Los políticos hacen la política, pero alguien
más fuerte y más inteligente debe indicar a los políticos cual es la política
que conviene hacer. Esto es algo absolutamente necesario en nuestros días y que
como usted no ignora ocurre en todos los grandes países y en todos los países
que como el nuestro queremos que sean grandes.
Arturo Fernández en “El crack II”
En la actualidad no existe prácticamente ninguna limitación material a la cantidad de dinero que los Gobiernos pueden acuñar ya que abundan el papel o los metales necesarios para ello y en general se asume que el valor de las monedas y los billetes en circulación (o incluso el dinero electrónico en nuestras cuentas) no tiene por qué estar respaldado por nada tangible. Gracias a todo eso los Estados y grandes instituciones financieras del presente disponen de los medios técnicos y materiales para fabricar dinero casi a
voluntad. Ahora bien, llevar a cabo esto último no resultaría nada saludable para la economía, ya que crear dinero no significa crear riqueza. El dinero a fin de cuentas es solo un medio de pago, un utensilio para intercambiar los bienes existentes. Debido a lo cual existen grandes Bancos Centrales que se dedican a regular la producción de monedas o billetes, intentando no pasarse (y generar inflación), o quedarse cortos (con el
riesgo de “enfriar” la economía que eso conlleva), en base a cálculos complejos que se relacionan con el crecimiento del PIB, la disponibilidad de divisas, las tasas de cambio internacionales y otra serie de cifras.
Sin embargo en el pasado los Gobiernos de los países acuñaban dinero en función básicamente del volumen de sus reservas de oro. A su vez tales reservas dependían directamente de un factor fluctuante como era el volumen de metal precioso en los mercados internacionales, algo relacionado en última instancia con el éxito de la actividad minera en busca del mismo.
Como consecuencia de lo anterior, aunque el volumen de bienes y servicios disponibles no dejase de crecer, los medios de pago que podían fabricarse respondían a las restricciones impuestas por la cantidad de metal precioso que se fuese extrayendo del subsuelo. La cual en ocasiones podía no satisfacer las necesidades de unas economías en crecimiento. Por el contrario un aumento repentino del oro (o la plata), sin correlación directa con un crecimiento económico real en el país de turno, desembocaba con frecuencia en cosas como la terrible hiperinflación que padeció la Península Ibérica en el s. XVI.
Sin embargo en el pasado los Gobiernos de los países acuñaban dinero en función básicamente del volumen de sus reservas de oro. A su vez tales reservas dependían directamente de un factor fluctuante como era el volumen de metal precioso en los mercados internacionales, algo relacionado en última instancia con el éxito de la actividad minera en busca del mismo.
Como consecuencia de lo anterior, aunque el volumen de bienes y servicios disponibles no dejase de crecer, los medios de pago que podían fabricarse respondían a las restricciones impuestas por la cantidad de metal precioso que se fuese extrayendo del subsuelo. La cual en ocasiones podía no satisfacer las necesidades de unas economías en crecimiento. Por el contrario un aumento repentino del oro (o la plata), sin correlación directa con un crecimiento económico real en el país de turno, desembocaba con frecuencia en cosas como la terrible hiperinflación que padeció la Península Ibérica en el s. XVI.
Es decir en el pasado cuanto más oro se
extraía más moneda se acuñaba. De hecho los billetes que se ponían en circulación también dependían en última instancia de la cantidad de reservas de oro del Estado como respaldo a su teórico valor nominal. Por tanto en épocas donde la minería aurífera
sufría algún parón se producía de forma simultánea una cierta congelación en la emisión de moneda y consecuentemente al haber menos dinero en
circulación eso implicaba un estancamiento o incluso una bajada en el nivel de
precios general.
Pues bien eso es lo que ocurrió a finales del
s. XIX en EE.UU. Así entre 1880 y 1896 el nivel de precios en la economía estadounidense no solo no creció sino que descendió un 23%, en gran medida debido al estancamiento de la masa monetaria en circulación ya que la limitada cantidad de oro existente en aquellos años no permitía expandir la creación de medios de pago al mismo ritmo que aumentaban los bienes y servicios producidos.
Para entenderlo pensemos en una economía muy esquemática donde todo lo que se puede comprar son 10 manzanas y los consumidores poseen en total 20 monedas de oro. Pronto, en ausencia de otras variables, la lógica nos dice que cada manzana acabará costando 2 monedas. Luego con el tiempo los consumidores se comerán esas manzanas pero en la economía en cuestión seguirán existiendo 20 monedas, independientemente de que hayan cambiado de bolsillo. Si al año siguiente hay muy buena cosecha y se producen esta vez 40 nuevas manzanas, pero el Estado solo tiene oro para respaldar la puesta en circulación 20 nuevas monedas (para un total de 40 monedas en circulación tras sumarlas a las 20 que ya existían), inevitablemente más allá de cuestiones de oferta y demanda con el tiempo cada manzana acabará costando 1 moneda. En este caso los precios en lugar de crecer bajan.
Lo que sucedió en el caso estadounidense es que la deflación imprevista acumulada a finales del s. XIX acabó derivando, como todo proceso económico traumático, en una redistribución de la riqueza. A ese respecto por aquel entonces la mayoría de los agricultores del Medio Oeste del país estaban endeudados mientras que sus acreedores, los dueños de sus hipotecas, eran mayoritariamente bancos de la costa Este dependientes de las grandes fortunas de Nueva York o Boston. Y lo que ocurre es que la bajada del nivel de precios provocó un aumento del valor real de esas deudas.
Para entenderlo pensemos en una economía muy esquemática donde todo lo que se puede comprar son 10 manzanas y los consumidores poseen en total 20 monedas de oro. Pronto, en ausencia de otras variables, la lógica nos dice que cada manzana acabará costando 2 monedas. Luego con el tiempo los consumidores se comerán esas manzanas pero en la economía en cuestión seguirán existiendo 20 monedas, independientemente de que hayan cambiado de bolsillo. Si al año siguiente hay muy buena cosecha y se producen esta vez 40 nuevas manzanas, pero el Estado solo tiene oro para respaldar la puesta en circulación 20 nuevas monedas (para un total de 40 monedas en circulación tras sumarlas a las 20 que ya existían), inevitablemente más allá de cuestiones de oferta y demanda con el tiempo cada manzana acabará costando 1 moneda. En este caso los precios en lugar de crecer bajan.
Lo que sucedió en el caso estadounidense es que la deflación imprevista acumulada a finales del s. XIX acabó derivando, como todo proceso económico traumático, en una redistribución de la riqueza. A ese respecto por aquel entonces la mayoría de los agricultores del Medio Oeste del país estaban endeudados mientras que sus acreedores, los dueños de sus hipotecas, eran mayoritariamente bancos de la costa Este dependientes de las grandes fortunas de Nueva York o Boston. Y lo que ocurre es que la bajada del nivel de precios provocó un aumento del valor real de esas deudas.
Para que se entienda, si alguien adeuda por
ejemplo 100.000 euros la inflación puede resultarle una aliada en la medida en
que esa cantidad, hoy muy respetable, puede pasar a ser menos impresionante por
efecto de una inflación galopante. Imaginad que llega un momento en que una
barra de pan cuesta 100 euros, bueno, en tal caso muchos tendríamos problemas
para llenar la nevera pero en cierta forma, al mismo tiempo que eso acontece, la deuda de 100.000 euros con el banco que previamente nos atormentaba habrá dejado de ser tan insalvable. Por supuesto todo lo anterior se relaciona con otras variables,
como es el caso del nivel de los sueldos, pero en general una inflación alta
–pese a que genera a su vez otros problemas- convierte en relativamente menos
gravosas las deudas contraídas previamente.
Por el contrario la deflación implica lo
contrario, el valor de las deudas se aprecia. Imagina que debes 1.000 euros
pero por efecto de una salvaje deflación nos situamos en un contexto donde un
café, un periódico, o un litro de leche acaban costando 10 céntimos y unos
pantalones 1 euro. En principio, si tus ingresos no varían igualmente a peor, tu situación mejora, ganas
poder adquisitivo. Pero claro si posees un comercio, o eres un agricultor que
depende de la venta en el mercado mayorista de sus productos para obtener
ingresos, entonces la caída general de precios
hará que vendiendo lo mismo que antes ganes menos dinero y que dado que la cantidad que se adeuda permanece fija y no
“encoge” ahora te vaya costar más reunir el dinero necesario para devolverla.
Así pues volviendo a nuestros queridos
agricultores estadounidenses de finales del s. XIX la bajada del nivel de
precios en la economía yanqui supuso un aumento del valor real de las deudas
que tenían contraídas con los bancos, lo que enriqueció a los banqueros de la
costa Este en detrimento de los agricultores del Medio Oeste.
En respuesta los agricultores crearon un movimiento
popular que organizó el llamado “Partido del Pueblo”, el cual recibió el 8,5%
por ciento de los votos en las elecciones presidenciales de 1892 antes de ser
adsorbidos por el Partido Demócrata.
Además, en ese contexto era un clamor en
buena parte de los Estados del centro de los EE.UU. la petición de un viraje en
la política económica estatal. En concreto se pedía la “libre acuñación de
plata”, es decir abandonar el patrón oro estricto y fabricar dinero no solo en relación con las reservas de oro sino también en
función de la disponibilidad de plata. Esto permitiría mayor margen para poner moneda en circulación y detener así la deflación galopante, lo que significaría de paso un alivio a la escalada de las
deudas de los agricultores con los bancos.
Por supuesto, como siempre pasa, cuando dos grupos
sociales o dos regiones se enfrentan respecto a los intereses de la política
económica del país suele ganar el grupo más poderoso. Los agricultores eran
más, muchos más, pero los dueños de los bancos tenían bastante más influencia
en Washington, al margen de que había que contar también con los intereses de
otros sectores sociales residentes en el país, también coincidentes en su deseo
de mantener la situación como estaba. Al final esos grupos poblacionales impusieron
su visión frente a los agricultores del interior y el patrón oro siguió
respetándose al pie de la letra, aunque por supuesto el debate sobre la plata siguió
siendo un tema importante en la política estadounidense de la década de 1890, sobre todo tras el
estallido de una grave crisis bursátil en 1893.
Luego, con el tiempo, la situación se
solucionó. Aunque no lo hizo por efecto de ningún cambio en la política monetaria, ni debido a las sabias medidas tomadas por ningún dirigentes del
país en concreto sino que, como suele ocurrir, simplemente las cosas se
arreglaron por sí mismas casi por casualidad. El descubrimiento de oro en el Yukón canadiense en 1897, así
como la reapertura de las minas de oro sudafricanas tras el final de la Segunda
Guerra de los Bóers en 1902, desembocaron en un aumento de la disponibilidad de oro en los mercados. Eso permitió al Gobierno reaprovisionar sus reservas y aumentar a su vez la masa monetaria en circulación. Finalmente todo ello en conjunto, sumado a los efectos de la guerra contra España en el 98, derivó a comienzos del s. XX en una pequeña inflación que elevó el nivel de los precios agrícolas y
anuló los problemas experimentados en las décadas anteriores.
¿Y por qué he realizado el esfuerzo de explicar todo esto?. Veamos. No es nada raro encontrar en la literatura popular narraciones aparentemente inocentes concebidas sobre un fondo de alegoría política más complejo de lo que parece a simple vista. Por ejemplo Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. Aunque también sucede con frecuencia que el matiz crítico e irónico de tales historias caiga en el olvido cuando, debido al paso del tiempo, se difumina en la mente del público el recuerdo del contexto histórico en el seno del cual fueron ideadas.
Eso es lo que pasó con una historia publicada en el año 1900 a rebufo de los hechos que he explicado en los párrafos precedentes. Me refiero a The Wonderful Wizard of Oz, un cuento escrito por Lyman Frank Baum e inicialmente concebido como una alegoría, o una metáfora política, sobre la realidad socieconómica norteamericana de las décadas previas.
Eso es lo que pasó con una historia publicada en el año 1900 a rebufo de los hechos que he explicado en los párrafos precedentes. Me refiero a The Wonderful Wizard of Oz, un cuento escrito por Lyman Frank Baum e inicialmente concebido como una alegoría, o una metáfora política, sobre la realidad socieconómica norteamericana de las décadas previas.
¿Seguro?, pensaréis. Pero si es un estúpido
cuento ¡¡para niños¡¡.
Bueno, sí y no. Hay que tener en consideración que,
antes de dedicarse a la literatura, Frank Baum había
trabajado como periodista de actualidad política en lugares como Dakota
del Sur. Por lo que estaba muy familiarizado con toda la problemática que he
intentado explicar. Sin embargo su trayectoria posterior como literato y hombre
de negocios (fue uno de los padres del diseño de escaparates tal y como lo
conocemos en la actualidad, con maniquíes tras grandes cristaleras,
iluminación, etc.) favoreció la confusión durante bastante tiempo respecto a la
naturaleza de su obra.
A lo anterior habría que sumar el hecho de
que el material sobre el mundo de Oz que hoy conocemos es producto de varias
capas. Por un lado la novela de 1900, así como un musical inspirado en ella
estrenado en Broadway dos años después. Hoy en día existe acuerdo en que esos trabajos (muy en particular el musical, concebido explícitamente como una
sátira para una audiencia adulta) poseían abundantes referencias políticas de
cara al público de la época, en concreto acerca de figuras como Theodore
Roosevelt o John D. Rockefeller. A ese respecto no parece casualidad que William Wallace Denslow, ilustrador de las
primeras ediciones del libro y diseñador del vestuario y los fondos del set del
musical posterior, fuese en origen un dibujante especializado en caricaturas
políticas para diarios.
En cambio a lo largo de los quince años
siguientes Baum firmó varios libros más, de
calidad bastante baja todo sea dicho, basados en el mundo de Oz y escritos en
muchos casos deprisa y corriendo debido a sus problemas económicos durante
aquella época. En este caso ya se trataba de un material cada vez más vacío, claramente
infantil y desprovisto de segundas interpretaciones, todo lo cual culminó tras
la muerte del autor en la famosa película musical rodada en 1939.
Desgraciadamente de cara a dicho film se alteraron diversos detalles de la historia
original y se le dio al libreto de la película un tono desenfadado que cortaba
completamente con el tono burlón que la obra original pudiera haber tenido en
su momento ya que pasados casi cuarenta años de la publicación de la misma el
público de la película ya no hubiera entendido nada (como nos pasa a nosotros al
carecer de las referencias inmediatas).
Curiosamente esa cinta constituye el
material a partir del cual ha sido mayoritariamente recordada luego la obra de
Baum, con lo cual si uno le busca un doble sentido a la narración surge como
mucho la temática gay, en relación al carácter icónico de Judy Garland y de la
canción “Somewhere over the rainbow” cantada en el largometraje en cuestión. Es
decir la película creó un contexto de metáforas y referencias nuevo, distinto
por completo al que poseía en su momento la historia en que se basó.
Debido a todo ello resulta hoy muy complicado reconstruir
exactamente qué es lo que veía el público de comienzos del s. XX en el cuento de
Baum –lo que lleva a muchos analistas modernos a interpretar de forma variable
a los personajes del mismo- pero lo que se intuye, como vengo diciendo, es que
en origen su trama se ideó con la intención de usar de forma irónica el debate
sobre la política monetaria de la época.
Por ejemplo un destacado defensor de la libre
acuñación de plata, en aquellos tiempos, era
William Jennings Bryan, candidato demócrata a la presidencia en 1897 y
recordado por el famoso eslogan que pronunció en una convención demócrata: “No
debéis crucificar a la humanidad en una cruz de oro” (aunque al final no
consiguió imponer su punto de vista al respecto). Se trataba de un hombre muy alto y corpulento, también un gran orador, pero su pacifismo y su oposición a la guerra contra España en el 98 le hicieron pasar por un cobarde y condenaron sus aspiraciones políticas. Él parece que es quien
inspiró la figura del León Cobarde de la historia original ideada por Baum, mientras
que el candidato republicano que ganó las elecciones del 97, William McKinley, estaría
caricaturizado en forma de la Malvada Bruja del Oeste. A su vez la Malvada Bruja
del Este ridiculizaría a Grover Cleveland, presidente demócrata entre el 85 y
el 89 y nuevamente entre el 93 y el 97, famoso por su oposición a la acuñación en plata pese al apoyo a la misma por parte de muchos miembros de su propio partido. Finalmente la ciudad esmeralda sería Washington, la capital federal, y el camino de baldosas
amarillas simbolizaría el patrón oro, del cual provendría el propio nombre de la obra
ya que OZ era la abreviatura de la onza de oro en el período. Y a ese respecto
hay que tener muy en cuenta que al final de la historia, si bien Dorothy
encuentra el camino a casa, no lo consigue limitándose a seguir el camino de
baldosas amarillas. En lugar de eso la solución a sus problemas estaba en sus
zapatitos mágicos los cuales no eran de rubí como mucha gente cree, por
influencia de la película, sino que eran de plata (en la versión
cinematográfica se pasó por alto la alegoría y por cuestiones estéticas los
zapatitos mágicos pasaron a ser de rubí de cara que el Technicolor en que se
rodó resaltase más).
¿Y todo esto para qué me detengo a explicarlo? Pues veréis,
porque me gustaría hacer varias reflexiones sobre lo que conlleva la historia
de Baum aplicada a nuestro presente.
Para empezar tú (si, TÚ), no sé si te habrás
dado cuenta, pero muy probablemente a todos los efectos eres algo así como un
agricultor del Medio Oeste de nuestros días ya que estás experimentando desde hace algunos años una
situación de estancamiento, deflación y en última instancia devaluación
encubierta que además no perjudica a todos por igual. Y ello debido a la “cruz
de oro” de nuestro tiempo que se llama “euro”. Aspecto sobre el cual voy a
intentar extenderme un momento.
Vivimos dentro de una estructura política y
macroeconómica (la Unión Europea) que en esencia impone a los Estados miembros el compartir una moneda y un
mercado comunes, pese a que en realidad los intereses estratégicos de dichos países no siempre son totalmente complementarios, e incluso en ocasiones resultan directamente opuestos. Un poco lo que ocurría entre los agricultores del interior y los industriales y financieros de la costa en los EE.UU. de finales del s. XIX. En el seno de la UE hay Estados (como por ejemplo Alemania) con fuertes industrias, unos niveles bajos de paro y con bancos que prestan dinero a otros países miembros de la unión; mientras, por el contrario, países como España se encuentran más
volcados a la agricultura o el turismo, padecen altísimos
niveles de desempleo y simultáneamente el peso de una importante deuda privada y pública.
En tal situación las políticas monetarias más
indicadas para cada una de esas naciones son distintas. A algunos de los
Estados que la integran puede beneficiarles implantar en el seno de la UE una política
de lucha contra la inflación, tasas de interés altas e incluso obligar a los
países deudores de sus bancos a llevar a cabo en su territorio políticas de
reducción del gasto público y aumento de los impuestos para contener el déficit y asegurar así que se cumplan los pagos de deuda hacia el exterior. Mientras tanto a otros países europeos,
con economías totalmente estancadas y altísimos niveles de deuda y desempleo,
lo que mejor podría convenirles en cambio sería lo opuesto, al menos durante un
cierto período de tiempo: estimular la inflación, quizás tipos de interés bajos,
aumento del gasto público o incluso bajar los impuestos para reactivar la
economía.
Pero claro, al final es una cosa o la contraria, todo a la vez no puede ser. En último término, al compartir moneda y estar todos sometidos a instituciones financieras y de gobierno comunitarias, la línea de acción de la UE como conjunto ha de inclinarse por satisfacer en mayor medida las necesidades de unos u otros. Obviamente eso ocurre también en el seno de países de
cierto tamaño como los EE.UU. (donde no todos los Estados federales poseen idénticos intereses). Sin embargo cuando hablamos de países, a secas, las fronteras interiores son menos importantes que en un espacio como la economía
europea, teóricamente unificada por el euro y la libre circulación de
mercancías, capital y personas, pero que en la realidad no forma un espacio
totalmente homogéneo debido a las barreras que suponen los distintos idiomas o
los problemas a la convalidación de titulaciones entre países miembros. Por si fuera
poco en la UE las grandes medidas a adoptar se deciden por acuerdo entre los representantes de
naciones con desigual poder para imponer el respeto a sus intereses particulares.
En consecuencia los dirigentes de potencias como Alemania o Francia tienen bastantes más
posibilidades de implantar sus puntos de vista particulares, por ejemplo respecto a la
política monetaria a adoptar por parte del Banco Central Europeo, que otros
países con menos peso.
Todo lo anterior repercute en que haya ganadores y perdedores en el juego europeo porque, como resulta evidente, la política monetaria que más favorece a un país como Alemania o Suecia no es la misma que la más adecuada para un país como España o Grecia, sobre todo en la situación actual, independientemente de que, como una especie de compensación envenenada, a estos últimos países se les otorguen luego grandes créditos. Préstamos que, debido a lo comentado, en última instancia acaban siendo un mero mecanismo de drenaje de fondos desde el Sur de Europa hacia los bandos de la Europa más rica y desarrollada, por la vía de los intereses a satisfacer, ya que los créditos en cuestión no sirven para cambiar la realidad estructural de fondo, solo para parchear sus efectos.
Todo lo anterior repercute en que haya ganadores y perdedores en el juego europeo porque, como resulta evidente, la política monetaria que más favorece a un país como Alemania o Suecia no es la misma que la más adecuada para un país como España o Grecia, sobre todo en la situación actual, independientemente de que, como una especie de compensación envenenada, a estos últimos países se les otorguen luego grandes créditos. Préstamos que, debido a lo comentado, en última instancia acaban siendo un mero mecanismo de drenaje de fondos desde el Sur de Europa hacia los bandos de la Europa más rica y desarrollada, por la vía de los intereses a satisfacer, ya que los créditos en cuestión no sirven para cambiar la realidad estructural de fondo, solo para parchear sus efectos.
Centrándonos en el contexto español. En relación con la crisis que nos afecta desde hace ya ocho años, un país con nuestros problemas actuales y plenamente independiente en
cuanto a la toma de las decisiones soberanas sobre su política económica habría
actuado en el plano monetario probablemente devaluando su moneda para a su vez
aliviar el pago de la deuda, fomentar las exportaciones y con ello bajar las
tasas de paro. Pero como España se ha adherido a una moneda única empleada también por otros países que no comparten ese mismo interés, tal medida no es posible. De hecho el Gobierno patrio ya no controla prácticamente ninguna atribución importante de política monetaria (puesto que dichas prerrogativas han sido en muchos casos transferidas a Bruselas o al Banco Central Europeo). Consecuentemente lo que ha ocurrido en España estos últimos años es que la necesaria “devaluación” no se ha llevado a cabo a través de la reducción del valor de la
moneda, sino mediante un ajuste a la baja de los salarios y el nivel de vida.
Ahora bien, en los casos en que un país devalúa su moneda de golpe tal
decisión afecta casi por igual a todos los habitantes del país. Al día siguiente de
llevarse a cabo la medida todos los ciudadanos se despiertan un poco más
pobres. Por supuesto los más perjudicados, con el tiempo, serán quienes más viajen o
comercien con el extranjero, al ser los más dependientes de una moneda con un
valor de cambio poderoso respecto a otras divisas. Si bien tales grupos empresariales
y sociales por lógica son los formados por los ciudadanos más ricos del país y consecuentemente los mejor posicionados para encajar el golpe,
mientras que el ciudadano medio se empobrece lo “normal” en promedio.
Por el contrario lo que ha sucedido en España los últimos tiempos es que el ajuste de los
presupuestos nacionales para pagar la deuda se ha dado reduciendo el gasto
estatal en partidas sociales (curiosamente eso no ha ocurrido en materias mucho más superfluas como las compras de armamento), mientras que a nivel de calle el ajuste se ha
producido rebajando o
congelando salarios, como he dicho.
Pero claro, esto ya no afecta a todos por igual, siendo en este caso los más perjudicados aquellos habitantes que menor poder de negociación y menor seguridad laboral poseen. Es decir grupos con escaso poder adquisitivo y/o nivel educativo como los jóvenes, o los trabajadores temporales, han salido perdiendo claramente. Mientras que los sectores sociales mejor situados han salido mucho mejor parados y encima no tienen que padecer los problemas habituales que se dan típicamente en estas situaciones por efecto de las políticas de ajuste tradicionales, ya que ellos apenas corren riesgo de perder sus empleos, en su día a día suelen usar transportes o servicios sanitarios privados y encima pueden seguir disponiendo para sus importaciones de lujo o sus viajes al extranjero de una moneda potente de país rico.
Pero claro, esto ya no afecta a todos por igual, siendo en este caso los más perjudicados aquellos habitantes que menor poder de negociación y menor seguridad laboral poseen. Es decir grupos con escaso poder adquisitivo y/o nivel educativo como los jóvenes, o los trabajadores temporales, han salido perdiendo claramente. Mientras que los sectores sociales mejor situados han salido mucho mejor parados y encima no tienen que padecer los problemas habituales que se dan típicamente en estas situaciones por efecto de las políticas de ajuste tradicionales, ya que ellos apenas corren riesgo de perder sus empleos, en su día a día suelen usar transportes o servicios sanitarios privados y encima pueden seguir disponiendo para sus importaciones de lujo o sus viajes al extranjero de una moneda potente de país rico.
Vivimos además una situación en que las deudas privadas de los hogares más necesitados, consecuencia de las hipotecas por ejemplo, nunca son condonadas por los bancos o el Estado,
claro está, pero en cambio los pasivos acumulados por la banca y las grandes
empresas privadas suponen, llegado cierto punto, un chantaje para el Gobierno, el cual se ve obligado en bastantes ocasiones a cubrir esos números rojos usando el dinero de todos. Luego, para resarcirse de la situación de
quiebra técnica en que lo anterior deja sus cuentas, resulta que el Estado se ve
forzado a decretar políticas que afectan principalmente -como he dicho- a las clases sociales más vulnerables,
que son las que en adelante se ven constreñidas a pagar tanto sus deudas propias como de forma colectiva también parte de las generadas por
las grandes fortunas (por supuesto cuando los beneficios vuelvan a fluir en las grandes empresas o bancos son los grupos de propietarios y gestores los que se los volverán a apropiar en exclusiva), intensificándose rara vez
por el contrario los impuestos de sucesión o la presión fiscal directa sobre los
tramos altos de las rentas. Al parecer esto último no es algo viable porque
esas personas, a diferencia del ciudadano común, tienen mucho más fácil cambiar
de domicilio fiscal o recurrir a subterfugios legales.
En relación con lo anterior el Gobierno español de los últimos años ha optado con alegría por el aumento en
los impuestos indirectos, como el IVA, una vía que resulta mucho más eficaz
grabando el consumo de bienes básicos (que son adquiridos por todo el mundo casi en iguales cantidades tanto si es pobre como si es rico) antes que el de los productos de lujo (los cuales solo son adquiridos habitualmente por determinados grupos
sociales y eso de forma opcional). Los primeros no son prescindibles y van a
tener que seguir comprándose casi obligatoriamente a diario por mucho que se les cargue de impuestos. A fin de cuentas los cereales, la leche, la
gasolina o la electricidad siguen siendo bienes necesarios en el día a día
mientras que puedo esperar un par de años para comprarme mi tercer Ferrari,
hasta que vuelva a bajar la presión fiscal a ese respecto. O puedo usar para
ello alguna artimaña legal e importarlo del extranjero o dejarlo en alguna de
mis residencias en un paraíso fiscal donde no hay tantos impuestos y utilizarlo
allí. Pero claro el ciudadano común no puede hacer eso con cada barra de pan y
por ello va a ser el que también se vea más afectado por ese tipo de políticas
recaudatorias.
Lo peor de todo es que no existen muchas alternativas
porque, como he comentado antes, los Gobierno de países como España, Portugal o
Grecia en el fondo poseen una autonomía limitada para sus decisiones. Al final ha de adoptarse una única política
monetaria para todos, la cual va a concordar no con los intereses “comunes”
sino con los intereses particulares de los países más fuertes en la Unión,
mientras que los grupos más deprimidos de los países menos poderosos estamos siendo los sacrificados para que la moneda y el entramado del mercado único sigan
funcionando en espera de que, como ocurrió con el caso de la crisis
estadounidense de finales del XIX, alguna variación fortuita en la coyuntura
internacional arregle el tinglado. Al menos por un par de décadas, hasta que estalle la siguiente
crisis durante la cual los más perjudicados probablemente seremos los
mismos. De nuevo.
Dentro de la UE tanto los
países más ricos casi en bloque, como también las clases sociales privilegiadas en el caso de países con problemas, tienen interés en desarrollar unas políticas
tendentes a mantener una baja inflación (pese a que frecuentemente eso dificulta la lucha contra el desempleo), un alto valor de cambio del euro respecto
a otras monedas y consiguientemente ajustes internos en la zona euro mediante devaluaciones
vía salarios (lo que casualmente se ve facilitado si hay un cierto volumen de paro). Es normal ya que, como he intentado explicar más atrás, esas devaluaciones encubiertas
llevadas a cabo de forma interna en los países que atraviesan dificultades resultan mucho más asimétricas (y por tanto injustas ya que cargan su peso preferentemente sobre los
colectivos más vulnerables) que las devaluaciones de la moneda a secas.
Y sin embargo, en el caso de un país como España, ya ni siquiera se atisba una solución viable para sustraerse a lo dicho. Salirse de la moneda única, forjada para gobernarnos a todos y atarnos a las tinieblas, al menos a corto plazo implicaría consecuencias aún peores que los propios males de los que se pretende huir. Hemos caído en
la trampa perfecta de la que en su día nadie informó, o más bien de la que nadie
quiso informarse ante la promesa de un maná de subvenciones, crecimiento
ininterrumpido y créditos baratos que jamás se agotaría.
Debido a todo esto que he intentado explicar, a mi modo de ver, los españoles pobres somos hoy en cierta forma como los agricultores
del Medio Oeste de los que hablaba al comienzo. Con el agravante de que no solo
tenemos que vérnoslas con los intereses empresariales y financieros de las
clases altas de nuestro país, lo que ya sería complicado, sino con los
intereses de otros muchos países, los más influyentes de los cuales no tienen problemas u objetivos en política económica siquiera semejantes a los
que podamos tener nosotros, los "agricultores del Medio Oeste".
Y a este respecto quiero concluir deteniéndome en otra
idea inquietante que ya estaba presente en el cuento sobre el mago de Oz escrito por
Frank Baum. En concreto acerca de la figura del mago que da nombre a la
historia, el cual de aparente protagonista de la misma pronto pasa a ocupar un papel bastante
pasivo y secundario. De hecho, avanzada la trama del cuento, tal mago resulta no ser en realidad un
mago, solo un farsante cuyos poderes reposaban en trucos y, en última
instancia, en la confianza que la gente depositase en ellos. Por eso al final no sirve de ninguna ayuda a Dorothy, la cual acaba teniendo que
arreglárselas sola para volver a su casa.
Me parece interesante que nos paremos a pensar en cómo, habitualmente, los encargados de la gestión de la economía suelen ser individuos a los que se
dota de un aura mágica cuando las cosas van bien, pero que tarde o temprano –sobre
todo en momentos de crisis- acabamos descubriendo que en realidad solo son lo
que en términos técnicos podría definirse como una piara de incapaces y
corruptos.
Esa amalgama de empresarios “hechos a sí
mismos” gracias al dinero o los contactos de papá y la falta de escrúpulos, políticos con cadáveres enterrados en la cuneta, idiotas con suerte enamorados de su retórica vacía, bardos de la mentalidad positiva y el esfuerzo personal
mientras esnifan coca al borde de la piscina de su palacete… ellos son los “vagos de Oz” a los que hoy me refería con el título
de esta entrada. Un montón de gurús cuyas fórmulas de éxito solo funcionan en la medida en que el populacho
que asiste a la ejecución del truco desee sinceramente ser engañado.
Luego, cuando a los más desfavorecidos nos
golpean los cíclicos tornados que el sistema parece abocado a sufrir por algún
defecto de diseño, los vagos de Oz de turno resultan por completo impotentes para ayudarnos,
de hecho las más de las veces acaban salvándose exclusivamente a sí mismos, elevándose en sus globos de aire mientras
los demás nos quedamos en tierra abandonados a nuestra suerte. Solo
que en el mundo real no existen los zapatitos mágicos para proporcionarnos un final feliz.
El tema es interesante, pero he de decir que la entrada, que es mas una entrada de economía (y) política que de historia, no me gusta precisamente por eso (mas que por las cosas en las que discrepo, que son varias, o por las cosas en las que coincido que son muchas también).
ResponderEliminarEs probablemente una de las entradas más farragosas que he escrito hasta ahora y se sale un poco de la línea del blog a la vez que de los campos de conocimiento en los que me siento seguro. Por ello prácticamente cada opinión que expongo es interpretable. De hecho es probablemente la única entrada de este tipo que voy a escribir para el blog. En unos días volveré a centrarme en Historia y Arte puras y no necesariamente relacionadas con España o siquiera con el mundo contemporáneo (aunque en realidad intento que todo lo que trato se relacione con el presente de una u otra manera).
EliminarPero precisamente por eso quería dedicar al menos una entrada del blog a dar mi visión personal sobre lo que ha sucedido los últimos años. Y de paso crear un espacio para que cada cual exponga la suya. Era una cuestión casi imperativa. Hacía meses que quería escribir algo, pero tenía bastantes reservas al respecto, además de que me daba mucha pereza.
Con todo, una vez que he terminado no me he quedado a disgusto.
Mi miedo era que el blog empezara poco a poco a girar hacia entradas como esta (como por otra parte tienes todo el derecho a hacer). Gracias por aclarar un poco tus intenciones con la entrada.
EliminarDas pie a exponer opiniones, pero no me apetece mucho meterme en escribir un tocho enorme y me limitaré a señalar cosas así con las que no estoy en absoluto de acuerdo.
La entrada empieza hablando del dinero, con una definición regulera (porque el dinero no es solo un medio de intercambio) pero con la que simpatizo (en el sentido en el que el dinero no es "riqueza", e imprimir dinero no es imprimir riqueza).
Sin embargo el artículo habla sobre problemas en la política de emisión de moneda.
Pero es que el dinero no es solo la moneda, hay un campo difuso entre diferentes grados de dinero (y de cuasi-dinero) en el que la moneda es solo un grado, y que juega también un papel en la inflación. Y que por cierto, la emisión de este otro tipo de mecanismos que funcionan como dinero en la economía americana de final del XIX funcionaba perfectamente y a todo trapo.
Tampoco me gusta mucho la definición de inflación que das porque pienso que no sirve de mucho y el ejemplo Robinsoniano de las manzanas que das resulta en la práctica confuso. Soy mas partidario de una definición de inflación como "inflar" la cantidad de dinero, y no simplemente el definirla como uno de sus posibles efectos que es el aumento de precio.
Tampoco estoy de acuerdo en que la "devaluación" perjudique a todos por igual y a las clases dominantes o pudientes y al Juan Lanas le perjudica "la media". La devaluación es tremendamente ventajosa para las clases dominantes (el señor Ortega, por ejemplo, vería como toda la deuda de su empresa es recortada brutalmente mientras el valor de sus activos, sus tiendas, sus fabricas y centros de distribución no hay un Dios que pueda devaluarlo). En el sentido contrario, la devaluación es brutalmente perjudicial para los que son tan pobres, que lo único que tienen es dinero.
Este, por cierto, ha sido siempre el mecanismo de extracción de riqueza desde las clases bajas a las mas pudientes. Y además, la sabiduría popular encontró esta razón inconscientemente e incluso llegó a soluciones para ello. Y como consecuencia surgen cosas como la querencia española de comprar pisitos, la argentina por comprar dólares, o la americana del 29 por comprar oro. En resumen: la costumbre del "proletariado" por ponerse en la misma situación que el señor Ortega y comprar cosas que no se pueden devaluar a golpe de decretazo por el Felipe Gonzalez de turno a la vez que se endeuda uno confiando en que las hipotecas "al principio cuestan, pero luego ni te enteras".
Me parece un enfoque demasiado monetarista, demasiado "de Chicago" para alguien que dice que le gusta utilizar el uso de herramientas de análisis de la historia de cuño marxista.
Sobre el euro, no quiero extenderme mucho (porque es el tema mas peliagudo, en el que uno se declara mas políticamente, y yo no soy tan valiente como tu). Pero nuevamente me parece que el enfoque es excesivamente monetarista, demasiado maniqueo e infantil.
Parecería que una serie de oscuros alemanes en el 90 engañaron a Europa entera para esclavizarlos y destruirlos 20 años mas tarde, y los pobrecitos explotados se niegan a salir de esta esclavitud no se sabe muy bien por qué, o porque simplemente fuera del euro hace mucho frio.
Soy de otra opinión diferente, en la que los magos de Oz de España, Francia e Italia, cuando ya no funcionaba absolutamente nada de lo que intentaban (recordemos las devaluaciones salvajes de Gonzalez, por ejemplo), exigieron subirse al marco como condición para dejar que el pueblo Alemán volviera a unificarse.
Pero la idea de Merkel como Saurón o como el diablo vende mucho mas, lo se.
De todas las maneras, aunque esta entrada me guste menos, quiero volver a darte muchas gracias por regalarnos este blog.
(Te he borrado el comentario anterior que lo tenías duplicado).
EliminarHay que tener en cuenta también que una de las mejores defensas que se pueden hacer de la UE o de las políticas de Merkel vendría a decir que mejor que nos impongan decisiones desde fuera, aunque sean malas, porque dejar decidir por su cuenta a nuestras élites políticas habría sido aún peor. Y estando más o menos de acuerdo no puedo por menos que pensar lo triste del asunto.
Es cierto que mi análisis es muy monetarista. Y de hecho muy “ceteris paribus”. Pero al final aunque la economía sea una “ciencia social” con un base matemática y unos paradigmas establecidos sigue dándose la posibilidad de que una misma situación pueda ser explicada a través de dos o más combinaciones distintas de factores, o dos teorías cuyos puntos se contradicen entre sí. Yo me he limitado a exponer mi planteamiento, el cual da pie, claro está, a que expongan los suyos quienes no lo vean así.
Por lo demás resulta bastante imposible que el blog gire hacia ningún punto concreto porque la idea es que no tenga una temática precisa, más allá del enfoque digamos “humanístico” de base con la historia como centro (y mi obsesión malsana con la fotografía histórica). Prácticamente cada entrada va a tratar un tema o una época diferente de la anterior. De hecho a mi modo de ver es el aspecto más valioso del blog, aunque también el que más me dificulta la labor. La gracia del asunto, el desafío que me lanzo a mí mismo es tratar cada semana o cada quince días un tema completamente diferente y completamente alejado del anterior tanto en el tiempo como el espacio.
A mí me ha gustado. Quizás porque también coincido en muchos de los puntos que expones, pero también por descubrir lo que había detrás del cuento.
ResponderEliminarCualquier tema humano, y si es político-económico-social aún más, tiene muchas más aristas de las que se pueden abarcar en un artículo, por extenso que sea. Y es difícil pedir neutralidad, cuando somos actores de la comedia que se está escenificando.
PD: Éste fue mi preciso, neutral y concienzudo análisis del rumbo económico financiero que lleva este país desde hace unos años :D
http://laguaridademalatesta.blogspot.com.es/2012/07/ratas-de-dos-patas.html
No sabía que "El mago de Oz" era una alegoría sobre el patrón oro. Muy interesante. Y estoy de acuerdo en que el Euro es un sistema monetario que persigue la estabilidad que da el patrón oro.
ResponderEliminarSin embargo, no estoy de acuerdo con tu diagnóstico de la situación económica. Veamos. Dices que a España la política que le habría convenido sería fomentar la inflación, aumentar el gasto público, bajar los tipos de interes y bajar los impuestos. Entonces, según tu, nos se ha hecho eso sino todo lo contrario. Pues veamos:
- Aumento de deuda pública 2008-2015: +200% Practicamente se ha triplicado. Se han gastado unos 600.000 millones de más desde el 2008. Si eso es recortar...
- Tipos de interes 2008-2015: Ha pasado del 4% a 0,05%. No se puede bajar más.
- Tema impuestos: Aquí te doy la razón. Nos roban.
Estoy totalmente de acuerdo con Perico el del Puñalico, la inflación provocada es una forma sibilina de robar al pueblo. Los ricos y poderosos tienen instrumentos e información suficiente para librarse de la devaluación. Ellos tienen activos, no dinero. Y los activos no se devaluan de la noche a la mañana. En cambio el pobre, el trabajador, tiene que ahorrar en dinero. Y como antes, el pobre, sabía que de la peseta no se podía fiar pues lo metía en ladrillo. De ahí viene, en gran parte, la burbuja inmobiliaria que hemos tenido y que ha sido la mayor causa de la ruina de este país.
La lucha no es entre países, sino entre ahorradores y gastadores. Y en España también hay ahorradores.
Respecto a temas de economía hay muchos posicionamientos posibles, porque esto se relaciona de forma directa con nuestra ideología política y los conceptos muy particulares que cada persona puede tener en su cabeza sobre cómo debería ser una sociedad próspera y satisfactoria.
EliminarComentaré alguna cosa. Por un lado la deuda no habría que verla solo en términos cuantitativos sino relativos, por ejemplo como un porcentaje en relación al PIB. Ahí España está ahora mismo en una relación aproximada de 1 a 1 y con ello tiene ahora mismo bastante menos deuda que Bélgica, Italia, EE.UU. o Japón mientras que otros Estados prósperos como Francia, Canadá o Reino Unido no andan muy lejos, solo unos puntos por debajo. Claro que hay que tener en cuenta para matizar que sobre el 2006 creo nuestro porcentaje de deuda en relación al PIB estuvo en el 36% después de haber llegado a un tope del 67,5% durante la crisis de los noventa. Uno puede ver la situación de ahora como grave o como relativa.
También uno puede diferenciar entre deuda pública y privada y meter en la baraja muchos otros indicadores. El problema a mi modo de ver es que España ha generado la deuda que tiene de una manera muy mala, primeramente despilfarrando a través de la construcción de infraestructuras inútiles, como por ejemplo la red del AVE, y luego una vez se entró en pánico el Estado se ha seguido endeudando con rescates a la banca o el puro pago de los intereses de lo anterior. Si esa deuda se hubiese creado de otra manera quizás la situación a pie de calle no fuese tan mala porque habría servido para paliar o limitar en parte la situación paralela de endeudamiento privado de las familias.
De hecho la deuda en sí misma no es el problema, solo es un síntoma. Como no lo era la famosa “Deuda Externa” latinoamericana de hace décadas. Al final lo que hizo daño a tales países fueron dos cosas. Una propia y otra externa.
EliminarPor un lado sus propios problemas internos de desigualdad social, corrupción política y estancamiento económico. Exactamente lo mismo que le ocurre a España, lo cual ha convertido una crisis bastante afrontable en otros países (EE.UU. centro del problema está con un 6% de paro y en el resto de los países afectados como Islandia o Irlanda, parecido) en algo particularmente grave y estructural. Porque aquí los problemas propios (bajo I+D, nula relación entre universidad y empresa, muy bajos niveles industriales, dependencia energética, etc.) ninguno de los cuales se ha solucionado verdaderamente en estos años, han servido para agravar el problema puramente financiero. Y subrayo lo de que nada se ha solucionado, no se han llevado a cabo reformas estructurales que modifiquen en nada los rasgos característicos de nuestra economía, nuestro sistema educativo o el ordenamiento constitucional (que hace aguas, otro tema que daría para hablar largo y tendido).
En segundo lugar la mayoría de recetas económicas que les llegaron del exterior a esos países, en su caso no de la UE sino del FMI o el BM, también insistiendo en aquellos años en políticas de contracción del gasto, reducción de servicios, mayor presión fiscal que acabó con las pocas clases medias… resultaron más contraproducentes que otra cosa. Los países que lograron salir de ese círculo vicioso lo hicieron básicamente gracias a la exportación de materias primas. Que España no tiene.
Respecto al tema de la inflación yo pese a lo que comentáis y es cierto, sigo prefiriendo para un país como España un contexto inflacionario que lo opuesto. Pero vamos, la cuestión es que ambas opciones tienen cosas positivas y otras negativas y sobre todo que en la lucha por la redistribución social existen una serie de grupos sociales de privilegiados que, principalmente a partir del estallido de la globalización, tienen demasiadas armas.
El resultado es que hoy en día diseñe uno las medidas que diseñe en su cabeza para el 1% más rico de la población siempre va a existir una forma de explotarlas en su beneficio y escapar de los perjuicios más obvios. Algo que no ocurre con el ciudadano medio y mucho menos con las clases bajas, porque simplemente carecen de los medios y la información para aplicar las estrategias óptimas en cada momento. Lo cual lleva una y otra vez, con las medidas que yo digo o con otras, al mismo resultado, que los costes de las crisis recaen prioritariamente en los más vulnerables, mientras que los más privilegiados escapan indemnes. Eso es una realidad. Luego queda el baile de cifras y explicar exactamente el mecanismo mediante el cual se llega continuamente a ese resultado, como demuestra la historia. Y por ello consideré necesario sacar el tema a la palestra ahora que está “de moda”.
A mi modo de ver la dialéctica importante aún hoy en día es el viejo ricos contra pobres. Países (y regiones) ricos vs países menos ricos y dentro de todos ellos clases sociales altas vs clases medias y bajas. Los intereses de esos grupos no son los mismos, por tanto no coinciden. La política es un escenario teóricamente para armonizar esa contradicción donde al final unos grupos buscan imponer sus ideas y sus intereses sobre otros. Y están ganando los de siempre.
Se que es un diagnóstico simplista.
Pues a mi me ha parecido una entrada genial aunke este un poco alejada de la tematica habitual y muy necesaria hoy en dia para entender los tiempos q corren. De donde venimos y a donde vamos. Genial articulo!
ResponderEliminar"Hemos caído en la trampa perfecta de la que en su día nadie informó, o más bien de la que nadie quiso informarse" dices.
ResponderEliminarClaro que nos informaron, lo que pasa es que preferimos no escuchar. Ya en 1990 Anguita decía en el congreso, sobre Maastricht:
“Esto conlleva, no nos engañemos, procesos de ajuste que, con la experiencia habida, recaerán sobre trabajadores y capas populares. Dicho de otra manera, las consecuencias más inmediatas son: bloqueo de un papel activo del presupuesto comunitario; aumento de los desequilibrios territoriales y sociales al limitar la financiación de los fondos presupuestarios y de los estados miembros; impedimento a nivel comunitario y de los estados miembros de una política fiscal progresiva y, sobre todo, armonizada a nivel comunitario”
Y de nuevo en 1995, en este momento de una entrevista que le hizo Manuel Campo Vidal:
https://www.youtube.com/watch?v=fHoV7fB2Yhc
Mas claro agua. Fuimos advertidos claramente, repito, pero en aquel momento preferimos ridiculizar al mensajero. "El Califa" se le apodaba con sorna, y yo como la mayoría reía la gracia. Hoy que ha quedado clara la clarividencia de este hombre y sobre todo, del competente equipo económico en el que se apoyó, aún sigue siendo un personaje marginal y desdeñado por la mayoría.
Un personaje, en el fondo, de los que te gustan ti. De esos que estuvieron en el lugar y momento adecuado para cambiar algunas cosas y que, a pesar de ello, pasaron sin pena ni gloria.
Salva.