lunes, 19 de enero de 2015

El Cristo transformista y las vírgenes barbudas


No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es ante Yahveh tu Dios cualquiera que esto hace.

Deuteronomio 22:5

- Dios no es viejo, ni joven, ni hombre, ni mujer, ni blanco, ni negro...
    - No, ese es Michael Jackson, padre.

    Ricardo Darín hablando con un párroco en "El hijo de la novia". 


                                            


Hace unas semanas se realizó la prueba del Carbono-14 al supuesto cráneo de San Lucio, un obispo romano del s. III cuya calavera constituye una de las escasas reliquias en poder de la Iglesia luterana de Dinamarca. Sin embargo los resultados arrojados por dicho análisis fueron que el cráneo conservado actualmente en la catedral de Roskilde -el cual lleva venerándose en el país nórdico más o menos desde la Baja Edad Media- en realidad procede de un hombre que murió en algún momento del período entre los años 340 y 431 de nuestra era. Eso es un problema ya que el San Lucio histórico falleció en el año 254.  

En general puede decirse que si bien el universo de creencias religiosas cristianas posee huecos y puntos débiles de diverso tipo su etapa más inconsistente ante los ojos de un analista riguroso es la época medieval (por ello el problema concierne particularmente a las creencias de católicos y ortodoxos). Lo cierto es que durante la etapa feudal europea, por diversas razones en las que no voy a entrar, se sucedieron múltiples cambios doctrinales en el seno de las dos grandes iglesias cristianas: la Iglesia católica en Occidente y, ya bien entrada la Edad Media, también en la escindida Iglesia ortodoxa de Oriente. Esos cambios implicaron la incorporación al culto, muchas veces sin ningún control o verificación alguna, de abundantes dogmas, reliquias, e historias de supuestos mártires y santos que actualmente no resisten el más mínimo análisis. Precisamente hoy, aquí, vamos a recuperar uno de esos casos, el cual me llama la atención especialmente por su carácter pintoresco y porque hasta hace apenas unas décadas fue aceptado dentro del santoral católico pese a la evidente inconsistencia de su base histórica.

En concreto vamos a repasar los orígenes del culto a una pretendida santa. Supuestamente Wilgefortis, que así se llamaba nuestra heroína, era la hija de un rey portugués del medievo. Siempre según la leyenda, Wilgefortis profesaba una fuerte fe cristiana (a diferencia de sus padres que eran paganos) y por ello había hecho en secreto un voto de castidad. Sin embargo llegada a la adolescencia su padre dispuso que se casara con un rey musulmán de Sicilia. Obviamente Wilgefortis no deseaba tal matrimonio y rezó suplicando un milagro que la convirtiera en repulsiva a los ojos de su prometido para así salvaguardar su virginidad. En respuesta a sus oraciones Dios hizo que le creciese la barba lo que inmediatamente disminuyó el interés del indeseado pretendiente en cuanto a obtener su mano. Por desgracia tras la consiguiente ruptura del compromiso nupcial el padre de Wilgefortis, furioso por todo lo ocurrido, hizo que la crucificasen, convirtiéndose así Wilgefortis en una virgen mártir. 

Por supuesto nada de lo anterior sucedió realmente, toda esa historia es completamente falsa, empezando por el hecho de que Portugal nació como reino independiente cuando el catolicismo estaba completamente asentado entre las élites del territorio y consiguientemente no existen reyes paganos en la historia de Portugal. No obstante el culto a esa Wilgefortis ficticia sí fue muy real y a finales de la Baja Edad Media se extendió particularmente por el Sur de Alemania y zonas próximas (de ahí, por cierto, que el nombre de Wilgefortis no parezca muy portugués que digamos ya que al inventarse este mito en Europa Central dicho nombre vendría a ser una simple derivación germanizada del latín “virgo fortis”). Así pues nos encontramos una vez más ante la sempiterna y fascinante cuestión: ¿cómo surge, se difunde y se reafirma entre miles, cientos de miles, o incluso millones de personas, una fervorosa creencia en algo completamente falso y, además, profundamente ridículo?. En este caso la respuesta a esa pregunta no tiene desperdicio. 

De hecho hoy sabemos que todo partió de una confusión iconográfica. Durante la Alta Edad Media en Italia, debido a la influencia del cercano mundo bizantino, surgieron algunas representaciones de Cristo vestido con maneras orientales. Particularmente el Volto Santo de la ciudad de Lucca (imagen de la derecha).

Con el tiempo, sobre todo a partir del s. XII, artesanos itinerantes que emigraron hacia el Norte cruzando los Alpes reprodujeron el estilo de dichos crucifijos en zonas como Baviera o Tirol. Pero en esos territorios -donde se había olvidado, o más probablemente se desconocía por completo el origen bizantino y el sentido de ese tipo de iconografía- la población de fieles se encontró de pronto ante la duda de por qué Cristo vestía de una forma tan “rara” y que en aquellas regiones era considerada como apropiada solo en el caso de mujeres. A fin de cuentas mientras en zonas bizantinas se mantuvo largo tiempo el uso de túnicas (o al menos la memoria de que habían sido empleadas en el mundo antiguo en tiempos de Cristo) en el Occidente de Europa ya desde época tardoromana se había ido extendiendo entre los hombres el uso de versiones primitivas de los actuales pantalones, unas prendas ya ampliamente usadas con anterioridad por los galos o los germanos.

En consecuencia los fieles que vivían en aquellas regiones del Sur de Alemania  tuvieron que enfrentarse de golpe, como se ha dicho, a diversas representaciones donde aparecía Cristo crucificado y vestido de una forma que en esas zonas se interpretaba como un tanto andrógina. Dado que evidentemente Cristo no era, no podía ser, un “afeminado”, se imponía una explicación “lógica”. Pero claro en la Edad Media la “lógica” funcionaba de una forma muy poco lógica en tanto que teológica (y perdonad el juego de palabras). Nació así, de forma completamente inventada pero muy oportuna, la leyenda de que aquellas figuras no eran representaciones de Cristo crucificado sino de una mujer con barba que también había sido crucificada. Problema solucionado. ¿Y quién era esa mujer?. Pues obviamente una santa. Una santa barbuda eso sí. Nacía así Wilgefortis, cuya imaginaria historia poco a poco se fue enriqueciendo con detalles y difundiéndose por toda Europa occidental, lo que a su vez implicó que en nuevas regiones geográficas empezasen a elaborarse más y más representaciones de esa extraña santa barbuda en ocasiones cambiándole el nombre. Pero, eso sí, en estos nuevos casos añadiendo a esas representaciones ropajes y adornos cada vez más femeninos para dejar bien claro que se trataba de una mujer y no de Cristo. Por ejemplo en Cataluña existe la tradición de una cierta Santa Múnia, la cual no dejaría de ser una versión local de este mito.

Además llegados a ese punto la biografía (ficticia) de la tal Wilgefortis empezó a mezclarse y confundirse con la de otras santas poseedoras de un pasado histórico más o menos real, según casos. Así, en lo tocante a la Península Ibérica, la leyenda de Wilgefortis se solapó con la de una supuesta santa del s. II llamada Liberata o "Librada".

Finalmente, para complicar aún más las cosas, en época contemporánea no han faltado quienes han pretendido encontrar en esas extrañas representaciones afeminadas de una crucifixión propias del medievo la prueba de que en el fondo existió dentro de la Iglesia primitiva un secreto culto sincrético dedicado a Astarté o quizás a alguna diosa de la fertilidad femenina primigenia. También hay interpretaciones más en la línea “científica” que hablan de plasmación en la iconografía medieval de supuestos problemas de anorexia, transexualidad o vaya usted a saber. Pero, como he intentado contaros, al final la realidad es bastante más simple, grotesca y vulgar (como casi siempre).

De hecho la mayor parte de santos y dioses que existen en la mente de los humanos (al igual que las historias de héroes legendarios o monstruos mitológicos) son meros productos, en primer lugar, de la invención pura y dura. Pero llegado un punto, mientras determinadas creencias van siendo descartadas debido a la evolución histórica, otras alcanzan una longevidad y unos niveles de difusión que les hacen cobrar vida propia. Gracias a ello ese último tipo de creencias comienzan a evolucionar y adaptarse a los cambios sociales casi de forma autónoma. De esta forma cada nueva duda que surge entre sus creyentes -como respuesta a las obvias confusiones y olvidos de los postulados iniciales de la doctrina con el paso del tiempo- conlleva a su vez nuevos ajustes en forma de matizaciones y dogmas a incorporar para mantener el edificio doctrinal en pie. A partir de ahí el proceso de ajuste y añadido de nuevos datos inventados que solventen las dudas y fallos de los antiguos es un mecanismo que se retroalimenta. Consiguientemente, en adelante, agregar nuevos datos, si bien soluciona problemas, también crea nuevas grietas e incongruencias potenciales en el seno del dogma, las cuales tendrán que ser cubiertas a su vez con el añadido de más datos o interpretaciones que con el tiempo generarán nuevas dudas y problemas. Y así ad infinitum… hasta que el edificio doctrinal colapse. Lo más interesante de este proceso es que no se precisa la ayuda de ninguna divinidad. No hay nada sobrenatural en todo esto. Son los hombres, o más bien sus mentes y los prejuicios e intereses que anidan en ellas, quienes hacen todo el trabajo.    

                       

3 comentarios:

  1. Vaya chabacanismo, uno ve casi con buenos ojos los sacrificios humanos aztecas comparando con con esto.

    Nos deja con la miel en los labios en cuanto al por qué de esa apertura doctrinal medieval. Lei que la madre de Agustin de Hipona era asidua a "misas" de Santos de la época prohibidas en algún Concilio, no de facto ya que eran muy populares, debido a que se convertian en orgias por el alcohol que se consumía en ellas. Esta claro que no hay nada mejor que iniciar el bulo al menos no das muchas explicaciones y mojas más

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  2. Como siempre un placer leerte, me pregunto si tendrá algo que ver con la creencia popular de que las portuguesas tienen bigote o no se depilan, o bien es pura casualidad.
    saludos!

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    1. eso fue por las esclavas negras lampiñas. Para distinguirse.

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