Antes de entrar en
materia me gustaría enmarcar lo que voy a comentar dentro de un proceso más
amplio. En concreto la formación a finales del s. XIX de una imagen tópica de la cultura
japonesa, o al menos de una cierta estética derivada de ella que luego sería difundida de forma global mediante los
mecanismos de la cultura de masas contemporánea. Esto último a través de muy diversos
medios, desde el cine a la pintura, pasando por el cómic o los videojuegos.
He dedicado alguna
entrada anterior a tocar aspectos tangenciales a todo ello y hoy voy a
hacerlo nuevamente ya que de cara a dicho proceso la fotografía decimonónica
tuvo una importancia nada despreciable.
Respecto a las
primeras fotografías tomadas sobre Japón hay que tener en cuenta un matiz esencial. El trabajo de los primeros fotógrafos foráneos que se instalaron en
el país estaba orientado hacia el consumo occidental, es decir a satisfacer el
ansia de conocimiento de sus compatriotas acerca de aquel exótico y misterioso
país. Y a ese respecto hablamos de una época en que las primeras imágenes que se
habían difundido en Europa y Norteamérica sobre Japón correspondían a estampas ukiyo-e las cuales habían puesto de moda diversos tópicos, ya que el ukiyo-e
como género pictórico no dejaba de estar basado en ellos. Frente a eso los primeros
fotógrafos occidentales hicieron poco por escapar a esa visión estereotipada
del país que había llegado a Occidente. Al contrario, la mayoría de aquellos fotógrafos se dedicaron a
reforzar dicha imagen folklórica de Japón ya que era la vía más lucrativa.
Por entonces Japón se
encontraba en pleno desmantelamiento del feudalismo en paralelo a una industrialización
acelerada. Lo anterior a su vez desencadenó un fuerte aumento demográfico, el éxodo de muchos campesinos hacia las ciudades y en consiguiente un intenso crecimiento de las mismas. Ciudades que implementaban por entonces en su seno infraestructuras modernas, todo ello en medio de un
proceso generalizado de occidentalización del país que alcanzó a todos los
órdenes de la sociedad. Pero esos aspectos no interesaban demasiado en
aquel momento a los consumidores de “postales” japonesas los cuales estaban
únicamente interesados en lo que pudiese quedar de la sociedad tradicional
antes que en imágenes reales del día a día de la población nipona del momento.
Con el tiempo cuando los
fotógrafos propiamente japoneses lograron hacerse un sitio la mayoría de ellos aceptaron
emular a los fotógrafos occidentales que habían sido sus maestros y habían
creado un mercado que funcionaba relativamente bien. Por ello también esa
primera generación de fotógrafos japoneses se dedicó prioritariamente a
elaborar fotografías que vender como “souvenirs”
a los turistas y comerciantes europeos y norteamericanos de paso por las
grandes ciudades del país. Eran tiempos donde la mayor parte de la población
japonesa no podía permitirse siquiera pagar el precio de un retrato, mientras que la
fotografía con finalidad etnográfica o documental apenas existía como concepto, por lo que la fotografía como “recuerdo” turístico centrada en lo pintoresco se
impuso durante varias décadas.
Este fenómeno de las
recreaciones de escenas de género con finalidad comercial no era una práctica desconocida
en los países occidentales, pero en el caso japonés lo que resulta peculiar es
que se convirtió en la base de la nueva industria fotográfica. Es decir, dicha industria en sus
primeros tiempos en Japón se dedicó fundamentalmente a producir imágenes para su
exportación, hasta que por fin a comienzos del s. XX el público, los periódicos
y el Estado japonés, empezaron a consumir fotografías en forma de retratos individuales o de grupo,
como imágenes de actualidad para ilustrar la prensa diaria en expansión, o de cara a utilizarlas como propaganda bélica. Entonces todo cambió. Pero, hasta ese momento, la primera etapa de la fotografía
japonesa se centró en satisfacer las demandas de un público extranjero que
vivía el furor de la moda del “japonismo” con sus derivaciones en la pintura,
la decoración de interiores, la música, o la literatura, a rebufo de óperas como El Mikado (1885) de Arthur Sullivan y novelas como Madame Chrysanthéme (1887) de Pierre Loti, la cual por cierto
más adelante daría lugar a Madama
Butterfly (1904), la conocida ópera de Puccini.
Como consecuencia de
todo ello la inmensa mayoría de las fotografías tomadas en
Japón en la segunda mitad del s. XIX responden a una serie de criterios muy
específicos. O bien se trata de “postales” de hermosos paisajes en la línea de
las estampas ukiyo-e, o bien nos encontramos frente a escenas de género recreadas normalmente
dentro de un estudio.
En cuanto a esas
escenas de género son fácilmente reconocibles por darse sobre fondo plano o, en
el mejor de los casos, dentro de un burdo decorado. Por otro lado en cuanto a su
temática resulta curioso comprobar la obsesión que se desarrolló por plasmar
determinados arquetipos asociados a la imagen de Japón (como puedan serlo en España
el torero o la bailarina vestida con traje de sevillana). Tal es así que los
fotógrafos del período intentaban con mayor o menor fortuna y acierto recrear en sus
estudios combates de sumo,
la mecánica de
trabajo tradicional de diversos tipos de artesanos,
o supuestos retratos de samuráis, a pesar de que dicha clase social hubiese a todos los efectos comenzado
su extinción en 1869.
Un ejemplo muy
curioso de lo falso y mecánico de todo esto se puede ver a través de la
obsesión que despertaban en los compradores occidentales, y por tanto entre los fotógrafos encargados de satisfacer la consiguiente demanda de imágenes,
los diversos tipos de palanquines japoneses del momento. A través de las
fotografías de los mismos casi es posible apreciar el proceso de perfeccionamiento
técnico, desde fotografías muy burdas frente a un fondo oscuro, a otras usando
ya decorados pintados con paisajes para dar la sensación de que eran tomadas al
aire libre, hasta finalmente llevar a cabo los posados en el exterior de los
estudios fotográficos con el fin de ganar en realismo.
Aunque sin duda el
tipo de escenas más requeridas fueron las dedicadas a plasmar a mujeres
japonesas durmiendo, acicalándose o
vistiéndose, por su componente erótico en aquel momento. Un tema ligado nuevamente
a la pintura ukiyo-e que tuvo su traslación efectiva a la fotografía y luego a otros géneros siempre fascinando por igual a los occidentales.
En general todas
estas fotografías que de forma muy evidente se tomaron en estudios, frente a cortinas o fondos planos, o dentro de decorados, o se realizaron en exteriores
pero como posados, considero que no poseen demasiado valor. Al
final de esta entrada os dejo una amplia galería con este tipo de imágenes, todas muy
bonitas, pero que en realidad carecen de vida, de verdadera espontaneidad, y por tanto de auténtico valor histórico. Si las
comparáis con las de la anterior entrada que he dedicado a este tema, o con las
de la entrada que voy a añadir dentro de unos días, veréis que existen claras
diferencias. Como si algo fallase. Curiosamente, y no solo respecto al caso de
Japón, las imágenes que son más fáciles de encontrar en la red, porque son las
que más abundan, son las pertenecientes a este tipo de fotografías-tópico.
En cambio lo que yo
he intentado muy trabajosamente a lo largo de los dos últimos años es sustraerme en lo posible a todo eso y recopilar un cierto fondo fotográfico sobre
el mundo contemporáneo, en el momento previo al triunfo definitivo de la industrialización y
el urbanismo modernos, a través de imágenes de buena calidad pero que muestren realmente la vida cotidiana en la calle, la fisonomía de las ciudades, de la
actividad comercial, de los restos arquitectónicos a finales del s. XIX, evitando precisamente las imágenes de estudio o los posados con actores
disfrazados con trajes tradicionales y ese tipo de cosas que en realidad
estaban a la orden del día entre los fotógrafos de finales de aquel siglo. Si
repasáis las entradas que he dedicado a China, a Corea, a la India, el Cáucaso, Irán, o al Sureste asiático de estos tiempos, pienso que en parte lo he
logrado. A través de los cientos de fotografías que he recopilado, tras escoger entre muchas
docenas de miles de imágenes sin
la calidad o el interés que juzgo necesarios, se puede en cierta forma sentir
la vida y viajar al pasado.
Lo interesante del
caso japonés es que, pese a ejemplificar lo peor de ese defecto inherente a la fotografía
decimonónica, mayormente falsa e impostada (como lo son también, por cierto, la mayor parte
de las fotografías que se toman en la actualidad y se suben a las redes
sociales) resulta que igualmente es un país que tiene la capacidad de
ofrecernos lo mejor de ese tipo de fotografía. En la medida en que la industrialización
japonesa fue relativamente tardía es posible encontrar entre las imágenes
tomadas en aquella época algunas fotografías de un exotismo veraz, de un mundo
anterior que todavía no se había apagado por completo en 1890 o 1900. Aunque
para eso hay que rebuscar mucho. Como digo intentaré demostraros algo de lo que digo en una próxima entrada la cual espero que os sorprenderá.
Entre las de los samurais, me quedo con el que está haciéndose el hara-kiri. Pero si se le ve hasta la sangre, y el tío está todo serio y ni le duele ni nada. Aunque el mejor es el cara-cartón que tiene al lado, que le mira sosteniendo la espada en alto como diciendo: "si no te mueres, te mato!"
ResponderEliminarGenial como siempre.