Cada
amuleto, cada pulsera de cuentas, incluso la ropa usada por un guerrero indio
como él está imbuida de poder espiritual.
"The man in the high
castle", episodio octavo.
Acaba de inaugurarse una exposición en el
Thyssen titulada La Ilusión del Lejano Oeste compuesta por pinturas, fotografías,
grabados, esculturas, libros, tebeos, carteles cinematográficos y demás
elementos evocando la imaginería sobre el Far West estadounidense. Va a estar abierta hasta febrero del próximo año y en mi caso, a rebufo de esa noticia de actualidad, quiero comentar una
cuestión puramente pictórica.
Vamos a ver, como todos sabemos existe una imaginería del “salvaje Oeste” que ha quedado instalada en el subconsciente
colectivo global gracias al cine norteamericano y sus famosos westerns. A ese respecto es bien
conocido igualmente que parte de la visión del pasado mostrada por dichos productos
constituye un puro cliché, no es realista ni responde a una fiel representación
de la realidad histórica, sino más bien a la plasmación en pantalla de mitos y
de una cierta estética más imaginaria que real.
De cara a rastrear un
origen para esos tópicos se ha mencionado frecuentemente un subgénero de la
literatura de aventuras de finales del s. XIX y principios del XX compuesto por
relatos “del Oeste” escritos por periodistas sensacionalistas en un primer momento y luego por literatos un poco más serios como Owen Wister, o el
alemán Karl May. A su vez dichos folletines serían en cierta forma herederos de obras
anteriores, de principios del s. XIX, escritas por autores de más calidad, como James Fenimore
Cooper o Washington Irving.
No obstante todo eso deja de lado algo muy importante: la existencia, en paralelo a lo anterior, de una amplia gama de pintura historicista, la cual se desarrolló fundamentalmente a lo largo del s. XIX, dedicada a
“recrear” el mundo de la frontera estadounidense, muy particularmente el de las
sociedades nativas, frecuentemente en términos un tanto idealizados.
Pues bien, en buena
medida es de ese subgénero de pintura (hoy prácticamente olvidado y desde
luego muy desconocido fuera de los EE.UU.) de donde bebió para inspirarse parte
de esa literatura que he mencionado y de donde posteriormente sacaron muchas
ideas los productores y encargados de vestuario de algunos westerns,
incluso privilegiando dicha pintura sobre la propia fotografía histórica como
fuente. Por ello voy
a hablaros hoy de ese subgénero pictórico.
A ese respecto uno de los primeros
autores que hemos de tener en cuenta es Charles Bird
King (1785-1862) un retratista estadounidense que realizó casi centenar y
medio de retratos de indios esencialmente entre los años 1822 y 1842.
Otro de los pioneros en
el interés por el mundo de la frontera y los pueblos nativos que en aquel
momento habitaban tras ella fue George Catlin (1796-1872) un pintor
estadounidense que también se especializó en retratos de nativos americanos, sobre todo a partir de diversos viajes a las grandes praderas, llevados a cabo durante los
años 30 de aquel siglo, acompañando al general William Clark.
Por su parte John
Mix Stanley (1814-1872) fue esencialmente un pintor de paisajes que
recorrió el Oeste americano, en aquel entonces todavía en parte un territorio sin
colonizar, durante los años 40 y primeros años 50, fruto de lo cual realizó
posteriormente varios cientos de pinturas retratando la geografía y las gentes
de aquellas regiones. Aunque desgraciadamente parte de su extenso trabajo se
perdió debido a un incendio ocurrido en 1865.
A ese grupo de pintores
nacidos en los mismos EE.UU. habría que añadir la aportación
realizada por inmigrantes o por pintores europeos que se desplazaron hasta
Norteamérica en aquellas décadas. Caso de Johann Carl
Bodmer (1809-1893) un ilustrador y litógrafo suizo que viajó por
territorios de Ohio y Missouri entre 1832 y 1834 acompañando al príncipe
Maximilian zu Wied-Neuwied. Producto de dicho viaje Bodmer pintó numerosas
acuarelas que influenciaron de forma importante la imagen que los europeos de la época se hicieron de los
amerindios.
Por otra parte hay que
considerar también el trabajo de Karl Ferdinand Wimar (1828-1862) un
inmigrante de origen alemán establecido en los EE.UU., concretamente en la zona
de Missouri, el cual se especializó durante los último años de su vida en la realización de pinturas sobre los nativos americanos.
Finalmente es necesario
citar a Paul Kane (1810-1871) un pintor canadiense de orígenes
irlandeses que se hizo famoso por sus cuadros representando nativos del Oeste
del Canadá, zona a lo largo de la cual viajó entre 1845 y 1848; siendo también autor de algunas
pinturas sobre amerindios de la zona de Oregón en los EE.UU.
Ahora bien, llegados aquí, a todo ese primer bagaje habría
que añadir como complemento los trabajos de autores pertenecientes a la llamada Escuela del Río Hudson. Un
movimiento artístico constituido por pintores estadounidenses influidos por corrientes románticas europeas y por la estética
de la pintura paisajista británica del período. Todos ellos se dedicaron a
pintar entre los años 20 y 70 del s. XIX escenas mostrando escenarios naturales
no del Oeste sino del Noreste de Norteamérica (por otra parte el centro neurálgico de los
EE.UU. en aquel momento).
Debido a ello no es que estos artistas aportasen nada de forma directa respecto a la imagen de los pueblos nativos americanos o la vida en la frontera durante el período, pero indirectamente asentaron el gusto por una cierta pintura de espacios naturales y de la vida salvaje entre la sociedad estadounidense del momento (tal es así que aún hoy en día muchos de esos cuadros decoran por ejemplo la Casa Blanca), a la vez que ayudaron a un progreso en la técnica y la calidad artística de la pintura estadounidense, hasta entonces bastante por detrás de la que se realizaba en Europa. Todo lo cual se iba a reflejar con el tiempo en las obras de autores más interesados por las sociedades nativas y la vida en las grandes praderas en la línea de los que he venido citando. Se preparaba así el momento de madurez de ese último subgénero pictórico. Una madurez que llegó fundamentalmente de la mano de dos artistas.
Debido a ello no es que estos artistas aportasen nada de forma directa respecto a la imagen de los pueblos nativos americanos o la vida en la frontera durante el período, pero indirectamente asentaron el gusto por una cierta pintura de espacios naturales y de la vida salvaje entre la sociedad estadounidense del momento (tal es así que aún hoy en día muchos de esos cuadros decoran por ejemplo la Casa Blanca), a la vez que ayudaron a un progreso en la técnica y la calidad artística de la pintura estadounidense, hasta entonces bastante por detrás de la que se realizaba en Europa. Todo lo cual se iba a reflejar con el tiempo en las obras de autores más interesados por las sociedades nativas y la vida en las grandes praderas en la línea de los que he venido citando. Se preparaba así el momento de madurez de ese último subgénero pictórico. Una madurez que llegó fundamentalmente de la mano de dos artistas.
Por un
lado Frederic Sackrider Remington (1861-1909). La obra de Remington
resulta clave por varias razones. Para empezar porque asentó el abandono de la
visión digamos etnográfica que había caracterizado a los autores anteriores,
interesados en retratar de forma más o menos genuina (aun con sus errores
producto del desconocimiento) las formas de vida ancestrales, las costumbres y
los ropajes de los nativos americanos. Remington no estaba particularmente
interesado en el realismo antropológico, el no pintaba para grandes salones o
para ilustrar publicaciones académicas de Geografía sino para un público más
amplio que ya empezaba a leer folletines del Oeste y fantasiosos retratos en
prensa sobre el "Far West", el cual se hallaba en su momento de “esplendor” a la vez que avanzaba
imparable la colonización violenta de dichos espacios. De esta forma
Remington empezó a interesarse también por representar cowboys, pioneros, y a la caballería
americana patrullando la frontera. Así, como resultado de todo ello, Remington asentó o directamente inventó muchos de los clichés que por aquel tiempo
reflejaron también las novelas “del Oeste” y que luego, décadas después,
saltaron al cine y al mundo del cómic.
El segundo artista al que me refería es Charles Marion Russell (1864-1926),
prolífico autor que llegó a realizar más de 2.000 pinturas de indios, cowboys y paisajes del
Oeste.
Esos
dos autores lograron un gran éxito y asentaron todo un imaginario, el cual sería
complementado por otros artistas en aquella décadas finales del s. XIX e iniciales del s. XX. Destacando entre ellos John Hauser (1859-1913), dedicado a este tipo de pintura desde 1891.
Así como
también Charles Schreyvogel (1861-1912) un descendiente de inmigrantes
alemanes que se convirtió de forma autodidacta en pintor y trabajó en New
Jersey especializándose en la temática del Oeste pese a no conocer apenas aquella
parte del país.
Más calidad poseía la
obra de Elbridge Ayer Burbank (1858-1949)
que recuperó la ya por entonces vieja tradición de realizar retratos de
ancianos jefes indios derrotados (pese a que desde hacía tiempo esa tarea se realizaba con cámaras fotográficas) dejando como legado más de 1.000 retratos de nativos
americanos pertenecientes a un amplio espectro de unas 125 tribus diferentes.
Todos
ellos junto con Joseph Henry Sharp (1859-1953) o Joseph Jacinto
"Jo" Mora (1876-1947), un dibujante e ilustrador de orígenes
uruguayos, legitimaron definitivamente y dieron prestigio y popularidad a un género de grandes pinturas, pero también de ilustraciones para publicaciones
populares, que desde entonces quedó definitivamente asentado en la cultura
estadounidense.
Tal es
así que en adelante, durante todo el resto del s. XX y hasta la actualidad, otros autores
de menor prestigio, talento y renombre, han mantenido viva la producción de pinturas (e incluso esculturas) que en cierta forma juegan, recrean o bien actualizan periódicamente, los clichés
establecidos sobre el Oeste, los cowboys y los nativos americanos.
Es el caso de James Kenneth Ralston, John Ford
Clymer, William Langdon Kihn, Arthur Roy Mitchell, Earl W. Bascom y muchos
otros cuya obra resulta en algunos casos, sobre todo a medida que nos acercamos
al presente, un tanto anacrónica, rancia o vulgar, pero que aún resulta muy
valorada por ciertos sectores en los EE.UU. (ese país donde la alta cultura y la producción para las masas se mezclan en muchas ocasiones de forma
indistinguible).
Como sugerencia de buenas excursiones para ver arte americano:
ResponderEliminar--El Buffalo Bill Center of the West en Cody (Wyoming). En realidad son cinco museos en uno. A parte del material dedicado a Buffalo Bill destaca el Whitney Western Art Museum, con una muy buena colección.
http://centerofthewest.org/
Y dos en Fort Worth (Texas):
--El Amon Carter Museum of American Art, con una colección riquísima:
http://www.cartermuseum.org/
--La colección de Sid Richardson, especializada en Remington y Russell:
https://www.sidrichardsonmuseum.org/
Merece la pena el viaje!
Saludos,