Después de
las tinieblas, espero la luz.
(Divisa
calvinista empleada por Juan de la Cuesta, editor del Quijote)
A finales del
año 1757 estalló en Francia la llamada “polémica de los cacouacs” cuando en una
primitiva gaceta de la época apareció un artículo anónimo titulado Avis utile ou premier mémoire sur les Cacouacs donde se ridiculizaba a un
variopinto grupo de intelectuales progresistas que entonces pululaban por París. Ellos
serían los citados “cacouacs” a los que se refería el título del escrito, una
palabra francesa de fonética burlona cuyo significado podría traducirse al
castellano como algo parecido a “malvado” o “villano”.
Luego de eso, a lo largo de más o menos un año, al artículo anterior siguieron otros firmados por gente como Jacob Nicolas Moreau, un historiador de marcado tinte conservador y monárquico, quien unos años más tarde se convertiría en preceptor del futuro Luis XVI; o el abad Joseph de Giry de Saint Cyr, doctor en teología, consejero de Estado, miembro de la Academia Francesa y antiguo preceptor en este caso de Louis Ferdinand (hijo de Luis XV y padre de Luis XVI),.
Luego de eso, a lo largo de más o menos un año, al artículo anterior siguieron otros firmados por gente como Jacob Nicolas Moreau, un historiador de marcado tinte conservador y monárquico, quien unos años más tarde se convertiría en preceptor del futuro Luis XVI; o el abad Joseph de Giry de Saint Cyr, doctor en teología, consejero de Estado, miembro de la Academia Francesa y antiguo preceptor en este caso de Louis Ferdinand (hijo de Luis XV y padre de Luis XVI),.
El resultado fue establecer la palabra “cacouac” como un término
anti-ilustrado a través del cual diversos “sabios” del período, todos ellos
adscritos a una ideología desfasada y reaccionaria pero muy bien
situados en puestos políticos, universitarios o académicos en general,
pretendían mofarse del grupo de
pensadores que hoy en día denominamos
“philosophes” o “enciclopedistas”, debido a la vinculación de estos últimos con
la proyecto de redacción de la famosa “Enciclopedia” francesa, por entonces en
su momento álgido.
¿Qué estaba
ocurriendo?, ¿cuál era el problema?
Las Luces son
la salida del hombre del estado de tutela e inmadurez del que es por sí mismo
responsable. El estado de tutela es la incapacidad de servirse del
entendimiento sin la intercesión de otro. Uno es responsable de tal estado de
tutela cuando la causa de lo anterior no es debida a una falta de inteligencia
sino de resolución y coraje para usar el entendimiento sin la ayuda de otro.
Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento. Tal es la divisa de las
Luces.
(Emmanuel
Kant, “¿Was ist Aufklärung?”)
El s. XVIII es
conocido como “el siglo de la razón”, o de las “luces”, porque es el momento durante
el cual irrumpieron con fuerza en la cultura occidental ideas como el
individualismo, la mentalidad crítica, o la fe en el progreso, algunas de las
cuales hundían sus raíces en corrientes intelectuales más antiguas (por ejemplo el
“Humanismo” de finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna), pero
que solo en el siglo XVIII alcanzaron su mayoría de edad.
Por ello
dicha centuria estuvo marcada en el plano cultural por una línea de pensamiento
denominada “Ilustración”,
entendiendo ésta como un movimiento cultural que dejó notar su influencia en
casi todas las ramas del saber. En realidad, como se ha insinuado, la Ilustración rescataba
muchos de los presupuestos renacentistas, sobre todo el antropocentrismo,
a los que sumó una gran confianza en la pura lógica como fuente de
discernimiento, así como un profundo interés por la difusión de los conocimientos acumulados mediante ella (filosóficos, científicos, técnicos) con la vista
puesta en que pudieran servir para mejorar las condiciones de vida de los
hombres y así librarlos del oscurantismo y el sometimiento a los viejos
valores.
Por tanto la
intención de los "ilustrados" era recuperar para el campo del pensamiento el uso de la razón como elemento fundamental y a partir de ella abordar
cualquier creencia desde una perspectiva crítica, de cara a desenmascar todo cuanto
hubiera de falso o supersticioso en su mundo. De ahí en parte el nombre del movimiento.
Ilustrar era
sinónimo de iluminar y como se ha
dicho esa era la pretensión última de los ilustrados: abordar el estudio de la naturaleza, pero también de la sociedad de su tiempo, desde un punto de vista fresco, con la intención de eliminar mediante la luz de la
razón todo cuanto hubiera de falso o supersticioso en las
ciencias o las mentalidades de su época.
En último
término lo cierto es que la “Ilustración” más que un conjunto doctrinal preciso
fue una nueva forma de ver el mundo -el “espíritu ilustrado”- producto de unir diferentes ideas e influencias. Ese carácter un tanto etéreo permitió al movimiento ilustrado convertirse en un fenómeno cultural sin
fronteras, de manera que fue capaz de extender un tipo de pensamiento común por amplios
sectores sociales de toda Europa. Si bien, desde luego, no en todos los países
arraigaron con la misma fuerza esas nuevas ideas, ni tampoco afectaron por igual a todas las capas
sociales. De hecho los estratos más bajos de la sociedad así como la mayor parte de los integrantes de los estamentos privilegiados del período (el clero y la nobleza) siguieron aferrándose a unas creencias anticuadas próximas al sentimentalismo religioso del
Barroco, dentro del cual los dogmas de fe poseerían mayor veracidad que las impresiones extraídas a través del raciocionio. Mientras que, de forma opuesta, el ideario ilustrado fue acogido con entusiasmo por la mayoría
de los integrantes de una nueva clase social de crecimiento imparable por
entonces, la burguesía, compuesta por aquellos que poseían educación y cada vez más dinero,
pero se encontraban excluidos de influencia política y acceso a los puestos de
decisión.
Aún así, ¿cómo es
posible que estas ideas se difundiesen a gran escala pese a la lógica
resistencia que encontraron por parte de la Iglesia y la aristocracia, así como entre los pensadores afines a tales grupos de poder? Bien, lo cierto es que una de las claves fue la redacción de una enciclopedia.
Después
de todo el primer deber de una persona cultivada consiste en estar siempre
preparado para reescribir la Enciclopedia.
(Umberto Eco, Serendipities: Language and Lunacy)
Los intentos
de crear compendios del saber humano se remontan ya a la antigüedad y obras
como la Naturalis Historia de Plinio
el Viejo, tradición que luego continuó durante la Edad Media Europea a través
de nuevos intentos como las Etimologías de San Isidoro. De hecho este tipo de
esfuerzos pueden extrapolarse fuera del mundo occidental, por ejemplo en la
China de la Dinastía Ming ya se llevó a comienzos del s. XV uno de los más
ambiciosos intentos de codificación de saberes anteriormente dispersos durante la redacción
de la Yongle Dadian. Entre 1403 y
1408 más de 2.100 eruditos trabajaron a tiempo completo para recopilar gran
parte del saber conocido en la China de aquel tiempo, dejando como resultado
casi 23.000 rollos manuscritos donde se agrupaban textos sobre arquitectura,
arte, astronomía, historia, literatura, etc.
El resultado era tan vasto que no se pudo imprimir y apenas se
realizaron copias, debido a lo arduo de la tarea, con lo cual la mayoría de
los remanentes de aquel trabajo colosal se perdieron durante el s. XIX a manos
de las tropas de las potencias coloniales europeas que arrasaron la capital del
país en diversas ocasiones. Antes de eso en la China de comienzos del s. XVIII, entre 1700
y 1725, en este caso bajo la dinastía Qing, se llevó a cabo otro esfuerzo parecido dando como resultado la Gujin Tushu Jicheng,
una monstruosa recopilación de más de 10.000 volúmenes en este caso.
Aunque a
nosotros nos interesa más saber que por aquella época en Inglaterra se llevaron
a cabo diversos trabajos en cierta forma parecidos (aunque afortunadamente más
concisos), entre los cuales destaca particularmente uno en concreto: la Cyclopaedia: or an Universal
Dictionary of Arts and Sciences publicada en 1728 de la mano de un cierto Ephraim
Chambers.
Tal obra constituía, entre otras cosas, una
muestra de que por entonces Inglaterra se estaba convirtiendo el país puntero
en Europa en diversos campos del pensamiento, muy especialmente aquellos
encaminados a una finalidad práctica, es decir en casi todo lo relativos a las
ciencias y sus aplicaciones técnicas. Lo que desembocaría unas décadas más
adelante en la eclosión del “maquinismo” y de la “revolución industrial” en
aquel país.
Ocurre sin embargo que por entonces el idioma inglés, mediante el cual se redactaron tanto la Cyclopaedia de Chambers como otros trabajos emblemáticos de la época, distaba mucho de ser la lengua franca que es hoy en día.
De hecho, debido a cuestiones históricas y políticas, en aquellos tiempos la
lengua culta europea a través de la que se entendían las élites de los diversos
países, es decir la lengua de la diplomacia internacional y que resultaba la más
utilizada en la difusión de la cultura, era el francés. En otras palabras, en el s. XVIII el equivalente al inglés de nuestros días era el
idioma galo.
Se imponía
por tanto un proceso mediante el cual, tarde o temprano, se tradujese al
francés el enorme legado científico, pero también de pensamiento político, que
se había acumulado en Inglaterra en el siglo previo, desde las teorías de
Newton a las ideas de John Locke. Es así como entre los libreros e impresores del entorno de París surgió la idea de
realizar una traducción de la Cyclopaedia
de Chambers al francés. Y debido a
lo anterior es como en agosto de 1745 en una concurrida calle de París uno de esos hombres, llamado André Francois Le Breton, se enzarzó en una pelea con un
escritor llamado John Mills, lo que le costaría un juicio.
El motivo de
la disputa era que el segundo se retrasaba en los plazos convenidos para entregar
a la imprenta una traducción, cómo no, de la dichosa Cyclopaedia. De hecho Mills había recibido el encargo por parte de Le Breton dos años
antes y apenas había traducido algunos capítulos desde entonces. Por todo ello
después de la pelea Le Breton decidió olvidarse de Mills y enfocar el asunto
desde otro ángulo. Al diablo con la traducción a secas, ya puestos ¡¡crearía su
propia Cyclopaedia, redactada
directamente en francés¡¡. De cara a ello en octubre de ese año contrató a un tal Jean Paul de Gua para llevar a la práctica dicha idea. No obstante durante los siguientes meses nuevamente nada cambió y todo seguía avanzando con demasiada lentitud. Así las cosas el nuevo proyecto tampoco despegaba y el hombre elegido no se esforzaba ni se implicaba lo suficiente a ojos de Le Breton. Por eso al
cabo de un tiempo de Gua fue sustituido a su vez, pasando la tarea a manos de dos en aquel entonces desconocidos pupilos suyos llamados Denis Diderot y Jean le Rond D´Alembert.
Arrancaba verdaderamente así el intento de creación de una Encyclopédie ou Dictionnaire
raisonné des sciences, des arts et des métiers
cuyo primer volumen fue publicado finalmente en 1751.
En lo siguientes años la Encyclopédie hubo de superar múltiples complicaciones producto de la resistencia que despertó en algunos sectores, pero también fue creciendo en ambición debido a su éxito y la consiguiente demanda que
suscitó entre otros grupos sociales. De hecho el número de suscriptores para
el primer volumen fue de 2.619, superando con mucho las expectativas, y luego
ese número no hizo más que crecer hasta una cifra en torno a los 4.250. Algo notable si tenemos en cuenta que el precio de la suscripción para ir recibiendo los
sucesivos tomos de la obra era el equivalente a unos 12.000 euros actuales.
Tal éxito editorial
permitió que la Encyclopédie francesa acabase incluyendo 28 volúmenes de los cuales once eran de ilustraciones.
En su interior se acumulaban un total de casi 72.000 artículos con miles de
preciosos y detallados grabados y dibujos. Todo lo cual alargó el trabajo de
redacción muchos años, hasta 1765 más o menos, terminando de imprimirse y
publicarse el último volumen en 1772.
La razón es
para el philosophe lo que la gracia para el cristiano. Otros hombres caminan en
la oscuridad; el philosophe, que tiene las mismas pasiones, actúa sin embargo
solo tras reflexionar; camina por ello a través de la noche precedido de una
antorcha.
(César Chesneau
Dumarsais)
Para entender
lo que realmente significó tal obra hay que partir de sus limitaciones. Como se
ha insinuado la Encyclopédie no
partió de una idea realmente original sino que fue heredera de varias publicaciones
británicas salidas a la luz durante las décadas previas. En ese sentido parte
de los textos, esquemas o dibujos que contenía en muchos casos fueron producto
del plagio de obras anteriores, como la antes citada Cyclopaedia de Ephraim
Chambers, el Lexicon Technicum de John Harris, o el New General English
Dictionary de Thomas Dyche.
Por otro lado la Encyclopédie debido a su extensión inevitablemente incluyó en su seno entradas de
gran valor literario e intelectual al lado de otros artículos de baja calidad, mal
documentados o muy breves y firmados con desgana. Debido a ello, y pese a su
propósito de limpiar el saber de su tiempo de errores y falsas creencias, al
final contribuyó a asentar muchas de ellas, como cuando en la entrada referida
a la “masturbación”
el autor aseguraba que produce “la ceguera, la locura y en algunos casos la
muerte”.
En decir, la Encyclopédie no fue un trabajo realmente pionero, ni tampoco fue la mayor
enciclopedia ni la de más calidad de su tiempo, ni el resultado de un esfuerzo coherente o realmente sistemático.
De hecho quizás
la mejor “Enciclopedia” en lengua francesa del período fue la impulsada por Charles Joseph Panckoucke. Sobre la base de completar el imperfecto trabajo
de la Encyclopédie ese impresor
comenzó en 1782 la elaboración y difusión de un inmenso corpus de materiales
que solo terminaron de publicar sus herederos en 1832, totalizando por entonces
su Encyclopédie
méthodique más de 200 volúmenes con artículos firmados por
gente como Lapeyrouse, Thomas Jefferson, o Jean Baptiste Lamarck en la parte de
botánica.
Y sin embargo
ninguno de esos esfuerzos pasó a la posteridad, como en cambio sí logró la Encyclopédie.
Surge por tanto la pregunta del por qué de su prestigio y su éxito, si como
digo no constituyó un trabajo especialmente notable en lo científico, lo que
nos devuelve al punto de entender realmente su significación histórica.
A tal efecto
el principal valor de la Encyclopédie fue que, por una conjunción de factores
azarosos sobre los que volveré mas adelante, disfrutó de una inusitada popularidad que ninguna otra obra parecida del
período había logrado alcanzar anteriormente ni volvió a conseguir después, al menos hasta pasado
mucho tiempo. Eso derivó a su vez en una extraordinaria difusión. Tal es así
que más de la mitad de sus suscriptores originales vivían fuera de Francia. Luego con el tiempo la bola de nieve empezó a rodar y en los años posteriores a la primera edición se acabaron realizando reimpresiones de la misma hasta llegar a un total de entre 11.000
y 15.000 “enciclopedias” vendidas por toda Europa, desde Francia a
Rusia. Además, debido a su precio, complejidad y extensión, quienes compraban y
luego leían la enciclopedia no eran campesinos o artesanos sino lo más granado
y educado de la burguesía empresarial y financiera del continente, junto con
muchos abogados o médicos y otras profesiones liberales. De esa forma gracias
como digo a su fama, a que se puso “de moda” y a que el francés era la lengua
franca del período, la Enciclopedia sirvió para diseminar por el continente una
serie de ideas, características de la mentalidad ilustrada, que ya estaban presentes por
separado en otras obras menos conocidas o menos accesibles, pero que los debates
y polémicas en torno a la Encyclopédie situaron definitivamente en el centro del debate público.
Si la imprenta contribuyó en su momento a sacar la cultura de los monasterios y
a difundir los libros a gran escala por casi toda Europa, por su parte la Encyclopédie
contribuyó a sacar el debate político y cultural sino a la
calle sí al menos al centro de las charlas informales que tenían lugar durante las fiestas y los banquetes organizados por las clases acomodadas del periodo.
Y vuelvo sobre la cuestión del por qué de su éxito. A ese respecto puede decirse que simplemente la Encyclopédie
tuvo la fortuna de aparecer en el momento y el lugar adecuados. Justo cuando en
París y en otras grandes capitales estaba surgiendo algo nuevo,
una especie de precedente de la sociedad civil tal y como hoy la conocemos,
todavía de una forma muy embrionaria. Antes de esa época apenas existía la
discusión pública de ideas políticas o teorías científicas como tal. La gente se reunía
los días de mercado, o al salir de misa, y los temas de conversación solían ser
mucho más inmediatos y vulgares. Sin embargo entre las clases ilustradas del s. XVIII
empezó a difundirse una cultura de cafés y salones galantes donde se charlaba
con cierta libertad y un alto nivel intelectual acerca de economía, arte o
política. Eso era algo insólito. Ni los campesinos, ni los nobles del Antiguo
Régimen solían hacer algo así, entre otras cosas porque unos no podían permitírselo y los
otros, que sí podían, no valoraban el acceso a una educación literaria o científica profunda.
En cambio la nueva burguesía y también parte de la nueva nobleza cortesana (menos agresiva y volcada en la guerra que sus ancestros) sí comenzaban a valorar cada vez en mayor medida la
posesión de cultura, aunque fuese como una simple forma de entretenimiento o de distinguirse socialmente y obtener status. Y con ello venía el
interés por exhibir esos conocimientos, intercambiar ideas y, en última instancia,
discutir sobre temas polémicos y conceptos innovadores.
Finalmente
hay que tener en cuenta un último punto. Por ejemplo, durante el Renacimiento
figuras como Rafael, Leonardo o Miguel Ángel precipitaron, y a la vez se vieron
beneficiadas, por la transición desde el concepto previo del creador de arte
como vulgar artesano anónimo a una nueva valoración del mismo como “artista”
(es decir alguien cuyo nombre ha de ser recordado, valorado y remunerado en su
justa medida). Pues bien, durante el s. XVIII y de la mano del proceso señalado en el párrafo anterior, eclosionó asimismo el concepto de “intelectual”, entendido este como un estudioso
que no se limita a ser un simple erudito cuyo pensamiento se difunde solo en
libros especializados o se circunscribe a los alumnos de cierta universidad,
sino que hablamos ya de divulgadores, del sabio como figura pública, como líder
de opinión dirigido a un público cada vez más amplio. Eso es lo que en aquel
momento comenzaron a representar los philosophes
más renombrados.
De tal forma
la Encyclopédie
sirvió para poner en el candelero, y conectar con el nuevo tipo de público, a un cierto número de individuos que
compartían una misma egolatría y ansia de reconocimiento, por lo cual encajaron perfectamente en el contexto que convirtió a la
Encyclopédie en un fenómeno popular. Por ejemplo Rousseau, quien se convirtió en una figura popular merced en parte a sus postulados sobre la educación, se deshizo sucesivamente de sus cinco hijos entregándolos a hospicios dado que un intelectual como él llamado a la inmortalidad “no podía perder el tiempo desvelado por lloros de bebés”. Nunca volvió a saber de ellos y no pareció importarle.
Diderot, Voltaire,
D´Alembert o Rousseau, lo admitiesen o no, deseaban más que nada en la vida ser
famosos, y la Encyclopédie les proporcionó el medio ideal para ello. Ya
de por sí la redacción de la misma causó fuertes polémicas con los censores y
con la Iglesia, especialmente con la orden jesuita. Pero a lo anterior pronto
hubo que sumar el revuelo público que levantaron diversas entradas de la Encyclopédie
redactadas por sus autores más conocidos donde con gran ironía o desvergüenza hablaban
del sexo desvinculándolo de la mera reproducción o se dedicaban a criticar a los cortesanos que rodeaban al
monarca. Esas polémicas, sumadas a los breves períodos de encarcelamientos que
sufrieron algunos enciclopedistas, o las furibundas sátiras que les
dedicaban en respuesta sus detractores, convirtieron al grupo de los philosophes
asociados al proyecto en un fenómeno social, algo parecido a una suerte de
estrellas de rock de su época.
Luego las
controversias que ellos mismos y sus ideas generaban entre el público no hacían sino favorecer aún más
la difusión de la obra en tanto que, gracias al revuelo existente en torno a ella, en un determinado momento poseer o al menos leer o discutir públicamente la Encyclopédie
se volvió casi obligatorio en determinados círculos. En definitiva, ambos
procesos se retroalimentaron y mientras la Encyclopédie se veía más
favorecida que obstaculizada por las polémicas y el revuelo que la rodearon
(incluso de una forma un tanto exagerada), consiguientemente más reputación obtenían algunas figuras relacionadas con ella, lo que a su vez repercutía en
más difusión e interés en torno a un proyecto que, pensado fríamente, no era
para tanto.
Lo cierto es que el potencial crítico de la Encyclopédie como proyecto y de la
Ilustración en general como movimiento pronto se vio limitado. En Europa
del Este la lectura de la Encyclopédie coincidió
con un cierto reforzamiento del poder nobiliario. En las colonias americanas
las clases burguesas que en parte se inspiraron en las ideas ilustradas
provenientes de Europa de cara a reivindicar mayor libertad ante la opresión
que sufrían por parte del monarca británico (tan dura que la presión fiscal
directa en algunas de las Trece Colonias, como Massachusetts, era veinte veces
menor que la soportada por un ciudadano de la metrópoli en las islas
británicas) no apreciaron contradicción alguna en "levantarse contra la tiranía" a la vez que negaban
todo derecho político a las mujeres o a los indígenas y mantenían un sistema
esclavista a lo largo de gran parte de su territorio.
Pese a su
aparente cuestionamiento y radicalismo de pose los pensadores ilustrados
distaban mucho de ser revolucionarios de verdad y, atraídos por el poder, muchos buscaron
desesperadamente la alianza con el mismo, como un medio para llevar a cabo sus
formulaciones teóricas. Se produjo así un pacto tácito entre la pluma y el
trono que derivó en el denominado como Despotismo
Ilustrado, mediante el cual se utilizó el poder reforzado de la monarquía
absoluta (pese a que diversos ilustrados criticaban sus
postulados) de cara a intentar implantar algunos principios del ideario de "las luces" mediante la manida fórmula del “todo para el pueblo... pero sin el
pueblo”. Como sabemos esta vía se encontró con una fuerte oposición de los
grupos de privilegiados del sistema, lo que en último término significó su fracaso, el estallido de revueltas y finalmente de revoluciones violentas protagonizadas por la burguesía y las clases populares deseosas de obtener mejoras en sus
condiciones de vida. Es gracias a esto último que, con el tiempo, los pensadores ilustrados fueron juzgados a los
ojos de la historia como una suerte de profetas o padres espirituales de las llamadas "revoluciones atlánticas". Pero lo cierto
es que en muchos casos lo fueron debido a un
proceso inintencionado y fortuito.
Realmente la
vía adoptada por el Despotismo Ilustrado,
y defendida por la mayor parte de pensadores asociados al fenómeno de las luces,
en general se limitó a intentar adecentar, hacer más eficientes y
mejor gestionadas las estructuras del Antiguo Régimen. Por ello la mayor parte de ilustrados no pretendían
verdaderamente acabar con el sistema, solo reformarlo.
Lo que sucedió es que, de forma paradójica, el resultado de una mejor gestión de las estructuras del Antiguo Régimen en base a los postulados ilustrados dio como resultado un progreso económico que no hizo sino agudizar muchas de las contradicciones internas propias de la sociedad estamental, lo que implicaba tarde o temprano la necesidad de cambios más profundos, por las buenas o por las malas.
Llegados ahí la absurda y suicida resistencia de las élites nobiliarias y las altas jerarquías de la Iglesia a ceder parte de sus privilegios volvió inevitable una confrontación que estos últimos grupos solo podían perder. Se impuso de tal forma la ruptura con el "sistema" a través de las sucesivas y exitosas revoluciones burguesas que entre 1776 y 1848 dieron lugar al mundo contemporáneo y la sociedad de clases tal como la conocemos, liquidando los remanentes del feudalismo y el Antiguo Régimen en la mayor parte del mundo occidental.
Lo que sucedió es que, de forma paradójica, el resultado de una mejor gestión de las estructuras del Antiguo Régimen en base a los postulados ilustrados dio como resultado un progreso económico que no hizo sino agudizar muchas de las contradicciones internas propias de la sociedad estamental, lo que implicaba tarde o temprano la necesidad de cambios más profundos, por las buenas o por las malas.
Llegados ahí la absurda y suicida resistencia de las élites nobiliarias y las altas jerarquías de la Iglesia a ceder parte de sus privilegios volvió inevitable una confrontación que estos últimos grupos solo podían perder. Se impuso de tal forma la ruptura con el "sistema" a través de las sucesivas y exitosas revoluciones burguesas que entre 1776 y 1848 dieron lugar al mundo contemporáneo y la sociedad de clases tal como la conocemos, liquidando los remanentes del feudalismo y el Antiguo Régimen en la mayor parte del mundo occidental.
En el mejor de los casos puede argumentarse por tanto que la propagación de las ideas ilustradas aceleró y favoreció la llegada de
dicha ola revolucionaria a través de
la difusión simultánea de una cierta mentalidad proclive a tal ruptura con el orden social establecido, pero en general se acabó llegando a ello sin que los ilustrados lo pretendiesen explícitamente.
Con todo la Encyclopédie al menos sirvió de vehículo para difundir a gran escala entre la burguesía urbana de
Francia y parte del Viejo Continente un cierto estado de opinión, un conjunto de
ideas por entonces innovadoras como la
crítica a instituciones antediluvianas del estilo de la Inquisición o contra la
práctica de la tortura judicial, el énfasis
puesto en la importancia de la instrucción básica del pueblo, en relación con
ello el escepticismo ante el control de la educación por parte de la Iglesia,
la negativa a considerar a las autoridades religiosas o los textos
sagrados como una fuente de autoridad en materias científicas, la importancia
de una cierta separación de poderes, o la idea de que la finalidad de un
gobierno es conseguir el bienestar del pueblo y que este depende a su vez no
tanto de las guerras dinásticas como del desarrollo económico.
Nunca serás
más que un philosophe. Un loco que se atormenta a sí mismo durante toda su vida
para que la gente pueda hablar de él cuando haya muerto.
(La mamá de
D´Alembert a su hijo)
A cambio parte de los implicados en el proyecto recibieron importantes réditos de diverso tipo. En primer lugar Le Breton y los diversos socios que se le fueron sumando con el tiempo lograron una rentabilidad de casi el 200% respecto a las sumas invertidas (que fueron el equivalente a unos 13,7 millones de euros del presente). De hecho, aun descontando los gastos totales de edición, impresión y pago de colaboradores, el beneficio neto obtenido por los editores de la Encyclopédie se acercó a 31 millones de euros actuales.
Al margen del
grupo anterior también resultaron muy favorecidos cuatro o cinco de esos
“intelectuales”, esos philosophes, asociados con el proyecto
enciclopedista y que lograron asentar su popularidad gracias a ello.
Por ejemplo Diderot cobró unas 2.600 libras
anuales durante muchísimos años como director de la obra. Eso eran casi
cuatro veces el salario de un artesano especializado de la época. Merced a ello
en total Diderot ingresó de forma directa proveniente de la Encyclopédie una cantidad que rondaría el
millón de euros al cambio actual. A lo que habría que sumar, como digo, el
reconocimiento obtenido, el cual luego le sirvió, cuando pese a todo años después padeció apuros
económicos, para vender su biblioteca personal a la zarina de Rusia por el
equivalente a cientos de miles de euros actuales. Todo cimentado en haberse convertido en una celebridad a través de su participación en un proyecto del que sin embargo acabó renegando en privado.
D´Alembert
por su parte se hizo tan famoso que entre varias ofertas de trabajo en el
extranjero recibió una, la cual además rechazó al no necesitar el dinero, para
ser el preceptor del hijo de Catalina la Grande con un sueldo de más de un
millón de euros al cambio actual.
Voltaire era millonario así que no necesitó
grandes pagos y además su implicación real en el proyecto fue bastante reducida.
Jacques Turgot tampoco logró mucho dinero, pero sí un prestigio que le sirvió para
cimentar su carrera en la administración.
Sin embargo
la verdad es que tales nombres que obtuvieron renombre y fortuna de la Encyclopédie estuvieron muy lejos de
ser los únicos o siquiera los redactores de la mayor parte de la misma. Porque
en realidad la Encyclopédie fue fruto del trabajo de más de ciento cuarenta
colaboradores entre los que destacó uno muy especial.
Louis de
Jaucourt no era un philosophe en busca de fortuna sino el descendiente de una familia aristocrática de raíces protestantes lo que, unido a su pasión por el conocimiento, le permitió hacerse con una sólida formación
universitaria pluridisciplinar. Así estudió teología en Ginebra,
ciencias naturales en Cambridge y luego se especializó en medicina en
la Universidad de Leiden.
Tras terminar
sus estudios en 1737 inició la tarea de redactar en solitario un diccionario médico
que habría de llamarse Lexicon medicum
universalis, algo que le ocupó más de una década. Finalmente cuando
lo pudo dar por terminado envió a Ámsterdam para su impresión y posterior
publicación el único ejemplar manuscrito de la futura obra, pero resulta que el barco naufragó por el camino, perdiéndose para siempre todo el trabajo.
Lejos de
hundirse a su vez Jaucourt decidió buscar otro proyecto en el que centrar su energía y
así a finales de 1751 se vinculó al grupo de editores de la Encyclopédie inicialmente en una posición totalmente secundaria. No obstante a
medida que avanzaba la década su figura fue adquiriendo más y más importancia
hasta convertirse en el hombre que desde la sombra mantuvo el proyecto en
marcha durante sus últimos años, sobre todo a medida que la mayoría de
redactores principales, como D´Alembert o Voltaire, se fueron cansando de la Encyclopédie para dedicarse a
disfrutar de la fama adquirida como estrellas de los salones parisinos, pese a
que la publicación de la obra apenas había llegado por entonces a su mitad.
De
hecho a partir de 1759 D´Alembert se fue
desvinculando de sus labores como editor y en adelante solo envió algunas
páginas sobre matemáticas o geometría para rellenar unos pocos artículos. Diderot
por su parte solo firmó 66 artículos en el conjunto de los últimos seis
volúmenes.
Esa actitud
bien podría haber dado al traste con la Encyclopédie de no haber mediado entonces el bueno
de Jaucourt a quien se le contabiliza desde entonces la autoría de unos 17.000
artículos (eso es más o menos la cuarta parte de toda la Encyclopédie en su conjunto),
a un ritmo de de unas catorce horas de trabajo al día durante la década de los
sesenta, sosteniendo sobre sí casi en solitario el peso de la redacción de
buena parte los últimos seis u ocho volúmenes de la Encyclopédie. Claro
está como los artículos requerían una investigación previa Jaucourt contrató a
cuatro ayudantes cuyos salarios pagó de su dinero el cual obtuvo de la venta de
una vivienda perteneciente a su familia.
En esos años
su trabajo consistió en resumir otras publicaciones para condensarlas a lo
largo de múltiples entradas sobre términos técnicos y cuestiones de biología o
medicina en las que era experto. Por ello se le acusó a posteriori de no ser un
verdadero hombre de letras con un pensamiento original sino un mero recopilador
de saberes creados por otros. Aunque esa valoración choca con dos hechos. En
primer lugar que si bien la mayoría del material que produjo es menos
“político” que las creativas y polémicas entradas escritas por los
enciclopedistas más famosos, no es menos cierto que también resultó mucho más
sólido, sistemático y documentado. En cierta forma Jaucourt fue el más
enciclopedista de los enciclopedistas, la mayoría de los cuales veían la Encyclopédie casi como una especie de
periódico mediante el cual difundir sus puntos de vista más escandalosos para
llamar la atención, desentendiéndose después de redactar a conciencia y con
profundidad las entradas sobre temas “aburridos” que no les interesaban
especialmente, pero resultaba igualmente necesario rellenar.
Por otro lado
está la evidencia de que entre la inmensa producción de Jaucourt para la Encyclopédie también
se incluyen entradas bastante ambiciosas en las que pudo dar rienda suelta a
sus avanzados puntos de vista. Por ejemplo algunas referidas a la guerra, la libertad de pensamiento y la prensa, la estructura del Sistema Solar y sobre todo la esclavitud y la trata de negros, cuestiones estas dos
últimas sobre las que manifestó una postura contraria y a favor de lo que hoy
llamaríamos derechos humanos muy moderna por entonces. De hecho demandaba de
forma argumentada y pública la abolición de la esclavitud en una fecha
tan temprana como 1755.
No está claro
por tanto el relativo vacío que sufrió por parte de sus colegas enciclopedistas
y editores. Por ejemplo, la casa de su propiedad que vendió para pagar a sus
ayudantes fue luego comprada por uno de los libreros que se enriqueció vendiendo
precisamente la Encyclopédie y pese a ello Jaucourt, que trabajó gratis durante veinte años, ni siquiera
recibió un ejemplar gratuito de la misma al terminarla.
Ese desprecio
que recibió de sus compañeros, quienes le consideraban en privado un pedante y se
reían de él, quizás se debía a su carácter introvertido, a sus puntos de vista
religiosos favorables al protestantismo, la vinculación de su familia con los
odiados hugonotes, o incluso a rumores sobre su presunta homosexualidad. Fuese
por lo que fuese la historiografía francesa del s. XIX, heredera de dichos
puntos de vista, dejó que su nombre cayese en el olvido prácticamente
borrándolo de todo lo que tuviese que ver con la Ilustración o la Encyclopédie.
Y
sin embargo, frente a los 17.000 artículos de la misma redactados por Jaucourt
como se ha dicho, D´Alembert apenas firmó unos 1.600 circunscritos
fundamentalmente a los siete primeros volúmenes. Voltaire firmó menos aún y
Diderot que fue el que más se implicó entre los nombres que pasaron a la
posteridad por el proyecto apenas llegó a elaborar unos 2.600.
Todos los días, cambiamos el mundo a nuestra manera, pero cambiar el
mundo de una forma que realmente signifique algo… para eso se necesita más
tiempo del que habitualmente tiene la gente. Eso no ocurre de una vez. Es
lento. Es metódico. Es agotador. No todos tenemos el estómago para ello.
(Mr. Robot, 1x05 “Expl0its”)
En última instancia, la Encyclopédie jamás
habría podido ser llevada a cabo tampoco sin la colaboración de multitud de
gente anónima que se implicó de corazón y alma con ese proyecto en concreto sin obtener
gran cosa a cambio. No solo Jaucourt sino personajes como Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes un joven director
de la oficina general de censura durante aquellos años y que logró que contra
toda lógica fuese autorizada la publicación del primer volumen de la Encyclopédie,
llegando más adelante a esconder en su despacho ejemplares recién impresos de
la misma para que miembros de su propia oficina no pudiesen encontrarlos y
censurarlos. Y sin embargo, lo que es la vida, décadas más tarde, después de
que la Revolución estallase en nombre del espíritu de las luces, Guillaume fue
guillotinado junto a su hija y la mayor parte de su familia por haber defendido
públicamente al rey.
Para mí ese
tipo de gente son los verdaderos cacouacs.
Una palabra pronunciada con desprecio en su momento, pensada para denigrar a los enciclopedistas más famosos, pero que podría servir en cambio para
definir con total orgullo a muchos de los eruditos huérfanos de fama y fortuna
a lo largo de la historia, los cuales integran las filas del abundante lumpemproletariado intelectual que habita en la
trastienda de muchas de las grandes realizaciones culturales de la Humanidad,
sin que casi nadie recuerde sus nombres pasado el tiempo.
A mi modo de
ver por un lado están los philosophes,
todos esos intelectuales y académicos que en mayor o menor medida acaban convirtiéndose
en figuras populares y exitosas en cada época y sociedad, mientras que por otro
lado tenemos a los cacouacs. Los
malditos. Los auténticamente despreciados. Esos de los que nadie sabe ni quiere
realmente saber. Gente como William Chester Minor un médico estadounidense del s. XIX educado en Yale,
más tarde alistado como cirujano militar y que empezó a mostrar síntomas de
trastorno mental tras el final de la Guerra de Secesión. Debido a una serie de
peripecias, incluido un asesinato, acabó encerrado en una cochambrosa
institución psiquiátrica en la Inglaterra victoriana desde cuyas celdas, para
matar el tiempo, se ofreció como voluntario para trabajar gratis, por correo,
en la redacción del Oxford English
Dictionary, una obra monumental base del idioma inglés posterior de la que
acabó siendo uno de los principales impulsores. Aunque eso casi nadie lo supo
en su momento dado que hubiera resultado muy comprometido admitirlo. Terminada
su contribución en dicha obra su enfermedad fue a más y a los sesenta y ocho
años, después de décadas de encierro, empezó a sufrir alucinaciones durante las
cuales creía ser teletransportado a Estambul con la misión de sodomizar niños,
debido a lo cual se arrancó su propio pene en el interior de su celda.
Resulta que estos
días se cumple una doble efeméride: han pasado dos años desde que empecé este
blog, pero también quince años desde que arrancó el proyecto de redacción de la Wikipedia, la
Encyclopédie de nuestro tiempo, con cerca
de 40 millones de artículos publicados de la mano de unos 120.000 editores
activos en el presente. Muchos de ellos quizás incluso personas normales. A las
que hay que sumar toda esa gigantesca masa de obsesos con
insomnio o graves problemas de autoestima que también contribuye al mayor proceso
de difusión cultural anónima y gratuita de la historia a través de los millones
de páginas y blogs que pueblan Internet y de los que prácticamente nadie saca
provecho, salvo las excepciones compuestas por aquellos que menos lo
merecen. Esa gente son los cacouacs
de nuestro tiempo, los escribanos anónimos a la sombra de las grandes mentes y
los intelectuales famosos. Un ejército de tarados enmascarados, abocados al
abismo del anonimato mientras acumulan e intentan organizar bytes de
información como si fueran hormigas recogiendo hojas en un inmenso y caótico
bosque, las más de las veces solo para que algún oso o un excursionista despistado se mee
luego sobre el hormiguero dando al traste con todo el laborioso trabajo. Gente como
yo en definitiva.
Nadie se
acordará de nosotros cuando hayamos muerto y sin embargo somos tan necesarios para completar el ciclo de difusión de la cultura en
nuestra época como a su manera lo son dentro del ciclo de la vida los gusanos
que descomponen los cadáveres, o el plancton de los océanos. Por eso
cuando un día de estos me corte el pene con un cuchillo y acto seguido me lance
por la ventana de mi cocina, sabed que lo haré gritando: ¡¡Je suis un cacouac¡¡. Un auténtico
cacouac.
Gran entrada, como siempre. Y felicidades por el segundo aniversario del blog.
ResponderEliminar¡Vivan los cacouacs!
Toda una declaración de principios, sí señor. Felicidades, John.
ResponderEliminarQue conserves tu pene por mucho tiempo. Supongo que eso significa que aun estás lo suficiente loco para seguir escribiendo en este blog. Up
ResponderEliminarSí señor, un verdadero caouac!!
ResponderEliminarJoder, chaval, estos 5 últimos párrafos pasan directamente a mi antología universal de la literatura electrónica inútil. Humildemente pido permiso para citarlos y divulgarlos tanto como me sea posible.
ResponderEliminarEres un crack
Genial la comparación con los gusanos devoradores de cadáveres...
ResponderEliminarMis felicitaciones por el aniversario (y por el trabajo bien hecho). Saludos.
Divulgativo artículo, con el mérito de fijarse además en los olvidados, y buen paralelismo con los anónimos creadores actuales.
ResponderEliminarFelicitación.
Por cierto, que Mel Gibson y Sean Penn han hecho una película en torno a la historia de William Chester Minor. En español el título es "Entre la razón y la locura".
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