Occidente no conquistó el mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan.
En 1978 Edward Said publicó su famoso ensayo Orientalismo en el cual ponía en cuestión la forma en que la
cultura occidental ha representado históricamente a las sociedades “orientales”
muy especialmente el mundo musulmán de Oriente Medio y el Norte de África (es
decir el mundo turco, árabe y bereber) durante la época contemporánea. Resumiendo
y simplificando mucho, según Said, la cultura occidental se habría dedicado
desde hace siglos a perpetuar una visión estereotipada y condescendiente sobre
las sociedades de la zona, las más de las veces basándose para ello en tópicos
cuando no en prejuicios. Eso en el mejor de los casos, en el peor dicha percepción tendría un trasfondo para nada inocente vinculado con cuestiones políticas e ideológicas,
ya que la difusión de esa imagen distorsionada del mundo oriental serviría como
apoyo y en parte justificación -de cara a sus propios ciudadanos- del sempiterno
imperialismo e intervencionismo occidental en esas regiones del mundo.
Por supuesto tal afirmación abre un debate extraordinariamente complejo,
no digamos ya en el mundo posterior al 11-S. Debido a ello no me interesa entrar en la cuestión de si se está de acuerdo o no
con esos planteamientos. Lo que es cierto, con razón o sin ella, es que desde hace siglos existe un cierto estado de opinión que planea
sobre muchas tertulias occidentales. Hablo de ideas que han estado presentes
por ejemplo en los debates sobre si Turquía es Europa o no y si por tanto debería ser admitida en el seno de la UE, o respecto a en qué medida la
democracia es algo externo al mundo oriental y no puede, por tanto, ser de
ninguna manera exportada con éxito a dicho espacio geográfico. Un espacio en el
cual, un poco como en el caso ruso, operaría supuestamente en el seno de la
mentalidad colectiva de las gentes una especial atracción por la tiranía y el
comportamiento gregario, siendo en consecuencia las ideas democráticas (y el respeto
por el individualismo) un rasgo característico e inherente de “lo” Occidental.
Fijaos por ejemplo en este discurso realizado por Arthur Balfour ante la
Cámara de los Comunes británica en 1910.
Las naciones occidentales desde el momento en que aparecen en la
historia dan testimonio de su capacidad de autogobierno, que tienen por méritos
propios. Pueden ustedes revisar la historia completa de los orientales, de las
regiones que de una manera general denominamos Este y nunca encontrarán rastros
de autogobierno. Todas sus grandes contribuciones a la civilización [...] se
realizaron bajo un gobierno absoluto.
Esta es la realidad; no es una cuestión de superioridad o inferioridad.
Supongo que un verdadero sabio oriental diría que la labor de gobernar que nos
hemos propuesto en Egipto, y en cualquier otro lugar, no es digna de un
filósofo, es la tarea sucia e inferior de hacer lo que es necesario hacer.
Ahora comparadlo con estas frases de José Manuel García Margallo,
ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación del Gobierno de España, en 2014,
durante una comparecencia ante el Congreso de los Diputados. Podéis comprobarlo aquí (página 99).
La civilización empieza a producirse
cuando se enfrentan Grecia y la Asia tiránica, cuando se oponían -decían los griegos-
leyes y no reyes; es decir sujeción a la norma frente a lo que era poder
despótico, poder arbitrario, poder discrecional, poder no sometido a norma.
Pero, como dije, no voy a quemaros mucho la cabeza hoy, ni tampoco quemármela yo,
así que no me voy a extender sobre esto.
Lo que sí voy a resaltar es un aspecto tangencial de todo lo anterior. Veamos, esa visión “orientalista” de la que Said
hablaba tuvo su plasmación no solo en el discurso político, sino en la mentalidad de la
gente, claro. Y se difundió a través de
diversos medios, muy particularmente a través de una determinada estética. Eso tuvo sus implicaciones en la literatura, la arquitectura, las litografías,
o más adelante en el cine. Pero sin duda una de sus vertientes más interesantes
fue la constituida por la pintura “historicista” del s. XIX. La cual representó, como
he insistido más veces, toda una fuente de ideas y estereotipos que luego han
sido usados y reciclados hasta la saciedad durante el s. XX.
Centrándome por tanto en ese campo particular voy a volcarme en un aspecto aún más puntual. Si bien se trataba de
impresiones que procedían de unos siglos más atrás, fueron esos pintores decimonónicos
los que fijaron definitivamente en el imaginario occidental ideas visuales como
la del Oriente “exótico” y “sensual” plagado de clérigos barbudos, suntuosos serrallos dignos de Las Mil y una Noches (compilación difundida en Europa precisamente por Richard Francis Burton a finales del s. XIX) y sobre todo millares de lúbricas odaliscas de cuerpos perfectos custodiadas por feroces guardias nubios. Sin duda se trataba de una visión con una base real (como todas) pero que en conjunto estaba más vinculada a las
propias fantasías de los artistas occidentales que la plasmaron antes que a una realidad
precisa ampliamente extendida. El Oriente Medio y el Norte de África de entonces eran desde luego lugares atrasados. Pero, igual que sucedió con la Andalucía de la Alhambra y los bandoleros de Sierra Morena que tanto fascinación despertó en los viajeros románticos, aunque el mito partiese de una base tangible, llegado un punto cobraba vida propia.
En cualquier caso, hay muchos pintores que contribuyeron
a codificar esa imagen del mundo musulmán, entre ellos también pintores españoles como el catalán Marià Fortuny (1838-1874).
Pero desde luego como generadores de la corriente destaca muy especialmente un núcleo francés que fue el país donde se llevó a otro nivel este tipo de temáticas a comienzos del s. XIX (debido a razones diversas: desde el recuerdo de la campaña de Napoleón en Egipto a la posterior conquista de Argelia). Es entonces cuando un futuro subgénero pictórico comenzó a perfilarse, a partir de algunos de los cuadros de Delacroix y sobre todo Ingres, hasta alcanzar su culmen en la segunda mitad de dicho siglo a manos de Jean Leon Gerome (1824-1904).
Pero desde luego como generadores de la corriente destaca muy especialmente un núcleo francés que fue el país donde se llevó a otro nivel este tipo de temáticas a comienzos del s. XIX (debido a razones diversas: desde el recuerdo de la campaña de Napoleón en Egipto a la posterior conquista de Argelia). Es entonces cuando un futuro subgénero pictórico comenzó a perfilarse, a partir de algunos de los cuadros de Delacroix y sobre todo Ingres, hasta alcanzar su culmen en la segunda mitad de dicho siglo a manos de Jean Leon Gerome (1824-1904).
Hay que tener en cuenta que Gerome fue uno de los pintores más
influyentes de todos los tiempos, junto con Alma-Tadema, en cuanto a crear y perpetuar un
imaginario "histórico" que llega hasta el presente. Por ejemplo casi todas las
imágenes de gran fuerza visual que los péplums del s. XX difunden sobre el
martirio de los cristianos en el circo romano, o los duelos de gladiadores, las
crea él en sus cuadros. Aunque hoy, como digo, simplemente quiero recordar su influencia
respecto a la codificación de una cierta idea del “Oriente” musulmán.
Luego, como no podía ser de otra forma su obra influyó en otros artistas
menos conocidos que, por puro interés, al atisbar en esta temática
un excelente nicho de negocio a tono con los gustos que demandaba la burguesía
occidental en la época álgida del imperialismo decimonónico, decidieron dedicarse a pintar “el
sensual Oriente”. Gente como por ejemplo Jean Joseph Benjamin Constant (1845-1902). Aunque Gerome no solo tuvo seguidores en Francia sino que pronto el Orientalismo se convirtió en una tendencia de moda a lo largo de buena parte de Europa y a la que dedicaron sus esfuerzos múltiples artistas.
Entre ellos hubo de todo. Pintores sin talento como el italiano Giulio
Rosati (1857-1917) sucedido luego por su hijo también pintor.
Así como otros artistas mucho más dotados, a destacar los austriacos Leopold Carl Muller (1834-1892)
y sobre todo Ludwig Deutsch (1855-1935), un pintor de orígenes judíos nacido en Viena que tras establecerse en París en 1878 aprovechó la estela de Gerome para hacerse un hueco profesional dentro de la industria “orientalista” en boga por entonces.
y sobre todo Ludwig Deutsch (1855-1935), un pintor de orígenes judíos nacido en Viena que tras establecerse en París en 1878 aprovechó la estela de Gerome para hacerse un hueco profesional dentro de la industria “orientalista” en boga por entonces.
Como sabemos la imitación y las influencias mutuas operan en el mundo del arte como una cadena de
fichas de dominó. Así Ludwig Deutsch pronto entró en relación con otro pintor
vienés de su generación llamado Rudolf Ernst (1854-1932) que también pasó a
dedicar el grueso de su producción a estos temas a partir de mediados de los
años 80.
Y a ellos los siguió el también austriaco Charles Wilda (1854-1907) así como el alemán Ferdinand
Max Bredt (1860-1921).
En Inglaterra ocurrió
algo curioso y es que en cierta forma hubo una fusión entre Tadema y Gerome,
representada por diversos pintores que mezclaron el gusto por pinturas que supuestamente
recreaban el mundo de la antigüedad con diversas características del orientalismo
en boga. En base a ello intentaron plasmar el mundo mesopotámico y
bíblico uniendo un aparente interés por el detalle y la “veracidad”, en los atuendos y la arquitectura reflejada en sus cuadros, con una cierta tendencia al exotismo y la sensualidad en sus
representaciones, rasgos estos últimos típicos de la pintura orientalista.
Es el caso de Edwin
Longsden Long (1829-1891).
O de Frederick
Goodall (1822-1904) un pintor especializado en el mundo egipcio en general.
Ese imaginario fue pronto recogido por la fotografía “artística” de la
época, que se dedicó a imitar ambientes, escenas y poses de la pintura orientalista a través de imágenes que acabarían funcionando como primitiva pornografía en su fase primigenia.
Por otra vía este tipo de pintura influyó en los vestuarios o los decorados del cine contemporáneo
casi desde sus comienzos, desde películas de Rodolfo Valentino a los grandes filmes bíblicos.
Asimismo esta pintura trasladó su influjo al humilde mundo del cómic en el que lleva vigente prácticamente hasta hoy saltando luego
desde ahí al diseño de fondos para videojuegos por ejemplo.
En todo caso de cara a entender esta pequeña “exposición” que acabo de
montar aquí debéis tener dos cosas en la cabeza. Por un lado el contexto
digamos histórico y sobre todo ideológico en torno al que surgió esta tendencia pictórica (no es
una escuela o un estilo concreto sino un género temático cohesionado en torno a algunos clichés) que se desarrolló sobre todo a
finales del s. XIX en el punto álgido del colonialismo occidental y de la “cuestión
de Oriente” (en relación a los intentos de las grandes potencias por repartirse al
“enfermo de Europa”). Por otro lado como elemento de ajuste revisitad el hilo que en su día dediqué a la fotografía sobre el mundo islámico de la época. Es interesante hacer la comparación para verificar que lo
que estos creadores pintaban salía en gran medida de su
imaginación (la mayor parte de ellos de hecho jamás viajaron a “Oriente”)
tamizada por los gustos e imposiciones del público y las tendencias en vigor.
Estamos una vez más ante el tradicional juego entre pintura y realidad.
El arte no como reflejo sino como interpretación libre/interesada de la
segunda.
Te gustará el cómic habibi.
ResponderEliminarMira, no lo conocía y no tiene mala pinta. Tratándose de cómic es algo que digo muy pocas veces. Habrá que buscarlo y echarle un vistazo.
EliminarYa puestos a mencionar títulos que ilustren de alguna forma la relación entre pintura, cómic y mundo islámico mencionaré por mi parte Le sourire des marionnettes, como no de Jean Dytar, el autor que para mí mejor ha trasladado la pintura histórica al cómic. En este caso la influencia es de la pintura islámica medieval (porque hay pintura figurativa en el islam, sobre todo en Persia y la India, y es muy interesante, en cierta forma parecida a las miniaturas que acompañan a los códices medievales cristianos), a la que me gustaría dedicar una entrada un día. Pero todos sabemos que acumulo tantas promesas que no lo haré.