jueves, 1 de enero de 2015

El samurái improbable


¿Qué hacer si el ruiseñor no canta?
Nobunaga dice “¡Mátalo!”.
“Haz que quiera cantar”, ordena Hideyoshi.
Ieyasu responde: “Espera”.

Inicio de “Taiko”, de Eiji Yoshikawa.



Tras el éxito de “El último samurái” (2003), hermosa película protagonizada por Tom Cruise transmutado en samurái, se despertó un cierto interés por conocer y recuperar casos de extranjeros que, a imagen de la ficticia historia narrada en ese film, se hubiesen llegado a convertirse realmente en samuráis.

En el fondo se trata de una historia mil veces vista pero que aún así siempre suscita fascinación. La historia del hombre que, inmerso en una sociedad totalmente ajena a la suya de origen, por las circunstancias que sean, acaba identificándose tanto con su nueva cultura de adopción que no solo llega a ser aceptado en el seno de un pueblo extranjero sino que incluso a veces termina por una posición predominante en el seno de dicho pueblo a la hora de resistir contra fuerzas externas. Desde el mito de Gonzalo Guerrero a la historia de Lawrence de Arabia hablamos de un arquetipo tan viejo como la propia humanidad.

Volviendo al caso japonés el problema es que la película citada fijó el interés en un período de la historia de Japón (finales del s. XIX) durante el cual la cultura tradicional japonesa ya se encontraba sumida en una irreversible crisis. De hecho, para entonces, el período de paz y aislamiento vivido por Japón desde comienzos del s. XVII había pasado factura a la casta samurái, la cual se había vuelto mucho menos diestra y preeminente que antaño. Por contra en esos momentos la cultura occidental lanzaba su famosa "carga del hombre blanco" por todo el globo. En ese contexto a comienzos de la época contemporánea existieron pocos extranjeros que lograran más o menos penetrar la coraza de la cultura japonesa; además en la mayoría de los casos ese hecho se debió a una simple atracción transitoria por el exotismo de lo oriental y no a un cambio vital realmente completo.

Si queremos por tanto buscar una historia de transformación personal un poco más intensa tenemos que partir de una tumba encontrada en 1872. En esa fecha un tal James Walters, un occidental de viaje por Japón, encontró dos estelas que atribuyó a una pareja de un inglés y su esposa japonesa muertos hacía más de 250 años. Siguiendo esa pista debemos por tanto remontarnos a otra época diferente del s. XIX, en concreto a finales del s. XVI y principios del s. XVII, cuando la cultura samurái todavía se mantenía pura y activa. Una vez allí vamos a intentar aproximarnos a la historia no del último samurái extranjero sino de los primeros samuráis nacidos fuera de Japón -e incluso del Extremo Oriente- a ver si localizamos al primero de todos ellos.

William Adams

 

El hombre citado en la estela antes mencionada se trataba de William Adams. Por lo que hoy sabemos Adams era un marino ingles de humildes orígenes, nacido en 1564. Desde niño desempeñó todo tipo de empleos en barcos de la época y poco a poco fue ascendiendo en el escalafón naval hasta llegar a servir nada menos que bajo las órdenes de Francis Drake. Incluso fue movilizado para combatir a la armada hispana cuando ésta, en 1588, intentó atacar Inglaterra con funesto resultado, si bien en dicha ocasión el papel jugado por Adams -todavía muy joven- se limitó a encargarse de un pequeño barco de abastecimiento.

Tras eso nuestro hombre decidió dejar la vida militar y probar suerte en variados propósitos no demasiado bien documentados; de hecho incluso se menciona su posible enrolamiento en un viaje de exploración subártico en busca del mítico paso del Noroeste.

En todo caso, pocos años después, ya convertido en un reputado navegante, nos lo encontramos trabajando de forma privada al servicio de mercaderes holandeses. Hay que tener en cuenta que la actual Holanda en aquellos momentos ya era de facto independiente de la monarquía hispana (aunque la guerra de independencia propiamente dicha se prolongaría aún durante décadas) y por entonces las relaciones de los rebeldes holandeses con la monarquía inglesa (que de vez en cuando los financiaba secretamente) eran buenas.

Es de esta forma como, a mediados de 1598, con solo 34 años de edad pero ya una experiencia de más de dos décadas en el mar, William Adams se embarcó en la gran aventura de su vida al aceptar un puesto de piloto mayor en una expedición compuesta por cinco barcos mercantes propiedad de una compañía ubicada en Rotterdam. El destino de su extraordinario viaje acabaría siendo el misterioso y lejano Japón. Pero antes de llegar a eso hay que entender la situación de las relaciones entre Occidente y Japón en aquel momento.

Europa “descubre” el Extremo Oriente

 

Cipango, el lejano Japón (Nihon, “el origen del Sol”) ya mencionado por Marco Polo y que obsesionaba a Cristobal Colón, fue redescubierto por el mundo occidental en 1543 cuando un grupo de marinos portugueses con intenciones de comerciar con China (a cuyo puerto de Cantón habían llegado a su vez en 1513) fueron desviados por una tempestad hasta un islote cercano a la costa de Kyushu, la isla situada más al Sur de entre las cuatro principales que dan forma al archipiélago de Japón. Allí pronto entablaron relaciones con un señor feudal local y en adelante, tras esa casual primera toma de contacto, los marinos portugueses convirtieron en habituales sus escalas en las islas japonesas iniciándose así las primeras relaciones comerciales de Occidente con el Japón. El caso es que ese hecho aparentemente trivial tuvo a su vez diversas consecuencias muy importantes para los habitantes del archipiélago.

Por una parte en aquellos momentos Japón se encontraba inmerso en el llamado Sengoku jidai o “período de los estados en guerra”. Dicha época, que tantos videojuegos y películas ha inspirado, fue un tiempo de gran inestabilidad política que se inició a mediados del s. XV y que se extendería más o menos hasta los inicios del s. XVII alcanzando su apogeo precisamente a partir de la llegada de los mercantes portugueses.

En general Japón se encontraba entonces inmerso en una etapa equivalente a nuestra plena edad feudal. La autoridad del Emperador resultaba meramente simbólica y en la práctica el país se hallaba dividido en docenas de dominios independientes regidos por señores de la guerra (daimyos) quienes pugnaban de forma incesante entre sí en busca de la supremacía. En medio de ese clima de guerra casi continua algunos de esos líderes pronto vislumbraron la importancia de una mercancía que los extranjeros occidentales podían aportarles: las armas de fuego (en concreto los arcabuces).

Contra lo que se suele creer los japoneses ya conocían por entonces el uso militar de la pólvora (a través de sus contactos con China). Además pese a toda la mitología exagerada que el cine y el manga han difundido sobre el culto a las espadas, lo cierto es que los samuráis no tenían ningún problema en emplear las armas a distancia. Entre ellas destacaban los arcos -un arma por entonces casi más asociada al samurái que la propia espada- aunque en lo tocante a las armas de proyectiles también conocían, llegados a la época de la que estamos hablando, algunas primitivas armas de fuego de origen chino llamadas teppo. El problema es que ese tipo de armas eran muy rudimentarias y por tanto poco efectivas en combate lo que había limitado muchísimo su empleo y su difusión entre los señores de la guerra del archipiélago japonés. Sin embargo, en comparación, la tecnología europea al respecto estaba muy adelantada y los fusiles portugueses resultaban mucho más ligeros, fáciles de cargar y precisos.

Así las cosas pronto los arcabuces introducidos por los portugueses en Japón fueron rápidamente copiados y aún mejorados por los hábiles herreros y artesanos nipones (una de las señas de identidad de la cultura japonesa ha sido siempre su facilidad para copiar y adaptar a sus propias necesidades tecnología extranjera). Lo anterior implicó rápidamente que la guerra feudal que se prolongaba desde hacía décadas alcanzase un nuevo nivel de virulencia debido a la irrupción masiva en los campos de batalla de las nuevas y mortíferas armas de fuego.

Por otra parte todo lo anterior desembocó asimismo en el inicio del llamado Período de comercio Nanban o “Período de comercio con los bárbaros del Sur” (nanban, es decir “bárbaros”, era una palabra más o menos equivalente al mucho más reciente término gaijin, y en origen fue uno de los términos que los japoneses utilizaron para referirse a los primeros extranjeros provenientes de Europa).

Hay que tener en cuenta que desde hacía siglos Japón poseía dos peculiaridades en cuanto a su enfoque sobre el comercio con el exterior. En primer lugar a los japoneses casi únicamente les interesaba el comercio con China. En segundo lugar los gobernantes de un Japón cada vez más militarizado no estaban demasiado interesados en fomentar el crecimiento y desarrollo de una clase de comerciantes y mercaderes propia, con las implicaciones sociales que eso conllevaba, por lo que preferían usar de intermediarios a comerciantes y marinos extranjeros. 

Obviamente los comerciantes chinos y coreanos de la época, con sus pequeños barcos, reducida tecnología de orientación naval y sus nulos contactos fuera de los puertos de las regiones próximas, no podían rivalizar con las compañías mercantiles que se estaban desarrollando en Occidente una vez estas irrumpieron en la zona. Así que pronto los portugueses no solo introdujeron sus primeras mercancías en Japón -esas armas de fuego que transformaron la forma en que se hacía la guerra en las islas- sino que además empezaron a reemplazar a los comerciantes locales como intermediarios más o menos extraoficiales en el comercio de Japón no solo con China sino con el resto del mundo. Precisamente aquí encima podemos ver la imagen de un mapa japonés de finales del s. XVI o principios del s. XVII elaborado siguiendo el modelo de los viejos y ya obsoletos portulanos europeos. Por ello tal vez fue obra a encargo de algún señor local de algún cartógrafo portugués que vivía en el país.

En resumen. Con la llegada de los barcos portugueses a la zona arrancaba una fugaz era de contacto cultural a través del comercio entre el peculiar mundo feudal japonés y el mundo europeo recién salido del Renacimiento. Pero aunque inicialmente ese intercambio se dio a través de los portugueses en exclusiva como veremos pronto aparecieron muchos más personajes en escena. Volvamos por tanto con William Adams pues iba a desempeñar un papel muy importante respecto a esto último.

La travesía

 

En Europa tan pronto como se fueron expandiendo las noticias de la nueva ruta comercial abierta por los portugueses con las islas japonesas los avispados comerciantes holandeses comenzaron a interesarse por la posibilidad de alcanzar aquellos lejanos, ricos y casi vírgenes mercados. Ahí es donde encaja el viaje de nuestro protagonista hoy, así que volvamos con él.

Como decía partió de Rotterdam formando parte de una flotilla de cinco barcos en un viaje que iba a resultar muy complicado. En primer lugar los veleros navegaron hacia el Sur hasta llegar a la altura de la costa de Guinea. Desde allí en lugar de seguir una navegación a lo largo del litoral africano, ruta controlada por los portugueses, la expedición aprovechó corrientes favorables para atravesar el Atlántico y llegar a Sudamérica. El plan era intentar atravesar el estrecho de Magallanes, luego el Pacífico y llegar a Japón o, en caso de problemas durante la travesía del Pacífico, desviarse hacia el Sur e intentar obtener especias en la zona de las actuales Indonesia y Malasia.

Pero los problemas pronto aparecieron. El mal tiempo y el acoso de los galeones españoles solo permitió a tres barcos de los cinco atravesar el estrecho de Magallanes.

Más adelante a la altura de la costa ecuatoriana uno de los tres navíos restantes se perdió al desviarse de su rumbo (lograría llegar por su cuenta a Indonesia donde sería eliminado por los portugueses). Además, en un combate contra nativos, William Adams perdió a su hermano Thomas, también enrolado en la flotilla. Por si todo eso fuera poco un tifón hundió otro navío de los que formaban parte de la expedición pasadas las islas Hawái.

Finalmente después de más de un año y medio de viaje y penalidades sin fin todo lo que restaba de la flotilla mercante holandesa eran unos 20 marinos (entre los que milagrosamente se encontraba William Adams) la mayor parte enfermos navegando en el único barco superviviente, el “Liefde” (“Amor”). Pero, pese a todo, aquellos hombres exhaustos consiguieron pilotar su nave hasta la costa japonesa.

A fin de cuentas, así eran los viajes de exploración y comercio en aquella época de hombres intrépidos. 

El sacerdote

 

   Sin embargo las cosas no mejoraron mucho para todos ellos al desembarcar. Recordemos que en aquella época tanto españoles como portugueses intentaban proteger celosamente sus zonas de influencia otorgadas por el tratado de Tordesillas. En el caso del Extremo Oriente los portugueses habían llegado primero no solo a Japón sino también a China y pronto en ambos lugares lograron al menos establecerse sólidamente en una ciudad portuaria desde la que controlar el comercio exterior con el país en cuestión. En el caso de China los portugueses se asentaron en Macao (una islita próxima al puerto de Cantón) a lo largo de 1556 y, en lo concerniente a Japón, habían conseguido que se les permitiese instalar una base permanente en el puerto de Nagasaki desde 1571.

Ahora bien, de cara a mantener e incluso incrementar su influencia en la región, los portugueses no podían confiar en demasía en el uso de la fuerza militar al encontrarse tan alejados de la Península Ibérica e incluso del resto de sus bases en Oriente. Pese a la superioridad tecnológica de algunas de sus armas y de sus barcos contaban con demasiados pocos soldados en aquella parte del mundo como para hacer valer esa ventaja. Además, el interminable viaje desde Portugal hasta el extremo Oriente hacía inviable un suministro regular de reemplazos en caso de conflicto. De esta forma la ventaja militar en cuanto a calidad del armamento y tácticas que en otras partes del globo más o menos podía servir para sojuzgar desde la inferioridad numérica a tribus indígenas del Brasil, pequeños emiratos musulmanes o sultanatos hindúes, no servía ante Estados bien organizados, densamente poblados, muy militarizados y con culturas avanzadas como las del Extremo Oriente. Por tanto, con mucha lógica, en Japón y de cara a asentar su preponderancia, los portugueses antes que en sus mosquetes pusieron sus esperanzas en la diplomacia y sobre todo en fomentar la expansión del cristianismo.

De cara a ello la actividad misionera de los primeros sacerdotes católicos en Japón se inició muy poco después de la primera toma de contacto. Ya en 1549 llegó a Japón el jesuita navarro San Francisco Javier junto a dos compañeros y un traductor de nombre Anjiro. Francisco Javier abandonó Japón en 1552 pero la expansión de la nueva religión ya había comenzado y pronto se vio claro que los intereses de los comerciantes portugueses eran ferozmente defendidos por los misioneros católicos y esos esfuerzos apoyados a su vez por los conversos japoneses al cristianismo los cuales iban progresivamente aumentando en número en diversas zonas de las islas. De hecho llegados al final de ese siglo XVI unos 200.000 japoneses ya se habían convertido al cristianismo, sobre todo en las zonas próximas a Nagasaki, puerto estratégico para los portugueses que, en adelante, funcionó como foco de irradiación misionera quedando pronto rodeado de diversos dominios feudales donde buena parte de la población era cristiana e incluso algunos señores empleaban a sacerdotes jesuitas como consejeros.

Pues bien, durante unos 50 años esta estrategia más o menos funcionó. Los portugueses se convirtieron, como ya se ha dicho, en los principales intermediarios de comercio entre el resto del mundo y Japón, muy especialmente entre China y Japón. A ese respecto cada año se subastaban los derechos sobre el cargamento de un barco (el "Barco Negro" o "Nave de Paso", una carraca de más de 1.000 toneladas) dedicado a realizar un único viaje de comercio anual entre Macao y Nagasaki intercambiando esencialmente seda china por plata japonesa. Las ganancias eran exorbitantes, igual que elevado era el interés de los beneficiarios de esa situación de cara a mantener ese estado de cosas y evitar la entrada de nuevos participantes en el juego.

De esta forma cuando el Liefde llegó a las costas japonesas y algunos de sus hombres bajaron a tierra a establecer contacto con la población local no es extraño que un sacerdote portugués (intuyendo el peligro que representaban para los intereses de Portugal y de la Iglesia) rápidamente los denunciase como piratas, con lo que el barco y su contenido fueron inmediatamente confiscados mientras que nuestro protagonista y el resto de marinos fueron encarcelados a la espera de la crucifixión (un castigo que por entonces estaba de moda entre los educados pero también circunstancialmente crueles y violentos japoneses).

Ieyasu

 

Contra todo pronóstico fue a partir de ese punto aparentemente sin retorno que la situación de William Adams dio un giro inesperado hacia la fortuna cuando uno de los más poderosos señores de la guerra japoneses llamado Ieyasu se interesó por los extranjeros capturados. Ieyasu era un señor feudal peculiar, dotado de eso que hoy llamaríamos "visión de Estado". En base a ello no le convencían la creciente dependencia comercial de numerosos daimyos japoneses respecto a los extranjeros, ni la expansión de la nueva religión que éstos traían consigo y que amenazaba con socavar la autoridad del gobierno frente a sus súbditos. Es más, a Ieyasu no se le escapaba que, según se contaba, en otras partes del globo los primeros contactos comerciales y la expansión del cristianismo habían sido acompañados de la conquista militar por parte de esos europeos autodenominados portugueses o de unos parecidos a ellos llamados españoles.

Sin embargo los nuevos extranjeros recién llegados no eran ni españoles ni desde luego portugueses, lo que era por sí mismo un testimonio de que existían otras potencias occidentales capacitadas para establecer contactos mercantiles con Japón. Entonces... si era posible establecer contactos con otras potencias comerciales extranjeras surgía la oportunidad de servirse de la posible rivalidad de éstas con los portugueses, quienes hasta ese momento más o menos podían imponer sus condiciones básicamente por ser el único interlocutor comercial disponible. Oferta y demanda.

Así las cosas Ieyasu quiso que uno de los extranjeros apresados fuese llevado a su presencia para a través de él informarse de cómo habían llegado hasta allí y otra serie de cuestiones. El elegido, tal vez por azar o tal vez designado por sus compañeros, fue William Adams. Adams desde un principio se mostró muy cooperativo y no solo informó de buen grado a Ieyasu de dónde se ubicaba Holanda en los mapas o de los intereses de las compañías de la zona por establecer tratos con Japón sino que además le explicó que él mismo era inglés, otra nación diferente pero que también estaría interesada en establecer lazos de comercio con los japoneses. Y mejor aún, ni él ni sus compañeros eran católicos, es más, Ieyasu descubrió que -fuese debido a eso o a otras cuestiones- tanto ingleses como holandeses odiaban profundamente a los comerciantes y, sobre todo, a los misioneros católicos portugueses. Era perfecto. Se podía usar a esos bárbaros holandeses e ingleses recién llegados como intermediarios con los reinos de los que provenían para que éstos enviasen sus propias misiones comerciales y tal vez incluso para debilitar de algún modo la inquietante presencia de misioneros católicos en Japón.

No es de extrañar por tanto que durante el verano de 1600 Adams fuese entrevistado al menos tres veces por Ieyasu, entrevistas en las que el inglés desgranó también sus conocimientos sobre otras materias estratégicas, por ejemplo construcción naval o cartografía, disciplinas en las que hasta entonces los portugueses gozaban de cierta ventaja sobre los japoneses pero en las que, por tanto, tendían a guardar sus secretos celosamente.

Todo ello sirvió para que William Adams se ganase la confianza de Ieyasu quien decidió utilizarlo como consejero en materia comercial y naval. Esto resultó providencial ya que poco después, a finales de ese mismo año 1600, Ieyasu Tokugawa salió vencedor en la brutal batalla de Sekigahara con lo que se le abría el camino para convertirse oficialmente en Shogun, es decir el hombre más poderoso de Japón y gobernante de facto, algo que llevó a cabo tres años después. Comenzaba así el Shogunado Tokugawa, también llamado Período Edo (ya que la corte del Shogun se encontraba en el castillo de Edo, la actual Tokyo) una etapa histórica que se extendería hasta 1868. 

   La fortuna ayuda a los audaces y en el caso de William Adams esa fortuna consistió en causar buena impresión ante el nuevo hombre fuerte del país. Gracias a ello por entonces también empezó el período de máxima influencia de William Adams en Japón algo que tendría que ver sobre todo con cuestiones comerciales y diplomáticas.

Anjin Miura

 

Visto lo valioso que podían ser los conocimientos que atesoraba Adams y dada su buena disposición a compartirlos fue rápidamente nombrado samurái al servicio de la casa de Ieyasu con el nombre de Anjin (“piloto” en japonés) Miura. Recibió el derecho a portar las tradicionales dos espadas propias de los samuráis e incluso se le concedió un pequeño feudo en la zona de Edo. Más adelante incluso fue promovido a la prestigiosa posición de hatamoto, algo así como guardia de honor o cortesano de palacio de Ieyasu, una vez convertido éste último en Shogun. Gracias a todo esto Adams pudo casarse con una mujer local, Oyuki Magome, la cual si bien no poseía un origen noble no dejaba de ser la hija de un alto funcionario del servicio de postas.

En base a todo lo anterior, poco a poco Adams reemplazó al que había sido hasta aquel momento el intérprete y consejero sobre materias “occidentales” de Ieyasu, el jesuita Joao Rodrigues. En los siguientes años, concretamente a partir de 1604, Adams dispuso de los medios para ocuparse en primer lugar de dirigir la construcción de varios barcos de estilo occidental.

Por su parte ese mismo año el resto de compañeros de Adams fueron liberados con la misión de embarcarse hacia el Sureste asiático y una vez allí intentar contactar con otros mercaderes holandeses en la región, todo ello de cara a abrir rutas para el comercio hacia Japón, rompiendo así el monopolio que en la práctica hasta ese momento poseían los portugueses.

Esos esfuerzos dieron fruto cuando cinco años más tarde, en 1609, llegaron dos barcos holandeses a Japón y abrieron una base comercial en la isla de Hirado para la Dutch East India Company (nacida en 1602). Adams negoció a favor de los enviados holandeses y pronto los mercaderes de dicha nacionalidad obtuvieron el derecho de comerciar en cualquier puerto japonés (una inmensa ventaja pues los portugueses en ese momento solo podían hacerlo a través del puerto de Nagasaki, como hemos visto).

También ese mismo año de 1609 Adams fue comisionado por Ieyasu con la tarea de navegar hasta las Filipinas llevando como pasajero al gobernador español de la zona, Rodrigo de Vivero, quien había naufragado en las costas japonesas. No hubo logros significativos que saliesen de dicho viaje, en el que Adams no debió poner toda su alma, en todo caso en los años siguientes se documentan por parte de los españoles algunos envíos ocasionales desde Filipinas de un barco anual hacia el islote de Uraga próximo a la costa japonesa y algunas escalas del Galeón de Manila en su ruta entre México y las Filipinas (en todo caso producto de desvíos accidentales más que de una intención comercial decidida).

Posteriormente, en 1611, Adams se puso en contacto con comerciantes ingleses en la zona de Indonesia y en 1613 esas gestiones desembocaron en un acuerdo comercial con los ingleses, similar el ofrecido a los holandeses: los ingleses recibieron autorización para comerciar con Japón y de cara a ello instalar una sucursal permanente en la isla de Hirado. Tras esto el propio William Adams pasó a recibir un salario de la recién creada East India Company (nacida en el 1600).

No obstante, dadas las dificultades del viaje desde la ¿pérfida? Albión, a lo largo de la vida útil de la concesión inglesa en Japón menos de media docena de barcos procedentes de las islas británicas lograron llegar al país del sol naciente y encima provistos de escasas mercancías de valor. Por tanto para Adams se hizo evidente que era preciso cambiar de estrategia a la hora de incrementar el volumen de intercambios del shogunato con el exterior. 

Business is business

 

En 1604, tal vez aconsejado por el propio Adams, Ieyasu había puesto en marcha un sistema de concesiones de comercio llamado Shuinjo o “del Sello Rojo”. Básicamente se buscaba disminuir la dependencia japonesa de los intermediarios comerciales extranjeros creando una red comercial que partiese de Japón y estuviese en manos de comerciantes y navegantes directamente dependientes del shogunado a los que se concedía una autorización especial para comerciar en su nombre (el famoso Sello Rojo).

En los siguientes años el sistema prosperó y en 1614 el propio Adams obtuvo para sí mismo una de esas autorizaciones. En todo caso dentro del conjunto de dicho sistema comercial en los siguientes años entre 300 y 400 barcos japoneses surcaron las rutas marítimas de la zona, sobre todo en dirección hacia los actuales Vietnam, Malasia y Tailandia.

La mayor parte de las tripulaciones de esos barcos (llamados Shuinsen, la maqueta de uno de los cuales podemos ver en la foto de arriba) eran una amalgama de marinos chinos, holandeses e incluso portugueses subcontratados. Pero hay que tener en cuenta, en contra de la imagen preestablecida, que los japoneses (o los chinos) por entonces no eran unos completos inútiles en cuestiones marineras. Los piratas japoneses eran muy peligrosos en los mares de la zona. De hecho existen testimonios documentales de que los españoles asentados en el archipiélago filipino tuvieron que enfrentarse a una expedición de esos piratas nipones, asociados con chinos y coreanos, que intentaron asolar el Norte de aquellas islas en torno a 1582 (hoy en día se denomina a estos sucesos como los combates de Cagayán). Lo que es más, en el propio año 1600, unos meses después de que nuestro protagonista y sus compañeros llegasen a Japón, otro holandés de nombre Olivier van Noort se encontraba en viaje comercial independiente haciendo méritos, como así fue, para convertirse en el primer marino holandés en dar la vuelta al mundo (tarea que la propia expedición en la que se había enrolado William Adams hubiera llevado a cabo de no haber quedado detenidos en su escala japonesa). Pues bien sabemos como anécdota que, a la altura de las islas Filipinas, Olivier se encontró de una manera fortuita con un junco japonés, lo que confirma que los japoneses frecuentaban aquellas aguas y por tanto tenían capacidad para travesías de media distancia por los mares de la zona.

No eran por tanto incapaces de surcar los mares los japoneses y su retraso a la hora de expandir sus redes comerciales en la zona podía achacarse, como en el caso de los chinos, más a cuestiones políticas y culturales que puramente técnicas. A este respecto hay que resaltar la insistencia en el cierre sobre sí mismas de las sociedades del Extremo Oriente de la época, siempre buscando la impermeabilidad ante las influencias externas. Todo ello en oposición al carácter aventurero, explorador y expansivo de la mentalidad europea postmedieval, un tipo de sociedad comparativamente más abierta, menos quisquillosa a la hora de mantener su “pureza” y, por tanto, más interesada en conocer otras culturas aunque normalmente lo anterior solo tuviese como meta el expandir sus propios puntos de vista por el planeta.

Como estamos viendo al menos durante unos años, bajo el impulso de aventureros y emprendedores foráneos como Adams, en Japón ese enfoque autocentrado se intentó dejar atrás en lo comercial. De esta forma hasta una docena de europeos y casi el mismo número de mercaderes chinos recibieron autorizaciones para comerciar con Japón. Pero con una salvedad, quienes empleaban para ello las nuevas concesiones comerciales con el Sello Rojo del Bakufu (es decir el Gobierno del shogunado) operaban en la práctica como una nueva especie de gigantesca compañía comercial, en este caso a favor de intereses puramente nipones, incluso estableciendo enclaves permanentes ocupados por mercaderes y ciudadanos japoneses en puertos de Vietnam o Thailandia. Quizás de esta forma Japón intentaba imitar en otras zonas más atrasadas algunas estrategias que los occidentales habían puesto en práctica en el territorio japonés.

El viento cambia de dirección

 

En ese año de 1614, Adams a la vez que conseguía una concesión comercial para sí mismo puede decirse que alcanzaba el cenit de su influencia. Mientras tanto el shogunado, de motu propio, decretó la expulsión de todos los cristianos extranjeros, entre ellos todos los monjes jesuitas y la prohibición del cristianismo para los naturales en Japón. A fin de cuentas, una vez pacificado el país y rota su primacía comercial, los portugueses ya no eran imprescindibles, ni siquiera necesarios, consiguientemente no había por qué seguir tolerando a sus sacerdotes. La relación de fuerzas que había empezado a cambiar con la llegada de William Adams a Japón tomaba su rumbo definitivo, los portugueses eran así expelidos definitivamente de la historia de Japón. De la mano de lo anterior cientos de miles de Kirishitans (cristianos nativos) tuvieron que pasar a la clandestinidad o huir hacia tierras próximas (en cierta forma algo semejante a lo que les había ocurrido unos años antes a los moriscos hispanos). En su caso muchos emigraron hacia el puerto de Macao o las Filipinas españolas. 

Sin embargo pronto el rumbo de los acontecimientos dejó de favorecer la suerte de Adams por primera vez desde que estaba en el país. En 1616 murió Ieyasu Tokugawa, quien de facto ya llevaba varios años retirado de la cúspide del poder y había traspasado progresivamente casi todas sus atribuciones a su hijo Hidetada, el cual pasó a ser el nuevo hombre fuerte del país.

La muerte de Ieyasu, su gran valedor, fue un golpe mortal para Adams. Aún cuando el nuevo Shogun no tuviese nada contra él tampoco le profesaba una simpatía especial y en esa tesitura Adams dejó pronto de gozar de influencia en la Corte.

Asimismo las aventuras comerciales emprendidas por Adams en aquellos años al servicio indistintamente de la East India Company inglesa y del shogunado Tokugawa gozaron de suerte desigual. Hasta el año 1618 aún realizó varios viajes comerciales, entre ellos uno a Siam y dos a la Cochinchina. Pero el hombre del momento pasó a ser uno de los viejos compañeros de Adams y que también había llegado a Japón a bordo del "Liefde". En concreto un holandés de nombre Jan Joosten van Lodensteijn nativo de Delft.

Dentro del nuevo sistema de concesiones comerciales a particulares Joosten gozó de una fortuna particularmente buena (al menos antes de ahogarse en uno de sus viajes comerciales) y llegó a poseer diez barcos que operaban a su servicio. Pronto se le concedió una mansión en Edo y al igual que antes en el caso de Adams se le promocionó a la categoría de samurái -con el nombre de Yayosu- para así garantizar su fidelidad a los intereses de la dinastía. Poco después también se le otorgó una renta anual, el derecho a una esposa japonesa y a entrar en el rango de los hatamoto.

Mientras todo esto sucedía la fortuna y la salud de Adams se fueron resintiendo hasta morir cerca de Nagasaki en mayo de 1620 a los 55 años de edad.

Hasta aquí más o menos la historia de William Adams (y del propio Jan Joosten) quienes realizaron el sueño de viajar a un mundo lejano, a una cultura extraña, integrarse en ella, asumirla como propia, convertirse en samurái y subir en la escala social como nunca habían soñado, llegando de alguna forma a ser protagonistas en la sombra de grandes cambios históricos en cuanto a las relaciones políticas en el Extremo Oriente de la época. Es de notar además que su ascenso social no se debió a sus méritos como guerreros sino a su éxito como comerciantes y diplomáticos.

No obstante, aunque parecen hermosas aventuras que a todos nos gustaría protagonizar, en la vida de estos hombres también hubo sombras. Parece ser que Joosten se convirtió en un alcohólico en sus últimos años. En el caso de Adams la vida familiar contra lo esperado no fue feliz. Adams al partir para su viaje dejó en Inglaterra una esposa y dos hijos. Más adelante ya en Japón, durante su época de cercanía a Ieyasu, era alguien demasiado importante (y que sabía demasiado) como para que se le concediese una autorización de cara a marcharse del país. Pasado el tiempo el propio Adams perdió el interés en retornar a Europa, donde su posición social era de clase baja a diferencia de lo que ocurría en Japón, así que -dado que nunca volvió a Inglaterra, ni tampoco los hizo llamar junto a sí- nunca volvió a ver a la familia que había dejado atrás. Eso sí, hasta su muerte no dejó de enviarles dinero a través de algunos barcos comerciales que regresaban a Inglaterra u Holanda tras hacer escala en Japón.

Por otro lado su matrimonio con una exótica mujer japonesa, Oyuki, sobre el papel sería el sueño húmedo de algunos (el animé, que vuelve loca a la gente). Al principio así fue, Oyuki le dio dos hijos que tomaron nombres occidentales: Joseph y Susanna. Pero la pareja se hallaba mal avenida en la época de la muerte de Adams quien en concreto esperaba otro hijo con una nueva mujer. Parece ser que entre otras cosas Oyuki en algún momento se había vuelto una fervorosa católica, siendo Adams a su vez un protestante antipapista convencido. En todo caso tras la muerte de Adams el señorío feudal y la posición alcanzada por él fueron transmitidos a su hijo mestizo Joseph del que poco o nada se sabe.

Tras todos estos sucesos pronto las cosas cambiaron definitivamente en Japón dando por concluida la era de apertura. Tres años después de la muerte de Adams la sucursal japonesa de la East India Company inglesa tuvo que cerrar desprovista de su gran valedor. Asimismo sabemos que en 1628 una flota española destruyó un navío japonés que intentaba mantener abiertos los vínculos comerciales con Thailandia; es evidente que por entonces españoles y portugueses despechados intentaban marcar su territorio.

A partir de 1634/1636 el Shogun ordenó el cambio total y definitivo de política hacia el cierre del país a toda influencia extranjera. En consonancia con ello a lo largo de los siguientes años se implementaron una serie sucesiva de medidas como la prohibición de los viajes al exterior por parte de súbditos japoneses, la prohibición de la entrada en el país a los extranjeros sin un permiso especial, o la prohibición total del comercio con el exterior. De esa forma los comerciantes españoles, portugueses y británicos resultaron totalmente apartados del archipiélago japonés, mientras que a los holandeses se les permitió mantener una pequeña sucursal en el mítico islote de Dejima, una minúscula isla artificial construida en la bahía de Nagasaki que pasaría a ser a lo largo de los dos siglos siguientes casi el único punto de contacto de Japón con el mundo occidental y casi con el resto del mundo en general (excepción hecha de algunos intercambios a pequeña escala con mercantes provenientes de China). En cualquier caso esa tendencia general hacia el aislamiento comercial y cultural constituyó en adelante la esencia de la llamada política Sakoku (o de “país encadenado”) que pasó a caracterizar la era Edo.

Asimismo el cierre del país a casi toda influencia externa se complementó con una política interior de desmovilización y confiscación de armas de fuego, volviendo la primacía de las espadas. Debido a esa involución que conllevó la preponderancia forzada de las armas blancas sobre las de fuego (justo lo contrario de lo que estaba ocurriendo en los países que en adelante marcarían la pauta militar) y también debido a lo siguientes dos siglos de paz ininterrumpida el militarismo japonés se estancó temporalmente en el estudio de diversas tradiciones, mitos y técnicas de esgrima ridículamente grandilocuentes, cuando no directamente inútiles, pero que son el germen de la mitología samurái que el cine jidaigeki (especialmente en su subgénero chanbara) y los mangas japoneses han difundido por todo el globo en época reciente. 

De todas formas el "cierre del país" al menos proporcionó paz interna después de más de un siglo de guerra incesante y con ello el caldo de cultivo para un cierto renacimiento de las artes. Eso sí, el precio de lo anterior fue el casi total estancamiento tecnológico, particularmente en el mencionado plano militar. A la altura del año 1600, incluso algo después, Japón, al igual que China, poseía las precondiciones para competir casi de igual a igual con los reinos europeos en auge. De haber profundizado en una política de expansión comercial agresiva, o de intercambios científicos y copia tecnológica adecuada con respecto a occidente, quizás China y/o Japón podrían haber accedido de forma autónoma y precoz al mundo industrial.

En cambio dos siglos de aislamiento después, cuando otro “bárbaro” anglosajón llegó en un barco a despertar al Japón de su sueño lo hizo de forma muy diferente a como en su momento llegó William Adams a las playas del país. Y es que en 1853 el comodoro Matthew C. Perry se presentó en las costas de Japón partiendo de una posición de superioridad clara al mando de una flota estadounidense moderna mientras que la tecnología bélica y naval japonesa de entonces no solo no había avanzado respecto a los inicios del s. XVII sino que incluso había retrocedido. A la vez la economía y la sociedad del país seguían inmersas por entonces en unos niveles de desarrollo propios de nuestro Medievo feudal.

Yasuke

 

Como alguno puede haber adivinado (alguna de las imágenes que acompañan a este texto no deja de ser un guiño a ese hecho) la vida de William Adams inspiró el personaje de John Blackthorne en la novela Shogun (1975) de James Clavell, así como la posterior, emblemática y absolutamente maravillosa miniserie del mismo nombre emitida en 1980.

No obstante quien ha llegado hasta aquí (enhorabuena) debe saber que en cierta forma le he engañado, porque en esta historia falta algo. En realidad hoy sabemos que William Adams no fue, contra lo que se pueda pensar, el primer samurái no japonés. Ese honor por extraño que parezca se lo disputan seguramente diversos guerreros oriundos de China o Corea que arribaron al país en siglos precedentes y, entre los procedentes de más lejos, destaca el caso de un antiguo esclavo africano nacido en el actual Mozambique y que llegó a Japón en 1579, más de veinte años antes del viaje de William Adams. Había recalado en el país al servicio de un jesuita italiano, pero dos años después de su llegada a las islas entró casualmente en contacto con Oda Nobunaga, el mayor señor de la guerra nipón en aquel momento, al cual le llamaron la atención su piel negra, su elevada estatura y su enorme fuerza. 

Nobunaga insistió en tomarlo a su servicio y poco después lo nombró samurái con el nombre de Yasuke. Sin embargo al año siguiente Oda Nobunaga cayó víctima de sus enemigos, tras esto Yasuke combatió al servicio del hijo de Nobunaga durante un corto espacio de tiempo antes de rendirse. Se le perdonó la vida y Yasuke -el cual por entonces aún era muy joven, posiblemente ni siquiera llegaba a los treinta años de edad- decidió dedicarse a la vida eclesiástica, más tranquila que la de samurái guerrero. Nada más se sabe de su trayectoria en adelante. Y por imágenes como la que adjunto el caso de Yasuke no parece haber sido el único de un negro africano que encontró un lugar en el Japón previo a la industrialización. Algo curioso en una sociedad tan aparentemente xenófoba como la japonesa del momento. 

                                                

7 comentarios:

  1. Ya pensaba que habías repetido la entrada en el blog. Lo leí en Vavel hace tiempo; ahora lo re-leeré ya que Japón es algo que me interesa y además dices que en Vavel era una primera versión, así que supongo que habrás cambiado algo el escrito.

    Por cierto, me encanta el poema del principio de Taiko, ya que me trae recuerdos; hace muchos años conseguí los dos primeros volúmenes de segunda mano, pero nunca he podido acabar la saga. También he leído Shogun, por cierto. También tengo el libro "al revés" de estos, El Samurai, de Shusaku Endo, que me regalaron.

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    1. Si. De vez en cuando voy a recuperar cosas que en tiempos pasados subí a Internet, de mala manera, para centralizarlas aquí y de paso darles un pulido repasando algunas fechas que estaban mal y cosas así.

      De la travesía que narra Endo y de otros dos contactos de japoneses con Europa en esa época me gustaría redactar una entrada específica. Aprovechando el pulido a esta historia iba a intentar meterlo. Pero claro, lo de siempre, la entrada se volvía demasiado larga y se perdía el hilo de la historia.

      Por eso precisamente he dejado fuera de esta deliberadamente todo el tema del cristianismo en Japón, la rebelión de Shimabara y sobre todo las embajadas a España y he centrado esta entrada en toda la cuestión comercial y la historia de William Adams. En realidad no me importan tanto las biografías personales como usarlas para hacer una pequeña semblanza de una época y una serie de cuestiones que no salen demasiado en los libros de divulgación en España por razones evidentes.

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  2. Sobre el último comentario de la xenofobia japonesa y los samuráis negros, supongo que a un japonés de la época tanto le daría si un extranjero era de color blanco, negro o el que fuese. Me imagino que para los japoneses, todos ellos serían igual raros, bárbaros e inferiores, y todos venían de lugares extraordinariamente lejanos. Así que si un extranjero de color X podía ser un samurái, ¿porqué no también un extranjero de otro color?

    (Bueno, son sólo suposiciones mías).

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  3. Muy interesante, no sé exactamente el motivo pero la Historia de estos países orientales me intriga. Me gustaría saber qué fuentes usas para la redacción del artículo.
    Por cierto, utilizas el término "especies" en vez de "especias".

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    1. Efectivamente, errata gorda. Os agradezco estas puntualizaciones porque es muy fácil que se cuelen erratas en entradas tan laboriosas.

      Pues mira, en primavera del año 2000 se organizó un Congreso en el Toyota International Centre for Economics and Related Disciplines para conmemorar el 400 aniversario de la llegada de William Adams a Japón. Como en todos estos congresos se publicaron las ponencias de los oradores y había una de Derek Massarella dedicado a William Adams que conseguí en PDF y obviamente es la base de la que he partido. El resto ha sido rellenarlo con el dibujo de la época que ya tenía en la cabeza porque le he dedicado y le voy a dedicar más entradas.

      Massarella es quizás el autor de referencia para estas cuestiones porque es autor también de “A World Elsewhere: Europe’s Encounter with Japan in the Sixteenth and Seventeenth Centuries” y varios libros más todos ellos específicos sobre esos contactos y viajes, que hubo varios y en los dos sentidos (también de samuráis japoneses a España y al Vaticano), durante finales del XVI y comienzos del XVII. De hecho aquí en España se celebró no hace mucho una conmemoración de uno de esos viajes, no se ahora mismo si se publicó algo. Pero seguramente. De todas formas como siempre casi toda la bibliografía que valga algo seguro que está en inglés.

      A nivel de especialistas los documentos de las concesiones comerciales en Japón han sido publicadas

      The English Factory in Japan 1613-1623, Anthony Farrington, 2 vols. Londres, 1991.

      Diary kept by the head of the English factory in Japan, ed Historiographical Institute University of Tokyo, 3 vols., Tokyo, 1978.

      The archive of the Dutch factory in Japan, Marius P H Roessingh, La Haya, 1964.

      Los cito por citarlos porque obviamente ni he intentado mirar si se pueden conseguir en España.

      Pero vamos, algo que sea entretenido y para todos los públicos son las dos novelas que ya se han citado. “Shogun” de Clavell, que es pura ficción pero captura el contexto y creo recordar que traía un apéndice con algunas precisiones históricas. Además Clavell es un autor muy interesante de novela histórica y el padre de una de mis películas favoritas sobre la Edad Moderna (“El último valle”). Y luego la novela de Shusaku Endo citada por golope.

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    2. Si te sirve de consuelo, sé de un catedrático de universidad de Historia Moderna que decía en clase "especies" en lugar de "especias" y eso sí que no era un error tipográfico XD.
      Gracias por la bibliografía, ya tengo unos cuantos libros que apuntar a la lista de lecturas pendientes. Pero con entradas tan buenas como las que escribes, y todavía tengo pendientes unas pocas, no sé si encontraré tiempo alguna vez. ¡Maldito Internet!

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  4. El caso de Clavell es muy interesante porque combatió en la II GM, Acabó prisionero de los japoneses. La mayor parte de sus compañeros en el campo de concentración murieron por las brutales condiciones. Pero vamos como un 70/80% de ellos. Y el caso es que luego literariamente tiene una relación de amor/odio con Japón muy interesante. Es el autor de "El rey de las ratas" sobre las condiciones deplorables de los campos de prisioneros japoneses. Pero luego también escribió "Shogun" que en cierta forma es un canto de amor a algunos aspectos de la cultura tradicional japonesa. En fin.

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