Huye,
Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad,
porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la
propia, y a veces en lugar de la propia.
Guillermo de Baskerville en “El nombre de la
rosa”
Stefan Zweig fue un novelista austriaco de
orígenes judíos nacido en Viena en 1881. Por entonces dicha ciudad, esplendorosa capital del hoy desaparecido Imperio austrohúngaro, era un
hervidero de artistas y pensadores y por tanto podía ser considerada, quizás, como la segunda capital
cultural de Europa tras París. Durante las siguientes décadas, hasta el estallido de la Gran Guerra, residieron allí Theodor Herzl, el fundador del moderno sionismo; poetas como Rainer María Rilke; músicos como Arnold Schoenberg; muchos pintores, si bien normalmente
de menor fortuna y talento que los asentados por entonces en París o Londres; e igualmente diversos jóvenes
que con el tiempo se convertirían en famosos en sus respectivas disciplinas
como Sigmund Freud o el filósofo Ludwig Wittgenstein. Viena era en aquel tiempo una colmena
de mentes de excepción plagada de cafés en los que se reunían ocasionalmente a
intercambiar opiniones variopintos grupos de intelectuales.
El problema es que esa fue también la Viena
que albergó a un joven Hitler o a múltiples revolucionarios exiliados y
nacionalistas furibundos que contribuirían a prender fuego al siglo veinte mano
a mano con el joven Adolfo. Individuos como unos jóvenes Stalin y Trotsky, o el futuro mariscal Tito que en sus tiempos mozos trabajó como obrero en una
primitiva fábrica de automóviles marca Daimler al Sur de la ciudad.
De esa forma tras la desintegración del Imperio, a medida que avanzaban
los años del período de entreguerras posterior al final de la I Guerra Mundial, el
ascenso del nazismo en la vecina Alemania en paralelo a la difusión de ese tipo de
ideas en Austria (hasta desembocar en el Anschluss
de 1938) provocó que el ambiente vienés se fuera haciendo cada vez más opresivo.
Por ello en 1934 Zweig, como otros intelectuales de raíces judías, se
vio obligado a exiliarse a Inglaterra. Y allí en 1936 escribió
un libro hoy completamente olvidado pero cuya memoria me interesa recuperar
aquí porque se trató de un curioso ensayo histórico a mi juicio muy de
actualidad. El libro en cuestión se tituló Castellio
contra Calvino y a lo largo de sus páginas un pensador cada vez más
desengañado como Zweig se dedicó a hablar de la intolerancia, del fanatismo, de sus raíces en el mundo católico y de sus ramificaciones posteriores dentro del mundo protestante donde hizo acto de aparición presentándose como todo lo contrario.
En realidad
no hace mucho ya escribí una entrada dedicada en concreto a la génesis del movimiento protestante, la cual estaba enfocada a comentar algunos de sus puntos oscuros. Por supuesto lo anterior no
debe hacernos olvidar por completo que el origen del protestantismo estuvo en
la lucha contra la intolerancia y la corrupción de la Iglesia católica. Y debemos asimismo tener en
cuenta que, como hoy sabemos, fue en las sociedades protestantes donde con el
tiempo se gestaron cuatro elementos que sirvieron para llevar a cabo la
transición desde la retrógrada mentalidad feudal hacia el mundo moderno: me
refiero a la mentalidad capitalista, la revolución científica, la revolución
industrial asociada a todo lo anterior y en última instancia la evolución hacia
el pensamiento político liberal base de las democracias parlamentarias
modernas.
Esos progresos se debieron, entre otras cosas, a que dentro del naciente mundo protestante rápidamente ganó peso, por razones teológicas, la consideración del enriquecimiento como una señal del favor divino,
por tanto un signo de predestinación a la salvación eterna. Y en relación con ello el comercio, el préstamo de dinero o el trabajo manual dejaron de ser actividades
estigmatizadas, a diferencia de lo que ocurría con el pensamiento cristiano
medieval. De esta forma una serie de nuevos grupos sociales dentro del ámbito
protestante encontraron el estímulo para acumular capitales pero a la vez para
desarrollar un estilo de vida austero, lo que aparentemente resulta un
contrasentido. La consecuencia de lo anterior fue un progresivo énfasis en la inversión productiva de la riqueza en detrimento del gasto en pura ostentación. De esa manera, tras la Reforma, el ahorro y la inversión despegaron en la Europa del centro y el Norte, fundamentalmente a manos de
una nueva burguesía comercial de cuño protestante mientras que por el contrario en la Península Ibérica los reinos (católicos) que habían tenido acceso privilegiado a las riquezas del Nuevo Mundo paradójicamente empezaban a experimentar un tremendo estancamiento productivo y económico ya que las élites sociales que allí captaban la mayor parte de la riqueza no manifestaban ningún interés en reinvertirla de forma creativa.
O quizás, simplemente, el capitalismo, el maquinismo y el parlamentarismo encontraron mejor acomodo en
las sociedades protestantes que en las católicas no tanto por su mayor apertura
de miras como por el hecho de que la confiscación de las tierras de la Iglesia o
el cierre de conventos que siguieron a la Reforma sirvieron para estimular la actividad económica, trasladando brazos ociosos
hacia labores productivas. Tal vez eso, y no una ideología concreta, fue lo que en última instancia convirtió a las sociedades protestantes en más
ricas y dinámicas que las católicas. Es posible que los cambios iniciales detrás de la Reforma simplemente trastocasen, siquiera sin pretenderlo explícitamente, el orden social salido del medievo,
dando cada vez más poder, en detrimento del clero, a una nueva clase social burguesa que con el
tiempo teorizó nuevas ideas políticas no solo porque fueran más justas sino
sobre todo porque alterar el vigente reparto de poder convenía a tales clases
sociales.
De cualquier manera, de la mano de la Reforma la implantación de un nuevo orden religioso y social en muchas zonas de Europa abrió la vía a muchas modificaciones
positivas: desde un mayor papel de las mujeres en las cuestiones religiosas,
hasta el replanteamiento de los conceptos de Estado
y de soberanía, pasando por un mayor interés por aprender a leer y escribir entre ciertas capas sociales (mientras en el mundo católico el creyente dependía del sacerdote como intermediario para acceder al conocimiento de las Escrituras, el protestantismo puso mucho énfasis en la lectura personal de la Biblia y por consiguiente en su traducción a las lenguas vernáculas de los fieles, lo que a su vez estimuló a muchos de ellos a aprender a leer). Pero aún así, insisto, la imposición del protestantismo no estuvo tampoco carente de
sombras.
En ese sentido poco después de la irrupción
de Lutero la enseñanza y la doctrina protestantes empezaron a diversificarse y
evolucionar de forma independiente, al margen del núcleo teutón organizado en torno al pensador alemán. Es así como aparecieron en escena líderes como Zwinglio
(1484-1531), inicialmente muy activos y numerosos sobre todo en los territorios de la
Confederación Helvética, en tierras de la actual Suiza. Debido a ello en esa región se gestaron muchas nuevas ideas que luego se difundieron por los Países Bajos, Francia (con los llamados
hugonotes), Escocia (presbiterianos) y en el s. XVII por Inglaterra (puritanos), para luego desde allí dar el salto a Norteamérica gracias a la emigración a aquellos territorios de diversos grupúsculos
sectarios mal vistos en las islas.
En lo tocante a los primeros tiempos de todo ese proceso hoy nos resulta de especial interés un ciudadano nacido en el Norte de Francia, de nombre Jehan Cauvin
(1509-1564), que pasaría a la historia por su nombre latinizado, Calvinus, debido precisamente a la influencia que alcanzó en
esos territorios helvéticos de los que antes hablé.
De cara a entender lo que significó su figura hay
que partir de asumir que el “calvinismo”
apadrinado por él, pese a que sobre el papel se trataba de un movimiento "rupturista", en el fondo era un movimiento socialmente conservador, particularmente
adaptado a los intereses de la creciente burguesía urbana, y que adolecía de la
contradicción fundamental que se podía achacar desde el principio a todo el
pensamiento de Lutero. A saber: un movimiento nacido en torno a la lucha por la
libertad religiosa que, una vez triunfante, de cara a imponerse y sobrevivir
(como todas las grandes ideas de la historia, desde el cristianismo hasta el
nacionalismo contemporáneo, pasando por el comunismo), negó tal derecho
a todo disidente del credo propio. De esa forma en las tierras que poco
a poco comenzaron a emanciparse de la "opresión papista" pronto empezó estar
severamente restringido el profesar ideas políticas o religiosas demasiado heterodoxas (bien de cuño
católico o incluso ideas afines a variedades del protestantismo diferentes a la
hegemónica en el territorio de turno).
Es así como la “liberación” que proporcionó el triunfo del
protestantismo en algunas zonas no fue sino el pistoletazo de salida a nuevas
persecuciones de brujas, católicos, judíos o sectas protestantes de nuevo cuño.
En otras palabras. En el mundo protestante se gestó el liberalismo parlamentario moderno. Cierto. Pero también en su seno se incubaron muchas de las ideas que desembocaron en el
nazismo o el apartheid sudafricano (implantado en época contemporánea por los
descendientes de colonos neerlandeses calvinistas). No lo olvidemos. A fin de
cuentas los humildes y piadosos pioneros ingleses que llegaron a América del
Norte huyendo del acoso de sus conciudadanos, también protestantes, acabaron
exterminando a los nativos que encontraron en el nuevo territorio. Es la lógica
de la historia, la cual no progresa desde el mal hasta el bien, sino desde un
mal muy grande a otro ligeramente menor. Donde los oprimidos hoy solo tienen
dos salidas: bien desaparecer, o bien imponerse de forma brutal y tras ello convertirse a su vez en
opresores, como ocurrió por ejemplo con los líderes proletarios rusos que hicieron la
revolución, o los sionistas judíos que fundaron Israel.
Volviendo con el movimiento iniciado por
Calvino. Como ya dije su doctrina política, pese a ser la de un “revolucionario”, en el
fondo expresaba ideas muy conservadoras y parecidas a las de los pensadores
católicos en todo lo relativo, por ejemplo, a apuntalar un aumento de la
tendencia autoritaria de los gobernantes. A ese respecto Calvino defendía
que la autoridad política temporal procede de Dios y por ello se
le debe obediencia a los gobernantes incluso cuando quien ejerce la autoridad es un tirano, con la posible excepción de que éste ordene algo que vaya claramente en contra de la voluntad de Dios (interpretada desde un punto de vista calvinista, por supuesto). Sólo entonces sería
lícita la desobediencia o el tiranicidio. Es más, Calvino poseía por así decirlo un pensamiento político de cuño todavía medieval, ya que situaba a la
Iglesia (por supuesto la suya, la que hoy denominamos "calvinista") por encima del gobierno temporal pues, según él, la
principal misión del Estado sería simplemente encaminar a los hombres hacia la
salvación.
En definitiva, si
bien la irrupción del protestantismo en Europa desencadenó una serie de procesos históricos que
acabaron desembocando en mejoras sociales y mayores libertades políticas, en su origen muchos de
estos cambios fueron inatendidos y estaban lejos de ser buscados por los
primeros líderes protestantes, los cuales toleraban casi igual de mal que sus
contrapartes católicos cualquier forma de crítica u oposición a sus ideas.
Bajo esas premisas no es de extrañar que
pronto el sistema calvinista implantado en Ginebra se convirtiese en un régimen
casi totalitario en forma de dictadura religiosa, una teocracia que miraba con
desaprobación hasta el uso de instrumentos musicales y uno de cuyos momentos
álgidos fue la condena a muerte del pensador protestante hispano Miguel Servet,
quemado vivo en la ciudad en 1553, entre otras cosas
por cuestionar la idoneidad de bautizar a los niños pequeños y plantearse si no
sería mejor esperar a la edad adulta (pocos años después el italiano Bernardino
Ochino tuvo que escapar de Zurich por posicionarse a favor de la inconcebible idea
del divorcio).
Y en base a todo ello, cuatro siglos después,
un Stefan Zweig cuyos libros empezaban a ser perseguidos por los nazis, se
decidió a dibujar los claroscuros de un líder mesiánico como Calvino, casi un trasunto del popularísimo Hitler de los primeros años 30, a la vez que rescatar del olvido la figura de
Sébastien Châteillon, más conocido como Castellio (1515-1563). Que es el personaje del que realmente yo quiero hablaros hoy.
Castellio, al igual que Calvino, nació en
Francia y recibió una amplia formación académica y teológica para luego
convertirse al protestantismo en su juventud, en torno a los veinticuatro o
veinticinco años más o menos, también casi igual que Calvino. Con posterioridad ambos hombres se conocieron en Estrasburgo en torno a
1540 y poco después Castellio, nuevamente imitando a Calvino, viajó a Ginebra, en su caso para trabajar como director del
Collège de Genève (hoy llamado Collège Calvin) por entonces la institución
educativa más prestigiosa de la región. Allí, con motivo de una terrible plaga
ocurrida en 1543 se dedicó a cuidar personalmente a los enfermos, con gran
peligro de su vida, mientras Calvino y el resto de influyentes miembros de
consejo de la ciudad se refugiaban en sus mansiones sin atreverse a mantener
contacto con sus conciudadanos más desafortunados en aquella hora de necesidad.
Más tarde Calvino justificó su cobarde hipocresía en aquellos momentos declarando con cinismo que, dado que su
vida resultaba preciosa para el triunfo de la Reforma, no podía, a su pesar,
arriesgarla.
En todo caso
Castellio sobrevivió y la gratitud de muchos de sus vecinos fue inmensa. Pero,
mezquino como fue durante casi toda su vida, ese fue precisamente el momento en
el que Calvino rompió con su "amigo" Castellio y empezó a conspirar
contra él a sus espaldas, al percibir la creciente influencia de Castellio
entre sus conciudadanos y por consiguiente la amenaza –real o imaginaria- que
eso suponía para su propia carrera política en ascenso. Así que cuando Castellio
empezó a difundir la perniciosa idea de que la comunidad protestante de la
ciudad debería abstenerse de perseguir a los que disentían de sus ideas Calvino
organizó la expulsión de Ginebra de Castellio en base a la acusación de
“socavar la autoridad del clero”.
Castellio se quedó así en la calle, literalmente, obligado a mendigar de puerta en puerta por comida y cobijo hasta que su suerte mejoró y, tras encadenar algunos trabajos como tutor privado o en una imprenta, diez años después consiguió una posición de profesor en la Universidad de Basilea.
Pero solo dos meses después de esto último Servet (al que Calvino
odiaba desde que siete años antes se atreviese a enviarle una copia de uno de
sus propios libros llena de anotaciones señalando posibles errores) fue
ejecutado en Ginebra ante la indiferencia de la mayoría de los teólogos del
mundo protestante. Por ejemplo Philippe Schwarzerdt "Melanchthon", amigo y depositario del legado de
Lutero, escribió a Calvino para felicitarlo.
Era necesario
que alguien levantara la voz para decir lo que nadie quería pensar o se atrevía
a decir. De tal forma al año siguiente Castellio se arrogó la ingrata tarea de
oponerse públicamente a lo que estaba pasando dentro del mundo protestante y su
progresiva deriva hacia una intolerancia semejante a la imperante en el mundo
católico. De cara a ello Castellio publicó un pequeño ensayo pionero en favor
de la libertad de pensamiento en el que se atrevía a usar algunas de las
declaraciones sacadas de textos del propio Calvino en los tiempos en que había
sido perseguido por la Iglesia católica. Castellio incluso se permitiría más adelante abogar por la separación de
la Iglesia y el Estado de cara a garantizar un mayor grado de libertad de
pensamiento individual.
Por supuesto su alegato fue básicamente
ignorado por sus coetáneos en un tiempo en que se estaban incubando terribles guerras
de religión en Francia y Alemania. Faltaba más o menos un siglo para que en el
mundo protestante empezasen a imponerse ideas de ese tipo, y ello por motivos no siempre
basados en cuestiones puramente éticas sino de conveniencia política como
respuesta a mutaciones sociales de base. Así que Castellio murió casi en el anonimato unos años después.
Con el tiempo algunos de sus correligionarios, descontentos con sus
ideas demasiado heterodoxas, desenterraron sus restos, los quemaron y esparcieron
las cenizas, razón por la cual de él solo quedan copias de algunos de sus
escritos. Una suerte muy diferente a la gozada por el legado de Calvino, quien murió un año más tarde, convertido en patriarca y mito, como Lutero.
Por su parte Stefan Zweig, seis años después
de escribir su libro recuperando la figura de Castellio, se suicidó junto a su segunda esposa,
deprimido y asqueado por la deriva del mundo que le había tocado en suerte vivir.
Porque la evolución del pensamiento humano es
un ciclo en el que cada idea nueva ha de abrirse paso con dolor, donde cada
rebelde está condenado a fracasar, o bien, aún peor, a triunfar y ser presa del
irrefrenable deseo de institucionalizar sus ideas, engendrando así a nuevos
rebeldes abocados a combatir la tiranía de los antaño oprimidos. El anterior es un bucle sin fin que, si bien como especie nos impide desplazarnos en línea recta hacia el progreso, al menos por su propia naturaleza
nos obliga a estar siempre avanzando sin descanso a lo largo de una
interminable escalera en espiral. En ese contexto que al mirar hacia abajo veamos
lo alto que hemos subido no debería hacernos olvidar la necesidad de levantar la cabeza de
vez en cuando para comprobar lo lejos que previsiblemente aún se encuentra la
salida del pozo y lo lento que estamos ascendiendo.
Por gilipollas.
No conocía a Castellio, a ver si lo corrijo en breve. Muchas gracias por la recomendación.
ResponderEliminarCoincido plenamente con la idea del artículo: somos gilipollas y venimos a sufrir a un valle de lágrimas. Pero como decía el amigo Rust: The light is winning.
Otro artículo increible, más cerca de aquellos tan largos y bien expuestos a los que nos tenias acostumbrados.
ResponderEliminarNo puedo evitar preguntarme si Surena leerá a los pacoteros o si es que simplemente las coincidencias existen...
ResponderEliminarEn cualquier caso, fascinante entrada didáctica. Gracias.
La entrada, impecable, como nos tienes acostumbrados. Ahora, esa penúltima foto me ha dejado un mal cuerpo...
ResponderEliminarHay cierta perversidad en mí y no consigo domeñarla.
EliminarUn poco cacao el artículo pero en general bien.
ResponderEliminarEs dificil delimitar el efecto que tuvo la reforma en el ascenso de la sociedad burguesa.La explicación ideológica no sirve porque la iglesia de inglaterra fue católica en todo menos en el nombre, en Francia, Bélgica y Austria se continuó con el catolicismo, los paises nórdicos siguieron siendo extremadamente pobres y en general los movimientos reformistas que no se sometieron al poder temporal fueron reprimidos con diligencia.
De echo la cuestión del atraso y decadencia de España es la excepción en la norma europea, una decadencia especialmente llamativa en un hegemón del calibre que llegó a tener la monarquía española y seguramente es ahí donde la historiografía deba de poner el foco.
Qué buen comentario. Digno del artículo
EliminarMuy interesante el artículo aunque nunca he terminado de ver claro la relación entre ideología protestante y éxito del capitalismo, sobre todo teniendo en cuenta que Baviera y el norte de Italia son de las regiones más ricas e industrializadas de Europa y son de mayoría católica.
ResponderEliminarMe ha gustado bastante el artículo. Calvino fué otro "depredador" espiritual.
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