-
Son ciertamente los mismos dioses quienes te enseñan a ser grandílocuo y a arengar
con audacia, más no quiera el Cronión que llegues a ser rey como te corresponde
por el linaje de tu padre.
-
¿Te enojarás acaso por lo que voy a decir? Es verdad que me gustaría serlo, si
Zeus me lo concediera. ¿Crees por ventura que el reinar sea la peor desgracia para
los hombres? No es malo ser rey, porque su casa se enriquece pronto y su
persona se ve más honrada.
[Antínoo, hijo de Eupites, y Telémaco,
hijo de Odiseo, discuten con estas palabras en el Canto I de la Odisea].
Ramsés II, faraón
de Egipto, vivió desde el año 1303 antes de nuestra era hasta el 1213
aproximadamente. De esos noventa años nada menos que sesenta y seis los pasó
ejerciendo de faraón y gobernando el país del Nilo, sin duda un hecho excepcional y positivo a corto plazo pues la continuidad en el poder del mismo monarca
durante mucho tiempo permitió a Egipto vivir un largo período de estabilidad. Sin
embargo, contra lo que se pueda pensar, a medio plazo tanta longevidad acabó resultando
contraproducente.

Y hago un
inciso. En otra entrada del blog hemos visto que la esperanza de vida en el
pasado no era tan baja como se puede pensar. Ahora bien, la calidad de vida
probablemente sí era reducida y -sobre todo en lo tocante a las clases bajas-
el deterioro estético y el desgaste físico padecidos por el organismo a medida
que se iban sucediendo las décadas de vida debían ser muy altos. Hasta hace
prácticamente un par de siglos no existían apenas soluciones para la mayoría de
padecimientos y enfermedades que hoy tienen tratamientos simples, caso de los cálculos biliares, las pérdidas de vista, audición o
dentadura, las infecciones, etc. Por consiguiente los niveles de malestar y en
general de dolor que una persona normal seguramente tenía que soportar en el
pasado remoto (más aún si era mujer) tenían por fuerza que resultar muy
elevados comparados con los estándares actuales, sobre todo una vez se llegaba
a determinadas edades.
Pero no es
eso de lo que voy a hablar hoy. Me interesa más el paradójico hecho de que, a
la larga, la gran longevidad de Ramsés no solo resultó un regalo envenenado
para él mismo sino que también resultó perjudicial para su reino.
Belleza y problemas de una tiranía.
A ver si
logro explicarlo. En general los sistemas de gestión muy jerarquizados y cuya
jefatura se basa en la sucesión directa mediante líneas de sangre tienen sus
ventajas. Eso hoy en día nos suena inconcebible, pero hay que pensar en cómo
eran las cosas durante el pasado remoto cuando no existían medios de
comunicación o de transporte modernos, ni tampoco las técnicas y procedimientos con
los que implementar burocracias a gran escala, ni sistemas democráticos tal y
como los entendemos actualmente. En ese sentido tampoco conviene olvidar que, antes de la irrupción del mundo industrial contemporáneo, la democracia se dio solo durante
un breve período de la Grecia clásica, esencialmente en una única ciudad y
negando para ello los derechos civiles a una parte mayoritaria de la
ciudadanía. ¿Os imagináis los problemas para implementar un sistema democrático
de verdad en un Imperio como el romano con los bajos niveles culturales de gran parte de la población, las abismales diferencias sociales o las dificultades para comunicarse entre partes muy distantes del Imperio por entonces?. Sería un caos. Por ello, aunque
hoy los sistemas políticos autoritarios nos parezcan (espero) algo totalmente antediluviano, hasta hace
unos siglos tenía mucho sentido la habitual organización de los grandes grupos humanos en torno a jefaturas
rígidas basadas en la herencia, el derecho divino y otra serie de
justificaciones en esa línea. Por el contrario la
organización en torno a formas de poder más horizontales, colegiadas, o más o
menos democráticas, quedaba reservada para territorios más manejables, normalmente pequeñas ciudades de vocación comercial como las polis helenas durante la antigüedad o algunas repúblicas
italianas en el transcurso de la Edad Media.

No obstante, volviendo a monarquías y tiranías, además
de los riesgos anteriores en épocas históricas pretéritas existían otros problemas
derivados de la vinculación del poder con los mecanismos de la herencia. Para empezar la relación entre la muerte del jerarca de turno y el cambio en la
jefatura del Estado. A todos nos viene a la cabeza el caso del soberano de un reino o Imperio que muere demasiado pronto dejando como heredero a un niño
pequeño, lejos de su mayoría de edad, desencadenándose entonces un caos de
intrigas y ambiciones durante la regencia. Ahora bien, como ya he insinuado, hoy en cierta forma me interesa comentar la mucho menos estudiada situación opuesta: el hecho de que el soberano de turno viviese
demasiado también podía ser un problema.

Voy al
meollo de la cuestión. En general en el pasado la esperanza de vida no era tan
baja como se pueda pensar… pero no era tan alta como ahora. Los hijos se tenían
a edades tempranas y en mayor número que ahora, pero cuando el progenitor
llegaba a su declive no solía vivir mucho más allá de los 60 años. Esos límites
resultaban adecuados, entre otras cosas, para que el final de la vida más o menos se ajustase a
cuando el monarca de turno entraba en su decadencia física y mental claras, cuando ya no
podía dirigir el ejército ni controlar las intrigas palaciegas con eficacia. Y
a su vez eso implicaba un relevo generacional que legaba el poder a la
siguiente generación cuando ésta más o menos aún se encontraba en plenitud.
Sin embargo
en caso de que contra todo pronóstico el soberano de turno se eternizase en el
poder solía conllevar que, para cuando por fin moría, su heredero natural a la
cabeza del reino o Imperio había llegado a una edad demasiado elevada tras
pasar, además, toda su vida eclipsado por la figura de su poderoso progenitor,
lo que frecuentemente implicaba un heredero débil, ya cercano a su declive y poco carismático, con todos los problemas
asociados a ello en sistemas fuertemente personalistas.
La gerontocracia acecha.
Vamos a
verlo con el ejemplo que planteaba al comienzo de la entrada de hoy. En el caso
de Ramsés II estamos ante un monarca particularmente mujeriego incluso para los
estándares de la época, se casó numerosas veces lo que no le impidió disfrutar además
de cientos de concubinas. El resultado de tanto amor fueron más de 150 hijos. Como
vengo diciendo el problema es que los sobrevivió a prácticamente todos.
En concreto
las crónicas antiguas hablan maravillas de Khaemweset el cuarto hijo de Ramsés. Si el
faraón hubiese muerto a una edad razonable en la cúspide de su fama y su
gloria, digamos unos sesenta y pocos años, habría sido sucedido de forma
incuestionada por uno de sus primeros hijos, quizás el propio Khaemweset, un hombre bien preparado, inteligente,
carismático, respetado por todos, lo cual habría proporcionado a
la dinastía XIX el lujo de encadenar dos grandes personalidades a la cabeza del
Estado egipcio con las ventajas que eso supondría.


Este
tipo de procesos de esclerosis institucional debido al exceso de longevidad de los dirigentes aumentan en número a medida
que nos acercamos al presente. Es lo que ocurrió por ejemplo con Luis XIV de Francia muerto en 1715 tras setenta y dos años de reinado y que tuvo que ser sucedido por un bisnieto de apenas cinco años de edad ya que todos los otros herederos directos habían muerto en los años precedentes, un inconveniente seguido de disputas cortesanas internas ante el vacío de poder que en parte iniciaron el declive de la hegemonía francesa en Europa alcanzada durante el largo reinado de Luis XIV. Es también el caso del kaiser Guillermo I de Prusia que murió en 1888 a los 91 años de edad tras lo cual el poder pasó a su hijo Federico III, un hombre muy bien preparado y de ideas renovadoras pero que para entonces ya tenía casi sesenta años y se encontraba muy enfermo debido a lo cual reinó apenas tres meses antes de morir y pasar el testigo a su hijo Guillermo II. Desgraciadamente (para los nobles alemanes) Guillermo II acabó protagonizando el colapso del Imperio construido por su abuelo. De hecho los historiadores alemanes aún fantasean con las posibilidades que se hubiesen abierto para Alemania si el inteligente y mesurado Federico hubiese logrado acceder al poder unos años antes.
Pongamos asimismo por caso lo ocurrido en el seno del Partido comunista y el Estado soviéticos en su rápido tránsito de la plenitud a la decadencia y el derrumbe. Cuando Stalin murió, a los 75 años, lo sucedió
como líder de la URSS un hombre de 59 años, Nikita Kruschev. Tras la posterior renuncia obligada de éste la jefatura pasó a manos de Leonid Brézhnev, de 58 años por entonces. Brézhnev gobernó el país hasta
los 76 años de edad siendo a su vez sucedido por Yuri Andrópov de 70 años de
edad. Andropov murió solo año y medio después siendo relevado en el
cargo por Konstantín Chernenko, de 73 años de edad, quien a su vez murió al año siguiente
de alcanzar el poder siendo, por fin, sucedido por un dirigente “joven” y pujante de “solo” 54 años de
edad: el celebérrimo Mijaíl Gorbachov.

El problema
añadido era que durante buena parte de este período, mientras en la cúspide del
Estado se sucedían dirigentes decrépitos lejos de su plenitud física o mental, en
la mayoría de otros cargos importantes en la URSS sucedía algo parecido estando
la jefatura de casi todos los organismos económicos, culturales y hasta
deportivos, por no hablar de muchos cargos de responsabilidad política o
militar, ocupados por viejas "momias" de 60, 70 o más años. Eso implicaba una
dirigencia abruptamente conservadora, poco creativa, totalmente desconocedora de las preocupaciones de la población común y desinteresada por los
últimos avances tecnológicos o culturales. Dicha situación obviamente no fue la
principal causa del posterior colapso soviético, aunque sin duda no ayudó a
evitarlo.
Aproximadamente
a lo largo del último siglo, y muy particularmente durante las últimas décadas,
de la mano de los progresos médicos, la esperanza de vida ha crecido mucho en la
mayoría de sociedades desarrolladas del planeta. Eso ha beneficiado a todas las
clases sociales y, como es obvio, también en mayor medida a las clases
acomodadas que pueden disponer de los mejores
tratamientos de nuestra, por demás, avanzada medicina moderna.
Todo eso se
inscribe en la transición masiva de las sociedades desarrolladas desde un ciclo
demográfico antiguo hasta uno moderno caracterizado, éste último, por unas
tasas de fecundidad mucho menores que en el pasado, lo que se compensa con una mortalidad también mucho más reducida. El
resultado son las sociedades occidentales del presente identificadas por
pirámides demográficas cada vez más estrechas en la base y donde el volumen de
ancianos es cada vez mayor respecto al resto de la sociedad. Esto a su vez
conlleva consecuencias económicas, políticas o culturales, por ejemplo en la
medida en que a medio plazo supondrá fuertes tensiones para mantener el
funcionamiento clásico en el sostenimiento de los sistemas de seguros sociales
a los que estamos acostumbrados. También las pautas de consumo, los flujos de
votos y otra serie de cuestiones se verán, sin duda, condicionadas. Incluso el deporte profesional está cambiando en relación con los progresos médicos en tanto que los dominadores de muchas disciplinas, desde el tenis a la natación pasando por el ciclismo, tienen cada vez más años respecto a lo que era habitual hace décadas.



Pero además lo anterior conlleva la existencia de generaciones que inevitablemente se solapan demasiado y acaban estorbándose entre sí.
Por así decirlo la cada vez más alta longevidad de los "abuelos" hace que la
sucesión natural, con aire limpio y sin estorbos, pertenezca a los “nietos”
quedando encajonada en medio una generación de “hijos” que laboral o
políticamente se ven eclipsados la mayor parte de su vida útil por sus propios padres,
como siempre ha sucedido pero ahora durante aún más tiempo. Para cuando esos padres
desaparecen, o dejan de imponerse en la empresa o en el control de la política,
sus herederos directos han consumido sus mejores años, la mayor parte de su
vida útil, siempre a la sombra de sus progenitores y, además, llegado ese punto
en muchos casos se ven entonces súbitamente amenazados por el auge de la
siguiente generación de turno.

Es más. Todo
apunta a que para cuando esa generación encajonada consiga invertir las tornas y se libere por fin de los fantasmas de sus padres será
demasiado tarde porque para entonces estaremos hablando de una generación de
fracasados de cuarenta o cincuenta años de edad ya sin la pujanza necesaria. La
nueva tierra prometida, las nuevas décadas prósperas, de crecimiento, de
creatividad cultural, seguramente serán ya disfrutadas plenamente por los
(poquísimos) hijos de esa generación actual emparedada entre sus mayores, sus posibles descendientes y algunos grupos de edad que ahora son aún jóvenes.
El rey ha muerto, viva el rey.
El caso es
que un escaparate donde se empieza a notar este solapamiento incómodo de
generaciones producto del crecimiento de la longevidad de los mayores es
precisamente en las instituciones basadas en la vieja sucesión vital directa,
instituciones que se hallan ante una difícil tesitura y van a tener que adaptarse.

Pero aun
cuando acepten eso cabe preguntarse si eso resultará suficiente y si no se están rindiendo a la evidencia
demasiado tarde.


Aunque la moda de lo hipster y del mito de Google nos haga pensar que
el mundo está regido por insolentes treintañeros muy preparados y uniformados con
gafitas, vaqueros y playeras, el caso es que nunca en la historia se ha estado
tan lejos de eso mismo y las élites, siendo siempre viejas, jamás han sido tan
masivamente viejas como ahora, porque en el pasado por lo menos la alta
mortalidad y la esperanza de vida limitada facilitaban un cierto relevo intergeneracional contínuo más o menos cada veinte años.
En cambio hoy en día, en las sociedades más desarrolladas, la adolescencia cada vez se prolonga más, la etapa
de formación y estudios cada vez exige más y más años, y finalmente la
conquista del poder y la independencia en el mundo laboral o el público, la
edad a la que se tienen hijos, la edad a la que se abandona el hogar paterno…
cada vez se retrasan más. Eso ocurre en la base de la pirámide y en la cúspide
eso se refleja en casos como el de Carlos de Inglaterra, a sus 65 años heredero perpetuo de Isabel
IIª (de 88 años de edad).
Debido a todo ello, como vengo diciendo, en cuanto a las cúspides de nuestras
sociedades seguramente las abdicaciones se harán cada vez más comunes en diversos
tipos de instituciones que originalmente no estaban pensadas para ello. En
otros casos los que ostentan el poder se aferrarán a él, convirtiendo cada vez
más en una gerontocracia conservadora a las élites políticas, empresariales y
culturales de los sectores y países donde la “batalla” entre generaciones se
decante por el lado de los grupos ya en el poder.
No es casualidad que en
España la media de edad de los gobiernos haya aumentado sin parar desde los 41,6 años de media del primer gobierno González, en
1982, hasta los 55,5 años de media en el caso de los ministros nombrados por Rajoy en 2012. Una tendencia compartida también por la política local.


Toda sociedad funciona mejor cuanto más cohesionada se encuentra. Esa cohesión puede ser de tipo cultural y simbólico pero también conviene que sea socioeconómica, punto este último que estimula enormemente la adopción de intereses y puntos de vista comunes por parte de una mayoría de la población, y todo esto a su vez facilita la gobernabilidad del territorio. Sin embargo a la hora de lograr esa cohesión socioeconómica es imprescindible la solidaridad y esa solidaridad no solo debe darse entre clases sociales sino entre territorios y entre generaciones.

Hoy en día esta dinámica se da de forma mucho más atemperada a través de la progresiva pérdida del respeto a los ancianos. Las
familias cada vez más, si están en disposición de ello, simplemente se “deshacen”
de sus mayores, derivando sus responsabilidades en la residencia o el
inmigrante de turno reconvertido a cuidador. Y eso no es bueno.
Pero, en suma, la entrada de hoy no trata sobre esa
incómoda cuestión sino sobre otra cosa igualmente fastidiosa y problemática, pero también relacionada: cómo
muchos mecanismos sociales relativos a instituciones de poder están quedando
obsoletos por algo tan simple como que ya no nos morimos como antes (incluso
podría decirse que como debe ser). A la vez se impone encontrar fórmulas de
solidaridad intergeneracional y de relevo en el poder más ágiles que las
diseñadas hasta el presente, las cuales se están quedando también obsoletas por lo mismo, o sea el
crecimiento de nuestra esperanza de vida y el envejecimiento progresivo de
nuestras sociedades en general y de nuestras élites en particular.
Chapó
ResponderEliminarExcelente articulo, muy bien documentado y por demas real. Felicitaciones, matilde.
ResponderEliminarNecesitamos empezar a plantearnos dar paso a las generaciones nuevas, mejor preparadas y con una mentalidad mucho mas abierta que las actuales elites.
ResponderEliminarSeñores. Han fracasado. Dejen a los jovenes solucionar los problemas.
Ahora es el Emperador de Japón el que está pensando en abdicar por lo que el legislativo japonés deberá poner en marcha próximamente el procedimiento para abordar una reforma de la ley que rije la Casa Real de cara a facilitar dicha abdicación.
ResponderEliminarhttp://internacional.elpais.com/internacional/2016/08/08/actualidad/1470638846_118087.html
Como era de esperar la Cámara Alta del Parlamento nipón ha aprobado una propuesta legislativa que permitirá al emperador ceder el trono a su hijo:
ResponderEliminarhttp://internacional.elpais.com/internacional/2017/06/09/actualidad/1496974586_622829.html
Cada vez está más clara la brecha de solidaridad entre generaciones
ResponderEliminarhttps://elpais.com/economia/2018/11/08/actualidad/1541694355_197937.html
El artículo parece mostrar las dos perspectivas del problema: por un lado, que exite la brecha entre generaciones y ello es culpa de los pensionistas; y por otra, que, aunque dicha brecha es real, se debe a la situación económica, de la cual los bancos quieren sacar tajada atacando al sistema público de pensiones (y por ello son los principales valedores de la primera tesis).
EliminarSin embargo existe, que yo sepa, una tercera postura que, si bien no niega a las anteriores, pone el acento en que la reducción del presupuesto en cuestiones como el I+D o la educación, así como en medidas de carácter social o tributario (que permitirían a los jóvenes tener mejores sueldos, una educación más barata o menos costes de entrada a la hora de emprender) se debe en nuestro país a un crecimiento desmesurado de la cosa pública (no solo a nivel estatal, sino autonómico) que en muchos casos tiene como única finalidad crear puestos para colocar a los amigos y familiares de políticos y funcionarios influyentes.
El propio autor de este blog ya comentó que existen estudios al respecto sobre el coste de la corrupción y el gasto público de carácter "discrecional" (por no decir arbitrario). Pero no sé si se llegaba a comentar que, para compenar dicho gasto, se ha recurrido en los últimos años a recaudar cada vez más impuestos.
Ni puedo ni quiero desarrollar esta tesis en estas líneas, lo único que deseo es mostrar que existen más explicaciones al problema que las que el artículo muestra, y que, quizá, si queremos saber quiénes son los responsables de esto, quizá no debamos mirar a nuestros mayores, sino a aquellos que se han beneficiado a su costa y a la nuestra.
Evidente. El problema tiene muchos ángulos. Además incluso en blogs bastante liberales (como Politikon por ejemplo) se admite que el Estado español -al margen del problema de corrupción endémica- por cuestiones estructurales tiene dos peculiaridades: capta en forma de impuestos una parte más reducida del PIB que lo normal en otros países del entorno y por ende, al no tener tantos recursos (aunque yo aquí especulo que a fin de cuentas el Estado de la Transición es heredero del Estado franquista, el cual estaba al servicio de la captación de rentas por parte de las élites y no de la redistribución social y en cierta parte el aparato del Estado no se ha quitado aún hoy esa costra) es muy poco redistributivo con los grupos sociales que más lo necesitan, por ejemplo desempleados jóvenes que no han llegado a cotizar al menos un año.
EliminarEn cuanto al tema de la recaudación de impuestos en España, un grupo de economistas ha venido a discutir precisamente esa afirmación de que los impuestos que pagamos están por debajo de la media de los países de nuestro entorno. Si bien no entran a discutir las cifras oficiales de recaudación, sí que lo hacen con las oficiales del PIB, pues, según ellos, el PIB ha sido manipulado desde el 2008 a través de "artimañas" contables, y ya no refleja una imagen fiel de la contabilidad nacional. Ellos han recalculado el PIB nacional conforme a las reglas estándares de la contabilidad nacional (es decir, sin trucos, como debería hacerse), y la cifra resultante es menor, y, aunque no recuerdo exactamente el porcentaje (creo recordar que era más de un 10%), sí que sé que, en materia de presión fiscal, con las nuevas cuentas, España se posicionaría como el cuarto país de la OCDE que más dinero a sus ciudadanos en materia de impuestos.
EliminarEstos economistas se denominan los cuatro jinetes, y, aunque en el aspecto político pueda uno no estar de acuerdo con ellos, si los cálculos son correctos el tema que trata el artículo del país, para ser más fiel a la realidad, debería incluir esta tesis.
Por otra parte, y como bien dices, si a ello le sumamos que lo reacaudado se destina a mantener un sistema político de tipo oligárquico (con su fundamento en el franquismo, pero creo que también en el sistema de la Restauración- aunque ahí prefiero que lo comentes tú) las pensiones se ven afectadas desde el corto plazo (por no poderse revalorizar lo suficiente) como al largo (por todos los problemas comentados en el artículo).
Ser una gerontocracia tiene estas cosas en tiempos de coronavirus:
ResponderEliminarhttps://www.abc.es/estilo/gente/abci-coronavirus-golpea-fuerza-familia-real-saudi-202004131040_noticia.html
Este artículo fue escrito antes de la pelea en el inserso de Trump contra Biden. Lucha en la cumbre.
ResponderEliminarPara ser candidato a presidente debiera ser preciso un casting a lo "Duelo a Garrotazos" de Goya.