Sé exactamente a que te refieres. Déjame decirte por qué estás aquí.
Estás aquí porque intuyes algo. No lo puedes explicar, pero lo sientes. Lo has
sentido toda tu vida. Hay algo equivocado en el mundo. No sabes lo que es, pero
está ahí, clavado como una astilla en tu mente, volviéndote loco. Es este
sentimiento el que te ha traído hasta mí. ¿Sabes de qué estoy hablando?
Morfeo en “Matrix”
Llamémoslo
serendipia, aunque no es un término exacto de cara a definir el fenómeno en
cuestión. El caso es que cuando uno comienza a interesarse de verdad por el pasado histórico y dedica muchos años a leer sobre ello inevitablemente acumula un respetable volumen de información que le permite proyectarse sobre ciertos acontecimientos de tiempos pretéritos, visualizar escenas, ambientes, realidades... y tomar nota de algunos aspectos peculiares que se intuyen tras todo ello.
Una de las ideas que primero se asumen al respecto, después de mucho repensar sobre la lógica de la Historia, es que el mundo no
solo se divide entre ricos y pobres sino que de una forma un poco más sutil se
encuentra dividido entre las personas que cuentan, las que están llamadas a
pasar a la Historia, por un lado, y por otro las personas irrelevantes como tú y como yo, es decir los individuos con existencias que, lo admitamos o no, resultan totalmente irrelevantes cuando se piensa en el global de la
Humanidad.
Lo interesante, lo curioso, es que cuando además uno escarba en
las biografías de esas personas que cuentan comienza a apreciar algo parecido a una tendencia,
como una regularidad: y es que la mayor parte de tales individuos se
conocen entre sí desde su más tierna infancia.
Por supuesto existen factores que lo explican. Os podéis
imaginar. Desde siempre existen linajes de privilegiados ocupando la cúspide de la pirámide social y los retoños de tales grupos suelen
estudiar y frecuentar los mismos ambientes, ya desde ese momento establecen redes de
contactos y una vez llegan a la edad adulta perpetúan dicho estado de cosas de forma natural. En
todos los países se puede rastrear esto porque es algo que ocurre desde la
noche de los tiempos. Más o menos desde cuando un puñado de alumnos instruidos por Aristóteles en la corte macedonia de Pella acabaron repartiéndose el mundo helenístico e iniciando diversas dinastías centenarias.
Pero no es necesario irse tan lejos en el tiempo para hablar de estas cosas. Hoy en día en Francia todo el mundo conoce el poder de
los énarques. Es decir los
graduados en la prestigiosa Ecole
Nationale d’Administration (ENA). La mayoría de los políticos y grandes
empresarios franceses, da igual su afiliación política, han pasado por esa escuela en algún momento de sus vidas. Desde Alain Juppé a Michel Rocard, Lionel Jospin, Laurent Fabius o Edouard Balladur. Todos estudiaron
en la ENA.
Por eso resulta muy gracioso analizar el panorama
político francés de hace algunos años y de repente descubrir que Francois
Hollande, Segolene Royal o Dominique de Villepin no solo proceden todos de la
misma institución educativa, es que además fueron compañeros de aula. De hecho
será casualidad pero entre los más o menos 80 compañeros que se licenciaron el
mismo año que ellos (camada que se conoce bajo el apelativo de promoción Voltaire), nada menos que otros
cuatro acabaron siendo ministros (Jean-Pierre Jouyet, Renaud Donnedieu de
Vabres, Michel Sapin y Frederique Bredin). Además en su clase también estaba
gente como Michel Cadot, actual prefecto de policía de París; Yvon
Robert, alcalde de Rouen; Marie-Françoise Bechtel, ahora diputada; Philippe
Carré, antiguo embajador de Francia en Austria; Jean-Maurice Ripert, quien ha
ocupado diversos puestos de diplomático y embajador, entre ellos representante de Francia ante la ONU y también ante la
Federación Rusa. Una trayectoria en parte parecida a la de Pierre Duquesne o Henri Fissore, Sylvie Hubac,
Jean Pierre Hughes, Michel Gagneux, Jean
Lefebvre de Laboulaye, Pierre-René Lemas, Pierre Mongin o Jean-Maurice Ripert,
todos ellos altos embajadores, diputados, o políticos de trayectoria, en muchos casos colocados a dedo en sus puestos por otros compañeros de colegio suyos. Mientras tanto en el mundo empresarial entre los compañeros de estudios de los anteriores aparece gente como
Henri de Castries, hasta hace poco presidente de la aseguradora Axa, o Jean
Marc Janaillac, de Air France.
¿A que no ocurrió lo mismo con vuestros compañeros de
Universidad?
Lo cierto es que la ENA fue creada en 1945 como una
institución teóricamente meritocrática, dentro de lo posible. Tal es así que en los años
cincuenta más o menos uno de cada tres estudiantes en sus aulas pertenecían a
las clases bajas. En los años 90 sin embargo ese porcentaje ya era inferior al 10% y seguía
bajando en la medida en que los ecos de su éxito llevaron a la Ecole a ser colonizada por
los hijos de las "mejores" familias galas como una plataforma desde la que acceder al control del Estado. De hecho el ahora de moda Emmanuel Macron, cómo no, también es un enarca, ya que se licenció en la ENA en 2004, igual que Najat Vallaud, la actual ministra de Educación, o Gaspard Gantzer actual consejero de comunicación de la presidencia de la República.
Y si eso pasa en un país oficialmente poco "clasista" como Francia imaginaros lo que ocurre en Gran Bretaña donde la práctica
totalidad de su élite política y de sus hombres de finanzas estudiaron en Harrow o bien en Eton (casi 40.000 euros de matrícula por curso ejercen de barrera frente a los plebeyos en cuanto al acceso a este y otros
centros parecidos) y luego pasaron por las universidades
de Oxford o Cambridge. Allí es por tanto normal advertir que casi todos los que cuentan y/o tienen dinero fueron compañeros de clase en algún momento de sus vidas. A ver si adivináis quienes son los de las fotos de más abajo, en la primera podéis ver por ejemplo a unos jovencitos David Cameron y Boris Johnson, pero todos los que están marcados con un número resulta que ahora son alguien muy importante, si queréis saber más buscar por ejemplo información sobre el Bullingdon Club.
En España ocurre algo parecido con los compañeros de estudios de Jose
María Aznar, pero también con los de Alfredo Pérez Rubalcaba. Todos ellos
exalumnos del colegio de Nuestra Señora del Pilar, un centro privado católico
ubicado en Madrid del que han salido nueve
ministros, una docena de embajadores, un par de presidentes de Telefónica y
otros tantos directores generales de RTVE, así como numerosos altos cargos y
grandes empresarios de este país. Por dicho colegio pasaron Juan
Villalonga, Alberto Cortina, Javier Rupérez, Fernando Schwartz, Antonio
Garrigues Walker, Álvaro del Portillo, Jaime Lissavetzky, Javier Solana, Pío
García Escudero, Rafael Arias Salgado, Mikel Buesa, Miguel Ángel Fernández
Ordóñez, Javier Elorza, Juan Miguel Villar-Mir, Juan Abelló, Alberto Alcócer,
Luis María Ansón, Juan Luis Cebrián, Alfonso Ussía, Jaime Lamo de Espinosa,
Fernando Savater o Fernando Sánchez Dragó entre otros muchos.
Uno podría pensar que la Transición en el fondo se explica perfectamente
si tenemos en cuenta que una gran parte de las élites políticas, judiciales,
económicas y también intelectuales (esto último siempre lo olvidamos) que dieron forma al actual "sistema" en el fondo estudiaron juntas y a título personal son buenos amigos más allá de sus supuestos enfrentamientos públicos de cara a la galería. A fin de cuentas gran parte de los dirigentes de UCD, AP, luego del PP, también del Opus Dei, pero
asimismo del PSOE y de los principales periódicos españoles de hace unos años
fueron todos compañeros en los mismos colegios privados que alojaban a los retoños
de las escasas clases medias y altas de la España de los años 50 y 60, colegios
como el de Nuestra Señora del Pilar ya citado, o el de Santa María del Pilar por
el que pasó gente como Ignacio Wert o Luis de Guindos.
A ese respecto me llama la atención una cosa un tanto sorprendente, al
menos si analizamos el fenómeno desde una cierta ingenuidad. A fin de cuentas la
moderna “izquierda” española que dio forma a la Transición en el fondo muestra orígenes igual de endogámicos que sus
contrapartes de la derecha. Me refiero a que buena parte de los integrantes de la cúpula socialista hasta hace bien poco procedían de colegios como los mencionados, o bien formaron parte de los personajes que figuraron o estuvieron en su momento relacionados con la
famosa foto de la tortilla tomada en unos pinares de Puebla del Río en 1974 y en la cual podemos distinguir entre otros a unos
jóvenes Alfonso Guerra, Felipe González, Manuel Chaves y Luis Yáñez (además la persona que hizo la foto fue Manuel del Valle, que luego sería alcalde de Sevilla), cuando ya
conspiraban para suplantar a los dirigentes históricos del socialismo español (aquellos que de alguna manera sí habían luchado contra el franquismo) con la intención de ponerse ellos en su lugar y repartirse la tortilla, que ya por entonces se intuía suculenta.
Y sin embargo yo no he venido hoy a hablar solo de esto. Porque todo lo anterior en el fondo ya lo sabemos. Lo podemos observar cada día a nuestro alrededor aunque luego pretendamos ignorarlo para poder descansar por las noches. En cambio este es
un blog complicado, retorcido, desgraciado, tortuoso.
A donde quiero llegar es que las cosas en realidad no son sencillas porque a veces en la historia
encontramos el azar. O peor que el azar, lo intangible, lo ilógico, lo
incomprensible. Algo que no sigue las reglas, o que sigue reglas que no
deberían existir.
Por ejemplo, cuanto más estudio el pasado más me convenzo de que existe
una especie de atracción invisible entre las personalidades geniales o los idiotas llamados a ser importantes, igual da. Hay un algo
intangible e inextricable que tiende a unir y aproximar las personalidades
fuera de lo común, a juntar los destinos excepcionales, para bien o para mal. Por eso, de cara a explicar tal misterio, no basta recurrir a la lógica de la
afinidad entre miembros de los mismos grupos sociales, o de las personas con las mismas ideas, o a los
procesos que hacen que escritores, músicos o pintores de estilos semejantes que
conviven dentro de una misma época acaben formando movimientos intelectuales organizados y relacionándose y estableciendo vínculos entre sí.
Tampoco es suficiente con tomar en consideración la existencia de movimientos menos conocidos, dentro de la ciencia o las universidades, tendentes a hacer converger en grupúsculos a las élites del pensamiento públicamente aceptado de cada momento de forma un tanto parecida a como lo hacen sus
homólogos en los mundos de la política o la empresa.
(La imagen de encima es una foto de la llamada Conferencia Solvay celebrada en octubre de
1927. Diecisiete de las personas en esa fotografía han pasado a la historia
como ganadores del Premio Nobel de Física o Química).
Aquello de lo que hablo es más complicado y extraño todavía. Algo muy
irritante para una mente fría y lógica como la mía atada a los imperativos
impuestos por la demografía o la infraestructura productiva.
Por ejemplo. En 1842, Nathaniel Hawthorne, quien llegaría a ser considerado uno de los
principales escritores estadounidenses de aquel siglo, contrajo matrimonio y se
mudó a Massachusetts. Dio la casualidad de que precisamente en la misma barriada sin especial interés en la que compró su casa vivían por entonces Ralph Waldo Emerson y un tal Henry David Thoreau el cual
daba clases a los niños de la vecindad y ejercía de jardinero. Con el tiempo
resulta que ambos personajes estaban llamados a ser también dos de los
principales escritores y pensadores estadounidenses de esa época.
A comienzos del año 1900 en una
colina de Sudáfrica tuvo lugar una batalla entre británicos y afrikaners en el
contexto de lo que se conoció como Segunda Guerra Bóer. Resulta que uno de los
poco más de 20.000 hombres que combatieron allí era Louis Botha, quien luego sería presidente de la moderna República de
Sudáfrica y uno de los padres del racismo contemporáneo. Simultáneamente, ejerciendo como enlace
de inteligencia y correo del bando británico, se encontraba en la zona un jovencísimo Winston
Churchill. Mientras que como oficial médico también participó en la batalla un
tal Mohandas Gandhi. Tres de las principales figuras políticas del siglo XX,
por muy distintos motivos, en cierta forma puede decirse que empezaron su vida adulta, esa que los llevaría a ser mundialmente conocidos, durante las semanas en que sin saberlo coincidieron por
casualidad en una abandonada colina del interior de Sudáfrica.
Poco después en la Realschule
de Linz, contra toda lógica, Ludwig Wittgenstein y Adolf Hitler acabaron siendo
compañeros de estudios cuando ambos tenían quince años de edad.
Wittgenstein era un niño rico de ascendencia en parte judía, hijo de un
industrial del acero por cuya casa era frecuente el paso de intelectuales y
artistas de todo tipo como Brahms
y Mahler. Pasados los años, mientras Adolf Hitler accedía al poder, Ludwig Wittgenstein se convirtió en uno de los
intelectuales más enigmáticos del s. XX, quizás uno de los principales
filósofos contemporáneos, pero también un matemático y lingüista notable.
Antes de eso, a comienzos de 1913, Adolf Hitler se desplazó a residir en Viena y en ese breve período hizo acto de presencia en la ciudad, de incógnito, un tal Joseph Dzhugashvili (luego conocido como Stalin), con la intención de visitar a un revolucionario ruso que vivía exiliado allí desde hacía seis años, un tal Lev Bronstejn (más conocido como Trotsky). Durante unas semanas todos ellos y un joven inmigrante yugoslavo, de nombre Josif Broz (Tito), el cual trabajaba por entonces en una factoría de las afueras, coincidieron en la ciudad, apenas a unos kilómetros de distancia unos de otros. En mayo Tito entró en el ejército austrohúngaro y Hitler se fue a vivir a Munich, pero antes de eso probablemente se cruzaron alguna vez en el centro de aquella urbe, obviamente sin darse cuenta de la ironía. Igual que Leni Riefenstahl y Marlene Dietrich que en los años 20, antes de pasar a la posteridad por motivos dispares, fueron vecinas en unos apartamentos de Berlín.
No se cómo explicarlo, pero cuanto más estudio el pasado con una actitud
cartesiana y racionalista, intentando explicar las cosas con lógica y en base a
grandes dinámicas socioeconómicas, más convencido estoy de que además de lo
anterior, como para compensar, hay un azar no
azaroso, como una fuerza parecida a la atracción gravitatoria, pero que en este
caso tiende a aproximar entre sí a aquellos individuos llamados a convertirse en personas "que cuentan". Existe algo parecido a un impulso misterioso que lleva a los hombres y mujeres llamados a ser especiales no
solo a frecuentar cuando son adultos o famosos las mismas tertulias culturales y los mismos movimientos políticos,
porque eso a fin de cuentas tiene cierta lógica, sino también a por ejemplo vivir en los mismos lugares y cruzarse en la calle de las mismas ciudades mucho tiempo antes de ocupar su papel en la historia.
Asimismo algo ajeno a ellos mismos
les hace acabar compartiendo pisos de alquiler (tanto los poetas Luis Cernuda y Miguel Alberti como el espía y asesino Ramón Mercader eligieron el edificio Ermita para alquilar una habitación durante sus estancias en México en los años finales del período de entreguerras), pupitres o aulas en el colegio (como Mick Jagger y
Keith Richards), o a escoger las mismas aficiones, a manifestar excentricidades equivalentes, o a
frecuentar los mismos lugares de ocio aún antes de que sean una moda. Como
cuando el 4 de junio de 1976 en un garito de Manchester unas cien personas asistieron a la actuación de una banda alternativa y aún no muy famosa llamada Sex Pistols y con el tiempo resultó que entre los por entonces anónimos espectadores que estaban allí aquel día un poco por
casualidad se contaban los futuros impulsores
de al menos otras tres bandas famosas y el que sería el creador de una de las
principales discográficas del período.
Hay algo que se me escapa que lleva a algunos
individuos a encontrarse una y otra vez hasta casi chocar, siempre en el instante preciso en el lugar oportuno, siempre en el centro del tornado, en el origen
de la tempestad. O quizás todo es producto de la estadística, de las leyes de la probabilidad. Pero me da que detrás de todo esto que hoy os he contado hay al menos alguna cosa que no encaja en los parámetros de la normalidad.
Desgraciadamente por el momento lo único que he podido deducir de tal revelación es que vosotros y yo nunca seremos protagonistas de ello, solo testigos pasivos condenados a contemplar en silencio el gran espectáculo desde las gradas en penumbra reservadas para los que no importamos.
Creo más bien que se trata de un caso de parcialidad estadística. El mismo fenómeno ocurre cuando, paseando por una ciudad en otro país, nos encontramos a alguien de nuestro mismo barrio. ¡Qué casualidad! ¿Cuáles eran las probabilidades de que ese suceso ocurriera? Muy bajas, sin duda. Pero si sumamos las probabilidades de que alguna vez, paseando por alguna ciudad del extranjero, nos encontremos con alguien conocido, resulta que el total no es una probabilidad baja, más bien al contrario.
ResponderEliminarEs decir, las probabilidades de que Hitler coincidiera en 1913 en Viena con Stalin y Tito no son altas. Pero que coincidiera con cualesquiera dos personajes importantes en alguna ciudad de Europa en algún momento, no es nada raro. Es más, yo diría que muy probable. Solo hace falta tener mucho tiempo para buscar.
Hay ciertos conceptos estadísticos que no encajan demasiado bien con nuestro "sentido común". Otro ejemplo, relacionado con éste, es el que proporciona el Teorema de Bayes. Veritasium tiene un vídeo sobre este tema. Te lo recomiendo: https://www.youtube.com/watch?v=R13BD8qKeTg
Creo que estás en lo cierto. Es una cuestión de matemáticas, de estadística, de probabilidad. Pero aún así a veces uno encuentra cosas realmente raras en el pasado y no puede dejar de quedarse sorprendido y maravillado de comprobar en persona como realmente a veces la vida supera a la ficción. Quizás algún día volveré sobre este punto.
ResponderEliminarAunque en realidad de la entrada de hoy considero que la parte más interesante es realmente la primera por lo que dice de cómo funcionan en su cúspide nuestras sociedades "meritocráticas".
Por supuesto. Y es lo que hay detrás de muchas escuelas de prestigio, másteres de administración de empresas y demás. No es tanto el conocimiento adquirido, como los contactos creados. Qué pena haber nacido hijo de pobre...
ResponderEliminarEs cierto que estas coincidencias, casualidades o causalidades provocan en ocasiones asombro y maravilla como cuando te enteras de que en una escuela primaria de Bristol compartieron patio y tirachinas a principios de siglo uno de los padres de la física moderna, Paul Dirac y Archibald Alexander Leach, más conocido como Cary Grant
ResponderEliminarVeamos...las élites son élites en la medida en que existe todo un sistema que legitima y valida su estatus, si ese sistema no existiera o si las personas de las cuales proviene su aprobación y reconocimiento dejaran de apoyarlas ¡Fuera abajo!
ResponderEliminarLos Medici eran dueños de media Italia en su época de mayor esplendor, los Borgia duraron más de un siglo con toda Italia aplaudiendo sus gracias y repartiéndose alegremente títulos nobiliarios e incluso el papado y luego ¿qué sucedió?; llegaron los Turcos e hicieron colapsar el sistema económico que los validaba (Esa especie de capitalismo embrionario) que los validaba y adiós. con la caída del imperio romano las familias patricias perdieron su poder y legitimación, porque ya no estaba presente ese aparato militar y burocrático que los respaldaba y les proporcionaba su razón de existir. ¿Qué pasaría con un Rockefeller si se perdiera en el desierto del Sahara? ¿Qué sería de un Rothschild si se decidiera a internarse en medio de la Amazonía brasileña y se encontrara con alguna de las varias tribus no contactadas que existen allí? Lejos de sus esferas de poder e influencia esos individuos no serían más que pobres desgraciados que deberán arreglárselas para sobrevivir de la misma forma en que lo haría cualquiera que no tenga los privilegios de los que ellos gozan en sus mundos de cristal y acero.
En cuanto a lo de la relevancia histórica de ciertas personas sobre otras, te diría que cualquier fulano puede ser personaje de la historia incluso sin proponérselo; hasta el momento en que Franz Ferdinand se cruzó en su camino, Gavrilo Princip era uno de aquellos que "No cuentan", un nacionalista serbio del montón; lo único que hizo que ese individuo fuera rescatado del olvido de los siglos fue el dar muerte al archiduque e "iniciar" de este modo la PGM, aunque hoy en día sea un secreto a voces que este fue solo el pretexto de Austria-Hungría, para algo que ya se venía gestando de antemano.
Un anónimo marinero de la expedición que llego a nuestro continente, llamado Rodrigo de Tiana, aparece en las páginas de la historia solamente por haber gritado "¡Tierra!" al divisar las costas de Guahananí desde la Nao Santa María, donde iba embarcado al igual que otros tantos marineros anónimos y totalmente ignorantes del propósito de todo aquello y de dónde iría a parar.
Un monje de tantos en el Vietnam de posguerra, llamado Thich Quang Duc, habría pasado totalmente inadvertido por la historia de no ser por su decisión de autoincinerarse en medio de una concurrida plaza vietnamita en reclamo de mayores libertades para su colectivo.