La
realidad es aquello que no desaparece cuando dejas de creer en ella.
Philip
K. Dick
Lo
explico rápido. Cuando pensamos en el Arte Barroco europeo uno de
los dos o o tres artistas que nos viene inmediatamente a la cabeza es
Michelangelo
Merisi (1570-1610)
más conocido como Caravaggio,
sobrenombre tomado de la villa del Norte de Italia en la que creció.
Desde
luego Caravaggio fue muy famoso en vida y por ello sería lógico pensar,
habida cuenta de la importancia que le otorgan en la actualidad los
manuales de Arte, que continuase siéndolo inmediatamente después de
su muerte, durante las décadas en las que el estilo pictórico que
ayudó a eclosionar se convirtió en el canon dominante en el Arte
europeo.
Sin embargo no fue exactamente así.
Sin embargo no fue exactamente así.
En
la Italia de la época convivían dos tendencias. Por un lado el
efectismo casi exhibicionista de la pintura de Caravaggio, una pintura basada en el naturalismo no exento de teatralidad, en cuanto a lo temático, aderezado todo ello de juegos de luces orquestados en torno al claroscuro como principal característica técnica y cromática. Todo ello en busca de la
plasmación de emociones extremas y un cierto verismo psicológico frente al hieratismo e inexpresividad que caracterizaba en buena medida la pintura de períodos anteriores.
Ahora bien, frente a lo anterior existió una escuela con centro en la ciudad de Bolonia centrada en
(simplificándolo mucho) la continuación de un cierto clasicismo de
base renacentista y en última instancia grecorromana, el empleo de
colores brillantes, la idealización de la belleza perfecta, etc. Era un estilo de pintura que buscaba lo sublime y no se planteaba mezclarlo con lo vulgar o lo cotidiano en aras de un mayor verismo. Tendencia encabezada por Annibale Carracci (1560-1609).
Creo
que la contraposición -que podéis ver más abajo- de dos cuadros con la misma temática
(la muerte de la Virgen María), el primero de Caravaggio y el
segundo de Carracci, muestra muy a las claras las diferencias entre
ambos pintores y en general las distintas aproximaciones a la pintura
que sus respectivos estilos implicaban.
En su tiempo Caravaggio, no está claro si por su talento
artístico por su demoledora personalidad o por ambas razones, se
convirtió en objeto de admiración de un variado conjunto de fans (cuyo apelativo por parte de los especialistas da nombre a la entrada de hoy), la mayor parte pintores foráneos que acudían a Italia para formarse (en aquel tiempo, solo en la ciudad de Roma, había censados más de dos mil artistas extranjeros) llamados a extender la influencia del modo de pintar de Caravaggio en dos direcciones
clave. En primer lugar, a través de las cercanas tierras napolitanas en
aquel tiempo en manos de los Austrias, pintores como José de Ribera
y más adelante Velázquez tomaron cosas de su pintura. Por otro
lado, también usando como nexo el Imperio de los Austrias, la huella
de Caravaggio llegó a tierras flamencas y de allí a los territorios holandeses del Norte donde pintores como Rembrandt adaptarían asimismo ideas de la pintura del italiano. Y por todo
ello Caravaggio hoy es considerado uno de los pintores clave en la
Historia de la pintura universal al pivotar en torno a él la transición desde un Renacimiento agotado a un naciente Barroco que se convertiría en la tendencia dominante durante el s. XVII (bueno, en realidad cuando decimos pintura “universal” queremos decir de Europa y sus excolonias americanas,
pero olvidemos el detalle por un momento).
Sin
embargo, como dije antes, eso no siempre estuvo tan claro. Lo cierto
es que en el período inmediatamente posterior a su muerte sus contemporáneos italianos se decantaron por
ensalzar la figura de Carracci y su estilo de pintura más contenido.
Es más, en la medida en que Caravaggio no había dado vida a un
taller organizado con discípulos oficiales dignos de tal nombre
fueron pintores salidos del entorno de Carracci los que en las
siguientes décadas consiguieron posicionarse excelentemente en
cuanto a ocupar puestos de enseñanza o lograr contratos de muchos
mecenas adinerados. Hablo de pintores hoy semidesconocidos salvo para
los especialistas del período, caso de Francesco Albani, Guido Reni,
Sisto Badalocchio, Giovanni Lanfranco, Guercino, etc.
Es decir, en cierta forma con Caravaggio sucedió algo similar a lo que ocurrió un siglo antes con Botticelli, hoy reconocido como un genio pero que en su momento cayó prácticamente en el olvido tras su muerte y solo fue "recuperado" a finales del s. XIX. Algo similar a lo que ocurrió con Vermeer. O a lo que ocurrió algún tiempo después con Bach quien durante sus últimos años vio como su obra empezaba a ser considerada anticuada y, lo que es más grave, publicó en vida muy pocas de sus partituras (a pesar de que compuso más de un millar de obras) por lo que a su muerte, cuando las corrientes musicales empezaron a evolucionar en otra dirección, podría haberse perdido gran parte de su obra (y de hecho probablemente una parte se perdió) de no ser por el empeño particular de uno de sus hijos en conservar muchas de sus viejas partituras manuscritas.
Y este tipo de cosas se documentan en todo tipo de esferas del conocimiento, no solo en el mundo del arte. Joseph Bocovich, un jesuita nacido en Dubrovnik, realizó importantes contribuciones a la astronomía del período ilustrado y teorizó sobre la estructura física de la materia. En vida recibió múltiples reconocimientos y atesoró un gran prestigio, por lo que a finales del s. XVIII y principios del s. XIX, un poco después de su muerte, se le consideraba a la altura de figuras como Newton. Hoy probablemente nadie ha escuchado hablar de él.
Una vez explicado esto, como introducción, quería plantear algunas ideas que en realidad ya estaban presentes en otras entradas del blog que escribí hace tiempo. Pero quiero volver sobre ellas desde otro ángulo.
La
primera de esas ideas es que muchas veces lo que a nosotros nos gusta de un período
del pasado, por ejemplo de la literatura o el arte de dicho período,
no es necesariamente lo que les parecía hermoso o interesante a sus
contemporáneos. Y por ello no deberíamos exhibir la insultante
seguridad de estar en lo cierto de la que a veces hacemos gala.
Nuestra supuestamente reposada, informada y científica aproximación
en última instancia siempre ha de tener en cuenta que parte de ser
una simple interpretación a posteriori de una realidad pretérita
desaparecida de la que nos faltan muchas piezas de información, si bien compensamos lo anterior con la perspectiva del tiempo de la que carecían en su momento los contemporáneos del fenómeno valorado.
La
inmensa mayoría (y hablamos de más del 99%) de los judíos que convivieron con Jesucristo y contemplaron sus supuestos
milagros incontrovertibles jamás se convirtieron a la religión a la
que acabó dando lugar. El cristianismo que nosotros profesamos fue
teorizado décadas después fundamentalmente por individuos de cultura griega y/o
romana que jamás habían visto al supuesto Cristo en persona,
basándose para ello en fuentes orales de segunda o tercera
generación procedentes de un muy escaso grupo de disidentes judíos
cuyos descendientes biológicos directos pronto pasaron a la más
completa oscuridad documental mientras eran poblaciones no semitas
del núcleo del Imperio romano las que se convertían masivamente al
cristianismo por razones sociales y políticas en muchos casos.
Un
poco de la misma forma los estilos artísticos que estudiamos en el presente para dar orden al pasado en su mayoría son creaciones
intelectuales de los dos últimos siglos de mano de literatos e
historiadores, no de artistas. Por ello las personas que realmente
dieron forma a las obras de arte representativas de dichos estilos no
eran conscientes en muchos casos de estar siguiendo los patrones que
desde el mundo contemporáneo les atribuimos como ejes rectores, a la vez que el público del período en muchas ocasiones valoraba obras que desconocemos porque se han perdido o autores que desde nuestro punto de vista nos parecen vulgares. De esa forma la Historia del Arte no deja de ser el producto por decantación de muchos debates y cambios de opinión que se han sucedido durante siglos. Nuestra forma de dotar de lógica y coherencia los materiales del pasado que nos han llegado. Por
ejemplo, durante
mucho tiempo el término “Barroco”
tuvo un sentido puramente
peyorativo,
con el significado de recargado, engañoso, caprichoso, hasta que fue
posteriormente revalorizado a finales del siglo XIX.
Igual
que ocurrió con el término
“gótico” que hoy aplicamos a un período del arte medieval y que
en origen derivaba de “godo” y tenía un significado igualmente
despectivo, equivalente a arte bárbaro y carente de buen gusto. De
tal modo Giorgio Vasari en 1550 utilizó dicha palabra para referirse
al arte de la Edad Media, ya que lo que él considera verdadero arte,
el de la Antigüedad clásica (Grecia y Roma), había desaparecido
supuestamente a causa de la barbarie “gótica” y únicamente volvió a
renacer -siempre según esta visión- en Italia en el período que va de Giotto a Miguel
Ángel. Solo con la llegada de la oleada nacionalista de revisión de
la historia que se produjo en el s. XIX de la mano de los intentos de
muchos Estados en convertirse en Estados-nación los historiadores
del periodo romántico modificaron esta valoración negativa del
pasado medieval, impulsando el estudio y la recuperación del arte de
esta época desde parámetros en este caso abiertamente positivos.
De
la mano de lo anterior el estilo artístico que nosotros denominamos como
“románico” fue una construcción intelectual que nació en torno
a los años 20 del s. XIX y se basó, por una parte, en las
presencia de formas “romanas” en la arquitectura de estos
edificios y, por otra, en el hecho de coincidir el momento de su
aparición con la eclosión de las lenguas romances o románicas. Así
pues en un principio la acepción tenía (nuevamente) un cierto
carácter peyorativo, al ser considerado este arte como una
derivación popular del arte romano pero decadente y pobre. En todo
caso el calificativo “románico” empezó a partir de entonces a
ser usado habitualmente para denominar a un arte medieval por
entonces semidesconocido, de formas manifiestamente
distintas y anteriores a las góticas (término que, como he insinuado, fue anterior en el tiempo
en cuanto a su aparición como concepto pese a ser un arte posterior en lo cronológico). Solo avanzado el s. XIX el arte Románico
empezó a ser valorado y objeto de investigación hasta alcanzar su
definitivo reconocimiento en los primeros decenios del siglo XX
cuando, además, empezó admitirse que sus bases intelectuales y
formales no eran tan romanas como se pensaba y en gran medida
descansaban en el contacto del Occidente feudal con el mundo islámico
o el bizantino.
Volviendo
al Barroco y a Caravaggio, que es lo que me interesa hoy, parece
que dicho término artístico
procede
de la palabra portuguesa “barôco”, que se empleaba desde el
s.XVI para designar a las perlas irregulares. No obstante el origen
etimológico definitivo de la palabra se encuentra en otros
lugares.
Por un lado el adjetivo francés “baroque”, derivado del
mencionado término portugués y también del español “barrueco”,
todo para dar lugar a una palabra que pretendía calificar algo
desigual, bizarro o irregular. Por otro lado habría que contar con
el sustantivo “baroco”, figura de la filosofía escolástica que
aludía a un razonamiento artificioso y pedante. Se pretendía
expresar en todo caso un concepto de confusión, engaño, capricho... En base a todo eso el término “barroco” fue, por
ejemplo,
aplicado a algunas artes por los ilustrados del s.XVIII con claro
sentido
negativo.
En ese período dichos ilustrados se encontraban en plena recuperación
de una estética más clasicista, hablamos de la época del
Neoclasicismo, y por ello renegaron del período artístico ubicado entre esa etapa y el
Renacimiento pasando a denominarlo con ese sentido despreciativo, de
ahí lo de “barroco” para definir aquel arte precedente que
consideraban extravagante y ajeno a toda regla y orden.
No
sería hasta finales del s. XIX cuando Wölfflin inició la revalorización del estilo con su obra Renacimiento
y Barroco
(1888) y
le dio al Barroco
un lugar autónomo en la historia de los estilos. Más adelante
Benedetto
Croce (1911) reconstruyó el tejido cultural e histórico de la
Italia del Seiscientos para explicar este estilo, en tanto que
Weisbach (1921) planteó la vinculación del Barroco con la iglesia
postrentina y lo categorizó definitivamente como el arte de la
Contrarreforma. Por esos años además, en pleno fascismo de entreguerras, Roberto
Longhi buscando de paso revalorizar el papel italiano en la historia
del arte puso definitivamente en valor la obra del tal Caravaggio que
hasta entonces y desde su muerte a la mayor parte de la gente no le
decía
demasiado.
El
Arte (como
en cierta forma el mundo de las discográficas y la música) se
organiza en torno a modas
a
las que hay que dar de alguna forma sentido a través de teorías
a
posteriori. Luego la
mayor parte del público sigue lo que les especialistas les dicen que
es bueno o hermoso y dichos criterios cambian con el tiempo y las ideas estéticas imperantes en cada período. Aunque en este punto me
surge la pregunta de si realmente hay obras que resisten toda crítica
y artistas verdaderamente intemporales… o bien los que nosotros
consideramos como tales no dejan de ser el grano que casualmente ha quedado en la
criba después de pasar toda la cosecha por las redes de los
prejuicios, intereses y visiones a priori de varias épocas de
intelectuales, así como siglos de guerras, saqueos y desaparición de obras. Por supuesto semejante proceso es una cierta garantía,
pero a veces quizás resulta injusto, puramente aleatorio o simplemente engañoso. Seguramente nunca lo sabremos.
¿Daddy Yankee y Maluma serán
relegados por el paso del tiempo al seno del pozo fecal al que creo
que pertenecen, o como contemporáneo estoy cegado por la falta de
perspectiva y no soy capaz de apreciar el papel capital de su obra en
el mundo de la cultura contemporánea que sin duda les van a atribuir
los historiadores del s. XXIII…?
A
mi por supuesto Caravaggio me gusta más que Carracci, pero no es
menos cierto que a muchos de sus contemporáneos no. Sin embargo es indudable que el primero ha dejado una huella mucho más profunda en
la Historia del Arte. Surge entonces la cuestión de si la
prueba del tiempo es un test científico o simplemente el resultado
de aplicar el puro azar durante siglos a determinadas cuestiones y
ver qué sale de todo ello. ¿El
tiempo nos da perspectiva... o solo nos produce esa impresión a la vez
que en realidad hace lo contrario y distorsiona nuestra capacidad de
entender el verdadero valor y sentido de algunos productos culturales del
pasado?
¿Cuando organizamos la cultura del pasado estamos verdaderamente intentando identificar lo intemporal de cada período?, ¿o estamos más bien seleccionando lo que nosotros queremos que sea intemporal porque es lo que nos gusta (y si a sus contemporáneos les parecía una mierda debido a algún motivo que desconocemos simplemente que se jodan porque están muertos y no tienen vela en este entierro)?
Dudas y más dudas. Vosotros ¿qué pensáis?
Primero de todo, una entrada genial,pero esta vez es doblemente genial, por hacernos darle un giro de tuerca a nuestra visión de la Historia y por haber tardado menos de una semana.
ResponderEliminarEn lo que a mí respecta, quiero plasmar una idea que me has sugerido y que está implícita en el artículo: Quizá en el s. XXIII conciban a Maluma como el próximo Mozart de la música, pero a mí me interesa más saber: ¿Cómo se concebirá en el futuro la Historia que ahora nosotros conocemos? Es decir, si como bien has expuesto, nuestra concepción de la Historia depende de los criterios y gustos que se han ido imponiendo en el último siglo y medio (qué artistas deben ser encumbrados y cuáles deben ser conocidos solo por especialistas, al igual que con filósofos y personajes políticos, o incluso con el concepto de toda una Edad) ello significa que, en las próximas décadas, con la decadencia de occidente y el auge hegemónico de China e India, la concepción de la Historia podrá ser otra. Imagino, por poner un ejemplo a los faraones egipcios siendo sustituidos por los antiguos emperadores chinos, a Jesús y Mahoma y Dios por Laocio, Brahma o Buda, el arte de la pintura clásica por la pintura china; el Príncipe de Maquiavelo por el Arthashastra, etcétera etcétera.
Me fascina el cambio de paradigma en nuestra concepción de la historia y del mundo a través del ascenso de culturas extranjeras, pero no solo eso, incluso dentro de nuestra propia cultura occidental, siendo sustituidos unos artistas por otros (imagina que de pronto Carracci vuelve a competir con Caravaggio (bastante improbable, pero es por poner un ejemplo). Si en el terreno de la política en los últimos 50 años ha ocurrido con Montesquieu ¿por qué no iba a ser posible con otros? Me encantaría conocer a otros personajes contemporáneos de aquellos que consideramos tan famosos (creo que Francisco Suárez podría ser un buen ejemplo, aunque no lo conozco).
En resumen, tu entrada me ha hecho pensar no solo en cómo serán considerados los artistas actuales en el futuro, sino como en el futuro será concebido el pasado (todo él) si los paradigmas de estilos, corrientes y artistas se amplian y alteran. Puede que en el futuro se cree un mundo nuevo, a través del pasado.
Todo esto es una fantasía, pero imaginar las distintas visiones que de nuestra historia podríamos tener (las distintas historias que podríamos concebir) me parece un pasatiempo de lo más entretenido; si es que el autor del hilo me permite no escuchar a Maluma claro.
Esto tipo de cosas ya están sucediendo. El papel de las mujeres en la historia se está reevaluando completamente a la luz de las nuevas tendencias políticas y sensibilidades. O la historia de los afroamericanos. Están saliendo a la luz muchas figuras olvidadas, pero también al mismo tiempo determinados eventos y personajes se están convirtiendo en tabú o viendo como la valoración de sus hechos cambia. Y lo mismo inevitablemente ocurrirá con cualquier cambio geopolítico a gran escala que se de. Ante la evidente "decadencia de Occidente" que estamos experimentado en el mundo globalizado la Historia, pero también la Historia del Arte va a tener que cambiar para evolucionar a una narrativa multipolar, "global" a juego con los nuevos tiempos y nuevas sensibilidades. Porque al final la Historia y el Arte no son cosas realmente objetivas, dependen completamente de nuestra mirada del mundo y de nosotros mismos, algo que evoluciona constantemente. Lo que es bello, bueno, moral o adecuado cambia y en consencuencia lo hacen nuestros juicios sobre la belleza o el pasado.
EliminarExacto exacto, es algo que llevas comentando desde hace años, simplemente ayer entendí un poco mejor lo que querías decir. Aunque a mí me emocionó la idea de una narración de nuestra Historia distinta...pero sin finalidad propagandística (una fantasía como dije). Pero de todas formas, solo las posibilidades que ello supone hacen que el futuro, y el nuevo pasado, sean emocionantes.
EliminarQué gusto leerle, señor Surena.
ResponderEliminarEn relación al tema, yo soy de la opinión de que no es tan importante el listado que pudiera resultar de un determinado marco o sistema de análisis artístico o histórico, como la comprensión y el interés por el propio marco o sistema analítico. De alguna manera, es la perspectiva, el modo en el que miramos lo que realmente nos fascina...todo depende del ángulo con que se mira.
Así, cabría decir, aunque personalmente no se disfrute, que si nos procuran las reglas o criterios para valorar el reggetón, podríamos, aplicándolas, encontrar un consenso bastante sensato de que piezas merecen clasificarse como tales y cuales son "mejores" en tanto pueden ser consideradas paradigmas.
Cuando leo su blog, se puede observar su capacidad personal para cambiar de marco referencial y producir giros copernicanos.
A mi me parece muy interesante y atractivo ese modo de acercarse a la historia, la verdad, aunque puede producir incertidumbres existenciales los días de lluvia.
Un saludo
Yo creo que algunos de los artistas que muchos de los que empezamos a tener cierta edad despreciamos serán más respetados en el futuro.
ResponderEliminarHace unas semanas, hablando precisamente de "músicos de ahora" —de muchos en general y de C. Tangana en particular— con una persona que se dedica profesionalmente a la música y a la que por tanto le presupongo un conocimiento y una sensibilidad de los que yo carezco, dijo que aunque le había costado cogerle el punto, algunas de sus canciones le parecían bonitas.
Uno no pasa a la historia simplemente por hacer algunas canciones bonitas, pero el hecho de que esta persona tuviese una opinión razonablemente favorable sobre él me dió que pensar. Hasta ahora me había sido muy cómodo pensar que el éxito de muchos artistas, entre ellos él, se debía sobre todo a la publicidad y a la ignorancia; pero en este caso, en una conversación sobre música con alguien que vive de ella, el ignorante debía de ser yo.
No sé si será Maluma, Daddy Yankee o alguien de quien no he oído hablar en mi vida; pero no me sorprendería que en los libros de texto de música de nuestros nietos aparezca reguetoneros y traperos.
Leyendo tu artículo me entró otra duda. ¿Qué pensarían en el pasado de músicos de épocas más recientes a los que ahora respetamos? ¿Qué pensarían en el siglo XVI de Beethoven? ¿Qué opinión tendrían los contemporáneos de Beethoven sobre Ravel? ¿Y sobre The Beatles?