Somos conquistadores. Yo soy Vasco de Gama y tú... no se, algún otro mejicano. Desembarcaremos allí y les compraremos cosas de valor a
cambio de nuestras baratijas. Nuestro mayor desafío es no pillar sífilis.
Roger
Sterling a Don Draper en el episodio 6x10 de Mad Men
Olivier van
Noort fue el primer holandés en circunnavegar el globo. Partió de Rotterdam con
cuatro barcos en el verano de 1598 con el objetivo de comerciar con China o con las “islas de las especias” y de paso atacar algún navío mercante español si se presentaba la ocasión. De cara a ello cruzó el Atlántico,
perdió dos de sus barcos atravesando el estrecho de Magallanes debido a las tormentas
frecuentes en la zona y tras una larga travesía por el Pacífico llegó a las proximidades del archipiélago de las Filipinas, en cuyas aguas se dedicó a la piratería por algún tiempo
hasta el 14 de Diciembre del año 1600. Ese día se cruzó con dos navíos españoles con los que trabó un duro combate que resultó en la pérdida de un buque por parte de cada uno de los bandos. Tras eso un maltrecho Van Noort
regresó a Holanda a través del cabo de Buena Esperanza resultando su aventura
clave para la formación poco después de la celebérrima Compañía Holandesa de
las Indias Orientales.
El caso es
que en 1992 un investigador francés encontró por fin una de las dos embarcaciones que se
hundieron durante aquel enfrentamiento. En concreto el barco español, llamado San Diego, en el cual se
descubrió un pequeño tesoro compuesto tanto de porcelana china como de katanas
japonesas, cañones portugueses o armaduras españolas. Muestra todo ello de que
a finales del s. XVI y principios el s. XVII en el SE asiático se producían unas interacciones culturales y comerciales más ricas de lo esperado entre los
grandes poderes de la región, tanto occidentales como asiáticos.
Y esa iba a
ser en principio la historia de la que pensaba hablar hoy. Digo “en principio”,
porque una de las cosas apasionantes de investigar el pasado es que sabes dónde
empiezas pero no siempre puedes estar seguro de dónde vas a acabar. El rutinario trabajo de leer y leer, de tirar del hilo recolectando
datos resulta que a veces, muy de cuando en cuando, tiene la recompensa de lo
inesperado, de encontrarte con algo mucho más increíble, desconocido y
fascinante de lo que esperabas.
Resulta que en
su momento el hombre al mando de los navíos españoles que se enfrentaron a los
holandeses en la costa filipina fue un tal Antonio de Morga Sánchez Garay, el cual no era ni mucho
menos un hombre de mar sino un abogado y
funcionario al servicio de los Austrias nacido en Sevilla en 1559.
En 1593 Antonio fue enviado a Manila como teniente gobernador de las
islas Filipinas (llamadas así a mayor gloria del monarca reinante, Felipe II, bajo cuyo mandato había comenzado la colonización del archipiélago en 1565) y
allí permaneció hasta 1603 desempeñando diversas labores –entre ellas dirigir
la expedición contra los piratas holandeses antes citada-, debido a lo cual
adquirió un gran conocimiento de la política y los avatares de la región en
aquella época. Eso le permitió algún tiempo después redactar una crónica de dos
volúmenes llamados Sucesos de las Islas Filipinas que se
editaron en la Ciudad de México en 1609 (publicada a su vez en castellano por
Ediciones Polifemo en 1997). En esa obra Antonio de Morga ejerció la faceta de
historiador o de cronista dedicándose a describir una serie de andanzas de personajes muy
interesantes ocurridas en Oriente durante el s. XVI, caso de las navegaciones de Álvaro de Mendaña por el
Pacífico.
No
obstante los hechos reflejados en la crónica de Antonio de Morga que a mí me
han llamado la atención especialmente, hasta el punto de que voy a dedicarles
el resto de la entrada de hoy, son los relativos a una expedición militar que
tuvo como escenario las cercanas selvas del Sureste del continente asiático.
Pero como
siempre, antes de entrar en materia, tenemos que hacernos una composición de
lugar, en este caso acerca de la situación política de aquella parte del globo durante la
segunda mitad del s. XVI.
El contexto, siempre el maldito contexto
De cara a ello en primer lugar hay que tener en cuenta el desplome del antiguamente poderoso Imperio Khmer, con base en la gran ciudad de Angkor, en la actual Camboya. Ese imperio había sido la potencia hegemónica en la región durante la mayor parte de lo que en Europa denominamos Baja Edad Media. Pero finalmente, a lo largo del siglo XV, entró en descomposición debido a lo de casi siempre: problemas agrícolas relacionados con el crecimiento imparable de la población y, en paralelo, de las necesidades de agua por parte de la agricultura del arroz que servía para alimentar a la sociedad del período. Con el tiempo a lo anterior se unieron los desajustes climáticos y ecológicos, en concretos diversas sequías, seguidas luego de repentinos y violentas lluvias y crecidas de los ríos como consecuencia de monzones muy violentos. Eso llevó a que progresivamente fuese necesario roturar más tierras de cultivo para compensar la caída de productividad de los campos tradicionales. Sin embargo la consecuente deforestación implicó mayores problemas de erosión del terreno, esto a su vez mayores corrimientos de tierra, más sedimentos arrastrados por las aguas que contribuyeron a taponar los canales de riego y en última instancia problemas de abastecimiento agrícola que derivaron en hambrunas seguidas luego de levantamientos sociales, hasta que finalmente se produjo un momentáneo derrumbamiento de la autoridad política centralizada en la región.
No obstante el
declive Khmer fue con el tiempo aprovechado por otra serie de reinos y poderes locales. Para
empezar, al Sur se produjo el asentamiento de pueblos malayos que extendieron
la piratería por los mares próximos.
Por el Oeste,
en la zona del actual Vietnam, se consolidaron diversas entidades autónomas o
semiautónomas (en muchos casos bajo la órbita comercial y diplomática de la declinante
China Ming) entre las que destacarían los remanentes del antaño poderoso reino
de Champa, al Sur del actual Vietnam.
Pero sobre
todo es al Este donde ocurrió lo más interesante ya que la caída de los Khmer
implicó el ascenso del reino de Ayutthaya, poblado por gentes de la etnia Thai
(de ahí en parte uno de los nombres que en adelante haría fortuna para denominar
la región: Thailandia).
A su vez el contrapoder de esa nueva gran potencia regional fueron los pueblos y reinos de la región de Birmania, o Burma, asentados
al Oeste de Thailandia en territorios de la actual dictadura de Myanmar. De esa
forma la rivalidad entre el reino de Ayutthaya con base en Thailandia y
diversos poderes con base en Birmania comenzó precisamente en el s. XVI y se
alargó durante cientos de años a través de innumerables enfrentamientos episódicos.
De hecho la
mayor parte de imágenes con las que voy a ambientar la entrada de hoy las he
obtenido de diversas películas thailandesas de época dedicadas a recrear en
clave nacionalista esas hostilidades. Pienso que gracias a ellas se puede
apreciar algo de la estética del período así como las características del saber militar de los
pueblos de la zona en aquel tiempo: grueso de las tropas consistente en masas de infantería ligera sin
ninguna protección y apenas armadas con espadones parecidos a inmensos machetes,
uso como arma de choque de elefantes de guerra y –solo entre los líderes y las
escasas tropas de élite- empleo muy ocasional de petos metálicos bastante
elaborados, así como presencia puntual de algunas armas de fuego adquiridas a
comerciantes extranjeros (aspecto sobre el que volveré dentro de un momento).
El caso es que en medio de esa coyuntura, durante la época de la que voy a hablar, los últimos herederos de los antaño poderosos Khmer pugnaban por mantener su independencia reducidos más o menos a los márgenes de la actual Camboya. Todo ello a la vez que, progresivamente, hacían acto de presencia en la región mercaderes y exploradores extranjeros.
El caso es que en medio de esa coyuntura, durante la época de la que voy a hablar, los últimos herederos de los antaño poderosos Khmer pugnaban por mantener su independencia reducidos más o menos a los márgenes de la actual Camboya. Todo ello a la vez que, progresivamente, hacían acto de presencia en la región mercaderes y exploradores extranjeros.
Tal es así
que en 1511, tras conquistar Malaca, los portugueses entablaron relaciones con
el reino de Ayutthaya a través de un diplomático llamado Duarte Fernandes, al
cual pronto siguieron otros como Antonio de
Miranda, Manuel Fragoso y Duarte Coelho,
lo que desembocó en la firma de un tratado de comercio y alianza con
Portugal en 1516 a cambio de que éstos suministrasen pistolas, pólvora y municiones. Tras eso, a lo largo de las siguientes décadas, varios cientos de comerciantes y mercenarios portugueses se
asentaron en aquellas tierras, destacando en particular tres de esos soldados de fortuna: Fernao Mendes Pinto; Domingos de Seixas, el cual vivió
en la Corte de Ayutthaya entre 1524 y 1549, años en lo que actuó como una suerte de
consejero militar difundiendo en la región el conocimiento de las armas de
fuego y el empleo de primitivos cañones; así como un tal Galeote Pereira, quien
al mando de una compañía de unos cincuenta mercenarios portugueses resultó
instrumental defendiendo la capital del reino del asedio que sufrió a manos de
un ejército birmano en 1548-1549. En total es posible que a lo largo de esos años aproximadamente 150/200 mercenarios portugueses formasen parte en algún momento del
ejército de Ayutthaya, operando como tropas de élite o guardias de palacio. A la vez que eso sucedía también diversos misioneros predicaban en la región, aunque con escaso éxito, a destacar entre ellos los nombres de Sebastiao
do Canto y Jerónimo de la Cruz.
Mientras, en
1555, un monje dominico nacido en Évora y llamado Gaspar da Cruz llegó a
entablar contacto con el declinante reino de Camboya, como dejó reflejado luego
en un Tractado em que se cõtam muito por
estẽso au cousas da China. Aunque
muchos años antes, en torno a 1512/1515, un comerciante portugués de nombre Tomé
Pires ya describió algunas características de aquella zona en una Summa Oriental, redactada probablemente de oídas pues la obra en cuestión incurría en diversos errores de bulto, como suponer que aquellas tierras eran atravesadas por un afluente del Ganges.
Por su parte
el primer contacto entre ese crepuscular reino de Camboya y los españoles de
Manila se produjo unos cuantos años después, durante la última década del siglo
XVI. Y esto ya nos interesa especialmente.
Pongámonos en situación. En torno a comienzos
de 1594 el avance de las tropas del rey Naresuan de Ayutthaya las llevó a tomar "Lovek" (Lawaek), la capital en aquel momento de lo que quedaba del pueblo Khmer, ubicada un poco al Norte de la actual capital
de Camboya: Phnom Penh. Ese hecho llevó al entonces rey de Camboya, un tal
Satha (denominado en otras fuentes como “Apram”, "Paramaraja II" y en la crónica de Antonio de Morga como “Prauncar Langara”), a tener que
replegarse a tierras en el actual Sur de Laos e intentar de forma desesperada recabar
la ayuda de alguna potencia extranjera. De cara a esto último envió como improvisado embajador en busca de ayuda a un
portugués que residía en su reino llamado Diogo Veloso, el cual se dirigió a tal efecto hasta las cercanas islas Filipinas.
Llegado allí los
españoles de Manila no respondieron en un primer momento, desestimando involucrarse
en las guerras de la región. Aunque pronto las cosas iban a cambiar.
"...le embió el rey de Camboja embaxada, con Diogo
Veloso Portugués, con dos elefantes de presente, ofreciéndole amistad y
contratación en su tierra, y pidiéndole socorro contra el Sián, que le tenía
amenazado, a que le respondió el gobernador, enviándole un caballo, y algunas
esmeraldas y otras cosas, entreteniéndole para otro tiempo, en quanto al
socorro, y agradeciéndole la amistad. De aquí tuvieron principio los sucesos y
jornadas que después se hizieron, desde Manila, a los reynos de Sián, y de
Camboja, en tierra firme de la Asia."
De cómo empezó todo
Hay que tener
en cuenta por otro lado que en 1580, bajo Felipe II, se había
producido la unión dinástica de Portugal con el resto de reinos que conformaban
el conglomerado de dominios en poder de los Austrias. Debido a eso tanto los españoles de Filipinas como los portugueses asentados en las actuales Malasia e Indonesia
intentaban colaborar, durante las fechas de las que hablamos de finales del s.
XVI, para mantener su dominación en Asia. En otras palabras, pese a que en general cada imperio colonial era gestionado de forma autónoma, a partir de 1580 se intentaban
coordinar los esfuerzos en política exterior al estar los dos imperios bajo la
autoridad de un mismo monarca.
Retomando el hilo del relato. En medio del caos en la región durante el período 1593/1594 se encontraron atrapados en Camboya, lugar a donde habían llegado con intención de comerciar o de ofrecer sus servicios como asesores militares, un tal Blas Ruiz de Hernán González, nacido según unas fuentes en Ciudad Real, según otras en el Perú, así como dos portugueses, llamados Pantaleón Carnero y Antonio Machado, todos los cuales acabaron siendo hechos prisioneros por las tropas de Ayutthaya durante su avance por el territorio. Luego de eso, habiendo sido embarcados en un junco con esclavos camboyanos y marineros chinos para ser transportados por mar hasta la costa cercana a la actual Bangkok, Blas Ruiz y los dos portugueses encabezaron una rebelión contra los guardias encargados de vigilar la nave, tras lo cual se hicieron con el control de la misma y convencieron al resto de prisioneros a bordo para poner proa a Manila.
Una vez llegaron allí informaron de su aventura y de la situación de caos en el continente. De hecho poco después de que las tropas Thais de Ayutthaya hubiesen invadido parte de Camboya para debilitar aún más a los Khmeres refugiados en la zona, el reino de Ayutthaya se enzarzó en una nueva guerra, esta vez en el Oeste contra sus tradicionales enemigos de Birmania, lo que obligó a los Thais a evacuar sus tropas de Camboya para emplearlas en el nuevo frente abierto.
Retomando el hilo del relato. En medio del caos en la región durante el período 1593/1594 se encontraron atrapados en Camboya, lugar a donde habían llegado con intención de comerciar o de ofrecer sus servicios como asesores militares, un tal Blas Ruiz de Hernán González, nacido según unas fuentes en Ciudad Real, según otras en el Perú, así como dos portugueses, llamados Pantaleón Carnero y Antonio Machado, todos los cuales acabaron siendo hechos prisioneros por las tropas de Ayutthaya durante su avance por el territorio. Luego de eso, habiendo sido embarcados en un junco con esclavos camboyanos y marineros chinos para ser transportados por mar hasta la costa cercana a la actual Bangkok, Blas Ruiz y los dos portugueses encabezaron una rebelión contra los guardias encargados de vigilar la nave, tras lo cual se hicieron con el control de la misma y convencieron al resto de prisioneros a bordo para poner proa a Manila.
Una vez llegaron allí informaron de su aventura y de la situación de caos en el continente. De hecho poco después de que las tropas Thais de Ayutthaya hubiesen invadido parte de Camboya para debilitar aún más a los Khmeres refugiados en la zona, el reino de Ayutthaya se enzarzó en una nueva guerra, esta vez en el Oeste contra sus tradicionales enemigos de Birmania, lo que obligó a los Thais a evacuar sus tropas de Camboya para emplearlas en el nuevo frente abierto.
En relación con todo lo anterior se formó en la sede del poder español en las Filipinas un partido integrado por
castellanos y algunos portugueses llegados del continente, todos los cuales, por diversos
motivos, se mostraban partidarios de usar como excusa las peticiones de ayuda
del rey de Camboya, anteriormente mencionadas, para enviar una expedición
militar a la región con el fin de intervenir en la política del área y quizás,
con un poco de suerte, llevar a cabo su conquista aprovechándose de las
disidencias entre los pueblos de la zona, un poco a la manera de lo ocurrido
con Hernán Cortés en México décadas antes.
Los principales partidarios a favor de tal aventura eran los ya citados Diogo Veloso y Blas Ruiz de Hernán
González, apoyados por diversos religiosos dominicos interesados en intentar la
evangelización del interior del continente.
En su contra
se posicionaron el propio Antonio de Morga, entonces teniente general de
gobernador en las Filipinas, el maestre de campo Diego Ronquillo, principal
autoridad militar en las islas, así como otros burócratas de menor rango partidarios en general de mantener relaciones amistosas basadas en el comercio
con el reino de Ayutthaya, al que consideraban demasiado fuerte como para
enfrentarlo directamente.
Al final gracias al apoyo de Luis Pérez
Dasmariñas (por entonces gobernador provisional de las islas tras la muerte de
su padre el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas y Ribadeneira a finales del año
93), tras interminables meses de dudas y deliberaciones los partidarios de tentar a la suerte a través de una expedición
armada impusieron su punto de vista.
Es así como se decidió enviar al continente una armada encabezada por el capitán y sargento mayor canario Juan Xuárez Gallinato al cargo de un navío mediano y dos juncos. Uno de ellos dirigido por Diogo Veloso y el otro por Blas Ruiz de Hernán González. En conjunto viajarían embarcados unos 120 soldados hispanos, así como un número indeterminado de marineros y asistentes filipinos (a los que Morga llama “luzones” en su relato de los hechos) y finalmente, para dar un poco más de color, diversos ronin japoneses alistados. Este último tipo de combatientes pululaban en abundancia por entonces a lo largo de las costas de la región por efecto del intento de invadir Corea llevado a cabo en el año 1593 por Toyotomi Hideyoshi. En relación con el mismo muchos samuráis que se quedaron sin señor durante los enfrentamientos acabaron desertando para dedicarse a la piratería, o simplemente se desviaron en su viaje a la península coreana por azares de las corrientes marinas o el bloqueo de la flota coreana. Al final la cuestión es que diversos grupos de soldados nipones acabaron durante aquellos años en zonas como Filipinas o Vietnam y para sobrevivir alquilaban sus servicios como auxiliares al mejor postor. De hecho unos años después, entre 1612 y 1630, sabemos que entró al servicio de Ayutthaya un jefe mercenario japonés de nombre Yamada Nagamasa el cual llegó a acumular bajo su mando varios cientos de samuráis.
Es así como se decidió enviar al continente una armada encabezada por el capitán y sargento mayor canario Juan Xuárez Gallinato al cargo de un navío mediano y dos juncos. Uno de ellos dirigido por Diogo Veloso y el otro por Blas Ruiz de Hernán González. En conjunto viajarían embarcados unos 120 soldados hispanos, así como un número indeterminado de marineros y asistentes filipinos (a los que Morga llama “luzones” en su relato de los hechos) y finalmente, para dar un poco más de color, diversos ronin japoneses alistados. Este último tipo de combatientes pululaban en abundancia por entonces a lo largo de las costas de la región por efecto del intento de invadir Corea llevado a cabo en el año 1593 por Toyotomi Hideyoshi. En relación con el mismo muchos samuráis que se quedaron sin señor durante los enfrentamientos acabaron desertando para dedicarse a la piratería, o simplemente se desviaron en su viaje a la península coreana por azares de las corrientes marinas o el bloqueo de la flota coreana. Al final la cuestión es que diversos grupos de soldados nipones acabaron durante aquellos años en zonas como Filipinas o Vietnam y para sobrevivir alquilaban sus servicios como auxiliares al mejor postor. De hecho unos años después, entre 1612 y 1630, sabemos que entró al servicio de Ayutthaya un jefe mercenario japonés de nombre Yamada Nagamasa el cual llegó a acumular bajo su mando varios cientos de samuráis.
En cualquier caso lo que nos interesa de todo lo anterior es que, como consecuencia de las disensiones y la falta de acuerdo entre las autoridades de la
colonia, parte de las cuales como se ha dicho no veían bien la implicación en
los asuntos del continente, la partida de la expedición no se produjo hasta comienzos del año 1596.
Además al poco de hacerse a la mar la flotilla de barcos, debido a un temporal, la nave capitana en la que iba embarcado Juan Xuárez Gallinato se desvió hacia
la zona del actual Singapur, perdiendo contacto con el resto de la flotilla.
Los otros dos
juncos en cambio llegaron sin problemas a la costa del actual Vietnam desde
donde usaron el río Mekong para remontar hacia el interior, concretamente “hasta la ciudad de Chordemuco donde supieron
que los Mandarines Cambojas se habían juntado contra los Sianes, y los habían
vencido y echado del reyno; y que, uno de estos Mandarines, llamado Anacaparan,
se avía apoderado de la tierra y gobernaba con título de rey, aunque a disgusto
de otros”.
De cómo mataron a un rey y escaparon de milagro
Es decir las
tropas camboyanas habían aprovechado que los Thais de Ayutthaya se habían visto obligados a evacuar tropas de
la región para enfrentarse a los birmanos. Gracias a lo anterior los camboyanos lograron repeler temporalmente la invasión y obtener un respiro, todo eso encabezados
por un nuevo líder. Ese usurpador, que Morga llama “Anacaparan” en su
crónica a posteriori de los hechos, aprovechó a su vez el prestigio obtenido
con su momentánea victoria para proclamarse monarca bajo el nombre de Chung
Prei (por si fuera poco confuso este juego de nombres otras crónicas lo
denominan “Huncar Prabantul” o "Ram Mahapabitr"), pero al tratarse de un advenedizo al margen de la línea
dinástica no contaba con demasiados apoyos.
Por ello el susceptible Chung
Prei, que no era estúpido, recibió con cierto recelo las primeras noticias sobre la irrupción en sus nuevos dominios de ese contingente extranjero
compuesto por los soldados hispanos y sus mercenarios filipinos y japoneses, pese
a que oficialmente acababan de hacer acto de presencia en la zona para
“ayudarle”. Además resultó que los recién llegados le enviaron como regalo diplomático
en señal de aprecio un pollino que habían traído embarcado desde Filipinas,
pero tal presente no resultó del gusto del monarca en tanto que sus constantes
rebuznos ponían de los nervios a los elefantes de guerra.
Todo eso hizo que, con muy buen criterio como demostrarían los acontecimientos futuros, Chung
Prei desde el primer momento desconfiase de los extranjeros recién llegados y
se mantuviese vigilante ante el asentamiento de los mismos en esa población que
Antonio de Murga denomina “Chordemuco” (la cual probablemente se trataba de la que hoy conocemos como Phnom
Penh).
Se empezaron así a suceder los días, en medio de un tenso impasse, hasta que a dicho enclave llegaron algunos navíos chinos con propósitos
comerciales lo que precipitó los acontecimientos. Al poco se inició
una pelea entre los españoles (apoyados por sus mercenarios japoneses y
filipinos) y varios cientos de marineros chinos que acabó por desembocar en el uso de armas.
Al final de la misma el contingente chino fue prácticamente aniquilado lo cual aprovecharon
los hispanos para apropiarse de sus navíos y mercancías.
Sin embargo el
rey Chung Prei al enterarse del altercado se mostró muy molesto ya que afectaba
a sus relaciones comerciales con China, vitales para él. Al tener noticias de ello
un dominico llamado fray Alonso Ximénez, quien se había embarcado con la
expedición en Filipinas, propuso que mientras una parte de la tropa guardaba
los navíos algunos hombres, unos cuarenta, entre ellos Blas Ruiz y Diogo Veloso,
se desplazasen más al Norte, hasta el enclave de “Sistor” (probablemente Srei Santhor), donde
se hallaba en aquel momento residiendo Chung Prei, todo ello para presentarle
disculpas por los recientes sucesos y de paso negociar con él.
Así se hizo, pero al llegar Blas Ruiz y Veloso junto a sus hombres a Srei Santhor, en mayo
de 1596, el cada vez más hostil Chung Prei no les dio audiencia oficial, siendo
los españoles que se habían desplazado hasta el lugar hospedados bajo
vigilancia en un barrio del asentamiento, donde se convirtieron de facto en
rehenes.
Vista la
situación el contingente hispano decidió huir una noche aprovechando la
oscuridad. Sin embargo en el transcurso de la fuga pasaron cerca del edificio
donde se hospedaba el monarca y reparando en lo escasamente protegido que se
encontraba el palacio sucumbieron a la tentación de asaltarlo. Durante el ataque
y posterior saqueo un disparo de arcabuz hirió de muerte al propio Chung Prei, tras
lo cual los españoles procedieron a incendiar parte de la construcción para acto seguido abrirse paso fuera de la ciudad a estocadas contra sucesivos contingentes de
soldados camboyanos que fueron convergiendo sobre ellos. Finalmente
llegaron hasta el puerto fluvial donde encontraron las embarcaciones que habían usado para remontar el curso del río hasta allí, las cuales emplearon para huir.
A su regreso
a Chordemuco se encontraron con que Juan Xuárez Gallinato, el cual
recordemos se había separado inicialmente del resto de los juncos en el viaje
desde Manila, tras semanas de búsqueda había retomado el rumbo,
remontado el Mekong y por fin los había encontrado. Una vez
reunido así todos los integrantes de la expedición, Blas Ruiz y Diogo Veloso propusieron
aprovechar la ocasión y beneficiarse del vacío de poder que acaban de crear
para hacerse con el poder en Camboya. Por el contrario Gallinato era partidario
de regresar a Manila y dar por finalizada la aventura, opinión que impuso
basándose en su rango y amparándose en la carencia de víveres que padecían en
aquel momento.
En cualquier
caso, ante las desavenencias en cuanto a la línea de acción a adoptar, se tomó como decisión intermedia descender
por el Mekong para reaprovisionarse en la costa vietnamita,
a cuyo puerto de Faifo (Hoi An) llegaron a finales de junio. Una vez allí el
grueso del contingente encabezado por los belicosos Blas Ruiz y Diogo Veloso decidió
emanciparse de Gallinato -quien, como se ha dicho, deseaba dar por terminada la misión- y encaminarse esta vez tierra adentro a través de la
jungla de nuevo hacia Camboya para, inasequibles al desaliento, proseguir con
su plan de conquistar la región. Mientras, por su parte, Gallinato quedó libre
para regresar a Filipinas con los barcos y desentenderse de una aventura en la que probablemente nunca creyó.
"El Rey de Sinoa, provincia de Conchinchina,
nos avió para el camino de Lao, con muy buen despacho, dándonos embajada para
allá, y gente que nos acompañase en el camino: y así fuimos por todo él, con
buen aviamiento, siendo siempre muy respetados y tenidos, y muy mirados, como a
cosa jamás vista en aquellos reinos. Tuvimos en el camino todos enfermedad; pero
a todo ayudó el amor que las gentes nos mostravan; y la buena acogida que en
todos hallávamos; y así, llegamos a Lanchan, cabeça del reyno donde el rey
reside"
De cómo el que la sigue la consigue
Ese rey al
que se refieren en la crónica era Barom Reachea II, hijo de Satha (el monarca
que había reinado hasta 1594 y había enviado la carta pidiendo ayuda a los
españoles y portugueses). Recordemos que a Satha lo había
sucedido en el poder Chung Prei. Este último era un simple caudillo regional
que había accedido al poder gracias a sus habilidades militares. Tras su muerte, a manos de las tropas españolas, la línea
dinástica recuperó su lógica y el hijo de Satha ascendió a la dignidad
real, aunque su posición resultaba muy precaria en aquel momento ya que para empezar los españoles lo encontraron medio exiliado residiendo en "Alachan" (Lant-Chang, hoy Vientiane capital de Laos). Eso era algo
que Blas Ruiz y Diogo Veloso esperaban explotar en su beneficio, acudiendo a encontrarse
con él para acto seguido usar su juventud y debilidad de cara a convertirlo en
un títere.
De hecho el joven
monarca Barom Reachea II, quien se mostraría efectivamente como un gobernante débil, al parecer bebía en exceso y siendo aún menor de edad por entonces vivía rodeado de su madrastra, su abuela y sus
tías, las cuales influían en gran medida sobre sus decisiones.
Por otra
parte más al Sur la situación en ese momento en Camboya era un caos merced a numerosas
revueltas locales. Incluso un pariente del fenecido Chung Prei, citado en las
crónicas como “Chupinamu”, encabezaba uno de esos levantamientos.
Debido a todo
ello cuando en octubre de 1596 el grupo expedicionario hispano llegó hasta Alachan el joven nuevo monarca Barom
Reachea II decidió intentar aliarse con los españoles y seguir
su juego con la esperanza de que pusiesen sus mosquetes al servicio de su
precaria causa. Pronto se alcanzó un acuerdo y como consecuencia, gracias a la ayuda hispana, durante los siguientes meses la
revuelta de Chupinamu fue descabezada y a mediados de mayo de 1597 Barom
Reachea II pudo asentar su nueva capital en Srei Santhor.
En
contrapartida, como pago a sus servicios, el nuevo soberano concedió a Diogo
Veloso y a Blas Ruiz, en aquel momento ya los dos líderes indiscutidos de la
expedición los cargos honoríficos de “Chofa” (una especie de título nobiliario de
gobernador) de las provincias de Tran y Bapano. Además les autorizó para que introdujesen misioneros que
difundiesen el catolicismo en su reino. Comenzaba así un extraño período de la
historia camboyana denominado “Interludio ibérico” que duraría unos dos años
durante los cuales Veloso y Blas Ruiz se convirtieron a todos los efectos en
los hombres fuertes del decadente y declinante reino camboyano apoyados de cara
a ello en el contingente de mercenarios hispanofilipinos -con algunos añadidos de portugueses y japoneses- que encabezaban.
De cómo se jodió todo
El problema
es que a esas alturas cada vez más militares y notables del entorno palaciego veían
a dicho grupo de extranjeros como un elemento peligroso y muy poco fiable. Especialmente
después de que Blas Ruiz hiciese ejecutar a dos oficiales camboyanos acusándolos de
conspirar contra el soberano sin muchas pruebas de ello. Después de eso múltiples cortesanos empezaron, esta vez sí, a conspirar de verdad para librarse de aquellos
ambiciosos mercenarios foráneos y de los sacerdotes que los acompañaban.
De esa forma surgió en el entorno de la comitiva real un
partido favorable incluso a la sustitución del joven monarca, al que
juzgaban demasiado inexperimentado y falto de personalidad para lo que demandaba la situación. Además, poco a poco, a
ese descontento generalizado respecto a la presencia de españoles en la región
se sumaron tres nuevos elementos que acabarían jugando en detrimento de la
misma.
En primer
lugar Diogo Veloso y Blas Ruiz cometieron el error de dividir sus escasas
tropas (en aquellos momentos menos de un centenar de hombres) dejando la mayor parte de las mismas y todos sus auxiliares japoneses y
filipinos estacionados en Chordemuco mientras ellos mismos con algunos fieles se quedaban cerca del monarca residiendo en la Corte estacionada
en Srei Santhor.
En segundo
lugar desde Filipinas no llegaron los necesarios refuerzos para consolidar la
posición ventajosa alcanzada en la zona. En el archipiélago Luis Pérez
Dasmariñas, el gobernador provisional que había autorizado en su día la expedición, había
sido sustituido en el cargo por Francisco Tello de Guzmán. Debido a esto las disensiones sobre la conveniencia de
intervenir en el continente se reanudaron entre los funcionarios y militares
estacionados en Manila. Finalmente se logró el acuerdo de enviar unos
doscientos soldados de refuerzo a Camboya, pero en una fecha tan tardía como
septiembre de 1598. Además la expedición, compuesta de tres buques, fue un desastre.
Uno de los navíos se hundió llevándose consigo a casi todos los embarcados,
otro por efecto de las tormentas también perdió en el mar la mayor parte del
pasaje y hubo de regresar a las propias Filipinas, mientras que el tercer navío
acabó desviándose hacia el Sur de China y solo tras innumerables calamidades
los marineros y soldados que iban embarcados en él lograron llegar a Macao para
ser devueltos a las Filipinas también. Así que las fuerzas españolas en Camboya por aquella época apenas pudieron reponer sus pérdidas con las incorporaciones casuales de un mestizo llamado Gouvea que dirigía un extraño grupo de piratas portugueses y un aventurero español llamado Luis Ortiz al mando de unos veinticinco hombres.
Por último a
la mala suerte anterior hay que añadir la aparición en escena de un villano de
primera categoría. En las crónicas se le llama “Ocuña Lacasamana” (en realidad su auténtico nombre era algo así como "Oknha" mientras que el vocablo "Laksamana" significaría "gran almirante") y era un jefe
de guerra malayo proveniente de la zona de Johor. Encabezaba un amplio contingente de mercenarios también malayos que
inicialmente habían hecho acto de aparición en Camboya al servicio de Chupinamu,
el derrotado pariente de Chung Prei que había intentado hacerse con el poder en
los meses previos. Sin embargo pronto, sintiendo que no se había sumado a la facción adecuada, el astuto Ocuña cambió de bando con todos sus hombres, poniéndose al servicio de Barom Reachea
II y sus aliados españoles. Ahora bien, eso había sido una simple maniobra táctica porque Ocuña tenía planes más ambiciosos. Para
empezar se hizo amante de la madrastra de Barom Reachea, tras lo cual se sumó a
la conspiración palaciega para acabar con los españoles en la que pronto pasó a
ser una pieza clave ya que sus mercenarios malayos, de religión musulmana,
tenían experiencia en el uso de armas -incluso las de fuego- y formaban un contingente numeroso y
aguerrido cuyo tamaño iba en ascenso a medida que más compatriotas suyos
iban llegando a Camboya mientras los españoles no recibían refuerzos.
Finalmente la situación estalló por una serie de cuestiones menores cuando la tropa hispana estacionada en Chordemuco cedió a las provocaciones de los hombres de Ocuña y a mediados del año 1599, de forma espontánea y sobre la marcha, encabezados por un tal Luis de Villafañe, atacaron el cuartel de la ciudad donde se
ubicaban los malayos. Como no podía ser de otra forma el improvisado asalto falló y pronto los
supervivientes españoles acabaron sitiados en sus propios cuarteles. Poco después, cuando las
noticias de esto llegaron a la Corte en Srei Santhor, Diogo Veloso y Blas Ruiz
tomaron la decisión de agrupar a los escasos soldados bajo su mando allí y acudir
rápidamente a Phnom Penh en ayuda del resto de sus hombres.
Fue una
decisión valiente aunque suicida. Para cuando llegaron a la ciudad sus
compatriotas habían sido casi completamente aniquilados mientras que el grueso
de la población local se había unido a los malayos. La crónica resulta escueta
aunque clarificadora respecto a lo que ocurrió después:
“el Malayo
Lacasamana con su gente y Mandarines de su parcialidad, y espaldas que la
madrastra del rey le hazía […] de un golpe por mar y por tierra acometió a los
Castellanos, Portugueses y Japones, y hallándose divididos aunque algunos
hizieron la resistencia que pudieron los acabó a todos, y entre ellos a Diogo
Veloso y Blas Ruiz, y les quemó sus alojamientos y embarcaciones"
Lo cierto es
que como sabemos por otras fuentes solo un fraile llamado Joan Maldonado junto
con algunos soldados dirigidos por un tal Juan de Mendoça lograron escapar en
una embarcación descendiendo nuevamente por el Mekong hasta la costa. El resto
de la expedición española, incluidos Diogo Veloso y Blas Ruiz, así como la
totalidad de sus mercenarios filipinos y japoneses (salvo dos “indios de
Manila” que lograron escapar a pie y atravesar la jungla también hasta la
costa) perecieron en la matanza subsiguiente.
De lo que pasó después
De lo que pasó después
Tras todo ello Ocuña, convertido en nuevo hombre fuerte del reino, mandó asesinar al joven Barom Reachea II y usurpó su lugar con el nombre de Paramaraja IV, solo para verse derrocado al poco tiempo. Se inició así un período de nuevas luchas por
el poder hasta que -gracias a la asistencia de un ejército Thai procedente de Ayutthaya-
un tal Soryopor, tío del fallecido Barom Reachea II y hermano del anterior monarca, Satha, se hizo con el poder bajo el nombre de Barom Reachea IV
(1603-1618). Esto en la práctica significó a su vez la aceptación de la
influencia Thai en la zona de Camboya, la cual se convirtió en algo así como un
estado vasallo del poderoso reino vecino.
En todo caso
unas décadas después Camboya se cerró, como buena parte del Extremo Oriente, a
casi cualquier contacto con los comerciantes occidentales salvo ocasionales
intercambios con mercaderes holandeses.
Mientras
tanto, después de no haber obtenido al final ninguna ventaja política o
comercial tras todo esto que he narrado, entre los españoles de Manila se perdió el interés
por volver a intentar expediciones militares contra ese reino y en general
contra cualquier territorio ubicado en el continente asiático. Actitud compartida por los portugueses de Malaca y Macao interesados en el mantenimiento del status quo para no poner en riesgo sus privilegios comerciales en la región. Es cierto que a lo largo de las siguientes décadas se despacharon algunas expediciones hacia las Molucas en 1605, Formosa en 1624, o la isla de Guam,
pero se trató principalmente de movimientos hacia enclaves insulares estratégicos relacionados con la ruta del Galeón de Manila.
Falta un detalle, no obstante. En 1601 un monje franciscano español llamado Marcelo de Ribadeneyra escribió una Historia de las islas del archipiélago, y reinos de la gran China, Malaca, Siam, Camboya y Japón en la cual menciona “una gran ciudad en el reino de Camboya, en medio de la jungla, con muros curiosamente labrados y grandes edificios de los que tan sólo quedan ruinas”. Esa cita es algo que luego confirmó en 1604 fray Gabriel Quiroga de San Antonio en una Relación de los sucesos de la Cambodja donde se habla específicamente de “un templo de cinco torres llamado Angor”. Si bien ambos autores especulan con que los creadores de tales estructuras habrían sido los ejército de Alejandro Magno o bien tribus judías perdidas (típica mentalidad occidental de la época según la cual solo pueblos europeos o citados por la Biblia serían capaces de altos grados de desarrollo) se trata en todo caso de las primeras referencias recibidas en Europa sobre el antiguo centro religioso y político Khmer de Angkor que mencionaba casi al principio de esta entrada. Un lugar arqueológico que luego sería redescubierto para Occidente de manos de los franceses durante el s. XIX, pero que probablemente ya había sido avistado durante su periplo camboyano por algunos participantes en los hechos que hoy os he intentado resumir.
Falta un detalle, no obstante. En 1601 un monje franciscano español llamado Marcelo de Ribadeneyra escribió una Historia de las islas del archipiélago, y reinos de la gran China, Malaca, Siam, Camboya y Japón en la cual menciona “una gran ciudad en el reino de Camboya, en medio de la jungla, con muros curiosamente labrados y grandes edificios de los que tan sólo quedan ruinas”. Esa cita es algo que luego confirmó en 1604 fray Gabriel Quiroga de San Antonio en una Relación de los sucesos de la Cambodja donde se habla específicamente de “un templo de cinco torres llamado Angor”. Si bien ambos autores especulan con que los creadores de tales estructuras habrían sido los ejército de Alejandro Magno o bien tribus judías perdidas (típica mentalidad occidental de la época según la cual solo pueblos europeos o citados por la Biblia serían capaces de altos grados de desarrollo) se trata en todo caso de las primeras referencias recibidas en Europa sobre el antiguo centro religioso y político Khmer de Angkor que mencionaba casi al principio de esta entrada. Un lugar arqueológico que luego sería redescubierto para Occidente de manos de los franceses durante el s. XIX, pero que probablemente ya había sido avistado durante su periplo camboyano por algunos participantes en los hechos que hoy os he intentado resumir.
Haciendo
balance sobre la aventura camboyana de Diogo Veloso, Blas Ruiz y su variopinta tropa no puedo por menos que pensar en la
fascinación que determinado tipo de personalidades destructivas nos producen. Ocurre
en el cine de nuestro tiempo en el cual a veces el espectador se identifica por
ejemplo con actores que interpretan a elegantes asesinos en serie o mafiosos enriquecidos. Las exhibiciones de éxito y poder a veces nos ciegan.
De igual
manera en el plano histórico los grandes líderes militares o los “conquistadores”
nos resultan mucho más interesantes y deslumbrantes que las pobres gentes anónimas
cuyas vidas se veían frecuentemente destruidas para satisfacer las ambiciones de tales personajes. En ese sentido no está de más recordar que el “conquistador” prototípico de
la Edad Moderna, el tipo de hombre en torno al cual Castilla y Portugal edificaron sus imperios (y pasado el tiempo también Inglaterra o Francia los suyos) era por definición valiente, intrépido y aguerrido,
pero también un parásito social por naturaleza, un asesino y un ególatra. Los “conquistadores”
fueron individuos totalmente desinteresados en trabajar produciendo algo socialmente
útil para los demás, carentes de todo interés por otras culturas o costumbres o
por otras tradiciones de conocimiento. Eran en cambio hombres nacidos para
arrebatar a personas más débiles que ellos sus riquezas, o morir en el empeño. Fue
esa mentalidad la base de sus sorprendentes éxitos y también la explicación del carácter profundamente depredador de los imperios que ese tipo
de sujetos ayudaron a crear en torno a la plata americana o el control del comercio de especias en Asia.
También
debido a todo ello fue en la mayoría de las ocasiones el puro azar el factor
que separó el éxito del fracaso en muchas de tales empresas conquistadoras. En el transcurso de su aventura Diogo Veloso y Blas Ruiz rozaron la posibilidad
de asentar una base de poder en Camboya en torno a la que, quien sabe, quizás haber
podido construir luego un verdadero imperio expandiendo su poder por tierras
de las actuales Vietnam o Thailandia. Les fallaron los detalles. De no haberse
hundido o dispersado la flota en que llegaban los refuerzos… tal vez podrían
haber sido los Cortés, Pizarro o Almagro del SE asiático. Pero los frecuentes
tifones en la zona, la dificultad que suponía la jungla para las comunicaciones, la
indecisión y falta de colaboración por parte de Gallinato y luego de las
autoridades ubicadas en Manila, así como la presencia en la región de élites nativas más
nacionalistas, civilizadas y aguerridas que las típicas del mundo indígena
americano o africano del período acabaron con las posibilidades de que aquella
aventura llegase a buen fin para sus protagonistas.
Pero, aun
así, como digo tales personajes nos fascinan. Siempre lo han hecho. Desde la
época de los Alejandro Magno y Julio César. A fin de cuentas nosotros, pobres curritos
amargados y anónimos, anhelamos megalomanía y aventuras que nos saquen de
nuestra miserable insignificancia. En tal sentido las historias de los
conquistadores del pasado nos proporcionan contacto con un espíritu épico al
que no podríamos soñar con acercarnos de otra forma en nuestro irrelevante día a día. Es por ello
que al final esos hombres patéticos, particularmente los que fracasaron consumidos
por sus propias miserias y ambiciones grandilocuentes, a mí personalmente me suscitan un cierto
cariño.
Y como yo
escribo este relato, yo tengo el poder para cerrarlo como quiera. El pasado histórico tal y como lo conocemos se reduce a una sucesión de datos comprobados en medio de un inmenso espacio lleno de dudas y eventos desconocidos. Queda a juicio del
redactor y del lector llenar ese vacío con la lógica, pero también con la imaginación donde la anterior ya no alcanza.
Merced a eso,
aunque no puedo cambiar los hechos centrales sí puedo sugerir los matices.
En tal sentido quiero dar un final digno a mis protagonistas de hoy. Sabemos
que fueron rodeados y masacrados por una marabunta de malayos y camboyanos
sublevados que asaltaron los edificios en que se refugiaron hasta acabar con
todos. Pero no conocemos cómo fueron exactamente sus últimos momentos. Desconocemos los detalles, si murieron implorando piedad, corriendo desesperados buscando escapar, o si lo
hicieron combatiendo parapetados espalda contra espalda. Nunca lo
sabremos de hecho.
Pero como he
dicho, hoy, aquí, yo tengo el poder. Yo decido. Imagino así que
en los instantes finales, cuando se vieron asediados por la turba, necesariamente
tuvieron que ser conscientes de que todo había acabado. Pero claro, aquellos no
eran individuos que se derrumbasen en tales situaciones o que tuviesen miedo a la
muerte. A fin de cuentas convivían con ella a diario. Así que, para mí, los últimos soldados de la expedición que resistían agrupados en alguna casa en vez de esperar pacientemente que la muchedumbre acabase con todos poco a poco a flechazos o prendiendo fuego la construcción en que
se encontraban sin duda eligieron salir a la calle con las espadas roperas en la mano. Y una vez fuera, aprovechando el desconcierto entre los hombres de las primeras filas en la masa humana que rodeaba el lugar, se fueron a
por ellos.
Con dos cojones.
Algo así
ResponderEliminarhttp://mormonmatters.org/wp-content/uploads/2008/08/butch_cassidy_and_the_sundance_kid1.jpg
Ese es el concepto, sin duda. Yo de hecho espero morir así en vez de cagándome encima en algún asilo. De cara a ello me tengo jurado que cuando cumpla ochenta años voy a atracar un banco con pistolas de fogueo a las malas y hasta con chulería. A ver si hay suerte.
EliminarCreo que cuando tengas 80 años ya no va a quedar ni un banco... mejor ve pensándote otra cosa.
EliminarGran entrada. Me parece que incluso la vi en la portada de Menéame hace unos días...
Un saludo.
En español es Tailandia y Jemer ;)
ResponderEliminarRelato apasionante. Me quedo con ganas de saber más del tema. Bravo.
ResponderEliminarUn saludo
Da para pelicula!
ResponderEliminar¿Lo del burro y los elefantes tiene algo que ver con las elecciones presidenciales de EEUU?
ResponderEliminarNo. El burro simbolizaría a los españoles y los elefantes a las grandes potencias de la zona. Pero bien visto.
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