viernes, 16 de marzo de 2018

El último Quijote



- Charles Vane fue mi mejor amigo. Fue el hombre más valiente que jamás haya conocido. No es que no tuviese miedo, simplemente es que era reticente a dejar que lo ablandase. Era leal hasta el final. Y en un mundo donde la honestidad es despreciada tan a menudo...

- He escuchado que le cortó la cabeza a un hombre y la dejó clavada en la arena para avisar a todo aquel que osase desafiarle.

- Fue algo más complicado que eso.

- Escuché que en ocasiones descuartizaba a sus enemigos por placer, y que hacía estofado con su carne. Era un verdadero animal.

- ¿Estofado? ¿Cómo iba a...? Disculpadme, pero, ¿os creéis todas esas cosas?

- Lo leí en un periódico.

- Charles Vane fue un buen hombre. Lo que os he dicho era la verdad. Dejad los periódicos y leed un libro.

- La verdad no es tan interesante.

- Perdonad, ¿qué habéis dicho?

- Dije que la verdad no es tan interesante.


“Black Sails”, capítulo séptimo de la cuarta temporada.






Hace unas semanas murió Antonio García-Trevijano. Personaje indefinible cuyo deceso pasó bastante desapercibido en los medios salvo por los, diríase que inevitables, ajustes de cuentas a traición que siempre se producen cuando alguna figura pública destacada pasa a mejor vida dejando tras de sí numerosos detractores y partidarios.

Yo no voy a resumir aquí su trayectoria porque a fin de cuentas es bastante conocida y además tenéis a vuestra disposición la red de cara a formaros vuestra propia composición de lugar, lo cual debería ser preceptivo ante cualquier polémica. No obstante me gustaría incidir en la necesidad de tener en cuenta la figura de Trevijano para entender tanto los años de la Transición como ciertas corrientes del republicanismo que llegan a la actualidad. Especialmente en lo tocante a un tipo de republicanismo muy peculiar, digamos que conservador en algunos aspectos, por ejemplo en torno a la cuestión nacional, pero a la vez profundamente rupturista respecto al régimen de partidos imperante y muy crítico con la Transición como proceso.

Este último punto me interesa particularmente porque no son demasiados, de hecho al contrario, los intelectuales o políticos que participaron o vivieron los años de la Transición y que pasado el tiempo aceptaron quitarse los anteojos de la nostalgia o la mordaza de la corrección y la complicidad para detenerse a observar con suspicacia tal período histórico y sus consecuencias actuales.