martes, 28 de enero de 2014

Anonymo. El primer hacker.


    ¿Cuál es el sitio de un hombre débil, en un mundo como este?

“Silencio” de Martin Scorsese



Esta historia en cierta forma comienza en 1815 con Lord Byron -el famoso poeta- engendrando un vástago que resultó ser una niña, Augusta Ada King, más adelante condesa de Lovelace. La niña creció viviendo una vida acomodada en el seno de la buena sociedad británica del período -heredera del mundo que nos describen las novelas de Jane Austen- sin embargo, cosa inusual, Ada desarrolló un gran talento para las matemáticas.
 

Pasados los años Ada, ya casada con un aburrido noble (al que, por cierto, ponía los cuernos) sin duda debía encontrar tediosa la vida de bailes y cuchicheos reservada a las señoras de la buena sociedad en su época. Quizás por ello, en los años 40, desarrolló una gran amistad con Charles Babbage, el Nikola Tesla del s. XIX. Babbage en aquella época luchaba para desarrollar una “máquina analítica”, la cual funcionaba a base de tarjetas perforadas y hoy en día se considera el primer ancestro mecánico relevante de las computadoras de nuestro tiempo. Debido a lo anterior, en un momento indeterminado de 1842 o tal vez 1843, Babbage pidió ayuda a Ada para que le tradujese un complicado artículo del ingeniero militar italiano Luigi Menabrea. Babbage necesitaba para ello a alguien que no solo tuviese buenas aptitudes para los idiomas sino que además –como era el caso de Ada- uniese a ello conocimientos de matemáticas para ser capaz de comprender el sentido de lo expuesto por Menabrea y así no limitarse a traducir literalmente las palabras del artículo con los errores que eso suele implicar a la hora de dejarse en el tintero las sutilezas detrás de cada frase (esa barrera que no logra superar aún hoy el traductor de Google por ejemplo).

Hasta tal punto Ada estaba capacitada para darle a Babbage la ayuda precisada que añadió a su traducción una serie de notas y comentarios adicionales. Pues bien, si Babbage fue el padre del hardware moderno entonces esas notas escritas por Ada –en las que incluso se añadía un algoritmo pensado para la máquina del bueno de Babbage- constituyen para muchos el primer programa informático, el primer software, y por tanto Ada Lovelace, la olvidada hija de Lord Byron, bien podría ser considerada como la primera programadora informática.

Desgraciadamente para el mundo el talento de Ada se perdió cuando a los 36 años desarrollo un cáncer de útero que los médicos se empeñaron en tratar a base de sangrías (y no me refiero con esto a ninguna bebida).

Más o menos por las fechas en que Ada moría nació, también en Inglaterra, John Nevil Maskelyne. John una vez adulto se convirtió en el maldito inventor de los lavabos públicos de pago, hizo fortuna como fabricante de máquinas de escribir -realizando algunas avances que mucho después fueron recuperados en los primeros teclados de IBM- y finalmente, gracias a los ingresos derivados de todas esas ocurrencias, John pudo dedicarse a una vida ociosa entregada a su verdadera pasión: la magia.

En todo caso John fue un mago honrado y nunca pretendió poseer poderes auténticos sino que se dedicó sobre todo investigar los mecanismos detrás de los trucos usados por los ilusionistas del período y a la vez –igual que Houdini por ejemplo- intentó por todos sus medios combatir el fraude y desenmascarar a los ocultistas farsantes que pretendían poseer contactos genuinos con el más allá o diversas habilidades paraanormales, mangantes muy comunes ya en aquellos años. De hecho muchos de esos estafadores se parapetaban por entonces tras la figura de un escritor mediocre, un crédulo obsesionado con el espiritismo de salón y acomplejado por su dominante mamá, llamado Arthur Conan Doyle quien se embarcó tiempo después en una cruzada personal para difundir la existencia de haditas de los bosques tras ser engañado por unas niñas pequeñas (de hecho no resulta extraño que semejante imbécil sea también el padre del petulante, repelente, pomposo, falso, sobrevalorado y artificioso detective imaginario Sherlock Holmes). Pero eso ocurrió en los años finales de Maskelyne y es ya otra historia.

De hecho en su línea de combatir la superchería Maskelyne destacó especialmente por su lucha denodada contra la creencia, muy popular por entonces, de que ciertos faquires hindúes eran capaces de escalar por una cuerda suspendida mágicamente en el aire (creencia que, por cierto, más adelante dejó rastro a través de muchos chistes en los primitivos dibujos animados).

Pero, además, Maskelyne era un tipo polifacético llamado a dar constantemente la nota y por ello no se contentó con todo lo expuesto sino que fue un poco más allá en su ánimo de fastidiar a la gente. Así en 1903 instaló en un local alquilado una antena de 50 metros de altura y un transmisor de código Morse y mediante todo ello se dedicó, por puro deporte, a interceptar los  mensaje cruzados entre el físico inglés John Ambroise Fleming y el ingeniero italiano Guillermo Marconi cuando este último se hallaba investigando la radiotransmisión a distancia.

De esta forma John Maskelyne se convirtió de alguna manera en el ancestro de los hackers modernos. Aspecto sobre el que versa esta historia tan extraña que estoy intentando desgranar.

     Décadas más tarde el nieto de John Maskelyne, el genial, el magnífico, el fantástico, el asombroso Jasper Maskelyne dejó su impronta en la II ª Guerra Mundial usando para ello la pasión familiar: el ilusionismo. Jasper fue el cerebro gris detrás de los ingeniosos sistemas de tanques de goma, aviones de madera, aeródromos camuflados con telas y otra serie de engaños que los británicos usaron, primero, para despistar a los aviones de observación nazis antes de la segunda batalla de El Alamein y, más adelante, fueron también empleados en la Operación Fortitude Sur de cara a convencer a los nazis de que el famoso desembarco de Normandía era un señuelo y el grueso de las fuerzas aliadas aun se encontraban acantonadas en Inglaterra bajo el mando de Patton, prestas para desembarcar en Calais en cuanto los nazis mordieran el supuesto anzuelo.

   Claro que todo lo anterior bien podría ser solo un bulo, un gran truco de ilusionismo -otro más en su carrera- inventado por Jasper para engrandecer su leyenda. Quizás por eso tras la guerra montó una autoescuela en Kenia y murió en el anonimato.

   En cualquier caso es de la IIª Guerra mundial y de hackers de lo que quería hablar. Hasta aquí hemos llegado siguiendo el rastro de miguitas que nos legaron Ada, Babbage y los Maskelyne pero ahora hay que poner la mirada sobre otra persona en cierta forma especializada en algo en lo que no destacaron en vida ninguno de los personajes citados hasta ahora: pasar desapercibido. Él fue probablemente el primer pirata informático de la historia. Se llamaba René Carmille.

René era un aburrido empleado del Departamento de Demografía de Vichy y, posteriormente, del Centro Nacional de Estadística. Típico funcionario de bajo perfil pero tremendamente competente en su trabajo fue el pionero en Francia en la utilización de maquinas basadas en cartas perforadas para almacenar datos.  Además también fue el inventor del código alfanumérico que tras la guerra sería utilizado en Francia como número de la Seguridad Social y que en su momento Carmille puso al servicio de preparar secretamente la posible mobilización futura del Ejército francés, desmovilizado tras el armisticio del 40. De cara a dicho objetivo, tras servirse de su posición para elaborar un censo a tal efecto, pasó la información almacenada en sus adoradas tarjetas perforadas a las fuerzas aliadas, por entonces todavía estancadas en Argelia. Es más, para ello se sirvió de la llamada red Marco Polo asociada a los servicios secretos de la autoproclamada Francia libre y en la que por entonces militaba Alfred Askenazi uno de los pioneros de la cibernética. 

         Por su parte los nazis seguían a lo suyo y, dado que no eran tontos, evitaban depender en exclusiva de las delaciones informales a la hora de buscar mano de obra para ser enviada a Alemania, o en lo concerniente a la persecución de los judíos en los territorios ocupados. En realidad para esas cosas usaban en primer lugar la propia información almacenada previamente por los aparatos burocráticos y policiales de las administraciones de los países ocupados. Por tanto el Centro Nacional de Estadística de Vichy, inicialmente una oficina con funciones sobre todo de tipo  fiscales e informativas, fue pronto puesto bajo la supervisión nazi y en adelante empezó a ser usada bajo una nueva óptica con el propósito de rastrear judíos a los que deportar a través de redadas (que en Francia llegaron a ser bastante importantes, por ejemplo la famosa del Velódromo de invierno).

 Carmille, que se dedicaba a supervisar el agujereado de las primitivas tarjetas de “computadora” en que se almacenaba la información estadística (por aquel entonces ese método era verdadera tecnología punta)  decidió hacer algo al respecto en vez de colaborar activamente, o simplemente bajar la cabeza y prestarse pasivamente al nuevo juego, como hicieron miles de funcionarios del régimen colaboracionista de Vichy. Por ello el bueno de René, el estúpido Rene, el tipo callado pero cumplidor en el que nadie reparaba y que siempre que podía no dejaba pasar la oportunidad de declarar cuantas ganas tenía de que Alemania ganase la guerra, se dedicó con todo el cuidado y el sigilo del mundo a sabotear, ante las narices de todos, el censo de población usado por Berlín para sus pesquisas. El procedimiento para ello era muy simple. Para sus comunicaciones secretas y diplomáticas los alemanes confiaban en ingenios como la famosa máquina Enigma o el llamado cifrador Lorenz SZ40 una especie de ancestro del fax, o del moden (esos, de hecho, fueron los aparatos objeto de los esfuerzos de los descifradores ingleses de Bletchley Park y también otros servicios de inteligencia como el polaco o el sueco). Pero para labores más mundanas de almacenado y procesado de información los nazis solían usar simples máquinas tabuladoras de tarjetas Hollerith, desarrolladas nada menos que por IBM (si, esa empresa del país de la libertad, de hecho la filial europea más importante de IBM por entonces era la Dehomag o Deutsche Hollerith Maschinen).  

La idea de Carmille era alterar los códigos introducidos en las tarjetas ocultando o mezclando así la identidad de decenas de judíos franceses que iban a ser enviados a campos de concentración. Al hacerlo dichos esfuerzos de ratoncito -sumados a su robo de información del censo de cara a preparar el posible rearme francés- le convierten técnicamente en el que quizás sea el primer "hacker" importante de la historia. 

Naturalmente todos sabemos que el bien raramente vence al mal y, de hacerlo, jamás lo hace por completo. Al final la obra de desinformación de Carmille fue detectada por los nazis, se realizó una investigación y Carmille fue detenido a comienzos de febrero del 44. Torturado durante dos días por la Gestapo para averiguar si contaba con el apoyo de complices tuvo el honor de conocer durante ese período feliz nada menos que a Nikolaus Barbie, alias "Klaus" Barbie, el famoso "carnicero de Lyon". Tras eso Carmille fue enviado al campo de exterminio de Dachau donde falleció de tifus el 25 de enero de 1945 a los 59 años de edad.

    Por si alguien lo va a preguntar, en cuanto a Klaus Barbie tras la guerra se recicló sin problemas como luchador anticomunista y pasó a trabajar para los servicios de espionaje estadounidenses gracias a la mediación de un sacerdote católico croata. La leyenda dice que más adelante estuvo detrás de la captura del Che en Bolivia (país en el que residía por entonces). Sin embargo llegados los años finales de la guerra fría, ya viejo y sin utilidad para nadie, perdió la protección de la que gozaba y cayó en manos de la "Justicia" en 1983. Finalmente fue juzgado en Francia en 1987 y una vez condenado murió en prisión poco tiempo después.

4 comentarios:

  1. La historia de los nazis reciclados tras la Segunda Guerra Mundial (a ambos lado del Telón de Acero, por cierto) merece muchas entradas de blogs.

    Muy interesante, muchas gracias.

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  2. Si, desde luego. Tanto EE.UU. como soviéticos usaron lo que pudieron de los nazis (y de los japoneses, cuyo programa de guerra bacteriológica estudiaron a fondo los estadounidenses, a cambio eximieron de responsabilidades a los Mengeles japoneses de turno, alguno de los cuales no tuvo problemas luego en reintegrarse a la política activa). Centrándonos en los nazis los estadounidenses reutilizaron a parte de sus servicios de seguridad como espías anticomunistas durante la Guerra Fría para parar los pies a los soviéticos en la Alemania Federal. Además se quedaron con gran parte de los especialistas nazis en balística (los von Braun y similares, algunos de los cuales no habían tenido problema en usar trabajadores esclavos en sus plantas de producción de las V1 y V2) que es de donde nace el programa espacial estadounidense.

    Por su parte los soviéticos también arramblaron con unos cuantos ingenieros nazis (quizás de menor nivel), con algunos agentes de los servicios secretos sobre los que construyeron los magníficos servicios secretos de la Alemania "Democrática" y sobre todo -algo que se suele olvidar- parece que en Berlín consiguieron algo de uranio que les vino muy bien años después para ir desarrollando su programa atómico.

    Hay toda una historia ahí. Para mí una película muy infravalorada como es "El buen aleman" (un tema que voy a recuperar dentro de algún tiempo desde otras perspectivas) explica muy bien la hipocresía tremenda del período.

    Otro tema sumado es el papel de la Iglesia católica en todo el asunto. No tanto ayudando a huir a nazis después de la guerra (que es lo que más se suele sacar) sino antes de todo eso, ayudando a Hitler a acceder al poder quitando de su camino al Zentrun partido católico alemán hostil a los nazis y que fue disuelto por orden de "arriba", parece que de Eugenio Pacelli (quien luego sería Papa) jugando por entonces a estadista pensando que Hitler sería un peon útil en la lucha contra el comunismo.

    Hay muchas más cosas extrañas en aquellos años que hoy son inconfesables y no salen demasiado a la luz. Por ejemplo los contactos de los nazis con el mufti de Jerusalen (a través del cual los alemanes llegaron a reclutar una división de musulmanes bosnios) y familiar indirecto o al menos profesor durante unos años de un chaval años después conocido como Arafat. Los también extraños contactos con los nazis de grupos sionistas ¡¡judíos¡¡ en Turquía antes del comienzo de la guerra. Los de los japoneses con el independentismo indio a través de Chandra Bose.

    Hay cosas muy sucias y muy muy extrañas en aquellas décadas que no se ponen en los libros de texto. Luego la forma en que los aliados vendieron literalmente a los polacos, Stalin a los comunistas griegos...

    Daría para un libro muy negro. Por ahora no quiero meterme en eso y empezaré por historias más sencillas y menos moralmente ambiguas.

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  3. Pero... ¿y Sherlock Homes?. ¿Es que nadie va a defender a Sherlock Holmes?.

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  4. Yo he llegado hace nada a este blog y veo que tengo mucho por leer.
    ¡Y Sherlock Holmes mola! Es lo mejor que escribió Conan Doyle por mucho que a él le fastidiara.

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