El hombre es en el fondo un animal salvaje,
una fiera. No le conocemos sino domado, enjaulado en ese estado que se llama
civilización. Por eso retrocedemos con terror ante las explosiones accidentales
de su naturaleza. Que caigan, no importa cómo, los cerrojos y las cadenas del
orden legal, que estalle la anarquía, y entonces se verá lo que es el hombre.
Arthur
Schopenhauer
En mi última entrada hablé de fascistas, de nazis y de intelectuales.
Pero lo hice desde mi tradicional perspectiva pesimista. Por ello me centré en
los vínculos, en muchos casos hoy olvidados, de diversos intelectuales europeos
con el totalitarismo de ultraderecha en auge durante la época de entreguerras del siglo XX. Sin embargo falta una parte de la historia. Una parte al menos parcialmente
positiva. Una parte que nos remite a ese pequeño espacio de bondad que siempre
ha existido, pese a todo, en el alma humana. Me refiero a la otra cara de la
moneda, a los miles de intelectuales que no comulgaron con el fascismo
o el nazismo, algunos de los cuales acabaron nutriendo por ejemplo la Exilliteratur. Aunque para hacer eso me voy a centrar, como hilo conductor, en la historia del pobre tipo que los salvó a casi todos y del que, por
supuesto, hoy no se acuerda nadie.
Varian Mackey Fry nació en Nueva York a mediados de octubre de 1907 en una
familia de clase media alta pero bastante disfuncional. Su madre alternaba las
estancias en casa con los ingresos hospitalarios debidos a problemas “emocionales”
y su padre estaba siempre ausente, trabajando. Por ello el joven Varian fue
prácticamente criado por dos de sus tías y un abuelo.
Más allá de lo anterior su
infancia y juventud transcurrieron sin sobresaltos a caballo entre diversas
escuelas de Connecticut y New Jersey. Luego, más adelante, fue admitido en
Harvard y durante su etapa universitaria empezó a interesarse por la
literatura. También entonces conoció a la que sería su esposa Eileen.
Finalmente se graduó en 1931
y recién casado empezó a buscar trabajo en los complicados años de la Gran
Depresión. Debido a ello termino por alternar ocupaciones como periodista y
escritor al servicio de diversas publicaciones no muy importantes, mientras su
mujer impartía clases en una escuela para redondear los ingresos de la familia.
Es en relación con esas labores de periodista como, en mayo de 1935, Varian realizó un viaje a Alemania por cuenta de
un semanario de nombre The living age.
La experiencia le impresionó tanto que al final Varian acabó por pasar tres
meses en Berlín. Durante ese tiempo tomó nota de primera mano acerca de lo que
estaba ocurriendo en Europa, a la vez que desarrolló un profundo odio
hacia el movimiento nazi, especialmente debido al trato que dispensaba a la
población judía.
De tal forma, a su regreso a
los EE.UU., el interés por la situación política en el Viejo Continente ya no le abandonó y
en los años siguientes continuó publicando artículos acerca de ello, siempre advirtiendo
sobre el auge del totalitarismo en diversos países, aunque a la mayor parte
de sus escasos lectores no era un tema que les importase demasiado todavía en
aquel momento.
Así hasta que en 1939
estalló la guerra en Europa y a mediados de 1940 Francia resultó derrotada
militarmente y buena parte de su territorio fue ocupado por las tropas alemanas.
Debido a lo anterior, el 22 de junio, en Rethondes, se firmó un ominoso armisticio y poco
después en el Sur del país se instaló un gobierno ultraconservador, con el
tiempo directamente colaboracionista con los alemanes, que nosotros conocemos bajo la denominación de "régimen de Vichy".
Lo que nos interesa es que
uno de los artículos de aquel tratado de alto el fuego entre la Alemania nazi y
la decadente Francia del momento, el número diecinueve en concreto, obligaba al
Gobierno francés a “entregar, cuando se le solicite, a cualquier nacional designado
por el Gobierno del Tercer Reich”. Punto especialmente pensado para que el régimen
nazi pudiese apresar a cualquier opositor o disidente que pretendiese
refugiarse en aquella zona teóricamente “independiente”.
Pues bien. Tres días después de la firma en Rethondes
de ese acuerdo, en una habitación del hotel Commodore de Nueva York, se
reunieron diversos miembros de varias asociaciones políticas y culturales
estadounidenses comprometidas ya por aquellas fechas en una cierta lucha contra
la Alemania nazi. El objetivo era crear una especie de comité para ayudar a los
refugiados que comenzaban a afluir hacia el Sur de Francia huyendo del avance
alemán. Y una de las decisiones fue enviar a un hombre sobre el terreno.
Alguien que pudiera desenvolverse en medio de aquel caos, que empezase a enviar
información y a ser posible facilitase ayuda sobre todo a intelectuales
destacados por su oposición al fascismo ubicados en Francia, los cuales tras la
firma del acuerdo de Rethondes quedaban en riesgo de ser rápidamente reprimidos
o arrestados. El elegido tenía que ser alguien que hablase alemán y también,
por supuesto, francés, preferiblemente joven y comprometido con el proyecto y el
ideario antifascista. Alguien como un periodista de treinta y dos años que convenció a
todos con sus buenas maneras, su vehemencia y su disponibilidad. Ese hombre
era, como habréis adivinado, Varian Fry. Un hombre culto pero corriente
que se aprestaba a salir del anonimato para vivir el momento cumbre de su vida.
Y en pocas palabras es así como, tras despedirse de su
mujer, a la que el proyecto con el que se había comprometido su esposo no le hacía
ninguna gracia, Varian se embarcó con dirección a Marsella, ciudad a la que
llegó el 13 de agosto de ese año 1940. Llevaba encima 3.000 dólares y una lista con unos doscientos nombres de objetivos
prioritarios a los que debía localizar y prestar toda la ayuda posible para
abandonar el país si así lo deseaban.
Nada más arribar a la ciudad Varian se registró en el
Hotel Splendide y tras dejar en la
habitación sus escasas pertenencias hizo una primera visita a la embajada
estadounidense donde pronto se dio cuenta de que no iba a encontrar demasiada
cooperación.
En aquel momento el Departamento de Estado de su país
aún era mayoritariamente proaislacionista y la línea de actuación oficial era no
inmiscuirse en el conflicto europeo, reconocer al gobierno de Vichy, no
indisponerse frontalmente con él ni tampoco con el gobierno alemán, y por tanto
lavarse las manos y no facilitar visados a personas que pudieran generar luego
protestas diplomáticas desde esos países. Por otro lado los burócratas del
consulado eran en general bastante conservadores y hostiles a conceder
demasiados visados de golpe para no “saturar de inmigrantes” su país. Además muchos entre ellos aún no comprendían o no querían comprender la excepcionalidad de los
acontecimientos y el cariz ideológico que estaban tomando. En consecuencia el único funcionario
estadounidense destinado en la zona que se mostró dispuesto a ayudar a Varian fue un
tal Hiram Bingham IV, a la sazón hijo del descubridor de las ruinas de Machu
Picchu.
Pero eso no era suficiente. En realidad el propio
procedimiento para salir de Francia era en aquel momento una pesadilla
burocrática. A fin de cuentas resultaba imprescindible conseguir un visado de salida
de Francia como formalidad previa a lograr un visado para entrar en los EE.UU. Y
la posibilidad de conseguir esos visados de salida franceses era muy baja. Pese
a que habían pasado varios meses desde el fin de las operaciones militares en el
país reinaba aún el caos por aquel entonces, lo que entre otras cosas afectaba a la burocracia haciéndola aún más lenta que de costumbre. Además los visados expiraban muy
rápidamente y para cuando se obtenía un visado estadounidense autorizando la
futura entrada en los EE.UU. era habitual que el visado de salida de territorio
francés ya hubiera caducado, con lo que había que volver a empezar el kafkiano
proceso.
Por último los pocos funcionarios que se encargaban de
ese tipo de operaciones en el lado francés estaban atenazados por la cautela y el
miedo de indisponerse con los alemanes si autorizaban la salida de alguien a
quien buscasen los servicios de seguridad nazis, lo que alargaba y complicaba
el proceso haciendo en última instancia virtualmente imposible obtener en el
debido tiempo un visado de salida francés, uno de llegada estadounidense y asimismo un
pasaje en alguno de los escasos barcos que abandonaban el puerto cada cierto
tiempo. Si además el trayecto implicaba huir por tren a través de España
resultaba necesario conseguir también una visa de tránsito por aquel país algo
de lo que a veces los viajeros se enteraban una vez cruzada la frontera, donde
eran devueltos a Francia para volver a comenzar aquella pesadilla. De hecho eso
es lo que motivó el suicidio en Portbou, en Cataluña, del filósofo judío Walter Benjamin a
finales de septiembre.
Por tal razón, aunque a los dos días de llegar a su
hotel Varian entró en contacto con el matrimonio formado por el novelista checo Franz Werfel y la compositora Alma Mahler, no
fue sin embargo hasta finales de octubre que consiguió hacerles cruzar la
frontera con España, junto a Heinrich
Mann -hermano del famoso escritor-, su mujer, y su sobrino, Golo Mann, llamado a convertirse con el
tiempo en un importante historiador.
Tras comprobar que mediante los procedimientos oficiales todo avanzaba demasiado lento Varian decidió
conseguir documentación falsa a las personas antes mencionadas y para ello recurrió a un viejo funcionario de
origen checo llamado Vladimir Vochoc el cual se prestó a proporcionarle algunos visados e informarle de en qué lugares de la ciudad se podían comprar en aquel
momento pasaportes y otros documentos a través del mercado negro.
Más adelante, en vista del éxito de la operación y gracias a los nuevos conocimientos y contactos
adquiridos, Fry decidió aumentar la escala de sus actividades. De cara a ello alquiló un pequeño chalet en un barrio residencial de la ciudad y allí instaló las oficinas de un Centre Americain de Secours en torno al cual empezó a reunir diversas
personas dispuestas a ayudarle.
Dicho esto, toda empresa heroica que se precie al final suele necesitar una mujer, y
si son dos mejor. Y dinero claro. Mucho dinero.
Miriam Davenport era una joven pintora y escultora de veinticinco años
nacida en Boston a la que sorprendió en París el estallido de la guerra por lo cual, después de diversas peripecias, acabó en Marsella huyendo hacia el Sur en busca de un barco en el que
obtener un pasaje para irse del país. Allí conoció a Varian Fry el
cual la invitó a unirse a su incipiente organización. Al final Miriam solo se
quedó poco más de un mes en la ciudad ayudando a Fry, pero durante esas escasas
semanas aportó algo que acabó siendo muy importante. En concreto presentó a Fry a otra
estadounidense que también se encontraba en Marsella en aquel momento errando
en busca de una salida del país. Esa mujer, nacida en Chicago, se llamaba Mary
Jayne Gold y tenía dinero, mucho dinero, como correspondía a una rica heredera
soltera que llevaba varios años viajando por los hoteles de lujo europeos en
busca de emociones un poco menos fuertes que las que el estallido del conflicto
mundial prometía. Así que tras conocer a Varian y hablar con él sobre sus
intenciones Mary decidió que podía resultar divertido ayudarle proporcionando financiación a la empresa de rescate de intelectuales de la que hablaba su
compatriota. Sonaba chic.
Además Mary no se limitó a aportar dinero sino también contactos ya que
al poco de llegar a Marsella entró en relaciones con un guapo gángster local
llamado Raymond Couraud quien se convirtió en su amante. En adelante gracias a
sus conexiones en el puerto local la red de Varian estuvo en condiciones de
infiltrar como polizontes en barcos que salían del puerto a algunos fugitivos.
El siguiente contacto clave establecido por Varian fue con un dibujante de carteles satíricos, un austríaco de orígenes judíos llamado Bill Freier, el cual se hacía denominar
como Wilhelm Spira ya que era buscado por los nazis. Fry le pidió ayuda y lo
puso a trabajar con Frederic Drach, un antiguo miembro de los servicios de
inteligencia franceses que en medio de la derrota había empezado a ganarse la
vida como falsificador.
Sumado
todo ello Fry estaba en disposición de falsificar o comprar documentos a gran
escala para los múltiples refugiados que comenzaban a llamar a las puertas de
su oficina de cara a facilitar su embarque más o menos oficial y a la luz del
día en transportes hacia Lisboa o América. Eso es lo que hizo con la ex mujer
de un primo del difunto Walter Benjamin, una filósofa de nombre Hannah Arendt, a la que sacó de Francia
junto a su segundo marido y su madre. Así es también como Varian hizo salir del
país a Konrad Heiden periodista e
historiador autor de la primera biografía importante y documentada de Adolf
Hitler; o al escritor satírico Walter
Mehring, perseguido por los nazis por órdenes de Goebbels, quien temía su
afilada pluma debido a las tendencias anarquistas de Mehring y la popularidad
de la que había gozado en los cabarets de Berlín durante los años de la República de Weimar.
Pero no resultaba suficiente. Como parecía imponerse la necesidad de
sacar cada vez mayores cantidades de gente de forma clandestina del país lo
mejor para ello era tratar con verdaderos expertos. Es decir con traficantes.
Gracias a un tal Albert Hirschmann, alias “Beamish,” alias "Albert Hertman", un
hombre que había combatido en la Guerra Civil española y que conocía bien el
bajo mundo de Marsella, Varian entró en contacto con un “hombre de negocios”
corso denominado Malandri que les puso a su vez en relación con un pez más
grande aún, denominado “Dimitru”. A cambio de dinero en adelante esta gente se
ocuparía de proveer de distintas divisas a Fry (por ejemplo pesetas españolas,
francos o escudos portugueses) y de sacar ilegalmente de Francia a algunos de los
refugiados a través de la frontera española.
En cuanto a la gente demasiado vieja para hacer el trayecto de los
Pirineos andando y que asimismo era demasiado conocida como para sacarla con documentos falsificados en barcos que abandonasen el puerto a plena luz del día, se hizo necesario diseñar una ruta marítima clandestina. De cara a ello Varian contactó con dos italianos llamados Emelio
Lussu y Randolfo Pacciardi.
Así, embarcando en Marsella con destino a puertos menos
controlados en el Norte de África, para luego reembarcar desde allí en otros transportes
con dirección hacia el océano Atlántico o incluso el Pacífico, es como huyeron André, Jacqueline y Aube
Bretón, André Masson y su
familia o Wilhelm Herzog.
Pero llegado
un punto las operaciones del Centre Americain de Secours empezaban
a ser demasiado grandes y evidentes. Por ejemplo desde allí se arregló también la salida del país del escritor Víctor Serge, o los pintores Wilfredo Lam y Max Ernst, así como de la
futura esposa de este último, una tal Peggy Guggenheim. Además poco a poco la confusión de los primeros meses tras la
derrota francesa se estaba disipando, debido a lo cual las acciones de Fry y los numerosos y extraños huéspedes que rondaban por su casa y
de vez en cuando desaparecían de la ciudad sin dejar rastro comenzaron a llamar
la atención, inicialmente sobre todo de la propia policía francesa en Marsella
encabezada por el engolado intendente Rodellec du Porzic. De tal forma en el mes de diciembre de 1940 Fry
fue detenido fugazmente, aunque sin evidencias claras en su contra fue liberado
unos días más tarde. No obstante en enero del 41 la validez de su pasaporte expiró y en la
embajada de su país se negaron a renovárselo ya que en el Departamento de
Estado en aquellos momentos consideraban que su proceder ponía en peligro la
diplomacia exterior estadounidense en la zona. Esa que iba a saltar por los
aires menos de un año después.
Pese a todo, aún sin la protección de su pasaporte y cada vez más
vigilado ya no solo por la policía francesa sino también por agentes alemanes,
Fry continuó con sus actividades hasta septiembre del año 41, momento en que
regresó a los EE.UU. Para entonces una misión que se había proyectado como un
trabajo de quizás un par de meses había durado algo más de un año. La ayuda o
al menos colaboración abierta que esperaba de la embajada estadounidense
nunca se había producido y Fry había tenido que arreglárselas por su cuenta
para conseguir fondos al margen de los 3.000 dólares con los que había llegado
a Europa así como también para obtener documentación con la que hacer salir del
país a muchos de sus objetivos. Respecto a estos últimos la lista inicial con
doscientos nombres pronto se había convertido apenas en un esbozo. Al término
de su labor Fry había ayudado a huir de Europa a más de 2.000 artistas e
intelectuales, buena parte de ellos de primer orden, todos los cuales
se vieron obligados a abandonar el viejo
continente ya fuera por su origen judío o por sus actividades y opiniones
contrarias al nazismo.
Entre aquella gente, al margen de los nombres que ya he citado a lo
largo de esta entrada, también figuraban Marc Chagall, Marcel Duchamp, Max Ophüls, Claude Lévi-Strauss, Arthur Koestler, Jean Malaquais, Hertha Pauli, Anna Seghers, Siegfried Kracauer, Otto
Fritz Meyerhof y muchos otros.
Una lista integrada por lo más granado de la cultura
del siglo XX así como algunas excentricidades, caso de Camilla Koffler la mejor fotógrafa de perros y gatitos de su
época.
Imaginad cómo cambiaría toda la historia de la cultura
durante la segunda mitad del s. XX si, en una estimación muy conservadora, un
diez o un veinte por ciento de todos esos escritores, poetas o pintores
hubieran caído en manos de los nazis y muerto en campos de concentración.
Pero claro. La vida es como es. Quizás algunos de vosotros ya lo habéis
experimentado. A otros, los más jóvenes, ya os llegará el turno. La vida es una
cabrona. Una cabrona desagradecida. Y estáis leyendo este blog para que os lo
recuerde. Lo sabéis.
Cuando Varian Fry regresó a los EE.UU. lo primero que encontró no fue un
gran recibimiento, en lugar de eso pronto se enteró de que había perdido su
trabajo por haberse ausentado más de lo previsto. Lo siguiente que perdió fue a
su mujer, Eileen. Ella también estaba molesta porque se hubiera ausentado más
de lo prometido, que se hubiera arriesgado más de la cuenta sin tenerla a ella
en consideración, que encima hubiera perdido su trabajo, que fuera un soñador
que solo pensaba en política y en Europa y en cosas que no les estaban aportando
nada, que pasaran los años y siguieran sin hijos... Así
que pidió el divorcio.
Además pronto los EE.UU. se vieron metidos de llenos en el conflicto mundial
tras el ataque sorpresa japonés en Pearl Harbor a finales del 41.
Respecto a esto último en los meses previos diversas agencias del Gobierno se dieron cuenta de
algo preocupante que en parte explica el contexto de absoluta indefensión e
incomprensión en que debió moverse en su día Varian Fry durante su aventura
marsellesa. Veamos, con la tormenta política arreciando en Europa los EE.UU. se dieron
cuenta de que carecían prácticamente de redes de inteligencia asentadas en el
Viejo Continente. Tal es así que cuando entraron en la Guerra Mundial faltaba
todavía casi medio año para que se crease la Office of Strategic Services (OSS), en cierta forma precursora de
la CIA y de otras agencias con propósitos similares. Por supuesto el Gobierno
estadounidense contaba por entonces con diversas organizaciones encargadas de
las labores de inteligencia y recolección de información, pero resultaban muy primitivas y estaban muy
enfocadas todavía hacia Asia y América Central.
Por tanto durante los primeros meses de la II Guerra Mundial en Europa,
cuando aún los EE.UU. no estaban oficialmente en guerra con Alemania, las
entidades estadounidenses más eficaces en el desarrollo de labores clandestinas
en el teatro europeo fueron diversas organizaciones de ayuda a refugiados
dirigidas por personal civil. Básicamente el resultado de iniciativas
individuales con diversos fines humanitarios y en muchos casos carentes de
cualquier coordinación entre sí o propósito militar último. Por ejemplo, además
de las acciones de Fry en Marsella habría que citar el autodenominado Unitarian
Service Committee un “tinglado” con base en Lisboa organizado por un
tal Robert Dexter con la intención de facilitar la huida de Europa a refugiados
judíos sobre todo. Y también hay que mencionar a diversas organizaciones de
cuáqueros y menonitas que, operando desde Suiza, se habían dedicado a salvar a
niños judíos haciéndoles cruzar la frontera de ese país con el Sur de Francia.
He de decir que me ha sorprendido conocer estos datos cuando investigaba
para este artículo. No tengo una gran opinión de la religión en general, pero
he de reconocer la diferencia de comportamiento entre algunos iluminados religiosos protestantes que por lo menos se creían su
ideología y se dedicaron a actuar en consecuencia en base a sus creencias
caritativas o su fe en los derechos civiles, frente al proceder de la Iglesia
católica durante aquellos momentos históricos, completamente paralizada,
desconcertada por los acontecimientos y preocupada fundamentalmente por no
perder sus privilegios políticos y económicos recogidos en los concordatos
negociados con el régimen fascista italiano o con el propio gobierno nazi.
Sin embargo parece claro que durante los meses previos a la entrada en
guerra de los EE.UU el naciente entramado de inteligencia en los EE.UU. no veía
con buenos ojos la labor desarrollada por todos aquellos “amateurs”. Desde
luego Varian Fry o Robert Dexter sin entrenamiento en operaciones encubiertas,
prácticamente sin recursos económicos ni apoyo institucional de ningún tipo,
habían demostrado que se podían crear en suelo europeo amplias redes de
contactos. Eso por una parte resultaba embarazoso para los “profesionales”. Por
otro lado aquellos “amateurs” se habían dedicado fundamentalmente a salvar
judíos y artistas. Incluso judíos artistas. Y los “profesionales” tenían claro
que eso no servía para nada. Les parecía claro que había que sacar del ámbito
de las operaciones especiales a toda aquella gente, aquellos “amateurs”, antes
de que se hicieran daño, para luego sistematizar las operaciones y reenfocar todo el
esfuerzo de infiltración e inteligencia a lo que de verdad importaba, es decir
recabar información puramente militar y en todo caso localizar científicos implicados en la cada vez más sorprendente maquinaria militar nazi. Todo lo
demás era malgastar esfuerzos.
Por eso, tal vez, gente como Varian Fry vio como el Departamento de Estado
les segaba la hierba bajo los pies y les negaba cualquier ayuda o acceso a
recursos, hasta que finalmente a su inevitable regreso a los EE.UU. eran mantenidos
en cuarentena en un segundo plano lejos de la opinión pública.
Con todo Varian se rehízo de los primeros reveses tras su vuelta a casa. Pronto volvió a encontrar un
trabajo como periodista y editor y casi al final del conflicto llegó a
desempeñar algunos puestos de segundo orden como asesor en comités para
analizar el problema de las minorías y los refugiados en Europa. A fin de
cuentas su experiencia sobre el terreno podía resultar valiosa. Finalmente tras
terminar la contienda Varian publicó un libro narrando sus aventuras
titulado Surrender on Demand. Pero fue un fracaso de ventas. En aquel momento el público
esperaba otro tipo de historias, bien emocionantes relatos de
comandos en acción o, casi mejor, literatura de evasión tras
años de sufrimiento. Además muchos de los nombres de intelectuales que citaba
Varian por entonces no eran aún tan conocidos como llegaron a ser con el
tiempo. Asimismo, todo sea dicho, Varian era un excelente organizador, una
persona cumplidora, tenaz, organizada, un buen cronista político, pero no era
un gran escritor como muchos con los que había tratado. Por todo ello y porque
la fortuna es esquiva, su libro no interesó a casi nadie por entonces.
Poco después a su exmujer, Eileen, de la que seguía enamorado, le
diagnosticaron un cáncer que resultó incurable. Tras su posterior fallecimiento Fry vivió la típica
crisis de los cuarenta, agravada por la amargura de saberse postergado a
trabajos rutinarios como editor y escritor de poca monta para revistas. Así que intentó solucionarla casándose a los 42 años con una
jovencita de 26, Annette, con la que acabó teniendo tres hijos en la década de
los años 50.
El problema es que durante aquella década Varian, en vez de recuperarse,
se fue hundiendo poco a poco presa de la desilusión. En los EE.UU. fueron los
años del macartismo, el cual casaba mal con las convicciones de Fry sobre la
importancia de garantizar derechos civiles y libertades básicas. Él sabía
perfectamente lo que puede pasar cuando una nación pierde la cabeza
y se echa en manos de iluminados populistas.
En otro orden de cosas, a medida que aumentaba el conocimiento popular de
lo que había sucedido en Europa durante la II Guerra Mundial y se asentaba en
las conciencias la magnitud del exterminio llevado a cabo por los nazis, iniciativas como la llevada a cabo por Fry empezaron a resultar un tanto
incómodas. Recapitulemos. Varian Fry había operado desde el principio con el
objetivo de salvar básicamente a artistas e intelectuales. Sabedor de que sus
recursos eran limitados en ningún momento se había planteado ayudar a huir a
gente “corriente”, a personas que eran perseguidas solo por ser judías por
ejemplo. Varian desde el principio tuvo claro que no todas las vidas son igual
de valiosas y que en caso de escoger era prioritario poner a salvo de los nazis
al mundo de la cultura y el pensamiento. Según su punto de vista salvar unos cientos de estas
personas podía marcar las diferencias en un hipotético futuro.
Lo anterior puede ser muy discutible, o no serlo, pero desde luego se trataba
de una cuestión problemática que para colmo le empezaron a echar en cara a Fry de
vez en cuando.
Por otro lado la ingratitud de la gente a la que había ayudado antaño lo
hundió definitivamente.
Me explico. Llegados aquí uno puede pensar, ¿cómo no habíamos escuchado hablar de este
hombre antes?. Un tipo que podía vanagloriarse de haber conocido de forma
personal como a una cuarta parte de los mayores intelectuales del mundo
occidental de su época. De hecho no solo eso, es que todos ellos le debían un
favor. ¿Cómo es posible que acabase de editorzuelo de revistas y olvidado por
todos?, ¿por qué nadie habló de él en sus libros?, ¿por qué no le echaron una
mano?, ¿por qué no contestaban a sus cartas?, ¿por qué la casa de Varian en los
EE.UU. no se convirtió en un lugar de tránsito y reunión habitual para muchos
de ellos?.
Muy simple. Porque los grandes intelectuales también son seres humanos.
Varian Fry era el tipo que los había ayudado en su hora de máxima necesidad. Y
eso era un problema. Un problema muy grande.
Fry era una de las pocas personas en el mundo que podía jactarse de que los
había conocido en los peores momentos de su vida, esos de los que preferían no
acordarse. Varian Fry era el tipo que había visto a muchos de los más famosos y
vanidosos músicos, pintores o escritores de los años 30 llegar a Marsella
agotados, algunos sin dinero, mal vestidos, sin comer o sin lavarse y afeitarse
desde hacía días, desesperados, comportándose de forma patética, insultando,
empujándose y mintiendo con tal de colarse en la fila para conseguir un
pasaporte falso. Varian Fry era el tipo que los había escuchado suplicar, que
los había contemplado medio borrachos y desesperados, muertos de miedo
esperando un barco en el que largarse sin mirar atrás aunque eso significase
dejar en la estacada a muchos de sus amigos y familiares menos famosos. Por eso
Varian Fry era la última persona a la que muchos de ellos deseaban volver a ver
alguna vez, porque les recordaba el último momento de su vida, en algunos casos
el único, en el que se habían sentido individuos vulgares y prescindibles,
anónimos, insignificantes, vulnerables. Luego tras la guerra todo había
vuelto a la “normalidad”. Las entrevistas, los homenajes y los viajes para dar
conferencias se sucedían, la gente volvía a escucharlos, a admirarlos. Solo
había un escritorzuelo, no muy dotado todo sea dicho, que quizás podía tener
una opinión más mundana de alguno de ellos. Que podía pensar que no eran tan
especiales, ni tan incorruptibles, ni tan maravillosos. Que podía plantearse el
mirarlos de igual a igual o incluso con cierto aire de superioridad, como si le
debieran algo. Y francamente, podía ser así, pero ninguno quería recordar eso ni rememorar los
días en que lo habían conocido por casualidad tras llamar desesperados a la
puerta de su oficina después de escuchar en Marsella o alguna ciudad próxima
comentar a otros refugiados en la misma situación que quizás era posible
conseguir documentos allí.
Así que pasaron los años, Fry se fue hundiendo en la depresión, la amargura y el resentemiento y en 1966 Annette, cansada de todo eso, también
lo dejó y se llevó a sus hijos preocupada por los primeros síntomas de locura
que su esposo comenzaba a manifestar.
Aunque no desesperéis, a veces en el último momento las cosas se
arreglan. Al año siguiente, por sorpresa, el gobierno francés decidió conceder
a Varian Fry la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. Era el primer
reconocimiento que Varian recibía por su labor durante la guerra.
Su alegría fue inmensa. Habían sido necesarios muchos años, pero por fin
alguien se acordaba de él. Quizás era el momento de retomar sus ambiciones como escritor, quizás el contexto podía ser propicio por fin para
difundir su historia, alcanzar un poco de fama y de dinero, tal vez un buen
puesto en una editorial importante, volver a la palestra, arreglar las cosas
con Annette, recuperar a sus chicos. Quizás no era tarde para solucionarlo todo.
Muchos grandes escritores pasan a la posteridad por una única gran obra, en ocasiones escrita al final de su vidas gracias a la madurez y la experiencia atesoradas. Por tanto seguro que Fry pensó que aún no era tarde para alcanzar
un poco de la fama y la gloria que en el fondo siempre había anhelado en
secreto tras conocer de primera mano cómo esas dos cosas intangibles tienen el
poder de transformar la vida de las personas para siempre a la vez que otorgan un
significado trascendente a la existencia.
De tal forma, al poco de recibir la noticia de la condecoración concedida por el Estado francés, Fry se puso a reescribir una vez más su aventura en Francia, allá en Marsella,
hacía ya casi treinta años. En esta ocasión pensaba cambiar el tono del texto
para no repetir los errores del libro que había publicado en el 45. Pensaba
buscar un estilo más ágil y alegre, más didáctico, enfocado al público juvenil,
a estudiantes, quizás contando anécdotas y de paso incluyendo pequeñas
biografías de los personajes que fueran apareciendo. Podía aprovechar
para hacer una especie de crónica cultural de la Europa de las últimas décadas,
explicando a los lectores quienes eran o habían sido muchos de aquellos
autores, por qué razón eran famosos, y ya de paso narrando cómo él, Varian Fry,
una vez los había salvado a todos.
Así, solo en su casa de un pueblo de Connecticut, lo sorprendió la
muerte a los 59 años. La policía lo encontró tirado en medio de un montón de
papeles y viejas fotos. Al parecer había muerto de un ataque al corazón. El
oficial de policía que investigó la escena, tras leer algunas de las páginas
escritas de lo que parecía una especie de novela, consignó en el primer reporte
de la escena que probablemente el fallecido se trataba de un novelista de
ficción muerto repentinamente mientras escribía una historia donde el
protagonista conocía a mucha gente famosa y la salvaba de los nazis.
Luego ya nadie más se acordó del asunto hasta que pasados muchos años,
tras el éxito de La Lista de Schindler
y el fugaz interés que dicha película despertó por la temática de los
salvadores olvidados de personas frente a los nazis, salieron a la luz diversos
estudios sobre el tema que recuperaron, entre otras, la memoria de Varian Fry.
Debido a lo anterior en 1996 el gobierno de Israel incluyó a Varian Fry en su
prestigiosa lista de Righteous Among the
Nations.
Sin duda Fry fue un personaje desdichado que alcanzó el cenit de forma muy fugaz y tal vez demasiado temprana. Luego el resto de su vida
lo pasó consumido por la idea, real o imaginaria, de que el mundo le negaba un
reconocimiento del que se creía merecedor. Pero sin duda fue otro problema el
aspecto que me parece más interesante de su tragedia personal. Con treinta y
dos años se vio catapultado por un tiempo fuera de su existencia anodina,
anónima y vulgar, para experimentar hechos extraordinarios en medio de un contexto
igualmente irrepetible y extraordinario. A lo largo de un año aquel individuo
hasta el momento insignificante pudo sentir lo que era estar en el centro de
los acontecimientos, vivir increíbles
aventuras y conocer a cientos de personas interesantes. Durante un corto período de tiempo cada día
representó algo nuevo y distinto, cada momento fue significativo, cada acción pareció relevante, no
solo para él sino para el conjunto de la sociedad. Por unos meses sus
decisiones importaban no a una escala puramente individual sino que tuvieron
consecuencias en otro plano mucho más elevado. En cierta forma incluso a nivel mundial.
Por un año un individuo cultivado, con principios, opiniones y ambiciones, vivió
en primera persona lo que es llegar a ser realmente un actor principal en el
teatro de la historia.
Pero eso se terminó y todo regresó a la “normalidad” en la que vivimos
sojuzgados el resto de los mortales durante nuestra vida. Todo volvió a
ser gris, ordinario e irrelevante.
En el fondo su vida había terminado a los treinta y tres años y él lo
sabía. Nunca volvería a ser tan importante, ni quizás tan feliz como seguro
había sido durante unos meses en Marsella. Los años que le quedaran de
trayectoria vital estaban condenados a ser un lento declinar solo interrumpido por
algunos momentos de fugaz recuperación antes de reanudar la caída.
Y no puedo por menos que sentir simpatía por el pobre Fry mientras me
pregunto qué será peor. Si asumir la insoportable levedad del ser, la
horripilante irrelevancia de existir en un mundo con miles de millones de
individuos atrapados en el mismo juego, uno en el que solo unos pocos jugadores
poseen acceso a los niveles superiores. O bien saber que lo mejor de tu vida ya
ha terminado y nunca regresará. Que nunca volveremos a ser tan jóvenes y guapos.
Ni tan libres y felices como una vez fuimos. Que ya nunca podremos hacer
realidad nuestros delirantes sueños infantiles. Que ya está, que el cenit ya
pasó, que la vida, como los aviones cuando avanzan por la pista,
tiene un punto a partir del cual ya no se puede abortar el
despegue, ni volver atrás, ni arreglar lo que no hiciste, o lo que hiciste y no
debiste, o lo que no ocurrió aunque debía, o no debía pero lo deseabas. Que ya
todas las cartas están sobre la mesa, todas las fichas repartidas, lo que ves
es lo que hay y solo te queda aferrarte al recuerdo del mejor momento de tu existencia, ese instante fugaz que sabes que nunca volverá, que no podrás
repetir ni volver a experimentar hagas lo que hagas porque, a pesar de que en su
día no te diste cuenta, aquello era lo máximo a lo que podías aspirar, tal vez
incluso más de lo que te correspondía y, en consecuencia, tras haberlo saboreado fugazmente, estás
condenado a echarlo de menos los años que te resten, sin esperanza de jamás volver a sentir algo remotamente parecido.
Claro que quizás en este punto muchos no tenéis ni la menor idea de lo
que hablo.
Mejor así.
Al que le interese ver algo ligero sobre el protagonista de este texto tiene la película Varian's War (La guerra de Varian). Es una película de tv del año 2001 bastante sosa y poco "emocional". Es muy plana pero puede servir como acercamiento o dar lugar a un interés mayor por lo hecho por este hombre. A Fry lo interpreta William Hurt (tenía unos 50 años cuando hizo este papel) y aunque no se corresponda con la realidad hace un papel en su línea: convincente y sin demasiados aspavientos.
ResponderEliminarQue nadie se espera una gran obra, ni tan siquiera un gran entretenimiento. Una peli para pasar el rato y luego "bichear" un poco por google, wikipedia y otros sitios buscando más información.
Buscando por encima he visto que existe un documental llamado Varian Fry: The Artists' Schindler pero no lo he visto
genial como siempre. aun estoy leyendo pero he visto la palabra "arribar". por si lo quieres corregir. no publiques el comentario si no quieres. solo un pequeñisimo detalle.
ResponderEliminarSí se de lo que hablas, si. El mes que viene me caen 50 primaveras.. Genial, como siempre.
ResponderEliminarUno aquí que está atravesando la crisis de los cuarenta, así que también sé de lo que hablas. Con el agravante de que yo nunca salvé la vida de cientos de intelectuales. Mi pasado glorioso fue bastante más mundano.
ResponderEliminarY por supuesto, no conocía a más Fry que al de Futurama.
El último párrafo es... No se cómo describirlo. Impresionante. Poesía de alto nivel. Y eso que no llego más que a intuir de lo que hablas.
ResponderEliminarHacia bastante que no te leía, pero se te ve un poco deprimido hombre, al menos consuélate con que tu cenit está siendo alargado, al menos con el blog jeje ¡ánímo!
ResponderEliminarRespecto al párrafo anticatólico de rigor, estás juzgando acciones protestantes individuales contra acciones católicas unitarias, seguro que también hubo un puñado de valientes católicos que algo harían como buena caridad desinteresada.
Por cierto, ¿cómo pueden ser tan desagradecidos estos famosetes culturetas?
Qué bello texto... me he emocionado muchísimo. Gracias. Sólo recordar esa famosa frase del Talmud que a mi me acompañará toda la vida: "quién salva una vida, salva el mundo entero".
ResponderEliminarNetflix acaba de sacar una serie más o menos basada en esta historia, aunque tiene mala pinta. Se llama "Transatlantic". No la recomiendo pero si alguien tiene que curiosidad que la busque.
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