jueves, 18 de septiembre de 2014

Un buen día para morir



          Once more into the fray
          into the last good fight i´ll ever know.
          Live and die on this day.

          Liam Neeson en “The grey”



Julio de 1170 en la Península Ibérica. Hace más de cuatro siglos que cristianos y musulmanes se baten por el dominio del territorio.

La tendencia, tras una primera oleada de avance musulmán que siguió a la conquista de la Península y duró algunas décadas, fue ya desde finales del s.VIII el lento pero constante avance los cristianos hacia el Sur. No obstante esa expansión cristiana no se desarrolló de manera lineal sino que se vio frenada, especialmente a fines del siglo XI y durante todo el siglo XII, por la intervención sucesiva en la Península de dos Imperios islámicos nacidos en el Norte de África. Primero fue el Imperio almorávide el que desembarcó en la Península en el año 1086 consiguiendo más o menos contener en torno a las cuencas del Tajo y del Ebro la hasta entonces imparable expansión cristiana desencadenada por la caída del califato en el 1031. En adelante esas fronteras fijadas en torno a los dos grandes ríos peninsulares pasarían a ser en buena medida las líneas que delimitaron la separación entre la sociedad musulmana y la cristiana en la Península durante el siguiente siglo y medio hasta que colapsaron definitivamente tras 1212. Hasta que eso ocurriese a ambos lados de dichas cuencas fluviales un espacio de terreno de unos cien kilómetros se convirtió en testigo mudo de una guerra de desgaste entre el bando cristiano y el musulmán.

Cuando el Imperio almorávide comenzó a perder vigor, en la Península se inauguró una breve segunda etapa de reinos de taifas que abarcó del año 1144 al 1170. Año este último en que la expansión de un nuevo gran Imperio de cuna marroquí, en este caso el Imperio almohade, acabó por consolidar definitivamente el relevo de los almorávides en el Magreb, primero, y luego el consiguiente desembarco en Al-Ándalus. El Sur de la Península tenía así desde entonces otra vez un dueño único, ese flamante nuevo gran poder norteafricano, imbuido de fervor religioso y la firme intención de acabar de una vez por todas con el equilibrio de fuerzas peninsular entre cristianos al Norte y musulmanes en el Sur.   

Por entonces hacía muy poco que en la franja atlántica de la Península había irrumpido un nuevo reino cristiano, el reino de Portugal, desgajado del núcleo cultural castellano-leonés en torno a 1139.

Todo se había incubado unas décadas antes. En el año 1096 el rey Alfonso VI (el cual ha pasado a la historia por su supuesto enfrentamiento con el Cid, quien según la leyenda le habría obligado a jurar públicamente estar exento de participación en el asesinato de su hermano), por entonces soberano tanto de Castilla como de León, entregó el gobierno del llamado condado Portucalense a Enrique de Borgoña, un noble borgoñón venido a la Península, junto con otros cruzados de la zona, para buscar fortuna en la guerra (de hecho la propia esposa de Alfonso VI, Constanza, era también borgoñona, igual que el marido de otra de sus hijas).

En concreto Enrique recibió dicho condado al casarse con una de las hijas del monarca llamada Teresa de León. Enrique y Teresa tuvieron varios hijos pero sobre todos ellos destacó uno llamado Alfonso Enríquez (en realidad Afonso Henriques, en portugués). Después de la muerte de su padre Alfonso empezó a mostrar su naturaleza independiente y autónoma cuando en 1128, con apenas 19 años de edad, se reveló contra su propia madre quien ejercía en ese momento la regencia en el condado. Tras vencer en batalla a los partidarios de su progenitora, deponerla y hacerse con el poder en el feudo, Alfonso Enríquez inició una política encaminada tanto a ganar tierras a costa de los musulmanes en el Sur, como a lograr una independencia efectiva de Castilla y León, convirtiendo a su vez sus dominios en un reino autónomo. Ambos objetivos los logró en 1139 cuando tras una gran victoria en combate contra los musulmanes lograda en los campos de Ourique, en las fronteras meridionales de sus dominios, Alfonso (a quien supuestamente incluso se le había aparecido Jesucristo justo antes de iniciarse la lucha) fue aclamado como rey por sus tropas sobre el mismo campo de batalla. Nacía así el Reino de Portugal con capital en Coimbra. Siendo luego en 1143 reconocida por parte del rey de Castilla y León esa “declaración unilateral de independencia” llevada a cabo por el audaz Alfonso Enríquez. En aquel entonces el monarca castellanoleonés de turno ya era Alfonso VII y éste, ante los hechos consumados, no tuvo más remedio que aceptar, mediante el llamado Tratado de Zamora, la emancipación de sus antiguos y desleales vasallos portugueses. Poco después, en 1147, el joven reino de Portugal lograba la conquista de la emblemática ciudad de Lisboa. Y resumiendo mucho llegamos así al verano de 1170.

Mes de julio del año 1170, como dijimos al principio. En algún lugar al Sur de la frontera portuguesa, bajo el sol impenitente, una columna de hombres armados avanza atravesando la llanura. Son unos treinta caballeros cristianos seguidos de aproximadamente otros trescientos hombres de armas a pie. Al frente de la columna los caballeros cristianos sofocados por el calor y por sus pesadas cotas de malla cabecean adormilados sobre sus sillas de montar.

Todos esos hombres han salido del castillo de Beja, conquistado hace solo ocho años, bajo el mando de Gonçalo Mendes da Maia señor de aquella plaza y famoso guerrero ahora anciano. De hecho ese mismo día Gonçalo cumple 91 años. Conocido como “O Lidador” (sobrenombre que podría traducirse al castellano como “el batallador”) por su intrepidez en sus años mozos, tal vez nostálgico y deseoso de recuperar las sensaciones perdidas por el paso del tiempo -o quizás buscando acabar sus días de forma digna, peleando y haciendo honor a su apodo, en vez de morir en la cama achacoso- Gonçalo Mendes ha decidido realizar una incursión en la tierra de nadie próxima buscando el combate con los musulmanes.  

Entre los caballeros que acompañan a Gonçalo en su audaz correría se encuentran ese día algunos nobles muy reconocidos por sus hazañas en combate. Entre ellos destacan Afonso Hermigues de Baião, también un tal Mem Moniz de Gandarei (quien se había hecho famoso al abrir a golpes de hacha una brecha en la puerta de la ciudad de Santarem durante su conquista en 1147). Y sobre todo Lourenço Viegas "o Espadeiro", alferez mayor del joven reino de Portugal y extraordinario combatiente. Lourenço se hallaba casualmente aquellos días como huesped en el castillo de Beja y llegado el momento no quiso perderse aquella salida hacia tierras musulmanas, tal vez por el posible botín, o tal vez por su admiración por Gonçalo al que quiere ayudar a sobrevivir a su alocada iniciativa. 

    De repente tras bordear un pequeño bosquecillo surge frente a la columna portuguesa un grupo de unos ciento cincuenta guerreros almohades a caballo encabezados por el caudillo Almoleimar, señor de las tierras al otro lado de la frontera. Sin tiempo a reaccionar por parte de ninguno de los dos bandos miembros de ambos grupos se lanzan espontáneamente al combate unos contra otros. Pronto la pelea degenera en una caótica melé en medio de la cual el anciano Gonçalo Mendes queda aislado de sus caballeros, hasta que en un momento dado, por puro azar, se encuentra de frente con la montura de Almoleimar. Acto seguido ambos guerreros inician un combate a espada a lomos de sus caballos. Tras un breve intercambio de golpes la realidad se impone y Almoleimar, un hombre en plena madurez y en la cúspide de sus fuerzas, toma ventaja mientras el nonagenario Gonçalo se agota y ya no puede dar fuerza a sus golpes ni seguir el ritmo de los que le lanza Almoleimar. De pronto un tremendo golpe del alfanje propinado por el adalid almohade impacta sobre la cabeza del viejo Lidador dejándolo inconsciente.

No obstante, en ese mismo momento, el caballo de Gonçalo al notar las riendas libres y asustado por el caos de la refriega inicia una proverbial estampida que le salva la vida al anciano al alejarlo momentáneamente de las proximidades de Almoleimar y de la pelea. De hecho el golpe del alfanje de Almoleimar no ha matado al anciano al ser detenido por el casco lo que evita daños mayores. Poco a poco los segundos ganados por su montura le permiten al anciano Lidador un respiro necesario para recuperar la consciencia. Tras eso se reorienta, retoma las riendas y fuerza a su caballo a regresar al centro de la contienda donde busca y encuentra de nuevo a Almoleimar, quien en ese momento se halla despistado repartiendo órdenes a los suyos. Nada más verlo el Lidador aprovecha el factor sorpresa e inicia una carga suicida a galope contra la propia montura de Almoleimar que, sin embargo, en el último segundo reacciona al divisar al inesperado enemigo que se dirige contra él, gira y le asesta al bulto que se aproxima un terrible mandoble que, esta vez sí, destroza escudo, cota de malla y penestra por el hombro de su oponente entrando hacia abajo hasta el pecho. Pero sorpresa, el anciano ha cargado con su espada por delante a modo de lanza y esta se ha clavado en el cuello de Almoleimar matándolo en el mismo instante que este descargaba su golpe.

Almoleimar cae mientras el anciano Lidador se mantiene por pura inercia, ya medio moribundo, aún unos segundos a lomos de su caballo, antes de caer al suelo a su vez. No obstante la visión de su caudillo derribado por el anciano que les ha vencido en tantas batallas, sumado a que la suerte de la batalla en general les está siendo desfavorable porque los cristianos tienen más infantería, desmoraliza definitivamente a las tropas almohades que inician la desbandada.

De forma trágica el día parece haber acabado con triunfo para los cristianos pese a la pérdida de su líder. Pero de repente la retirada de los almohades se detiene y acto seguido sus contingentes de tropas se vuelven de nuevo hacia los cristianos. Éstos, intrigados, de pronto ven lo que ha detenido a sus enemigos en fuga. En el horizonte aparece surgida de la nada otra inmensa tropa, en este caso de unos mil almohades encabezados por Alí Abu Hassan, señor de Tánger, desembarcado hacía poco en la Península con un amplio séquito de guerreros afines. Esa columna se encontraba de paso hacia otra zona de la frontera y por puro azar se han topado de bruces con la refriega. Por supuesto al observar desde lejos lo que ocurría los hombres de Hassan procedieron a aproximarse al lugar de la improvisada batalla para apoyar a sus correligionarios y ya de paso aprovechar para deshacerse del reducido contingente cristiano que tienen en frente. 

Por tanto inmediatamente la lucha se reanuda y, esta vez sí, la suerte parece echada para el bando cristiano vista su inferioridad numérica ante las tropas frescas que se están incorporando a la pelea. En ese momento Gonçalo Mendes, caído en tierra muriéndose, recupera brevemente el sentido y al darse cuenta de lo que ocurre pide a un soldado cercano que lo ayude a subirse a su caballo. Una vez a lomos pica espuelas, inicia el galope contra la línea enemiga y antes de caer a tierra desangrado aún tiene fuerzas para lanzar a ciegas un mandoble que milagrosamente derriba a uno de los guerreros almohades cercanos al acertarle de refilón en la cabeza.

Al ver sus hombres esa postrera acción heroica del Lidador recorre sus filas un tremendo ánimo de venganza. Los cabecillas gritan:

¡Gonçalo Mendes és morto!. Nós todos quantos aqui somos, não tardará que te sigamos; mas ao menso, nem tu, ¡nem nós ficaremos sem vingança!.

 Imbuidos de nuevos ánimos y espoleados por el ejemplo de su líder muerto los agotados cristianos se permiten un último empuje contra la masa de guerreros que ya los rodea gracias a lo cual las fuerzas se vuelven a equilibrar momentaneamente. Aún así, pasado el furor inicial parece que la superioridad numérica de las tropas almohades va a imponerse al cada vez más escaso número de cristianos, la mayoría ya heridos.

No obstante esa última carga que habían realizado algunos caballeros cristianos proyectó a un pequeño grupo de ellos bastante dentro de las filas almohades y una vez más la casualidad vino a equilibrar las cosas cuando uno de esos caballeros, Lourenço Viegas "o Espadeiro", divisa frente a él a unos metros de distancia a un guerrero a caballo vestido con una armadura particularmente suntuosa y rodeado de guardias. Aunque Viegas no lo sabe con precisión en ese momento el citado combatiente es el mismísimo Abu Hassan. En todo caso al verse rodeado junto a sus últimos compañeros por la marea de soldados almohades Viegas tiene la feliz intuición de que aquel hombre ricamente ataviado que se encuentra a unos metros de él puede tratarse de un noble musulmán de alto rango. Decidido a morir llevándose por delante algún enemigo de jerarquía, Lourenço pese a todo está demasiado cansado para abrirse paso hasta ese nuevo oponente, pero en medio de su inspiración genial empuña con las dos manos su enorme espadón, lo levanta sobre su cabeza y, como si fuera un hacha, haciendo acopio de todas sus fuerzas arroja su arma hacia aquel engalanado adversario con tal fortuna que en su vuelo la espada impacta en la cara del guerrero, el cual cae inmediatamente al suelo en un charco de sangre con el cráneo partido.  

Ese hecho fortuito toma por sorpresa a los oficiales almohades que quedan con vida los cuales, desmoralizados por la pérdida sucesiva de sus dos jefes de guerra, contra todo pronóstico ordenan la retirada dejando a los cristianos dueños del campo de batalla.

Unas horas después sesenta supervivientes, casi todos heridos, regresan a la fortaleza de Beja portando en cabeza el cuerpo de su jefe caído, Gonçalo Mendes, quien había hecho por última vez, honor a su apodo. Tras eso cae la noche poniendo fin a otro día más en la frontera.

Básicamente esta historia que acabo de resumiros la cuenta A Morte do Lidador un texto publicado en 1839 y escrito, partiendo de relatos orales y mitos lusos, por la pluma de Alexandre Herculano de Carvalho e Araújo (1810-1877), un escritor, historiador, periodista y poeta portugués del romanticismo.

   Realmente las influencias de Alexandre a la hora de elaborar la mayor parte de su obra fueron más bien textos de novela histórica como los publicados en aquellos tiempos por Walter Scott o Víctor Hugo. Es más, hoy sabemos que realmente el mito del Lidador es mentira o, como poco, no fue tan glorioso como se cuenta. Probablemente Gonçalo Mendes murió en su cama y no combatiendo y desde luego ese último milagroso mandoble a distancia que cierra la historia jamás pudo lanzarlo el mítico Lourenço Viegas "o Espadeiro" ya que Lourenço murió en un combate contra los almohades ocurrido en la zona de Évora unos diez años antes de lo hechos que cuenta la historia de A morte do Lidador.

Pero supongo que todo eso solo son detallitos.

Más allá de recordaros una vez más que la mayoría de las historias gloriosas de heroísmo y patriotismo suelen ser mitos exagerados o falsificados (un día quizás habría que hablar del Cid o de Pelayo y probablemente no os gustaría lo que podría salir de ahí) hoy quiero quedarme con otra cuestión menos polémica.

A mi modo de ver buena parte de estas historias de la frontera peninsular durante la Re-conquista pueden ser en cierta forma vistas como historias del Far West. No hay revólveres, ni rifles, ni indios, pero sí espadas y musulmanes. No hay caravanas de pioneros pero sí aldeas de colonos repobladores siempre amenazados. No hay pistoleros sino espadachines... pero en cierta forma los clichés y las mecánicas usados en ambos casos de cara a fabricar las respectivas memorias históricas se parecen pese a aglutinar mundos tecnológica, social y culturalmente muy distintos.   

Por ello, considero que a todos los efectos hoy os he contado una historia del Oeste... de la Península. Esto es interesante, por lo siguiente. Hay algunos hispanistas estadounidenses encabezados por Angus Mackay con su clásica obra La España de la Edad Media: desde la frontera hasta el Imperio que han visto interesantes paralelismos en la forma en que se configuraron la doctrina del Destino manifiesto estadounidense (a su vez la base ideológica para el ascenso de dicho país a su posición actual de primera potencia mundial) y el caldo de cultivo de ideas, actitudes, estructuras sociales y mentalidades militares que representó la frontera de la Re-conquista hispana en su época medieval. Ideas, actitudes, estructuras sociales y mentalidades militares que luego, una vez finalizada la Re-conquista, fueron en cierta forma exportadas a los campos de batalla de Italia, el resto de Europa y, sobre todo, al mundo americano. Y todo eso en parte explicaría por ejemplo el formidable ascenso castellano y la creación del Imperio de los Austrias.

Dicho de otro modo, el embrión de la España imperial de época moderna, sobre todo de sus capacidades guerreras y su mentalidad expansiva, se encontraría en la época Bajomedieval. Y otro tanto en cierta forma podría afirmarse del caso portugués, añado yo. A la vez que el germen del posterior fracaso de esos Imperios tempranos una vez avanzada la Edad Moderna también puede buscarse de alguna manera buceando en actitudes consolidadas durante la Baja Edad Media peninsular, como la intolerancia (lo de la pacífica convivencia de tres culturas y esas tonterías son un cuento políticamente correcto, no se lo crean), la total preeminencia de Iglesia y nobleza sobre comerciantes o artesanos, así como de una economía predadora basada en el botín y la ganadería antes que en la agricultura o la producción de algún tipo de manufacturas.  

Así, la frontera de la Re-conquista, como realidad inmutable, esa marcha hacia el Sur constante que duró ocho siglos y supuso una situación de guerra casi permanente, habría moldeado todos los ámbitos de vida en los reinos implicados, desde la cultura hasta las estructuras políticas y socioeconómicas. Esa guerra perenne habría dado lugar inicialmente a una sociedad muy móvil, dinámica y sobre todo imbuida de una mentalidad ferozmente expansiva. Por ello cuando esa sociedad de ideología nobiliaria y guerrera vio acabada su marcha hacia el Sur en todos los casos buscó nuevos horizontes, no se conformó con quedarse encerrada dentro de sus límites. Los aragoneses se lanzaron a la expansión mediterránea, los portugueses a la navegación africana en busca de oro, especias y esclavos. Y los castellanos… bueno, creo que todo el mundo lo sabe. Gracias a eso los monarcas posteriores de dichos reinos aprovecharon el impulso y echaron mano de los remanentes de esa sociedad, contingentes de hombres duros, curtidos, aguerridos, intrépidos, ambiciosos, para seguir poniendo en práctica en el resto de Europa, la costa africana y sobre todo en América, su ideología basada en el ascenso social y el logro de riqueza a través de la guerra, el control del trabajo forzado o de mercados monopolizados, antes que a través de las finanzas, el comercio competitivo u otras actividades.

Por tanto sería muy posible que en esta etapa medieval radicasen, al menos en parte, las raíces del inicial éxito exploratorio y militar de portugueses e hispanos… pero también las bases para su posterior fracaso a la hora de desarrollar económica y culturalmente los territorios conquistados, en tanto que llegado a un punto las sociedades peninsulares murieron de éxito al estancarse, e incluso obcecarse, en unos valores que tanto les habían dado en el pasado pero que los tiempos acabaron dejando obsoletos a partir del s.XVII. Un poco a la manera del Imperio otomano y el resto de sus viejos enemigos musulmanes, el temprano éxito en la formación de imperios hizo que posteriormente los castellanos y portugueses se aferrasen demasiado fuerte y hasta demasiado tarde a valores religiosos, guerreros y heroicos que llegado un punto obstaculizaron la necesaria modernización de las estructuras productivas y organizativas en sus sociedades.

Obviamente la realidad es compleja, las cosas nunca son sencillas, es casi imposible comprender con total certeza el pasado… pero la anterior es una idea que me da en qué pensar.

4 comentarios:

  1. ¿Y el caso de Japón? Su Edad Moderna es mucho más rancia que la española o la portuguesa, de hecho creo que no me equivoco si digo que su sociedad durante la E. Moderna es equivalente a una medieval europea. Al final tuvieron su propia revolución industrial (que, por cierto, ¿dirías que fue más cruel que la inglesa?), les crujieron en la Segunda Guerra Mundial por tener todavía ideas obsoletas, pero por último se modernizaron y se convirtieron en una potencia económica. Si bien todavía es una nación con problemas económicos muy graves, ¿quién no los tiene?

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  2. Sobre la persistencia de problemas estructurales en el sistema socioeconómico peninsular que pueden tener su origen en la Reconquista:

    http://nadaesgratis.es/fran-beltran/instituciones-desigualdad-y-desarrollo-economico-en-el-muy-largo-plazo-edicion-espanola

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  3. Ese mapa de la península que adjuntas y que se supone reproduce la situación geopolítica de la península en la Edad Media está falseado. Donde pone "Reino de León" o "Reino de Asturias", debería poner Reino de Galicia o Galicia. Te recomiendo que revises tus fuentes con lupa cuando aportes cualquier dato que tenga que ver con la historia oficial sobre el origen de España, porque te aseguro que la mentira sobre la que está escrita la historia de España es tan grande como chapucera. A ver si las que has consultado están basadas en las de la historiografía nacionalista española del XIX que, desde Lafuente a Sánchez Albornoz, falsearon todos los mapas y documentos medievales para dotar al reino de Castilla de unos orígenes históricos mucho más lejanos en el tiempo de los que tiene en realidad.

    Alguien me puede mostrar un mapa medieval CONTEMPORÁNEO a aquellos siglos en los que aparezca el famoso "Reino de León o de Asturias"? Quedaría muy agradecida. No por nada, sino por ir destapando falsificaciones históricas, tarea en la que, me consta, está embarcado este estupendo blog.

    https://www.youtube.com/watch?v=xfcBE8iEYkc

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  4. Jacinto Barallobre13 de enero de 2019, 13:15

    Cultura y mentalidades, son importantes, por supuesto, pero también hay otros detalles importantes:
    -¿Cómo hacer un país agrícola de una península montañosa y más bien seca cuyos ríos son de juguete y sus valles meras tiras de terreno comparados con los de otros países europeos?
    -Esto implica además una debilidad demográfica acentuada por el hecho de que en su precoz expansión las potencias peninsulares se drenaron de población. Algo así podría haberle pasado a Rusia en su vertiginosa expansión hacia el Este.

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