- A diferencia del señor Medici yo no
pretendo entender el arte… o la mente de un escultor sodomita como Donatello.
¿Es verdad que tenía la intención de representar Florencia con su David?.
- Sí. El joven que venció a Goliat podría ser
asimilable al triunfo de nuestra República.
- Pero, ¿dónde dice la Biblia que Goliat fue
vencido por un chico desnudo que parece una chica?.
“Medici, masters of Florence”, episodio octavo de la primera temporada.
A comienzos del mes pasado ocurrió algo interesante y no quiero dejar correr
más el tiempo sin contarlo.
Todo el que alguna vez haya estudiado un poco de Historia del Arte
occidental conoce a Giorgio Vasari (1511-1574) autor de uno de los libros más
destacados a ese respecto: Le
Vite de' più eccellenti pittori, scultori, e architettori da Cimabue insino a'
tempi nostri, una especie de “quien es quien” en el
mundillo del arte italiano de la época publicado en torno a 1550 y que desde
entonces se ha convertido en una fuente de información fundamental para conocer
algunas interioridades del Renacimiento italiano.
Tal es su influencia (de
hecho durante mucho tiempo los artistas no citados por Vasari es como si no
hubiesen existido) que dicha obra también ha sido asimismo la base de docenas de
mitos, errores, anécdotas poco fiables atribuidas a diversos artistas y en
general de una interpretación tendenciosa del Renacimiento con la ciudad de
Florencia como centro, visión que tal vez ha pecado de minusvalorar otros grandes centros artísticos del período, como por ejemplo Venecia, debido a que por
entonces la Serenísima no se encontraba en buenos términos con la urbe Toscana,
o con Roma, las dos ciudades favoritas de Vasari y en las que desarrolló la
mayor parte de su carrera y su vida. Pero sin duda también a través de esos errores y defectos se puede reconocer la influencia monstruosa que el libro de Vasari ha tenido durante siglos en cientos de bibliófilos y autores especializados.
Sin embargo Vasari no se
limitó a escribir, fue también un respetado arquitecto y un pintor cuanto menos
competente que, como muchos otros en su época, pintó escenas típicas de los
Evangelios, muy en especial una en concreto: La última cena. Su versión, originalmente creada por petición de un
convento benedictino, vio la luz en 1546 y, si bien es mucho menos famosa que
la realizada por Leonardo da Vinci medio siglo antes, era considerada en
Florencia como una obra cuanto menos relevante.
Y digo “era” porque hace
cincuenta años, el 4 de noviembre de 1966, ocurrió un drama no muy recordado
fuera de Italia, pero con importantes implicaciones en el campo de la Historia
y la Historia del Arte. Ese día las fuertes lluvias ocurridas en la zona de los Apeninos durante las semanas previas hicieron que el río Arno, el cual nace en
dichos montes, se desbordase a su paso por Florencia. De las ocho grandes
inundaciones sufridas por la ciudad desde que existen referencias escritas (en concreto
desde el año 1333) esa de 1966 fue la peor de todas ya que la crecida arrastró
miles de toneladas de fango y provocó daños en la estructura eléctrica y las
canalizaciones de gas de la ciudad, lo cual contribuyó a agravar el desastre.
Como consecuencia murieron
ahogadas unas cuarenta personas y siendo la ciudad de Florencia una especie de archivo de obras de arte urbanizado, inevitablemente los cuantiosos daños
que sufrió la ciudad afectaron a su patrimonio artístico. Se calcula que se
perdieron o resultaron gravemente dañadas más de 10.000 obras de arte (sobre
todo libros antiguos). Entre ellas también diversos cuadros, algunos incluso
obras maestras de la pintura.
El caso es que la pintura de
Vasari de la que hablé al principio del texto
había sido realizada en lienzo sobre unos paneles de madera los cuales fueron trasladados
a la basílica de la Santa Croce en 1865, para finalmente acabar siendo reubicados en una estancia
especial de la misma, usada como museo, ya en los años 50 del siglo pasado. Y ocurre que precisamente
ese edificio, entonces muy rico en patrimonio histórico cándidamente desprotegido, fue uno de los más afectados por la inundación de 1966.
Por ejemplo allí se
encontraba expuesto el famoso crucifijo de madera pintado por Cimabue a
mediados del s. XIII y que es una de las obras maestras de la pintura gótica. El
cual perdió dos tercios de sus colores por efecto de los daños sufridos durante la crecida.
Mientras que en el caso de
la pintura de Vasari los desperfectos resultaron masivos y aparentemente
irreparables.
Afortunadamente con el
tiempo tal desastre tuvo consecuencias positivas en tanto que impulsó entre
otras cosas la reorganización de diversas instituciones ubicadas en Florencia y
dedicadas total o parcialmente por entonces a la restauración de obras de arte.
En particular interesa una de ellas: un taller fundado por Fernando
de Medici en 1588 y originalmente especializado en el trabajo de piedras
preciosas. En torno a los restos de dicha manufactura se agruparon poco a poco los
mejores artesanos restauradores y especialistas en historia del Arte de
Florencia para dar lugar a mediados de los años 70 al moderno Opificio delle Pietre Dure. Entidad destinada a convertirse con el paso del tiempo en una de las principales instituciones existentes en el planeta en todo lo tocante a conservación y restauración de obras de arte.
Todo ello con el objetivo,
entre otros muchos, de intentar reparar los daños del desastre de 1966. Por ejemplo este es ahora el
famoso crucifijo de Cimabue tras una polémica restauración.
De hecho el motivo de la
entrada de hoy es que toda esa
titánica tarea de reparación y recuperación de cuadros y otras piezas afectadas por el desastre de 1966 ha culminado simbólicamente hace unas semanas, en
el cincuenta aniversario de la crecida
del río Arno, con la presentación pública de los resultados de una de las ultimas
restauraciones que quedaban por realizar, quizás también una de las más
complicadas de llevar a cabo: precisamente la de La última cena de
Vasari.
Es una muy buena noticia aunque, armado de mi cinismo habitual, no quiero dejar pasar la oportunidad de
recordaros que, en realidad, muy poco queda en nuestro mundo de las épocas precedentes. Casi todos los restos del pasado que contemplamos y fotografiamos con entusiasmo
en el transcurso de alguna excursión en realidad son simples híbridos, el resultado de
trabajosas reconstrucciones para paliar los daños de tal o cual incendio, robo,
inundación, explosión... o lo que sea. En la mayoría de los casos buena parte de la
pintura, las piedras o la madera que hoy podemos tocar o admirar a unos metros de
distancia no tiene miles de años ni ha contemplado el paso de las épocas, sino que consiste en realidad en una mezcla de materiales viejos con otros tan contemporáneos como nosotros. Pero bueno, por lo menos tenemos la garantía de los expertos de que tales materiales son casi idénticos a lo que se
supone que había allí antes.
La parte positiva es que además nada de todo esto parece importarle mucho a las nuevas generaciones, más preocupadas por el futuro que por el pasado, a diferencia de nosotros o de nuestros abuelos. Quizás sea algo bueno. O quizás no. A fin de cuentas la mayoría no estaremos aquí el tiempo suficiente como para comprobarlo.
Todo cambia, muta, se renueva. También nosotros. La piel se regenera, las proteínas se degradan... ¿Hasta qué punto sigo siendo yo, si tras unos años buena parte de los átomos de mi cuerpo son distintos a los originales? Preguntas complicadas. De todas formas es bueno tenerlo en cuenta.
ResponderEliminarEl tema de la identidad de una obra a pesar de sus reformas ya lo venían tratando los griegos desde que los griegos plantearon la paradoja de Teseo.
ResponderEliminarhttps://es.wikipedia.org/wiki/Paradoja_de_Teseo
Del artículo de la wiki sobre el tema me gusta mucho la anécdota de Douglas Adams sobre la diferencia de punto de vista entre los occidentales y los orientales al respecto:
"Douglas Adams en su libro Last chance to see relata:
Yo recuerdo que una vez en Japón, fui de visita al Kinkaku-ji en Kioto y me sorprendí al observar lo bien que el templo había resistido el paso del tiempo desde que fuera construido en el siglo catorce. Entonces me explicaron, que en realidad el edificio no había resistido, ya que de hecho se había quemado hasta los cimientos dos veces durante este siglo. Por lo que le pregunté a mi guía japonés "¿O sea que no es el edificio original?".
"Al contrario, por supuesto que es el original", me contestó, un tanto sorprendido por mi pregunta.
"¿Pero no se incendió?".
"Sí".
"Dos veces".
"Muchas veces".
"Y fue reconstruido".
"Por supuesto. Es un edificio histórico importante".
"Con materiales completamente nuevos".
"Por supuesto. ¡Si se había incendiado!".
"Pero entonces, ¿cómo es posible que sea el mismo edificio?"
"Siempre es el mismo edificio."
Y tuve que admitir que este era un punto de vista perfectamente racional, solo que partía de un postulado completamente inesperado. La idea del edificio, la finalidad del mismo, y su diseño, son todos conceptos inmutables y son la esencia del edificio. El propósito de los constructores originales es lo que sobrevive. La madera de la que está construido decae y es reemplazada todas las veces que sea necesario. El preocuparse por los materiales originales, que solo son recuerdos sentimentales del pasado es no saber apreciar al edificio."
"
Muy interesante lo que planteáis.
ResponderEliminarCreo que la foto del crucifijo de Cimabue no es correcta. En la restauración se decidió hacer una reintegración dando un tono neutro pero respetando las lagunas sin color, aplicando el criterio de que estas también formaban parte de la historia de la obra de arte, lo que provocó no pocos comentarios al respecto, a favor y en contra.
ResponderEliminarCorrecto. Muchas gracias. Voy a modificar las imágenes para que se vea el antes y el después.
EliminarRespecto a la última foto, los chavales estaban con una app interactiva del propio museo.
ResponderEliminarhttp://www.telegraph.co.uk/news/newstopics/howaboutthat/12103150/Rembrandt-The-Night-Watch-The-real-story-behind-the-kids-on-phones-photo.html
Debo reconocer que acabas, lo que se dice, de darle un giro copernicano a la interpretación de la foto en cuestión.
EliminarAnda, surena, hoy casi te ganan los lectores. Estarás orgulloso...
ResponderEliminarEn el fondo el propósito de todo blog debería ser estimular y aportar la base de datos e ideas para que luego ocurra precisamente eso. Así que diría que sí, estoy bastante contento del feed back de esta entrada, redactada en todo caso un poco a la carrera porque dentro de uno o dos meses más ya no tendría el mismo sentido. Me han gustado las contribuciones de los lectores puliendo errores y aportando opiniones e información.
EliminarSecundo la opinión, para mí también los comentarios juegan a favor del post, no en contra :). Enhorabuena por el nivel de la comunidad.
EliminarUna aportación bastante tangencial:
ResponderEliminarUna de las novelas del comisario Bordelli está ambientada precisamente durante la riada de 1966 en Florencia: "Morte a Firenze" (Ugo Guanda, Milano 2009, traducción en Duomo Ediciones, Barcelona 2011). El autor es el florentino Marco Vichi (interesante aunque un poco desigual), profesor de ciencias políticas en la Universidad de Florencia. Su personaje, el comisario Bordelli, es un buenazo que va en vespa por la Florencia de los 60 resolviendo crímenes neorealistas...
Me encanta la cita de Malaparte que encabeza el libro:
"--¿Es Jusucristo? -dijo mi madre-. Nos ha salvado de la podredumbre.
--Ha muerto en vano --dije--, su sacrificio no ha servido para nada. Los buenos se salvan, pero con los malos no hay nada que hacer. Y los hombres son malos."
Sobre la "Última Cena" de Vasari.
ResponderEliminarEsta obra, poco conocida ofrece nuevos elementos a los seguidores de Dan Bronw.
¿Han observado el rostro de Jesús y de San Juan y la postura de éste sobre el pecho del Maestro?
¿No es motivo de estudio?
Otro comentario tangencial: Lean 4 o 5 novelas del comisario Bordelli y me cuentan si es un buenazo que va en Vespa.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog.