jueves, 6 de noviembre de 2014

La extraña obsesión del señor Dadas


- Lo que te están haciendo no es tortura. Es ciencia. Es para hacerte mejorar.

    - No. Es para hacerme "normal".

     (Penny Dreadful capítulo cuarto de la tercera temporada) 



   A los veintiséis años, cuando podríamos decir que saltó a la fama, Albert Dadas (1860-1907) era un trabajador manual con apenas unos estudios básicos, empleado de la compañía de gas de Burdeos la cual se dedicaba a instalar y servir gas para el alumbrado público de la época (aún no alimentado de electricidad ya que para esa innovación faltaban algunas décadas). Su padre había sido hipocondríaco y probablemente también había contraído la sífilis. Por su parte desde muy joven Albert empezó a manifestar los síntomas de una enfermedad un tanto especial, una suerte de sonambulismo viajero.

Al parecer ya desde los doce años experimentaba accesos de dicha patología singular: sin previo aviso, en pleno día, aleatoria pero periódicamente, sufría episodios de enajenación caracterizados por un ansia de viajar irresistible. En esos momentos perdía el dominio sobre sí mismo y le sobrevenía una fuerte amnesia súbita que le llevaba a olvidarse por completo de su familia o sus obligaciones laborales. A veces incluso llegaba al extremo de asumir otras identidades inventadas distintas de la suya propia mientras se embarcaba en periplos de media o larga distancia, bien andando, bien subido a algún medio de transporte cuando disponía consigo del dinero suficiente. Solo al cabo de semanas o incluso meses se recuperaba de esa especie de trance errante y recordaba nuevamente quién era él, dónde vivía y dónde solía trabajar. Llegado a ese punto, otra vez dueño de sí mismo, emprendía el penoso camino de regreso a su domicilio en Burdeos.

De esta forma Dadas aseguraba haberse “despertado” en lugares tan alejados como Argelia, Praga, Viena, Constantinopla e incluso Moscú sin enterarse muy bien de cómo había llegado hasta allí. Se trataba como mínimo lo que hoy llamaríamos un turista patológico. El primero de su especie, cuando el turismo como tal no existía fuera de las clases altas de la sociedad.

Por supuesto podemos pensar también que se trataba de un sinvergüenza o de un mentiroso, pero lo cierto es que algunos detalles de su caso lo convertían en algo bastante extraño: las pérdidas de memoria que decía sufrir, lo incontrolable de su deseo, la energía que experimentaba una vez puesto en marcha lo que le permitía cubrir distancias de hasta 70 kilómetros a pie en un solo día, incluso con mal tiempo, pasando por el hecho de que una vez embarcado en sus viajes, y al parecer sin quererlo, sistemáticamente se veía "obligado" por su subconsciente a perder todo documento que llevaba encima para así facilitar la tarea de asumir nuevas personalidades o al menos olvidar la suya propia y todo lastre que le impidiese seguir recorriendo camino. 

Es en base a todo esto como un desesperado Albert Dadas entró en contacto con Philippe Tissié un joven psiquiatra del hospital Saint-André de Burdeos quien a partir de su estudio sobre el caso de Albert publicó en 1887 uno de los primeros libros “modernos” sobre psicología y psiquiatría clínica bajo parámetros más o menos científicos, Les Aliénés voyageurs. Hay que tener en cuenta que en estas fechas Francia, a través de “alienistas” como Jean Martin Charcot, George Gilles de la Tourette o Alfred Binet (el creador de los primeros test de inteligencia) era uno de los núcleos donde se estaban desarrollando las bases de campos médicos que luego derivarían en los modernos departamentos de psiquiatría y neurología. De hecho por entonces un tal Sigmund Freud solo era un semidesconocido que apenas había publicado algunos estudios embrionarios sobre la “histeria” y las supuestas bondades de la cocaína, mientras que buena parte de los protopsicólogos de la época ocupaban gran parte de su tiempo intentando curar el fantasmal "paroxismo histérico" atribuido a muchas de sus pacientes femeninas a través de los denominados "masajes vulvo-genitales" (ya que el machista paradigma médico del momento atribuía casi todos los trastornos psicológicos femeninos al útero, para lo cual se prescribían frecuentemente como tratamiento diversos masajes pélvicos y tratamientos vibratorios que no eran otra cosa que masturbaciones encubiertas).

   Pues bien, a partir de los trabajos de Tissié la patología que Albert Dadas decía padecer y que en el fondo le impedía tener una vida laboral, familiar o social normal fue definida con el nombre de Dromomanía. En el caso concreto de Dadas se le trató mediante sesiones de hipnosis, todo ello junto con ocasionales dosis de bromuro para moderar lo que a juicio de algunos de los doctores que lo examinaron era un exceso de ímpetu masturbatorio. 

Lo interesante de la Dromomanía es que tuvo una vida muy corta como supuesta enfermedad, en concreto menos de treinta años. Después de publicarse el estudio de Tissié -quizás por mera imitación, quizás porque ya existían otros casos así pero hasta el momento nadie sabía cómo llamarlos- durante la década siguiente más o menos abundaron las publicaciones sobre otros fugueurs patológicos, concentrados básicamente en Francia, Italia y algo menos Alemania (donde el fenómeno fue denominado como Wandertrieb)Fuera de esos países nunca se identificaron casos, todos los cuales pertenecían además a varones adultos. 

   Concretamente el último paciente importante de Dromomanía se documentó también en Francia a principios del s. XX. Un tal Henri C., joven camarero que una vez alistado para cumplir con el servicio militar en 1901 comenzó a fugarse compulsivamente para realizar viajes cada vez más largos y luego regresar. Hasta ocho veces sus ausencias lo llevaron a desertar. En 1903 tras escaparse por enésima vez recorrió Italia, Suiza, Alemania, Austria, Hungría, Rumanía, Serbia, Bulgaria, Turquía y parte de Rusia antes de intentar alistarse en el ejército alemán y ser devuelto a Francia como un desertor. ¿Lo era?, ¿se trataba más bien de un imitador?. No lo sabemos, de cualquier forma fue uno de los últimos casos atribuidos a esta patología que se desvaneció en el tiempo tan misteriosamente como parecía haber irrumpido en la modernidad.

Como dije antes es posible pararse a pensar que estos pacientes no eran verdaderos enfermos sino sinvergüenzas o aventureros, quizás gente normal que simplemente se encontraba a disgusto con su vida y que se aburría con su familia o quería escapar del servicio militar y cuando los cogían o se veían sin recursos se hacían los locos. O tal vez estos viajeros, estos fugados compulsivos, eran unos meros fabuladores, mentirosos pertinaces que se limitaban a vagabundear y para hacerse los interesantes se inventaban sus viajes a países lejanos.

No obstante los desplazamientos de Dadas fueron documentados por Tissié quien buscó pruebas de los mismos poniéndose en contacto con diversos consulados. Al parecer era cierto que estuvo en los lugares a los que aseguraba haber viajado. Por otra parte parece indudable que, lejos de ser escapadas de placer, durante sus periplos por Europa sufrió grandes penalidades, acabando varias veces en la cárcel por mendicidad, o en hospitales debido al agotamiento y las inclemencias del tiempo. De hecho en Rusia la policía zarista, desconcertada por las explicaciones de aquel vagabundo extranjero y preocupada por un reciente atentado contra el zar, llegó a encarcelar a Dadas temiendo que se tratase de un terrorista. Solo la oportuna intervención de la embajada francesa evitó que fuese deportado a Siberia. Sin embargo, contra toda lógica, esos contratiempos que acababan con su salud y lo hacían profundamente infeliz no le impedían emprender nuevas aventuras al cabo de poco tiempo.

Hay que tener en cuenta que el comportamiento de anómalo desarraigo que mostraban estos casos acarreaba grandes problemas para tener una vida social, familiar y laboral estable. Albert Dadas llegó a casarse y tuvo una hija, pero tras algunos años de normalidad la “enfermedad” de Albert reapareció, volviendo a sus escapadas y a dejar desatendida a su familia o sus trabajos eventuales. Poco después su mujer murió de una afección pulmonar y Dadas incapaz incluso de ocuparse de su hija la entregó a una pareja de jardineros. Años más tarde él murió en la miseria mientras que la niña, ya una muchacha de quince años aprendiz de costurera, desapareció misteriosamente (se especuló con que podía haber sido secuestrada y vendida a alguna red de prostitución de las que abundaban en las barriadas pobres de las grandes ciudades de la época).

Por tanto llegados aquí se abren ante nosotros varias opciones de cara a entender las más o menos tres décadas durante las que la Dromomanía fue reconocida como una enfermedad en algunos países de Europa occidental, para después desaparecer de las publicaciones médicas y dejar de ofrecernos pintorescas historias de extraños pacientes. 

Por un lado habría que contar con la posibilidad de que bien conscientemente, bien sin pretenderlo de forma explícita, el doctor Philippe Tissié -quien describió el caso de Albert Dadas y puso nombre a la nueva enfermedad- hubiese intentado exagerar los síntomas o las peculiaridades del caso de Dadas, para así luego publicar un informe cuanto más espectacular mejor y ganar renombre él mismo al atribuirse el haber descubierto una patología nueva. Volvemos al punto de plantearnos si Dadas era simplemente una persona insatisfecha con su vida, amante de la aventura, ansiosa de escapar a su miseria y su insignificancia viajando, pero constreñida por sus obligaciones hasta el punto de haber desarrollado alguna suerte de trastorno de personalidad en el vano intento de conciliar las ansias anteriores con los deseos paralelos de tener una vida “normal” en la línea de lo que se esperaba de él. Y quizás a partir de ahí su médico inventó un caso clínico de estudio rodeando de misterio y complejidad las peculiaridades del pobre Dadas, todo ello de cara a ganar notoriedad para sí mismo, lo que luego sería imitado por otros doctores en los años siguientes. 

Tal vez es posible también que simplemente Philippe Tissié quedase genuina y sinceramente fascinado por Dadas y las historias de viajes lejanos que el pobre hombre le contaba en el transcurso de su terapia. De hecho, Philippe solo había realizado un gran viaje en su vida. A los veintitrés años se embarcó como sobrecargo en un barco que partía para Senegal, pero allí el médico de a bordo al apreciar sus capacidades para el estudio lo recomendó como ayudante de biblioteca en la universidad de Burdeos, donde se estableció para el resto de su existencia, enclaustrado en una vida profesional segura y agradable pero falta de toda aventura. 

   A partir de ahí quizás a través de la poco fiable hipnosis, empleada como técnica terapéutica en aquellos tiempos, entre médico y paciente se estableció una relación simbiótica en la cual cada uno le dio al otro lo que necesitaba. De esa forma Dadas interpretó ante Philippe Tissié el papel de un sujeto de tesis suficientemente raro y peculiar como para que el segundo pudiera hacerse un nombre a nivel académico narrando los supuestamente singulares padecimientos del primero. Mientras tanto el médico aportó al paciente la atención y notoriedad que de alguna forma anhelaba, además de librarle de toda culpa por sus continuas escapadas al confirmarle profesionalmente que era un enfermo y no podía evitar sus impulsos. ¿Acaso ambos personajes retorcieron un tanto la “verdad”, incluso sin saberlo, de cara a complacer a su antagonista?. Quien sabe. No sería la primera ni la última vez que se produjese algo así en la historia de ciertas "ciencias" que implican interacción entre el observador y el sujeto de estudio

   Curiosamente Philippe Tissié con el tiempo terminó pasando a la historia por méritos muy distintos a los relacionados con su actividad clínica y vinculados más bien a su amor por un extraño invento del período, los velocípedos, es decir las primeras bicicletas. De esa forma acabó siendo uno de los impulsores de las primeras carreras ciclistas en Francia y también un importante defensor de la introducción de la gimnasia en los planes educativos. 

   Volviendo al debate central que pretendo plantear, aún hoy existen muchas zonas de sombra en los terrenos entre la psiquiatría, la psicología y la neurología en lo que respecta a diagnosticar como desorden o problema mental síntomas que pueden deberse simplemente a una situación social o emocional particular en la que está inmerso un individuo. Pensemos en la controversia sobre si los trastornos de atención o de hiperactividad en niños, tan frecuentemente diagnosticados (y medicados) hoy en día, son realmente una enfermedad nueva, una que ya existía pero no había sido detectada hasta ahora, o bien no son en sí mismos ninguna enfermedad sino una forma de racionalizar y sistematizar como patología simples comportamientos irritantes. Comportamientos relacionados con unas determinadas pautas educativas y modelos de conducta que no se adaptan a todo tipo de personalidades, o debidos a unos hábitos familiares modernos en el seno de los cuales los padres pasan a ser cada vez más una figura más ausente del hogar y no pueden dedicar a sus hijos el tiempo requerido para asentar en ellos una serie de normas de conducta básicas durante la infancia.

En 2005, el profesor de medicina de la Universidad de Stanford (EE. UU.) John P. A. Ioannidis publicó en la revista PLoS Medicine un estudio titulado más o menos Por qué la mayoría de los resultados de investigación publicados son falsos, en el que revelaba las frecuentes interpretaciones erróneas de los resultados de estudios clínicos debido a diseños experimentales defectuosos y al manejo sesgado de las estadísticas, además de la presión por acumular precipitadamente publicaciones para el currículum dentro de los ámbitos académicos modernos. Al año siguiente, el profesor de la Universidad de Toronto (Canadá) Peter Austin se basó en los registros clínicos de Ontario para demostrar que los nacidos bajo el signo de Leo tenían más probabilidad de ingresar en un hospital con hemorragia gastrointestinal, mientras que los Sagitario sufrían más fracturas de húmero. Por supuesto, Austin no pretendía defender la autenticidad de tales aseveraciones sino plantear lo sencillo que a veces resulta en “ciencias” sociales “probar” -sino de forma permanente al menos transitoria- prácticamente lo que a uno le convenga incluso con el contrapeso del sistema de revisión por pares de datos y citas al pie en las revistas científicas de turno. En el campo médico tenemos incluso disciplinas como la acupuntura o la homeopatía que llevan décadas aprovechándose de diversas zonas de sombra para hacer negocio e incluso obtener a veces un cierto espacio en algunas publicaciones serias. 

Regresando al terreno de la medicina de la mente, por ejemplo hoy sabemos que el propio Freud exageró algunos de sus supuestos primeros éxitos y curaciones usando el método de la asociación libre de ideas y asimismo falsificó los resultados de diversos estudios o al menos ocultó los fracasos en parte de los mismos. Incluso su propia esposa creía que su marido tal vez atribuía a otros sus propias obsesiones y traumas personales, un detalle que no impidió al padre de la psicología convertirse en pope fundador de un nuevo campo de conocimiento con pretensiones científicas y un recorrido que llega a la actualidad una vez emancipada la disciplina de la sombra de su controvertido creador.

   No obstante se nos plantea todavía otra forma adicional de interpretar el asunto. Tendemos a creer que campos como el de las enfermedades mentales son intemporales, objetivos, definidos por unos síntomas independientes del observador. Por el contrario el filósofo canadiense Ian Hacking autor de Mad Travellers: reflections on the reality of transient mental Illness (1998) asegura, refiriéndose al caso concreto de Albert Dadas, que su historia y la de los escasos “fugados patológicos” de finales del s. XIX sería un ejemplo más de que determinadas enfermedades mentales (como la anorexia) solo existen bajo condiciones sociohistóricas precisas. Esto nos lleva a otras dos ideas. Por un lado el hecho de que el conjunto de enfermedades que afecta a las sociedades varía con el tiempo y muta, se adapta, a cada contexto social, a veces muy rápidamente. Cuando encontramos la cura para determinadas enfermedades pronto surgen otras causadas específicamente por la evolución de las formas de vida, trabajo o alimentación propias de cada cultura y época. De esta forma muchas de las afecciones propias de las sociedades urbanas e industriales actuales son distintivas de nuestras formas de vida y sus imperfecciones (exceso de comida, contaminación, estrés, inactividad, consumo de drogas como el tabaco, etc.) y no se daban en la sociedad rural de hace dos o tres siglos atrás. Pues bien en cuanto a los trastornos mentales ocurre lo mismo.

Por otra parte es muy posible que categorías que creemos absolutas, caso de la definición de justicia o de locura, en el fondo tengan mucho de meras convenciones arbitrarias. Al final cada sociedad define a través de las leyes lo que entiende como comportamiento normal y como delito. Pero la "Justicia" como aparato administrativo y corpus legislativo no pretende como fin último solamente garantizar el triunfo del Bien sobre el Mal, sino mantener un determinado orden social. En relación con ello podemos decir que la definición social de lo que es justo, de lo que es correcto, lo aceptable, varía con el tiempo, a la vez que lo hacen la moral de dicha sociedad y también su estructura política y socioeconómica. 

   En lo tocante a la enfermedad mental ocurre algo parecido: de cara a establecer lo que es "irracional" como poco existe un componente cultural de fondo que también evoluciona acomodándose a diferentes contextos. En base a ello hasta principios del s. XX el deseo sexual, sin propósito reproductivo, de las mujeres se consideraba una enfermedad. Hace un tiempo la homosexualidad era contemplada como tal (la OMS no la retiro de su lista de enfermedades mentales ¡hasta 1990¡) y de hecho aún es considerada así en determinados países, sobre todo en el ámbito islámico. Otro ejemplo, a mediados del s. XIX, en 1851, el médico Samuel A. Cartwright, prestigioso miembro de la Louisiana Medical Association, llegó a definir una enfermedad llamada Drapetomanía, muy parecida a lo que después sería la Dromomanía teorizada por Tissié. Pues bien, la Drapetomanía sería una supuesta enfermedad mental que padecían los esclavos negros consistente en unas “ansias de libertad excesivas” que llevaba a determinados esclavos a intentar huir de forma repetida sin tener en cuenta castigos y otras consecuencias, como dejar familiares atrás. 

Y digo más, si en una colectividad determinada una mayoría suficiente de la población acabase manifestando un comportamiento anormal con el tiempo ese comportamiento acabaría marcando la pauta de lo que es considerado “normal” e inmediatamente el resto de personas, aquellas que mantuviesen una conducta lógica, serían las consideradas como “anormales” y, por tanto, “enfermas”. 

   Asimismo a medida que evolucionan los conocimientos de que disponemos obviamente también mudan nuestras consideraciones al respecto de lo anterior. Trastornos que hoy se tratan con medicamentos asociados por ejemplo a los diagnósticos de esquizofrenia podían ser perfectamente interpretados como “dones proféticos” o una relación de “proximidad con la divinidad” en época antigua (incluso en épocas y sociedades más recientes se mantiene parcialmente esta confusión). De esta forma no estaría tan claro como pretendemos qué es la locura y a qué se debe, al menos en cuanto a sus fronteras exteriores -las alejadas de comportamientos y síntomas muy evidentes- las cuales dependen en cierta medida del consenso social propio de cada época. 

Pero bueno, todo esto no es más que una pequeña tormenta de ideas sobre la "locura" que me ha ido surgiendo de la mano de una, en principio, pequeña y banal anécdota curiosa que venía a contar, la del caso de Albert Dadas. Lo que ocurre es que al final, como digo siempre, la realidad es compleja. 

5 comentarios:

  1. Me encanta la idea de como una conducta "anormal" pasa a ser algo aceptado y normalizado en la sociedad. Para mi el efecto, revolución o bum de las redes sociales (incluso Wasap), me es un poco ajeno, por lo que en seguida parece que te conviertes en un rebelde sin causa apartado de la sociedad. Y peor aun, algunas personas te avasallan: Venga ponte wasap. ¿Por qué no tienes tuiter? No me contestas en el Feisbuk... Y al final uno no sabe que hacer. Igual tengo que ir al psicólogo.

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    1. Es que sacando Internet a colación y todo lo que implican los cambios tecnológicos a la hora de redefinir no solo la economía o la cultura, sino también otras cosas…

      Imaginemos que vamos al psicólogo, no hace medio siglo, sino mismamente a finales de los años 80 y le explicamos que el chaval de 14 años tiene un teléfono personal por el que se dedica a hablar horas enteras algunos días, o lo que hoy en día son las páginas web donde gente se fotografía desnuda o con poca ropa para que luego gente anónima vote o de opiniones sobre esos posados que pueden acabar luego en manos de cualquiera. O los juegos en universos virtuales donde hay gente que llega a invertir más horas que en su trabajo o en su familia pero en este caso dedicándose a construir un castillo virtual con cubos, a veces incluso invirtiendo grandes cantidades de dinero real para comprar adminículos virtuales con los que desempeñar mejor esa función o alguna otra parecida.

      Ojo, nada malo en ello, allá cada cual, a fin de cuentas también pierdo yo mucho tiempo prácticamente hablando a las palomas aquí y yo mismo soy un ávido jugador de juegos de estrategia en mis ratos libres. Pero hace 30 o 40 igual de diez médicos a los que se hubiera ido seis habrían interpretado algunos de estos comportamientos como una grave patología mental debida a la falta de autoestima, a un exceso de ego, a una grave depresión o una crisis de autorrealización personal, etc.

      Pero es que hoy en día esas cosas son más o menos ya algo “normal” y consiguientemente no puedes declarar que el 10 o el 15% de toda la población está loca y subiendo, luego hay que integrar eso dentro de la normalidad (aunque sea una normalidad un poco rara o no óptima) y pasar a buscar lo “anormal” unas leguas más allá de esa nueva frontera poniéndola en los casos de adolescentes que apenas salen de su habitación ni estudian, ni establecen relaciones sociales porque están ya esos sí, exageradamente enganchados a la red. Pero en las lindes de esa jungla hay muchas situaciones hoy normales que ayer no lo eran. Al final es una mera cuestión de negociación colectiva definir donde poner la frontera, no una decisión imparcial en manos solamente de los profesionales.

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  2. Esto me recuerda a la edad media y las plagas de la enfermedad original de "baile de San Vito", en que la gente empezaba a bailar dias y dias, incluso llegando a morir (por paros cardíacos y otras complicaciones).

    También me hace pensar que incluso en el imposible caso de que se crease una sociedad perfecta, alguien empezaría a presentar un cuadro de "hastío extremo" o algún extraño comportamiento, porque es verdad que cada sociedad va creando sus propias condiciones, enfermedades incluídas.

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  3. "determinadas enfermedades mentales solo existen bajo condiciones sociohistóricas precisas"

    Estaba yo pensando en los hikikomori japoneses.

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