sábado, 2 de mayo de 2015

Medz Yeghern


Las tragedias de la historia no surgen del conflicto entre el bien y el mal convencionales. Son más augustas y más complejas.

Ronald Syme, “La revolución romana” 
  



A lo largo de la historia humana muchas terribles catástrofes han alcanzado tal entidad que se han hecho merecedoras de una denominación propia (la Shoah hebrea, la Porajmos gitana, el Holodomor ucraniano, la An Drochshaol irlandesa, el Seyfo siriaco, etc.). Por ello en el caso del llamado “Genocidio armenio” los descendientes de los afectados suelen emplear el término Medz Yeghern ("La gran calamidad" o "La gran catástrofe").

Precisamente hace unos días se conmemoraba el centenario de dicha tragedia por lo que voy a aprovechar para realizar algunas precisiones sobre tan polémica cuestión, beneficiándome de no verme constreñido por los estrechos límites de espacio a los que han tenido que ajustarse la práctica totalidad de los artículos periodísticos que recientemente han tocado el tema. 

Antes de entrar en ello no obstante resumiré a grandes líneas el asunto de fondo:

Durante la primavera de 1915, en plena Primera Guerra Mundial, las jerarquías del por entonces declinante Imperio otomano se alarmaron ante el avance de tropas rusas en el Cáucaso. Así las cosas, y temiendo que la población armenia de la zona actuase como una "quinta columna" apoyando una hipotética invasión rusa, las autoridades turcas ordenaron la deportación de la población armenia de Anatolia hacia zonas desérticas en Siria, donde supuestamente sería más fácil controlarla.

A lo largo del trayecto una cifra que oscila según fuentes entre uno y dos millones de armenios (para algunos historiadores turcos los afectados habrían sido "solo" unos "pocos" cientos de miles), perecieron de hambre, sed y enfermedades debidos a la carencia de suministros, pero también debido a fusilamientos, acciones violentas de diverso tipo, así como múltiples situaciones irregulares que se produjeron en torno a las columnas de deportados. Los testimonios acerca de la violencia y brutalidad de esos hechos (procedentes de supervivientes, así como también de misioneros o diplomáticos de diversas nacionalidades que se encontraban por entonces en el Imperio otomano y pudieron observar lo ocurrido de forma imparcial), resultan abrumadores y no cabe por tanto negar la realidad de lo sucedido. Incluso hace unos años el periodista y escritor turco Murat Bardakci hizo públicos una serie de documentos secretos del Ministerio del Interior turco de la época en los que se puede apreciar como entre los años 1915 y 1916 se ordenó la deportación de más de 900.000 ciudadanos armenios que luego desaparecieron del censo sin que a día de hoy exista una explicación oficial razonable para un hecho tan curioso y repentino.

     

El debate se centra por tanto alrededor de si lo ocurrido fue un genocidio premeditado, como sostienen actualmente los descendientes de los armenios supervivientes y una mayoría de historiadores internacionales; o bien se limitó a una serie de incidentes desafortunados en respuesta a una rebelión en ciernes de la sediciosa población armenia, como defienden el gobierno turco y una parte de los historiadores académicos de ese país. En juego está por así decirlo el orgullo turco así como diversas implicaciones jurídicas, por lo que la cuestión hace tiempo que excede el mero debate historiográfico para convertirse en un problema fuertemente politizado (como casi todas las cuestiones importantes relativas a la humilde disciplina de la Historia). 

   Debido a ello la toma de partido suele darse en función de los intereses diplomáticos y las relaciones comerciales que se tengan o no con Turquía, así como en función de la religión dominante en el Estado en cuestión (los países islámicos apoyan la posición de Turquía prácticamente en bloque, lo que suele transmitirse a su vez a parte de sus intelectuales, mientras que los países de mayoría cristiana normalmente apoyan el punto de vista armenio). Con todo existen bastantes situaciones intermedias. Por ejemplo, en España el Estado central no considera oficialmente lo ocurrido como genocidio mientras que, por el contrario, tradicionalmente han sido los gobiernos autonómicos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco los más dispuestos a usar esa expresión por razones simbólicas evidentes al identificarse gran parte de sus votantes con la idea de ser ellos mismos una minoría oprimida.  

A día de hoy no se ha podido hallar ningún documento incuestionable (hay algunos pero su autenticidad está, cómo no, en disputa) que pruebe de forma absoluta la existencia de un plan de exterminio orquestado por parte de los líderes políticos turcos de la época. Aunque el hecho de que la mayor parte de la población armenia en Anatolia desapareciese de la noche a la mañana, en especial la práctica totalidad de los intelectuales y líderes de dicha etnia, sugiere lo evidente: que debido al miedo -en parte justificado y en parte imaginario- ante una posible revuelta armenia masiva en el corazón de sus territorios las autoridades turcas decidieron deshacerse del problema deportando a esa minoría étnica y, de paso, aprovecharon la oportunidad para intentar eliminarla o al menos “reducirla demográficamente”. Luego, en el transcurso de dicho proceso, la brutalidad humana, el caos del momento, el clima de impunidad y el rencor acumulado en el seno de la mayoría turca de la población hicieron el resto para que las proporciones de la masacre se convirtiesen en dantescas.

     

No obstante a mí no me interesan particularmente los hechos ocurridos entre 1915 y 1917, de los cuales se ha escrito muchísimo. Lo que atrae mi atención en cambio es el proceso histórico que hizo posible tal monstruosidad, así como lo sucedido justo después. Precisamente las dos cuestiones de las que no se suele hablar al centrarse la mayoría de documentales y reseñas sobre el genocidio armenio en su desarrollo y no tanto en sus antecedentes y algunas de sus consecuencias inmediatas. Por de pronto hoy voy a hablar en extenso de cómo y por qué se gestó esta barbaridad. Vamos con ello.

Giaour 


Como siempre, en este blog, vamos a pensar en términos de “tiempo profundo” entendiendo que lo que ocurre en un determinado presente hunde sus raíces en eventos del pasado. Por así decirlo la Historia funciona como una especie de subconsciente colectivo que explica muchos de los traumas y perversiones de las sociedades humanas.

En el caso que nos ocupa voy a retrotraerme a los inicios del s. XIX. Por entonces, mientras Europa occidental se recuperaba de las campañas napoleónicas, en Oriente comenzaba de forma definitiva el colapso del antaño poderoso Imperio otomano. Las causas de esa decadencia exceden el propósito de esta entrada, pero puede decirse que en general se debían a una mala adaptación de sus estructuras socioeconómicos, políticas y sobre todo culturales (por ejemplo el peso opresivo de la religión islámica que impedía modernizar de forma eficaz el sistema educativo o el sistema legal) respecto a las necesidades impuestas por los nuevos tiempos.

De hecho lo anterior fue una constante en aquella época. Múltiples países e imperios tuvieron, a lo largo de ese siglo decisivo en la historia humana, que asumir de una u otra manera el choque con el mundo contemporáneo y todo lo que eso implicaba: industrialización, urbanización acelerada, tránsito hacia una economía de mercado, alfabetización masiva de la población y secularización de la enseñanza, necesidad imperativa de implementar ejércitos modernos, emergencia del nacionalismo como teoría política, etc. Hubo países y regiones del globo que se amoldaron bien a estos cambios (esencialmente la mayor parte de Europa occidental -con excepción de la Península Ibérica- así como Norteamérica o Japón) y zonas a las que por así decirlo la modernidad les sentó mal ya que sus estructuras sociales se mostraron incapaces de adaptarse a los cambios que se requerían para sobrevivir en base a las nuevas reglas del "juego". Es lo que ocurrió con entidades políticas antaño tan poderosas como la China manchú o el propio Imperio otomano.

En lo que concierne a los otomanos buena parte de los problemas ya venían del siglo anterior, el XVIII, e incluso del XVII, pero no cabe duda de que a lo largo del s. XIX es cuando el edificio comenzó a agrietarse, para derrumbarse por completo a comienzos del s. XX. De esa forma la invasión napoleónica de Egipto debilitó totalmente la influencia otomana en esa región estratégica y poco después, en 1817, los otomanos también perdieron de facto el control sobre zonas de la actual Serbia. Era el comienzo de lo que acabaría siendo una interminable cadena de secesiones de territorios debidas a revueltas populares, mientras que otras posesiones le serían arrebatadas a los otomanos por parte de potencias hostiles valiéndose de la cada vez más evidente debilidad militar osmanlí, consecuencia a su vez del atraso tecnológico y económico en que se hallaba sumido su Imperio.

Pero si hubiese que destacar un episodio particularmente clave ese sería la Guerra de Independencia griega que se extendió entre 1821 y 1827 aproximadamente. Tal es así que voy a detenerme un rato hablando de ella. Más adelante apreciaréis su importancia para el tema central de la entrada de hoy aunque por ahora los armenios no aparezcan en mi discurso.  

Dicho conflicto es conocido fundamentalmente por la romántica implicación del famoso Lord Byron, quien no obstante fallecería a comienzos de 1824, al poco tiempo de llegar al Peloponeso para unirse a los rebeldes griegos. A ese respecto la muerte de Byron fue bastante poco gloriosa pero muy informativa de cómo iban a transcurrir los acontecimientos. El brillante poeta, quien había acudido a Grecia soñando con librar una épica lucha caballeresca por la libertad del pueblo heredero de la Atenas de Pericles, se dio de bruces con un territorio que poco tenía que ver con la marmórea Grecia de la antigüedad. La región estaba subdesarrollada y llena de feas y polvorientas aldeas donde campaban la miseria y el analfabetismo. Asimismo, gran parte de los individuos que formaban las bandas de combatientes "por la libertad" parecían moverse más por rencillas personales y la perspectiva de botín procedente de los saqueos que por altos ideales políticos. 

Pronto, agotado por las marchas a través de terrenos pantanosos e inhóspitos, harto de las mezquinas disputas entre pequeños jefes de bandas, desencantado por la incompetencia de los mandos, Byron sufrió un declive en su salud que se acentuó cuando contrajo algún tipo de gripe o afección respiratoria después de una marcha a caballo bajo la lluvia. Tras eso fue sangrado una y otra vez como medida terapéutica que solo consiguió debilitarlo mientras la suciedad imperante, así como el empleo de instrumental sin esterilizar para realizar los cortes, tal vez le causó además una infección en las heridas que se le infligieron, todo lo cual acabó con él de forma completamente estúpida tras varios días de agonía.  

En cierta forma esa anécdota resume lo que fue aquel conflicto, un auténtico estercolero caracterizado por la cerrazón y mucha, muchísima, sangre vertida producto de la violencia sin sentido. De hecho, si bien las matanzas de civiles han sido siempre un componente habitual de las guerras desde tiempos inmemoriales, esa contienda en concreto supuso prácticamente el arranque de los intentos de limpieza étnica en los Balcanes, ya que a diferencia de otros conflictos anteriores en este el asesinato de civiles y prisioneros enemigos fue casi más importante para ambos bandos en disputa que las maniobras militares propiamente dichas.

Tal es así que la guerra entre el Imperio otomano y sus súbditos griegos descontentos ya comenzó con una masacre. En 1821, tan pronto como las noticias de la rebelión en Grecia alcanzaron la capital, Estambul, se produjo una matanza “espontánea” de ciudadanos pertenecientes a la comunidad griega que vivía en la ciudad, matanza orquestada en realidad por las propias autoridades turcas con la posible colaboración de la comunidad judía de la urbe. Las atrocidades fueron dantescas, ejecuciones en masa de civiles inocentes, quema de iglesias ortodoxas, saqueo de tiendas y viviendas pertenecientes a la comunidad griega..., todo ello culminado con el ahorcamiento del patriarca ecuménico de la ciudad, Gregorio V, así como otros altos cargos de la Iglesia ortodoxa. Por si fuera poco en los meses siguientes las matanzas de griegos se extendieron, ya de forma realmente espontánea, por otras ciudades como Adrianópolis, Esmirna, Rodas y algunas zonas de Chipre.

Solo unos meses más tarde los griegos se tomaron su revancha asesinando unas 2.500 personas en la zona de la actual Pilos durante la llamada “masacre de Navarino”. Como eso no era suficiente el verdadero desquite llegó unas semanas después cuando los rebeldes griegos penetraron en la ciudad de Tripoli, en el centro del Peloponeso. Dicha población había sido escenario de matanzas de griegos a manos de los turcos en 1715 y 1770, pero en esta ocasión fueron los griegos los que se dedicaron a exterminar a los más de 30.000 turcos atrapados allí. Por si fuera poco en los meses siguientes la violencia contra la población turca se extendió por todo el Peloponeso alzado en armas, sucediéndose a pequeña escala múltiples hechos parecidos durante los cuales murieron en total quizás unos 20.000 civiles turcos.

Por ello los otomanos decidieron vengarse (ya se sabe, esto del ojo por ojo es un no parar agotador), así que al año siguiente, en 1822, al tomar la isla de Quíos mataron a una cifra indeterminada de griegos, entre 20.000 y 50.000, mientras al menos otros 50.000, sobre todo mujeres y niños, fueron reducidos a la esclavitud. En este punto había transcurrido apenas un año de guerra, en un conflicto que siguió por estos derroteros al menos hasta 1828, con los turcos exterminando a los griegos mientras los rebeldes griegos se dedicaban a limpiar no solo de turcos sino también de población judía y albanesa los territorios que iban “liberando”.

Obviamente cada nueva barbaridad llevada a cabo por un bando generaba a su vez la consiguiente represalia en el otro, hasta que llegado un punto ya no es posible determinar quién se estaba vengando de qué.

No obstante llegados aquí cabe anotar una cuestión que sin duda a los turcos no se les pasó por alto. Entre la población y los gobiernos de la mayoría de grandes potencias del período las simpatías se colocaron invariablemente del lado griego. Los griegos eran los civilizados, los “nuestros”, los herederos de los luchadores de las Termópilas, mientras que los turcos eran “orientales”, un elemento extraño a Europa, tiranos por naturaleza igual que los persas del rey Jerjes. De esta forma las masacres de turcos por parte de griegos en muchas ocasiones ni aparecían en la prensa internacional mientras que las matanzas de griegos a manos turcas despertaron una oleada de simpatías filohelenas sin precedentes entre la opinión pública occidental.

Un ejemplo es el caso el asedio y captura de la ciudad de Mesolongi, un hecho ocurrido en 1826 -durante el cual murieron unos 8.000 soldados y civiles griegos- y que inspiró el cuadro de Delacroix cuya imagen vemos a la izquierda, así como también una ópera de Rossini.

Es en el seno de esa corriente espontánea de simpatía romántica a lo largo de Europa donde se enmarca asimismo el peculiar desembarco del ingenuo Byron en Grecia, o también otro famoso cuadro de Delacroix (imagen de más arriba) dedicado en este caso a la masacre de Quíos antes mencionada.

Con el tiempo ese estado de opinión desembocó a su vez en una toma de partido internacional a favor de los rebeldes griegos que cristalizó en 1827 momento en que Reino Unido, Francia y Rusia aprovecharon para declararle la guerra al Imperio otomano, carente de aliados. A su vez esa intervención, como no podía ser de otra forma, decantó la guerra. De tal forma como consecuencia de los tratados de paz la Sublime Puerta se vio obligada a entregar a Rusia abundantes territorios en sus fronteras orientales y en las bocas del río Danubio. Asimismo tuvo que reconocer la independencia de Grecia, primero nominalmente y como hecho consumado a partir de 1832, momento en que se creó el Reino de Grecia (con un monarca alemán seleccionado a dedo por los ingleses como cabeza del Estado). Aunque todo sea dicho por entonces Grecia aún ocupaba una extensión mucho más reducida de la que hoy ocupa (los definitivos límites se lograrían a lo largo de nuevas guerras).

Las consecuencias de todo esto fueron de gran calado, razón por la cual me he detenido en ello.

Para empezar desde esas fechas en los conflictos dentro del espacio otomano o en sus lindes se empezaron a “institucionalizar” las masacres de civiles y la “limpieza étnica” del territorio, una práctica que luego tendría gran repercusión particularmente en el espacio balcánico.

Por otra parte hasta ese momento de la historia el Imperio otomano había funcionado como una estructura multiétnica donde, pese a la imposición por parte de los dominadores turcos de diversas exacciones y prácticas opresivas, lo cierto es que en los territorios que formaban el Imperio sobrevivían importantes contingentes de cristianos de diverso tipo (sobre todo ortodoxos), de judíos, e incluso de seguidores de variantes minoritarias del Islam, todos ellos a su vez pertenecientes a múltiples etnias y grupos lingüísticos. Durante los siglos transcurridos desde la conquista de dichos pueblos los gobernantes otomanos no habían juzgado que el componente multiétnico y la diversidad religiosa dentro de su Imperio pudiesen constituir un problema irresoluble. 

    

Sin embargo, al igual que ocurrió con el vecino Imperio austriaco, la diversidad interna iba mostrarse como un gran problema político una vez que de la mano de la modernidad irrumpió la poderosa fuerza del nacionalismo. A ese respecto la independencia griega fue el pistoletazo de salida para que búlgaros, macedonios, moldavos, valacos, albaneses, kurdos, árabes y otros pueblos constreñidos dentro del Imperio comenzasen a luchar por objetivos parecidos. Lo que es más, una vez que muchos de estos pueblos lograron independizarse pasaron además a adoptar una política agresiva de anexión de nuevos territorios y expulsión de las minorías turcas.

Asimismo dichos intentos en muchos casos fueron alentados, aprovechados, instrumentalizados, o financiados en la sombra por otras potencias del período con la finalidad de debilitar al ya de por sí postrado Imperio otomano y arrancarle nuevos territorios y concesiones. Irrumpía de esa forma en las cancillerías internacionales la llamada “Cuestión de oriente”, la cual ocupó un lugar central en la diplomacia internacional del s. XIX.

          

Debido a todo ello en adelante la Sublime Puerta empezó a mirar con mucho más recelo que anteriormente la diversidad cultural en su seno.

Finalmente, en lo que toca a los armenios en concreto, el conflicto griego supuso una transformación inicialmente positiva pero que se mostraría como un progreso envenenado. En los siglos previos los mercaderes y banqueros griegos habían ejercido un papel muy importante, ocupando una posición preponderante dentro de la economía y la burocracia otomanas. En cierta forma desempeñaban un papel parecido al de los judíos en el seno de la Europa feudal cristiana; eran una minoría vilipendiada por el grueso de la población –en este caso los turcos- pero habían logrado convertir ese hándicap en una ventaja en algunos terrenos. No obstante la Guerra de Independencia griega, con las matanzas que se sucedieron en las ciudades de gran parte del Imperio otomano y el poso de odio hacia los griegos que dejó en gran parte de la población turca, acabó con casi todo el tejido de comerciantes y financieros helenos dentro del Imperio, debido a que fueron asesinados o simplemente huyeron hacia la nueva Grecia independiente desde las grandes ciudades de Anatolia. Eso dejó libre un hueco que en las siguientes décadas fue ocupado por otras minorías, muy especialmente los armenios. Veamos ahora con un poco de detenimiento el contexto bajo el que se produjo esto último y las negativas consecuencias que acabó implicando.

El enfermo de Europa 


Dice la leyenda que en el año 301 de nuestra era el rey Tiridates III adoptó el cristianismo como religión oficial en sus dominios convirtiendo de facto al primitivo reino de Armenia en el primer Estado del planeta, aun antes que el propio Imperio romano, en adoptar el cristianismo como religión oficial. A fin de cuentas el monte Ararat, donde según la tradición se posó el Arca de Noé tras sobrevivir al mítico Diluvio, se encuentra en el centro del territorio histórico armenio aunque actualmente dicho enclave se ubique dentro de las fronteras de Turquía.

Pasados los siglos los armenios siguieron profesando mayoritariamente la religión cristiana, si bien lo hicieron manteniendo una jerarquía propia al margen tanto de la Iglesia ortodoxa como de la Iglesia católica. Y esa característica distintiva se mantuvo pese a quedar pronto rodeados de poblaciones musulmanas. 

Con el tiempo los armenios perdieron también su independencia y hubieron de integrarse en imperios de diverso tipo, interesándonos particularmente una mayoría de población armenia que más o menos desde el s. XVI hubo de convivir dentro del Imperio otomano (formado mayoritariamente por musulmanes de confesión suní). 

Llegados al s. XIX esa población armenia que vivía en el seno del Imperio otomano representaba un grupo étnica y culturalmente diferenciado, sobre todo gracias a sus particularidades religiosas. Las cuales no eran, obviamente, bien aceptadas ni por la mayoría de la población turca, ni por otros pueblos musulmanes dentro del Imperio otomano. 

    

Dicho eso, como hemos visto anteriormente, a comienzos de ese siglo los reveses militares y las primeras emancipaciones de pueblos hasta ese momento bajo control turco llevaron al replanteamiento de la estrategia de dominación mantenida hasta entonces. Se abría así el periodo de la Tanzimat entre 1839 y 1876 aproximadamente.

Esa fase histórica se caracterizó por el intento del Gobierno otomano de abrir ligeramente su puño y conceder algunos derechos a diversas minorías étnicas que vivían dentro del Imperio otomano, todo ello con el fin de apaciguarlas y estabilizar las señales de fractura social dentro del Imperio.

Como se ha insinuado más atrás no es que faltasen en ese momento entre la población y las élites turcas los partidarios de optar por la represión. Sin embargo pesó más la presión internacional, sobre todo tras la Guerra de Crimea (1853-1856) en la que el Imperio otomano solo pudo defenderse frente al ejército y la armada de Rusia merced a la ayuda francesa y británica. Por tanto, al término de dicho conflicto, las dos grandes potencias europeas del momento estuvieron en disposición de imponer exigencias al sultán otomano, entre ellas que aumentase las concesiones a las minorías no musulmanas dentro de su Imperio. Y así, en 1856, se promulgaron en el seno del mismo diversas medidas entre las que destacaban la libertad de culto, la igualdad de musulmanes y no musulmanes ante la justicia o los impuestos, así como otra serie de privilegios en materia administrativa y de autonomía interna para esas minorías.

Los armenios, un colectivo por entonces muy cohesionado y con un nivel educativo por lo general bastante superior al del común de la población otomana, aprovecharon especialmente bien las nuevas oportunidades que se les abrían debido a lo anterior, así como a la creciente penetración del comercio internacional y la economía capitalista en el seno del Imperio otomano.

Por el contrario la mayor parte de la población musulmana, exceptuando algunos grupos como los grandes terratenientes y altos funcionarios, en general se vio perjudicada por los cambios económicos que siguieron a la guerra, los cuales encarecieron el precio de las subsistencias y añadieron volatilidad a muchos de los oficios tradicionales.

Tenemos así inmensas masas de pobres agricultores turcos, en su mayoría analfabetos pero de sólida religiosidad, que malvivían debido al estancamiento de las tradicionales estructuras productivas de base rural. También artesanos en las ciudades que ya no podían competir con los precios de las manufacturas industriales importadas desde el extranjero. Mientras tanto sus hijos no cesaban de morir formando parte de un ejército otomano que perdía guerra tras guerra. La única compensación que obtenían era el orgullo de pertenecer a un “gran” imperio a la vez que sentirse superiores a los ciudadanos de los pueblos sojuzgados, sobre todo los infieles. Pero de repente buena parte de esos súbditos de segunda se vieron no solo igualados con la población turca en el plano jurídico, sino que en cuanto a nivel de vida empezaron a disfrutar de una posición más cómoda que una parte de los propios turcos, al menos los de clase baja. A ese respecto los armenios en particular se adaptaron bien a las transformaciones económicas del momento, como ya se ha dicho, por lo que una parte de ellos sacó partido de los cambios convirtiéndose en ingenieros, médicos al estilo occidental, joyeros o banqueros, a la vez que empezaron a disfrutar de cierta protección bajo la sombra de los consulados abiertos dentro del Imperio otomano por parte de las potencias europeas cristianas que estaban despedazando ese mismo Imperio.

De esta forma se empezó a incubar un odio soterrado de las clases populares turcas hacia las relativamente prósperas comunidades armenias de su entorno, mientras por su parte las élites turcas desconfiaban de un posible levantamiento armenio que desencadenase en la zona del Cáucaso la misma cadena de revueltas nacionales que los griegos habían iniciado en la parte europea del Imperio.

   

De hecho llegados los años 70 del s. XIX los otomanos estaban empezando a perder totalmente el control sobre los Balcanes, incapaces de oponer una resistencia eficaz al creciente nacionalismo de búlgaros, serbios o los comunidades de griegos que aún quedaban en territorio otomano.

A comienzo de 1876 se produjo un levantamiento de población búlgara que causó algo más de 100 muertos entre la población turca. La consiguiente represión llevada a cabo por unidades irregulares compuestas por mercenarios albaneses y kurdos llamadas bashi-bazouks (literalmente “cabezas locas”) causó una cifra indeterminada de muertos entre la población civil de la zona. Quizás unos 15.000 asesinados. La respuesta internacional fue una vez más unánime e incluyó condenas públicas al proceder otomano de personalidades tan dispares como Oscar Wilde, Charles Darwin o Víctor Hugo. A su vez eso generó una reacción en cadena debido a la cual el Imperio otomano se vio una vez más en guerra a resultas de la cual esta vez perdió el control efectivo sobre Bulgaria (aunque de facto la región siguió bajo su soberanía nominal algún tiempo) así como otra serie de territorios.

En realidad, durante los años siguientes se consolidaron en la zona hasta cinco nuevos Estados surgidos dónde hacia un siglo el poder del Imperio otomano era absoluto: Serbia, Rumanía, Bulgaria, Grecia y Montenegro (a los que todavía se uniría Albania a finales de 1912).

Además, con el apoyo de Inglaterra, de Austria, pero sobre todo de Rusia, dichos Estados procedieron rápidamente a “limpiar” de turcos sus nuevos territorios. Eso generó un flujo de refugiados, desde los territorios balcánicos que se iban perdiendo, en dirección a la capital o las regiones próximas de Anatolia. Consiguientemente en dichas zonas la llegada de esos contingentes de compatriotas empobrecidos y resentidos contribuyó a degradar aún más el clima social.

Las derrotas y los maltratos a musulmanes en los Balcanes –en respuesta a desmanes turcos del pasado- generaron a su vez el germen de un pensamiento nacionalista turco en clave moderna, parecido aunque en sentido contrario al de las minorías recientemente emancipadas del Imperio otomano. Ese nacionalismo turco se basaba en un sentimiento de superioridad exacerbado deseoso de regresar a la situación de tiempos feudales en que el resto de etnias del Imperio vivían sometidas prácticamente sin derechos jurídicos, sin voz ni voto en política y soportando la mayor parte de la carga de los impuestos.

Por el contrario algunas poblaciones no turcas que aun vivían en el seno del Imperio otomano, especialmente los armenios, deseaban, con toda lógica, una mayor democratización del autocrático Imperio otomano así como mayor autonomía y más derechos para sí mismos.

Obviamente la vida política en el seno del Imperio no avanzó por esos derroteros con lo que las demandas antaño pacíficas fueron radicalizándose y en el caso de los armenios también emergió un cierto nacionalismo a finales del s. XIX, el cual dio nacimiento a su vez a grupúsculos políticos de tendencias ocasionalmente violentas.

La suma de todos estos factores era el caldo de cultivo perfecto para una explosión social de algún tipo. Por un lado tenemos una comunidad armenia cristiana, relativamente pujante pero debido a ello cada vez más insatisfecha con su situación al sentirse marginada y constreñida, lo que espoleaba sus reivindicaciones de cambios políticos favorables a sus expectativas y, en paralelo, ciertos sueños de una posible independencia. 

En frente se encontraba una masa de población de etnia turca y religión musulmana cuyo nivel de vida era progresivamente peor debido a la decadencia del Estado otomano, su estancamiento económico y su casi completo aislamiento diplomático internacional. Una población también cada vez más amargada por todo lo anterior, así como debido a las continuas derrotas en guerras y el odio que parecía profesarles la población de los nuevos países surgidos a través de la paulatina desintegración del Imperio. Todo lo cual facilitó que tanto las clases populares como parte de las élites turcas se fuesen volviendo cada vez más nacionalistas y más desconfiadas respecto a las minorías que aún quedaban dentro del Imperio, dibujadas por la ideología en boga como un conglomerado de ingratos, quejicas y traidores en potencia. 

Es así como en el seno del Estado otomano se fue formando una imagen de los armenios, o al menos de su embrionaria burguesía, como una "quinta columna" de infieles que ejercían de saboteadores en el interior del Imperio a favor de los poderes extranjeros que lo estaban saqueando.

Valar morghulis 


En base a todo ello las matanzas de armenios en el seno del Imperio otomano comenzaron mucho antes del “genocidio armenio” propiamente dicho. Concretamente la situación estalló a finales del s. XIX en época del sultán Abdul Hamid II. Curiosamente Abdul era hijo de una mujer armenia de orígenes circasianos mientras que la mayor parte de trece esposas eran abjasias, sin embargo eso no le impidió dar carpetazo a la política de tolerancia con las minorías llevada a cabo en las décadas previas. En lugar de ello Abdul Hamid intentó implantar una suerte de mezcla entre panislamismo y autocracia como nuevo cemento del Imperio. 

De cara a la “cuestión armenia” recurrió a métodos parecidos a los que se habían empleado con nefasto resultado para aplacar el descontento en Bulgaria décadas atrás. En 1890 Abdul Hamid dio carta de naturaleza a los Hamidiye (“los regimientos de Hamid”), unos cuerpos casi paramilitares de caballería creados siguiendo el obsoleto modelo de los cosacos rusos e integrados en este caso principalmente por mercenarios kurdos y algunos contingentes de turcomanos y beduinos árabes. 

La miserable misión de esas mal pagadas e indisciplinadas tropas pasó a consistir básicamente en sembrar el terror y el caos a través de pillajes, asaltos y escarmientos llevados a cabo en las zonas de mayor implantación de la minoría armenia. Todo ello de cara a asegurar mediante el terror que no se produjeran levantamientos o intentos separatistas. Obviamente esta política, por su brutalidad, estaba condenada a provocar precisamente aquello que deseaba evitar.

   Empezó así la época de las “masacres Hamidianas” las cuales se extendieron durante casi toda esa década de los años 90, con especial virulencia más o menos entre 1894 y comienzos de 1897. En realidad la dinámica fue de acción-reacción. Ante diversos desmanes de los regimientos Hamidiye los armenios respondían de cuando en cuando con alguna revuelta local o diversas acciones reivindicativas que generaban a su vez nuevos abusos y matanzas... las cuales estimulaban que más y más armenios empezasen a militar en organizaciones revolucionarias, nacionalistas y/o terroristas de diverso tipo. Estas últimas alcanzaron su mayor éxito en junio de 1896 cuando un comando armenio compuesto por dos docenas de hombres fuertemente armados asaltó y ocupó el edificio del Banco Nacional en la mismísima capital, Estambul, con el objetivo de dar visibilidad a sus reivindicaciones. 

Haciendo gala de su acostumbrada brutalidad y desproporción, las represalias turcas no se hicieron esperar y en los siguientes días turbas de ciudadanos furiosos, ante la absoluta indiferencia de las autoridades, asesinaron a varios miles de ciudadanos armenios por toda la ciudad.

Con todo, lo anterior fue una gota de agua en una corriente mucho más caudalosa ya que el número de armenios asesinados en esos años por parte de los cuerpos Hamidiye, con la ayuda del ejército y hordas de ciudadanos turcos descontrolados, pudo superar ampliamente el cuarto de millón; además de unos 25.000 o 30.000 muertos pertenecientes a otras minorías, para redondear el esfuerzo.   

Aunque, como se ha dicho, este clima insoportable de represión finalizó en 1897, debido a la presión internacional, los armenios no olvidaron lo sucedido y otro comando formado por integrantes de uno de los partidos revolucionarios armenios surgidos al calor de todos esos sucesos comenzó a planificar cuidadosamente la revancha.

Esa revancha tardó en llegar porque sus dos principales planificadores se volaron a sí mismos por los aires mientras manipulaban explosivos, pero finalmente en el verano de 1905 todo estuvo listo y las piezas encajaron. El 21 de julio, en lo que fue a todas luces un atentado suicida realmente moderno para la época, uno de los supervivientes del asalto al Banco Nacional unos años antes condujo un carruaje cargado de explosivos contra la mezquita en la que rezaba habitualmente el sultán mientras este salía de la misma. Por supuesto el asaltante murió por efecto de la explosión, así como otras 26 personas, mientras más de medio centenar resultaron heridas, pero el sultán sobrevivió por pura casualidad. 

No obstante su régimen de terror, coronado por múltiples fracasos, se estaba resquebrajando rápidamente y su desmoronamiento llegó a comienzos de 1909. Desgraciadamente para los armenios la nueva era empezó en la más pura tradición de la anterior en tanto que durante los disturbios que rodearon la caída de Abdul Hamid unos 30.000 armenios fueron asesinados en lo que se acabó conociendo como la “masacre de Adana”.

Llegamos así al estallido de la Gran Guerra con todas las piezas colocadas en el tablero para que ocurriese algo monstruoso, en medio de una coyuntura de caos y crisis provocada por dicho enfrentamiento.

Valar Dohaeris


Como dije al principio no voy a detenerme en la crónica de los hechos del “genocidio armenio” propiamente dicho porque respecto al mismo sobra la información. Sin embargo después de todo lo que he intentado explicar creo que pueden plantearse tres puntos incómodos en torno a la cuestión:

1- En lo tocante al bando turco realmente el empecinamiento en la negación de la premeditación tras el genocidio armenio, así como otra serie de trucos semánticos, resulta casi ridícula. No solo porque existan miles de pistas que indican que todo lo ocurrido fue orquestada o al menos consentido al máximo nivel… sino porque en realidad esto no importa. Acabamos de ver como el genocidio propiamente dicho no fue sino la culminación de un proceso mucho más profundo, ya que al estallar la I Guerra Mundial los turcos llevaban décadas exterminando a los armenios, aunque fuese a menor escala y de forma más o menos espontánea. 

  Un poco de forma semejante a como el Holocausto no fue sino la culminación de siglos de antisemitismo y pogromos de diversa magnitud por toda Europa, desde la P. Ibérica a Rusia y desde la Edad Media a la época contemporánea, la Gran Guerra simplemente proporcionó el escenario apocalíptico para que el horror pudiese ser llevado a una nueva escala en lo tocante a la represión de los armenios por parte de los turcos. 

   El odio generalizado hacia los armenios implantado en el seno de las población turca llevaba mucho tiempo causando desmanes condenables por sí mismos, lo cual hace que resulte muy poco creíble –por decir algo- la negación a ultranza de la intencionalidad durante el genocidio llevado a cabo en plena Gran Guerra. Además hemos podido observar a través de lo explicado aquí un mismo patrón de comportamiento represivo y desproporcionado que los turcos venían aplicando con sus minorías desde los comienzos del s. XIX al menos.

  

2-  Si bien lo anterior es evidente no es menos cierto que en cierta forma la paranoia turca tenía algo de sentido. Aunque fuese como reacción provocada por la opresión turca, una parte de la minoría armenia suponía una amenaza real para el Estado otomano, en tanto que parte de las élites intelectuales armenias habían ido abrazando progresivamente ideologías nacionalistas radicales que las convertían en un elemento muy poco de fiar, máxime en un clima de guerra total contra un enemigo externo.
  
  
  
  

Asimismo del lado ruso de la frontera vivían también muchos armenios y hoy sabemos que por el ejército de los zares, partiendo de un contingente inicial de unos 20.000 hombres, llegaron a pasar más de 100.000 armenios, incluyendo a grupos huidos de territorio turco. Si el frente se hubiese roto y estas unidades hubiesen podido penetrar en territorio turco entrando en contacto con las zonas donde las comunidades armenias eran muy numerosas, las consecuencias habrían sido muy dañinas para los otomanos.

Al respecto de lo que habría podido ocurrir resulta muy interesante observar lo sucedido en el período 1905-1907 en el Cáucaso, en el lado ruso de la frontera. Por entonces, aprovechando el caos creado por la revolución de 1905 en Rusia, armenios y azeríes se enzarzaron en violentas luchas donde los segundos acabaron llevando la peor parte, con un resultado de miles de muertos. De hecho el enfrentamiento entre armenios y azeríes continua actualmente (una de las razones de que Azerbaiyán como país no reconozca el genocidio armenio), alimentado por las disputas en torno al territorio de Nagorno-Karabaj desde la caída de la URSS.

Por cierto, otra anécdota curiosa pero ilustrativa acerca de cómo el tránsito de víctima a verdugo es más sencillo de lo que parece: debido a intereses políticos y diplomáticos el mismísimo Estado de Israel tampoco reconoce el genocidio armenio pese a que parte de las pruebas del mismo proceden de un cuerpo de inteligencia formado por hebreos, el Nili (“El Dios de Israel no mentirá”), que operó a favor del Reino Unido espiando a los turcos durante la Gran Guerra. A fin de cuentas la política desarrollada por los turcos con los armenios antes del genocidio propiamente tiene ciertos paralelismos con la que Israel ha desarrollado respecto a los palestinos en algunas fases de la historia reciente, así que mejor curarse en salud.

3- Finalmente hay otra cuestión sobre la mesa. En el genocidio armenio, como había sucedido en matanzas anteriores, no fueron los turcos los únicos implicados en tanto que para sus trabajos “sucios”, como hemos visto, solían emplear fuerzas irregulares de otras etnias, sobre todo kurdos en el caso del Este de Anatolia. Resulta curioso y muy ilustrativo (respecto a lo que he comentado sobre la facilidad con que los papeles de "oprimido" y "opresor" se pueden llegar a intercambiar), el hecho de que los kurdos, hoy en día reprimidos por los turcos, fuesen a su vez una olvidada pieza de la maquinaria turca en el exterminio de los armenios. Y es que el genocidio armenio no se produjo solo debido a muertes más o menos forzadas por agotamiento, sed y hambre, o a fusilamientos a manos de unidades regulares del ejército turco, sino que durante las marchas para “reubicar” a los armenios un elemento que exacerbó la mortalidad fueron los continuos ataques a las columnas de deportados por parte de bandas de saqueadores kurdos, los cuales se dedicaban a masacrar a los debilitados y desarmados armenios ante la pasividad (o quizás la complicidad) turca, a cambio de poder rapiñar luego los objetos de valor de los asesinados o quedarse con algunos niños y mujeres como esclavos.

Al fin y al cabo la Historia no es como nos gustaría que fuese. No es un libro de autoayuda, ni una recopilación de cuentos. La Historia es una pocilga, mucho más compleja y extraña de lo que parece. Una de las principales funciones de recordar el pasado debe consistir en hacer que te revuelques en él hasta que te canses, incluso aunque no quieras. A ver si así, después de miles de años en que los seres humanos llevamos cometiendo las mayores bajezas en nombre de naciones, dioses, tradiciones y héroes inventados, aprendemos algo de una vez y empezamos a comportarnos. 

Que ya va siendo hora. 

8 comentarios:

  1. ¡Magnífica entrada! Y el párrafo final es claramente ilustrativo de lo que ha sido la Humanidad durante toda su historia.

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  2. He tenido que leer la entrada en dos días distintos, pero ha merecido la pena.
    Dicen que hoy vivimos la época menos violenta de la humanidad. No sé, yo soy bastante pesimista. En cuanto se nos da la oportunidad de sacar el lado más primitivo (y quizás más verdadero) de nuestra condición, se producen las mayores mezquindades. Lo de los pueblos oprimidos y luego opresores y viceversa es una constante en la historia, que muestra que no hay buenos ni malos, sino poderosos y débiles.
    Quedamos a la espera de esa nueva vuelta de tuerca.

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  3. Respuestas
    1. Por cierto que Pedro ya le dedicó un par de entradas a la cuestión armenia en su blog hace tiempo:

      http://andaquepaque.blogspot.com.es/2013/06/armin-t-wegner-y-el-genocidio-armenio.html

      donde cuenta con bastante detalle lo que es el meollo del asunto, por ejemplo la resistencia turca a que se emplee expresamente el término "genocidio". Como digo yo me he detenido con más profundidad en los antecedentes y ahora voy a saltar un poco en el tiempo para contar algunas cosas diversas que ocurrieron durante y después.

      Aunque como esto de los genocidios es un poco triste estoy planteándome que la siguiente entrada sea un poco más "lúdica" y entretenida y volver sobre este asunto en unas semanas. Ciertamente creo que no me voy a alejar mucho geográficamente pero igual cambio un poco de época para que los no interesados en esta temática tengan también algo que leer este mes. En cualquier caso si decido hacer ese cambio de tercio luego volveré sobre esto en un par de semanas para contar la parte que falta de esta historia, a la que todavía le queda miga.

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    2. ¡Gracias, tío!

      Aprovecho para poner también el enlace a la segunda parte de lo que has enlazado :P

      http://andaquepaque.blogspot.com.es/2013/06/armin-t-wegner-y-el-genocidio-armenio-ii.html

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  4. Despuesnohaynaderos llamando a John. Otra entrada pronto por favor! Nos has hecho demasiado adictos y cuesta mucho pasar el mono...

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  5. No sé mucho sobre este tema, la verdad. Voy a mirar lo que es el Medz Yeghern en sí mismo, pero los antecedentes son muy interesantes, y has escrito una entrada apasionante y has sabido dejarme con muchas ganas de ver las consecuencias de toda esta masacre.

    Me ha parecido una entrada muy ilustrativa de cómo se generan todos estos odios recíprocos y masacres que ha habido y sigue habiendo en tantos lugares del mundo y la historia.

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  6. Han pasado varios años desde que escribiste el blog pero como viajo para el Caúcaso acabo de leerlo. Como siempre tu escritura (y tu cabeza) impresionante !!!!

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