Yo
no me llamo Espartaco.
Serie
“Spartaco” del canal Starz, último episodio.
No
todo el mundo sabe que Pelé no se llamaba Pelé sino Edson Arantes
do Nascimento, que el famoso fotógrafo Robert Capa había sido bautizado en realidad como Endre Ernö Friedman, mientras que Gregorio
Esteban Sánchez Fernández era
el auténtico nombre del cómico Chiquito de la Calzada. En nuestra
sociedad del entretemiento tendemos a escuchar muchos seudónimos,
como Chenoa, Bruno Mars, Eminem, Lady Gaga, Pitbull, Maluma, Madonna,
Elton John, Shakira, Sid Vicious, John Wayne o
Woody Allen…
los cuales en muchas ocasiones camuflan detalles
relevantes de la vida de las personas que se ocultan tras ellos.
Por ejemplo cuando buscamos información sobre la famosa actriz
estadounidense Natalie Wood y descubrimos que se llamaba en realidad
Natalia Nikolaevna Zakharenko. “Natalie Wood”
era por tanto hija
de inmigrantes rusos y,
como era muy común entre actores de su generación, el sobrenombre
le servía para esconder
sus orígenes, igual que en el caso de Yul Brynner, nacido Yuliy Borisovich en Vladivostok, Kirk Douglas quien se llamaba
en realidad Issur Danielovitch y era hijo de inmigrantes judíos
bielorrusos, o Cornel Wilde, judío húngaro nacido en territorio de la actual Eslovaquia con el nombre de Konél Lajos Weisz, mientras que el americanísimo vengador Charles Bronson
se llamaba en realidad Charles Dennis Buchinsky, era hijo de unos
inmigrantes lituanos y aprendió a hablar inglés de adolescente. En el caso francés el celebérrimo Charles Aznavour, hijo de inmigrantes armenios, se llamaba en realidad Shahnour Vaghinag Aznavourian. Más cerca del presente en Inglaterra me viene a la cabeza el caso de George Michael, en realidad
Georgios Kyriacos Panayiotou, hijo de inmigrantes chipriotas.
Lo
que ocurre es que no
nos damos cuenta de que esto no es algo solamente propio de tiempos
recientes. Tal es así que Jean-Baptiste
Poquelin es conocido en todo el mundo exclusivamente a través de su nombre artístico, Molière.
A
lo que se añaden otros problemas cuando unimos a todo lo anterior el
paso del tiempo y la comunicación entre culturas. Así
que vamos a analizar con un poco de detalle las consecuencias de esto
mismo aplicado al estudio y divulgación de las Humanidades.
A
ver cómo lo explico. Las personas tienen nombres, pero esos nombres
normalmente solo resultan habituales y confortables de pronunciar en
el idioma de la sociedad en el que esas personas vivieron. Por ello
el mismo nombre suele sufrir cambios al ser pronunciado en otro idioma para
adaptarlo a las particularidades fonéticas del mismo. Esto que puede
parecer una tontería a veces resulta un problema grande. Por ejemplo
imaginad que asistís a un congreso internacional de Historia. Para
empezar el idioma que vais a tener que utilizar para comunicaros
probablemente no va a ser el idioma español. Y, claro está, si
iniciáis una conversación sobre la Grecia Clásica es posible que
nadie os entienda cuando habláis de un tal Platón ya que,
suponiendo
que utilicemos el
inglés, entonces
dicho nombre cambia para pasar a ser “Plato”
pronunciado casi como la palabra “pleito” en español, más bien
algo como “Playtoe”.
No obstante lo estamos pronunciando en inglés, muy lejos del idioma
griego original de la palabra Πλάτων que una vez adaptada al alfabeto latino
dio vida al
Plátōn
del
que deriva la grafía en español moderno. Y,
es más,
ese “Platón”
ni siquiera es un nombre porque en realidad es solo un “mote”, un
sobrenombre, atribuido a un filósofo cuyo nombre auténtico
desconocemos. Algunos autores han sugerido que
su nombre de pila era Aristocles, pero no hay prueba alguna de ello
ni del sentido concreto que tenía su apodo. Se han dado por
supuesto algunas
explicaciones para
el mismo,
siendo la más popular que tendría que ver con el adjetivo platýs
referido
a que era una persona muy musculosa con hombres muy anchos. Pero ni
siquiera esto es seguro.
El de Platón es un caso similar al de Longus (Λόγγος) un exitoso escritor erótico griego de época romana del que se desconoce casi todo, empezando por si ese apelativo era en realidad su nombre de pila, cosa hoy considerada harto dudosa. Pero si nos ponemos a repasar equívocos entonces tenemos el caso paradigmático de Hércules. Ha
pasado a la historia mediante su sobrenombre de Hera-klés “la
gloria de Hera” y por ello poca gente sabe que el nombre auténtico de dicho
mítico personaje era Alkaios, algo así como Alcides en español.
No obstante algo similar ocurre con la mayor parte de filósofos griegos y de
escritores y emperadores romanos, que no se llamaban originalmente de
la misma forma que los denominamos nosotros.
Si
habéis estudiado epigrafía romana recordaréis la complejidad de la
estructura de Praenomen-Nomen-Cognomen/Agnomen que se usaba para las
denominaciones y filiaciones de los personajes importantes en el mundo romano. Por ello
es de uso común en las publicaciones para la divulgación la estrategia de reducir esa lista a uno o dos de ellos. Es lo que ocurre por ejemplo
con los dos emperadores llamados Titus
Flavius
Sabinus
Vespasianus
en cuyo caso al padre se le denomina simplemente como Vespasiano y el
hijo recibe habitualmente solo el hombre de Tito para facilitar la
comprensión. Mientras que a Gaius Octavius Turinus, más adelante llamado Gaius Iulius Caesar Octavianus, se le cita normalmente como Octavio, para eventos previos al año 27 antes de nuestra era, y como Augusto, a secas, para momentos posteriores.
Otra
estrategia común consiste en escoger algún “mote” usado por los
biógrafos del personaje en cuestión. Por
ejemplo Nerón (que,
por supuesto, en
inglés y en otros idiomas
se pronuncia de manera muy
diferente) no se llamaba
originalmente así.
Ni siquiera Claudio César Augusto Germánico, que fue su nombre de
emperador, pues al igual que los Papas actuales los emperadores
solían cambiarse el nombre o añadirle más
palabras al mismo cuando
eran investidos.
En realidad nació como
Lucius
Domitius Ahenobarbus y
usamos ese Nerón en relación a otro nombre de los que usó a lo
largo de su vida, en concreto Nero Claudius Caesar Drusus Germanicus
donde “Nero” es
un apodo que significaría algo así como “de gran valor y fuerza”.
Por
su parte el
nombre de Cicerón tiene toda una historia curiosa detrás de él. Al
parecer un antepasado de su familia tenía
una gran verruga en la nariz del tamaño de un garbanzo, o
quizás fue comerciante de verduras, en cualquier caso de ahí venía
el nombre familiar ya
que en
griego la palabra garbanzo se dice kικέρόν y
en latín cicer. De
la misma forma al geógrafo griego Estrabón
lo
conocemos así porque al parecer era bizco.
Algo
similar a lo que ocurre con Gaius
Julius Caesar Augustus Germanicus que
ha pasado a la historia como Calígula en relación al tipo de
calzado que usaba habitualmente, unas típicas caligas
(de
ahí que su sobrenombre signifique algo así como “botitas”).
Y
qué decir de Lucius Septimius Bassianus, más adelante llamado Marcus
Aurelius Severus Antoninus Augustus, pero que es habitualmente mencionado con el nombre de Caracalla en relación a un tipo de túnica de
origen galo; o de Heliogábalo/Elagabalus, una fusión de dos
divinidades a las que era devoto Marcus
Aurelius Antoninus Augustus, originalmente
llamado Vario
Avito Basiano
antes de ser emperador.
A
veces incluso, al desconocer más datos al respecto, hemos convertido
la denominación de una función en nombre propio. Por ejemplo el
“Vercingétorix” galo parece ser solo una forma de referirse a un
jefe supremo en lengua arverna, así que probablemente nunca sepamos
el nombre auténtico del guerrero que dirigió la resistencia contra
César bajo dicho apelativo. Aunque quizás el caso de confusión más
conocido sea el de Spartacus, el líder de la famosa revuelta de
esclavos que al ser tracio parece ser que recibió de sus enemigos dicho nombre
simplemente porque era muy común entre los hombres de su región
natal.
Asimismo
los nombres de líderes musulmanes han sido latinizados en casi todas
las publicaciones en lenguas romances y además frecuentemente son reducidos a un simple apelativo en razón a las complejidades en la pronunciación del árabe. A fin de cuentas resulta bastante más fácil referirse a un tal
Averroes que a Abū
l-Walīd Muḥammad Ibn ʾAḥmad Ibn Rušd; y
desde luego resulta más sencillo mencionar a un tal Almanzor (algo así como “el
victorioso”) que hablar de AbuʿAmir
Muhammad ben AbiʿAmir al-Maʿafirí.
Por
no hablar, obviamente, de nombres procedentes de otras lenguas que
resultaban complicadas para los escritores e historiadores de cultura
occidental, casi todos los cuales han sido adaptados o han implicado
la reducción del personaje al seudónimo. Un ejemplo es el caso de
los líderes de tribus indias americanas. De tal forma “Caballo
Loco” (en realidad "Crazy Horse") no deja de ser el intento de traducción al inglés del
nombre Tashunka
Witko, mientras
que Toro Sentado lo es de la traducción del lakota Tathanka
Iyothanka.
En
lo que nos concierne como españoles cabría anotar que los nombres
incas en quéchua se leen de forma mucho más correcta en español si
aplicamos a la letra “c” que vemos en los textos el sonido “k” o a veces "q",
y a la “h” la entendemos como una moderna “w”. Así
que un nombre como Atahualpa
no resulta evidente en su
transcripción al castellano que se pronunciaría como Atawallpa
o Atao Wallpa. “Inca”
sonaría algo así como “Inka”; Huascar
sonaría algo así como
“Waskar” y
Huayna Capac como “Wayna
Kapaq”.
Ahora bien, los motes y seudónimos se utilizan no solo para denominar de forma rápida y
simple a personajes de culturas lejanas, sino que dada su
popularidad
algunos han hecho olvidar por completo el nombre real de muchos
personajes históricos independientemente del idioma o país del
mismo. Por
ejemplo
José
Doroteo Arango Arámbula mucho
más conocido como Pancho
Villa.
A ese respecto me llama la atención que lo anterior sea algo particularmente común con
nombres italianos, por ejemplo en el caso del famoso matemático
medieval Leonardo
Bonacci que es mucho más conocido como
“Fibonacci” dado que ese sobrenombre fue popularizado por un
historiador del s. XIX. También es lo que sucede con muchos
condottierros, por ejemplo en la mayoría de los libros se omite el
nombre de Francesco Bussone para susituirlo por el dominio feudal del
Carmagnola del que fue conde. Mientras que Erasmo
di Narni es mucho más conocido como Gattamelata que significaba
“ojos melosos” o “mirada melosa”, al parecer por su mirada
característica un tanto similar a la de Jaden
Smith, el
famoso hijo de Will Smith.
Y
si hablamos en concreto de pintores este tipo de cosas son verdaderamente
comunes. Poca gente sabe que Cimabue se llamaba en realidad Cenni di
Pepi. En cambio si sabéis, espero, que Michelangelo Merisi recibió
su sobrenombre de la ciudad de Caravaggio. Igual que Pietro Vannucci, era conocido como Perugino por ser natural de la región de Umbria cuya ciudad más conocida era... Perugia.
Por su parte Tommaso
di Cristoforo Fini es
conocido como Masolino, algo así como “pequeño Tommaso”. Mientras que Tommaso
di Ser Giovanni di Simone
es conocido como
Masaccio, un mote un tanto despectivo asociado también por entonces al nombre
Tommaso. Y
Donato
di Niccolò di Betto Bardi
es mucho más conocido como Donatello por razones similares.
En
el caso de Jacopo
Robusti, hijo de un fabricante de tintes, no es extraño que se le conozca con
el diminutivo Tintoretto. Domenico di Tommaso Curradi, el maestro de Miguel Ángel, era llamado Ghirlandaio ("fabricante de guirnaldas") también debido a su padre, según parece comerciante entre otras cosas de ese producto. Mientras
que si hablamos de Botticelli, en realidad Alessandro
di Mariano Filipepi, el sobrenombre por el que pasó a la posteridad (diminutivo italiano de la palabra “botijo”) tiene su origen en
el apodo de su hermano mayor, Giovanni, un chico un tanto obeso al
que apodaban por ello “botticello” y que, al estar siempre junto
a su hermano pequeño, acabó provocando que con el tiempo a “Sandro”
se le pegase el sobrenombre de “botticelli”. Por su parte Giovanni Antonio Canal era hijo del también pintor Bernardo Canal, de ahí que se le apelase el "Canaletto" (o pequeño Canal). Mientras que a Andrea di Michele di Francesco se le conoce como Verrocchio al parecer por el apellido de uno de sus maestros en una primera etapa de su vida cuando fue aprendiz de joyero.
Si bien ese tipo de cosas ocurren con todo tipo de artistas del período, no solo pintores. Por ejemplo el arquitecto y escultor Antonio di Pietro Averlino, casi siempre citado como Filarete o “amante de la excelencia”, sobrenombre que le puso su biógrafo; o el compositor Giovanni Pierluigi, más conocido por el nombre de su ciudad de nacimiento: Palestrina. Y tampoco ocurre solamente con nativos italianos. Joan Josep Ribera y Cucó, quien desarrolló toda su carrera en Italia pese a haber nacido en la Península, es normal que sea conocido como “Lo Spagnoletto”
Si bien ese tipo de cosas ocurren con todo tipo de artistas del período, no solo pintores. Por ejemplo el arquitecto y escultor Antonio di Pietro Averlino, casi siempre citado como Filarete o “amante de la excelencia”, sobrenombre que le puso su biógrafo; o el compositor Giovanni Pierluigi, más conocido por el nombre de su ciudad de nacimiento: Palestrina. Y tampoco ocurre solamente con nativos italianos. Joan Josep Ribera y Cucó, quien desarrolló toda su carrera en Italia pese a haber nacido en la Península, es normal que sea conocido como “Lo Spagnoletto”
Por otro lado la
Edad Moderna fue también rica no solo en apelativos para artistas sino en sobrenombres latinizados como los que emplearon habitualmente muchos alquimistas de variado pelaje para darse importancia. Theophrastus
Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim
pasó a la historia como Paracelso, algo
así como “semejante
a Celso”, un escritor romano sobre medicina del s. I, cuya obra
admiraba Theophrastus. Michel
de Nostredame pasó a la historia como Nostradamus, mientras que otro charlatán famoso, el celebérrimo “conde” de
Cagliostro, en realidad se llamaba Giuseppe
Balsamo y de conde no tenía mucho.
Aunque, respecto a esto último, muchos
otros personajes del período pasaron a la historia asociados a dominios feudales:
Leopoldo de Gregorio es mucho más conocido como el Marqués de
Esquilache; su rival Zenón de Somodevilla y Bengoechea como el
Marqués de Ensenada; Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez
de Urrea como el conde de Aranda y, siguiendo con ilustrados, José
Moñino y Redondo como Marqués de Floridablanca, mientras que fuera
de nuestro país por ejemplo tenemos el caso de Marie-Joseph Paul
Yves Roch Gilbert du Motier quien pasó a la historia como el Marqués
de Lafayette.
“Mark
Twain” era
una
expresión en la jerga de los pilotos de
barcos del
Misisipi
que significaba que el vapor estaba ya en aguas seguras.
Fue
así cómo Samuel Langhorne Clemens, que
en su juventud trabajó como piloto en los barcos que surcaban el
río,
eligió su seudónimo literario.
Poca
gente sabe asimismo que George Orwell se llamaba en realidad Eric Arthur Blair, Yukio Mishima en realidad se llamaba Kimitake Hiraoka, o que Pablo Neruda se llamaba originalmente Ricardo
Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Y es que los sobrenombres son muy
comunes el campo literario. Marie-Henri Beyle es
conocido como Stendhal; René
Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke es
Rainer Maria Rilke; y David John Moore Cornwell se hizo famoso como John Le Carré. Si
bien este
tipo de fenómeno fue realmente común en el caso de mujeres
escritoras del pasado muchas de las cuales adoptaron seudónimos masculinos
a través de los cuales pretendían ocultar su condición. La
lista es larga e
incluye casos tan destacados como los de George Eliot (Mary
Anne Evans), Fernán Caballero (Cecilia
Böhl de Faber y Ruiz de Larrea), o George Sand (Amantine
Aurore Dupin).
En
definitiva siento
confirmarte que memorizar costosamente todos esos nombres de
personajes famosos de tu libro de historia no es tan útil como
piensan tus profesores, pero no por las razones que tú creías sino
por otras cuestiones. Primero porque si un día te dedicas seriamente
a la investigación vas a tener muchos problemas para comunicarte con
profesionales de otros países simplemente a través del nombre
españolizado que aparece en tus manuales del colegio y, en segundo
lugar, porque una parte muy importante
de los personajes históricos famosos no se llamaban en realidad como
tú piensas que se llamaban, lo que te dificultará identificarlos en
muchos documentos históricos si por casualidad te das de bruces con
alguna fuente donde aparezca información de primera
mano sobre ellos.
Disculpa pero cicer, -eris significa garbanzo, no guisante.
ResponderEliminarSaludos.
Cierto. Gracias por la precisión.
EliminarEntre aquellos que son conocidos por su título nobiliario y no por su nombre me gustaría agregar al físico lord Kelvin, al escritor el marqués de Sade, y al militar el conde de Lorencez (para los despistados este último fue el que perdió la batalla de Puebla del 5 de mayo, esa que celebran más los gringos que los mexicanos). Y no me pregunten cómo se llamaban en realidad estos hombres porque no me acuerdo.
ResponderEliminarPor cierto buena entrada, desconocía la mayoría de los casos que menciona. Otro asunto sería ponernos con personajes históricos de Asia oriental que cambiaban de nombre varias veces a lo largo de su vida. Si no mal recuerdo ya tuvo problemas con ese detalle en una de entrada del blog.
Por eso ni me planteé intentarlo esta vez. Gracias por el aporte, ciertamente hay muchos casos que no he citado porque tampoco pretendo un listado exhaustivo.
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