Para que los bastardos lleguen al poder el
pueblo solo tiene que hacerse a un lado y callar.
Castlevania “Necrópolis”
El
mundo está casi lleno de países democráticos (al menos oficialmente). Vivimos
en la era de hegemonía de la democracia como paradigma político. Pese a ello
uno ha de admitir que a lo largo del planeta es posible encontrar democracias
muy raras.
Y es que, normalmente, al pensar en el funcionamiento de un sistema democrático presuponemos un cierto grado de alternancia en la cúspide del poder. De lo contrario pasado un cierto punto las elecciones periódicas solo sirven para legitimar el control del Estado por parte de unas élites plutocráticas o tecnocráticas que, argumentando limitarse a ejecutar los deseos del pueblo, se dedican a transmitirse década tras década, de forma endogámica y en beneficio propio, el control del gobierno.
Y es que, normalmente, al pensar en el funcionamiento de un sistema democrático presuponemos un cierto grado de alternancia en la cúspide del poder. De lo contrario pasado un cierto punto las elecciones periódicas solo sirven para legitimar el control del Estado por parte de unas élites plutocráticas o tecnocráticas que, argumentando limitarse a ejecutar los deseos del pueblo, se dedican a transmitirse década tras década, de forma endogámica y en beneficio propio, el control del gobierno.
Pues bien ese fue durante mucho tiempo el caso de México, donde
un partido como el PRI acumuló durante el siglo pasado victoria tras victoria
en las “elecciones” durante más de setenta años. Un caso similar al Partido Colorado paraguayo. Mientras tanto en la India (un país donde todos los diputados de menos de treinta años son hijos de alguien que fue a su vez diputado) el Partido del
Congreso, normalmente encabezado por alguien de la dinastía Ghandi, ha gobernado en 49 de los más o menos 70 años de historia de la India
como país independiente. Namibia, una de las democracias más "estables" de África, solo ha visto un partido político ganar las elecciones en toda su historia, de hecho en las últimas elecciones dicho partido sacó un 80% de los votos. En Sudáfrica el Congreso Nacional Africano ha ganado también todas las elecciones celebradas en el país desde 1994 y además en todas ha
obtenido más del 60% de los votos pese a sus problemas de corrupción endémicos.
Y los anteriores no son los únicos ejemplos que se pueden encontrar en el
planeta de partidos políticos que se confunden con el propio aparato del Estado que controlan con mano férrea. Porque, ojo, no estoy hablando de países donde no hay pluralidad política real o se manipula sistemáticamente las elecciones, como en el caso de Rusia o muchos países de Asia Central. No, hablo de países más o menos democráticos "de verdad". Claro que algunos dirán que me estoy centrando en
países poco desarrollados.
No obstante incluso los países modernos y “presentables” muestran a
veces funcionamientos un tanto extraños en lo tocante a su sistema político. En Irlanda dos partidos (el Fianna Fáil y el Fine Gael) se reparten el poder desde hace casi un siglo. En Singapur el People´s Action Party ha resultado el ganador en todas las elecciones generales celebradas en el último medio siglo. Mientras tanto en Italia,
antes de implosionar por sus problemas de corrupción e incluso connivencia con
la mafia, la Democrazia Cristiana fue
el partido más votado durante casi cincuenta años, prácticamente desde su
creación hasta su desaparición a principios de los años 90 del siglo pasado, momento este último en el que en cierta forma traspasó el testigo a un movimiento de "regeneración" de la vida política
encabezado por… Silvio Berlusconi.
Pero
hoy quiero que nos fijemos sobre todo en el caso de Japón. Allí el Partido Liberal Democrático (una traducción a términos occidentales
de su nombre original Jiyuminshuto o su
apelativo más coloquial Jiminto) ha
ostentado el poder casi de forma ininterrumpida (salvo durante cuatro años)
desde 1955 hasta hoy. Debido a ello podría incluso discutirse si realmente la
sociedad japonesa entendió y aceptó alguna vez el concepto de
democracia idealizado en Occidente, o bien en su momento se limitó a complacer a los vencedores de la
IIª Guerra Mundial, especialmente a los EE.UU., implantando en su territorio un
sistema político formalmente similar a una democracia, aunque luego en realidad en Japón el grueso de la
población se limite a usar las elecciones para “elegir” disciplinada y
periódicamente a las mismas élites de siempre (bueno, a las mismas no, más bien a sus
hijos y nietos) de cara a ocupar los puestos de dirección a la cabeza de la
colmena.
Esta
incómoda y un tanto bizarra cuestión, lejos de limitarse a dar sentido a la paranoia o los exabruptos de
un bloguero insignificante como yo, ha generado una cierta literatura entre politólogos y sociólogos.
De tal forma conviene detenerse en un libro, publicado a finales de los años 80 por el
periodista holandés Karel Van Wolferen, titulado en castellano El Enigma del Poder Japonés.
Contextualicemos.
Los años 80 eran la época en que todo el mundo pensaba que, ante el declive de
la ya por entonces moribunda URSS, Japón sería la próxima gran potencia capaz
de discutir la supremacía estadounidense en el mundo. Por ello abundaban las
publicaciones analizando el “milagro” japonés así como las peculiaridades de su
sistema socioeconómico e industrial (por ejemplo muy poco después se publicó
El caballo de Troya japonés, de Barrie G. James, otro libro emblemático sobre esas cuestiones). Por
supuesto, como todos sabemos, hoy tal moda ha sido sustituida por los debates y análisis sobre China, el vecino gigante de Japón. Pero esa es otra historia.
Sigamos. Lo que más llama la atención del estudio de Wolferen es que no se
centraba tanto en cuestiones puramente económicas o financieras como en analizar
el caparazón político y cultural que envuelve a todo lo anterior. En concreto
su análisis de las peculiaridades de esa maquinaria que es el sistema político
japonés planteaba un conjunto de ideas inquietantes.
A ese respecto, siempre según la opinión
de Wolferen, la parte visible, es decir la que se escenifica de cara a los
ciudadanos a través de las discusiones públicas y las elecciones periódicas,
constituiría en realidad apenas un decorado delante del que diversos grupos
de burócratas y élites empresariales, los auténticos dirigentes del país,
dirimen sus enfrentamientos a través de una serie de rituales y reglas más o
menos preestablecidas. Reglas no escritas. Por tanto, de cara a comprender cómo
funciona de verdad el “sistema” político y sus lazos con los grandes intereses
económicos que lo mueven desde la sombra, todo análisis que se quede en la
lectura de sus leyes o su Constitución apenas estaría tocando la superficie,
como la cortina de un teatro detrás de la que se realiza la representación, la
cual además no deja de ser sino eso, una representación pensada para entretener
y distraer al público.
Además un aspecto particularmente interesante del trabajo de Wolferen es sin
duda su opinión sobre el funcionamiento de la prensa japonesa y sus lazos con
el poder político. A fin de cuentas el periodista holandés, de cara a sostener
la veracidad de su teoría, se vio obligado a explicar una aparente
incoherencia: si supuestamente el sistema político japonés se halla
completamente corrompido y además los intereses que lo controlan también ejercen su influencia en los consejos directivos de todos los
medios importantes de televisión y prensa… ¿cómo es que periódicamente en tales
medios se publican informaciones revelando “escándalos” que a veces cuestan carreras políticas?
Parece una incongruencia. ¿Verdad?
De
cara a comprender lo anterior hay que tener en cuenta que según Wolferen el
conglomerado de intereses financieros y empresariales que mueven el “sistema”,
así como el conjunto de políticos que viven de venderse a dichos intereses y
encargarse de orientar el aparato estatal en la dirección más favorable a los mismos, no
conforman una unidad perfecta. Como no podía ser de otra forma nadie en
concreto maneja los hilos de la “conspiración”, ni hay un único jugador en la
mesa. El poder en Japón no es ejercido por una familia, movimiento, secta o
grupo concreto, sino que es el resultado de las luchas entre diversos actores
pugnando en función de diversos intereses y estrategias particulares.
De
tal forma lo que el ciudadano medio aprecia a través de los mass media y más en
concreto a través de la prensa, serían las consecuencias de las peleas
intestinas entre la gente que importa de verdad. Peleas e intereses invisibles a los ojos del individuo común.
Es
por ello que para Wolferen la prensa japonesa no tendría como
misión informar realmente, ni generar auténticos debates dando cabida a ideas u
opiniones que cuestionen de verdad un cierto consenso general. Al contrario. Todas
las “voces autorizadas” en realidad hablarían siempre, en el fondo, como una
sola voz, excepto en lo tocante a unas pocas “controversias” periódicas, siempre
de menor calado, gracias a las cuales se escenificarían ante los futuros
votantes las teóricas diferencias entre las opiniones políticas autorizadas.
Solo de cuando en cuando esa calma es rota por la revelación de grandes “escándalos”.
Pero en realidad esos escándalos no son tales en tanto que, desde mucho antes
de ser revelados ante la opinión pública, todo el espectro del poder, la prensa
incluida, conocería la verdad. Simplemente de vez en cuando, como consecuencia
de las disputas entre grupos de poder, o la caída en desgracia ante sus
compañeros de alguna figura política, la prensa es “autorizada” a revelar lo
que todo el mundo sabe, para así certificar el final de la vida política de tal
o cual personaje que deja de ser poderoso o siquiera necesario.
Por esa razón cuando un escándalo estalla, durante los días y las semanas
siguientes a ese momento, el público es sometido a una auténtica avalancha de información
salida de golpe de no se sabe dónde, la cual posiblemente llevaba almacenada en
dossieres mucho tiempo, años en algunos casos, esperando el visto bueno y la
oportunidad para ser publicada.
Todo
esto me interesa porque Wolferen plantea un modelo de “sociedad democrática
avanzada” según el cual la prensa, e incluso se podría teorizar que también el
aparato judicial, no funcionarían ni mucho menos como poderes independientes,
sino que operarían en realidad como meros tentáculos de una maquinaria mucho
más compleja al servicio de los grandes intereses que gestionan (bien o mal) el
país. De esta forma gran parte de las informaciones que la prensa publica no procederían en puridad del periodismo de "investigación" sino que responderían a filtraciones interesadas y, en consecuencia, la revelación de "escándalos" por parte de la prensa, o la consiguiente persecución judicial posterior de algunas corruptelas dentro de la clase política y
empresarial, no constituirían una prueba de la salud del sistema sino indicios de todo lo
contrario.
Es decir, la prensa y el aparato judicial no se dedicarían a jugar un papel de árbitros o de guardianes independientes del sistema, sino que en realidad (de forma consciente o no) funcionarían al servicio de las luchas de poderes e intereses en la cúspide del mismo, constituyendo por tanto meras herramientas o armas en las disputas entre unos grupos y otros. En determinados "sistemas democráticos" la opinión de periodistas, jueces y de los ciudadanos no constituye por tanto la esencia del mecanismo sino solo una pieza, a veces reemplazable, dentro de un engranaje muy complejo. A su vez el juego político se convierte así en la trama de una obra de teatro pensada para escenificar de cara al público cambios en las estructuras y las relaciones de poder entre grupos de burócratas, tecnócratas y hombres de negocios que, por otra parte, operan como auténticos clanes mafiosos, pero –y esto es muy importante de cara a las apariencias- sin recurrir a la violencia explícita, utilizando en cambio las reglas y mecanismos “del juego democrático” para eliminarse entre sí mientras el resto de la sociedad asiste al espectáculo, en silencio, ignorante del auténtico sentido de la obra de teatro que se desarrolla ante sus ojos, o bien impotente para hacer algo al respecto.
Es decir, la prensa y el aparato judicial no se dedicarían a jugar un papel de árbitros o de guardianes independientes del sistema, sino que en realidad (de forma consciente o no) funcionarían al servicio de las luchas de poderes e intereses en la cúspide del mismo, constituyendo por tanto meras herramientas o armas en las disputas entre unos grupos y otros. En determinados "sistemas democráticos" la opinión de periodistas, jueces y de los ciudadanos no constituye por tanto la esencia del mecanismo sino solo una pieza, a veces reemplazable, dentro de un engranaje muy complejo. A su vez el juego político se convierte así en la trama de una obra de teatro pensada para escenificar de cara al público cambios en las estructuras y las relaciones de poder entre grupos de burócratas, tecnócratas y hombres de negocios que, por otra parte, operan como auténticos clanes mafiosos, pero –y esto es muy importante de cara a las apariencias- sin recurrir a la violencia explícita, utilizando en cambio las reglas y mecanismos “del juego democrático” para eliminarse entre sí mientras el resto de la sociedad asiste al espectáculo, en silencio, ignorante del auténtico sentido de la obra de teatro que se desarrolla ante sus ojos, o bien impotente para hacer algo al respecto.
Y
llegados aquí yo me pregunto. ¿Esto os suena?. ¿Se os ocurre algún país europeo
donde como mínimo es posible pararse a pensar si algo similar podría estar ocurriendo, en este caso no en torno a un único partido dominante sino a un conglomerado de ellos? Porque a mí se me viene a la cabeza uno muy concreto.
En cierta forma siento además que la historia política reciente de ese país en el que estoy pensando me recuerda los momentos de mi infancia en que mi padre me contaba
el "cuento de la buena pipa". Veréis. Yo de pequeño adoraba a mi padre y nada me gustaba más que cuando al terminar el día me contaba algún cuento o alguna historia de su juventud, historias casi siempre inventadas o un poco exageradas. Me encantaban. Pero algunas noches, cuando yo me mostraba demasiado impaciente y él acaba de llegar de trabajar muy cansado y de mal humor, ocurría algo diferente. Él empezaba a preguntarme
"¿quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?". Yo respondía
que sí, por supuesto. Y él solo volvía a preguntar: "...que si quieres que
te cuente el cuento de la buena pipa". Y yo, un poco molesto, le decía que
sí nuevamente. A lo que él respondía repitiendo exactamente la misma pregunta como si no me hubiese
escuchado. Así hasta que me enfadaba y eventualmente, tras repetir el
ciclo nueve o diez veces, me cansaba y me daba por vencido.
En fin. Todo es opinable pero a título personal cada vez estoy más convencido de que nos
tienen calados, amigos. No son solo los chinos, o los polacos, me temo que a
estas alturas nos han cogido el truco en todas partes. También en Japón.
Puta
vida.
Como siempre, ayudando a definir la big picture; gracias.
ResponderEliminarAl margen de manipulación de medios y control de ciertos poderes, si echamos la vista atrás podremos ver que mucha de la élite política existente proviene de familia política. Sus padres y abuelos estuvieron involucrados de alguna manera con el poder (el que fuera en ese momento).
ResponderEliminarBrillante artículo, el análisis de la situación política japonesa y la similitud con la española está muy bien traído.
ResponderEliminarEn Japón lo mismo que en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. EEUU instauró regímenes políticos estables. No democráticos sino estables, que era lo que interesaba. Por medio de la oligarquía política se consigue estabilidad y la sensación de que se vive en una democracia.
ResponderEliminarPero para que haya democracia tiene que existir separación de poderes y representación política. Ni en España ni en Japón se elige nada en las elecciones. Los votos sólo sirven para legitimar el sistema.
A mi lo de Japón me suena a España, Italia, Alemania, Portugal, Bélgica ...
ResponderEliminarIba a decir Francia pero me tengo que acordar de Charles De Gaulle que dio un golpe de estado para destruir el regímen político oligarquico propiciado por EEUU. Era un patriota.
España, que no participo en la guerra, tuvo la oportunidad de librarse del sistema proporcional tras la muerte de Franco y dar así una lección a la "Democrática Europa". Fue una pena.
La culpa no es de EEUU sino nuestra,
Es que esto de la democracia liberal burguesa es un changuay muy bien montado.
ResponderEliminarSi de verdad queremos regir nuestro destino hay que acabar con la oligarquía y con el Estado.
Negras tormentas agitan los aires...
Ni democracia, ni liberal, ni burgues. En Europa lo que está montado es un régimen de partidos y su ideología es la Socialdemocracia. A las cosas hay que llamarlos por su nombre.
EliminarDurruti77... nubes oscuras nos impiden ver...
ResponderEliminarEsto se ha llenado de trevijanistas que creen saber lo que es la auténtica democracia.
ResponderEliminarLo que tú llamas trevijanistas lo único que hacen es querer un sistema de gobierno en el que sea el pueblo quien tenga el poder y no los partidos políticos, como hoy pasa en España y en Europa.
ResponderEliminarOjalá se llenara no solo este blog con ellos.
Poco más se puede decir sobre tu comentario.
Y a pesar de todo eso Japón continua siendo uno de los países con más altos indicadores socioeconómicos, un altísimo nviel educativo, altamente industrializado y #1 en producción tecnológica, sus ciudadanos tienen un nivel de disciplina y conciencia cívica inigualables y los niveles de criminalidad y corrupción (más allá de la Yakuza) son mínimos. Este país sigue siendo junto con Corea del sur, la excepción dentro del Asia y sus indicadores socioeconómicos rivalizan con los de EEUU u con los de los países mejor posicionados de Europa.
ResponderEliminarNo creo por otra parte que, por ejemplo, la democrácia estadounidense sea muy diferente a la de EEUU, por ejemplo; de donde se viene diciendo desde hace mucho que las instituciones del Estado no son más que un teatro de marionetas y que quienes en verdad mandan son los Getty, los rockefeller, los Ford, Goldman Sach, JP Morgan Chase...esa gente nunca va a responder por sus desmanes ante un estrado ni tienen freno a sus actividades ¿Qué tiene la democracia de EEUU de diferente al modelo Japonés según lo describe este periodista?
Y voy más lejos. Mi país es pobre y muy desigual y encima como no puede ser de otro modo su sistema democrático se ajusta perfectamente a ese modelo, es más diría que los japoneses y los de EEUU ni siquiera compiten en nuestra liga; por lo cual preferiría vivir en un país de democracia simulada, siempre y cuando tenga garantizados como ciudadano niveles óptimos de calidad de vida a uno de democracia perfecta donde tenga que vivir como Pedro Picapiedra o peor aún uno donde aparte de tener que vivir como trucutú en pleno siglo XXI tenga la misma democracia inperfecta o incluso peor que la japonesa.
Hay una anécdota de Ulises S. Grant en los tiempos en que era capitán del ejército de la unión, decían para desacreditarlo que era un borracho y cuando estos rumores llegaron a oídos de Lincoln, el preguntó que cuál era la marca de Whisky que consumía Grant y cuando le respondieron, ordeno que le dieran de ese mismo whisky a todos sus demás generales a ver si así igualaban los éxitos militares de Grant.
En el fondo es bastante popular esa idea de que mientras el poder político proporcione estabilidad y prosperidad el cómo lo hace no importa mucho. Es lo que también pasa en China. Y de hecho el que los dirigentes no tengan que preocuparse realmente de las variaciones a corto plazo del apoyo popular resulta bastante útil para desarrollar políticas a largo plazo.
EliminarQuizás es la democracia pura el modelo que se pondrá en cuestión en el futuro próximo. Quién sabe.