Pase lo que
pase, mantente con vida. Iré a buscarte. Por mucho que me cueste, por muy lejos
que estés, te encontraré.
Daniel Day-Lewis en “El último Mohicano”
Veréis, desde la perspectiva del historiador las fuentes con que contamos para
escudriñar el pasado son esencialmente de dos tipos: por un lado los datos que
nos proporciona la arqueología y por otro lo que nos cuentan los textos, cuando
los hay. No obstante en la medida que la arqueología nunca ha dejado de ser una
ciencia “auxiliar” los documentos escritos han sido siempre considerados como la fuente
fundamental de conocimiento para las épocas en que se dispone de ellos.
Debido a eso en
este blog he explicado alguno de los desafíos que uno se encuentra a la hora de
extraer información de textos redactados en épocas muy lejanas del tiempo, fundamentalmente
el problema de descifrar información escrita a través de lenguajes extintos que nos
son desconocidos. Aunque otro problema grave del que he hablado menos es el de la simple desaparición de
muchos de los documentos producidos por nuestros ancestros debido a su destrucción
durante guerras o incendios, o simplemente producto del paso de los siglos y todo
lo que eso conlleva.
Sin embargo
dentro de lo que cabe esos problemas son afrontables. Para empezar porque la
escritura, al menos en nuestro área cultural (no me voy a referir ahora a lo
ocurrido en otros continentes) no ha sufrido grandes transformaciones “tecnológicas”
durante milenios una vez que alcanzó su primera etapa de madurez con el
desarrollo del alfabeto. En ese sentido, al margen de la evolución en los lenguajes utilizados, la mayor parte de cambios han sido bastante epidérmicos. Por ejemplo en el
mundo antiguo se solía escribir sin usar signos de puntuación para separar las
palabras o frases, lo que dificultaba luego mucho la lectura, sobre todo porque se leía siempre en voz alta. Debido a ello durante la Edad Media se empezó a generalizar el
empleo de signos de acentuación y puntuación a partir de una idea que ya había
tenido siglos atrás nuestro amigo Aristófanes. En paralelo a lo anterior se empezó también a leer en silencio y
el pergamino (que ya había sido empleado en la antigüedad por los
bibliotecarios de Pérgamo, de ahí su nombre) sustituyó definitivamente como
material de escritura al barro o el papiro. Surgieron entonces por fin libros parecidos
ya a lo que conocemos, aunque en aquel tiempo se almacenaban de forma distinta, es decir no
verticalmente unos al lado de otros como es común hoy en día, sino
horizontalmente, unos encima de otros para que el duro pergamino que formaba las hojas no se abombase.
Cada uno de
estos cambios implicó a su vez ligeros ajustes en los sistemas de escritura. A saber, un material rugoso como el papiro favorecía el empleo de tipos de letra formadas por ángulos pronunciados y múltiples
trazos mientras que el pergamino permitía dibujar más fácilmente letras de forma
redondeada. Luego desde China los árabes trajeron el papel a Europa y pronto el nuevo material se impuso como soporte de la escritura debido a sus múltiples ventajas, como ser más barato, manejable y fácil de producir en grandes cantidades que los anteriores soportes para la escritura.
Finalmente, mientras la Edad Media llegaba a su ocaso, la imprenta cambió las cosas sino de forma cualitativa sí cuantitativa. Solo en los primeros cincuenta años que siguieron a Gutenberg se imprimieron más libros que todos los ejemplares redactados o copiados en los scriptoria monásticos en los mil años anteriores.
Finalmente, mientras la Edad Media llegaba a su ocaso, la imprenta cambió las cosas sino de forma cualitativa sí cuantitativa. Solo en los primeros cincuenta años que siguieron a Gutenberg se imprimieron más libros que todos los ejemplares redactados o copiados en los scriptoria monásticos en los mil años anteriores.
Pero en esencia, como ya dije, la tecnología de la escritura en
Occidente no ha variado de forma drástica al menos durante los últimos dos mil
años y por ello podemos decir que los soportes usados para almacenar la
información tampoco han cambiado en lo sustancial a lo largo de ese tiempo, lo
que facilita en cierta forma nuestra tarea de decodificar la información que
sociedades pretéritas nos han dejado, en la medida en que podemos observar dicha información a simple vista sin necesidad de ningún mecanismo especial que sirva como intermediario. Todo el problema estriba en descifrar los signos gráficos en cuestión y que en general tenemos demasiados pocos textos procedentes de determinadas épocas. Existen algunas trabas con las que hemos de lidiar según la época de procedencia de la fuente en cuestión, sobre todo debido al empleo en la Europa medieval y moderna de un tipo de tinta (ferrogálica) que abusaba de la inclusión de elementos metálicos, esencialmente sulfato de hierro, lo cual con el paso del tiempo ataca a la celulosa del papel y afecta al grado de conservación de los documentos. Pero nada insalvable.
Ahora bien, eso era así hasta que la revolución de las
telecomunicaciones y el auge de la informática han cambiado las reglas del juego. Desde hace algunas décadas buena parte de la información que la sociedad
humana produce ya no es información escrita sino
audiovisual y no se almacena en papel sino en soportes ópticos y magnéticos
cuya tecnología de base ha empezado además a mutar, periódicamente, a un ritmo alarmante. Casi tan alarmante como la frecuencia con la que producimos y acumulamos más
y más y más montones de datos.
De hecho, para hacerse una idea de los términos del asunto, imaginemos toda la información generada por la Humanidad desde el
descubrimiento de la escritura hasta el año 2000 más o menos. Los especialistas dicen que la cifra puede rondar los 5 exabytes.
Pues bien a partir de la entrada en el nuevo milenio cada año estamos generando
una cantidad equivalente a toda la que habíamos originado en los 40 siglos
anteriores. Y el ritmo va en aumento.
Todo esto a varios siglos vista puede acabar facilitando mucho la vida a
los historiadores del futuro… o bien todo lo contrario.
Os pongo un ejemplo. El Domesday Book
o Libro de Winchester fue una especie de censo de propiedades llevado a cabo en la isla de Inglaterra torno al año 1086, a comienzos del reinado de
Guillermo el Conquistador. Es una fuente histórica muy valiosa para los
historiadores ya que, pese a sus múltiples errores y omisiones, permite dar un
vistazo en profundidad a la realidad socioeconómica, demográfica o genealógica
de la región en aquel tiempo. Es decir aporta un registro de datos tan
abundante y complejo como rara vez se puede conseguir para épocas anteriores al
s. XIX, salvo excepciones muy puntuales (como pueda ser por ejemplo el Catastro de Ensenada en el caso
español).
Ocurre que hace
precisamente treinta años, a mediados de los 80, la BBC lanzó un proyecto con
motivo del 900 aniversario del Domesday Book. Se trataba de recopilar todos los
datos posibles sobre un millón de ciudadanos ingleses de entonces con vistas a
su revisión en el futuro. Una vez completada dicha tarea la información resultante se almacenó usando la última tecnología de la época y más o menos se olvidó el
asunto durante algún tiempo, hasta que alguien se acordó de comprobar cómo marchaba aquello. Pero el producto de los esfuerzos llevados a cabo en 1986 se había almacenado en un Laser Disc y cuando cerca de veinte años después se intentó volver a leerlo resultó que en su día nadie se había
tomado la molestia de almacenar junto al disco también el aparato
correspondiente. Por ello resultó bastante complicado encontrar en
manos privadas un lector de Laser Disc en buen estado que pudiera leer el disco
de marras que además se había rayado por roces o vaya usted a saber y tenía
algunos sectores defectuosos. En apenas dos décadas la información guardada a
mediados de los 80 había estado a punto de perderse mientras que el primitivo libro que se pretendía homenajear había aguantado perfectamente el paso del tiempo durante mil años.
Las formas predominantes a través de las cuales almacenamos información hoy en día resultan muy sofisticadas, pero también muy frágiles.
Muchos de los dispositivos aparecidos en los últimos veinticinco o treinta años y dedicados a grabar o guardar información se corrompen y pierden dicha información de forma natural
demasiado rápido. En teoría lo que se graba en un CD por ejemplo debería poder
sobrevivir entre uno y dos siglos. Pero eso solo resulta cierto en unas
condiciones ideales de temperatura, humedad y luminosidad. Hablando en plata:
las fotos de tu boda, tus trabajos del colegio o esas películas porno bajadas
de Internet que trabajosamente guardaste en Cds y Dvds básicamente se van a
deteriorar y perder en unos 15 años. Para entonces o vuelves a regrabar
toda tu colección o a cada año que pase el riesgo de perderla aumenta. De hecho
es posible que para entonces no te quede más remedio que pasarla toda a otro
formato porque ya no existan apenas lectores de Cds. Lo mismo puede aplicarse con distintos ritmos
a todo lo que guardas en otras plataformas, como alguna memoria USB por ejemplo.
Por comparación el
papiro, el pergamino o el papel resultaban soportes mucho más toscos y con
capacidad para albergar volúmenes de información sustancialmente más pequeños. Pero en cambio han sido formatos mucho más durables. Hay rollos de papiro descubiertos en
Herculano (como este cabrón resistente de más abajo) que han sobrevivido después de que les pasara por encima
una erupción volcánica.
En cambio los
formatos de nuestro tiempo están enfocados sobre todo a ser capaces de
almacenar mucha información, no a almacenarla mucho tiempo. En base a ello, y a otras consideraciones, cada vez
más se recurre a la salvaguarda de datos subiéndolos a la red. Pero a fin de
cuentas lo que guardas en la red simplemente está ahí porque se guarda en uno
de esos formatos físicos a los que me refiero en alguna parte del mundo. Básicamente
en grandes naves donde yacen servidores compuestos por miles de ordenadores
conectados en red. Si hasta hace poco la
historia de la memoria humana era la de sus grandes bibliotecas (Alejandría, Ebla, Pérgamo, la de Celso en Éfeso o la de Trajano en Roma, la Bayt al Hikmah de Bagdad o la Dar
al Hikmah de El Cairo, la
Biblioteca Laurenciana en la Florencia de los Médicis, la del Escorial en tiempos de Felipe II, etc.) los próximos
siglos lo será de esos fríos almacenes donde se guarda en formato físico
nuestra información. Lo que ocurre es que esos grandes centros de datos están sometidos, como toda infraestructura, a verse afectados por un conflicto político, un desastre natural, un fenómeno electromagnético, o simplemente al cierre o la quiebra repentina de la empresa de turno.
Además, llegados a este
punto surge un nuevo tipo de problema que ya he insinuado: la forma en que las sociedades contemporáneas guardan información requiere
máquinas (todavía escribimos a mano o transcribimos la información en papel,
pero cada vez menos y la tendencia es clara en cuanto a lo que se espera ocurra las siguientes décadas). La cuestión es que si usamos máquinas para codificar la información también vamos a necesitarlas
para descodificarla. Y el problema es el ritmo al que nuevos tipos de máquinas y
formatos sustituyen a los anteriores, o el hecho de que para funcionar ese hardware requiere un
software que también cambia de forma acelerada. Además, resulta que cada nuevo
formato no es automáticamente compatible con todos los anteriores.
Obviamente, a medida que
en nuestras sociedades acumulamos más y más información a un ritmo inusitado el
trasladar todos los datos “atrapados” en viejos formatos a los nuevos se vuelve
poco práctico y demasiado trabajoso, lo cual tiene sus repercusiones.
Pensemos en todo lo que
se grabó en su momento en disquetes de tres y medio (no digamos ya en los de cinco un cuarto) durante los años 80 y primeros 90 y que ya
es básicamente ilegible o ha desaparecido hoy en día, como está ocurriendo con todo lo que vamos dejando olvidado en cintas VHS, vinilos, casettes, viejos carretes fotográficos... Y no solo nosotros, los individuos particulares, sino también empresas o instituciones culturales. Algo ya más preocupante.
En esa línea hace poco se supo que en
torno al 70% de los filmes mudos rodados en los EE.UU. se han perdido para
siempre debido a diversos eventos, según un estudio realizado por la Junta Nacional de Preservación para
la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. De hecho del 30% conservado solo
la mitad de los títulos se han preservado íntegros, el resto (la mayoría de los
rodados antes de 1920) está formado por copias a las que les faltan partes o
tienen una calidad menor de la que presentaba su formato original.
Por otro
lado la Fundación Fílmica Martin Scorsese
publicó hace unos años su propia estimación para un período algo más amplio. Según
ellos la mitad de las películas estadounidenses anteriores a 1950 se han
perdido para siempre. Entre ellas muchas con un valor histórico indudable, como "The life of general Villa" rodada en 1914 y que, pese a su trama en gran parte ficticia, contenía imágenes reales tomadas durante la Revolución Mexicana.
Y estamos hablando de un país donde tienen los mejores medios y existen
varios organismos y fundaciones encargados de estas cuestiones. Para el resto
del planeta es posible que la inmensa mayoría de las películas rodadas hace más
de cuatro o cinco décadas simplemente hayan desaparecido. Además, en otros ámbitos de conocimiento y expresión aún más importantes este tipo de dinámicas también están empezando notarse. Solo en un incendio ocurrido en los estudios Universal de Los Ángeles en 2008 se perdieron para siempre 175.000 grabaciones originales, con casi medio millón de canciones, de músicos estadounidenses del siglo pasado. Y eso no es nada
comparado con lo que está por venir.
Somos la civilización que produce datos con mayor velocidad y en mayor
cantidad de la historia, pero tal peculiaridad está generando ahora mismo, mientras escribo
esto, nuevos problemas que tal vez contra todo pronóstico conviertan a nuestra
sociedad en casi completamente impermeable a los intentos de los historiadores
del futuro por recuperar o analizar los datos que estamos produciendo.
No me negaréis que hay una inquietante belleza en dicha ironía.
http://viollet-le-duc-usat.blogspot.com.es/
ResponderEliminarTodo nació allí, en la restauración de la ciudadela de Carcasonne por Eugene Viollet-Le-Duc. De la reconstrucción a la polémica, de la polémica a un "lenguaje", y de ahí a lo que tenemos ahora.
Muy interesante como todo lo que escribes, enhorabuena.
ResponderEliminarCuando vi El Imperio del Fuego también me sorprendió esa escena, que es la más interesante de la película seguramente. Recuerda un poco al planteamiento de Farenheit 451. En realidad así es como se ha ido transmitiendo "la Cultura" durante milenios, y debido a las propias características de la transmisión oral, al mismo tiempo iba cambiando lo que se transmitía.
ResponderEliminarYo he visto en el trabajo y otros ámbitos que es un problema gordo el no tener copias de respaldo de los datos. Como se estropee el sistema, se va todo lo guardado a la mierda.
Por otro lado, si nos salimos del ámbito europeo, puede ser que alguien se encuentre con que X civilización tenía un sistema de almacenamiento y transmisión de datos tan diferente a los libros, que ni siquiera sea reconocible como tal. Pienso por ejemplo en los famosos quipu incaicos, que tal vez podrían haber almacenado incluso "escritos" además de meros datos contables (números).
El Parlamento del Reino Unido va cambiar su sistema de almacenamiento de las leyes de su país: van a sustituir los pergaminos de vitela (piel), por papel de alta calidad. Sin embargo hay quienes se oponen al cambio, tanto por tradición como por razones prácticas: el pergamino de vitela es mucho más duradero que el papel, también la tinta impresa en él. En el artículo de abajo hablan del tema, y de los problemas que genera la obsolescencia (aunque para eso ya está este mensaje del blog).
ResponderEliminarhttp://www.elconfidencial.com/tecnologia/2016-02-18/por-que-reino-unido-sigue-conservando-sus-leyes-en-un-material-anterior-al-papel_1154566/
http://www.elconfidencial.com/tecnologia/2016-02-18/por-que-reino-unido-sigue-conservando-sus-leyes-en-un-material-anterior-al-papel_1154566/
"Lo anterior parece una tontería, pero deberíamos preguntarnos en qué medida estas dinámicas ocurren realmente."
ResponderEliminarDebo decir que me ha pasado recientemente algo parecido.
Ultimamente me he juntado con gente bastante más joven que yo y, al ver con ellos Pulp Fiction, película que yo he visto como 2 docenas de veces y ellos ninguna, la conocían sólo como "la película del meme". Este meme:
http://knowyourmeme.com/memes/confused-travolta
Hasta hicieron parar la película varias veces para volver a ver "la escena del meme".
Han pasado 35 años desde que aparecieron los primeros CD comerciales en 1982 y algunos ya están empezando a descomponerse.
ResponderEliminarhttp://www.microsiervos.com/archivo/gadgets/algunos-primeros-cd-empiezan-descomponerse.html