- Entonces, ¿las mujeres
llevan corsés para que no puedan hacer esfuerzos?
- En parte.
- ¿Cuál sería el peligro si
lo hicieran?
- Dominarían el mundo. La
única manera en que los hombres pueden prevenirlo es manteniendo a las mujeres
encorsetadas en la teoría... y en la práctica.
Penny Dreadful, cuarto
capítulo de la segunda temporada, “Evil spirits in heavenly places”.
Voy a ilustrar el contexto histórico en el cual me moveré hoy a través de dos breves anécdotas.
Primera. En 1758
un medico de Lausana llamado Tissot publicó un libro llamado algo así como Onanismo, tratado de los desórdenes
producidos por la masturbación. Dicha publicación estaba llamada a tener gran
impacto ya que estableció como realidad médica en Europa occidental la idea de
que la masturbación de los jóvenes podía ser causa de diversos desórdenes, entre ellos la tuberculosis,
la catalepsia, el retraso mental y la locura. A partir de ese momento, entre otras cosas, se empezó a discutir dentro de la medicina occidental la práctica de la clitoridectomía, es decir la ablación
quirúrgica del clítoris. La primera intervención de ese tipo conocida se
realizó en Berlín en 1822 en una adolescente a la que se diagnosticó retraso
mental causado por un supuesto exceso de masturbación.
A lo largo de las siguientes décadas ese tipo de intervenciones se repitieron. Por ejemplo, Isaac Baker Brown, quien fue presidente de la
prestigiosa Obstetrical Society de Londres,
publicó en 1866 la historia de 48 casos en los que había llevado a cabo tal
procedimiento en su libro On the Curability of Certain Forms of Insanity, Epilepsy,
Catalepsy, and Hysteria in Females, en el que daba la cifra de un 70% de “éxito” gracias
a los tratamientos referidos.
Poco después Baker fue expulsado de su cargo directivo,
pero no tanto porque se rechazasen sus postulados de partida sino por diversas
quejas referidas a que había aplicado sus “tratamientos” extirpando el clítoris
sin haber pedido los adecuados permisos a sus pacientes y a sus padres y sobre
todo porque en los años y décadas siguientes se expandió entre la medicina europea
una aproximación diferente a estas cuestiones. Tal es así que muchos
psiquiatras (por entonces una disciplina de “vanguardia”) empezaron a abogar
por el “masajeo” vaginal de sus pacientes femeninas como una medida terapéutica saludable
y menos agresiva que las extirpaciones, en la medida en que dicho "masaje" podía
servir para eliminar "problemas nerviosos".
En cualquier caso todos estos delirantes enfoques, que
en algunos casos sobrevivieron hasta
comienzos del s. XX, partían de un punto de acuerdo: era absurdo pensar que las
mujeres pudiesen aspirar a sentir placer sexual, mucho menos por sí mismas al
margen de los hombres. La función de sus órganos reproductivos era muy otra y
cuando se alejaban de ella era cuando podían surgir esos problemas de salud,
esos extraños desajustes, que debían ser tratados clínicamente. Lo que no
quedaba claro era cómo exactamente.
Segunda. En el Londres de tiempos victorianos trabajaban más
de 100.000 prostitutas las cuales solían empezar su profesión a la edad de unos
10 años. Eso era así porque la edad de consentimiento legal era de 13 y siempre se podía argumentar que la niña de diez u once años en cuestión parecía tener ¡por lo menos 14 años¡. Hay algunos datos estadísticos al
respecto de lo que suponía todo eso, como el registro de un hospital de la
época que en un solo año atendió 2.700 casos de enfermedades venéreas graves en
muchachas de entre 11 y 16 años residentes en la ciudad. De hecho, debido a lo anterior así como a la
dificultad médica que por entonces existía para tratar ese tipo de afecciones (muchas de las cuales, por ejemplo la sífilis, acababan desembocando en graves incapacidades o incluso la muerte), la vida “profesional” de esas muchachas se cifraba en unos cuatro años. Obviamente
el tema de los embarazos no deseados derivados de esa sexualidad no oficial se
solucionaba mediante el aborto y cuando no se podía solía arreglarse tirando al
Támesis al recién nacido. Eso en Londres, una capital populosa, con un
embrionario sistema de policía y de justicia moderno para aquellos tiempos, en
el centro del Imperio más poderoso, avanzado, civilizado y moralmente
conservador de la época. En cambio en una hacienda sudamericana, en la España latifundista,
en alguna aldea perdida de los Balcanes u Oriente, o en la Rusia rural… las
posibilidades para un hombre de buena posición y dinero eran infinitas en
cuanto a la cuestión de qué hacer con las hembras de su entorno.
Hace poco se ha estrenado Suffragette (en España, como casi siempre, se ha escogido una mala traducción: Sufragistas). Es la típica película pensada para los Oscar: actores de reconocido prestigio, muchos
de ellos británicos, impecable ambientación de época, crónica de un movimiento
social que logró conquistas necesarias… lo tiene todo para llevarse algún premio.
Pero es que da la casualidad de que también se ha estrenado a comienzos de año una versión de Testamento
de juventud, el emblemático libro de memorias de Vera Brittain.
Y además se ha publicado hace poco en español Sally
Heathcote: Sufragista, un cómic, en
concreto una “novela gráfica” de 171 páginas, guionizada por Mary M.
Talbot (una experta en estudios de género) la cual toma como eje central la biografía ficticia de una empleada doméstica durante la etapa de auge del sufragismo británico para, tomando eso como excusa, llevar a cabo una crónica de las mismas cuestiones que las películas citadas.
Tenemos por tanto en marcha diversos proyectos que durante los próximos meses de
alguna forma van a poner en el candelero los años finales del s. XIX y primeros del s. XX, particularmente el período inmediatamente anterior a la Gran Guerra, y muy en especial
el desarrollo del movimiento feminista que se produjo durante aquella época
concreta.
En sintonía con todo ello he decidido dedicar un monográfico al tema, algo parecido a la entrada que ya dediqué en
su día a la génesis del movimiento gay en los EE.UU. durante los años 70. En este caso van a ser dos entradas. Hoy voy a comentaros algunas cuestiones, muy generales, sobre la gestación del pensamiento feminista contemporáneo y el caldo de cultivo del que surgió el sufragismo británico en particular. Luego dentro de algún tiempo intentaré hablaros un poco más en extenso de este último, poniendo el acento en sus aspectos más ambiguos y menos conocidos.
Una breve
historia del feminismo
Empecemos por dejar claro algo importante. El sexo es solo una realidad biológica sobre
la cual a posteriori cada cultura establece una serie de patrones sociales
definidos como adecuados para cada sexo. En ese sentido que las mujeres sean
las que pueden dar a luz nuevas vidas es consecuencia de su sexo, pero que se
vistan de una determinada forma, se muevan en una determinada escala salarial y
posean determinados derechos políticos (o lo contrario) suele estar relacionado con cuestiones
de género, es decir pautas socioculturales y no puramente biológicas.
No obstante es evidente que la disposición media de base
para soportar el esfuerzo físico y por tanto para satisfacer las obligaciones relativas a determinadas labores no resulta igual en hombres y en mujeres, de ahí que
en tiempos prehistóricos se instaurase una división biológica de las tareas que
acabó con los hombres muy probablemente monopolizando las labores de caza mientras las mujeres estuvieron más vinculadas a tareas de
recolección, preparación de los alimentos y cuidado de la prole.
Esa posición subalterna de la mujer se vio confirmada tras las revoluciones neolítica y urbana que plasmaron en términos jurídicos, políticos y simbólicos la realidad anterior. Más adelante -ciñéndome ya a
nuestro área cultural- tanto griegos, como romanos, como hebreos, también estuvieron de
acuerdo en diseñar sociedades y cosmovisiones donde la mujer ocupaba un papel
claramente subordinado, algo que se transmitió al mundo feudal heredero de todo
lo anterior y de ahí a las sociedades de la Edad Moderna. Aunque puede decirse que en general ese sometimiento de la mujer estuvo presente en el resto de
civilizaciones del planeta en épocas pasadas con la excepción quizás de
algunas tribus atrasadas, pequeños islotes en el océano del patriarcado "civilizado". Por supuesto algo así no resultaba justo y al igual
que ocurrió con otra serie de abusos (como la esclavitud) todo ello iba a ponerse en revisión durante el tránsito hacia el mundo contemporáneo.
Tal es así que a a lo largo del s.
XVIII las nuevas ideas igualitarias que tuvieron su culminación en la
Revolución francesa despertaron grandes esperanzas entre algunas mujeres. Como
hito emblemático destaca la Declaración
de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana un texto redactado en
1791 por Olympe de Gouges. Ese fue el primer documento histórico que propuso la emancipación femenina en
el sentido de la igualdad de derechos, es
decir, la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación a los varones. También por entonces Mary Wollstonecraft iniciaba con
su obra Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) la larga tradición del
feminismo anglosajón. Aunque en su caso Wollstonecraft, a diferencia de Olympe,
no daba importancia a las reivindicaciones políticas, para ella la clave de
cara a superar la subordinación femenina recaía fundamentalmente en el acceso
de las mujeres a la educación.
Sin embargo, poco después, el tránsito masivo de las sociedades europeas hacia el mundo
industrial produjo inicialmente, y en contra de lo esperado, algunos retrocesos. Por ejemplo, para
distinguirse de las mujeres trabajadoras de baja condición, en adelante las
mujeres de familias acomodadas debían aparecer pálidas e inutilizadas para
cualquier actividad física (algo que ya se daba desde hacía tiempo en otras
sociedades). Si en China se vendaba los pies a ciertas mujeres la solución
europea fue más humana, el corsé, una especie de coraza que conseguía dotar a
la mujer de una cintura estrechísima, hacía casi imposible la violación en
tanto que era parte de un conjunto de vestimentas con casi cincuenta metros de tela en algunos casos y
además por todo ello no se podía vestir sin ayuda de una criada, lo que convertía el conjunto en un signo de status y riqueza.
En cuanto a las
mujeres de clase baja la “revolución agrícola” previa a la industrial las
expulsó poco a poco del campo y a continuación las nacientes fábricas destruyeron el sistema de trabajo a domicilio (el viejo putting out system en el seno del cual la mujer, marginada en su momento por los gremios artesanales, había logrado obtener una cierta capacidad de ingresos). Por último la creciente especialización en las ocupaciones industriales favoreció que el trabajo femenino fuese
degradado a una categoría inferior, lo que justificó unos salarios muy reducidos
para las mujeres que lograban hacerse un hueco en el por entonces masculino y cerrado mundo fabril. En consecuencia poco a poco el servicio doméstico o la prostitución se postularon como las principales salidas laborales de las mujeres (por supuesto de clase
baja) que se empeñaban en trabajar durante el s. XIX.
En definitiva, la Revolución industrial que se expandió en paralelo a las democracias liberales y a una teórica ampliación de derechos de los ciudadanos (siempre que fuesen varones y con un cierto nivel de ingresos), en un primer momento intensificó en cambio el proceso de subordinación y marginación de la mujer a los roles de esposa y madre al disminuir su papel en la economía productiva respecto a lo que era usual en las sociedades agrícolas feudales o protoindustriales. Debido un poco a todo
ello durante los inicios del s. XIX siguió sin articularse un movimiento decidido en
favor de los derechos de la mujer, pero al menos empezaron a sucederse las
reivindicaciones aisladas.
Así, desde
el mundo burgués, algunos pensadores liberales realizaron las primeras contribuciones
interesantes. Es el caso del conocido John Stuart Mill quien en colaboración
con su esposa, Harriet Taylor Mill, publicó en 1869 El sometimiento de la
mujer, otro texto emblemático en el que se situaba ya en el centro del debate
feminista la consecución del derecho de voto. De tal forma se planteaba en el mundo
anglosajón la idea de que la solución para la postración social
femenina pasaba por la eliminación de toda traba legislativa discriminatoria empezando por la igualación en los derechos políticos.
Desde entonces el mundo anglófono tomaba claramente la posición de cabeza en
la evolución del pensamiento protofeminista, con la excepción quizás de algunas figuras singulares de la escena cultural francesa, como había sido el caso de Flora Tristán.
Concretamente en los EE.UU. el movimiento a
favor de los derechos de la mujer se relacionó de forma íntima con el
movimiento abolicionista porque este último contó con una participación femenina
importante. En consecuencia a lo largo de esa lucha en principio ajena a ellas mismas muchas
norteamericanas aprendieron a organizarse, a hablar en público y a escribir
manifiestos. No obstante la división entre la causa feminista y la de la gente
de color se plasmó definitivamente tras la Guerra de Secesión cuando
paradójicamente consiguieron el derecho al voto los hombres negros pero no las
mujeres blancas que habían luchado por ello.
Por tanto debido a esas y otras
cuestiones el primer movimiento feminista organizado -como dije, de raigambre anglosajona- se caracterizó en adelante por articularse en torno a una cuestión central: la petición de
acceso femenino al derecho de voto dentro de las nacientes democracias liberales
burguesas. Quedando en segundo término otras cuestiones que en ese momento no
se consideraban centrales o siquiera necesarias como por ejemplo el acceso de
la mujer al ámbito laboral. De hecho esto último se relaciona con un aspecto interesante: el primer movimiento feminista estaba compuesto fundamentalmente por mujeres de clase media y alta, ricas y educadas, en muchos casos artistas o nobles con inquietudes literarias o científicas, que por ello poseían autoestima, consecuentemente ansias de mejorar su situación, y en última instancia tiempo para ello. Las mujeres en peor situación paradójicamente no tenían esperanzas, ni fuerzas, ni tiempo, ni ganas de reivindicar nada. Bastante tenían con sobrevivir a su día a día, como hacen hoy los trabajadores más explotados mientras son colectivos con salarios elevados y comparativamente buenas condiciones laborales los que resultan más reivindicativos... porque pueden permitírselo. El orgullo es un lujo en ciertas condiciones límite.
Pues bien, un poco después de esos momentos, ya justo en los años
finales del s. XIX y principios del XX, las ideas desarrolladas en EE.UU. e
Inglaterra empezaron a llegar desde ese último país a Francia donde fueron
recogidas por corrientes ideológicas como el republicanismo radical, el
socialismo, o la masonería y, en general de la mano de las ideologías de
izquierda y no del liberalismo se difundieron por la Europa continental entre
capas sociales más humildes que en el mundo anglosajón. Así a lo
largo del continente diversos ideólogos anarquistas y comunistas (y entre ese
grupo también, por supuesto, mujeres como Rosa Luxemburgo o Clara Zetkin)
introdujeron en sus reflexiones aspectos referidos a la cuestión femenina. Pero
en general, los/as pensadores/as de estas líneas ideológicas entendían el
problema de la mujer fundamentalmente como una consecuencia del modelo de
sociedad vigente y por ello argumentaban que la clave para la solución a la
mayor parte de problemas sociales, incluido el de la propia postración de las mujeres,
estaba en conseguir implantar la utopía
anarquista/comunista.
Debido a ello a comienzos del s. XX el país verdaderamente puntero en todo lo relativo a la cuestión feminista y sus derivaciones políticas era Inglaterra, lugar donde la lucha por el derecho al voto de las mujeres
adquirió tintes violentos y radicales en torno a determinadas corrientes del llamado movimiento
sufragista.
Por citar un momento emblemático, en 1903 Emmeline Pankhurst fundó junto a sus
hijas Christabel y Sylvia la Women’s Social and
Political Union. Desde ese momento los enfrentamientos entre sufragistas y los
poderos públicos se endurecieron lo que llevó a los grupos sufragistas a buscar
formas viables de presión sobre el Estado. Tal es así que incluso Gandhi más adelante aprovechó en su lucha algunas de las tácticas de desobediencia
civil implementadas por esos grupos de mujeres.
Ya digo que en una próxima entrada volveré sobre esa etapa clave. Por de pronto terminaré con esta rápida panorámica que
estoy dibujando.
Después de la explosión que supuso el
sufragismo británico de principios de siglo se produjo un parón debido a la
Gran Guerra y sus secuelas. Durante las décadas siguientes, y a rebufo de la presión sufragista durante el período previo al conflicto, las mujeres de muchos países accedieron por fin al voto. Pero en
general, al margen de dicho avance legislativo notable, el período de
entreguerras representó una
etapa de cierto estancamiento en Europa debido el auge de las ideologías de derechas y
los autoritarismos por todo el continente, en particular el modelo fascista
fuertemente conservador y patriarcal en cuanto a su moral sexual y su modelo de
familia.
Así pues hay que esperar al final de la IIª
Guerra Mundial para asistir al definitivo despegue del feminismo como
movimiento, a la vez que su transformación. En esos momentos el impulso se trasladó desde
Inglaterra nuevamente hacia el otro lado del Atlántico, a los EE.UU., donde
eclosionó durante los años 60 al rebufo de lo que había significado como
despertar social la lucha del movimiento por los derechos civiles a favor de la
población afroamericana. Más adelante la toma de conciencia de muchas mujeres
maduró en el seno de grupos de resistencia contra la guerra de Vietnam o dentro
del movimiento hippie, pero no tanto por lo que estos movimientos aportaron
sobre el papel de la mujer en la sociedad sino porque muchas mujeres en su seno no tardaron en
darse cuenta de que no eran consideradas, ni siquiera dentro de estos grupos
progresistas, en pie de igualdad con sus compañeros.
Al final, el rasgo determinante del feminismo en la segunda mitad del s. XX fue que sus objetivos dejaron de ser reivindicaciones estrictamente políticas y centradas en lograr uno o dos derechos concretos, para empezar a perseguir objetivos mucho más amplio: la paridad real con la otra mitad
de la población del planeta, variando la interpretación de las medidas a
adoptar de cara a ello según organizaciones y países. En general en esa época se difundieron un
conjunto de exigencias y avances que van desde una liberación “biológica”, centrada en el acceso a los anticonceptivos y el derecho al aborto, hasta la
regularización del divorcio o las leyes de herencia. Todo ello en paralelo a dos grandes procesos de cambio social: en
primer lugar la masiva irrupción en el mundo educativo y laboral de la mujer y en segundo
lugar la aparición de nuevos modelos en las relaciones de pareja y las
estructuras familiares, con todo lo que eso conlleva en cuanto a transformaciones
jurídicas y legislativas.
Es decir si a finales del s. XIX y durante la primera mitad del s. XX las
feministas más notorias buscaron sobre todo la igualación jurídica de las
mujeres con los hombres en cuanto a sus derechos políticos más básicos, la segunda mitad del siglo inauguró un cambio de rumbo y de miras para los movimientos
feministas los cuales pasaron a centrarse en la búsqueda de la liberación
sexual y el acceso sin trabas a la educación y al trabajo. Tras eso, y hasta hoy, se ha ido evolucionando en el debate hacia cuestiones como la reforma del modelo tradicional de familia (que
confería a la mujer el papel pasivo de reproductora y socializadora de la
prole, siempre restringida al ámbito privado del hogar aún cuando se le
concediese a la mujer igualdad jurídica y de derechos políticos con los
hombres). Además en época reciente el activismo feminista ha dejado de estar monopolizado por mujeres
excepcionales, o bien por mujeres de hogares
relativamente acomodados, para extenderse de forma masiva por todas las escalas
sociales e incluir también a muchos hombres. Pero no es menos cierto que todo esto solo afecta de forma apreciable
a lo ocurrido en los países desarrollados. Atraso económico y educativo, tiranía política, fanatismo religioso y postración de la mujer van de la mano a escala mundial aun hoy
en día.
Por el contrario, en el seno de los países más avanzados (sobre todo los anglosajones y escandinavos) una vez logradas casi todas sus reivindicaciones clásicas, las mujeres centran hoy sus miras en cuestiones como pueden ser la insuficiente representación femenina en puestos de decisión política o en la jerarquía empresarial, el acoso sexual y la desigualdad salarial en el trabajo, o la violencia de género en los hogares.
Por el contrario, en el seno de los países más avanzados (sobre todo los anglosajones y escandinavos) una vez logradas casi todas sus reivindicaciones clásicas, las mujeres centran hoy sus miras en cuestiones como pueden ser la insuficiente representación femenina en puestos de decisión política o en la jerarquía empresarial, el acoso sexual y la desigualdad salarial en el trabajo, o la violencia de género en los hogares.
Aclarado todo esto como decorado de fondo
volvamos a Inglaterra durante la época victoriana y
analicemos un poco más en detalle el contexto en que eclosionó el movimiento sufragista británico.
La génesis
En los grandes procesos de cambio social no
suele ser fácil identificar una fecha concreta para decir que tal o cual año
exactamente empezó todo. En nuestro caso quizás debemos remontarnos a diversas
medidas legales promulgadas durante los años 60 del siglo XIX con la intención
de refrenar la por entonces imparable expansión de las enfermedades venéreas
entre la “buena sociedad” británica del período y muy especialmente entre las
tropas del ejército y la armada. Ese conglomerado de leyes fue conocido como
las Contagious Diseases Acts y en un
determinado momento incluyó un cambio legal que permitía a los magistrados
ordenar inspecciones genitales a discreción entre las prostitutas callejeras,
así como el posterior internamiento obligatorio de estas en caso de que se les
encontrasen señales de infección durante dichos exámenes, o el encarcelamiento
si se negaban. Esta medida buscaba, como se ha dicho, contener la expansión de ese tipo de
enfermedades atacando uno de sus focos, el más vulnerable, la propias
prostitutas, pero debido a su discrecionalidad conllevó notables abusos en
tanto que en la práctica acabó derivando en que un oficial de policía de
patrulla podía acusar a una mujer cualquiera de prostitución e inmediatamente obligarla a
que se sometiese a un examen de sus partes íntimas que además era llevado a
cabo por médicos varones (ya que por entonces no existía prácticamente personal
médico femenino), lo que podía resultar bastante violento.
Tal es así que, poco a poco, diversos sectores
de cristianos conservadores y de liberales preocupados por las libertades
civiles comenzaron a movilizarse en contra de ese tipo de medidas. Con el
tiempo tales grupos acabaron convergiendo en torno a dos organizaciones
concretas. Por un lado la National Association for the Repeal of the Contagious
Diseases Acts, integrada sobre todo
por médicos varones y que no nos interesa en este caso. Y por otro lado la Ladies National Association for the Repeal
of the Contagious Diseases Acts, organización que en cambio sí que nos
interesa ya que estaba integrada y encabezada fundamentalmente por mujeres, en particular
por Josephine Butler.
Josephine era una dama de la
buena sociedad que había perdido a su única hija, de cinco años, después de que
la pequeña se cayese por las escaleras de la mansión. Tras esa tragedia Josephine
se hundió en una depresión de la que empezó a salir consagrándose a las causas benéficas; una actividad por entonces relativamente común entre señoras de cierta posición en busca de alguna actividad que proporcionase un sentido a sus vidas. Es así como una cristiana evangélica ultraconservadora, de clase alta y convencida de que el sexo extramarital resultaba ilícito, en su
búsqueda desesperada de algo a lo que dedicar su tiempo acabó implicándose en la
promoción de la educación femenina entre las clases bajas y, más adelante, empezó a interesarse también por la
situación de las prostitutas, con las cuales a primera vista no tenía casi nada
en común.
A ese respecto Josephine se
mostró extraordinariamente activa y sobre todo hizo gala de un gran talento
organizativo. Por una parte se implicó en la creación de la International
Abolitionist Federation,
entidad dedicada a presionar al gobierno para que ilegalizase la prostitución
entendiendo que eso disminuiría el tráfico de mujeres y en última instancia el
volumen de prostitutas. Pero dado que la consecución de esa meta quedaba lejana
Josephine también participó, en 1869, en la creación de esa Ladies National Association for the Repeal
of the Contagious Diseases Act, antes mencionada, organización que fue concebida para
canalizar los esfuerzos a favor de derogar las leyes que obligaban a someterse a los exámenes vaginales.
Lo que llama la atención de esa iniciativa es
que, en un primer momento, para las integrantes de la asociación el centro del
problema era que los famosos exámenes vulneraban los derechos legales básicos
del individuo, en este caso las prostitutas, además de que eran demasiado discrecionales con lo que mujeres “decentes” podían verse afectadas si un día se encontraban frente a la policía solas lejos de su domicilio. Pero, y
esto es lo interesante, partiendo de dicha base base, con el tiempo, Josephine
Butler y otras integrantes del movimiento fueron elaborando una teorización de
los términos del problema bastante más compleja y que derivó en una suerte de protofeminismo.
Butler, cuyos antepasados habían militado en
el movimiento para la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña, entendía, por
una parte, que la falta de educación básica o de salidas laborales alternativas
condenaban a muchas mujeres de clase baja a una falta de autonomía sexual, y en
última instancia profesional, lo que las dejaba sin alternativas a la prostitución, vista como una suerte de nueva
esclavitud (exclusivamente femenina en este caso).
Por otra parte para Butler empezó a resultar claro que
los hombres eran una parte muy importante del problema en lo tocante a la
expansión de las enfermedades venéreas, ya que eran ellos los que se
contagiaban acudiendo a burdeles y luego contribuían a inocular a otras
prostitutas y a sus desgraciadas esposas dichas enfermedades. Pero claro, ellos
no tenían que someterse a exámenes médicos de ningún tipo. Era injusto, como
era injusto que fuesen hombres los que promulgaban dichas leyes y los que luego
además llevaban a cabo los exámenes genitales correspondientes, algo humillante
para las mujeres que los sufrían. De hecho era peor que injusto, era hipócrita.
Las mujeres, tanto prostitutas como esposas, sufrían de una u otra forma las
consecuencias de actos perpetrados única y exclusivamente por hombres,
auténticos causantes y principales transmisores del problema de las
enfermedades venéreas en la época.
Con el tiempo Butler y las
seguidoras empezaron a cuestionar algunas ideas por entonces en vigor, como que
los varones eran infieles a sus esposas y acudían regularmente y en gran
porcentaje a burdeles debido a unas supuestas necesidades biológicas
irresistibles a las que no podían de ninguna manera sustraerse. Butler afirmaba
que las esas necesidades
sexuales de los varones estaban determinadas socialmente y no biológicamente,
siendo ellos los responsables de la existencia de la prostitución como lacra,
al crear la demanda sin la cual no existiría ninguna oferta, y en última
instancia eran ellos los principales vehículos de transmisión de las enfermedades venéreas.
Asimismo las mujeres del movimiento también
empezaron a cuestionar la separación entre mujeres “respetables” y el resto del
colectivo femenino, empezando a generar discursos que de alguna forma ponían el acento en la fricción entre hombres y mujeres,
consideradas estas últimas como un grupo con intereses de conjunto comunes y diferentes de los de los hombres.
Ese tipo de enfoque caló y fue adoptado con matices por
algunos grupos de mujeres instruidas e incluso refrendado por diversos intelectuales y pensadores del momento, como el filósofo John Stuart
Mill quien se adhirió al debate sobre la cuestión de las Contagious Diseases Acts, llegando a proponer que se extendiesen
las inspecciones genitales a hombres que hubiesen sido vistos visitando
regularmente burdeles, o que se facilitase el derecho al divorcio a sus
esposas.
En última instancia ese movimiento de
oposición y debate en torno a las Diseases
Acts se extendió durante casi veinte años alumbrando como hemos visto el
surgimiento de colectivos femeninos organizados (aunque circunscritos a damas
de un alto nivel social y educativo) así como de un cierto pensamiento
feminista muy embrionario. Fue un comienzo modesto pero fue un comienzo porque
funcionó como cantera donde se formaron y comenzaron a interesarse por la
política futuras sufragistas. Al final el movimiento capitalizado por Josephine
Butler no solo logró la abolición de las famosas leyes, sino que obtuvo otros
pequeños triunfos por ejemplo en la lucha contra los abusos sexuales a niñas, algo desgraciadamente bastante común en aquellos tiempos, aunque en última instancia no se consiguieron
mayores progresos en cuanto a la erradicación de la prostitución y por otra
parte al albur del movimiento se produjo un repunte del conservadurismo moral
en la sociedad británica, lo cual desembocó en la recriminalización de otra
“lacra”: la homosexualidad. Pero esa es otra historia.
Nos interesa ahora saltar a otro movimiento
que se dio casi en paralelo a todo lo anterior y que ya nos acerca casi de
forma definitiva al punto de partida que estamos buscando.
En 1867 el antes citado John Stuart Mill presentó
al Parlamento inglés una demanda a favor del voto femenino. Por supuesto dicha
petición fue rechazada pero unos meses después una viuda propietaria de una
tienda llamada Lily Maxwell apareció por error
censada en el registro de votantes de Manchester, algo de lo que se apercibió Lydia Ernestine Becker.
Lydia era una mujer
poco común, dotada de una excelente educación y grandes conocimientos en campos tan
dispares como la astronomía o la botánica (asesoró a Darwin, con el que se
carteaba, respecto a determinadas plantas hermafroditas). Pero Lydia también
estaba interesada en cuestiones más mundanas, por así decirlo, y aprovechando
el error en el censo electoral de Manchester a finales de 1867 acompañó a Lily
Maxwell hasta un colegio electoral donde un desconcertado funcionario la dejó
emitir su voto al comprobar que su nombre aparecía en el registro.
A partir de ahí Lydia Becker
intentó explotar el precedente e inició la articulación de un grupo de mujeres
propietarias de negocios y patrimonios en el entorno de Manchester de cara a
exigir que sus nombres fuesen admitidos en los listados electorales. Fue el Manchester
Women's Suffrage Committee, el cual rápidamente recibió apoyos de otras mujeres en otras zonas de
la isla hasta dar lugar a la National
Society for Woman’s Suffrage, organización que celebró su primera reunión
pública a comienzos de 1868. En dicho encuentro se
adoptó como objetivo la consecución del derecho de voto de las mujeres británicas en
igualdad de términos con los hombres. Se constituía así, como movimiento, el
sufragismo propiamente dicho. En realidad la National Society for Woman’s Suffrage no logró absolutamente nada a
ese respecto, pero resultó muy importante por otras cuestiones.
En primer lugar, al igual que la Ladies
National Association de Josephine
Butler -de la cual hablé antes- la National Society
for Woman’s Suffrage ejerció de “cantera” en la que se empezaron a interesarse
por la política y a tomar conciencia de su situación de discriminación diversas
mujeres excepcionales del período (insisto una vez más en que estas primeras organizaciones
de mujeres no fueron de masas sino “de élite” y estaban integradas casi
exclusivamente por mujeres muy educadas y de elevada posición social).
Un ejemplo de lo anterior en este caso
concreto es el de la escocesa Agnes McLaren, la cual ejerció de secretaria de la filial escocesa de la
National Society for Woman’s
Suffrage. Su padre era médico y un hombre progresista que había apoyado el
que se permitiese a las mujeres estudiar medicina en la Universidad de
Edimburgo… si bien prohibió tal cosa a su hija, la cual manifestaba una gran
vocación por la labor médica. No obstante Agnes acabó desarrollando una amistad
con Sophia Jex-Blake, una de las llamadas "Siete de Edimburgo", las mujeres que
se matricularon en 1869 aprovechando la ocasión. Les hicieron la vida imposible
y ninguna logró graduarse, pero unos cuantos años más tarde Agnes tomando nota
de lo sucedido abandonó Gran Bretaña y consiguió matricularse y más adelante
graduarse en la Universidad de Montpellier convirtiéndose en una de las
primeras mujeres doctora del Reino Unido, junto con Sophia, que se licenció a su
vez en Berna.
Otra cosa que me interesa señalar, a raíz de
todo eso, es que tarde o temprano casi todas estas mujeres en la órbita de la National Society for Woman’s Suffrage acabaron
a su vez pasando a profesar ideas feministas de diverso tipo, no solo respecto
a la cuestión del voto sino también en cuanto a la necesidad de abrir la
educación y los estudios universitarios a las mujeres. En particular Lydia Becker, la líder y fundadora del movimiento, fue
una destacada personalidad del mundo educativo en el entorno de Manchester y
una fuerte
defensora de la no segregación por sexos en las escuelas en tanto que no
existen diferencias intelectuales entre hombres y mujeres (otra idea que por
entonces no era aceptada por todo el mundo).
En definitiva, Lydia Becker y su asociación
representaron de alguna forma la espoleta que desencadenó una serie de procesos
posteriores los cuales ayudaron a movilizar, educar y politizar a cierto porcentaje de población británica que, poco a poco, asumiría y ampliaría las reivindicaciones en torno al derecho al voto de
las mujeres. En 1870 Becker fundó además un periódico emblemático, el Women`s Suffrage Journal, en vigor
durante los siguientes veinte años, el cual también contribuyó a sembrar entre una
parte de la población inglesa un tipo de ideología favorable a los postulados
sufragistas.
Una pequeña critica, espero que constructiva: me gustaría colaborar a la erradicación del espantoso término "anglosajón", que taxonómicamente es inútil y académicamente es puro racismo (como se constata en esta misma entrada, donde quedaría abiertamente absurdo llamar a la escocesa "anglosajona", cuando Escocia en la actualidad tiene su propia jurisdicción separada de la anglogalesa). El propio término tiene su origen (en su uso actual) a finales del XVIII, cuando la casa de Hannover estaba en el trono, y de ahí el interés en el término. Pero realmente nunca ha existido (aparte de esa dinastía) nada "anglosajón", ha habido anglos y ha habido sajones (hasta un Litus Saxonicus), pero la lengua jamás ha sido anglosajona (inglés, de toda la puta vida, además pertenece a una rama, con el frisón, mientras el sajón pertenece a otra), ni ha habido nada "anglosajón".
ResponderEliminarPor otro lado como señalo el término es inútil a todos los niveles: es contraproducente aplicarlo a irlandeses o escoceses, de clara tradición británica en muchos campos culturales, no tiene mucho sentido aplicárselo a las antiguas colonias (a Sudáfrica es casi de broma), y EEUU tampoco es tan parecido que quepa meterlo en un mismo saco: de hecho aparte del sistema de Common Law (que Escocia sólo tiene en parte, o Canadá), EEUU es un sistema moderno ilustrado y totalmente constitucional, el británico continúa siendo un sistema del Ancien Régime perfectamente reciclado, sin rupturas de ninguna clase y con una continuidad envidiable que no comparte nadie más en todo Occidente.
En general el término se usa para decir "anglófono", porque anglosajón en EEUU como no sea un WASP, y para todos los demás campos semánticos es inexacto en el mejor de los casos y confuso en la inmensa mayoría. Ya sé que ellos aún lo usan con cierta profusión incluso (aunque mi posición también está presente), pero en aras del rigor yo lo tiraría a la basura fuera de ese período histórico citado de legitimación de los Sachser-Coburg-Gotha.
No tendría ningún sentido referirse a los españoles como visigodoárabes, o suevofrancos, o judaicoíberos, o cualquier combinación estúpida que se pueda ocurrir (la de celtorromanos sería la más acertada).
Pues intentaré corregir el hábito y usar anglófono en el futuro. Aunque me va a costar luchar contra la costumbre.
EliminarHola. Quisiera puntualizar un detalle: "se está estudiando en estos momentos la viabilidad de un proyecto para llevar a la gran pantalla Testamento de juventud, el emblemático libro de memorias de Vera Brittain."
ResponderEliminarEstrenada a comienzos de este año en Reino Unido y en parte de Europa y mundialmente un poco mas tarde. En España no cuenta con distribución http://www.imdb.com/title/tt1441953/
Saludos
Pues gracias por el aviso. Corrijo. Yo sabía, porque ya lo había escuchado hace tiempo en revistas de cine que se estaba trabajando en el proyecto, pero como no acababa de tener noticias pensé que estarían en fase de producción o a saber. Pero claro, es lo de siempre, que hay muchas películas de este tipo que no se estrenan en España. Podía esperar sentado. Gracias por la puntualización.
EliminarMuy buena entrada John, me ha interesado sobre todo Josephine. Muchas veces las personas hacen las cosas de "casualidad" y está claro que para hacer la revolución necesitas un cierto estatus, si eres pobres no cambias nada, no puedes dedicarte a esas cosas.
ResponderEliminarEs que ,leches, no hace tanto que era 1960, pues no nos queda avanzar ni nada. Esperemos que vayamos avanzando en igualdad y no retrocediendo.
Hola, muy buenas. Soy una alumna de un instituto de Barcelona y estoy haciendo un trabajo de investigación. Me gustaría consultarles si puedo coger una foto que tienen de las sufragistas y muchas más imágenes que están relacionadas con mi trabajo. Mi pregunta es si puedo coger las imágenes y nombraros en mi trabajo, dándoos el copyright.
ResponderEliminarGracias.
Adelante. No necesitas ningún copyright porque muchas de las imágenes han salido a su vez, por ejemplo, de Wikipedia.commons y otras son tan viejas que ya no responden a derechos de autor. Un saludo.
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