El
Franquismo no son cuatro generales, es una clase social, y esa no va a
desaparecer tan fácil.
Este
régimen está muriendo, si hacemos concesiones le damos oxígeno a quienes lo
apoyan.
Hoy vengo a haceros una
recomendación: darle un vistazo a El día
de mañana, una serie de Movistar + dirigida por Mariano Barroso y basada en una
reciente novela de Ignacio Martínez de Pisón.
El nudo de la trama es la
historia ficticia del ascenso y caída de Justo Gil, un trepa llegado a Barcelona en los años 60, desde un pueblo, sin nada, a rastras con su
madre enferma, pero que pronto se las arregla para aprovechar tanto su don de gentes como las oportunidades que ofrece una urbe en rápida expansión. Así termina codeándose con la alta
burguesía de la ciudad, si bien el peaje para ello será ejercer de confidente de la policía del Régimen. Finalmente los años pasan y sus malas decisiones en la vida lo llevan a militar en un grupúsculo de la extrema derecha durante la segunda
mitad de los años 70, en plena Transición. Por supuesto, como es de rigor y mandan los cánones de este tipo de historias, dicha trayectoria vital está jalonada
de traiciones y engaños, cometidos sobre otros pero también recibidos.
A ese respecto el joven actor Oriol Pla (a mi juicio una muy afortunada elección) da vida a un individuo que se define, más que por su carácter maquiavélico o camaleónico –típico de este tipo de papeles- por un aura trágica que parte de su inconsciencia y fragilidad, casi inocencia pese a sus momentos de malicia. Así el joven actor logra construir un personaje quizás más interesante y complejo que el que aparece en la propia novela original, precisamente lo contrario de lo que suele ocurrir con caracteres que transitan del papel a la televisión. El Justo Gil de Oriol Pla es un hortera dotado sin embargo de indudable carisma y encanto; un inculto que posee sin saberlo una genuina sensibilidad y una aguda intuición empresarial; un individuo rastrero pero también romántico; un mentiroso arribista que se pierde por ser fiel hasta el final a las cosas que realmente le importan. Y así, de alguna forma, el actor logra que el personaje empatice con el espectador, y con ello que un soplón y un estafador despreciable nos importe de verdad. Algo que tiene mucho mérito.
A ese respecto el joven actor Oriol Pla (a mi juicio una muy afortunada elección) da vida a un individuo que se define, más que por su carácter maquiavélico o camaleónico –típico de este tipo de papeles- por un aura trágica que parte de su inconsciencia y fragilidad, casi inocencia pese a sus momentos de malicia. Así el joven actor logra construir un personaje quizás más interesante y complejo que el que aparece en la propia novela original, precisamente lo contrario de lo que suele ocurrir con caracteres que transitan del papel a la televisión. El Justo Gil de Oriol Pla es un hortera dotado sin embargo de indudable carisma y encanto; un inculto que posee sin saberlo una genuina sensibilidad y una aguda intuición empresarial; un individuo rastrero pero también romántico; un mentiroso arribista que se pierde por ser fiel hasta el final a las cosas que realmente le importan. Y así, de alguna forma, el actor logra que el personaje empatice con el espectador, y con ello que un soplón y un estafador despreciable nos importe de verdad. Algo que tiene mucho mérito.
Con todo, como en otra serie del mismo canal que os recomendé hace no mucho (y os prometo que no me
pagan) la verdad es que lo que me ha llamado la atención de este producto televisivo no son las actuaciones (muy correcto también Karra Elejalde como el villano central de la historia) o la trama en sí, ya que en definitiva no deja de ser un drama romántico un tanto rocambolesco. Es decir
no hablamos de una obra redonda. Pero a mi juicio merece la pena destacar
esta serie, como era el caso de La peste, por su enfoque. Un enfoque valiente, con
mala idea escondida, con mala baba, con genuina mala leche. Como a mí me gusta.
Como se necesita desesperadamente en el panorama cultural hispano.
En ese sentido los seis episodios de que
consta la (mini)serie son demasiado poco para retratar la transformación de
la ciudad de Barcelona en aquella época (años 60 y 70), o desmenuzar la
Transición en forma de thriller político. Esos elementos desde luego forman parte del decorado pero lo que se desgrana al
respecto son apenas pinceladas, muy bien tiradas eso sí, sobre temas amplísimos
que por sí darían para varias tesis y libros. No obstante, aprovechando ese trasfondo, a lo largo de los capítulos delante de nuestros ojos va desfilando un elenco de personajes
formado por monjas milagreras estafadoras, policías torturadores sin demasiadas
neuronas y obsesionados con un Partido Comunista completamente paralizado por las
rivalidades internas y los confidentes, universitarios pijos de buena familia
que despotrican del Régimen mientras se ponen hasta arriba de todo en fiestas
decadentes, empresarios chanchulleros y homófobos, y en general lo que se
podría definir como bastante color gris.
Y es aquí donde ocurre algo interesante. En el plano puramente literario la novela en la que se basa podría perfectamente integrar desde ya una trilogía (junto con La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza y La plaza del diamante de Mercè Rodoreda) que resuma la historia de la ciudad de Barcelona durante el último siglo y pico. Ahora bien, en realidad el parentesco más directo de la encarnación televisiva de la novela de Martínez de Pisón apunta en otra dirección. Desde luego si seguimos centrados en Barcelona puede también venirnos a la cabeza el parentesco con, quizás, El día del Watusi de Fernando Atienza. Pero la temática realmente no es la misma, aunque comparta por ejemplo una cierta valoración de la Transición política. Por eso a mi juicio esta
serie se convierte en realidad en una más que válida precuela de otra novela/serie
imprescindible para entender la España actual y caracterizada por una
construcción similar en cuanto a estructura, aunque dedicada a narrar la Valencia en los tiempos del "pelotazo" y no la Cataluña tardofranquista. Me refiero a Crematorio, la serie basada a su vez en la novela de Rafael Chirbes. Si Crematorio
trazaba una panorámica de nuestra corrupción reciente, El día de mañana en el fondo se ambienta en la España en que se
gestó parte de todo eso. Bueno, con matices, por supuesto, porque los problemas actuales vienen de
mucho antes, pero al menos la historia que cuenta Martínez de Pisón se sitúa en la época clave de nuestra historia
reciente en la que se tomó la decisión de pasar página, cerrar los ojos y no hacer
realmente nada al respecto de muchas cosas, con lo cual se perpetuaron las condiciones para sustituir una sociedad moralmente corrupta por otra estructura social supuestamente sana, al menos en su apariencia exterior, pero igualmente corrupta en su interior (aunque lo fuese a través de mecanismos diferentes).
Insisto en que esta serie no lo explica todo en detalle, no es un documental. En el debe de la serie citaría las típicas y a veces un tanto gratuitas escenas de sexo (lo cual quiere decir básicamente "tetas") propias de casi cualquier producto audiovisual del presente. Y una cierta sobrevaloración del grado de confrontación que padeció el Régimen en Cataluña. De hecho en general la memoria colectiva del período está tendiendo a extrapolar situaciones recientes a los años del Franquismo planteando por tanto una gran contestación al gobierno de Franco concentrada esencialmente en el País Vasco y Cataluña en torno a disputas culturales, cuando lo cierto es que primero los maquis y luego las vulgares cuestiones salariales y sindicales fueron los grandes desafíos que de verdad causaron problemas al Franquismo. En ese sentido quizás sorprende recordar que durante los primeros años de la Dictadura hubo mucha actividad de partidas guerrilleras en regiones hoy tan conservadoras como Galicia o Cantabria, y con el tiempo algunos de los mayores conflictos sindicales que hubo de confrontar el Régimen sucedieron en Asturias mientras que las mayores huelgas universitarias se documentaron en Madrid.
Pero en cualquier caso lo que más me interesó al visionar El día de mañana fue que, como trasfondo de la trama, se nos presenta una “Transición” alejada de grandes triunfalismos almibarados. Puede pensarse que no es mucho, pero ya es algo de cara a ir cambiando el discurso imperante. Porque cuando una productora generalista como Movistar + acepta financiar esto es que el otro discurso, el oficial aún hoy, cada vez se lo cree menos gente.
Insisto en que esta serie no lo explica todo en detalle, no es un documental. En el debe de la serie citaría las típicas y a veces un tanto gratuitas escenas de sexo (lo cual quiere decir básicamente "tetas") propias de casi cualquier producto audiovisual del presente. Y una cierta sobrevaloración del grado de confrontación que padeció el Régimen en Cataluña. De hecho en general la memoria colectiva del período está tendiendo a extrapolar situaciones recientes a los años del Franquismo planteando por tanto una gran contestación al gobierno de Franco concentrada esencialmente en el País Vasco y Cataluña en torno a disputas culturales, cuando lo cierto es que primero los maquis y luego las vulgares cuestiones salariales y sindicales fueron los grandes desafíos que de verdad causaron problemas al Franquismo. En ese sentido quizás sorprende recordar que durante los primeros años de la Dictadura hubo mucha actividad de partidas guerrilleras en regiones hoy tan conservadoras como Galicia o Cantabria, y con el tiempo algunos de los mayores conflictos sindicales que hubo de confrontar el Régimen sucedieron en Asturias mientras que las mayores huelgas universitarias se documentaron en Madrid.
Pero en cualquier caso lo que más me interesó al visionar El día de mañana fue que, como trasfondo de la trama, se nos presenta una “Transición” alejada de grandes triunfalismos almibarados. Puede pensarse que no es mucho, pero ya es algo de cara a ir cambiando el discurso imperante. Porque cuando una productora generalista como Movistar + acepta financiar esto es que el otro discurso, el oficial aún hoy, cada vez se lo cree menos gente.
Te lo habrán dicho mucho (y supongo que por eso has escrito esta entrada), pero que sepas que tus recomendaciones son muy interesantes.
ResponderEliminarLa verdad es que la vi hace poco y me gustó. Era más "fácil" que La peste, esta última me costó más verla. Esta serie se hace más amena pero eso no quiere decir que no sea interesante, y cómo bien comentas, lo es.
ResponderEliminarCrematorio si que no me animo a verla, demasiado cercano para soportar tanta corrupción.
Yo creo que para un retrato literario de la Barcelona del siglo XX las novelas de Juan Marsé son casi canónicas. "Últimas tardes con Teresa" también recoge ese personaje (el mítico Pijoaparte) del charnego de pueblo que llega a Barcelona en los años 50-60 con ansias de comerse el mundo...
ResponderEliminarProbablemente. Desde luego mis conocimientos literarios son limitados y acepto todas las sugerencias. Gracias por tu comentario.
Eliminar