domingo, 19 de abril de 2020

Platón en Brasil


Yo no me llamo Espartaco.

Serie “Spartaco” del canal Starz, último episodio.




No todo el mundo sabe que Pelé no se llamaba Pelé sino Edson Arantes do Nascimento, que el famoso fotógrafo Robert Capa había sido bautizado en realidad como Endre Ernö Friedman, mientras que Gregorio Esteban Sánchez Fernández era el auténtico nombre del cómico Chiquito de la Calzada. En nuestra sociedad del entretemiento tendemos a escuchar muchos seudónimos, como Chenoa, Bruno Mars, Eminem, Lady Gaga, Pitbull, Maluma, Madonna, Elton John, Shakira, Sid Vicious, John Wayne o Woody Allen… los cuales en muchas ocasiones camuflan detalles relevantes de la vida de las personas que se ocultan tras ellos. Por ejemplo cuando buscamos información sobre la famosa actriz estadounidense Natalie Wood y descubrimos que se llamaba en realidad Natalia Nikolaevna Zakharenko. “Natalie Wood” era por tanto hija de inmigrantes rusos y, como era muy común entre actores de su generación, el sobrenombre le servía para esconder sus orígenes, igual que en el caso de Yul Brynner, nacido Yuliy Borisovich en Vladivostok, Kirk Douglas quien se llamaba en realidad Issur Danielovitch y era hijo de inmigrantes judíos bielorrusos, o Cornel Wilde, judío húngaro nacido en territorio de la actual Eslovaquia con el nombre de Konél Lajos Weisz, mientras que el americanísimo vengador Charles Bronson se llamaba en realidad Charles Dennis Buchinsky, era hijo de unos inmigrantes lituanos y aprendió a hablar inglés de adolescente. En el caso francés el celebérrimo Charles Aznavour, hijo de inmigrantes armenios, se llamaba en realidad Shahnour Vaghinag Aznavourian. Más cerca del presente en Inglaterra me viene a la cabeza el caso de George Michael, en realidad Georgios Kyriacos Panayiotou, hijo de inmigrantes chipriotas.

domingo, 12 de abril de 2020

Pascua de sangre


Et porque oyemos decir que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, o faciendo imágenes de cera et crucificándolas cuando los niños non pueden haber, mandamos que, si fama fuere daquí adelante que en algún lugar de nuestro señorío tal cosa sea fecha, si se pudiere averiguar, que todos aquellos que se acercaren en aquel fecho, que sean presos et recabdados et aduchos ante el rey; et después que el sopiera la verdad, débelos matar muy haviltadamente, quantos quier que sean.

        Alfonso X "El Sabio", Las Siete Partidas.





[Esta entrada, como ha ocurrido con otras después de tanto tiempo, es un desarrollo a partir de algo que publiqué en una entrada anterior, concretamente en esta otra entrada del blog que escribí hace seis años (y os recomiendo revisitar si os apetece). En ella mezclaba varios temas y, al volverla a analizar con la perspectiva que da el tiempo, creo que esa mezcla hacía la entrada en cuestión demasiado larga y farragosa. Por ello y porque me parece que aquel texto original tocaba cuestiones interesantes que merecen ser analizadas con toda la claridad posible, he decidido separar y desarrollar de forma independiente una de las historias que citaba entonces, lo que da lugar a esta nueva entrada que por ello tal vez os sonará a los que seguís el blog desde hace tiempo. En definitiva, de esta forma, separando en dos entradas y dos historias diferentes lo que en su día redacté mezclado, se organiza mejor el razonamiento que quería desarrollar]. 

       Los pogromos contra los judíos no son una cosa del s. XX y de un señor muy loco llamado Adolf Hitler sino que antes del s. XX las matanzas más o menos masivas de judíos fueron también muy frecuentes en la Rusia de los zares o en los reinos feudales occidentales durante la Edad Media. 

En el caso concreto del reino de Castilla esas matanzas tenían varias particularidades y una de las más curiosas era la presencia recurrente de un móvil o desencadenante muy peculiar. A saber, en muchas partes del centro de la Península tenía un fuerte arraigo popular la creencia -totalmente estúpida y sin fundamento por demás- de que durante la Pascua los judíos solían secuestrar niños cristianos para crucificarlos como a Jesucristo (realmente la crucifixión es una práctica esencialmente romana mientras que la lapidación sería mucho más propia de judíos, pero los cristianos del medievo no parecían estar muy informados al respecto). Así pues era un pensamiento más o menos mayoritario entre las clases populares el que mientras los hombres de bien se arremolinaban en las iglesias para celebrar la Pascua se supone que los rencorosos judíos no tenían nada mejor que hacer que dedicarse en sus ghettos a crucificar niños cristianos raptados.