lunes, 30 de noviembre de 2015

Zorras metalizadas (II): Las chicas son guerreras


Respetar la polla. Grabaos esta idea: yo soy el que manda, yo soy el que dice ¡si¡, ¡no¡, ¡ahora¡, ¡aquí¡. Porque es universal tíos, es evolutivo, es antropológico, es biológico, es… animal, nosotros somos ¡hombres¡.

Tom Cruise (Frank T. J. Mackey) en “Magnolia” 




La palabra feminismo aparece citada tempranamente en textos franceses sobre el diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis designando un supuesto efecto secundario de la enfermedad: hombres que se volvían de aspecto “femenino”, de ahí la connotación inicialmente peyorativa que se le otorgó al vocablo.

Luego, con ese mismo sentido despectivo, el término pasó al inglés, hasta que a finales del s. XIX comenzó a dotarse del significado que hoy se le otorga (vinculado a la defensa de los derechos de las mujeres). Aunque casi nadie tomaba demasiado en serio tales ideas por aquel entonces. 

Debido a ello un sector del naciente movimiento feminista fue radicalizándose progresivamente y adoptando una serie de estrategias, muy novedosas para la época, basadas no en las huelgas o la convocatoria de manifestaciones sino en la organización de actos de vandalismo y sabotaje encaminados a obtener publicidad en la prensa.

En esas coordenadas se inscribe el intento de destruir la Venus del espejo de Velázquez llevado a cabo en marzo de 1914 por la canadiense Mary Richardson.

No obstante ese tipo de comportamiento antisocial tenía su contrapartida, ya que algunas de estas primeras feministas se exponían a recibir palizas por parte de la policía o incluso de ciudadanos que espontáneamente reaccionaban a sus mítines. Es lo que le había ocurrido a la propia Mary un año antes cuando fue zarandeada y casi apaleada por el cabreado público del hipódromo de Epsom. Tal actitud se debió a que ese día otra integrante del movimiento por los derechos de la mujer, una maestra llamada Emily Wilding Davison, aprovechando la presencia del rey Jorge V entre los asistentes, intentó sabotear una de las carreras que se disputaban como medida para atraer la atención hacia las demandas de su movimiento.

Antes de eso Emily ya había sido detenida por la policía en nueve ocasiones, una de ellas por atacar violentamente a un hombre en la calle al confundirlo erróneamente con el político David Lloyd George. Finalmente en 1913 Emily consiguió introducirse en la casa que, esta vez sí, dicho político poseía en Surrey, aunque él no se encontraba allí ese día.

Durante los consiguientes periodos de encarcelamiento Emily había realizado huelgas de hambre y en contrapartida había sido alimentada contra su voluntad, debido a lo cual en 1911 intentó suicidarse en prisión tirándose por unas escaleras de diez metros.

Su determinación y entrega a la causa eran por tanto absolutas, pero en la ocasión antes citada su plan en el hipódromo no estaba del todo claro. Al parecer pretendía saltar en medio del circuito y entorpecer el Derby o al menos detener en particular a uno de los caballos que competían, el magnífico Anmer, propiedad personal del soberano. Todo un símbolo. 

En realidad fue lo ultimo que haría en su vida, el caballo chocó violentamente con ella y luego le pasó por encima. El jockey que lo cabalgaba sufrió una conmoción al ser aplastado por el caballo, aunque sobrevivió (si bien se suicidó años más tarde, amargado por lo sucedido), no así Emily que murió después de agonizar durante cuatro días debido a una fractura del cráneo y diversas heridas internas.



Se cuenta que el monarca se mostró muy impresionado y corrió a interesarse por… su caballo, el cual afortunadamente se recuperó del trauma experimentado. Es sabido que los purasangres son muy sensibles a los sustos.

Suffragistas y suffragettes

Retomaré el hilo de la historia donde lo había dejado en una entrada anterior. Durante los años 70 y 80 del s. XIX la suma de los esfuerzos de la Ladies National Association for the Repeal of the Contagious Diseases Act de Josephine Butler, por un lado, y la National Society for Woman’s Suffrage y el Women`s Suffrage Journal de Lydia Becker, por otro, tuvieron como resultado la penetración en una parte de la sociedad británica de ideas matizadamente profeministas, sobre todo en cuanto al tema del acceso de la mujer al voto. No obstante, debido a causas diversas, en el período 1886-1888 ambas asociaciones así como el periódico mencionado desaparecieron del panorama, dando lugar a unos años de "impasse" en el desarrollo del feminismo británico. Aunque era cuestión de tiempo que sobre las bases creadas surgiese algún tipo de organización más amplia y mejor estructurada que las previamente citadas.

En ese sentido el panorama mundial estaba cambiando. Las mujeres podían votar en Nueva Zelanda desde 1893 (aunque no podían presentarse como aspirantes a un cargo), gracias a la labor de Kate Sheppard, una emigrante nacida en 1847 precisamente en Liverpool, Inglaterra, de padres escoceses. Y bajo ese impulso en 1902 una legislación parecida se aprobó en Australia (aunque los hombres y mujeres nativos quedaban excluidos del derecho a voto). De esa forma las antiguas colonias del Imperio empezaban a superar a la propia metrópoli en cuanto a legislación social.

Llegados a ese punto el asunto del voto femenino se había convertido en algo central para muchas mujeres cultivadas y de cierta condición social en Gran Bretaña, en tanto que de cara a lograr políticas favorables a las mujeres en otros muchos campos (acceso a determinadas profesiones, derechos de herencia o de divorcio, etc.) primero resultaba necesario que las propias mujeres pudiesen eventualmente votar a favor de dichas medidas que, de otra forma, jamás serían aprobadas solo mediante el voto masculino, si es que llegaban a ser planteadas por el Parlamento. El sufragio femenino parecía por tanto el objetivo a lograr para la mayor parte de feministas en la época, pues era la llave que permitía plantearse metas mucho más ambiciosas.

Es así como en 1897 se llegó a la formación de la National Union of Women's Suffrage Societies (NUWSS), la cual agrupó en su seno a diversos movimientos que se habían ido posicionando a ese respecto durante la década anterior y, de tal forma, recogió el testigo de las organizaciones feministas pioneras que habían ido desapareciendo mientras tanto. Nacían oficialmente las suffragists (las sufragistas) como pronto empezaron a ser conocidas por la prensa las integrantes de tal asociación. 

La líder de la misma era Millicent Fawcett, una viuda de cincuenta años por entonces, que había había luchado por la abolición de las Disease Acts y luego se había curtido en el movimiento a favor del sufragio femenino dentro de la organización de Lydia Becker, tras escuchar un discurso de John Stuart Mill al respecto de los derechos de la mujer. Teniendo en cuenta esos antecedentes no resulta extraño que la estrategia desarrollada por Millicent al frente de la NUWSS fuese la clásica que ya emplearan sus mentoras y que se basaba sobre todo en organizar mítines y marchas públicas pacíficas -donde mostrar el poderío de su movimiento- para luego presentar peticiones escritas a los parlamentarios pidiéndoles que legislasen a favor del acceso al voto de las mujeres. Pero lo que ocurría era que una y otra vez las cartas y peticiones al respecto eran simplemente ignoradas por los Gobiernos de turno.

De esa forma el problema al que pronto hubo de enfrentarse la NUWSS fue el mismo que había acabado por hacer desaparecer a las asociaciones que le habían servido como precedentes: el estancamiento, la ausencia de logros y de resultados pese a contar con cientos de miles de simpatizantes. Los políticos de la época básicamente ignoraban las demandas de las sufragistas, como si no existiesen.

Debido a ello dentro de la corriente sufragista surgió un sector que achacó el fracaso al exceso de moderación y apostó por explorar nuevos caminos en las protestas, empleando métodos no estrictamente legales. La cabeza visible de ese grupo de mujeres descontentas era Emmeline Pankhurst, otra chica –ahora toda una madre de familia- que casi treinta años antes había quedado impresionada por una alocución pública de Lydia Becker. Con el tiempo Emmeline se había casado con Richard Pankhurst (de quien tomó el apellido), uno de los grandes campeones de las causas sociales y la lucha por derechos civiles de la época. No obstante Richard había muerto en 1898 y desde entonces Emmeline gozaba del prestigio alcanzado por su marido y también el recolectado por ella tras varias décadas de militar en movimientos a favor del sufragio femenino y los derechos de la mujer.

Valiéndose de ese prestigio y de su capacidad de liderazgo, en 1903, Emmeline encabezó una escisión en el seno de la National Union que dio lugar a la  Women’s Social and Political Union (WSPU). Nacían así las suffragettes, con la letra “e” y en francés, haciendo un juego de palabras (suffraGETtes), según comenzó a llamarlas Charles E. Hands un periodista del Daily Mail para resaltar la especial resolución de las integrantes de este nuevo movimiento. 

Y es que, en la línea de lo explicado, las suffragettes compartían los objetivos de las sufragistas, pero en adelante se diferenciarían de ellas en cuanto a los métodos a emplear. Las sufragistas respetaban la legalidad y aceptaban hombres en la organización, las suffragettes no. En ese sentido lo que las caracterizaba era su mucha mayor beligerancia y radicalidad, algo que ya estaba presente en el lema que adoptaron como movimiento “Hechos, no palabras” y que se iba a acentuar con los años a medida que se acumulasen las negativas del Gobierno a permitir el voto femenino generando como reacción una mayor virulencia en el movimiento de las suffragettes. Tal es así que además de los mítines y las manifestaciones, las suffragettes acabaron recurriendo al incendio de establecimientos públicos, el allanamiento de los domicilios privados de destacados políticos o las agresiones a miembros del Parlamento.

Ese tipo de cosas –la apuesta por la provocación y las acciones espectaculares- es además lo que explica que las suffragettes de la WSPU de Pankhurst terminasen siendo mucho más conocidas que la pacífica y educada National Union de Fawcett, aun cuando -pese a la escisión sufrida- era esta organización la que agrupaba al grueso del movimiento sufragista británico, siempre por encima de los 50.000 miembros. En cambio durante los diez años siguientes serían las quizás dos o tres mil belicosas suffragettes de Pankhurst las que monopolizarían el protagonismo y determinarían el rumbo del debate. Veamos cómo.

Las chicas que soñaban con una cerilla y un bidón de gasolina

Las primeras suffragettes en ser detenidas y condenadas a prisión fueron Annie Kenney y Christabel Pankhurst (una de las hijas de Emmeline Pankhurst) por interrumpir un mitin político, en octubre de 1905, lanzando consignas a favor del voto femenino. Aunque por esos años las acciones de protesta de las suffragettes no fueron demasiado importante ni espectaculares, básicamente limitadas a negarse a firmar determinados formularios del Gobierno, o la formación de piquetes frente a iglesias y domicilios de autoridades religiosas y políticas particularmente señaladas por su oposición al voto femenino.

Realmente la espoleta que desencadenó el salto al siguiente nivel fue una masiva concentración celebrada en Hyde Park en junio de 1908, la cual reunió cientos de miles de activistas y simpatizantes de todas las tendencias a favor del sufragio femenino. Contra todo pronóstico, pese a tan extraordinaria manifestación de fuerza, el Gobierno siguió básicamente ignorando por completo la cuestión.

Eso desesperó a las suffragettes que intensificaron su campaña de desafíos a la autoridad. Debido a ello una integrante del movimiento, la artista escocesa Marion Wallace Dunlop, fue detenida dos veces en ese año de 1908 y nuevamente a mediados del año siguiente, en 1909, volvió a ser apresada y condenada por vandalismo. Pues bien, durante el período de encarcelamiento resultante de esa sentencia Marion comenzó por iniciativa propia una huelga de hambre, en aquel momento una novedosa técnica de protesta empleada por intelectuales rusos arrestados por la policía zarista. En el caso de Marion tras apenas 90 horas de huelga de hambre fue puesta en libertad por las desconcertadas autoridades de la prisión bajo órdenes del “Ministro del Interior” (Home Secretary) de la época, Herbert Gladstone, el cual no deseaba fabricar una mártir entre las suffragettes.

En cambio, debido al éxito de la medida adoptada por Marion, pronto otras integrantes del movimiento encarceladas comenzaron a ponerse en huelga de hambre protestando por ser consideradas detenidos comunes y no presos políticas. A finales de septiembre de ese año eran ya tantas las suffragettes que se habían puesto en huelga de hambre que no parecía buena medida liberarlas a todas así que el Gobierno ordenó por primera vez en la historia la alimentación forzada de presos encarcelados, en este caso las suffragettes, usando para ello tubos introducidos por la boca hasta el estómago.

Tal medida encorajinó aún más a las suffragettes que comenzaron a radicalizar sus acciones callejeras. Empezaron así a encadenarse públicamente (otra táctica novedosa por entonces) en estaciones de ferrocarril o a edificios públicos, cortar líneas de teléfono, destruir los invernaderos de los Jardines Botánicos, prender fuego a buzones de correo, escupir a policías y políticos en actos públicos, e incluso incendiar durante la noche viviendas de parlamentarios (como la segunda residencia del Canciller del Exchequer o “Ministro de finanzas” de entonces, David Lloyd George). En esa línea a partir de 1912 también realizaron de forma complementaria una campaña masiva de lanzar ladrillos contra las ventanas de edificios públicos y casas de políticos, por ejemplo la de Lewis Harcourt, en aquel entonces Secretario de Estado de las Colonias. 

   Al final fueron más de un centenar de proyectiles los que acabaron siendo arrojados a diversos edificios y residencias particulares lo cual fue contestado por las autoridades con detenciones masivas que desembocaron en más huelgas de hambre y las consiguientes alimentaciones forzadas. A su vez, en respuesta a lo anterior, las acciones de las suffragettes que no estaban en prisión se hicieron más virulentas aún, empezando a bordear el riesgo de que alguna acabase en consecuencias graves. Por ejemplo en julio de 1912, con motivo de una visita a Dublín por parte del Primer Ministro en aquel entonces, Herbert Henry Asquith, algunas simpatizantes intentaron causar una explosión, más efectista que otra cosa (querían generar humo y susto usando pólvora) y una de ellas, Mary Leigh, llegó incluso a incrustar un hacha contra el carruaje en el que viajaba el político con su comitiva.

A partir de ese momento las suffragettes de Pankhurst fueron consideradas por el Gobierno prácticamente como un grupo terrorista. Y lo cierto es que tanto en sus métodos de lucha como, por el contrario, en las medidas que el Gobierno tomó para silenciarlas, se rastrean una serie de prácticas que estaban llamadas a asentarse entre las estrategias de insurgencia y represión de épocas posteriores. Por ejemplo, las suffragettes fueron una de las primeras organizaciones de algún tipo que tuvieron el "honor" de recibir vigilancia oculta por parte de policías dotados de cámaras para tomar en secreto imágenes de las líderes del movimiento y documentar sus actividades. Lo cual tiene mérito habida cuenta del tamaño de las cámaras en la época.

Por otro lado, dado que el Gobierno endurecía cada vez más su postura, la misma Emmeline Pankhurst fue detenida e ingresada en prisión, donde se unió a su vez a las huelgas de hambre. No obstante había un problema. La continua alimentación forzada, mediante las primitivas sondas anasogástricas de la época, presentaba riesgos muy serios para la salud. A destacar el caso de lady Constance Georgina Bulwer-Lytton, hija de un antiguo Virrey de la India, una exaltada suffragette de alta cuna que fue encarcelada cuatro veces debido a su vehemencia en las protestas. En una de sus estancias en prisión llegó a autolesionarse con una pieza metálica que encontró en la celda mediante la cual se hizo una herida en la carne del pecho con forma de “V” (primera letra de las palabras "victoria" y también "voto"). Pues bien, en 1910 Constance sufrió un ataque al corazón unos meses después de su último encarcelamiento, llevado a cabo en una prisión de Liverpool de la cual salió con la salud muy deteriorada tras persistir en su huelga de hambre y ser violentamente alimentada con sonda ocho veces. Y eso no era nada comparado con las cifras que alcanzaron las integrantes más radicales, decididas y virulentas del movimiento. Como Kitty Marion, que sufrió más de doscientas alimentaciones forzadas durante sus huelgas de hambre en prisión. Con el tiempo Kitty (cuyo auténtico nombre era Katherina Schafer) emigró a los EE.UU. y allí se convirtió en una pionera en la difusión de técnicas de control del embarazo. Pero eso es otra historia.

Debido a todo ello se había llegado a un punto en que las autoridades estaban preocupadas por la inminencia de algún desenlace fatal. Tal es así que, intentando evitar que se produjeran “mártires” entre las suffragettes encarceladas, el Gobierno aprobó en esos momentos la Temporary Discharge for ill Health también conocida como Prisoners Act de 1913 o más comúnmente como la "Ley del gato y el ratón". Dicha medida ponía fin a la alimentación forzada en prisión, e incluso implicaba la liberación de las suffragettes cuya salud hubiese sufrido un serio deterioro debido a la malnutrición. Lo que ocurre es que, cerrando el círculo, tal normal legal también abría la puerta a la posterior detención de las liberadas una vez su salud se hubiese recuperado.

Se iniciaba de esa forma un ciclo mediante el cual periódicamente se encarcelaba a las suffragettes más exaltadas, estas reaccionaban poniéndose en huelga de hambre, pasado un tiempo cuando su salud comenzaba a deteriorarse eran liberadas, a lo largo de los meses siguientes se recuperaban físicamente en sus domicilios, momento en que eran nuevamente detenidas volviendo a empezar el juego.

Era un pulso, una lucha de voluntades que exasperó aún más si cabe a las suffragettes, la cuales tomaron medidas. Para empezar profundizaron en su organización como un verdadero grupo de resistencia clandestino. Así algunas de las líderes del movimiento que permanecían en libertad (como Christabel, una de las hijas de Emmeline) huyeron a Francia, mientras diversas integrantes de segundo orden de la organización, capitaneadas por Edith Margaret Garrud, pasaban a formar un verdadero cuerpo de “guardaespaldas” encargadas de la protección de las líderes restantes.

Por si no resultara suficiente, los incendios provocados aumentaron y simpatizantes del movimiento quemaron un vagón de ferrocarril, así como un invernadero lleno de orquídeas en un jardín botánico. Asimismo, durante la primavera de 1913 comenzó una campaña de asaltos a museos cuando Annie Briggs, Lillian Forrester y Evelyn Manestra irrumpieron en la sala dedicada a los Prerrafaelitas en la Manchester Art Gallery. Campaña de vandalismo que alcanzó su culmen en 1914, año durante el cual, además del ataque al cuadro de Velázquez del que ya hablé al principio de la entrada de hoy, una suffragette llamada Mary Woods se ensañó a martillazos contra un retrato del escritor Henry James, pintado por John Singer. Encima, a ese ataque siguieron otros: a una pintura del pintor renacentista Gentile Bellini, un retrato del Duque de Wellington y a un cuadro del artista contemporáneo George Clausen dañado en este caso por Maude Kate Smith.

Y en ese momento, entre las novedosas acciones de protesta llevadas a cabo por las suffragettes, se sucedieron igualmente los intentos de exhibir eslóganes o símbolos -a favor del voto femenino- en estadios deportivos o durante celebraciones públicas. Uno de ellos es el que desembocó en la trágica y a la vez ridícula muerte de Emily Davidson durante el Derby de Epsom, un hecho del que también hablé al inicio de este texto.

En consecuencia, con motivo de esa cada vez mayor radicalización y violencia de las suffragettesla cuestión del voto femenino acabó entrando en una espiral virulenta en Gran Bretaña, algo que amenazaba con desembocar en una tremenda fractura social. No obstante en esos instantes irrumpió en escena un problema de orden superior en torno al cual se unió la mayor parte de la sociedad británica lo que, en último término, sirvió para camuflar los problemas internos y postergar durante un tiempo la solución a los mismos. Estoy hablando del estallido de la I Guerra Mundial al final del verano de 1914.

La guerra que lo cambió todo

Ya lo he dicho más veces. La Gran Guerra supuso el fin de un mundo. Tras ella cambiaron la economía, la sociedad, las fronteras de buena parte del planeta, las ideologías dominantes en el discurso político, la cultura y, cómo no, las mentalidades.

En cuanto al tema central de la entrada de hoy el estallido de la contienda supuso, para empezar, una tregua. Al comienzo del conflicto el Gobierno liberó a todas las suffragettes encarceladas y tanto la organización encabezada por Emmeline Pankhurst como en general el resto de movimientos sufragistas de todo tipo que poblaban el país (aunque hubo excepciones) acordaron posponer la cuestión del voto femenino hasta el final de la guerra.

Lo que ocurre es que tras los largos años de conflicto muchas cosas evolucionaron. Un pequeño ejemplo de lo que estaba por venir lo encontramos ya en noviembre de 1914, poco después de iniciadas las hostilidades, cuando Mary Phelps-Jacobs (por una ironía del destino descendiente a su vez de Robert Fulton, creador de la máquina de vapor) patentó con apenas veintitrés años el primer diseño moderno de sujetador. Era el principio del fin de la era del corsé y un ejemplo del camino que iban a tomar los acontecimientos. Durante los siguientes años prácticamente se dejaron de fabricar corsés, entre otras cosas porque las varillas que tales prendas llevaban incorporadas bajo las costuras consumían bastante metal para usos “civiles”, algo que no se podía permitir en un contexto en que todo el metal posible debía ser empleado en la fabricación de cañones y barcos acorazados. De hecho durante la guerra la industria bélica estadounidense recicló 28.000 toneladas de metal procedentes de las varillas de corsés usados. Pero además el corsé dejó de resultar útil debido al acceso masivo de mujeres al mercado de trabajo durante los años que duró la conflagración mundial. Y es que, en ausencia de los hombres, la mayoría alistados para combatir en el frente, el aparato productivo de los contendientes debía seguir funcionando, para lo cual resultaba necesaria una mayor implicación y participación de las mujeres respecto a lo que había sido habitual en las décadas previas. Es así como muchas mujeres accedieron en aquellos años a trabajos industriales o administrativos con los que anteriormente no podían ni soñar. Y, consiguientemente, esas mujeres necesitaban una mayor libertad en sus movimientos corporales de la que permitían los rígidos corsés.

Aunque, a decir verdad, ese profundo proceso de cambio en la economía y la sociedad no fue tan sólido como pueda parecer (a diferencia de lo que ocurrió en el caso de la moda). Al término de la contienda los hombres regresaron del frente esperando recuperar sus trabajos y su lugar a la cabeza de sus familias, sin discusión posible. Los políticos no se atrevieron a añadir descontento social poniendo freno a ese deseo y en general tras los acuerdos de paz se produjo un proceso de involución mediante el cual la mujer fue nuevamente expulsada del espacio visible que había ocupado durante el conflicto. Pero no era posible hacer que absolutamente todo volviese a ser como antes. Se sentaron precedentes y algunas mujeres antes pasivas adoptaron posturas feministas o lograron conservar sus ocupaciones. 

   Esta fotografía de al lado muestra a Lady Florence Norman, una suffragette que en 1916 se desplazaba de esta guisa, en una pequeña moto, a las oficinas donde era supervisora. A lo largo de las décadas siguientes el servicio doméstico dejó de ser prácticamente la única salida laboral del género femenino gracias a que diversas mujeres fueron encontrando empleos como secretarias, maestras, enfermeras, carteras e incluso como obreras industriales, etc. Algo estaba mutando, aunque a pequeña escala y con gran recelo por parte del resto de la sociedad, hasta que finalmente un proceso parecido pero todavía más intenso convirtió la inserción laboral de la mujer en algo irreversible al final de la II Guerra Mundial. 

Por todo ello tras la conclusión de la Gran Guerra los políticos tenían claro que debían realizar algunas concesiones. Las mujeres habían llevado a término una importante contribución al esfuerzo de guerra desde la retaguardia, además muchas habían perdido a sus hijos, o a sus maridos, padres, hermanos. Tras todo lo que había pasado no era posible pedirles que simplemente regresasen a la cocina o el salón de su casa sin rechistar. Consecuentemente la aprobación al menos de su derecho al voto parecía inevitable, pese a que cuatro años antes eso era visto como inconcebible. 

Es así como en 1918 se amplió enormemente el derecho de sufragio en Gran Bretaña, obteniendo la autorización para votar todos los hombres mayores de 21 años, mientras que con respecto a las mujeres en concreto se promulgó la Qualification of Women Act normativa que permitió por fin (con algunas condiciones) votar a las mujeres británicas de más de 30 años. La discrepancia entre las edades a partir de las que podían votar hombres (21) y mujeres (30) estaba pensada para que se compensase el hecho de que en ese momento en el país había más mujeres que hombres debido al tremendo número de bajas masculinas producto de la guerra. Los políticos no querían arriesgarse a un cambio electoral demasiado profundo pasando de un censo en que no existían mujeres a otro en el que fueran mayoría clara.

Diez años después, en 1928, una vez que la anomalía demográfica se había más o menos compensado, una nueva ley, la Equal Franchise Act, hizo que, por fin, pudiesen votar (y también ser elegidas para cargos) todas las mujeres mayores de 21 años de edad, al margen de su status social, igualándose en ese momento con los hombres en cuanto a derechos al respecto.

A la vez que todo esto ocurría la WSPU de Emmeline Pankhurst se fue quedando, paradójicamente, bastante fuera de juego. De hecho el estallido de la guerra supuso un punto de corte brutal en la trayectoria y las ideas de Emmeline y de parte del sufragismo británico. Volveré sobre ello más en profundidad dentro de un rato, pero básicamente la guerra destapó la naturaleza fundamentalmente conservadora en lo moral y lo ideológico de una parte muy importante del sufragismo británico, y del feminismo anglosajón del período en general, pese a que respecto a la cuestión del voto adoptasen una posición progresista.

En lo que concierne a Emmeline en concreto, la guerra despertó su lado nacionalista, reaccionario e incluso xenófobo. Básicamente al ver en peligro el Imperio británico dejó de lado sus ideas. Así en 1917 Emmeline disolvió la Women´s Social and Political Union para dar lugar a una nueva organización cada vez más personalista llamada Women's Party, pospuso las reivindicaciones sufragistas, y centró toda su actividad en apoyar el esfuerzo de guerra y posteriormente advertir contra la amenaza que suponía la expansión del “bolcheviquismo”. Pero claro, esos temas ya eran monopolizados por los partidos políticos tradicionales integrados por varones. Por todo ello dentro de la propia agenda sufragista británica su vieja rival Millicent Fawcett recuperó gran parte del prestigio y la visibilidad mediática que las suffragettes de Emmeline le habían robado en los años previos. Mientras tanto la figura de Emmeline Pankhurst comenzaba su declive siendo a su vez el Women's Party disuelto en 1919.

La cara oculta de la Luna

Hasta aquí en todo caso he dibujado una panorámica digamos canónica de lo que fue la aparentemente heroica trayectoria del sufragismo británico a lo largo de su ciclo vital, el cual abarca el último tercio del s. XIX y las dos primeras décadas del s. XX. No obstante, falta una crónica del lado oscuro que casi inevitablemente todo movimiento organizado posee.

Para empezar y aunque hasta ahora no he citado ejemplos hay que tener en cuenta que en Gran Bretaña, durante toda la época de la cual he hablado, existieron contra toda lógica abundantes mujeres, algunas muy instruidas, que lucharon denodadamente contra la posibilidad de que se les concediera el derecho al voto. El caso más sobresaliente quizás fue el de la Women's National Anti-Suffrage League, creada a mediados de 1908 y dirigida por la conocida novelista Mary Augusta Ward. Dicha asociación defendía puntos de vista digamos clásicos, como que las mujeres no tenían la suficiente energía o conocimientos como para inmiscuirse en asuntos de Gobierno y que de hacerlo eso debilitaría al Estado y en último término a la nación.

Como anécdota decir que en este caso, presa de su propia lógica, tal organización fue absorbida en 1910 por una asociación masculina también contraria al voto femenino, la Men´s National League for Opposing Women´s Franchise, para dar lugar a la National League for Opposing Women´s Suffrage. Pero hubo otros movimientos y personalidades de la época que se enfrentaron a la posible igualación de las mujeres con los hombres en cuanto a derechos políticos, si bien no voy a extenderme en la cuestión.

En cuanto a la propia WSPU sus aspectos más criticables proceden tanto de su empleo de la violencia, aunque fuese de baja intensidad, como sobre todo de la propia personalidad de Emmeline Pankhurst.

De ella habría que destacar, de salida, su carácter autoritario, el cual llevó a que múltiples militantes de su movimiento acabasen por abandonarlo o ser expulsadas. Emmeline, que con su solicitud del voto femenino estaba en el fondo exigiendo una mayor democratización de la vida política británica, por el contrario no aceptaba ningún tipo de desafío de su autoridad indiscutida en el seno de su organización, ni tampoco propuesta ideológica alguna que se apartase de lo que ella misma decidía que era lo correcto. En la WSPU la democracia brillaba por su ausencia siendo tomadas las decisiones por un pequeño comité integrado por la propia Emmeline y algunas fieles incondicionales suyas, como su propia hija Christabel.

Eso provocó que a lo largo de los años diversas fracciones de suffragettes descontentas con el proceder de Emmeline rompiesen con la WSPU, siendo especialmente significativas las escisiones que dieron lugar a grupos como: la Women´s Freedom League, las Suffragettes of the Women's Social and Political Union (SWSPU) o las Independent Women's Social and Political Union (IWSPU).

Asimismo, en 1912, el carismático matrimonio formado por Frederick y Emmeline Pethick Lawrence también se vio obligado a abandonar la WSPU, pese a que ellos habían sido los creadores y principales impulsores -mediante generosas donaciones personales- del por entonces periódico del movimiento, llamado Votes for Women, a la vez que la propia Emmeline Pethick ejercía asimismo de tesorera de la WSPU. Poco después de la marcha de la pareja la WSPU lanzó un nuevo periódico interno, llamado The Suffragette, que en adelante pasó a ser editado por Christabel Pankhurst poniendo con ello en manos de su madre el último recoveco de la organización que se resistía a su control.

Por otra parte el sufragismo británico, como movimiento integrado (o más bien encabezado) en general por mujeres de clases medias y altas, albergaba en su seno un clasismo y un conservadurismo más importantes de lo que parecía a simple vista, algo que se mostró especialmente patente en el caso de la propia Emmeline tras el viraje conservador sufrido por su pensamiento a partir de 1914. Durante los años siguientes Emmeline ordenó la paralización de toda exigencia hasta el final de la contienda, subordinando a una victoria en la misma todo lo demás, algo en lo que evitaron caer otros grupos (minoritarios, eso sí) de feministas del período que se comprometieron con el pacifismo o simplemente no aceptaron olvidarse de sus reivindicaciones a lo largo de  las hostilidades. En cambio desde ese momento quedó claro que para Emmeline el nacionalismo y el patriotismo estaban muy por encima de las reivindicaciones sociales o de género.

Emmeline también canceló en esos años la publicación de The Suffragette, y en 1915 lanzó una nueva publicación llamada Britannia consagrada a apoyar el esfuerzo de guerra y a recaudar fondos para la misma. En relación con lo anterior Emmeline comenzó también a implicarse en campañas bastante controvertidas en contra de las asociaciones sindicales, o en favor de que las seguidoras de su movimiento se dedicasen a hacer entrega públicamente de plumas blancas a los objetores de conciencia con el fin de humillarlos y señalarlos socialmente.

Emmeline Pankhurst incluso llegó a visitar Rusia durante esos años en un intento de animar a los dirigentes del país a que no abandonasen su participación en la contienda mundial. Luego, tras consumarse lo anterior, Emmeline se dedicó a alertar sobre los peligros del comunismo a la vez que a cantar las bondades del colonialismo británico aproximándose cada vez más a los puntos de vista del Partido Conservador. Debido a lo cual, pese a que dicho partido era el que más se había opuesto años atrás a conceder el derecho al voto a las mujeres, Emmeline finalmente pasó a militar en el mismo a partir de 1926.

Por ello durante los últimos años de su vida, hasta su muerte en 1928, ejemplificó perfectamente la contradicción básica en que durante un tiempo se halló atrapado el feminismo de inicios del s. XX. Básicamente un movimiento integrado por mujeres de muy variada nacionalidad y condición, fracturado progresivamente entre grupos de mujeres “de izquierdas” interesadas en incluir en el programa feminista temas sociales (acceso al mercado de trabajo) y morales (empleo de anticonceptivos, libertad sexual, fomento de las uniones civiles, etc.) frente a grupos de feministas conservadoras cuyas exigencias se detenían en el acceso al voto y algunas cuestiones jurídicas sobre derechos de herencias y similares, pero escandalizadas por el ataque a la moral y al modelo de familia tradicional que intuían en las peticiones de sus homólogas más izquierdistas. No hablemos ya de los cambios que podían tal vez desear diversas mujeres que habían militado en estos movimientos siendo en secreto lesbianas (caso de Ethel Smyth la compositora de The March of the Women, el himno del movimiento suffragette) las cuales ni siquiera soñaban con que sus compañeras de lucha en la cuestión de voto se solidarizasen en contrapartida con demandas en favor de visibilizar esa por entonces estigmatizada condición sexual.  

Pero todos estos claroscuros y contradicciones se reflejan particularmente bien si se repasa la trayectoria de las hijas de la propia Emmeline Pankhurst, a las cuales he dejado en segundo plano hasta ahora para no complicar más el relato con nombres y parentescos. No obstante la errática y desigual trayectoria vital de las mismas ejemplifica a la perfección todas estas cuestiones y con ello la división que afectó al movimiento sufragista una vez alcanzó su anhelado objetivo central.

Tres tristes princesas

Christabel, nacida en 1880, era el brazo derecho de su madre a la que ayudó en el cuidado a sus hermanas más pequeñas tras la muerte de su padre en 1898. En adelante, durante los años en que su madre vivió, compartió plenamente sus puntos de vista sin crítica alguna, ejecutando sin preguntar todas sus órdenes y suscribiendo por completo todas sus ideas.

Por ello durante la Gran Guerra imitó el viraje conservador experimentado por Emmeline y consiguientemente endureció su discurso, por ejemplo mostrándose públicamente a favor del bloqueo comercial total de las naciones enemigas, y afeando la conducta de quienes apostaban por una actitud pacifista o no deseaban ser alistados para combatir en el frente.  

Luego con el tiempo se convirtió en una integrista religiosa convencida de una inminente Segunda Venida de Cristo a la Tierra, algo que se acentuó debido a la depresión que sufrió con posterioridad a la muerte de su madre. Tras eso se mudó a los EE.UU., adoptó a una niña y murió sola en 1958.

Sylvia nacida en 1882 era la personalidad más fuerte entre las hijas de la familia, quizás la más brillante y desde luego la única capaz de tener puntos de vista verdaderamente propios lo cual acabó por enfrentarla a su madre. 

Pese a todo durante un tiempo Sylvia apoyó sin fisuras a Emmeline y a su hermana Christabel y consiguientemente se integró en la WSPU, aunque no aprobaba la vía violenta tomada por el movimiento, ni que se centrase en mujeres de clase media y alta, desentendiéndose de problemáticas más acuciantes pero ajenas a la cuestión del voto y que afectaban a mujeres de clase baja sin educación. A ese respecto Sylvia consideraba que su madre estaba equivocada renunciando a plantear desde el primer momento una lucha de tintes sociales más amplia para volcarse en un único objetivo de cuño político. Por el contrario Emmeline consideraba que todos los esfuerzos debían centrarse antes que nada en la consecución del derecho de voto y que, de cara a ello, la WSPU debía organizarse como un verdadero ejército, en el seno del cual no debía existir disensión alguna, ella sería la cabeza pensante y sus fieles guerreras deberían limitarse a asentir y ejecutar con disciplina militar.

Todo eso era algo que Sylvia, siempre crítica y contestataria contra la autoridad, no podía aceptar indefinidamente. Debido a ello, en 1913, abandonó la WSPU junto con su hermana Adela. Luego, al año siguiente y ya en solitario, creó una organización llamada Workers Socialist Federation de clara orientación izquierdista.

Más adelante el giro conservador dado por su madre, así como el apoyo de esta al esfuerzo de guerra, siguió alejando a ambas mujeres aún más. Sylvia acentuó su visión pacifista y de izquierdas, ya que pensaba que el conflicto operaba en detrimento de los trabajadores y favorecía fundamentalmente a las oligarquías de los países en disputa. Para Sylvia su madre estaba traicionando el legado de Richard, su padre, que además de luchar por los derechos de las mujeres había sido sobre todo un destacado socialista.

Tras el final de la guerra Sylvia se integró en el movimiento comunista y comenzó a vivir con un anarquista italiano, sin casarse con él. Cuando finalmente en 1927 de esa unión sin pasar por la Iglesia nació un hijo, su madre Emmeline rompió para siempre con ella no volviendo a hablarle jamás.

Años después, con posterioridad a la muerte de su madre, Sylvia se apartó desengañada del movimiento comunista continuando su militancia, eso sí, en movimientos antifascistas y anticolonialistas, lo cual la llevó a interesarse particularmente por Etiopía tras ser invadido dicho país por la Italia de Mussolini. Finalmente, en los años 50, Sylvia emigró a Addis Abeba donde trabó amistad con el Emperador Haile Selassie por lo cual continuó viviendo en dicho país hasta su muerte en 1960.

Y queda Adela. La infeliz Adela. Ella no tenía la seguridad en sí misma y la fuerte personalidad de su madre o de la propia Sylvia, ni era la preferida como Christabel. En realidad Adela era invisible. Algo que se refleja en el hecho de que apenas existen fotografías suyas, por ejemplo.  

Nacida en 1885 era la más pequeña de las hermanas y durante un tiempo formó "equipo" con su hermana Sylvia oponiéndose a su madre y a su hermana Christabel. Tras dejar la WSPU, en 1914 emigró a Australia donde adoptó una posición pacifista y opuesta a la implicación de la isla en la guerra en Europa. Más adelante, a lo largo de los años 20, al igual que Sylvia, acabó integrándose en el movimiento comunista. Pero también igual que ella con el tiempo se desilusionó con la deriva totalitaria del mismo, lo que la llevó a adoptar por primera vez en su vida una postura propia… aproximándose en este caso al fascismo. En 1939 visitó Japón e, impresionada por la experiencia, a su regreso a Australia creó un movimiento ultranacionalista de extrema derecha llamado Australia First debido a lo cual acabó internada al estallar la guerra con Japón. Murió en 1961 en el olvido.

Es curioso al respecto de esto último que Adela Pankhurst no fue el único caso de antigua sufragista o feminista de comienzos del s. XX que durante el período de entreguerras experimentó un giro en sus principios hasta pasar a militar en movimientos fascistas, teóricamente caracterizados entre otras cosas por el papel subordinado que otorgaban a la mujer. Por ejemplo Norah Elam, quien ocupó cargos importantes en la WSPU de Emmeline Pankhurst y llegó a ser condenada a prisión hasta tres veces debido a ello. Sin embargo tras el final de la contienda Norah, a imagen de Emmeline, se pasó a las filas del Partido Conservador, en el seno del cual fue tomando contacto con grupos cada vez más próximos a la ultraderecha británica del período. Hasta que, durante los años 30, radicalizó aún más su postura convirtiéndose en una partidaria fanática del insaciable mujeriego y conocido filonazi británico Oswald Mosley.

En cualquier caso el ascenso del fascismo o del comunismo, la secularización progresiva de la sociedad, así como el impacto de la II Guerra Mundial cambiaron poco después, nuevamente, las reglas de juego, emergiendo tras el final de ese conflicto una sociedad muy diferente a la de tiempos anteriores. Se inició entonces una nueva etapa en cuanto a la lucha de las mujeres en favor de la igualdad. Yo me he limitado aquí a iluminar algunos aspectos poco conocidos del período previo a todo eso. Una época durante la que un puñado de zorras metalizadas, con sus luces y sus sombras, pero también con unos inmensos cojones, sentaron las bases de una parte del importante proceso de cambio de mentalidades, respecto al papel de la mujer, que llega hasta la actualidad. Desgraciadamente algunas de esas luchadoras mantenían a título personal puntos de vista conservadores sobre cuestiones varias, lo cual hizo que en un determinado momento se vieran superadas por el proceso de modernización social que habían contribuido a poner en marcha. Pero eso ya excede el propósito de la entrada de hoy. Espero que el viaje hasta aquí os haya resultado interesante. 



5 comentarios:

  1. ¡Hasta aquí ha llegado la marea! el tema de la violencia machista se nos ha ido de las manos un poco.
    Lo digo porque hace meses rompí con la propia, después de las constantes amenazas por parte de ella. Luego le cogió gusto al tema y me calzó una hostia.

    ResponderEliminar
  2. Pues yo veo bien el uso de la violencia en algunos casos. Cuando está fuera de juego, no queda otra.

    ResponderEliminar
  3. Muy interesante esta segunda entrada sobre el feminismo inglés, también. Estaría bien que hicieras un tercera y hablaras sobre los años 60 e incluso alo sobre la actualidad. Aunque puede ser peliagudo, fíjate que ya se te ha criticado por hablar, solo hablar de él, sin ponerte ni a favor en contra.
    Son malos tiempos para el feminismo.

    ResponderEliminar
  4. ¡Fántastico post! A ti te gustarán más los posts con muchas fotos pero como seguidor de este blog (que leo de cuando en cuando porque son posts que hay que digerir despacio) aprecio mucho más estas entradas por toda la información que traen.

    ResponderEliminar
  5. Todo un detalle. Apenas cien años después el Gobierno británico está considerando revocar las penas de prisión impuestas en su día a las sufragistas más activas.

    http://www.abc.es/internacional/abci-gobierno-britanico-perdonara-penas-sufragistas-100-anos-aprobacion-voto-femenino-201802061042_noticia.html

    Para que luego digan.

    ResponderEliminar