo rural premoderno me da la impresión de que era muy vasto y muy diverso, imagino que en función del terreno y la distancia a los núcleos de poder las condiciones de trabajo-dominación debían de variar bastante, así como con la etapa histórica. Por ejemplo, dando un enorme salto hacia atrás, a la Europa Occidental en la transición del mundo tardoantiguo hacia el altomedieval, en la formación de las primeras aldeas las condiciones de dominación, debido a lo precario de los poderes señoriales en formación, debieron tener mucha más autonomía política y económica de la que tuvieron a partir del siglo IX. Si bien, en algunas zonas, como las fronteras hispanas de los reinos cristianos en expansión esta situación pudo mantenerse más tiempo, si bajo la constante amenaza de la guerra u la rapiña.
En la edad media reyes muchos morían con 33 35 años y eran reyes buena dieta pero las epidemias que había los mataban a pesar de no haber hambrunas
ResponderEliminarY también muchas mujeres morían por infecciones en el parto. Pero ten en cuenta que mucha menos gente moría por cánceres debidos al tabaco, o debido a las drogas, o las enfermedades coronarias producto de la falta de ejercicio físico. El gran problema, insisto, era la mortalidad infantil. Luego claro está la mala alimentación, la falta de higiene y lo primitivo de los conocimientos médicos hacían a esas poblaciones muy vulnerables a ciertas cosas, como epidemias catastróficas claro está.
EliminarSin embargo luego buscas las personalidades más conocidas y resulta que Carlomagno, El Cid, Almanzor, o Alfonso X... todos murieron cerca de los sesenta años o más viejos pese a su violento estilo de vida.
EliminarHola John, como curiosidad respecto a los matrimonios entre jovencitas y señores maduros, una vez me sorprendí al leer que todavía en los años cincuenta el Departamento de Defensa de los EEUU pagaba pensiones a viudas de la Guerra de Secesión.
ResponderEliminarPero eché cuentas y es perfectamente posible que una chica de trece años que se casara con un veterano coronel en 1865, estuviera viva con 98 años en 1950.
Pues si. Interesante apunte. Gracias.
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