miércoles, 11 de febrero de 2015

El sexto hombre (II): Tras las montañas de la locura



         Venid, amigos míos.
         No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
         Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
         los resonantes surcos, pues me propongo
         navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
         todos los astros del Occidente, hasta que muera.
         Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
         es posible que demos con las Islas Venturosas,
         y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos. 
         A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar 
         de que no tenemos ahora el vigor que antaño 
         movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos: 
         un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
         debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida 
         a esforzarse, buscar, encontrar y no ceder. 
(Extracto del “Ulysses” de Alfred Tennyson cuyos tres últimos versos se convertirían en el epitafio escogido por los supervivientes de la expedición Scott para sus compañeros muertos).

 

 

 

  Pese a lo que se suele creer en la Antártida hay montañas. Montañas muy altas que forman incluso cordilleras al completo, algunas de las cuales se interponen a su vez entre zonas de la costa y el interior. Así ocurría al menos con el territorio próximo al Mar de Ross, la zona de desembarco donde los británicos y los exploradores de otros países instalaron sus bases a principios del s. XX en su intento por adentrarse en el territorio. De cara a esto último, a partir de esas cabezas de playa lo siguiente era recorrer una elevada meseta que en algunas zonas próximas al litoral asciende a más de 2.500 metros de altitud y donde la sensación térmica es extrema. Para salir de ese infierno había que encontrar algún paso por el que penetrar entre las cordilleras montañosas que separan dicha altiplanicie costera del interior. A ese respecto la ruta abierta por Shackleton para acceder hacia el interior de la Antártida usaba los glaciares de la zona -en su caso el llamado glaciar Beardmore-, glaciares que aportaban un terreno llano el cual, abriéndose paso entre algunas de esas cimas, descendía suavemente hasta una llanura helada central en cuyo interior se encuentra el Polo Sur. En consecuencia el glaciar Beardmore fue también la puerta escogida por Scott para acceder al interior del continente helado y comenzar la última parte del viaje del que os he hablado en la entrada anterior.

De los dieciséis hombres que habían llegado hasta allí solo doce se adentraron en el glaciar Beardmore. Más adelante, el 22 de diciembre, a una latitud de 85 grados y 20 minutos Sur, Scott hizo regresar a Edward Atkinson, Apsley Cherry-Garrard, C. S. Wright y Patrick Keohane. Ocho hombres siguieron hacia el Sur. De entre ellos Edward Evans, William Lashly y Thomas Crean fueron los siguientes en ceder y tener que regresar también. De hecho Edward Evans ya moribundo por el frío, el hambre y el esfuerzo moriría de agotamiento poco después de regresar a la base. Fue la primera –y casi siempre olvidada- victima de aquella expedición maldita en la que otro expedicionario más, Robert Brissenden (un integrante del equipo de apoyo) también murió, en este caso ahogado. De ellos dos no suele acordarse nadie pues más adelante fue el destino también trágico de Scott y sus cuatro compañeros el que capturó toda la atención, pero todas esas otras muertes dan fe de las condiciones inhumanas que tuvieron que soportar aquellos aventureros.

Pero volvamos a fijarnos en el grupo de Scott. Como había dicho, tras aquel último corte en el grupo de expedicionarios se formó la cordada definitiva de cinco hombres (Scott imprudentemente añadió un hombre más al grupo de cuatro inicialmente previsto, lo que trastocó el cálculo de suministros necesario y agravó los problemas que más adelante contribuirían al trágico desenlace de aquella aventura).

Ese equipo, tras dejar atrás a todos los demás compañeros, se dirigió hacia el Polo Sur. Aquellos cinco hombres eran Robert Falcon Scott, capitán de la Royal Navy, líder de la expedición; Edward Adrian Wilson, zoólogo, líder del grupo científico, gran y casi único amigo de Apsley Cherry Garrard en aquella expedición; Lawrence Oates, el paticorto capitán del regimiento de dragones de Inniskilling de la British Army; Henry Robertson Bowers (alias Birdy para sus compañeros), teniente de la Royal Navy; y finalmente Edgar Evans (no confundir con el antes mencionado Edward Evans).

Sin entrar en detalles baste decir que el 17 de enero de 1912 los cinco hombres alcanzaron su objetivo de llegar al Polo Sur, solo para enterarse de que Amundsen había llegado allí nada menos que un mes antes, el 14 de diciembre de 1911. ¿Os imagináis la decepción que debieron experimentar?, ¿lo que debe ser ir a una cita dispuesto a declararte a la mujer/hombre de tu vida arrastrándote por el hielo durante 79 interminables días, a unos 20 o 25 grados bajo cero, sólo para una vez llegado al lugar convenido enterarse de que ella/él/ello ha decidido emparejarse con un maldito noruego?. Y lo mejor de todo es que te queda todo el camino de vuelta para pensarlo una y otra vez durante los más o menos tres meses que dura dicho regreso a pie hasta la base de partida. Arrastrándote por el hielo de nuevo.

Así las cosas, abandonados y desmoralizados en aquella inmensidad blanca, tras haberse dejado sus fuerzas en la carrera para llegar primeros al Polo solo para experimentar la más amarga de las derrotas, los miembros del equipo de Scott fueron pereciendo uno atrás otro durante el viaje de regreso.

Evans aguantó algo más de un mes, hasta el 17 de febrero. Mientras tanto en el caso de Oates durante el penoso trayecto de vuelta a la base en la costa empezó a sufrir los efectos de la congelación en uno de sus pies. El grupo había calculado una marcha de unos 14 km. por día para que las raciones de comida les durasen durante el camino de regreso, pero debido a los problemas para caminar de Oates la marcha se redujo a menos de 5 km al día mientras poco a poco iban agotando sus víveres. Preocupado por esto último el 16 de marzo de 1912, al caer la noche, mientras el equipo intentaba calentarse un poco en la tienda, Lawrence Oates decidió sacrificarse para dar una pequeña oportunidad de sobrevivir a sus compañeros. Así que se levantó y dijo a sus compañeros: “voy a salir un momento a estirar las piernas... puede que tarde un poco en volver”. Tras esto salió de la tienda y se adentró cojeando en la ventisca exterior mientras su compañeros se quedaban callados en sus puestos asumiendo que era la única solución. Probablemente Oates murió de hipotermia poco después porque naturalmente jamás regresó. Tampoco se encontró su cuerpo. Irónicamente al día siguiente era su cumpleaños.

De esta forma Oates entraba en la leyenda. Por ejemplo, podemos ver al lado la imagen de A very gallant gentleman, un cuadro del pintor británico John Charles Dollman (1851-1934) inspirado en la muerte de Lawrence Oates en la Antártida.

Como digo Oates se suicidó internándose en los hielos perennes para así dar una oportunidad a sus compañeros de llegar al campamento con las ya muy escasas provisiones que les quedaban y sin el lastre que él mismo suponía. Sin embargo, pese a ello, los tres miembros supervivientes hasta aquel momento, Scott, Wilson y Bowers no lo lograrían y morirían en su tienda de agotamiento, frío y hambre a finales de aquel mes.

Mientras tanto nuestro amigo Apsley Cherry-Garrard había regresado a la base y vuelto a partir de la misma el 26 de febrero tras unos días de descanso. Montado en un trineo tirado por perros se dirigió hacia el último depósito de víveres en la ruta de regreso de los expedicionarios para reabastecer la posición y vigilar el regreso de Scott. Llegó al One Ton Depot el 4 de marzo, en el cual depositó raciones suplementarias. Con víveres para veinticuatro días, podía esperar ocho días aproximadamente antes de regresar. Una alternativa a la espera era partir hacia el Sur en busca del equipo polar, pero debido a la ausencia de depósitos de alimentos para los perros Cherry-Garrard decidió no esperar a Scott en la zona. El 10 de marzo, tras el empeoramiento de las condiciones meteorológicas e ignorando que Scott luchaba por sobrevivir a menos de 113 km del lugar, Cherry-Garrard regresó al campamento base al que llegó el 16 de marzo. El grupo de Scott mientras tanto siguió aproximándose al depósito que Apsley acababa de abandonar hasta morir a unos 18 km de distancia del mismo, demasiado agotados y hambrientos para seguir avanzando.

De hecho Scott intuyó, justo antes de que se produjera, el fin que les aguardaba y así lo dejó plasmado en el diario que siguió escribiendo hasta casi el último momento:

"Todos los días estamos dispuestos a partir hacia nuestro depósito a 11 millas, pero a la entrada de la tienda persiste un remolino de nieve. No pienso que podamos esperar nada mejor ahora. Perseveraremos hasta el final, pero nos estamos debilitando, por supuesto, y el final no puede estar lejos. Es una lástima, pero creo que no puedo escribir más. Si hemos dejado nuestras vidas en esta empresa ha sido por el honor y la grandeza de nuestro país. Si hubiese vivido habría tenido que hacer un relato que hubiese mostrado el valor, la resistencia y la audacia de mis compañeros. Ahora estas breves notas y nuestros cadáveres tendrán que hacer las veces de relato".

Cuando las semanas y los meses siguieron pasando sin que Scott regresase en la base se iniciaron las labores de búsqueda. El 29 de octubre de 1912, partió una expedición y el 12 de noviembre por fin encontraron la tienda que contenía los cuerpos congelados de Scott, Wilson y Bowers. Apsley había querido formar parte del grupo y tan despistado como siempre le partió uno de los brazos al cadáver congelado del capitán Scott al ir a coger su diario para leerlo.

Tres espartanos


De los 300 espartiatas que acompañaban a Leónidas hubo tres que pudieron salvarse: Eurito, Aristodemo y Pantitas.

Eurito y Aristodemo (en otras historias de la historia se les llama Alejandro y Antígono) se hallaban convalecientes de una dolencia ocular y habían sido autorizados por Leónidas a abandonar el campamento. Pese a todo, al producirse el envolvimiento de los restos del contingente de Leónidas, Eurito acudió al campo de batalla con su hilota aunque este último huyó. Poco después Eurito murió en el combate.

Aristodemo en cambio regresó a Esparta. Se corrió la voz de que había sobrevivido por esconderse bajo su escudo y aparentar que estaba muerto por lo que recibió el desprecio de todo el mundo. Sobrecogido por la culpa de no haber muerto con sus compañeros, en la siguiente batalla contra los persas -Platea- al formarse la línea griega este soldado dio un paso adelante quedándose completamente solo por delante de la primera línea. Obviamente fue el primero en morir. Su gesto sin embargo tampoco fue apreciado y el resto de griegos se pusieron de acuerdo en no mencionar su nombre ya que su iniciativa les pareció un afán de gloria personal egoísta y que no tenía lugar bajo el espíritu de combate colectivo griego.

Finalmente Pantitas se salvó porque recibió el encargo de llevar un mensaje a Tesalia, pero a su regreso corrió la misma suerte que Aristodemo y ante la vergüenza y el acoso social que sufrió acabó por ahorcarse.

La moraleja de la historia es que resulta incómodo sobrevivir a los héroes. Salvarse y convertirse a los ojos de los demás en un recordatorio viviente de una gloriosa tragedia colectiva se acaba convirtiendo en un problema.

El mérito del capitán Scott es que en cierta forma protagonizó una de las primeras gestas “retransmitidas” para la sociedad de masas en la historia. Hasta finales del s. XIX la mayor parte de hazañas de los grandes exploradores se conocían a su regreso mediante algún artículo de periódico, unas conferencias públicas o al publicar el libro de sus andanzas. Por el contrario la expedición de Scott fue mucho más “interactiva”, para empezar había contado con cobertura y seguimiento de la prensa en su gestación, por lo cual el público británico estaba informado de lo que se pretendía y estaba ávido de noticias periódicas de las andanzas de Scott y su carrera contra Amundsen. Además Scott dejó un diario escrito, adecuadamente novelesco, de sus hazañas. Por último estaba el hecho de su trágico final, el cual aún dotaba de un mayor halo de romanticismo y heroicidad a lo sucedido. Lo que había sido una chapuza sin sentido, una expedición mal planificada y liderada donde se sucedieron los errores, se convirtió en una gesta heroica gracias al dramático desenlace de la misma. Y es que a veces las gestas más épicas no son las que acaban en triunfo sino las crónicas de grandes y muy gloriosos fracasos. Nada hace empatizar tanto como un buen drama. Así cuando los diarios de Scott fueron publicados lo oscurecieron todo a su alrededor.

El propio Amundsen, el hombre que en 1906 había descubierto el mítico paso del Noroeste buscado sin éxito durante siglos por docenas de otros exploradores, el primer hombre en llegar al Polo Sur y el que más adelante se convertiría en el primero en llegar a los dos Polos al alcanzar también el Polo Norte… quedaba convertido en el “malo” de la historia. 

  La crónica de su exitosa y aparentemente “sencilla” expedición, perfectamente planificada y ejecutada fríamente con una precisión y eficiencia funcionarial, no interesaba a nadie. No había épica en la crónica de su triunfo y además en el mundo anglosajón por entonces hegemónico (como ahora) a casi nadie le gustaba que aquel insignificante noruego hubiese triunfado donde había fracasado lo mejor de la Royal Navy. Amundsen había ganado la carrera sobre el hielo pero había perdido la competición mediática claramente.

En lo que nos interesa ese papel de “malo” Amundsen pasaría a compartirlo con nuestro particular héroe, la persona en que me he fijado para centrar el relato, Apsley Cherry Garrard. Por ello la mayor parte del resto de la vida de Apsley fue muy desgraciada ya que a los ojos de todos quedó progresivamente convertido en una suerte de Ed Wood de la exploración antártica. Figura trágica, respetado por unos pocos, recriminado por una mayoría de otros, objeto de burla o apestado según el observador tomase partido a la hora de juzgarlo.

Debido a todo ello tras su regreso de la Antártida sufrió una fuerte depresión cuyos episodios le acompañaron el resto de su vida. Se agudizó también su diarrea crónica y desarrolló síntomas de lo que hoy se conoce como estrés post-traumático propio de combatientes en zonas de guerra.

En cierta forma Apsley recuerda a ese personaje que siempre interpretaba Tony Randall en las comedias de Rock Hudson y Dorys Day. En concreto en Pijama para dos Randall representaba a la perfección el papel de un acomplejado hijo de millonario, meapilas dinástico psicológicamente aplastado por las expectativas propias y ajenas que no puede satisfacer y por la comparación con el macho y varonil Rock Hudson (bueno, ejem…, ustedes me entienden). Visualicemos al Señor Sapo de El viento en los sauces compelido por su destino y la sobredosis de facilidades vividas en su niñez a no poder adaptarse al esfuerzo necesario para destacar como el linaje exige.

Así las cosas en 1922 murió, prematuramente envejecido y medio arruinado, Ernest Shackleton, justo cuando intentaba una nueva expedición a la Antártida ante la indiferencia general. Dos años después el viejo compañero de colegio de nuestro Apsley, George Mallory, desaparecía en la cara noreste del Everest y entraba en la leyenda. En 1928 moría "por fin" de forma gloriosa (cómo no), el más grande explorador de su tiempo, Roald Amundsen, el archienemigo del capitán Scott. Amundsen desapareció en la ventisca, en este caso en el Ártico, durante una misión de rescate de varios aventureros desaparecidos. Si, como dijo MacArthur, "los viejos soldados nunca mueren solo se desvanecen", lo cierto es que muchos viejos exploradores simplemente se pierden en la niebla, o la ventisca polar, según casos.

Por un guiño del destino a esas alturas de su vida Apsley había conocido, tratado e intimado con la mayoría de los grandes héroes británicos del período, pero mientras todos ellos yacían muertos, colmados de gloria y admirados por todos, Apsley seguía vivo, olvidado y ocasionalmente despreciado. Muchas veces todo se reduce al dilema de Aquiles: ¿morir joven y ser recordado para siempre o por el contrario gozar de una larga vida, eventualmente feliz, pero experimentando una existencia anodina, anónima y sin fama?. En su caso Apsley no disfrutaba de la gloria, ni mucho menos, pero tampoco una feliz vida familiar. Estaba solo y sumido en la nada.

Cuando su viejo colega de universidad Thomas Edward Lawrence, ya por entonces mejor conocido como Lawrence de Arabia, murió también joven y admirado en 1935, Apsley fue invitado a participar en su elogio fúnebre. Para entonces Apsley se hallaba tocando fondo por completo y era una sombra de sí mismo. En el capítulo que redactó para un libro colectivo de elogio que se esperaba publicar, llamado T. E. Lawrence, by His Friends Apsley, realizó quizás uno de los más amargos y lúcidos análisis del heroísmo humano y sus a veces oscuros recovecos motivacionales.

En las páginas que redactó, Apsley sostenía que los actos extraordinarios nacían del sentimiento de inferioridad y cobardía que llevaban a determinados individuos a tener que probarse cosas a sí mismos. Sugería también que las autobiografías de los héroes eran procesos de terapia a través de la escritura para poder exorcizar esa realidad anterior y enmascararla de cara a dejar atrás el shock nervioso que toda hazaña provocaba. No sabemos muy bien si hablaba de su amigo Lawrence o de sí mismo pero en todo caso su capítulo fue borrado de la versión definitiva del libro.

De hecho el escándalo hizo que esa ocasión fuese la última vez que la buena sociedad se acordó de Apsley hasta su muerte, la cual aún tardaría muchos años en llegar. Curiosamente las últimas décadas de nuestro héroe al fin serían felices al encontrar el amor, justo cuando comenzaba la IIª Guerra Mundial, en una jovencita de 23 años dedicada por entonces al mundo del ocio masculino y a la que la Antártida o lo que hubiera sucedido allí parecía no importarle demasiado. Gracias a ella Apsley murió en su cama, mucho tiempo después, de un infarto a los 73 años, suponemos que por fin feliz, realizando exploraciones más tranquilas y gratificantes que las vividas en su juventud.

Usuthu

 

Pero la vida a veces te da segundas oportunidades, aunque sea después de muerto. La Historia como relato en realidad no suele ser la crónica del pasado tal y como fue sino que es la narración del pasado de acuerdo a lo que creemos que sucedió y ahí, a la hora de dar forma a ese creemos, tienen mucho que ver no solo los fríos datos sino los prejuicios, valores, intereses y conveniencias del tiempo presente a la hora de interpretar esos datos y de rellenar las zonas de sombra para las que no hay suficiente información disponible. Por eso el relato del pasado va cambiando periódicamente, no solo producto de nuevos descubrimientos sino también debido en cada momento a la necesidad inconsciente entre historiadores y público de adaptar la interpretación del pasado a los gustos, necesidades e intereses de la sociedad de su tiempo.

En el caso del capitán Scott fue visto como un héroe indiscutido más o menos hasta los años 70, pero a partir de ese momento se produjeron diversos cambios sociales y culturales que dieron un giro al sentido dado a su figura pasando a sucederse los libros e interpretaciones críticas con la misma. Hay que entender que se trataba de unos años donde producto del auge de los movimientos contraculturales y anticoloniales el viejo tipo de héroe nacionalista de una pieza empezó a verse como algo rancio.

Para que el párrafo anterior no resulte tan abstracto os pongo un ejemplo visual que podéis verificar tranquilamente un fin de semana cualquiera. Consiste en el visionado de dos películas británicas. La primera es Zulú rodada en 1963 a mayor gloria del recuerdo de una famosa gesta ocurrida durante las guerras zulúes del s. XIX. Michael Caine interpreta en la película en cuestión a un british hero de una pieza a la cabeza de un grupo de esforzado soldados del Imperio en época victoriana que resisten hasta el último hombre y en clara inferioridad numérica el asalto de una ingente masa de guerreros zulúes. La película es básicamente un western en lo conceptual donde los zulúes de turno podrían ser sustituidos por indios asediando un fuerte o cualesquier otro grupo de “salvajes” primitivos legítimamente exterminables en provecho de la civilización.

En cambio en 1979 se rodó su “precuela”, Amanecer Zulú, donde Burt Lancaster y Peter O'Toole nos cuentan (en la línea establecida unos años antes por otra famosa película de época británica como es La última carga) una historia de corrupción y estupidez en los mandos del ejército británico (aquí no tan glorioso como en la película anterior), incompetencia que acaba desembocando en la aniquilación de todo un cuerpo de ejército de su graciosa majestad a manos de los zulúes. De hecho en esta película los zulúes, en vez de ejercer de “malos” y perder, resulta que vencen en legítima defensa de su tierra y su libertad.

Durante el espacio de tiempo entre ambas películas habían cambiado muchas cosas en el mundo: las protestas contra la guerra de Vietnam en los EE.UU., el movimiento por los derechos sociales o el de los países no alineados, el mayo del 68, el auge de los movimientos pacifistas, etc. De repente la conquista colonial y las gestas militares asociadas ya no eran algo de lo que enorgullecerse sino un período del pasado al que criticar. 

Pues bien, en un contexto diferente, un poco por motivos distintos pero en el fondo debido a cuestiones parecidas, a finales de los 70 aparecieron así voces críticas con el papel desarrollado por el capitán Scott en la dirección y planificación de su famoso viaje. De esa forma, donde antes se ensalzaban su bravura y abnegación empezaron a criticarse en cambio su falta de planificación, su cerrazón, su falta de realismo a la hora de tirar la toalla a tiempo salvando vidas en el proceso, etc. 

Sea cual sea la “verdad” poco a poco surgieron nuevas interpretaciones del sentido de su expedición y de las responsabilidades respecto a lo que había salido mal durante la misma. Producto de todo esto antiguos héroes cayeron y se levantaron otros nuevos y de cara a esto último en libros, manuales o artículos de divulgación, poco a poco se fue recuperando y rehabilitando la figura de nuestro protagonista, Apsley, pasando por alto sus matices más ridículos y resaltando los más notables. No obstante para entender qué demonios pasó para que se produjese dicho tránsito de villano a héroe debemos recuperar la memoria de un hecho que sucedió poco antes de arrancar el fatídico viaje de Scott en pos del Polo Sur. Pero eso lo veremos dentro de algunos días, a lo largo de una última entrada sobre toda esta historia. 

9 comentarios:

  1. Ya lo había leído en Babel (¿se escribe así?) y me gustó, y ahora lo vuelvo a hacer y me encanta. Un artículo genial.

    Como eres un iconoclasta de pura cepa, te invito a que desmitifiques a un héroe español. A Blas de Lezo. De él sólo he leído cosas buenas, pero estoy seguro de que tú puedes sacarle trapos sucios. Dicen que era un estratega y táctico genial ¿Es verdad o hay mucha leyenda detrás? Y de paso, si tienes tiempo y no te importa, ocúpate del Gran Capitán.

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    1. En general este tipo de héroes patrios estilo Álvaro de Bazán, Lezo, Bernardo de Gálvez y gente así no me interesan demasiado. Para empezar porque considero que hay demasiado material en la red (contra lo que se piensa habitualmente de que son unos pobres olvidados). Muy patriotero desgraciadamente, pero es algo contra lo que resulta inútil luchar. De hecho son un clásico. No hay blog o web de historia que no tenga su pequeña entrada sobre alguno de ellos en tono épico.

      Por otra parte el problema con Lezo o el Gran Capitán no es encontrarles algo sucio. Realmente fueron grandes militares y la base de su trayectoria ha sido abundantemente estudiada. Los problemas con estas biografías suelen ser siempre de dos tipos, por un lado la indeterminación de algunas cifras ya que en la época a veces resulta complicado precisar, por ejemplo, el número exacto de soldados de un ejército, con lo que a veces según el bando que cuenta la historia las cifras del ejército o la armada vencedora y perdedora bailan para dar más épica a las victorias o disimular las derrotas. Por otro es habitual que en las biografías de estos personajes haya diversas frases lapidarias y anécdotas apócrifas que no está muy claro si fueron inventadas a posteriori para engrandecer aún más al personaje.

      En el caso de Lezo en concreto hay alguna cosilla que chirría, no en cuanto a sus grandes gestas sino más bien a los períodos entre ellas. En sus inicios se le atribuye por ejemplo la captura de un gran navío británico llamado Stanhope que supuestamente triplicaba en fuerzas a la pequeña fragata mandada por Lezo en aquel entonces cuando es probable que el Stanhope fuese una pequeña fragata mercante que no representaba ninguna amenaza especial.

      También con posterioridad a la Guerra de Sucesión se le atribuyen a Lezo una serie de capturas de barcos en la costa americana del Pacífico que con toda probabilidad fueron obra de un corsario francés al servicio de Felipe V llamado Jean Nicolás du Martinet. Pero claro no resulta muy presentable que por entonces España también recurriese a la piratería encubierta y encima usando a extranjeros.

      Y por supuesto frases míticas como la que supuestamente pronunció tras su defensa de Cartagena:

      «Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir.»

      es probable que no sean suyas sino de alguno de sus oficiales o directamente inventadas a posteriori.

      Pero vamos poca cosa. Detalles. Por lo demás no le veo mayor interés porque es eso, tenéis por ahí cantidad de material en la web o libros al respecto. Por el momento estoy concentrado buscando bizarradas mucho mayores y más desconocidas para ver si os sorprendo.

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  2. Vale, me queda claro. A ver si de verdad nos sorprendes.

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    1. Pero vamos, encantando de que me propongáis cosas, ojo. Y aunque luego no le dedique una entrada da juego para derivar aquí, a los comentarios, temas, debates y anécdotas que de otra forma se perderían. Además así es más inmediato, otras veces en cambio me emociono, prometo dedicar una entrada en profundidad a algo, pero luego pasan los días, veo que no tengo tiempo, al cabo de unas semanas se me ocurre otra cosa que me apetece más escribir un día determinado y voy dilatando la cuestión sine die. De esta forma sin extenderme mucho me dais pie a comentar temas que, como digo, de otra forma se perderían.

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  3. Sólo proponía lo de Blas de Lezo y el Gran Capitán porque he escuchado unos pocos podcasts en los que los glorifican. Y como ya no me creo nada, te proponía que los desmitificaras por una cuestión sanitaria más que nada. Aunque al final va a ser que ellos eran realmente muy buenos soldados y lo que fallaba era el mando.

    Una pregunta: he leído los comics de Tardi sobre la primera guerra mundial, y visto un documental que venía en CD en un cómic. Pone a los generales franceses de genocidas para arriba, y no de enemigos sino de los propios franceses ¿A ti esto qué te parece? ¿De verdad los mandos despreciaban tanto las vidas de sus propios soldados? Y ya de paso: ¿realmente en algún momento del pasado los generales se preocuparon de sus soldados, si es cierto cuando cambió eso, o siempre los vieron como herramientas prescindibles?

    Un saludo.

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    1. Me parece interesante la cuestión. Aunque eventualmente acumulo muchas ideas para futuras entradas o ya prometidas añado la cuestión a la lista de potenciales temas a tratar. Y van...

      No me explayo aquí en los mensajes porque me parece una cuestión más compleja de lo que parece a simple vista.

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  4. Por curiosidad: mencionas las Montañas de la Locura, de Lovecraft. Así que pregunto, ¿qué te parece Su obra literaria? En su momento fui adepto radical, si bien con en tiempo me he dado cuenta de Sus carencias, aunque no reniego de Él porque leyéndoLe me lo pasé muy bien. Pero, dentro de la cultura llamada popular, ¿tú qué opinas? ¿Te gusta?

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    1. Tengo algún amigo apasionado del universo de Cthulhu, más por temas de rol que puramente literarios. Yo conozco su obra, pero no me llama la atención en general la literatura de terror. Tampoco la de ciencia ficción por ejemplo. Así que no me considero capaz de valorar a Lovecraft la verdad. Ya digo que no me interesa especialmente, pero no por una razón o deficiencia concreta sino por cuestiones de gustos. Desde luego a su manera tiene un sitio en la historia de la literatura y como personaje en sí mismo me resulta intrigante, un poco al modo de Kafka. De hecho ambos tienen cosas con las que me identifico a título personal. Lo cual me da miedo.

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  5. Realmente los ingleses de época victoriana estaban hechos de otra pasta.

    El sacrificio de Oates es muy épico aunque todo sea que algún día se descubra su cadáver maniatado y con un puñal sobresaliendole de la espalda.

    Por cierto, según parece Scott y los otros sí trataron de disuadirle o al menos es lo que puso Scott en su diario: "We knew that poor Oates was walking to his death, but though we tried to dissuade him, we knew it was the act of a brave man and an English gentleman."

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