Intenté establecer un negocio recogiendo
fósiles en Lyme Regis pero no funcionó. Demasiado lluvioso.
(Jonathan Strange and Mr. Norrell,
The Friends of English Magic).
En ciencia en ocasiones se conocen como “bellas durmientes” aquellos
trabajos donde se manejan conceptos adelantados a su época pero que, por lo que
sea, pasan desapercibidos en un primer momento, siendo apreciados en su
verdadero valor solo al cabo de unos cuantos años.
Mary Anning nació en 1799 en una pequeña población del Sur
de Inglaterra llamada Lyme Regis. Su padre era carpintero y consiguientemente
Mary recibió una educación muy básica. En general su infancia fue dura debido a
la pobreza, a que la familia no era bien vista en la zona y a que en la región
abundaban las epidemias de viruela y rubeola. De hecho Mary tuvo nueve hermanos
de los que solo uno, Joseph, sobrevivió a la infancia. Por si fuese poco,
cuando Mary tenía once años también falleció su padre, el cabeza de familia, por lo que
ella tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a mantenerse a su madre y su
hermano.
Sin embargo lo peculiar del caso es la forma de trabajo que escogió. En
vez de emplearse como criada o prostituirse (como era habitual durante aquel tiempo en el caso de mujeres en situación parecida), Mary Anning con la ayuda de su hermano Joseph
desarrolló una profesión por entonces, digamos, novedosa.
A mediados de los años 60 del s. XVIII se halló en una cantera de piedra caliza, ubicada cerca de la ciudad de Maastricht en Holanda, el primer esqueleto más o menos entero de un gran saurio prehistórico extinto, en concreto el llamado Mosasaurus, un gran predador marino del Cretácico representado en la última película de la saga Parque Jurásico. Aunque en aquel momento no se sabía muy bien qué diablos era aquello, dicho descubrimiento supuso el punto de partida a la búsqueda y mercadeo de ese tipo de restos curiosos.
A mediados de los años 60 del s. XVIII se halló en una cantera de piedra caliza, ubicada cerca de la ciudad de Maastricht en Holanda, el primer esqueleto más o menos entero de un gran saurio prehistórico extinto, en concreto el llamado Mosasaurus, un gran predador marino del Cretácico representado en la última película de la saga Parque Jurásico. Aunque en aquel momento no se sabía muy bien qué diablos era aquello, dicho descubrimiento supuso el punto de partida a la búsqueda y mercadeo de ese tipo de restos curiosos.
El caso es que en la zona costera próxima al lugar de Inglaterra en el que vivía Mary Anning con su familia resulta que abundan los acantilados, en
concreto un tipo de acantilados donde en algunas zonas se puede apreciar casi a
simple vista una rica historia geológica. Para ejemplificarlo me viene a la cabeza el que aparece de fondo en muchas de las escenas que conforman las dos temporadas emitidas hasta ahora de Broadchurch, la mediocre pero
entretenida y muy exitosa serie policiaca británica, la cual está ambientada precisamente en
esa región del litoral británico.
Pues bien, en dichos acantilados Mary y su hermano empezaron a buscar y
encontrar fósiles de épocas antiguas que después vendían a coleccionistas. Era un tiempo donde ni siquiera las
mentes más brillantes poseían unos mínimos conocimientos comparables a todo lo que hoy
sabemos sobre esos restos de organismos pretéritos, pero en todo caso el comercio de aquel tipo de “souvenirs” halló una cierta clientela entre los burgueses y académicos de Oxford o Londres que
visitaban ocasionalmente las playas de la zona y se sentían intrigados por
aquellos curiosos objetos a los que desde tiempo inmemorial se atribuían
propiedades mágicas o medicinales.
De hecho durante finales del s. XVIII y el primer tercio del s. XIX, a partir de los trabajos del francés Georges Cuvier, el
coleccionismo de esos fósiles empezó a servir de base para el desarrollo de un
estudio del pasado ya en clave cada vez más racional y científica. El caso es que Mary Anning
iba a convertirse en una buscadora de fósiles realmente excepcional, desempeñando un papel clave en dicho tránsito. A pesar de
su limitada educación Mary empezó a leer los escasos libros publicados sobre el tema y
de forma autodidacta se fue dotando de unos conocimientos muy embrionarios,
como no podía ser de otra manera en la época, sobre zoología o geología.
Gracias lo anterior, así como a la conjunción entre su innata habilidad natural
para intuir potenciales yacimientos de fósiles y su progresiva
comprensión de la naturaleza de los mismos, es a ella a quien deben atribuirse
buena parte de los primeros y mayores descubrimientos de especímenes de
animales extintos hace millones de años y estudiados como tales.
Es Mary quien halló el primer Ictiosaurio en ser
identificado correctamente, los dos primeros esqueletos de Plesiosauros encontrados en el mundo y también el
primer Pterosaurio (“pterodáctilo”) descubierto en suelo
británico, así como muchos otros restos menores. También a ella se debe la comprensión de que los llamados coprolitos,
conocidos entonces como “piedras bezoares”, no eran otra cosa que excrementos fosilizados de saurios extintos.
Todo eso puede parecer no demasiado impresionante pero
hay que tener en cuenta que hablamos de una época en que la visión bíblica de
la historia geológica de la Tierra resultaba dominante tanto en la sociedad
como incluso en gran parte de los círculos académicos. Hasta los trabajos de James Hutton (quien a partir de 1785 empezó a hablar de un tiempo geológico "profundo") al planeta se le atribuían apenas unos
miles de años de antigüedad, pero aun habría de pasar tiempo para que las ideas de Hutton se impusieran. Por otra parte en aquel entonces aun no se conocían exactamente los mecanismos mediante
los que se extinguían o creaban especies y los restos de algunos de aquellos
saurios prehistóricos hallados eran presentados como “dragones de tiempos
antiguos” ante el populacho que asistía a las exposiciones.
Esa visión estaba a punto de cambiar, de hecho estaba
cambiando a cada año que pasaba y a cada esqueleto completo que Mary Anning
desenterraba, pero desgraciadamente para ella Mary era pobre, vivía de vender lo que encontraba, no tenía un
título universitario y en todo caso era mujer en un tiempo en que la comunidad
científica a duras penas admitía féminas en su seno. En concreto por entonces la recientemente
creada Geological Society británica
(fundada en 1807), institución que se encargada entre otras cosas de investigar los fósiles cada
vez más numerosos que empezaban a hallarse por todas las islas y por todo el
mundo, no admitía mujeres en su seno, ni tampoco permitía que éstas asistieran
a las reuniones que organizaba. Diablos, de hecho por entonces las mujeres ni
siquiera podían votar u ocupar cargos públicos.
Por todo ello aunque Mary Anning, por pura experiencia
de campo, empezaba a saber mucho más sobre fósiles o geología que muchos de académicos del momento su nombre nunca apareció en las publicaciones que estos presentaban. Ella solo era vista como una simple “proveedora” de materiales,
aunque a veces los expertos que le compraban sus hallazgos tomaban
de Mary las ideas sobre la posible clasificación o la configuración de la
anatomía que faltaba en tal o cual esqueleto fósil, ideas que luego ellos
publicaban obteniendo gran renombre. Todo a la vez que, como se ha insinuado, cada año nuevas
disciplinas académicas iban surgiendo en torno a la interpretación de los
“fósiles”, entendidos estos progresivamente como restos de animales
“antediluvianos” extintos y susceptibles de aportarnos información sobre el
pasado lejano del planeta.
Así las cosas el final de la vida para Mary Anning fue
agridulce. En 1835 perdió todos sus escasos ahorros de forma turbia, muy
probablemente engañada por algún turista de paso por la región que le prometió
enormes ganancias en un negocio que, obviamente, nunca se llevó a cabo. Debido
a ello su situación económica se hizo muy grave, razón por la cual William
Buckland, uno de los múltiples investigadores y apasionados por el pasado que
formaban parte de sus “clientes” (y de hecho el único entre todos ellos que
alguna vez admitió públicamente y de forma explícita que Mary era la autora de
los hallazgos de los fósiles que le compraba) persuadió a la British Association for the Advancement of
Science de que al menos se le otorgase a Mary Anning una pensión de 25 libras anuales por sus contribuciones al progreso
de la ciencia. Gracias a eso Mary pudo salvar la situación y vivir algunos años
de forma relativamente confortable, aunque ya nunca volvió a realizar grandes
hallazgos de fósiles y murió en 1847 de un cáncer de mama.
En realidad esta historia que os acabo de contar es
relativamente conocida, sobre todo después de que ese imperio del mal que es
Google le dedicara un Doodle a este personaje el año pasado. A mí en cambio lo que me
interesa siempre, más que reproducir biografías enciclopédicas, es tomar datos dispersos de algunas de
ellas de cara a ofrecer luego una panorámica de alguna época o problema
concreto. Y a eso voy.
Lo que he intentado dibujar muy someramente a través
de la biografía de Mary Anning como anzuelo es un proceso ocurrido durante la primera mitad del s. XIX. Como mencioné antes ese siglo
comenzó con una mayoría de la población compartiendo una visión en clave
bíblica del surgimiento de la vida en la Tierra así como un cálculo de la antigüedad
de dicho proceso (en torno a unos 6.000 años) que tenía más que ver con cuestiones
teológicas que con un razonamiento lógico serio. En base a ello se pensaba
también que los fósiles de animales extintos hallados de vez en cuando de forma azarosa, normalmente durante trabajos de minería o construcción, eran poco más que elementos curiosos o decorativos. Para nada se los veía como
un posible elemento clave en la investigación del pasado, entre otras cosas
porque por entonces también era mayoritaria la impresión de que la flora y
fauna de tiempos pretéritos no debía haberse diferenciado en demasía de la de tiempos
actuales salvo quizás por algunas pocas especies perdidas debido al Diluvio
Universal.
Sin embargo a medida que avanzaba ese siglo XIX se fueron asentado conceptos, al menos entre las élites intelectuales, como que la vida en la Tierra había aparecido quizás en
fechas mucho más antiguas de lo pensado hasta entonces, o que en algún momento
de ese pasado había existido una “Edad de los reptiles” cuyos restos eran los
fósiles de animales desconocidos que cada vez más frecuentemente aparecían al
excavar en el subsuelo de algunas zonas. Finalmente en base a todos esos
progresos fueron surgiendo nuevos campos de conocimiento como la Paleontología.
Lo que acababa de ocurrir es en parte parecido a lo que supuso para los hombres de la Edad Moderna asistir al hallazgo de nuevos continentes y zonas de la Tierra hasta entonces inexploradas (al menos por los europeos). Si a lo largo de la "era de los descubrimientos" (siglos XV-XVII) el espacio conocido se ensanchó delante de los ojos del hombre occidental del momento, durante el s. XIX lo que se ensanchó principalmente fue la variable tiempo. A lo largo de ese siglo y las primeras décadas del s. XX la población mundial, pero muy especialmente las clases burguesas y formadas del mundo occidental, contemplaron como la historia hasta entonces conocida del planeta se ampliaba hasta límites insospechados. Todo a la vez que se descubrían los restos no solo de antiguas civilizaciones olvidadas sino también de antepasados de la especie humana con millones de años de antigüedad, o incluso de otras formas de vida sobre la Tierra muy anteriores incluso a los mamíferos. Tuvo que ser un shock.
Lo que acababa de ocurrir es en parte parecido a lo que supuso para los hombres de la Edad Moderna asistir al hallazgo de nuevos continentes y zonas de la Tierra hasta entonces inexploradas (al menos por los europeos). Si a lo largo de la "era de los descubrimientos" (siglos XV-XVII) el espacio conocido se ensanchó delante de los ojos del hombre occidental del momento, durante el s. XIX lo que se ensanchó principalmente fue la variable tiempo. A lo largo de ese siglo y las primeras décadas del s. XX la población mundial, pero muy especialmente las clases burguesas y formadas del mundo occidental, contemplaron como la historia hasta entonces conocida del planeta se ampliaba hasta límites insospechados. Todo a la vez que se descubrían los restos no solo de antiguas civilizaciones olvidadas sino también de antepasados de la especie humana con millones de años de antigüedad, o incluso de otras formas de vida sobre la Tierra muy anteriores incluso a los mamíferos. Tuvo que ser un shock.
Y el caso es que en la base de muchas de las pequeñas aportaciones que fueron preparando el terreno para
todo ese gran giro en la mentalidad académica respecto a la imagen que se tenía
del pasado de la vida en la Tierra encontramos mujeres. Y digo mujeres en
plural porque cuando uno “excava” en los orígenes de la Geología o la
Paleontología como ciencias, especialmente esta última disciplina, empiezan a
aparecer mujeres, inglesas, nacidas en su mayoría a finales del s. XVIII. Es
algo muy curioso. No solo hay que tener en cuenta a Mary Anning, cuya figura ha
alcanzado cierta celebridad en tiempos recientes. Es que hay otras muchas, caso de Etheldred Benett (1776-1845), las
hermanas Philpot particularmente Elizabeth (1780-1857), también Charlotte
Murchison (1788-1869), o Mary Buckland (1797-1857). Algunas eran de baja clase social, otras en cambio
poseían abundantes recursos económicos, sobre todo Barbara Yelverton, Marquesa
de Hastings (1810-1858). Todas ellas trabajaron básicamente en la sombra, al
margen de los círculos académicos que en cualquier caso no las hubieran admitido en su seno, para ver luego como sus descubrimientos eran
vampirizados por hombres que les compraban los fósiles que encontraban, esto en el
caso de las que menos recursos económicos poseían, o tenían que conformarse con que el mérito
de muchos de sus trabajos fuese atribuido a sus maridos, como ocurrió en el caso de
Charlotte Murchison y Mary Buckland.
Incluso mirando hacia atrás o hacia países próximos,
como Francia, surgen más nombres femeninos como el de Martine de Bertereau
Chatelet, baronesa de Beausoleil (1580-1645) pionera del estudio de rocas y
minerales en aquel país.
Pero centrándonos en Inglaterra y en esos años clave a
inicios del s. XIX durante los cuales la Geología y la Paleontología dieron grandes saltos
hacia adelante, como digo resulta sorprendente encontrar tantas mujeres
inteligentes que se interesaron en aquella época, y con gran éxito, por dichas
disciplinas en concreto, cayendo luego en el olvido sus aportaciones. De hecho
la prestigiosa Sociedad Geológica británica no admitió mujeres en su seno hasta
1904, e inicialmente lo hizo en muy pequeño porcentaje.
No obstante hoy no vengo a hablar solamente de mujeres ya que para completar
el cuadro de época que quiero presentaros me falta incluir una historia
que se desarrolló casi a la vez que ocurría todo lo anterior, es la historia de
un hombre y un mapa, su mapa, el mapa por el que lo sacrificó todo. Ese que en
2001 dio título al conocido libro de Simon Winchester, The Map that Changed the
World.
Obviamente el título de dicha obra es quizás un tanto exagerado, pero no se
puede decir que carezca por completo de razón.
William Smith nació en 1769 y era hijo de un
herrero. Fue educado con esmero por un tío suyo tras la temprana muerte de su
padre, lo que le sirvió para una vez adulto conseguir trabajo de topógrafo al
servicio de una compañía minera y más adelante proyectando canales entre ríos
para el transporte de mercancías y materias primas. Realizando dicho trabajo le resultó inevitable fijarse que frecuentemente las rocas y
minerales del subsuelo se agrupaban en una especie de bandas (que denominó
“estratos”) cuya disposición seguía patrones que se podían predecir.
Adicionalmente dichos estratos albergaban fósiles de animales determinados que
podían servir para identificar un estrato en cuestión, en tanto que la sucesión
de los estratos aparentemente más antiguos hacia los más nuevos se correspondía
con el hecho de que los fósiles que albergaban en su seno también respondían a
una lógica parecida. En otras palabras, los fósiles de flora y fauna ocultos en
el subsuelo parecían sucederse siempre verticalmente en un orden específico que
era siempre el mismo a lo largo del territorio y que parecía sugerir un
determinado orden cronológico.
Pero no es (solo) por eso por lo que William Smith pasó a la
historia sino por fijarse asimismo en que a lo largo del territorio de las islas británicas la composición del
terreno iba variando, aunque manteniendo según regiones unas características
generales, lo que daba lugar a la posibilidad de realizar mapas que mostrasen
las características geológicas del subsuelo siguiendo de cara a ello patrones parecidos a los empleados para mostrar las fronteras políticas de la superficie. Algo que luego podría ser usado con fines científicos o económicos.
En base a dicha idea Smith se pasó la siguiente década
y media de su vida viajando por las islas británicas, muchas veces a pie, para
recoger muestras y datos sobre las características del suelo en las distintas
zonas y así en 1815 finalizar un gran mapa geológico de las islas británicas que
en su versión definitiva sin embargo cubrió “solamente” los territorios de
Inglaterra, Gales y parte de Escocia.
Realmente no fue el primer mapa de ese tipo que se
realizó en el planeta. Seis años antes de que Smith publicase el suyo un tal William Maclure publicó en los EE.UU. un mapa más pequeño en
base a ese mismo concepto. No obstante si tenemos en cuenta mapas a pequeña
escala uno realizado por el propio Smith en 1799 sobre un terreno de unas cinco
millas en torno a Bath puede considerarse el primero de la historia. Pero fue el gran mapa geológico de Inglaterra elaborado por Smith en 1815 el que lo
cambió todo en tanto que cubría una escala sin precedentes y lo
hacía con una precisión sin igual. Nadie hasta entonces había intentado mapear
el subsuelo de un país entero.
Imaginaos las aplicaciones
que eso tuvo para la consolidación de la revolución industrial en la pérfida
Albión en tanto que a partir del mapa de Smith los empresarios e ingenieros de
Inglaterra estaban en condiciones de predecir a través de qué zonas sería más fácil por ejemplo excavar un canal, o en qué regiones sería más
probable encontrar determinados tipos de minerales (hasta entonces las minas se
establecían en función de los hallazgos básicamente casuales, de prospecciones al azar, o buscando lugares favorables "a ojo", en cambio desde ese momento era posible sistematizar esos procesos
en función de patrones lógicos basados en el conocimiento de la naturaleza geológica del subsuelo del país).
Naturalmente, como suele
ocurrir, William Smith no obtuvo muchos réditos de su trabajo. En el seno de la estirada
Geological Society no gustaba que procediese
de una familia de clase trabajadora así que básicamente se limitaron a
ignorarle. Por otro lado los editores pronto empezaron a plagiar el mapa en cuestión para luego vender miles de copias de mala calidad a bajo precio obteniendo grandes
beneficios. Mientras tanto el propio William Smith no lograba vender las versiones de su propio mapa que él
mismo coloreaba a mano muchas veces (y en los que invertía demasiado tiempo para
que resultasen rentables a un precio competitivo). De hecho apenas logró
producir unos 370 mapas. Resulta irónico pensarlo porque hace unas semanas se cumplió, si no me equivoco, el 200 aniversario de la publicación del mapa geológico ideado por Smith. Hoy en día cada una de las raras copias que produjo personalmente puede llegar a valer mucho dinero, sobre todo si se encuentra en buen estado. Cifras incluso superiores a los 150.000 euros.
En cualquier caso, en su momento, debido a los gastos contraídos para publicar ese material y los escasos
beneficios obtenidos como rédito, William Smith acabó encarcelado por deudas en la King´s Bench Prison de Londres y
cuando por fin fue liberado, en el verano de 1819, con cincuenta años, se
encontró su casa embargada por lo que se vio obligado a abandonar Londres
acompañado de su mujer y de un sobrino de diecinueve años, John Phillips, en
origen el hijo de su hermana, la cual había muerto hacía unos años dejando al
muchacho al cargo de William quien lo había criado como a un hijo.
Smith comenzó así un peregrinar trabajando de topógrafo itinerante,
ayudado por John, normalmente al servicio de latifundistas interesados en fijar
los límites de sus posesiones, encontrar pozos de agua y otras tareas
parecidas.
No obstante esa época de vagabundeo profesional acabó resultándole
fructífera no solo en el plano económico sino en el profesional. Empezó a
conocer a gente muy bien relacionada, nobles con mansiones campestres y grandes
propietarios rurales, la mayoría de los cuales quedaban impresionados con la
capacidad de Smith para identificar zonas de sus dominios en las que podían
encontrarse yacimientos de mineral o establecerse canteras. Es así como al
final de su vida, ya con más de sesenta años, algunos de sus recientes e
influyentes patronos, muy satisfechos con su trabajo, lograron que la Geological Society mirase con un punto de vista fresco la figura de
Smith al cual se le otorgaron una medalla y otros honores algunos años
antes de su muerte, acaecida en 1839.
Visto
con perspectiva el trabajo de Smith fue fundamental de cara a aportar
conceptos que, en unión con lo narrado anteriormente sobre hallazgos
de fósiles, acabaron por dar forma a la
Paleontología como disciplina. Además Smith (junto con otros británicos como el ya mencionado James Hutton, que lo precedió en el tiempo, y Charles Lyell que sucedió a ambos) también puso una parte de las bases
de la Geología moderna.
Y
por si fuera poco John Phillips, su
sobrino, el chaval que le acompañó asistiéndolo al final de su vida, siguió
desarrollando algunas de las ideas de Smith hasta convertirse él mismo en una figura central en esas
dos disciplinas mencionadas. Entre otras cosas a John Phillips se debe la
primera periodización del pasado basada en eras geológicas, planteada en 1841. El término Mesozoico por
ejemplo lo inventó él.
Con
el tiempo todo esto que he contado sirvió, como he venido insinuando, para asentar
entre los especialistas anglosajones una serie de ideas sobre la edad del
planeta o la existencia en el pasado de grandes extinciones de especies. Ideas que más
adelante ayudaron a formular y defender la teoría de la evolución.
Así
es como progresa el saber, poco a poco múltiples individuos en su mayor
parte anónimos van recolectando datos, divulgando ideas en la sociedad, creando nuevos conceptos, hasta que un día, cuando se acumula un número
suficiente de piezas, alguien combina todo o parte de ese material disponible
para elaborar una gran estructura de conocimiento, un nuevo paradigma, que da
paso al siguiente nivel. Llegados ahí vuelve a empezar el lento juego de reunir piezas-ideas que sirvan para, una vez pasadas décadas o siglos, construir el
siguiente monolito, más grande y complejo que todos los anteriores. Aunque la
sociedad recuerda a los grandes arquitectos de cada uno de esos monolitos rara vez recuerda a los
olvidados obreros que como hormiguitas fueron aportando laboriosamente las
pequeñas piezas con las que están construidos.
Apasionante. Menudo trabajo de documentación. Eres una enciclopedia. Ayss...
ResponderEliminarCuriosa película sobre Mary Anning desde una perspectiva cuanto menos... inesperada, pero en línea con la actualidad: "Ammonite" (2020)
ResponderEliminarUn drama lésbico porque supongo que no es divertido ver a una mujer recoger fósiles durante hora y media. Los descendientes se enojaron por el asunto, me parece.
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