martes, 16 de septiembre de 2014

El arte de la anarquía



                             Stand ye calm and resolute,
like a forest close and mute,
with folded arms and looks which are
weapons of unvanquished war.
Rise like Lions after slumber
in unvanquishable number,
shake your chains to earth like dew
which in sleep had fallen on you,
ye are many, they are few.

      “The Masque of Anarchy”, Percy Bysshe Shelley






En cuanto a las grandes cuestiones políticas de nuestro tiempo se ha convertido en un lugar común hablar de la guerra contra el terrorismo global como si fuese una novedosa pandemia del nuevo siglo. En cambio a mí el pensar en ello simplemente me provoca otro déjà vu porque al fin y al cabo la actual oleada de terrorismo internacional, caracterizada por su relación con el integrismo islámico, no es ni mucho menos la primera o la peor que ha padecido el mundo. En los últimos doscientos años ha sido abundante el empleo de medios terroristas por parte de diversos Estados tanto democráticos como autocráticos, mientras que de forma opuesta múltiples ideologías han motivado a diversas organizaciones de ciudadanos de cara a usar el terror y los asesinatos de civiles como medio de presión política más o menos desde que en 1800 un grupo de monárquicos bretones hizo explotar una primitiva bomba al paso del carruaje de Napoleón (por entonces Primer cónsul), cuando éste se dirigía a la ópera, matando o hiriendo a unas cuarenta personas, muchas de ellas niños o mujeres. Curiosamente el dispositivo usado para esa primitiva bomba, llamada la "machine infernale", se inspiró en un artefacto a su vez desarrollado por un ingeniero italiano al servicio de los españoles durante la época de las guerras de Flandes. En cualquier caso, a partir de ese atentado, en la historia contemporánea del mundo, pero especialmente en lo relativo a Occidente, se han sucedido de forma periódica diversas oleadas de terrorismo más o menos global caracterizadas en cada caso por la ideología a la cual se adscriben los insurrectos de turno.

Así por ejemplo entre finales de los años 60 y principios de los 80 del siglo pasado transcurrieron los “años de plomo” en Italia, en España era el momento álgido de ETA así como de otros grupos terroristas menores como los Grapo, en Alemania la Baader-Meinhof casi ponía al Estado contra las cuerdas, también se sucedían por entonces las acciones espectaculares de facciones terroristas palestinas como Septiembre Negro o el FPLP y concretamente al final de esta etapa, en Perú, campaban a sus anchas los seguidores del sanguinario Sendero Luminoso. Mientras tanto el venezolano Ilich Ramírez Sánchez alias “Carlos” ejercía la función de megavillano carismático, mediático y global, de Bin Laden de turno en esencia. Todo eso ocurrió de forma más o menos simultánea y no hace tanto en un contexto de guerra fría donde la ideología hegemónica que más o menos articulaba a la mayoría de estos grupos supuestamente se vinculaba al gran enemigo de Occidente por entonces: el comunismo (por supuesto con muchos matices, existían grupos maoístas, leninistas, otros inclasificables, algunos que solo usaban su pretendida afinidad con el comunismo como forma de propaganda retórica, etc.).

El caso es que esa solo fue una de las muchas fases que ha atravesado la misma realidad de fondo. En concreto la etapa que me interesa retratar hoy se desarrolló entre el último tercio del s. XIX y los inicios de la Primera Guerra Mundial. Ese período, caracterizado por atentados de inspiración esencialmente anarquista, pasó a la historia como la época de la llamada “propaganda por el hecho”. En ese tiempo, en algunos países como Italia o la misma España, el movimiento anarquista competía de tú con otras ideologías de cuño socialista en cuanto a popularidad entre las masas. Además, dicho movimiento anarquista contaba por entonces con grandes teóricos como Bakunin, Tucker, Kropotkin o Malatesta, lo que le permitía medirse intelectualmente con casi cualquier otra ideología política en boga por aquel entonces. No obstante su marginación de las estructuras de poder estatales era completa, tanto por propia voluntad como por la persecución a la que estaba sujeto en muchos países. En ese contexto, sobre todo a partir del aplastamiento violento de la Comuna de París (mediados de 1871) y luego el final parecido que tuvo la llamada insurrección cantonal en España (entre mediados de 1873 y principios de 1874), algunos simpatizantes o partidarios de la ideología anarquista decidieron que las simples palabras y manifestaciones públicas pacíficas no bastaban para movilizar al grueso de la población a apoyar sus ideas de revolución (la cual se veía desde el movimiento como algo necesario y a la vez casi inevitable tarde o temprano) por lo que de cara a ello empezaron a plantearse acciones violentas, sobre todo magnicidios y lanzamiento de bombas, como una forma de despertar conciencias. A partir de ahí las acciones, exitosas o no pero casi siempre sangrientas, se sucedieron. Hagamos un rápido repaso de las mismas.

A mediados del 78 el kaiser Guillermo I de Alemania sufrió un intento de asesinato frustrado y pocos meses después diversos anarquistas intentaban asesinar al rey de Italia (de hecho sufrió tres atentados fallidos consecutivos en el transcurso de unas pocas semanas) y al de España (por entonces Alfonso XII), también sin éxito. Poco después, en 1880, se produjo uno de los primeros grandes atentados con bomba de la historia cuando la explosión de una en el Palacio de Invierno causó 8 muertos y 45 heridos. Siguiendo en Rusia, al año siguiente, después de varios intentos fallidos anteriores, el zar Alejandro II fue asesinado en lo que acabó siendo un atentado suicida. En el 94 el presidente de la IIIª República francesa Marie François Sadi Carnot era apuñalado en público hasta la muerte. En el 97 el que moría víctima de un atentado era el Primer Ministro español y arquitecto del sistema de la Restauración, Antonio Cánovas del Castillo. Al año siguiente moría de una puñalada la famosa "Sisí", emperatriz de Austria. En 1900 el rey de Italia, Umberto I de Saboya, el mismo al que se había intentado asesinar en el 78, moría víctima de diversos disparos. Al año siguiente el que caía era el mismísimo presidente de los EE.UU. por entonces William McKinley, mientras que fallaba un intento de asesinato contra el Sultan otomano Abdul Hamid II. En 1906 un también fallido intento de asesinato con bomba contra la comitiva de Alfonso XIII de España causa varias docenas de muertos. En 1911 caía el Primer Ministro ruso, el año siguiente el Primer Ministro español José Canalejas y en 1913 la víctima fue el rey de Grecia.  

Dentro de esta sucinta sinopsis me he centrado en los asesinatos de jefes de Estado o de Gobierno pasando por alto muchos atentados importantes de menor enjundia. Por ejemplo las bombas en el Liceo de Barcelona en 1893 que causaron la muerte a unas veinte personas y heridas a muchas más, el atentado contra el café Términus en París al año siguiente, o la bomba contra la procesión del Corpus Christi también en Barcelona que en 1896 mató a siete trabajadores y un soldado, así como varios atentados sueltos perpetrados contra militares, algún presidente sudamericano, empresarios y políticos de distinto rango.

En todos los casos los autores de esos atentados eran simpatizantes de corrientes anarquistas diversas que frecuentemente atentaban contra líderes políticos de países muchas veces diferentes al suyo propio. En ese sentido no es para nada descabellado calificar aquella oleada de atentados anarquistas como terrorismo “global” aunque obviamente se circunscribía a Europa, los EE.UU. y en menor medida tuvo cierta extensión en Iberoamérica.

De aquellos años podemos aprender en primer lugar que la relación entre daños reales, los costes directos en sí causados por los atentados, frente a la percepción social para sí -el miedo, la presencia en la literatura o los periódicos de la época, la obsesión, la psicosis colectiva extendida entre la población- resultó muy probablemente desproporcionada a favor de la segunda pese a que la amenaza real para la vida cotidiana que representaba el anarquismo no era tanta como se podía pensar. Es decir el peligro percibido fue aún mayor que el peligro objetivo real. Y eso puede decirse aun cuando -en términos no tanto de cantidad como de calidad de las víctimas- el terrorismo anarquista de finales del XIX (pese a ser repudiado por buena parte de los integrantes del movimiento) fue mucho más exitoso que el terrorismo de cualquier tipo en la actualidad en tanto que no solo acabó sucesivamente con muchos jefes de Estado (algo hoy fuera del alcance para casi cualquier grupo terrorista) sino que además sus acciones desembocaron en la adopción de disposiciones fuertemente represivas por parte de los Estados burgueses del período. Medidas que afectaron al conjunto de toda la población, la cual podía así quizás sentirse fugazmente más segura aunque también pasó a ser de facto menos libre durante algunos años.

Más allá de lo anterior resultó particularmente dañina para la sociedad la tendencia de los terroristas anarquistas del período a escoger como objetivos de sus magnicidios y atentados políticos a los estadistas menos corruptos, menos radicales y más proclives a las reformas aperturistas, debido al convencimiento de que así, favoreciendo el deterioro de la vida política y la supervivencia de los políticos más extremistas y autoritarios, se favorecería también la creación de las precondiciones para el “despertar” de la sociedad y la llegada de la ansiada revolución. Por tanto no era un terrorismo que buscase una mejora de la situación colectiva sino un empeoramiento a corto plazo de la misma (objetivo que sin duda logró) porque supuestamente a la larga eso sería mejor para todos al permitir a la gente "desengañarse" sobre la realidad del sistema político en boga (aspecto más problemático de evaluar; quizás convendría anotar como efecto positivo no previsto el que con el tiempo algunos gobiernos se vieron obligados a realizar diversas concesiones sociales y democráticas como forma de segar las bases para estos movimientos violentos). 

   De esta forma, en base a esa controvertida idea de que "cuanto peor mejor" (luego copiada, eso sí, por casi cualquier movimiento terrorista posterior en la historia), por ejemplo en Rusia los anarquistas asesinaron en 1882 al único zar de todo el siglo con afanes reformistas, Alejandro II,  el cual había sido el artífice de la abolición de la servidumbre en el país. Con todo, los constantes intentos de asesinato que sufrió antes del definitivo acabaron por volverlo un amargado cada vez más reaccionario y finalmente su muerte violenta acabó de convertir en un cínico autócrata a su hijo, quien lo sucedió en el poder, convencido por el ejemplo de la muerte de su padre de que el reformismo era percibido como debilidad por el "desagradecido populacho". Mientras tanto en España cuando en 1912 el anarquista Manuel Pardinas asesinó de tres disparos en plena Puerta del Sol de Madrid al presidente del gobierno de entonces, José Canalejas, lo que hizo fue acabar con uno de los pocos políticos españoles del período más o menos competente y abierto a la promulgación de reformas en el corrupto sistema político de la época y el único que, por ejemplo, se atrevió en mucho tiempo a legislar claramente en contra de la Iglesia. 

De hecho el atentado más exitoso de esta gran ola terrorista fue el que cerró el período cuando una organización de raíces anarquistas convertida al ultranacionalismo logró asesinar al heredero del Imperio austrohúngaro desencadenando o al menos proporcionando el pretexto para el estallido de la gran catástrofe colectiva que fue la Iª Guerra Mundial.

Ahora bien. Aún en el presente asesinatos como el de de Kennedy siguen despertando y capitalizando un gran volumen de literatura conspiranoica pese a que sus consecuencias  políticas concretas probablemente fueron menores de las que se creen. Por contra diversas acciones de la oleada de terrorismo anarquista de hace un siglo resultaron en su momento realmente enigmáticas, además de con gran impacto tangible en la historia, lo que debería conllevar mayor interés en su revisión crítica. En concreto a veces da la impresión de que algunas células terroristas del período pudieron perfectamente haber sido usadas o manipuladas por oscuros intereses. Un ejemplo proviene de unos años tras el final de esta oleada de la que he hablado cuando un supuesto anarquista llamado Anteo Zamboni pretendidamente intentó asesinar a Mussolini en 1926 disparando sobre él durante un desfile conmemorativo de la Marcha sobre Roma realizado en Bolonia. Como sabemos ese intento fracasó y Zamboni fue inmediatamente linchado allí mismo por el público que asistió a la escena. En concreto, antes de que nadie pudiese investigar nada, Zamboni fue estrangulado, recibió catorce puñaladas y también un disparo. Por su parte este suceso –del cual salió indemne- vino de perlas a Mussolini para ayudarlo a justificar acto seguido la promulgación de diversas medidas políticas represivas que acabaron de convertir de facto a la Italia fascista en una dictadura.  

Lo extraño del caso es que hoy en día no está muy claro que el pobre Zamboni fuera siquiera anarquista, o que eso fuese significativo, más que nada porque Anteo solo era un chaval de quince años. Tampoco está claro que fuese el autor de un atentado. Al parecer simplemente se oyó un disparo durante el desfile y fue el padre del luego famoso cineasta Pier Paolo Pasolini, por entonces un oficial del ejército, quien se puso a gritar que el que había disparado era aquel joven que inmediatamente fue silenciado por la ira pública espontánea (o tal vez no tanto ya que fueron miembros del partido fascista, casualmente cercanos a la escena los que acabaron con el joven). Hoy se especula que Zamboni fuese el chivo expiatorio casual para expurgar el fracaso de un intento de eliminación del Duce por parte de una facción disidente dentro de las propias filas fascistas. O quizás una mera cabeza de turco dentro de un intento de asesinato inexistente perfectamente planificado y escenificado por parte del propio aparato fascista de cara justificar posteriormente la disolución de los partidos políticos en la oposición.

Y claro, aplicando hacia atrás este tipo de razonamientos un tanto proclives a la teoría de la conspiración resulta que en los años previos al estallido de la Iª Guerra Mundial comienzan a aparecer cosas como digo muy extrañas. Por ejemplo, cuando en este mismo blog realicé hace poco un breve repaso historiográfico sobre el estado de las publicaciones respecto a la Gran guerra -y en particular respecto a la cuestión de las responsabilidades en su estallido- ya dejé caer que podría haber sorpresas respecto a la tradicional atribución de todas las culpas a Alemania. En particular la pista rusa y las extrañas relaciones mantenidas en aquel entonces entre las agencias de seguridad zaristas y diversos grupúsculos terroristas de variado tipo ofrece apasionantes puntos oscuros. Es algo sobre lo que espero volver otro día (como con tantas otras que están en el tintero).  


Volviendo al presente y también a la cuestión de las discrepancias, a las que aludía anteriormente, entre los efectos del terrorismo percibidos socialmente frente a la potencialidad de su amenaza real, valgan algunos datos extraídos de recuentos ofrecidos por la Organización Mundial de la Salud. Según dicha institución cada día mueren en el mundo unas 150.000 personas. De ellas unas 2.000 por suicidio, 3.000 por accidentes de tráfico, 500 por diversos conflictos bélicos, 1.500 por asesinatos y, por cierto, 1.300 aún lo hacen por los efectos del hambre, la malnutrición o la falta de acceso a fuentes de agua potable, aunque una de las principales causas de muertes prematuras en el mundo lo siguen siendo los efectos de enfermedades epidémicas, como la malaria, en los países pobres que no pueden costear las infraestructuras hospitalarias y los tratamientos necesarios para la mayoría de su población.

Por contra durante los últimos años el terrorismo islamista ha sido responsable de una media de unas 50 muertes violentas al día, al menos 40 de las cuales se han concentrado en Irak, Pakistán y Afganistán, aunque en los últimos tiempos esas muertes tienden a desplazarse a otras zonas como Siria. De hecho, desde la invasión estadounidense hace once años, Irak pasó a convertirse en el país del mundo con mayor número de muertes por efecto de ataques terroristas y aun así estas no llegaron a superar la tercera parte de las causas de muerte violenta en el país. El efecto que en adelante sí tuvieron los atentados terroristas en la región fue colaborar a consolidar en el plano geográfico la segregación étnica entre comunidades,  como ejemplifica el mapa de arriba. En cambio, mirando todo esto desde una panorámica más general, el número de muertes violentas de civiles desencadenadas por las acciones militares y guerras de los últimos años oficialmente encaminadas a su vez hacia la supresión de la amenaza terrorista global ha sido cientos de veces más numeroso que el número de muertes producidas por el terrorismo en nuestras sociedades. Es más, lo que se ha logrado con las diversas iniciativas políticas desencadenadas tras el 11S en EE.UU. no ha sido reducir el número de muertes por atentados o el número de terroristas en el mundo, al contrario, esas cifras han crecido, sino que el resultado ha sido consolidar la tendencia hacia la "externalización" de ese tipo de muertes hacia otras sociedades atrayendo a los terroristas a zonas concretas del planeta alejadas de nosotros para que así sus acciones maten esencialmente a gente que no nos importa. 

    Ahora bien, perfectamente puede argumentarse que mejor eso que nada.

En fin. Reflexiones sueltas e incómodas que lanzo sin una conclusión final precisa más allá de lo de siempre: la realidad social es compleja y añadiría que -como la naturaleza salvaje de la que dice diferenciarse- también cruel y despiadada la mayor parte de las veces.  

5 comentarios:

  1. Resumido, el siglo veinte fue cabrón en sangre, como dice un escritor latinoamericano.

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    1. Sip.

      Claro que el XIX también lo fue con sus guerras napoleónicas y el colonialismo de finales de siglo. Ya puestos el XVIII no tiene nada que envidiar a los anteriores con la Guerra de los Siete Años que no dejó de ser la Iª Guerra Mundial de verdad, o al menos la precuela exitosa de la última. Pero claro la Guerra de los Treinta Años en el s.XVII también se parece mucho, a su manera, a la Iª Guerra Mundial... y así.

      Todos los siglos lo son.

      Por ahora el s.XXI es el único en la historia que (aun) no ha experimentado el "placer" de un conflicto directo entre las grandes potencias del período usando sin restricciones el armamento más dañino del que disponen.

      La historia nos dice que todo se andará, aunque nada está escrito. Y aún así, si pasase supongo que muchos ya no estaremos aquí para experimentarlo, así que no tampoco hay razón para angustiarse.

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  2. Si, hombre, si, ¿cómo no vamos a estar? si está al caer... Ucrania, Crimea, los chinos, el petróleo, Irak, los moros tronaos, los negros más tronaos todavía...
    ¿Volverá a ser sudamérica el sitio al que escaparse como en la 2ª GM? se admiten apuestas

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  3. Hombre, yo soy un pesimista nato pero hay visiones mucho más positivas y optimistas respecto a todo esto. Por ejemplo el famoso divulgador canadiense Steven Pinker en The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined asegura que las cosas están mejorando y el mundo es mucho más seguro y menos violento hoy de lo que era en el pasado. Punto de vista que tiene sus argumentos. Yo no lo veo claro, eso sí.

    Al final el conflicto de Ucrania es muy limitado y controlado, una auténtica partida de poker en el que ninguno de los dos grandes bandos quiere hacerse daño de verdad. Los chinos una potencia muy conservadora. En Irak están muriendo iraquíes esencialmente. El petróleo llevan diciendo que no le queda nada tres o cuatro décadas y se produce casi más que nunca a la vez que aparecen nuevos métodos de explotación. Además, de creer a los conspiranoicos, hay tres o cuatro sistemas energéticos mucho mejores guardados en un garaje supersecreto para cuando el asunto deje de ser rentable. No será así obviamente, pero algo inventaran para mantener el circo en marcha...

    Algún día podría pasar algo grave involucrando a Irán o Pakistán y la India, algo así, pero quien sabe.

    Sudamérica ofrece buenas perspectivas de futuro, pero yo de poder elegir escogería algo como Canadá o Australia. Un sitio de ese estilo, poco poblado, con recursos, mucho territorio por ocupar de forma efectiva, gran potencial de crecimiento, baja criminalidad, población relativamente sana mentalmente y todo ello lejos de los principales focos de inestabilidad mundial.

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  4. Database con las 4.955 víctimas de acciones terroristas muertas en Europa occidental entre 1965 y 2005.

    http://www.march.es/ceacs/proyectos/dtv/datasets.asp

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