Una gran civilización no es conquistada desde
fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro.
Con
esa cita comienza Apocalypto, la
espectacular cinta producida de Mel Gibson ambientada en un
imposible mundo maya todavía en decadencia a inicios del s. XVI. La frase en cuestión es obra de un historiador
estadounidense llamado Will Durant (autor de una conocida pero ya muy vieja Historia Universal
por uno de cuyos volúmenes recibió el Pulitzer) quien la puso por escrito refiriéndose a los romanos y no los mayas. Es más, dicho enunciado ni siquiera es original ya que de cara a formularlo Durant se limitó a versionar una famosa afirmación realizada previamente por el historiador y filósofo
británico Arnold J. Toynbee: "Las grandes civilizaciones mueren por
suicidio, no por asesinato".
Y sin embargo, pese a todas las salvedades que acabo de hacer, el caso es que dicha reflexión en cierta forma se ajusta perfectamente a lo que vamos a ver hoy acerca del mundo maya.
Y sin embargo, pese a todas las salvedades que acabo de hacer, el caso es que dicha reflexión en cierta forma se ajusta perfectamente a lo que vamos a ver hoy acerca del mundo maya.
Cuestión
de opiniones
En
la anterior entrada de este humilde blog habíamos comenzado a familiarizarnos con
algunas cuestiones relativas al declive experimentado por los mayas durante el
s. IX y que supusieron el final de la etapa de plenitud de su cultura a
comienzos del siglo siguiente.
Mi
labor en este blog raramente consiste en aportar información por mí mismo. Yo
soy un divulgador, no un investigador. Lo que yo intento hacer aquí es ofreceros
un estado de la cuestión actualizado, una panorámica sobre ciertas temáticas complejas que a alguien sin una formación muy específica podría llevarle años
comprender. En otras palabras, me limito a resumiros de forma didáctica
procesos históricos y discusiones teóricas. De cara a ello suelo recurrir a las publicaciones de los
especialistas, aportando a título personal mi capacidad para
sintetizarlas de forma pedagógica separando el grano de la paja y ahorrándoos
así a los que seguís el blog tiempo y dinero en lecturas que en su mayoría os resultarían
muy aburridas. Pero claro, al hacer eso suelo concederme el derecho de tomar
partido, de decidir qué ideas recojo y cuales ignoro y qué perspectiva doy al
conjunto final.
En
lo tocante al mundo maya existen varios grandes bloques de teorías en cuanto a
las explicaciones sobre el declive de su cultura. Por un lado están las teorías que se centran en factores con un
origen exógeno, externo a la propia sociedad maya, planteamientos que por ello suelen incidir muy especialmente en cuestiones climáticas y medioambientales. La última entrada estuvo dedicada en buena medida a comentar hipótesis de ese
estilo según las cuales el derrumbe del mundo maya habría de ser puesto en
relación con los efectos de la sequía fundamentalmente. Se trata de una
aproximación muy al alza en los últimos años y que, digamos, está “de moda”.
Hace unas décadas sin
embargo eran las teorías de base conceptual endógena las que ostentaban la
primacía. Es decir, teorías que incidían en aspectos puramente
internos a la sociedad maya como causantes de su declive, caso de su modelo
político o la particular mentalidad de sus élites.
Más allá de lo anterior,
si nos salimos de esa dicotomía aparentemente irresoluble entre teorías que
privilegian las causas externas frente a otras que se centran en razones de orden interno, existe otro eje de confrontación entre autores que priorizan las
causas de tipo “estructural” centradas en los factores relacionados con el sistema
productivo y el modelo social, frente a teóricos que inciden sobre todo en la “superestructura”,
es decir aquellos que sitúan las fricciones entre los
grupos dirigentes, así como su perniciosa ideología, como elementos decisivos a
la hora de entender el derrumbe de la civilización maya. Hablaríamos así de investigadores que privilegian lo socioeconómico frente a otros que en cambio consideran fundamentales las cuestiones políticas e ideológicas.
Una forma de apreciar las diferencias entre los variados enfoques posibles consiste en comparar
las teorías de divulgadores como Jared Diamond o Franz Broswimmer, centrados en
factores ecológicos, frente a otros como James Robinson y Daron Acemoglu que en su famoso Why Nations Fail
citan de pasada el caso de la civilización maya como un ejemplo de sociedad
fallida debido a la expansión en su seno de instituciones políticas extractivas
y élites parasitarias y corruptas. Para estos últimos autores las cuestiones jurídicas y administrativas, o de mala gestión por parte del poder político,
tendrían primacía sobre otros elementos de juicio, caso de la deforestación, la
salinización de los suelos o el aumento de la temperatura, que sin embargo sí
resultan centrales para Diamond y Broswimmer.
A mi modo de ver, como
por otra parte suele ocurrir con estos debates, ninguno de esos grupos de pensadores tiene
toda la razón ni está equivocado por completo. Debido a ello la mejor explicación posible sobre el final de la cultura maya clásica probablemente consiste
en recombinar de forma creativa y sin prejuicios algunas de las diversas
explicaciones que cada uno de esos bandos nos ha ofrecido. Y eso es lo que hoy
pretendo aportaros.
Si tuviera que resumir la
idea de la que voy a partir sería la siguiente: después de lo que
ya hemos aprendido tenemos suficientes pistas de que fueron problemas de base
natural los que comenzaron la cadena de acontecimientos que desembocaron no ya
en el colapso maya del año 900 sino en todas y cada una de las sucesivas
crisis, mayores o menores, que el mundo maya atravesó más o menos cada 300
años. Debido al estancamiento tecnológico de su civilización, así como a las
peculiaridades de las tierras en que se ubicaban sus ciudades, el sistema agrícola de los
mayas se mostró muy vulnerable a las sequías como consecuencia de la excesiva dependencia del agua de lluvia. Por ello tales sequías así como otro tipo de posibles catástrofes (luego
apuntaré otro factor clave que podría ser interesante considerar) sin duda
desencadenaron serios problemas de funcionamiento en el aparato productivo de
base sobre el que se sostenía toda la civilización maya.
Ahora bien, lo anterior no parece poder explicar por sí mismo la implosión de una cultura relativamente avanzada. Los factores geográficos y climáticos fueron actores necesarios pero no suficientes de cara a causar el derrumbe de aquella fascinante civilización. Otras sociedades igual de
estancadas tecnológicamente que los mayas y también sometidas a una orografía o
un clima complicados, lograron pese a todo imponerse a problemas de parecido calado. Es el caso de los aztecas asentados en el altiplano del México central,
o los incas del escarpado mundo andino. Es por eso que de cara a obtener una explicación completa y satisfactoria del declive de la civilización maya
hay que considerar también diversos factores internos a su sociedad que agravaron y volvieron imposibles
de solucionar los problemas derivados del clima y la geografía de sus tierras. De esa forma lo que voy a intentar argumentaros a continuación es que las recurrentes sequías
en la zona iniciaron en diversas ocasiones secuencias de acontecimientos que luego
las medidas políticas adoptadas por los líderes mayas, todas ellas cortoplacistas e ineficaces, no lograron solucionar.
Vamos a verlo.
Ceniza
Los estadounidenses David
A. Hodell, Mark Brenner y Jason H. Curtis publicaron en el volumen de julio de
2005 de Quaternary Science Reviews un
artículo titulado “Terminal Classic drought in the northern Maya lowlands
inferred from multiple sediment cores in Lake Chichancanab (Mexico)” donde
planteaban que las tierras mayas habrían sufrido en los años 475-250 a.n.e. y 125-210
una serie de sequías en cierta forma parecidas a las que Richardson B. Gill teorizó para los años
760-910 en relación con el final del mundo Clásico maya. Según Hodell, Brenner
y Curtis, mucho antes de la época del "colapso" por antonomasia, en concreto durante el propio proceso de transición entre el Preclásico y el Clásico en el área, los mayas padecieron a pequeña escala problemas de
sequía semejantes a los que más adelante acabarían desencadenando el declive definitivo de su
civilización. De esa forma tenemos que el primero de los diversos “colapsos” mayas, concretamente el
ocurrido entre los años 150 y 200, podría ponerse ya en relación con estas
cuestiones.
Vamos a dar ahora unos pequeños saltos en el tiempo y el espacio, el primero de los cuales nos lleva hasta Joya de Cerén, una especie de
Pompeya maya. Se trata de una pequeña villa ubicada en tierras de El Salvador que
fue sepultada en el año 660 de nuestra era por la erupción del volcán Loma
Caldera. Los restos arqueológicos encontrados allí hace algunas décadas son un aviso de que la actividad volcánica constituyó otro de los enemigos de los mayas, quizás el más olvidado e ignorado de todos pero desde luego no el menos importante.
De hecho hoy sabemos que la Joya no fue la única población de la zona que sufrió un destino así puesto que la más terrible de todas las erupciones ocurridas en aquellas tierras fue la del volcán Ilopango, que tuvo lugar en torno al año 535 y tras la cual el humo resultante provocó un invierno artificial en toda la región al tapar el sol. Por si fuera poco las cenizas expulsadas por el volcán se fueron con el tiempo depositando en los campos de labor distribuidos por los territorios cercanos, volviéndolos estériles. Para hacernos una idea de las consecuencias dentro del mundo maya de semejante catástrofe conviene recordar que algo parecido ocurrió hace justo dos siglos, gracias a lo cual poseemos registros históricos. Me refiero a la erupción del volcán Tambora, ubicado en Indonesia, ocurrida en 1816. Durante su erupción el volcán expulsó tanta ceniza, y a tanta altura, que esta se desplegó por toda la estratosfera como un sudario, velando el sol y dando lugar al llamado “año sin verano” que provocó en Europa casi un cuarto de millón de muertos por el hambre debido a las cosechas perdidas. Eso en Europa a miles de kilómetros de distancia del foco de la erupción. En cambio a lo largo de Asia las secuelas fueron mucho más desastrosas y aun así hablamos de un mundo ya en vías de industrialización y por tanto de sociedades mucho menos vulnerables que los mayas con su tecnología neolítica. Así pues no resulta aventurado opinar que tal vez el Hiato maya de los años 530-590 se inició no tanto por una sequía como debido a los efectos resultantes de la erupción del Ilopango en El Salvador.
De hecho hoy sabemos que la Joya no fue la única población de la zona que sufrió un destino así puesto que la más terrible de todas las erupciones ocurridas en aquellas tierras fue la del volcán Ilopango, que tuvo lugar en torno al año 535 y tras la cual el humo resultante provocó un invierno artificial en toda la región al tapar el sol. Por si fuera poco las cenizas expulsadas por el volcán se fueron con el tiempo depositando en los campos de labor distribuidos por los territorios cercanos, volviéndolos estériles. Para hacernos una idea de las consecuencias dentro del mundo maya de semejante catástrofe conviene recordar que algo parecido ocurrió hace justo dos siglos, gracias a lo cual poseemos registros históricos. Me refiero a la erupción del volcán Tambora, ubicado en Indonesia, ocurrida en 1816. Durante su erupción el volcán expulsó tanta ceniza, y a tanta altura, que esta se desplegó por toda la estratosfera como un sudario, velando el sol y dando lugar al llamado “año sin verano” que provocó en Europa casi un cuarto de millón de muertos por el hambre debido a las cosechas perdidas. Eso en Europa a miles de kilómetros de distancia del foco de la erupción. En cambio a lo largo de Asia las secuelas fueron mucho más desastrosas y aun así hablamos de un mundo ya en vías de industrialización y por tanto de sociedades mucho menos vulnerables que los mayas con su tecnología neolítica. Así pues no resulta aventurado opinar que tal vez el Hiato maya de los años 530-590 se inició no tanto por una sequía como debido a los efectos resultantes de la erupción del Ilopango en El Salvador.
Desarrollando la
hipótesis llegamos a lo siguiente. Las sequías ocurridas en el s. II iniciaron una primera
etapa de problemas. Los mayas se vieron obligados a relocalizar el centro de gravedad de su civilización abandonando muchas de sus primeras ciudades, levantadas sobre todo en las regiones selváticas y montañosas del Sur de Guatemala, para a continuación pasar a construir nuevas y mayores ciudades en las llamadas Tierras Bajas, un poco más al Norte (en el "área central" del mapa anexo), en territorios más secos pero con suelos que no habían sido todavía plenamente explotados y por ello conservaban su fertilidad. Eso dio
lugar a una fase de expansión demográfica y urbana que finalizó debido a un nuevo momento de
estancamiento en este caso ocurrido durante la segunda mitad del s. VI. Esa crisis muy probablemente debería ser puesta en relación con los estragos de la erupción volcánica que acabo de mencionar pero, al no coincidir con grandes sequías y no estar todavía agotados los suelos de las Tierras Bajas, esta nueva crisis se superó al cabo de unas pocas décadas lo que dio paso a un momento de plenitud.
Así es como la
civilización maya alcanzó su esplendor entre los años 600 y 750 más o menos.
Para entonces el crecimiento de la población se había descontrolado lo que obligó a llevar al límite de sus posibilidades al primitivo sistema agrícola maya. Era necesario
producir comida para un volumen de gente cada vez mayor y la única solución para
ello era poner en cultivo más tierras. Lo anterior, en paralelo a la
necesidad de material constructivo para las ciudades en expansión, llevó a deforestar
amplias áreas y eso a su vez aumentó la erosión. De esa forma, al roturar más y más tierras, los mayas acabaron con la cubierta forestal y vegetal que servía para retener
la humedad en la zona, lo que hizo más vulnerables a la sequía y la erosión a los suelos en el entorno de
las grandes urbes de las Tierras Bajas. Es entonces cuando hicieron acto de presencia nuevos tipos de complicaciones.
Guerra
A lo largo del s. XIX y
comienzos del XX los primeros mayistas académicos imaginaron la sociedad maya
en términos muy positivos: los mayas habrían sido un pacífico pueblo de
sacerdotes-astrónomos dedicado fundamentalmente a construir templos y observar
las estrellas. Hoy en cambio, igual que ha ocurrido por ejemplo con el mundo minoico, esa aproximación tan benévola ha cambiado.
De hecho, gracias al
desciframiento de su escritura y la consiguiente lectura de algunos de sus registros
históricos grabados en estelas de piedra, en el transcurso de las últimas décadas
hemos podido saber que la sociedad maya era profundamente belicosa siendo los
conflictos entre ciudades algo muy frecuente, incluso endémico en algunos
períodos.
Pero en ese sentido las
limitaciones de los ecosistemas propios del mundo mesoamericano les jugaron nuevamente una mala
pasada a los mayas. Habíamos visto que las culturas precolombinas en general se vieron muy
condicionadas por la inexistencia de grandes herbívoros domesticables en el continente (debido a razones en que no vamos a entrar). Ese fue
un hándicap tremendo al desencadenar otra serie de problemas relacionados. Por
ejemplo debido a ello se
volvía muy difícil el transporte de grandes masas de artesanías y provisiones lo que limitó a las mercancías de
lujo el comercio a media y larga distancia. A su vez lo anterior impedía en épocas de crisis que las regiones menos afectadas
suministrasen alimentos a gran escala a las más desabastecidas. Pero es que
además ese tipo de problemas condicionaron la naturaleza de la guerra en todo
el área ya que resultaba prácticamente imposible abastecer a un ejército a
más de una semana de distancia de su ciudad de partida.
Para que se entienda. Al
carecer de grandes animales de carga los mayas no desarrollaron plenamente el
concepto de rueda, en relación con lo cual no usaban carros, y tampoco podían navegar usando grandes
embarcaciones por sus escasamente caudalosos ríos aptos apenas para precarias
canoas. Por tanto los suministros tenían que ser trasladados de un punto a otro
del territorio maya a hombros de porteadores. Pero claro un hombre dedicado a esas
labores tiene mucha menos capacidad de carga que un caballo o unos bueyes y
además no come hierba, sino que tiene que alimentarse de los propios víveres que transporta. De tal manera una tropa que se dispusiese a una
invasión del suelo enemigo se veía obligada a abastecerse fundamentalmente
sobre el terreno, algo complicado en medio de la masa vegetal que separaba unas
ciudades de otras. Otra solución era que cada ejército se hiciese acompañar de
una gigantesca columna de esclavos y porteadores que se ocupasen de cargar sobre
sus espaldas los suministros necesarios para la campaña. No obstante el
radio de acción de un ejército limitado logísticamente de esa forma es pequeño
porque cuantos más porteadores se añadan también más comida será necesaria para
ellos mismos y cuanto más comida cargue cada uno más lenta será la marcha y más
tardarán en llegar al punto de destino, lo que obliga a su vez a llevar más
comida…. Al final, como digo, mediante sistemas basados en porteadores humanos resultaba inviable acarrear masivamente provisiones para desplazamientos de más de 150 km aproximadamente a lo largo de las junglas de la zona. Y eso a su vez en gran medida explica la atomización política del mundo maya durante toda su historia.
Como vimos el último día, aunque hubo algunas ciudades mayas que lograron fugazmente imponer una cierta autoridad sobre
grandes extensiones de terreno realmente ninguna gran ciudad logró dominar a todas las demás de forma simultánea y estable, en parte
debido a estos problemas de transporte y logística de los que hablo. Por
supuesto se podían establecer depósitos e ir conquistando territorios poco a poco, pero el hecho de que en cuanto el defensor lograse resistir apenas unos cuantos
días el atacante se viese en riesgo de quedarse completamente desabastecido en tierra de nadie complicaba mucho las cosas. Además el problema no era solo la
comida sino también, una vez más, el agua. A fin de cuentas la mayoría de los primeros grandes Estados e Imperios de la historia se han levantado a lomos de carros y caballos y a lo largo de franjas de terreno llano en las que abundaban los alimentos. Nada de lo cual se ajustaba a lo habitual en el mundo maya.
Ahora bien, el hecho de
que para los mayas resultase imposible unificarse políticamente resultó
negativo porque perpetuó el estado de guerra. El establecimiento de un gran
poder en la región, aunque fuese de naturaleza tiránica, habría permitido imponer la paz, al menos durante algún tiempo;
y en último término habría facilitado la realización de grandes obras hidráulicas o la
adopción de medidas a gran escala para enfrentarse a los problemas comunes. Por
el contrario la situación de guerra crónica en que las ciudades mayas acabaron estancadas sin duda dificultó en gran medida la coordinación de
esfuerzos o siquiera el que los gobernantes de turno tuviesen el respiro y la
claridad de ideas necesaria para implementar soluciones adecuadas a los
desafíos económicos y ecológicos que se les plantearon en determinados momentos
clave.
La carencia de grandes
animales asimismo complicaba el lograr conseguir aportes de proteínas de origen
animal para las grandes masas de población. Los mayas comían muy poca carne,
como los japoneses de hace unas décadas, y en su caso no eran capaces de
compensarlo con pescado. Si bien disponían de algunos tipos de pavos, los cuales estaban disponibles como alimento sobre todo para las élites, así como quizás también carne
de tortugas o tapires.
Quizás es en relación con esto, junto con el peculiar sistema religioso y social maya, así como con los problemas políticos para imponer una autoridad efectiva a media distancia, con lo que habría que relacionar la importancia de los sacrificios humanos en todo el mundo mesoamericano. El salvajismo de dichos sacrificios, muchas veces acompañados de brutales torturas, tenía que ver con la cosmovisión religiosa de unos pueblos sometidos a un medio muy hostil y que imaginaban por ello a unos dioses igualmente despiadados que solo proporcionarían lluvia suficiente de ser correspondidos en igual medida con ofrendas de sangre, el fluido vital. Pero ese tipo de prácticas también derivaban seguramente de la necesidad de imponer miedo y respeto a los habitantes de ciudades enemigas, cuando eran los prisioneros de guerras los que resultaban ejecutados, así como del interés de los gobernantes en hacerse temer por su propio pueblo, es decir la inmensa masa de campesinos sometidos a una explotación brutal y sobre cuya sumisión pasiva se sostenía el sistema. En definitiva, era necesaria la violencia y el terror de cara a mantener el precario orden social.
Quizás es en relación con esto, junto con el peculiar sistema religioso y social maya, así como con los problemas políticos para imponer una autoridad efectiva a media distancia, con lo que habría que relacionar la importancia de los sacrificios humanos en todo el mundo mesoamericano. El salvajismo de dichos sacrificios, muchas veces acompañados de brutales torturas, tenía que ver con la cosmovisión religiosa de unos pueblos sometidos a un medio muy hostil y que imaginaban por ello a unos dioses igualmente despiadados que solo proporcionarían lluvia suficiente de ser correspondidos en igual medida con ofrendas de sangre, el fluido vital. Pero ese tipo de prácticas también derivaban seguramente de la necesidad de imponer miedo y respeto a los habitantes de ciudades enemigas, cuando eran los prisioneros de guerras los que resultaban ejecutados, así como del interés de los gobernantes en hacerse temer por su propio pueblo, es decir la inmensa masa de campesinos sometidos a una explotación brutal y sobre cuya sumisión pasiva se sostenía el sistema. En definitiva, era necesaria la violencia y el terror de cara a mantener el precario orden social.
De esa es forma es como los mayas, igual que en cierta forma les ocurrió luego a los aztecas, se
vieron abocados a un ciclo de guerras y matanzas a gran escala en el momento de
apogeo de su cultura. Cuanto más populosas y grandes eran sus ciudades más
necesitaban suministros y más desigual se volvía la sociedad. Y en esa tesitura
la única solución que las élites del momento lograron esbozar para esos
problemas fue la violencia, no la cooperación. Se trataba de conseguir nuevas
tierras de cultivo conquistando el territorio del vecino y de paso lograr su
obediencia, así como la de las clases bajas dentro de la población propia, a través
de la exhibición pública de un poder y una crueldad terribles, paralizantes.
De esa forma los dirigentes mayas en lugar de alcanzar acuerdos diplomáticos para dinamizar el comercio de alimentos o la construcción de grandes canales y pozos, se enzarzaron en un ciclo de
guerras interminables en las que ningún bando podía aspirar a una victoria completa debido a las cuestiones que antes expliqué. Además, en paralelo a lo anterior, las élites sacerdotales decidieron dedicar buena parte de la mano de obra y los escasos recursos disponibles a sostener la construcción obsesiva de nuevos templos cada vez más
grandes y espectaculares en vez de emplear esos recursos en ayudar a los grupos sociales más necesitados. Era una huida hacia delante condenada de antemano.
Hambre y sed
Pese a todas esas contradicciones y problemas internos la civilización maya sobrevivió y alcanzó su apogeo durante el período Clásico Tardío. Al menos hasta que la
sequía hizo acto de presencia una vez más, en esta ocasión de forma aún más
persistente que en las ocasiones anteriores y en unas tierras más agotadas y
áridas que las abandonadas unos siglos antes. El consiguiente descenso de las reservas de agua en los acuíferos de la zona agravó aún más el problema en la medida en que al bajar demasiado los niveles de agua el porcentaje de algas por metro cúbico llegó a un punto álgido haciendo que fuese menos apta para el consumo humano. Asimismo las reservas de agua se volvieron más vulnerables la contaminación ambiental. A ese respecto los mayas utilizaban para decorar sus edificios diversos pigmentos, a destacar uno muy especial: el cinabrio, compuesto de azufre y mercurio. El mercurio, como todos sabemos es tóxico y poco a poco la lluvia acababa arrastrando hasta el subsuelo restos de esas pinturas presentes por todas partes en el exterior de los templos. De esta forma cuando el agua extraida del subsuelo a través de pozos se hizo indispensable y a la vez muy escasa la concentración de mercurio consumido a través de ella por los desgraciados habitantes de ciudades como Tikal llegó a niveles preocupantes.
Por todo ello a medida que durante la segunda mitad del s. IX la sequía se
acentuó y el alimento comenzó escasear, los famélicos campesinos se debilitaron aún más, lo que repercutió en su trabajo. Para entonces la situación de guerra casi generalizada implicó a su vez la destrucción de cosechas por parte de ejércitos y con ello el abandono de terrenos de cultivo fronterizos que no se podían defender eficazmente, lo que añadió aún más presión sobre los agotados y desmoralizados cultivadores. Todo eso, sumado a la caída en la productividad de los suelos debido a su progresivo agotamiento, hizo que llegado un punto el volumen de las cosechas empezase a disminuir drásticamente. Sin
embargo en aquel momento se precisaba justo lo contrario, de hecho la comida resultaba más necesaria que nunca. La población urbana no dejaba de crecer y además era
necesario alimentar a los cada vez mayores ejércitos, así como a los
trabajadores encargados de construir los templos que supuestamente ayudarían a congraciarse
con los dioses de cara a obtener el regreso de las
lluvias y ya de paso el triunfo en la guerra de turno.
Por si fuese poco, a todo
lo anterior habría que sumar un último factor. El fallecido escritor francés
Michel Peissel creía que durante el s. IX, más al Norte, en Yucatán, el
progresivo ascenso de ciudades como Chichén Itzá condujo al desvío hacia rutas
marítimas costeras de la mayor parte del comercio que tradicionalmente pasaba
por las principales ciudades del interior. Indicios de lo cual serían
detalles como que el famoso “castillo” de la ciudad de Tulum en realidad fuese probablemente
un primitivo faro con la misión de servir de referencia a los navegantes de
cabotaje.
Si eso fue así entonces las grandes
urbes de las Tierras Bajas tuvieron que verse profundamente afectadas, de una forma
semejante a lo que ocurrió con las grandes ciudades caravaneras de Asia Central
ubicadas a lo largo de la Ruta de la Seda cuando los comerciantes portugueses
comenzaron a transportar por barco a Europa dicha seda desde China y Japón.
O tal vez las cosas ocurrieron de forma un tanto diferente. Recientemente
ESTE estudio publicado en Quaternary Science Reviews analizó los
conflictos militares recogidos en las estelas mayas entre los años 363 y 888.
Encontró referencias a 144 enfrentamientos diferentes entre más de 30 grandes
ciudades-Estado mayas, todo lo cual fue puesto en relación con los registros
paleoclimáticos de que disponemos sobre precipitaciones y temperaturas en la
región. El resultado es que con el tiempo se documenta un crecimiento en el
número y la intensidad de las guerras en la zona maya desde un volumen de menos
de tres enfrentamientos bélicos cada veinticinco años, durante los dos primeros
siglos del período Clásico, hasta una media de casi un conflicto por año al
final de dicho período. Aumento significativo que según los autores no tendría
tanto que ver con los cambios en el volumen de lluvias como con el incremento
de la temperatura media en verano y sus efectos sobre el cultivo de maíz.
Esto último resulta muy interesante. A lo largo del período Clásico las
temperaturas medias en la zona fluctuaron entre los 28 y los 29 grados
centígrados. Según los autores del citado estudio, con temperaturas alrededor de los 28
grados o un poco menos las cosechas resultarían óptimas, aportando suficiente
comida y con esto inhibiendo el estallido de conflictos. Pero en años o incluso
décadas con temperaturas medias alrededor incluso de los 30 ºC las cosechas no resultarían demasiado buenas y abundantes. Lo anterior podría ser puesto en relación asimismo con los problemas de deforestación y sequía de los que he hablado en extenso. El
resultado sería en cualquier caso la escasez de suministros y a medio plazo el
estallido de guerras entre ciudades. Guerras que no podían solucionar
directamente la cuestión de las hambrunas porque ya he hablado también del
problema que enfrentaban los mayas a la hora de transportar suministros a gran
distancia entre distintas zonas de sus territorios. Así pues incluso la
victoria en la contienda y la consiguiente conquista de territorios no servían
realmente para solventar del todo el problema de fondo. Pero es posible que los dirigentes
mayas contemplasen la guerra en tales momentos como una suerte de regulador
demográfico, por un lado, y por otro como una forma de distraer la atención de
la población respecto a los problemas internos.
Es
decir, en momentos de hambruna, cuando no era posible organizar opulentos festivales,
ni tampoco mantener abastecidos los grandes contingentes de mano de obra
necesarios para construir los impresionantes templos que servían de medios de
propaganda para el poder establecido, la guerra habría operado entre
los mayas como el último recurso propagandístico de las élites de cara a
mantener su status, su prestigio y en última instancia su poder y su difícilmente
explicable control de la mayoría de los recursos en un momento de escasez de
los mismos.
Sea válida dicha hipótesis o no lo que sabemos a ciencia cierta es que, al final, debido a una combinación de varios de los factores que he descrito, en las Tierras Bajas hicieron acto de presencia las hambrunas y las guerras y debido a lo anterior progresivamente se quebró el pacto social a medida que el pueblo llano sometido perdía la confianza en las élites gobernantes, las cuales eran incapaces al parecer de asegurarse el favor de los dioses pese a los cada vez más frecuentes sacrificios exigidos.
En ese contexto los
nobles y sacerdotes no supieron o no quisieron reaccionar a las protestas de un
modo eficiente aportando soluciones racionales a los problemas cotidianos, por
ejemplo acordando pactos para poner fin a las endémicas hostilidades entre
ciudades o renunciando a parte de su lujoso estilo de vida. Por ello empezaron a sucederse
violentas revueltas sociales internas en las principales ciudades, revueltas
que no solucionaron los problemas sino que acrecentaron el caos al extender el
clima de violencia, el abandono y saqueo de los campos y el desgobierno.
Es así como las inmensas ciudades
de las Tierras Bajas, en el centro del área maya, fueron colapsando una tras otra durante los siglos
VIII y IX y la mayor parte de la población superviviente se desplazó hacia el
Norte, hacia la costa de Yucatán por entonces en pleno auge.
Muerte
Preguntaba el otro día
cómo fue posible eso tratándose la Península de Yucatán del terreno más seco de toda la región con diferencia. ¿Qué sentido tenía por tanto ese desplazamiento
hacia el Norte cuando la lógica tal vez sugería hacerlo hacia el Sur?. Pero
claro, la memoria histórica de los mayas hablaba de grandes catástrofes
ocurridas en el Sur hacía siglos, por tanto solo quedaba una dirección hacia la
que huir ya que al Oeste las tierras del actual México se encontraban en aquel entonces
ocupadas por belicosos pueblos como los toltecas.
Se impuso así la opción de emigrar hacia el Norte, lugar en el cual ya existían algunos centros urbanos mayas en ascenso puesto que, como antes insinué, el comercio resultaba más sencillo en dicho espacio al
poder llevarse a cabo a través del mar, mediante canoas que podían seguir la
línea de costa para el traslado de mercancías a media distancia. En esas tierras además se podía
recurrir a la pesca como fuente de alimentación alternativa y en cuanto al suministro de agua potable me resta por comentar una cuestión.
La Península de Yucatán
era más seca que el resto del área maya pero debido a las peculiares
características de su suelo resulta que la profundidad a la que se encontraban
las capas freáticas bajo la superficie era mucho menor que en otros terrenos próximos. Por tanto cavar pozos resultaba más fácil allí en tanto que el
agua se encontraba almacenada a menor profundidad que en las Tierras Bajas; y ya
comenté en la última entrada que los mayas no poseían tecnología para cavar
pozos muy profundos con sus precarias herramientas de piedra.
Así pues durante un
tiempo resultó razonable que los mayas eligiesen (aunque fuese debido a que no
les quedaba más remedio) las tierras de Yucatán para realizar un último intento
de levantar grandes ciudades a través de las cuales mantener las señas de
identidad de su cultura. La civilización maya jamás volvió a alcanzar la
prosperidad y pujanza de su momento de apogeo en torno a los siglos VII y VIII,
pero en dicha Península al menos logró seguir siendo urbana y sobrevivir hasta mediados del s. XV cuando
nuevamente reaparecieron los problemas de siempre: una sequía que vino acompañada de las
consiguientes hambrunas y disturbios entre los años 1441 y 1461.
Ese fue el final. Los
escasos supervivientes de este nuevo desastre, desengañados, perdieron definitivamente la fe en
sus élites, desprestigiadas por su incapacidad para ofrecer soluciones, así como en el modo de vida
urbano. Se hizo por fin evidente que la construcción de grandes templos de piedra no
servía para atraerse la benevolencia de los crueles dioses. Además en la
jungla, viviendo en aldeas autosuficientes lejos de las guerras a gran escala y de cualquier poder
organizado, desaparecía la obligación de compartir la escasa comida con
sectores ociosos de la sociedad. De esta forma los mayas que resistieron al
colapso final de su cultura, menos de 100.000 individuos para entonces, renunciaron a la arquitectura, la escultura, las
matemáticas, la escritura o la astronomía, ya que con ello se libraban también de
la necesidad de alimentar a sectores no productivos y en cuya utilidad habían
dejado de creer. A fin de cuentas en medio de la jungla los matemáticos,
arquitectos y astrónomos ya no eran necesarios. Como tampoco lo eran los ejércitos o las castas de sacerdotes. Sin ellos ni sus malditos
templos se podía trabajar mucho menos y sin embargo había más comida para
todos. Seguramente tal milagro era una señal de que los exigentes e irritables dioses se hallaban por fin complacidos.
Excelente trío de artículos.
ResponderEliminarDespués de leer (y comentar de cuando en cuando) durante el último año en este blog, me acabo de terminar una lectura integra del blog desde el primer post de enero de 2014 hasta la actualidad. Unos 4 meses, creo que han sido. No es que me vayan a dar un premio pero algo de mérito si que tiene porque hay mucho (y muy denso) material. En general el tono es lo bastante didáctico y entretenido como para hacer que cualquier tocho sea accesible a todo aquel interesado por la Historia. La única salvedad que le veo son los dos posts dedicados al tema del banco Vaticano que, será tal vez por que el tema es árido, han sido como subir dos puertos de montaña en bicicleta.
ResponderEliminarPor lo demas que decir, este blog es un opus magnum "más grande que la vida". Una obra desmesurada y tremenda a la que espero que le quede mucha vida por delante. De momento, está enseñado en mi grupete de opositores y futuros profesores de instituto de historia, a ver si les cala.
Tienes toda la razón Matías, he llegado aquí por casualidad y buscando otra cosa pero me ha encantado leer el post y la información que compartes John, aquí tienes un nuevo seguidor a partir de ahora
ResponderEliminarCreo que solemos centrarnos mucho en los motivos por los cuales una civilización colapsa y solemos obviar los motivos por los cuales esa civilización ha permanecido fuerte y unida quizás durante siglos. Seguro que los mayas durante la vida de su civilización afrontaron calamidades sin cuento, cataclismos naturales, sequías horribles, hambrunas, desastres bélicos...pero siguieron adelante. Pero en un momento dado aquello que les hacía estar juntos e imaginarse como comunidad unida entró en crisis. El "relato" que había conseguido estructurarles como sociedad frente a la naturaleza y a los otros pueblos quebró. Seguro que una multiplicidad de causas externas provocaron esta crisis. El "relato" que les había mantenido unidos como sociedad jerarquizada desapareció...y cada uno se fue pa su lado. Grande el blog y grande el post. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias, ciertamente los factores mentales también influyen y a veces quizás pueden marcar la diferencia. Los humanos somos extremadamente sensibles a las crisis ecológicas, económicas, políticas... pero también a las crisis en nuestro "software" mental constituido por ideas las más de las veces intangibles y erróneas, pero que nos mantienen en funcionamiento mientras el cuestionamiento del orden vigente no supere un determinado umbral.
Eliminar