domingo, 12 de abril de 2020

Pascua de sangre


Et porque oyemos decir que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, o faciendo imágenes de cera et crucificándolas cuando los niños non pueden haber, mandamos que, si fama fuere daquí adelante que en algún lugar de nuestro señorío tal cosa sea fecha, si se pudiere averiguar, que todos aquellos que se acercaren en aquel fecho, que sean presos et recabdados et aduchos ante el rey; et después que el sopiera la verdad, débelos matar muy haviltadamente, quantos quier que sean.

        Alfonso X "El Sabio", Las Siete Partidas.





[Esta entrada, como ha ocurrido con otras después de tanto tiempo, es un desarrollo a partir de algo que publiqué en una entrada anterior, concretamente en esta otra entrada del blog que escribí hace seis años (y os recomiendo revisitar si os apetece). En ella mezclaba varios temas y, al volverla a analizar con la perspectiva que da el tiempo, creo que esa mezcla hacía la entrada en cuestión demasiado larga y farragosa. Por ello y porque me parece que aquel texto original tocaba cuestiones interesantes que merecen ser analizadas con toda la claridad posible, he decidido separar y desarrollar de forma independiente una de las historias que citaba entonces, lo que da lugar a esta nueva entrada que por ello tal vez os sonará a los que seguís el blog desde hace tiempo. En definitiva, de esta forma, separando en dos entradas y dos historias diferentes lo que en su día redacté mezclado, se organiza mejor el razonamiento que quería desarrollar]. 

       Los pogromos contra los judíos no son una cosa del s. XX y de un señor muy loco llamado Adolf Hitler sino que antes del s. XX las matanzas más o menos masivas de judíos fueron también muy frecuentes en la Rusia de los zares o en los reinos feudales occidentales durante la Edad Media. 

En el caso concreto del reino de Castilla esas matanzas tenían varias particularidades y una de las más curiosas era la presencia recurrente de un móvil o desencadenante muy peculiar. A saber, en muchas partes del centro de la Península tenía un fuerte arraigo popular la creencia -totalmente estúpida y sin fundamento por demás- de que durante la Pascua los judíos solían secuestrar niños cristianos para crucificarlos como a Jesucristo (realmente la crucifixión es una práctica esencialmente romana mientras que la lapidación sería mucho más propia de judíos, pero los cristianos del medievo no parecían estar muy informados al respecto). Así pues era un pensamiento más o menos mayoritario entre las clases populares el que mientras los hombres de bien se arremolinaban en las iglesias para celebrar la Pascua se supone que los rencorosos judíos no tenían nada mejor que hacer que dedicarse en sus ghettos a crucificar niños cristianos raptados.    


      En base a ello no resultaba extraño que cuando en alguna ciudad con un clima social previamente caldeado coincidían en el tiempo, sobre todo en torno a la Pascua, una serie de circunstancias negativas (una epidemia, una subida del precio del pan, una sequía, etc.) en ocasiones la tensión desembocaba en alguna matanza espontánea de judíos en “represalia” por el supuesto asesinato de algún niño por parte de estos. Matanzas normalmente permitidas indirectamente, todo hay que decirlo, por la habitual pasividad de las autoridades las cuales veían así como la tensión social que podía desembocar en protestas se liberaba de una forma relativamente inocua para los grupos pudientes (y dado que muchos judíos actuaban como prestamistas su posible muerte durante los altercados en ocasiones proporcionaba además una adecuada condonación de las deudas contraidas con ellos).  

Así ocurrió con la supuesta (por imaginaria) crucifixión del niño Dominguito del Val en Zaragoza durante el siglo XIII, o la del Santo niño de Sepúlveda, en 1468, debido a la cual se condenó a muerte  a dieciséis judíos y luego, además, las masas enfurecidas no contentas con lo anterior asaltaron el barrio judío matando una cantidad indeterminada de vecinos del mismo.  

La gracia de todos estos casos es que, como he insinuado, siempre el crimen del que se acusaba a los judíos era puramente imaginario. No era necesario siquiera que algún niño hubiese desaparecido recientemente o hubiese sido encontrado muerto por algún otro motivo. Bastaba con estar en Pascua o fechas próximas para que el fervor de las festividades y el recuerdo de la muerte de Jesucristo llevase a algún vecino a deducir que los judíos seguramente estaban tramando algo turbio (quizás simplemente debido a que ese vecino en cuestión padecía los efectos de lo que hoy conocemos como trastornos psiquiátricos o tal vez estaba endeudado con algún prestamista judío). A partir de ahí todo solía desencadenarse siguiendo mecanismos parecidos a lo de Ricky Martin, la niña, el perro y la mermelada. Con la particularidad de que en ciertas ocasiones la broma acababa con los buenos cristianos de la ciudad culminando la Pascua violando y matando judíos mientras saqueaban y prendían fuego a sus casas en justa represalia de un crimen inexistente y en el que en todo caso era imposible que hubiese participado la comunidad judía al completo. Tras eso los ciudadanos de bien se volvían a sus casas, besaban a sus mujeres, les daban las buenas noches a sus hijos y seguían sus vidas como si nada hubiese pasado… hasta que tiempo después alguien contaba otra vez la historia de un niño inexistente imaginariamente crucificado por los judíos.   

De todos los sucesos de ese tipo el más conocido y moralizante fue sin duda el caso del llamado Santo Niño de la Guardia “ocurrido” en 1491 en la provincia de Toledo. El caso es tan famoso que hasta se hizo una mención al mismo, un tanto distorsionada, en el capítulo 25 de la teleserie Isabel (en ella se presenta como el "malo" en cuestión a Torquemada, mientras que la reina Isabel es presentaba en parámetros como los habitualmente usados por los biógrafos de Hirohito o Don Juan Carlos, es decir una buena persona que no se enteraba de nada de lo que hacían sus subordinados en caso de que fuese éticamente dudoso).

       El suceso en sí mismo fue paradigmático porque no se trató de un tumulto público espontáneo sino que fue un proceso judicial que involucró a altas instancias eclesiásticas y políticas. Todo comenzó en el período inmediatamente anterior al decreto de expulsión de los judíos de España en el marco de una operación para detener a falsos conversos y con ello ir preparando el terreno de la “opinión pública”. Los primeros detenidos eran judeo-conversos y fueron acusados únicamente de "judaizantes", pero tras ser sometidos a torturas en prisión se fue fraguando en la mente de los inquisidores la posibilidad de que fuesen hechiceros judíos que habían cometido en el pasado un crimen ritual. ¿Y qué crimen ritual podían haber cometido?, pues algo relacionado con crucifixiones, ¿qué si no? Así son los judíos, sobre todo los judíos conversos, siempre pensando en lo mismo desde el s. I. Y ya puestos a crucificar qué mejor que a un niño, en Pascua para fastidiar más. Porque los judíos son así de retorcidos y en esas fechas del año les entra una especie de obsesión con las cruces como prueban los Evangelios. Obviamente.   

En esa tesitura podemos suponer que presionados por los inquisidores algunos detenidos acabaron confesando parcialmente algo en la línea de lo anterior y echándose las culpas unos a otros con la esperanza de salvar la vida. Todo para nada, porque como resultado de sus confesiones a finales de 1491 entre cinco y ocho acusados (las fuentes ofrecen cifras diferentes) fueron quemados vivos en Ávila condenados por el asesinato mediante crucifixión de un niño en una pequeña localidad de la provincia de Toledo supuestamente durante el año anterior o quizás hacía varios años (ni eso estaría claro). 

Hasta aquí el decorado general de la historia en cuestión. Repasemos ahora los detalles.  

Las detenciones de los acusados que más adelante fueron condenados no se produjeron como resultado de la investigación de ningún crimen, porque ni nunca se encontró cadáver alguno ni, de hecho, jamás se denunció la desaparición de un niño en la ciudad y fechas luego atribuidas al suceso. En realidad el supuesto niño ejecutado muy probablemente jamás existió siquiera. Es más, dicho niño habría sido sacrificado en la provincia de Toledo pero los detenidos eran todos habitantes de otras provincias, principalmente de Segovia.  

La “reconstrucción oficial de los hechos” por supuesto tenía explicación para esos “detalles”. Se supuso que los acusados cometieron su crimen durante un viaje en el curso del cual presenciaron un auto de fe en Toledo. Después de eso, poseídos por un arrebato de odio, secuestraron a un niño junto a la Puerta del Perdón de la catedral de Toledo y lo trasladaron a la pequeña localidad de La Guardia. Allí, el día de Viernes Santo simularon un juicio tras lo cual azotaron al infante, lo coronaron de espinas, lo crucificaron y finalmente le arrancaron el corazón. Posteriormente se deshicieron del cadáver y procedieron a robar una hostia consagrada en una Iglesia de la zona de cara a usarla en el futuro para la realización de conjuros junto al corazón arrancado al niño .  

De todo lo anterior se desprenden varias cosas. Primero que los hechos que se imputaron a los acusados son un compendio de estupideces en sí mismo y están llenos de incongruencias. Para empezar porque responderían a la repetición absurda de una especie de esquema pervertido de los rituales cristianos más que un posible crimen real con motivaciones plausibles (pedofilia, cultos satánicos reales -y no puras parodias-, ajuste de cuentas, etc.). Es muy probable por no decir seguro que los acusados bajo tortura se limitaron a confirmar lo que los inquisidores fantaseaban o simplemente lo que éstos deseaban oir. Y estos últimos a la hora de imaginar se limitaban a seguir el esquema de libros antisemitas habituales en la época, muchos de los cuales estaban llenos de relatos donde se narraban este tipo de prácticas absurdas que pese a ello algunos monjes, sacerdotes e inquisidores, tenían por muy reales, como también creían ciegamente en la existencia de brujas o de hechiceros. 

En segundo lugar, y sin entrar en detalle, el procedimiento judicial seguido fue muy irregular realizándose interrogatorios no permitidos por parte de la Inquisición, traslados técnicamente ilegales de los presos, etc.  

 Es interesante anotar sin embargo que en el tribunal que los condenó había varios hombres de confianza del inquisidor general Tomás de Torquemada. Algo extraño para un juicio donde aparentemente se juzgaba a personas sin importancia. Sin embargo todo comienza a encajar si pensamos que sólo cuatro meses y medio después de dicho juicio -al que se le dio toda la publicidad posible- y de la ejecución pública de los condenados, se decretó la expulsión de los judíos de España. 

Por todo ello es muy posible que, aunque el público popular e incluso alguno de los jueces durante el proceso creyesen en la realidad de los delirantes crímenes de los que se acusó a los condenados, las altas instancias políticas y religiosas fuesen conscientes desde el primer momento de lo inverosímil que todo ello resultaba, pero usasen una superstición popular para crear el caldo de cultivo apropiado de cara a difundir poco después el decreto de expulsión de los judíos, el cual acabaría publicándose solo unos meses más tarde como se ha dicho. Por tanto no es improbable que el juicio hubiese sido teledirigido desde el momento en que tal vez por casualidad surgió la posibilidad de imputar a unos pobres desgraciados un crimen lo suficiente espectacular y con un trasfondo religioso adecuado para servir a unos determinados fines políticos. El público por su parte veía así confirmados sus temores y se reafirmaba en sus prejuicios. Que el trasfondo de todo fuese un crimen inexistente cometido debido a unos móviles cuanto menos improbables y sancionado mediante un juicio lleno de irregularidades… era un simple detalle.  

En cualquier caso lo que más me interesa de todo lo que he contado hasta ahora es que, dado que la piedad popular es impredecible, tras todos estos sucesos surgió en el centro de Castilla un verdadero culto espontáneo al llamado Santo Niño de La Guardia (recordemos que muy probablemente dicho niño mártir ni siquiera existió), el cual se mantuvo vivo durante siglos.

Poco a poco el boca a boca y los rumores fueron difundiendo la supuesta historia del “martirio” explicada anteriormente incluso completándola con todo tipo de detalles macabros salidos frecuentemente de la imaginación del narrador de turno pero que, en algunos casos, tenían tal éxito en su difusión que pasaban a incorporarse a la creencia y con el tiempo eran tenidos como datos ciertos y probados.  

De esta forma se le puso nombre al niño (aunque el nombre variaba según la región, en unas zonas Juan, en otras Cristóbal), se puso nombre a sus supuestos padres y se fueron acumulando pinceladas creativas sobre la historia de base. Por ejemplo que la topografía del pueblo toledano en el que supuestamente ocurrieron los hechos era igual que la del camino recorrido por Jesús hacia el Calvario a través de Jerusalén, o que en el momento en que sus asesinos le arrancaron el corazón al niño a kilómetros de distancia su pretendida madre (que sería además ciega) recobró milagrosamente la vista. Se supone además que los asesinos habrían sido detenidos debido a que la hostia consagrada que hipotéticamente habían robado después de su crimen resplandecía como un faro.  

Por supuesto dicha hostia se conserva como reliquia en un monasterio dominico de Ávila. Por el contrario el corazón y el cadáver del niño como digo nunca aparecieron, ni siquiera oportunamente como reliquias, aunque sí existe una explicación para ello ya que el supuesto niño no apareció porque, como Jesucristo, ¡¡había resucitado¡¡. 

Todo lo anterior puede parecer absurdo pero si os digo que a lo largo de los siguiente siglos miembros del Consejo General de la Inquisición, un obispo de Ávila, otros muchos miembros de las jerarquías eclesiásticas y hasta el mismo Lope de Vega acabaron escribiendo libros sobre el suceso, por supuesto dando por real y probado la mayor parte de lo anterior. O que hasta fechas recientes se han realizado en septiembre procesiones en La Guardia durante las que se paseaba por el pueblo una imagen del celebérrimo Santo Niño mártir...  la cosa cambia, supongo, porque se vuelve bastante seria y se convierte en una especie de precuela hispánica de los famosos (y falsos) Protocolos de los Sabios de Sion 

                       

Llegados a este punto (y he puesto solo un ejemplo entre muchísimos posibles) espero que os surja la inquietante duda de si resulta perfectamente factible e incluso habitual el iniciar un culto a partir de la nada o de la distorsión de unos hechos cotidianos y explicables. Lo cierto es que la historia nos dice que así ha ocurrido cientos o miles de veces. Luego, pasado un tiempo, si el volumen de gente adscrito al culto se vuelve suficientemente grande o fervoroso comienzan a generarse entre el grupo las memorias imaginadas de milagros y otra serie de sucesos que confirman la creencia (aunque ésta sea falsa). De hecho a lo largo de la historia han aparecido testimonios presuntamente sinceros que atribuian curaciones milagrosas hasta a grupos de rock. Es más, para llegar al necesario volumen crítico de creyentes el proceso en ocasiones puede ser totalmente casual y azaroso -como el simple mecanismo de un rumor o la difusión de la creencia en fantasmas o abducciones por parte de extraterrestres- sin relación con una predicación activa o la existencia de hechos realmente inexplicables. En otras palabras, prácticamente de la nada puede surgir una creencia y pasado el tiempo personas buenas y generosas, incluso muy inteligentes, por razones totalmente altruistas, pueden llegar a creer con total sinceridad y con lágrimas en los ojos en algo que en esencia no deja de ser una pura estupidez sin base tangible alguna.

Normalmente tendemos a negar la propensión humana este tipo de “fallos de programación” pero lo cierto es que históricamente en nuestras sociedades resulta constante la repetición de este tipo de procesos mediante los cuales pensamientos erróneos de todo tipo (también sobre falsas teorías científicas, ideologías destructivas o supuestas memorias históricas) se reproducen y perpetúan. De hecho la parte de nuestra psique ocupada por pensamientos de tipo irracional o erróneo es probablemente mucho mayor y más importante para nuestra vida diaria de lo que se piensa. En fin, creo que es algo sobre lo que reflexionar.  

                       

1 comentario:

  1. Después de la creación de las religiones, a veces originadas por hechos nimios como se explica en esta entrada, y que se engrandecen mediante leyendas, se convierten en un meme (unidad de transmisión cultural), estos memes se comportan como organismos vivos y se establecen batallas entre estas religiones por la prevalencia, igual que entre organismos que compiten por el mismo nicho ecológico.
    Lo explica Richard Dawkins en "el gen egoísta".

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