lunes, 22 de septiembre de 2014

Grandes soldados


La batalla es la gran redentora, el feroz crisol en el que solo se forjan los verdaderos héroes.

    Bill Paxton, el sargento Farell en “Al filo del mañana”


La guerra no convierte a los niños en hombres sino a los hombres en muertos.

    Ken Gillespie




Federico Guillermo I de Hohenzollern (1688-1740) fue entre 1713 y 1740 el segundo rey de Prusia tras la unión con Brandeburgo del antiguo Ducado y su conversión en reino en 1701. Aunque implantó la obligatoriedad de la enseñanza básica en sus dominios, creándose escuelas por todo el país, Federico Guillermo no era precisamente alguien interesado en la cultura. Extremadamente grosero y violento, hablaba muy mal el alemán y se negó a aprender francés, lengua de la corte en Prusia antes de su ascenso al trono. Por el contrario le atraían la caza, la buena mesa y, ante todas las cosas, su gran pasión consistía en pasar revista a sus soldados, siendo esta última una de las razones por las que entró en la historia bajo el sobrenombre de El Rey soldado. Lo cierto es que durante el reinado de Federico Guillermo el reino de Prusia apenas participó en guerras, salvo un conflicto de poca importancia con los suecos al poco de comenzar dicho reinado. Aun así la desmedida pasión de Federico Guillermo por la vida castrense le llevó –con muy buen tino político, todo sea dicho- a modernizar y ampliar el por entonces raquítico e irrelevante ejército prusiano hasta convertirlo en la máquina de guerra de la que luego haría buen uso su hijo. En adelante, parafraseando una famosa cita, Prusia ya no sería un Estado con un ejército sino justo lo contrario, un ejército a un Estado pegado. 

En ese sentido durante el primer tercio del s. XVIII, sin que nadie pareciese advertirlo por entonces, se estaban incubando dos de las cuestiones geoestratégicas que iban a condicionar buena parte de la posterior época contemporánea. Y los actores clave para ellas fueron dos autócratas megalomaníacos y psicológicamente algo inestables que, contra todo pronóstico, mantuvieron en su tiempo una relación amistosa: el propio Federico Guillermo I de Prusia y el zar de Rusia Pedro I El Grande (a quien el propio Federico regaló la famosa y carísima Cámara de Ámbar en prueba de buena voluntad).

Así, por aquellos años, en el contexto de la llamada Gran Guerra del Norte, Pedro I El Grande estaba a punto de convertir a Rusia en una gran potencia que pronto habría de entrar de lleno en la política europea. A ese respecto hay una anécdota entre muchas que define muy bien a Pedro I. En una visita a Inglaterra a comienzos del siglo, visitando un arsenal naval, salió a colación el tema de los métodos de tortura usados por la Armada inglesa, la más reputada de la época, para castigar la sedición e interrogar prisioneros. Uno de ellos consistía en una cámara estanca donde se introducía agua hasta que el prisionero se ahogaba. Pedro quiso verla funcionar pero en aquel momento los ingleses no tenían ningún preso al que torturar para deleite del ilustre visitante con lo que el zar ordenó a uno de los miembros de su séquito que se dejase matar para poder comprobar él de primera mano el mecanismo de dicho invento. No me negaran que en ese detalle se observan perfectamente algunas de las características que serían definitorias en los dirigentes rusos durante los siguientes siglos.

Por su parte Federico Guillermo -quien siempre vestía uniforme militar y estaba obsesionado con los militares hasta puntos rayanos con el desequilibrio mental como luego veremos- sería el padre del militarismo prusiano, que es como decir del militarismo germano moderno, el cual tanto haría por animar la historia de Europa en los siglos posteriores, entre otras cosas confrontando al oso ruso (la misma Cámara de Ámbar paradójicamente sería destruida por los ejércitos de la Alemania nazi durante la IIª Guerra Mundial). 

Pero vamos al meollo de la historia de hoy. El caso es que en su juventud Federico Guillermo heredó la comandancia del Regimiento de Infantería nº 6 del ejército prusiano (como he dicho, por entonces un ejército bastante débil numérica y cualitativamente hablando). Ese regimiento en concreto había sido creado en 1675 con el nombre de “Regimiento del Príncipe Elector” pero en 1701 se le cambió esa denominación por la de "Regimiento del Príncipe Heredero”, en tanto que en adelante esa unidad pasó a ser una especie de guardia de honor del príncipe heredero prusiano de turno. Gracias a ello es como Federico Guillermo fue destinado a mandar dicho cuerpo militar cuando aún era príncipe. Más adelante, tras su ascenso al trono, el ahora rey Federico Guillermo I de Prusia elevó a la categoría de guardia real a dicho regimiento nº 6 y además tomó otras dos decisiones que acabarían por configurar las peculiares características militares de dicha unidad. La primera de ellas fue unir al regimiento nº 6 con otro cuerpo existente desde 1709 llamado “Los Granaderos Rojos” para así dar algo más de entidad combativa y aumentar el número de efectivos de su destacamento militar preferido. Debido a esto último en adelante el regimiento nº 6 sería también conocido con el sobrenombre de los Granaderos de Postdam. No obstante es otro de sus apodos el que verdaderamente nos interesa ya que pronto dicha unidad pasó a ser también conocida como los Lange Kerls (algo así como “chicos largos") o también como Guardia gigante de Potsdam. Y ¿por qué se les empezó a llamar así?.

Pues bien, el rey, que era un tipo rechoncho de apenas metro sesenta de estatura, estaba obsesionado con el ejército, los soldados, los uniformes militares… y también con los hombres de gran estatura. Como le llegó a confesar a un embajador francés: "las mujeres guapas me resultan indiferentes, pero los soldados altos son mi debilidad". Así que pronto, uniendo sus dos grandes pasiones en la vida, decidió convertir a su unidad militar favorita en un cuerpo militar exclusivamente compuesto por soldados de gran estatura, nunca inferior a 1,88 metros (una estatura importante hoy en día pero más en aquella época) procedentes si fuera preciso de todas partes de Europa ya que en Prusia no había suficientes hombres de esa talla. Así pues además de alistar a jóvenes alemanes que cumplían los requisitos de talla exigidos y de derivar hacia el regimiento nº 6 a todos los soldados de más de metro noventa del ejército prusiano, pronto los embajadores prusianos por todo el continente entre sus funciones incluyeron la obligación de estar atentos en la búsqueda de la guinda del pastel. Esto es, contratar y enviar a Prusia -para ser alistados en el regimiento predilecto del soberano- a todos los gigantones, fenómenos de feria y hombres adultos en general que, debido a diversos tipos de desórdenes del crecimiento, poseyesen una estatura muy por encima de la media. De esta forma gente como el ruso Sverid Redivanoff, el irlandés James Kirkland de 2,17 metros, o el finlandés Daniel Cajanus, de 2,24 o tal vez 2,30 metros de estatura, sirvieron en el regimiento en algún momento (aunque el caso de Daniel Cajanus es bastante dudoso porque no existen pruebas documentales y, por tanto, pertenece más bien al campo de la leyenda).

El regimiento nº 6 fue así creciendo y convirtiéndose en una especie de feria de curiosidades a la que el monarca prusiano, como entretenimiento, gustaba de pasar revista diariamente mientras sus gigantescos soldados desfilaban encabezados por un oso (que oficiaba como mascota del regimiento). Asimismo, esa pintoresca rutina diaria constituía una visita obligada para todo dignatario extranjero que se acercase a la capital de Prusia.

Obviamente el valor militar de ese regimiento, pese al impresionante porte de sus soldados, era muy reducido. Muchos de sus reclutas padecían de problemas físicos debido a su gran estatura y no podían aguantar el desgaste de una marcha a campo abierto o manipular sus armas con agilidad, además de constituir excelentes dianas andantes debido a su envergadura. Por todo ello el regimiento de Lange Kerls en la práctica constituía, ante todo, una tropa de desfile y exhibición carísima que llegado a un punto contenía casi 3.000 hombres, en ocasiones alistados contra su voluntad y con una experiencia y utilidad en combate real básicamente nula.

Y llegamos aquí a las relaciones de Federico Guillermo I con su heredero, el que pasaría a la historia como Federico II El Grande, rey de Prusia entre 1740 y 1786, así como a la gran paradoja que encierran las mismas.

   El joven Federico era inicialmente un chico de gran sensibilidad, dotado para la música y las artes (y, más allá del estereotipo, también muy probablemente homosexual, en un tiempo en que eso era visto como un problema). Pronto se convirtió en un reflejo de todo lo que su progenitor odiaba; por tanto ya desde la llegada a la pubertad del heredero y futuro rey las relaciones entre ambos personajes -los verdaderos padres de la Prusia moderna- pasaron a caracterizarse por los intentos desesperados de Federico Guillermo para convertir a su hijo Federico en el estereotipo de hombre duro, viril y castrense que admiraba patológicamente. Al final, con grandes costes emocionales para ambos, el Rey soldado en cierta forma logró su propósito y tras su muerte ese ridículo monarca obsesionado con los uniformes pero que en realidad nunca jamás había dirigido una batalla importante fue sucedido por el hijo antaño sensible que, contra todo pronóstico, se convertiría con el tiempo en uno de los mayores genios militares de la historia tras llevar a su país a implicarse en sucesivas guerras devastadoras durante las cuales el ejército prusiano forjado por el padre fue usado hasta la extenuación por el hijo. 

Claro está uno encuentra interesantes trasfondos freudianos en los matices. Federico El Grande realizó todo eso tras dar una vuelta completa a la política exterior de su padre. Así, bajo su gobierno, la diplomacia prusiana que en tiempos de Federico Guillermo había sido básicamente antibritánica, proaustríaca y prorusa, pasó a definirse por una orientación totalmente opuesta. Además Federico El Grande redujo el amado regimiento de gigantones de su padre a una tropa testimonial, distribuyó sus efectivos entre diversas unidades de combate y, en suma, dejó caer en el olvido al regimiento nº 6 hasta que finalmente con el tiempo desapareció como unidad efectiva del ejército prusiano en 1806. Dicho sea de paso, a partir de 1990, en el marco de la fiebre contemporánea por el reenactment de cuño militar, una asociación privada alemana intenta recuperar la tradición de aquel peculiar cuerpo en eventos festivos y desfiles.

El problema es que esta historia nos empuja a reflexionar sobre cuestiones complejas. Al fin y al cabo los datos expuestos hasta aquí son bien conocidos y, por sí solos, menos informativos de lo que se piensa. Lo difícil es hallar las interconexiones entre esos datos sueltos y otros procedentes de distintos períodos, para convertir la suma resultante en parte de la narración de un proceso histórico. De cara a ello pensemos en lo que he venido insinuando a lo largo de los párrafos precedentes: muy probablemente múltiples rasgos del militarismo germano que llega hasta 1945 tienen sus raíces en Prusia durante el s. XVIII bajo los gobiernos del Rey Soldado y su hijo Federico El Grande. Si admitimos eso el juego de espejos que se deriva resulta más complejo de lo que parece.

Por ejemplo Federico Guillermo I, en su obsesión por las tallas grandes, llegó a contemplar la posibilidad de reclutar también a mujeres de talla superior a la media para aparear a sus soldados favoritos con ellas y crear así una raza de soldados de gran altura. La idea fue descartada pero ¿reside ahí un primitivo ancestro de algunas ideas incómodas relativas a la pureza racial que reaparecieron más adelante?.

Por otra parte Federico El Grande, el buen Federico, el monarca ejemplar que abolió la tortura en su reino, el chico sensible que soñaba con huir a Francia para vivir como un anónimo artista, el joven que se desmayó el día que su padre hizo fusilar ante sus ojos a su más íntimo y especial amigo con el que pretendía fugarse lejos de la opresiva Corte... acabó derivando en las últimas etapas de su vida en un auténtico sociópata que, al margen de los cientos de miles de muertos causados en territorio enemigo por sus tropas, asumió como razonable la pérdida de la séptima parte de la población de su propio país solo durante la campaña de la Guerra de los Siete Años y aun así las escasas veces que daba muestras de sentir pena o emoción se debía a la muerte de alguno de sus perros favoritos. A ese respecto se cuenta una anécdota, seguramente apócrifa pero muy ocurrente. Se supone que en 1780 durante una conversación con su médico personal -Johann Georg Zimmermann- el rey Federico haciendo gala de su proverbial mal humor le espetó de improviso al facultativo: "decidme doctor, ¿la muerte de cuántos hombres lleváis sobre la conciencia?". A lo que el buen galeno habría respondido con gran audacia: "unos trescientos mil menos que vos, majestad". 

  También resulta interesante observar cómo tras su victoria en dicha guerra Federico recuperó la obsesión medieval germana por la “Marcha hacia el Este” e inició una política patológicamente antipolaca que desembocó en la llamada Primera partición de Polonia (en 1772) y a medio plazo en la desaparición de dicho país hasta el final de la Iª Guerra Mundial.

Aquellos avezados en el conocimiento de la historia de Alemania durante el período de entreguerras del s. XX tienen que apreciar diversos paralelismos curiosos ahí. De hecho siguiendo con el más problemático de ellos, en concreto las influencias de la figura de Federico El Grande sobre Hitler ya en el s. XX, se plantea una última cuestión interesante muy bien reflejada en este magistral fotograma extraído del minuto 57 de El Hundimiento (2004). En ese momento, durante unos fugaces segundos de la cinta observamos a Hitler contemplando en la penumbra de su búnker un retrato de Federico El Grande en su madurez. No es una imagen irrelevante o accesoria porque contiene una compleja referencia, seguramente no captada en su momento por gran parte del público de la película, respecto a la cuestión en torno al llamado Milagro de Brandeburgo y su macabra influencia en el imaginario nazi.

Dicho milagro consistió en la muerte de la emperatriz Isabel de Rusia a la edad de 52 años, en enero de 1762, justo en el momento álgido de la Guerra de los Siete Años en Europa y precisamente cuando Prusia, tras seis largos años de enfrentamientos que habían arruinado la economía del país y agotado sus reservas humanas, estaba contra las cuerdas y a punto de colapsar. Hasta tal punto era así que Federico El Grande consideraba perdida la guerra y se planteaba la capitulación o incluso el suicidio. Sin embargo, de golpe, a la zarina Isabel la sucedió su sobrino Pedro III. Pedro era un hombre enclenque, infantil, probablemente impotente, obsesionado con jugar a organizar batallas con soldados de plomo y curiosamente un admirador fanático, incluso diríamos obsesivo, de la militarizada Prusia y del propio Federico El Grande a quien veía como una especie de ídolo personal. Por el contrario el nuevo soberano ruso, paradójicamente, manifestaba un desprecio enfermizo por su propio país. Así las cosas pocos días después de acceder al trono, contra todo pronóstico e incluso contra los intereses de su patria, el nuevo soberano ordenó a sus tropas dejar de combatir, abandonar todo el territorio prusiano conquistado y a continuación ofreció la paz sin contrapartidas a los prusianos pese a que el ejército ruso podía haber seguido avanzando prácticamente sin oposición hasta tomar la capital enemiga y finiquitar la guerra. Obviamente poco tiempo después de eso Pedro fue depuesto y asesinado debido entre otras cosas al tremendo descontento que esta política absurda causó en su propio país, pero para entonces la suerte de la guerra ya se había vuelto a poner del lado prusiano.

En esencia ese es el famoso “milagro de la casa de Brandeburgo”, el mismo que en su búnker de Berlín esperaba Hitler -quien tenía un retrato de Federico II en un despacho del mismo- fantaseando hasta casi el último momento que tal vez la repentina muerte del presidente Roosevelt -ocurrida cuando las tropas rusas ya se cernían sobre Berlín- podría provocar que de repente los soviéticos y los aliados rompiesen su alianza “contra natura” y alguno de los dos bandos pidiese la paz a la Alemania nazi de forma milagrosa, justo como había ocurrido en el caso de Federico el Grande quien a partir de un afortunado golpe del destino pudo consolidar sus conquistas militares.

Todo eso por más descabellado que pueda parecernos hoy no es una especulación, al contrario, está plenamente documentado. Es más, ese episodio de la Guerra de los Siete Años también fue usado compulsivamente por la propaganda nazi a finales de la IIª Guerra Mundial para fomentar una absurda resistencia por parte de las últimas tropas disponibles, e incluso milicias formadas por ancianos y niños, en torno a la propia capital cuando todo estaba ya perdido y la capitulación para salvar vidas de civiles hubiera sido la única salida lógica desde un punto de vista racional.

Desde luego a veces presente y pasado se entrelazan de formas inesperadas. 

8 comentarios:

  1. Destruya a Pelayo!!! plis
    Qué diferencias hay en los dos Estados militarizados que ha puesto (Castilla y Prusia)? Castilla explica por qué fracaso pero ¿Por qué Prusia con una base muy similar y quizás en una zona mucho más expuesta triunfó¿

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    1. Entiendo, si leemos esta entrada y la anterior, que si Castilla fracasó, Prusia también, y por las mismas razones. Aunque yo no diría Castilla; yo diría los reinos peninsulares más bien. Las mismas semillas del éxito de ambos pueblos, crearon primero una expansión y una mentalidad militar descomunales, y luego esa misma expansión, esa misma mentalidad, acabó haciendo descarrilar a los dos países. De hecho, el fracaso alemán fue peor o más terrible que el peninsular.

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    2. Mi intención con estas últimas entradas era aprovechar para contar algunas historias de gloria militar junto con las miserias que hay siempre detrás (porque al final lo que casi siempre importa es la economía). Por esas he acabado hablando del caso prusiano y el castellano-portugués, pero un poco al azar porque son trayectorias históricas muy diferentes aunque también es verdad que hay parecidos.

      Entre los parecidos puede comentarse por ejemplo cómo llegado un caso la excesiva primacía en el Estado de remanentes feudales, sobre todo la importancia dada a los estamentos nobiliarios y militares, llega a anquilosar el desarrollo político y a la larga a asumir una política militarista y expansionista contraproducente. También el hecho de que Francia representó un enemigo natural para ambas potencias en sus momentos de esplendor.

      Pero las diferencias son importantes, Castilla se aupa en parte sobre la base de una economía campesina y pastoril y principalmente en torno al control de un imperio colonial en una época -inicios de la Edad Moderna- tres siglos anterior a la era del imperialismo colonial por excelencia. En cambio Prusia asciende al papel de potencia mucho después sobre una base socioeconómica puramente industrial y en un contexto geoestratégico muy diferente. Castilla acaba vertebrando en torno a sí a un conglomerado cuasifederal, el de las posesiones de los Austrias, que nunca funcionó como una unidad colaborativa (el caso catalán o el de las provincias unidas es una prueba). Prusia en cambio también acabó vertebrando un conglomerado federal (parte del antiguo Sacro Imperio), pero de alguna forma allí sí cristalizó un sentimiento nacional más o menos común en torno a la idea de la nacionalidad alemana, incluso sobre territorios con variedades idiomáticas y con creencias religiosas diversas (Prusia empezó siendo un Estado cruzado medieval, se adhirió a la Reforma protestante y durante el proceso de unidad alemana acabó englobando territorios católicos). En cambio a mi modo de ver en torno a Castilla la construcción de “España”, es decir ese tipo de procesos sociales inclusivos necesario para forjar una gran potencia, nunca acabó de cimentar quedando el elemento religioso como único pegamento real del Imperio que se pretendía formar a su alrededor.

      Y a ese respecto si tuviera que elegir un elemento diferencial importante serían las relaciones entre protestantismo, capitalismo y revolución científica. Prusia era políticamente un Estado muy tradicional en muchos sentidos y que vivió momentos de gran anquilosamiento en cuanto a sus mentalidades y estructura social. Pero a diferencia de Castilla allí la economía industrial capitalista, la difusión de la educación básica y del pensamiento científico no encontraron trabas. Hasta un rey tan obtuso como Federico Guillermo tenía claro que había que invertir en escuelas y universidades en fechas muy tempranas. En el caso español la presencia opresiva de la variante católica del cristianismo resultó muy contraproducente para la difusión tanto de un pensamiento científico, como un sistema educativo eficiente. A la larga esto redundó en estancamiento económico y esto en todo lo demás. Prusia en cambio acabó contando con un sistema universitario y científico excelente, lo que retroalimentaba a un aparato productivo cada vez más eficiente que podía respaldar los propósitos militaristas. Mientras tanto el Estado de los Austrias y luego el de los Borbones casi nunca tuvo superávit financiero como para sustentar proyectos políticos ambiciosos hacia afuera o una modernización de la sociedad hacia dentro una vez que se acabó la plata de las Indias.

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    3. Por lo demás ahora mismo no voy a dispersarme mucho más, he abierto demasiados frentes y tampoco el blog tiene un seguimiento que haga interesante plantear grandes cuestiones complejas para dar lugar a un debate. Así que a medio plazo intentaré ir colgando con periodicidad entradas con historias sueltas no demasiado ambiciosas, como estas últimas, mientras cierro tres grandes temas que llevan abiertos casi todo el año.

      Por un lado falta volver sobre el tema de los colapsos medioambientales y el caso maya, no me he olvidado de ello. También sobre cómo yacimientos o monumentos muchas veces son mero cartón piedra y responden a intereses económicos o políticos antes que a la realidad histórica, quedan varias entradas sobre eso que van a desmitificar algunas cuestiones. Finalmente vamos a seguir viendo cosas en torno a los momentos previos al estallido de la Iª Guerra Mundial y los sucesos extraños que por entonces ocurrieron.

      Así pues, junto con alguna otra cosa que he ido prometiendo de aquí a final de año espero elaborar varias entradas más, ambiciosas y más extensas de lo habitual, sobre esas temáticas generales. Luego, una vez cumplido eso haré balance y si el blog sigue será momento de meterse con alguna otra temática general que articule varias entradas documentadas y extensas, nada de pequeñas anécdotas. La cuestión en torno a la Re-conquista podría ser una de esas temáticas. Pero a día de hoy si uno se mete ahí tiene que ser aportando argumentos de peso y eso lleva meses plantearlo bien. Por de pronto llevo desde marzo estancado con la segunda parte de mi pretendida aproximación al mundo maya la cual creí que fluiría fácilmente como un dictado. Y no se para cuando podrá estar. Quizás necesite un mes o mes y medio más (eso sí, cuando esté para el que le interese el tema va a ser importante). Así que mientras tanto me limitaré a redactar entradas menos ambiciosas que no exploren grandes problemáticas generales sino aspectos parciales así como a mostraros alguna otra galería de imágenes de época interesantes.

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  2. Aquí estaremos Maese esperando nuevas entregas da gusto leer detalles o procesos globales de forma tan amena y precisa.
    Saludos.

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  3. Desde luego, yo estoy esperando todos esos temas, y todos los que quieras comentar.

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  4. Entro en el blog a diario. Ansioso por leer nuevas entradas.

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    1. Bueno, tampoco hace falta tanto, je, je. Como mucho creo que puedo aportar una entrada por semana más o menos. Eso con mucha voluntad e implicación. Por su parte las entradas ambiciosas llevan bastante más tiempo para cocinarse, pero intento compensarlo intercalando cosas ligeras entre ellas.

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